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Poesías


Juan Arolas






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Poesías

Cartas amatorias



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Advertencia

Nada se halla en este pequeño volumen que sea hijo de la ficción y que no esté realzado por la verdad. Su mérito es el sentimiento, y ésta la principal cualidad que lo caracteriza. Este género de cartas requiere un estilo puro, sencillo y muy afectuoso, cuyos versos fluyan con la facilidad de un arroyo, concilien el sueño y adormezcan los sentidos con su murmullo, transparenten el alma como un cielo, por do se ven pasar las nubes de las pasiones, unas ligeras, brillantes y matizadas de colores; otras tristes, sombrías y aplomadas: este arroyo no debe imitar el bronco bramido de los mares, ni los sones del torrente hinchado. Su tono dulce y apasionado es el del amor primero, que siempre deja un sello en el corazón, amor de recuerdos, cuya ilusión es la última que nos abandona al pie de la tumba. El primer amor dictó estas cartas, y habrán llenado su fin, si reúnen y describen con hermosas pinceladas, el fuego del corazón, la dulce melancolía, la leve esperanza, los celos, las quejas y los dorados sueños, propios de la primavera de la vida, edad de flor y de ansiedades.




ArribaAbajo

A Célima


ArribaAbajo    ¿Vuelves al mar, ingrata, o me abandonas
a llorar los rigores de la ausencia?
¿Y quieres que mis ojos que te buscan,
noche y día con llanto se humedezcan?
Hoy se agitan las olas murmurando  5
tu ingratitud, sensibles a mi pena,
y las aves no cantan, cual solían,
y los céfiros blandos no recrean.
¡Ay! deja la ciudad, ¿qué te detiene?
Como tigre feroz, de mármol era  10
quien fundó las ciudades populosas
y levantó a las nubes sus almenas.
Más feliz en la rústica cabaña,
sin oír el clarín que Marte suena.
En la dorada edad vivió el amante,  15
exento de los males que hoy nos cercan.
Ya el mísero mortal gime intranquilo;
junto a sus mismos lares ronco truena
el cañón espantoso, que preñado
de luto y orfandad mueve sus ruedas.  20
Nacimos para amarnos; pero ciegos
prefiriendo a la paz la cruda guerra,
ni sentimos, ni amamos, ni nos unen
los lazos de amistad que unir debieran.
Mi Célima, yo evito las ciudades,  25
sólo el campo mi gusto lisonjea;
libre de los cuidados enojosos
coronaré mi sien de verde yedra,
y al declinar las tardes del estío,
del agitado mar en las riberas,  30
cantaré tu hermosura que me tiene
prisionero de amor en las cadenas.
¿Y tardas en venir?, ¿puedes acaso
dejar en triste olvido tu promesa?
¿Será que arrebatada de los vientos  35
se sepulte en el mar, y jamás vuelvas?
¿Por qué tanto rigor? No, bella amiga,
volverás a la playa lisonjera,
y enjugarás mis lágrimas ardientes
que en la pira de amor son grata ofrenda.  40
Veré tu rostro al fin, podré en tus brazos
calmar este volcán que me atormenta.
¿Tanta dicha un mortal conseguir puede?
¿Tan celestial favor tu amigo espera?
Te contemplo cual Diosa, a cuyas aras  45
sin debido temor ninguno llega;
rayos vibran tus ojos al profano
que un pecho impuro a tu deidad presenta.
Naciste allá en la Idalia, y del regazo
de la hermosa que en Chipre se venera  50
te recibió Diana, y tu cunita
la mecieron las ninfas de la selva.
No eres mortal, divino fuego anima
tus preciosas mejillas, dulce y tierna
como Safo y Corina, vivos sólo  55
para endulzar los malos que me aquejan.
¿Y quién no te amará? Quien tu atractivo,
quien la fuerza de amarte resistiera,
podría fácilmente con los mares
juntar del claro cielo las estrellas.  60
Los pechos a tu vista se derriten,
con tu encanto las almas se enajenan,
y es obra misteriosa de un momento
verte, y quedar herido de tus flechas.
¡Oh magia seductora! ¡Oh qué martirio,  65
qué lucha el corazón experimenta,
cuando adora en secreto, y no se atreve
a declarar sus ansias a una bella!
Yo probé este dolor; te vi, y al punto
el fuego discurría por mis venas:  70
se teñía de púrpura el semblante,
mi pecho palpitó, calló mi lengua.
Pareciome un tormento que halagaba,
Pareciome un encanto de sirenas;
Amé, dudé, temí, pensé ofenderte,  75
y cedí a la esperanza que consuela.
Al ver correspondido mi cariño
humo fue para mí toda grandeza;
mi tesoro mayor fue tu hermosura;
