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1

Hernández, «Las manos» (1937: 101-105). En el ángulo inferior derecho de la contracubierta aparece la indicación: «Precio 8 pesetas». El poema también fue publicado meses después en Versos en la guerra, 1938, (VV. AA., 1938), acompañado de una ilustración de Abad Miró. Véase Larrabide (2009-2010). De Viento del pueblo existe una edición facsímil a cargo de Rovira y Alemany Bay (1992). También destaca la edición de Cano Ballesta (1989).

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2

Los adjetivos «sonoro» y «luciente» los emplea fray Luis de León (del que posiblemente haya una huella léxica en el poema) en la oda XIII («De la vida del cielo»): «Alma región luciente» (v. 1), «Toca el rabel sonoro» (v. 26).

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3

También recuerda un par de fragmentos de Azorín: en el capítulo 16 de Pueblo (Novela de los que trabajan y sufren), 1930: «oleaje de pies a lo largo de cuatro siglos»; y en Doña Inés (Historia de amor), 1925, el momento en que Martínez Ruiz evoca la intrahistoria de Segovia como un bosque rumoroso de manos de todos los oficios y condiciones (1992: 254).

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4

Véanse los poemas «Alianza (Sonata)», «Juntos nosotros», «El fantasma del buque de carga», «Tango del viudo», «El sur del océano», «Desespediente», «La calle destruida» («manos de piedra llenas de ira», 225), «Maternidad», «Material nupcial», «Entrada a la madera» («veo crecer manos interrumpidas», 260), «Apogeo del apio» («manos mojadas», 263), «Estatuto del vino» («manos de cadáver», 271), «Alberto Rojas Giménez viene volando», «El desenterrado», «Vuelve el otoño» y «Josie Bliss».

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5

Puede ser útil al respecto la lectura de Saneleuterio Temporal (2010: 37-63).

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6

Véase además Salaün (1993b: 109-110), para la misma idea arriba expuesta.

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«Porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzar a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le va poniendo negro, oscuro y feo, y aun de mal olor, y, yéndole secando poco a poco, le va sacando a luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego; y, finalmente, comenzándole a inflamar por de fuera y calentarle, viene a transformarle en sí y ponerle tan hermoso como el mismo fuego» (San Juan de la Cruz 1991: II, 10, 1).

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8

Hablar de la relación lírica y amistosa de Hernández y Neruda es un lugar común al menos desde Cano Ballesta (1971), aunque todavía queda mucho por analizar. Véase además Cervera Salinas (1993).

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9

Mainer (1993: 32) ha escrito que «el cuadro El asombro de las espigas de Maruja Mallo, quizás el más conocido de cuantos pintó en esta nueva época, podría ser un soneto hernandiano».

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10

Véase además Rovira (1983: 289-291).

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