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Poesía. Viage al Teyde

Rosa María de Gálvez






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   ¡Portentosa natura! yo en mi mente
Saludo tus augustas maravillas,
Obra de un Dios de eterna Omnipotencia:
Permíteme que pueda reverente,
Al tiempo que me humillas
Con tu magnificencia,
Del Teyde abrasador cantar la cumbre,
Su altura prodigiosa,
Su hondo abismo, y su mole cavernosa.

   El astro de la luz, padre del día,
Del globo de la tierra
Sus rayos escondia,
Quando yo penetraba
De Laguna1 la selva deliciosa.
Si entre el horror sangriento de la guerra
Sublime Tasso en su cantar mudaba
La horrible trompa en cítara de amores,
Que en la selva de Armida resonaba,
Del bosque de Laguna Apolo en tanto
La imagen inspiró á su dulce canto.

   Por el mil arroyuelos se deslizan,
Que en tortuoso giro
Cortan del valle el plácido retiro.
Allí en largas praderas fertilizan
El Plátano sabroso;
Aquí verdes colinas esquivando,
Su falda van lamiendo,
Y del tronco pomposo
Del Drago2 la altivez desenvolviendo,
Que de su seno abriendo las vertientes
De púrpura matiza las corrientes.

   Las frutas, y las flores
Lisongean, y alhagan los sentidos
Con su sabor y olores,
Encantan los oídos
Las quejas de los dulces Ruiseñores;
Y del canario y colorin hermosos
A par resuenan ecos harmoniosos.

   La bóveda perpétua de verdura
De esta selva sombría
Pasó entre sus antiguos moradores
Por el eliseo campo
Do en eterna ventura
Habitaban las sombras inmortales
De los varones y héroes virtuosos;
Al tiempo que en el Teyde los malvados,
Testigos desgraciados
De su gloria lloraban envidiosos;
Y con hondos clamores
Del volcan agotaban los ardores.

    Envuelta en estas lugubres ideas
Mi mente se agitaba,
Quando veloz la noche desplegaba
Su manto por el mundo,
Las sombras por el viento descendian,
En los copados árboles caían,
Y el silencio profundo
De las aves mostraba al caminante
Del forzoso descanso el dulce instante.

   La senda dexo, y encontrar procuro
Un asilo propicio á mi reposo;
Busco y elijo, como el mas seguro,
De una alta roca el hueco pavoroso,
Por donde entre el horror, que le acompaña,
Su cóncavo presenta la montaña.

   Dexo el temor, y al resplandor sombrío
De las humosas teas
Me adelanto con planta vacilante;
Mis ojos vagan por el centro frio,
Y en él ¡gran Dios! encuentro la morada
De la implacable muerte,
Ella su trono obstenta
De esta horrible mansión en el silencio;
Sobre nudosas ramas, sobre rocas
Cubiertas de cadáveres le asienta:
Los Guanches3 invencibles
Aquí yacen por siempre; de sus miembros
La seca piel señala los contornos,
Que el lino en mil aromas empapado4
Del imperio del tiempo ha reservado.

   En largo trecho colocadas penden
Sus armas destructoras;
La honda nerviosa, que la piedra lanza,
El arco con las flechas voladoras,
La maza, que orna el pedernal agudo;
La hacha cortante, el dardo arrojadizo,
Y del junco pagizo
El alto estrecho impenetrable escudo.

   Así armáron los brazos invencibles,
Quando al valor uniendo la destreza
Su libertad constantes defendiéron:
Yo llena de respeto á su memoria
Las sublimes acciones
Recuerdo de su historia,
Y baxo el mismo techo de reposo,
Que sus restos encierra,
Descanso busco en la desnuda tierra.

   Al despuntar la aurora, el blando sueño
Sacudo diligente;
Sigo la senda, que á la cumbre guia;
Pero el espeso abrasador ambiente,
Que las rocas exâlan,
Oprime y cansa la firmeza mia:
Esteril muestra, y agostado el suelo,
Que el alba aquí jamas con su rocío
Templó los ayres del fogoso estío.

   No desanima mi constancia: el paso
Respirando anhelante,
Adelanto atrevida:
Las erizadas piedras cada instante
El riesgo me hacen ver del precipicio;
Y baxo de mis plantas parecia
Prolongarse la senda, que me guia.