ser tu esclavo mi dicha verdadera.  80
Otros del crudo Marte, en rudas lides
sigan osadamente las banderas,
y el sueño de sus noches interrumpa
el belicoso son de las trompetas.
Más dulce es la milicia del amante,  85
distintas son sus armas y poleas,
distinta la victoria, siempre vence
el que dócil se rinde, humilla y ruega.
¿Quién contará las glorias de Cupido?
En los brazos de Venus Citerea  90
suspira aprisionado el crudo Marte
olvidando su bárbara fiereza.
Marco-Antonio sus naves abandona
por seguir a Cleopatra que se aleja,
y las ondas del mar que va surcando  95
no sofocan la llama que alimenta.
Ama el fuerte que vence en las batallas,
ama el héroe que ciñe la diadema,
ama el sabio y el rústico ignorante,
saben amar las aves y las floras.  100
¿Quién inspiró los versos armoniosos
al que lejos de Roma se lamenta,
al amante de Julia desterrado,
sino el rapaz que aguza sus saetas?
¿Quién a Galo y Tibulo, y al que canta  105
de Cintia la elegancia y gentileza?
¿Quién al tierno y sensible Nemoroso
que publica el desdén de Galatea?
Célima, tantos cisnes del Parnaso,
dignos de estimación y fama eterna,  110
debieron sus cantares delicados
del amor a la mágica influencia.
Tú podrás inspirarme, si armoniosas
sonaron de mi cítara las cuerdas;
tuyo será el honor, tuya la gloria,  115
mío será el renombre de poeta.
¿Cuál te cantara yo? Puro y sincero
ceñida de arrayán la cabellera,
y en traje de pastor cual otro Apolo
ensayara en tu honor mis cantinelas.  120
Ninfa, si el canto mío te agradase,
menos esquiva, menos dura fueras;
volaras a mis brazos, como suele
volar a los tomillos la abejuela.
Ora solo y sin ti fue voy vagando  125
por la tendida playa, sin que pueda
apartar los recelos de perderte
y calmar sólo un punto la tristeza.
¿Será, digo, que Célima me olvide?
¿Que un indigno rival a mí prefiera?  130
¿Que se entibie su fuego cuando el mío
con nuevo ardor sus llamas acrecienta?
Con profundo dolor llagado el pecho
suspira, al recordar estas ideas;
y agonizo, mi bien, cual si un veneno  135
las fuentes de la vida destruyera.
Padezco como el mísero que sufro
de tormento la bárbara sentencia,
y es tendido en la máquina execrable
que inventó la crueldad en las tinieblas.  140
Paso en afán los días; mas las noches
son tardas en marchar, y pronto llegan
las horas tan posadas al sensible
que distante se ve de amada prenda.
Tiende la diosa el manto tenebroso,  145
cubre de obscuridad toda la tierra,
hasta que de la luna incierto rayo
con plateado brillo la hermosea.
Sólo el bronco murmullo de las olas
interrumpe el silencio que aquí reina,  150
y el viento que agitando los arbustos
por toda la campiña aromas lleva.
Varias formas los sueños imitando
a nuestra fantasía se presentan,
o con placer mentido nos halagan,  155
o nos pintan imágenes funestas.
Dichoso del mortal, cuyo reposo,
sobresaltos y horror no experimenta;
duerme en tranquila paz, y en el regazo
de su amable y virtuosa compañera.  160
Duerme el amante, y teme: o me parece
que de mi cara patria me destierran,
robándome tu vista cariñosa,
que para mí es la suerte más adversa;
o que el furor de un padre te prepara  165
nuevo lazo de amor, que tú detestas,
y al pie de los altares das la mano
al que tu corazón y afecto niegas:
otra vez me parece que enojada,
mi voluntad y mi querer desprecias;  170
que te apartas de mí, que me abandonas,
y que es tu ingratitud mi recompensa.
Libre ya del letargo dejo el lecho,
sombras de muerte y luto me rodean,
y cuando reprimir procuro el llanto,  175
mis mejillas con lágrimas se riegan.
Oigo el mar, y el murmullo de sus aguas
figura de mi pecho la tormenta.
Vuelvo al cielo mis ojos, y en la luna
contemplo tu beldad linda y honesta.  180
Perdona, hermosa mía, si te ofende
la simple confesión del que te aprecia;
tú sabes que en amor, entre dulzuras,
de los celos la amarga hiel se encuentra.
En la taza que apura de ambrosía  185
el amante feliz, bebe la mezcla
de dañosa cicuta, y no hay placeres
que de todo pesar y afán carezcan.
En la rosa gentil, que en Mayo escoges
de las mil que contiene la pradera,  190
encontrarás la espina ponzoñosa
que los incautos dedos atraviesa.
¡Oh! ¡muévete a piedad! no, no retardes
tu llegada a mi choza que te espera;
No dudes de mi fe, que a ti consagro  195
mis días, mi fortuna, mi existencia.








