Confieso que casi el ciento por ciento de estos poemas, recogidos ahora en libro, me resultan extraños o totalmente desconocidos. Me he asomado a ellos con desconfianza y hasta con un cierto disgusto. Lo que se acostumbra llamar «poemas inéditos» es casi siempre el castigo que el autor, viejo ya, recibe por su impetuosidad juvenil y su precipitación en dar a conocer todo lo que va escribiendo en la primera juventud.
De ese castigo no hay quien escape, como lo prueba el hecho de que en la joven revista «Credo», de La Habana, aparecieron en 1994 unos poemas extraídos, según explica la revista, del archivo de Lezama. ¿Hizo bien el Maestro en archivar
estas paparruchas, que mejor estarían desaparecidas? Dado que están ya publicadas, pienso que lo mejor es conjurar ese fantasma dando a la publicidad todo lo que llegó a mis manos por generosos envíos de Eliseo, de Fina, de Cintio, de Bella. Al
margen de toda literatura, estos poemas de El álamo
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rojo en la ventana tienen para mí un valor sentimental de tan vigorosa evocación de una época embellecida por la amistad y por la poesía, que cierro los ojos y anulo el razonamiento y la conveniente voluntad de selección que debe presidir
todo libro de poemas.
De estos cuatro amigos grandiosos e imborrables falta ya Eliseo Diego. Falta la gran luz que él entregaba a todos y a todo cuanto contemplaba y amaba. Si él tuvo algún aprecio por estos poemas, no soy yo quién para condenarlos al eterno olvido.
| Debajo de la ventana | | | | canta día canta noche | | | | un álamo color de grana. | | |
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| El álamo brilla y suena | | | | cuando el silencio derrama | | | | sobre la tierra y el cielo | | | | sus cantos de sombra y calma. | | |
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| Las nubes se le detienen | | | | apresadas por las ramas, | | | | y él brilla, resuena y arde | | | | debajo de la ventana. | | |
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| Cuando el mundo de por fuera | | | | se incendia y pone de llama | | | | saca sus ramas de nieve | | | | el álamo color de grana. | | |
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| Las estrellas enrojecen | | | | parándose bajo su guarda, | | | | y las aves que se entregan | | | | a las hierbas de sus llamas | | | | se vuelven brasas y cantan | | | | debajo de la ventana. | | |
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| El álamo rojo sueña | | | | mientras la vida de afuera | | | | gira y desploma sus alas. | | | | Cuando vencida se tiende | | | | a dormitar por los suelos | | |
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| | el álamo rojo estalla | | | | debajo de la ventana. | | |
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| Nadie lo ve si no arroja | | | | sus ojos de ver lo oscuro. | | | | Nadie lo ve si no saca | | | | al resplandor de su alma | | | | los ojos puestos debajo | | | | de la sombra y de la calma. | | |
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| ¡Ay álamo que el fuego toma | | | | y al fuego vuelve sus ramas! | | | | ¡Álamo color de grana, | | | | color de incendio parado | | | | que pone llamas soñando | | | | debajo de la ventana! | | |
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| Si el mundo de afuera incendia | | | | su rostro y se vuelve llama, | | | | saca sus ramas de nieve | | | | el álamo color de grana. | | |
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| ¡Álamo ardiendo en mi alma, | | | | álamo rojo que estallas | | | | cuando la muerte amenaza | | | | colocarse en mi ventana, | | | | pon tu nieve en la solera | | | | de mi casa amenazada, | | | | vuelve de nieve tu roja | | | | cabellera que hace noche | | | | y hace día y hace alma | | | | debajo de la ventana! | | |
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[En el reverso de la página con letra de Lezama, a lápiz: Hemos de subrayar ahora la actitud inversa, es decir, ver en aquellos que por enemistad, con lo
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inmediato, buscaron un despego total. Después sorprenderemos cómo a pesar de esa enemistad, lo circunstancial busca recobrar sus posiciones deslizándose aun en los más desdeñosos, si no con total imperio, sí en vetas sinuosas que revelan en la intensidad un torcedor o la conciencia de la imperfección y la variedad o la constante huida de la forma ante la substancia o el movimiento].