   Al fin al cerco, que de nieve ciñe
Esta ardiente Pirámide del mundo,
Llego mas libre á respirar: entónces
El yelo derretido en mil torrentes,
En torno sus corrientes
Desprende, velocísimo saltando,
Y en su giro arrastrando
Moles de lava, que veloz despeña,
No dexa del sendero breve seña.

   El ayre helado aquí, de intenso frio
Los miembros penetrando,
Con mortal pasmo enerva y adormece,
Y el nublado su basa colocando
Sobre los montes, que la nieve eleva,
La atmósfera parece
Que terminan unidos,
En ayre, en agua, en yelo confundidos.

   Profundo lecho, que el ardiente azufre
Abrió en la roca, huyendo despeñado,
El paso deseado
Dexó á la intrepidez; por él ansiosa
Penetro de la niebla el seno obscuro,
Y al través de la nieve hollando fuego,
Del horror triunfo, y á la cumbre llego.

   Aquí, como en el trono que la tierra
Erigió sobre el mundo,
La magestad contemplo
Del inmenso Océano,
Que en su vasta extension al orbe encierra;
De su seno profundo,
Las islas fortunadas
Se descuellan de frutos coronadas,
Presentando los fértiles lunares,
Que la tierra elevó sobre los mares.

   Radiante el sol parece en el oriente,
De luces coronado,
Y de explendentes cercos rodeado;
Pero el excelso monte
Su grandeza y su pompa disminuye,
Miéntras la sombra de la cumbre huye
Al opuesto orizonte,
El mar cubriendo, embarazando el viento,
Y uniendo el occidente al firmamento.

    El Cielo despejado, el ayre puro
Aquí por siempre fuéron;
En tanto que en la falda los nublados
Se rasgan, y los rayos son lanzados;
Se oye el trueno rodar, y vagarosa
Volando la centella en su carrera,
Baxo mis plantas alumbró la esfera.

   Son de esta cumbre, á par que altiva esteril,
Adorno triste calcinadas rocas,
Piedras vitrificadas,
Entre sulfúrea lava sepultadas:
En el centro el volcan abre su abismo,
De horribles precipicios rodeado,
Y aunque cante la fama,
Que se agotó el origen de su llama,
El vapor inflamado,
Que vuela en torno de una y otra peña
De su perpetuo arder el rastro enseña.

   De las entrañas de este inmenso seno
Por mi mano lanzada
Redonda piedra, de uno en otro abismo
Baxando despeñada,
Con pavorosos ecos
Retumbar hizo los ardientes huecos.

   Y ¡son estos horrores lo que resta
De la Atlantida fertil en el orbe,
De la vasta region, que opuso en vano
Sus zonas al furor del mar undoso!
No pintaré su destruccion terrible,
Que el sublime cantor5 del océano
Inspirado de Apolo
Cantó con metro reservado á él solo:
Mas sí, que el fuego, que encerraba entónces
Esta parte del mundo,
Oprimido del peso de las ondas,
Intentó disputar al océano
El centro de la tierra;
Y á su fuerza central rápido uniendo
La primitiva llama,
El Teyde sacudiendo y desgarrando,
Al mar declaró guerra,
Y lo hizo extremecer, y que sus olas
Huyéran hasta el Africa temblando.
Entónces el incendio
Se desplomó en torrentes pavorosos;
Parte fué en humeantes torbellinos
Al mar, que hirbió en ardientes remolinos;
Y parte arrebatando el raudo viento,
En lluvia centellante convertida,
Abrasó en su caída
De la tierra el pacífico elemento.

   Los peñascos cien bocas espantosas
Abriéron derrocados;
Las islas venturosas
Sus asientos sintiéron trastornados;
Y en el piélago undoso unas se hundiéron,
Al tiempo que á su faz otras subiéron.

Así algun dia la explosion terrible
Renovando el volcan, hasta la esfera
Su llama volará en veloz carrera:
Y del Eter purísimo inflamando
La region espaciosa,
Su extension luminosa
En fuego convertida
Abrasará la tierra extremecida;
Y tú, océano, el hondo precipicio
La prevendrás, quando al abrir tus ondas
La destruccion universal escondas.





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