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Respuesta


ArribaAbajo    Jamás ingrata fui, jamás mi pecho
pudo olvidar su fe pura y constante,
ni se entibió en mis venas aquel fuego,
fuego dulce de amor que tú causaste.
¿Y te quejas de mí? ¿Cruda me llamas?  5
Primero que contigo esquiva me halles,
verás correr las fuentes a su origen
y anidar las serpientes con las aves.
¿Ves la frondosa encina, que arraigada
del monte en las entrañas, mueve el aire  10
la copa más altiva, y burla a un tiempo
del Bóreas y del Euro los combates?
Mil árboles perecen en el bosque,
en la vecina selva todos caen;
ella sola con gracia permanece  15
en la común ruina invulnerable.
Esta es la viva imagen de tu amada;
en vano te recelas que doblarme
pueda a la adversidad ni a los dolores,
cediendo a la fortuna, que es mudable.  20
¿Quién podrá separar dos corazones
heridos por la flecha penetrante
del Dios que a su placer turba la tierra,
hace arder las campiñas y ciudades?
El mismo Jove teme el poderío  25
de este niño sagaz; teme sus artes;
no sea que otra vez mudado en toro,
con la carga gentil surque los mares.
Podrán los que persigan mi cariño
de tus queridos brazos arrancarme;  30
Podrán con duros grillos y cadenas
el cuerpo sepultar en una cárcel;
pero no lograrán que el alma mía,
ofendiendo a mi bien, sea cobarde,
ni que el labio pronuncie votos nuevos  35
de un profano himeneo en los altares.
Nací para ser tuya: aquellos lazos
que el cielo quiso unir, no es dado a nadie
separar sin la pena merecida
y que acompaña al crimen detestable.  40
¿Quién puede contrariar tiernos afectos?
¿Quién puede dividir dos voluntades?
¿Quién apagar la llama que acrecienta
El soplo vengativo de los males?
Mira si se apagó la de la hermosa  45
que al más desconsolado y tierno amante
estos conceptos tristes escribía,
del claustro en las funestas soledades:
«¡Infeliz! Yo pensaba ser la esposa
»de todo un Dios: ¡qué error!, conozco tarde  50
»que esclava soy de un hombre, y de Cupido,
»que sólo en perseguirme se complace».
Sí, que el último aliento de su vida
de su adorado fue; en aquel instante
quiso que a su suspiro postrimero  55
el nombre de Abelardo acompañase.
Descansa en paz, hermosa y desgraciada:
al recordar tu historia, dos raudales
de lágrimas inundan mis mejillas
y siento el infortunio que probaste.  60
Dame rosas, querido, y a su tumba
volemos a adorar su sombra errante;
juremos nuestro amor en su sepulcro,
ni la suerte, ni el tiempo nos separe.
¡Qué lisonjero gozo el de quererse!  65
¡Y qué placer tan grato el de adorarse!
Una cosa sentir, vivir en uno,
y disfrutando el bien, comunicarle.
¿Qué dicha habrá mayor? Los insensibles
no podrán disfrutar placeres tales;  70
no lloraron jamás, ni conocieron
dulces penas de amor, dulces afanes.
Dulce es el padecer, dulce es aquella