Ante el túmulo del marqués de Acapulco, hombre que fue de guerras, muerto en Milán hacia los 1638 años del Señor, a los veinticinco de su edad, y en la bizarra flor de su hidalguía.
Muerte del ave |
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Mira, | | | | Los horizontes trocados en campanas, | | | | Y el cielo. | | |
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| Los manantiales, tañendo sus rabeles | | | | Con dedos de doncel, | | | | Y el aire. | | |
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| Las conchas, las conchas libertadas al fin | | | | De las arenas, | | | | Y el mar. | | |
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| Cielo- | | | | Cielo desempeñado en interrogantes | | | | Como vihuelas de un coro desatado | | | | Que pulsa cauda de violetas, | | | | Que hiende y señorea | | | | En las ramas, en las enramadas de luz | | | | Sobre plintos de horas muy ceñidas al alba | | | | Por estelas de alas y rocíos. | | |
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| Cielo, sin otra sombra que procesión de golondrinas. | | | | Golondrinas golpeadoras de un aire diamantino, | | | | Matinales, doradas golondrinas | | | | Bajadas por escalas de azucenas | | | | Al orden de los ciervos. | | |
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| Aire- | | | | Aire que en la luz estalla, estrénase, retuércese | | | | Crecido, mecedor del paisaje | | | | En un claro plumón y en flor y en flama | | | | Dominante paisaje, arquitecto del aire | | | | Desenvuélvese claramente en la inercia | | | | De clarines, inercia de los vuelos y los iris | | | | Que zigzaguean el estertor, la transparencia | | | | De nidos para aves futuras, | | | | Imposibles. | | |
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| Y por debajo de todo, por encima, | | | | Con esa omnipresencia propia de las nubes | | | | Cabalgando meridianos y preces y dimensiones puras, | | | | Tú, ausente de geografías, en un paisaje | | |
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| | Inenarrable, imposible de signar con la frente | | | | Te levantas y arrostras impasiblemente | | | | La grave inconsciencia del aire, | | | | La rotunda frescura de los cielos | | | | Con esa indiferencia propia de palomas, | | | | Con esas manos transparentes, propias de los muertos. | | |
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| Por encima de todo, por debajo de todo, tambor, | | | | Tamborileas la fiesta de tu muerte | | | | En la piel de los gráficos y arcángeles, | | | | Revoloteando en ti la mansedumbre, el espejo, | | | | La mirada y el gesto de quien muere | | | | Teniendo las costillas intactas. | | |
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| Como un arcángel o como un cordero | | | | Deslizada del son y la sonrisa | | | | Te dejabas rodar en viva piedra | | | | Navegante de ti, navegante | | | | Al fin de golondrinas, | | | | Al fin de una espesura humedecida | | | | Que vierte aire y cielo y mar y regocijo. | | |
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(Estos cinco poemas fueron escritos en 1939 sobre traducciones realizadas del alemán por el Profesor Paul Aron. Escogidos en el libro de Rilke Poemas tardíos).