tristeza singular que muere y nace;
dulce es gemir y suspirar, y siempre  75
dulces las guerras son, dulces las paces.
El beso de tus labios amorosos
es para tu querida más suave
que las mieles de Hibla y que aquel néctar
que se sirve a los Dioses inmortales.  80
Recoger el aliento que respiras
y unir a mis mejillas tu semblante,
es el sumo gozar: gratos recuerdos
vienen a mi memoria con tu imagen.
Suspiro por volverte a mi regazo,  85
por ver tus dulces ojos, por hablarte,
por salir de la ausencia dolorosa
que procura sin fin atormentarme.
Dichosa seré al fin, dejando el techo
y muros, para mí desagradables,  90
que abrigan la maldad de los humanos:
correré a tu chozuela a refugiarme.
Desde aquí te saludo, mansión bella,
templo de paz, retiro del que sabe
la dicha conocer que el campo encierra  95
y apreciar la quietud que hay en los valles,
aquel silencio grato interrumpido
por zumbido de abeja susurrante,
aquella soledad tan majestuosa,
y el Turia que a los prados da realce,  100
todo ofrece a la vista cuadros bellos;
deleitan las pastoras y zagales,
deleita la violeta con su aroma
y el cantor de los bosques con sus ayes.
Salve, temido mar; puesta a tu orilla  105
quiero ver cómo surcan anchas naves,
que fueron en la selva verdes pinos,
al furor de los vientos tus cristales.
En la pintada popa el marinero
canta el desdén de Aglaura; y el combate  110
de los buques de Albión que al mar rindieron
por despojos las áncoras y cables.
Recuerda, caro amigo, qué apacibles
del Julio abrasador fueron las tardes:
¡Qué frescura en la playa!, ¡cuál rizaban  115
del mar la superficie auras fugaces!
Mil bellas en las ondas sumergidas,
a un escuadrón de ninfas semejantes,
las aguas agitaban, que espumosas
a nuestros pies venían a estrellarse.  120
Allí me prometías que primero
que el fuego de tus venas se apagase,
el astro que presido el claro día
perdería su luz pura y brillante:
que primero el Vesubio en sus entrañas  125
convertiría en nieve los volcanes,
siendo fieras las tímidas palomas
y manso el oso horrendo de los Alpes.
Promesa celestial, que está grabada
en mi pecho con letras de diamante,  130
que ni el tiempo destruya, ni la fuerza
con que humilla el poder fortuna instable,
volverán unas horas tan alegres;
yo misma coronada de fragantes
y purpurinas rosas, todo esmero  135
pondré en ser complaciente y agradarte.
Leve cendal me cubra, mis cabellos
libres, y con el céfiro flotantes
imiten la inconstancia de deseos
que en la edad juvenil suele notarse.  140
Ofreceré a la Diosa de las selvas
canastillos de flores y azahares,
y el clavel más pomposo, cuyas hojas
Febo con mejor púrpura pintare.
Templa en tanto la lira, dueño mío,  145
y canta de la ausencia el dolor grave,
o de la unión que esperas las dulzuras,
Así el cielo su día no retarde.




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A Vitorino


ArribaAbajo    Dura cosa es sufrir aquellas penas
que el furor de la suerte nos prepara,
Menos dura sufrirlas, si un amigo
suspira y se enternece al escucharlas:
vi de un reciente mal frescas heridas  5
con tan precioso bálsamo curadas,
con tales lenitivos se aliviaron
de envejecido amor profundas llagas.
Tú, que a probar me diste las dulzuras
que encierra en grata unión amistad santa,  10
mis lamentos escucha: no desdeñes,
el canto que mi musa te consagra;
y aunque el dolor que sufro noche y día
no admite del remedio la esperanza,
poder comunicarlo es un consuelo  15
que la piedad del cielo me depara.
Sometido de amor a las cadenas,
lloro en vano la paz que perdió el alma,
lloro la libertad que antes tenía,
lloro la esclavitud que me maltrata.  20
Dime, amigo, ¿qué encanto lisonjero,
qué poderoso hechizo es el que arrastra
al joven inocente que contempla
la hermosura de Célima y sus gracias?
Dime, ¿quién dio a sus ojos poderío  25
para humillar los pechos que se inflaman?
¿Quién consintió que a Venus Citerea
en belleza y en glorias igualara?
Suena su voz, y atónito el sentido
se suspende también, cual si cantara  30
el que del Orco obscuro suspendía
las furias, por librar a su adorada.
¡Mísero el que no teme sus enojos!
¡Insensato el que juzgue a sus miradas
ser de acero, o de mármol insensible,  35
que sufrirá a su vez justa venganza!
A su pesar sujeto a la coyunda,
procurará apagar su oculta llama;
pero al fin consumido y sin cordura,
confesará el error puesto a sus plantas.  40
Tú, caro Victorino, que del Segre
en la fresca ribera sujetabas
con artes de ti solo conocidas
el altivo desdén de sus zagalas;
guárdate, si respetas tu reposo,  45
de mirar a la ninfa venerada
del Turia en las riberas deliciosas,
tan hermosa y gentil como Diana.
Huye su luz, y evitas mil pesares.
¡Qué de penas su vista te causara  50
tan temibles al fin como en placeres
en su engañoso origen disfrazadas!
Cuantas yerbas produce la campiña,
cuantas del alto monte hay en la falda,
con sus hojas y jugos aliviarte,  55
idolatrado amigo, no lograran.
¿Quién puede resistir?, cuando procuro
de mi triste memoria separarla,
no puedo sosegar, y vuelvo al punto
al agudo dolor y pena amarga.  60
Grabado está en mi mente el tallo airoso
y el leve movimiento de su planta,
las delicadas manos, y los ojos
que adoro, aunque conozco que me matan.
Soy como mariposa, que inocente,  65
del brillo de la luz enamorada,
mil veces vuela en torno, y no sosiega
hasta que a su calor muero y se abrasa:
o bien como el hidrópico sediento
del cristalino humor que su mal causa,  70
que acrecienta la sed que le devora
cuando pone su esmero en apagarla.
No hay mundo para mí, mi todo es ella,
sin ella para mí no existe nada;
vivo para ser suyo, y no es posible  75
romper unas cadenas tan posadas.
Si al campo alegre voy a divertirme,
cada flor que los céfiros halagan,
de Célima me pinta la belleza,
y atónito me paro a contemplarla.  80
En las rosas advierto los colores
con que amor sus mejillas inflamara,
y en el clavel más rojo y elevado
su boquita risueña y agraciada.
Veo cuál se entretejo al olmo unida  85
de trepadora yedra verde rama,
y contemplo la dicha lisonjera
de dos que con placer unidos se aman.
Los espinos y cardos ponzoñosos
que par de la azucena se levantan  90
me presentan la imagen de los celos
que al extremado amor siempre acompañan.
Solo en una modesta campanilla,
al pie de un claro estanque retirada,
que no agitan los cierzos voladores,  95
de un libre corazón veo la calma.
Célima está en el prado y en el bosque,
Célima en las colinas y montañas;
al mar, a la ciudad, al río, al valle
cual sombra inseparable me acompaña.  100