Carta en el agua perdida
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(A Federico García Lorca) |
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Federico, por hombres como tú | | | | se han inventado palabras como éstas: | | | | Cítara, Plenilunio, Narciso, Encantamiento. | | | | Y otras palabras más fuertes todavía: | | | | Corcel, Lágrima, Destino, Sangre. | | | | Y la que duele al párpado, la que penetra | | | | por sí misma sin sosiego hasta el cielo: | | | | Muerte. | | |
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| ¡Un monumento de aguas quisiera levantarte!, | | | | porque pensando en ti me siento ahogado | | | | por un espejo tinto en nieblas, | | | | por un espejo que no dará descanso a mi alma | | | | ni aún después de tener mil años muerta. | | |
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| Porque tu nombre es ahora de esos | | | | que dichos en voz alta suenan mudos, | | | | tienes un nombre ya que nos castiga las entrañas | | | | como ciertas noches lunares, en que sentimos | | | | asomándose ángeles y peces al barandal del cielo. | | |
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| ¡Sumergido en qué fuente, en qué escalera | | | | con las manos enterradas, despierto para siempre, | | | | Federico, constatas lo increíble, | | | | el vuelo eterno de una incansable mirada | | | | que te alberga, que te baña en verde los dedos | | | | y vase hollando, sutil vase por azoteas frías | | | | calculadas para jardines de un millón de años, | | | | Federico, mirando impenetrable las verdades | | |
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| | en qué sitio te encuentras, bajo qué árbol | | | | o en qué tecla de piano te escondes, | | | | nunca, nunca sabremos si quien pasa | | | | te lleva escondido en el pelo, | | | | nunca, querido, nunca podremos jamás beber el agua | | | | porque estarás parado junto a ella, | | | | bajo el lazo infantil, bajo la ceja, | | | | sobre la mano, Federico, responde, | | | | señálate la piel, cierra los ojos, | | | | Federico querido, sonámbulo, perdido! | | |
|
| Cuánto llueve debajo de los ojos!, | | | | y todo intenta continuar siendo lo mismo, | | | | las macetas pobladas de claveles, la tristeza | | | | mordiéndose el aliento, todo pretende | | | | mirar al sol de frente todavía, Federico, todo solloza | | | | tuerto, tan incompleto como un día sin noche o sin mañana; | | | | nadie se engaña sin ti, sin una estampa | | | | que fue para la vida una vena regada | | | | desde el Cielo. ¡Federico, qué verso tan exacto | | | | se nos queda pensando en que vendrás! | | |
|
| ¡Solo en el sueño engendrado, derribando | | | | hacia atrás hora tras hora, hasta encontrarte | | | | blanco y hermoso en una torre de iglesia cordobesa, | | | | y más atrás aún, hasta encontrarte | | | | dormido en una cuna, Federico, galopando | | | | gozoso el corazón, murmurando palabras oscuras, | | | | signos limpios de cuerpo, de guitarras | | | | desgajando sonrisas, carcajadas, los panderos | | | | agitados desnudos por el viento, los corales, | | | | campanillas para un niño
que tenía | | | | ojos de cascabel, ojos de muerto! | | |
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| Te imagino desnudo por el agua | | | | tiñéndola de azul y de persona, | | | | administrando primaveras, | | | | con la palabra «infinito» entre los dientes | | | | como si fuera una flauta o una manzana. | | | | Te imagino, querido, revolviendo jardines de la Virgen, | | | | virando de revés las Casas de los Ángeles, | | | | buscando anheloso una entrada a la tierra, al ensueño | | | | de muerte que es la vida, el Destino | | | | colgado de la frente de Dios, como una rosa; | | | | aquí la golondrina, el valle cierto, la fuente | | | | donde brota un rojo punto de sangre desvestida | | | | que es la Luna agorera, la impasible bandeja | | | | de la muerte. Aquí ya tus caballos embridados | | | | por senderos de estrellas, recios pechos | | | | nutridos de quimera, un centauro apenas | | | | si al abismo interpelara. Roto el espejo, | | | | y más, rota la vena, con las crines | | | | bordadas en silencio, en agua, en llanto, Federico, | | | | no queda sino el mármol, el aire que traiciona | | | | al ramo de violetas, las manos desprendidas | | | | conduciendo caballos infernales. Solo, Federico, | | | | presidiendo la lluvia, el nacimiento | | | | de un geranio negro, de una palmera tejida en alabastro, | | | | con todo el cielo dispuesto para el llanto, | | | | desesperado, ciego, acometiendo nubes, impetrando | | | | lágrima, corcel, destino, sangre. | | |