Cuando sabe mi afán, cuando a su oído
llega mi voz contándole mis ansias,
con tibieza me escucha, y se sonríe,
o las juzga tal vez exageradas.
Si supiera el ardor de mis suspiros,  105
si el suyo con mi pecho palpitara,
si fuego igual las almas consumiera,
no sería conmigo tan ingrata.
Imitando a pastoras más sensibles,
a mi lado viviera en la cabaña;  110
en su seno la luz me dejaría,
y en su seno la aurora me encontrara.
¿Qué mueve a la cruel? Ni al monte vamos
a componer con liga aquellas varas
que aprisionan al simple pajarillo,  115
ni a recoger la fruta sazonada.
Olvida sus rosales; mas no es mucho
cuando me olvida a mí; sólo le grada
morar en la ciudad, donde se venden
lisonjas que se aprecian, aunque vanas.  120
¿Quién sabe si un rival afortunado
dobló con la porfía su constancia?
¿Quién sabe si unos ojos hechiceros
la detienen allí, y en venir tarda?
Quiera Júpiter sumo que los cielos,  125
mientras ausente esté, con nubes pardas
se cubran, y su luz no envíe Febo
dejando a la ciudad en niebla opaca,
¿Es acaso mejor con artificio
componer el cabello y vestir galas,  130
que viviendo en el campo ostentar sólo
los dones que natura lo consagra?
Caro amigo, tal es mi dura suerte;
me ha robado la paz su ausencia larga;
lejos también de ti, nadie consuela  135
mi aflicción y mi angustia continuada.
Escríbeme, cual Mentor a su alumno
de engañosos placeres apartaba,
cuando el joven por Eucaris ardía,
dando al olvido a Ulises y a su patria:  140
presérvame si puedes del escollo
que a mis días floridos amenaza.
Mas no me escribas, no, que si pretendes
que rompa del cariño la lazada,
de más penosa muerte la sentencia  145
solamente veré escrita en tu carta.
Más fácil me será parar los ríos,
y domar a las fieras alimañas,
y más fácil salir del laberinto,
sin valerme del hilo, astucia rara.  150
Ponme otro corazón que mío sea,
o aquel que a Célima entregué rescata;
convierte en fría nieve los volcanes
que hierven con furor en mis entrañas;
mándame que embarcado en débil pino  155
desafíe a las olas encrespadas,
o que vuele a los reinos de la aurora,
y vuelva de Occidente a ver las playas:
mas no que olvide nunca en mengua mía
juramento y promesas tan sagradas,  160
que el alto cielo oyó cuando rendido
de una hermosa a los pies los pronunciaba,
la luna era testigo de mis votos,
ya de la mayor osa la luz clara
se inclinaba al ocaso, y las estrellas  165
al descanso nocturno convidaban.
Nos vio del mar la orilla embriagados
apurar del placer copa dorada,
y con nuestros suspiros confundía
Neptuno el rumor bronco de sus aguas,  170
los céfiros, amigos de la noche,
Tendían sus alitas empapadas
en la salada linfa, y la llanura
del dilatado muelle refrescaban,
en soledad tan dulce a los amantes,  175
nacían los deseos, y sus armas
empleando Cupido, hería entonces
seguro de triunfar, con más pujanza.
Al beso del amor los tiernos labios
de mi querida Célima incitaban,  180
y al imprimir en ellos dulce sello,
prometí una y mil veces no olvidarla,
su blanca mano el cuello me ceñía,
en mi amoroso pecho recostada
lo inundó en largo llanto, más precioso  185
que todas las riquezas de un monarca.
Un deliquio embargaba sus sentidos,
con languidez sus ojos se cerraban;
suspiró, y en mis brazos... una nube
a la luna ocultó delicias gratas.  190
Yo comparé mi dicha a la que gozan
del Eliseo en la plácida morada
los héroes esforzados que siguieron
la senda que el honor y el deber marcan.
¿Seré inhumano pues? No tan distante  195
unce el sol sus caballos de Edetania,
ni del Cáucaso soy peñasco duro,
ni la leche mamé de tigre hircana.
¡Ay, caro Victorino! ¡Quién pudiera
pasar toda su vida sosegada  200
no disfrutando el bien que amor ofrece
por no exponerse al mal que le acompaña!