|
| ¡Federico! ¡Qué oscura suena la voz cuando te nombra! | | | | Una campana suena, una campana hacia adentro buscando corazón. | | | | Una flecha, querido, te rescata, | | | | isla alargada, isla de niebla, isla concreta, | | | | como ese dolor que pone la belleza en los ojos del hombre, | | | | como esa mansedumbre que tienen al morir los ruiseñores. | | |
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| | Si vieras, querido, cuánta fiesta persiste por la tierra, | | | | cuánta mirada de un dios o de una fuente nos asalta todavía, | | | | Federico, nacido en tiempo impropio, como el lirio | | | | sembrado a la orilla del mar, como la espera dedicada | | | | a un recuerdo cegado por la lluvia, Federico, dirías, | | | | dejadme el corazón, dejadme el sueño. | | |
|
| Una esfera de amor, un firmamento nevado de esperanza, | | | | el pórtico del sueño, la esperanza otra vez, los cristales | | | | de un mar insospechado, aquella gran neblina que se agita | | | | perdiéndose en la noche, la alborada fraguada por el llanto, | | | | cuanto respira camino hondo de la tierra, | | | | la sangre, Federico, la luz, la huella eterna | | | | que nos duele a los hombres por las venas | | | | como duelen al cielo las estrellas. Dejo, | | | | querido, el recuerdo, por velos, por afanes | | | | mecido entre tus ojos, ojos de cascabel, ojos | | | | de muerto insomne, presentido
en el rostro | | | | de los niños, en la tenue armonía de la lira | | | | pulsada por la voz de la fuente, por el sesgo | | | | de un cabello, desde el cielo. | | |
|
| Como un sacramento te devuelves | | | | por sobre playas colmadas de geranios, | | | | Federico, en cuatro sílabas, los cuatro puntos cardinales | | | | que más luego son mil, son infinitos, | | | | uno de tus cabellos, una sonrisa tuya | | | | cuelga de las manos sagradas de la Aurora, | | | | y tú sigues mirando, | | | | mirando cómo Dios renueva el verde, | | | | y cómo nace aún tanta belleza | | | | que la tierra se llama Federico. | | |
|
Poemas de la lluvia |
I
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Los niños invisibles de la lluvia, | | | | El sonido y el vuelo de sus hadas, | | | | Los tallos de sus flores, los jardines | | | | Lejanos de sus aves, el juego de escucharse, | | | | La nieve de su traje y el verde de los iris, | | | | Comienzan a mudarse en agua pura | | | | Por contemplar el rostro de la lluvia. | | |
|
II
| | Yo veo dentro de la lluvia | | | | a una mujer hilando, | | | | a un señor distinguido cuya barba | | | | se entrelaza en los árboles, | | | | a una guitarra blanca que tremola | | | | esa voz peculiar de los que amo. | | |
|
III |
| ¿Qué lluvia es esta cuya voz recuerda | | | | tanto silencio ido con la muerte? | | |
|
| ¿Qué lluvia es esta cuna al pensamiento | | | | y al más oculto sueño realidades? | | |
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| ¿Qué lluvia es esta lluvia que recuerdo | | | | aún debajo del sol y dentro de la lluvia? | | |
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—263→
|
IV |
| El pensamiento ha ido a reclinarse | | | | como un ave cansada | | | | en el lecho incesante de la lluvia. | | |
|
| Solo con la lluvia y el vacío, | | | | en la soledad incesante de la lluvia, | | | | hablando de ti cristalinamente en el vacío. | | |
|
|
V |
| Cuando desciende, | | | | es como si todas las mujeres sollozasen. | | |
|
| Cae sobre las flores | | | | tan cuidadosamente | | | | como si trajese en las vivas palmas de sus manos | | | | un mensaje del cielo. | | |