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A Inés


ArribaAbajo    Bella Inés, que no ignoras los secretos
de mi adorada Célima y los míos;
gentil, sensible y tierna entre las ninfas
que habitan en el Turia cristalino,
así del caro esposo que te adora  5
jamás entibiar veas el cariño,
ni los celos que roen la hermosura
en lecho de placer hallen abrigo,
que a tu constante amiga representes
las penas que me afligen de continuo.  10
Que le ofrezcas mi afecto respetuoso
y el tributo que rinden mis suspiros,
bien en sofá purpúreo recostada
entretenga las horas con los libros,
bien con sonoras cuerdas acompañe  15
de su voz el armónico sonido.
O puesta al tocador, del rostro admire,
en el terso cristal el atractivo;
sorpréndela, y mi nombre suene entonces,
si tal piedad merezco en sus oídos.  20
¿Lo escuchará afectuosa? ¿Sus mejillas
tomarán el color más rojo y vivo?
¿Te mirará halagüeña, y de su pecho
saldrá para el ausente algún gemido?
Será, será, que el numen me lo dice,  25
ni es vano del poeta el vaticinio:
sí; la verás llorar, darte un abrazo,
y al escuchar mi nombre repetirlo.
Dile, dile que muero, que no tarde,
que enfermo estoy de amor y no hallo alivio,  30
que sin verla infeliz me considero,
y entre todos los seres abatido.
¿Qué encanto la detiene? La edad vuela,
se apresuran los días fugitivos,
y el vivir sin gozar, si acaso es vida,  35
no es para dos amantes tan unidos.
Bien parece el soldado en rudas lides
blandiendo aguda lanza al enemigo,
bien parece el amante entre los brazos
del adorado bien apetecido,  40
milicia es el amor, tiene sus armas,
y de una sola bella los hechizos
rinden los más robustos campeones
que Asturias y Castilla han producido,
cojamos pues de amor la fresca rosa,  45
cuando se nos mostrare el Dios propicio,
cuando Venus risueña nos halaga,
cuando es grato querer y ser querido.
Los años con arrugas enojosas
ofuscarán del rostro todo el brillo,  50
y en nieve mudará la vejez triste
del dorado cabello los anillos,
apagarán su lumbre mis dos ojos,
y mi sangre tu ardor; el pecho frío
sin sentir los impulsos que le agitan  55
quedará, hermosa Inés, entorpecido.
Mil votos muere el sol, y a nacer vuelvo:
nosotros, al cortar la parca el hijo,
hemos de esperar sólo noche eterna
sin volver a la luz que una vez vimos.  60
No habrá entonces desdenes, ni amorosas
repulsas, ni querellas, ni desvíos,
ni ronco suspirar, ni muelles besos,
ni de tiernas palabras dulce estilo.
Hemos de navegar las negras ondas  65
del horrible Aquerón y del Cocito,
dejando aquellas prendas más amadas
que para olvidar pronto poseímos.
Día vendrá de llanto en que yo parta
sin mi amada a lugar desconocido,  70
y llorando la dé el adiós postrero
al perder el aliento que respiro.
Ella suelto el cabello, y enlutada,
con muestras de viudez en sus vestidos,
seguirá mi cadáver al sepulcro,  75
donde reinan la nada y el olvido.
Pálidos con la pena sus semblantes
mostrarán juntamente mis amigos,
heridos de dolor los corazones,
y los ojos con llanto entumecidos.  80
Pero a mí, de mi amor en recompensa
lugar se me dará en aquel retiro
destinado a las almas generosas,
que jamás se mancharon con el vicio.
Allí reina una eterna primavera,  85
y produce la tierra sin cultivo
los frutos y las flores abundantes,
y leche sin cesar manan los ríos.
Lejos de los malvados la morada
yace allá en las entrañas del abismo,  90
sombra más que de noche la rodea,
y allí son castigados los impíos.
Allí vaya a parar quien mal dijere
de mis castos amores atrevido,
quien no respete a Célima virtuosa,  95
quien intente romper lazos tan finos.
Ahora que los hados lo permiten,
mientras la verde edad de Abril florido
convida a disfrutar, necio el amante
que no ofrece a Ciprina sacrificios.  100
Yo vi que el Dios hería duramente
en fea senectud a los altivos
que negaron su cuello al blando yugo
en años de placer y de delirio.
Con las trémulas manos componían  105
el comprado cabello, envilecidos
mendigaban favores, y alcanzaban
el desprecio fatal de que eran dignos.
En vano por la noche golpeaban
de Florinda las puertas, cuyo quicio  110
a mozos y muchachos obedece,
duro siempre a los viejos consumidos.