|
| El señor de las flores habla en ella | | | | un lenguaje más triste cada día. | | |
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| Nunca se la ha visto | | | | destruir la rosa. | | |
|
| Cuando asciende, | | | | es como si las abejas desnudasen, | | | | de un solo vuelo, | | | | todo el firmamento. | | |
|
|
VI
| | Una mujer canta mientras cae la lluvia. | | | | Canta mientras la lluvia derrama su mas puro silencio. | | |
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| | Se escucha el milagro de que su canto sea | | | | Más silencioso que el canto de la lluvia. | | |
|
VII
| | La imagino en el cielo. | | | | Ahí anda apresurada en busca de sus guantes: | | | | Partirá hacia la tierra en breve espacio: | | | | El carmín en sus labios, el eterno arrebol de sus mejillas, | | | | La gracia incomparable de sus rizos, | | | | Y la sombrilla gris que nunca olvida. | | |
|
VIII |
| Danzan las gotas de lluvia | | | | Sobre la fina playa de sus hombros. | | |
|
| Flechas breves de nieve se acomodan | | | | Al paso de delfín con que desdeña | | | | Ese ardiente besar. Ahora se escucha | | | | El dolor siempre oculto de la lluvia, | | | | Se escucha su nostalgia de habitarle, | | | | Su fracasado ensueño de ceñirle | | | | Con amorosos lazos la mirada: | | | | Mi corazón sonríe hacia los cielos | | | | Y es uno con la lluvia ante su alma. | | |
|
|
IX |
| El agua es solamente | | | | la sombra de la lluvia. | | |
|
| Los ruiseñores, | | | | acuden a la lluvia | | | | con su canto. | | |
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—265→
|
| Sólo el cuerpo del ave | | | | queda preso en el agua. | | |
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|
X |
| La ventana se asoma hacia la lluvia | | | | con tanta inteligencia como un ave. | | |
|
| Ella mira infantil, mira asombrada | | | | como la lluvia llega a sus cristales. | | |
|
| Amor comienza a construir su techo: | | | | Para siempre la lluvia es una niña | | | | Cuyo pecho destruye la belleza. | | |
|
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XI |
| Volver como tú vuelves | | | | desde aquella región donde la sombra | | | | es el único árbol | | |
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| Volver como tú vuelves | | | | sabiendo simplemente qué es el cielo, | | | | -sólo bosque de nubes, foresta interminable de la estrella- | | | | o pradera en que aún vibran los recuerdos. | | |
|
| Saber como tú sabes | | | | qué rostro se ilumina cuando sueña | | | | el ángel de la lluvia. | | |
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Canción
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|
Porque si nadie muriese algún día | | |
| Las iglesias serían más altas que el humo | | |
| Porque sí Porque si nadie muriese | | |
| Quién olvidaría a quien | | |
| Qué semilla qué torre no sería | | |
| Con sólo un helecho que sobreviviese | | |
| Toda cadena estaría confirmada | | |
| Mil años dos mil años tomaría la maduración de un fruto | | |
| Perduraría el humo mil años dos mil años | | |
| Un sonido cualquiera de campana | | |
| Se petrificaría en el milenio venidero | | |
| Porque sí porque si nadie muriese | | |
| Si este mapa no se decolorase más y más | | |
| Si este cuerpo no se inclinase poco a poco husmeando el humus | | |
| Las verdeantes colinas tendiendo sus cabellos | | |
| En el aire inmortal golpeándose en el aire mortal | | |
| Donde hay un túmulo habría un alto lecho progenitor | | |
| Pues las estatuas son porque hay la muerte | | |
| Y hay la muerte la hay no hay que olvidar la muerte | | |
| Que está y la hay un día lo avisa en el cuerpo de la madre | | |
| En el cuerpo del pajarillo minúsculo en el cuerpo invencible | | |
| Donde jugamos mirando de lado pero la hay y duele | | |
| Porque si tú porque si alguien y tú no muriesen nunca | | |
| El color victorioso de tus ojos se esparciaría | | |
| Y donde hay calveros desolados irrumpirían los áloes | | |
| Porque sin comprender presientes que te elude | | |
| Que no eres piedra para un convenio | | |
| Que tu sangre no basta para una resurrección | | |
| Siéntate en las rodillas mullidas de la muerte | | |
| Óyela en su berceuse atrápala en su arrullo | | |
| Sujetando en tus manos el helecho que sobrevive | | |
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|
| Porque el amor pasa de ti a ti como la nieve | | |
| Y firme y firme con los ojos esparciendo hacia adentro | | |
| Descúbrete la recóndita hornacina del tiempo | | |
| Sobrevívete ay para que no seas | | |
| Ay a toda devastación una estrella evadible | | |
| Donde mejor golpea y cava el tiempo del helecho | | |
| Precisa con tu lento deshielo la precisión del deseo | | |
| Porque si nadie muriese nunca más | | |
| Pero dejemos esto alcánzame el otoño de soñarte me hielo | | |
| De que puedas caerte un día dentro de la nieve precisa | | |
| De que te mueras porque hay la muerte la hay y duele | | |
| Dejemos esto abrígame a ese techo mi imprescindible olvido | | |
| Salgo al sol silencioso de la luna a roerme las uñas | | |
| A pagar un tributo. | | |
Larga serenata lunar |
| Las pruebas del mundo lunar indiferente | | | | vinieron a buscarle bajo el sueño: | | | | estaba el cuerpo derribado en su meridiano fulgurante, | | | | y el alma estaba meditando en el país de nieve. | | |
|
—271→
|
| «Oye, deja a un lado esos instrumentos. | | | | Haz rodar a tu arpa hacia el próximo incendio. | | | | ¡Bien! Levanta un poco ese hombro plúmbeo, | | | | Otro poco aquel pie, otro esa mano, helecho. | | | | ¡Bien! ¡Esto es danzar! Esto es hacer la luna, | | | | Con el metal efímero exactamente vegetal, | | | | Como es la luna, como es justo que sea si no lo es. | | |
|
| ¡Ay qué duro hiela para los ratoncillos | | | | Que conocieron las grandes hojas de Victoria | | | | Allá en sus amazonas domésticamente descubiertas! | | | | Cúbrete con esta piel de canguro, oh, que nadie te vea, | | | | Y sal por aquí, por estas escalerillas en el agua, | | | | Atravesando Discóbolos, Apolos, Madonnas albísimas, | | | | Que son a la nieve el
éxtasis fiel, su reverso. | | |
|
| Sal por aquí tú el todavía sereno, el regalado | | | | Con paisajes de un mármol amoroso y seguro. | | | | Toma mis manos: estos son los dedos miliares de la luna. | | | | Toma mi brazo caballerosamente: no quiero descender. | | | | Toma mi camino y comienza a escuchar
un valsecillo | | | | Que en principio suena a jóvenes dialogando con sus espejos, | | |
|
| Y que luego ya oirás desplegando sus verdades. | | | | Sopla en la nieve la cuerda pura su pasión, | | | | Música diestra para llamar las ninfas a concilio | | | | Es la que viene alzando con sus velos nuestra magia nevante. | | | | Presta tu oído a la tempestad remota, pajarillo inocente, | | | | Que te quedas de pronto entelerido y rompes a cantar, | | | | Y tu canto parece un gemido bajo el palio sombrío. | | | | Tiende tus manos a la luna, tu corazón dormido, tu confianza. | | |
|
| ¡Vamos idílicamente tu y yo a pasearnos un poco, | | | | Oh puro amigo mío, que eres hermoso como un reno! | | |
—272→
| | Ven del brazo de la luna a través de esta llanura | | | | Donde la música está sentada, sosegada como un anciano | | | | Cuya frente ya fuese el reino de los sauces. | | | | Ven tú, el inocente que arde entre inocentes, | | | | El que tiende su mano primorosa buscando las estrellas. | | |
|
| Vamos a elevarnos austeramente sobre el agua lunar, | | | | Oh tú el grácil más que un pez, el igual entre hermosas monedas | | | | Déjame ceñir tu singular espalda, tu vientre que es tibio como el amanecer, | | | | Pues sólo puedo dar razón de la belleza, y soy la hembra serena, | | | | Y tengo esta pradera ofrecida a ti, pradera de dormidas flores sepulcrales, | | | | Donde cada estrella custodia a un ser hermoso que fue, a tu paso | | | | Estréchame las manos y partamos, ¡amigo mío!, cúbrete la piel, no temas nada. | | |
|
| ¡Ay! Te has caído a ochocientos kilómetros, te has caído | | | | Con un sólo panecillo hecho de trigo y miradas de ovejas, | | | | Ay el hermoso que ya no me alcanza y cae: sigue mi risa. | | | | Ahora verás la música golpeando en tus espaldas su locura, | | | | Si te llamabas Juan ahora te llamaremos Simple, ¿oh Simple | | | | Por qué no supiste prevenir? Rema hacia arriba, danza | | | | Con tu pequeño gabán de canguro valsante. | | |
|
| Un valsecillo, ¡ay! Ay delirio de la y griega | | | | Flagelando al cuerpecillo que pedalea en la nieve. | | | | ¿Adónde vas? ¿adónde picarillo mío? ¿adónde girasol? | | | | Mira hacia allá abajo hacia la otra luna | | | | Y guarda memoria de estos torbellinos | | | | Para que descifres acuciosamente el Manicordio | | | | Que aquí se toca y rige nuestro baile nevado. | | |
|
| ¡Un valsecillo! Un valsecillo para las élfides solitarias. | | | | Copos, renillos, timbres y nieblas son los que hacen el valsecillo | | | | De arriba a abajo, de derecho a revés, el vals atruena vertiginosamente, | | | | Sobre los abetos y desaparece y aparece malicioso en la red del espliego | | |
—273→
| | Que viene cayéndose a ochocientos kilómetros con los ojos ardiendo. | | | | Un vals de señora desesperada y trémula porque en su costillar | | | | El diablo está tocando la música del vals que bailaba. | | | | ¡Ay! ¡Un vals arrojado del infierno, un vals dirigido por la luna! | | | | ¡Bien! ¡Bien! Tócale a la muerte su vestido gris, baila su danza. | | | | Organillero hermoso, que sólo conoces una cancioncilla: | | | | Montecillo de espinos tras de la luna, tras
de la luna almas, una tras una. | | | | Romántica universal de lentes la Señora te baila meditabunda flecha | | | | Mientras alza tus hombros el torbellino de tinieblas cayendo: | | | | Tú estás y tú no estás recorriendo el espacio celeste de la nieve. | | |
|
| Y puede parecerte inútil el ofrecimiento de esta partitura. | | | | Pero conviene llegues a la última dársena con ella aprendida: | | | | ¡Bien! Dos compases para el demonio primero, dos compases. | | | | Dos compases para la sagrada disolución de tus venas primero. | | | | Dos compases para infundir más apego al vacío primero. | | | | Dos compases para adormecer a los hijos habidos en Diciembre primero. | | |
|
| Dos compases para la mano izquierda, dos para el oído izquierdo. | | | | Dos compases para convertir el metal en radiante alameda. | | | | Dos compases a todo, sobre la piel, y venga una coplilla undosa, | | | | Y siga el girasol girando, y el ruiseñor ardiendo y la lluvia nevando | | | | Y que tu pie afloje sus nudillos de hueso a las mallas del humo, | | | | Y venga la coplilla undosa a coronar las cumbres de este vals: | | | | Cuándo, Señora mía, mi alma llamarás, cuándo, calandria hermosa, mi techo alumbrarás. | | | | ¡Baila sobre el ventisquero criatura delicada! | | | | Que te asedian los cuerpos vacíos, la tenebrosa nada, | | | | De estar bailando con los pies en el aire, con la cabeza | | | | Golpeando sobre el trono macizo baila tu ardiente baile | | | | Y sigue el ruiseñor llorando y el lobo cantando la alabanza, | | | | Y la nieve buscando mendigos, y el trueno riendo parado en la nieve. | | | | ¡Bien! Mueve esos hombros de espectro conservado, danza y resuena. | | |
—274→
| | ¡Mira cómo estalla el vals por dentro de la nieve! | | | | ¡Mira qué bien entras con pie segurísimo en el reino de los sauces! | | | | No asgas mi impalpable vestido, que por él circula un viático inmortal | | | | Oye mi carcajada suave y culminada afiladamente arrinconada a tus huesos. | | | | Aquí estamos tu y yo de muerto a muerto rodando sobre el agua lunar. | | | | Y tú no alcanzarás a sentarte en el límite, ¿lo oyes?, tú seguirás cayendo aciagamente.
| | |
|
| ¡Ay! Mecido por la luna creo que el sol ya viene. | | | | Aquí ya no hago nada: mi bastón, mi sombrero, mi abrigo. | | | | Enfunda mi guitarrico de plata y mi música dale a las sombras. | | | | ¡Bien! Asómate a un arbolillo con un arpa en tus manos. | | | | Muy buenas noches amigo mío, el de miembros dulces, ya he de tenerte un día. | | | | Baja el telón de un rápido tironcillo contra ese oleaje de mí. | | | | Buenas noches. Comienza lo que llamas el alba. Vives todavía». | | |
|