¿Qué niña los miró que no burlase
del color de sus rostros amarillos?
¿Que no esquivase el ceño de la frente  115
y huyese cual de horrendos basiliscos?
No anidan los canoros ruiseñores
en los árboles viejos y podridos,
sino del parral verde entre las hojas,
o en las frondosas ramas de los mirtos.  120
Gocemos en las horas convenientes;
a su tiempo recoge el rubio trigo
el labrador experto, y a su tiempo
las uvas del licor más exquisito.
Hay tiempo de coger la rica pera,  125
tiempo de despojar a los olivos,
y de gustar el néctar delicioso
que saca la abejuela del tomillo.
Hay estación de amor: ¿y deberemos
olvidar los placeres más divinos,  130
y pasar nuestros días más serenos
entre penas, congojas y martirios?
Cuando yo coronado de azucenas,
y de enojosa ropa desceñido,
cantar debiera versos como Apolo  135
por un coro de ninfas aplaudido;
cuando elogiar a Baco y a Himeneo
o a Jove, amador diestro en artificios,
ya trasformado en toro, ya cayendo
del cielo, en lluvia de oro convertido;  140
cuando apurar la copa más colmada
del néctar seis Abriles detenido
en la olorosa cuba, y lentamente
descansará la sombra en el estío;
¿He de llorar mis males dolorosos?  145
¿He de olvidar cantares aprendidos?
¿De dejar mis cabellos descuidados
y mezclar con mis lágrimas el vino?
¡Oh, malaya mi suerte rigurosa!
Otros con menos penas y servicios  150
logran el sumo bien, y el fin alcanzan
a que los ha inclinado su destino.
¿Será que amor no cuenta los desvelos?
¿Que juega con los suyos como niño?
¿Será que como es ciego no distingue  155
los amantes leales de los tibios?
Si siempre obedeciendo sus preceptos,
sus armas y banderas he seguido,
¿puede sin agraviar a su vasallo
el ingrato portarse así conmigo?  160
Acuérdome de noches mal dormidas,
de días sin provecho transcurridos,
de esperanzas inútiles soñadas,
de locos devaneos y caprichos.
¡Cuántas veces, Inés, me vio la noche  165
cercano de mi Célima al recinto,
adorar la mansión que me ocultaba
el tesoro mayor que he conocido!
Ella entregada al sueño delicioso
no cuidó del afán de su cautivo,  170
yo soy el que sufrí del cielo airado
las crudas tempestades y el granizo.
Nada me perturbó; si un mar hubiera
que vencer para hallar el grato asilo,
contra sus fieras olas espumosas  175
al fiel Leandro igual hubiera sido.
Saludaba los muros elevados,
me aproximaba luego pensativo,
y la puerta cruel, cerrada siempre,
constante se oponía a mis designios.  180
Cuantas estrellas vi, tantas supieron
de mi boca mis malos infinitos;
y si busqué el descanso en blando lecho,
no hallé en el lecho plumas, sino erizos.
Dichosa Inés, tú gozas sin zozobra;  185
tu vida es como arroyo cristalino,
que sin manchar sus aguas, mansamente
de los rosales corre a los alisos.
Ya te halagan con mimos inocentes
los frutos del amor, los tiernos hijos;  190
ya te roban los besos que los niegas,
porque más dulces son al recibirlos.
¿Quién contará tus dichas, bella amiga?
Tu lecho está cercado de amorcillos
que defienden tu sueño de cuidados,  195
y apartan los profanos de aquel sitio.
¿Y podrás olvidarme en tu fortuna?
No es propio de tu pecho compasivo;
tú sabes mis secretos, yo los tuyos,
mi amada no desprecia tus avisos.  200
Cuéntale pues mis penas largamente,
tu lenguaje elocuente y persuasivo,
haga que vuele Célima a los brazos
De su amante infeliz y de tu amigo.






ArribaAbajo

Victorino al amante de Célima


ArribaAbajo    Dichoso aquel que libre de cuidados
busca la soledad, y en ella mora;
dichoso tú, mi amigo, que sus bienes
junto con los de amor tranquilo gozas.
Yo sujeto al capricho, a la mudanza  5
de una fortuna varia y siempre loca,
consumiendo mis días en el llanto,
arrastro una existencia dolorosa,
ya la vida que queda a un infelice,
es de la muerte sólo triste sombra,  10
y esta tarda en venir para que sea
incesante el afán y la congoja.
Cuando perdí la dulce prenda mía
al rigor de la parca destructora,
tan herido quedé como el que sufre  15
el rayo vengador que Jove arroja.
¿Has visto el cervatillo que paciendo
del monte en la ladera más frondosa,
o mirando en la fuente cristalina
como en terso cristal su bella forma,  20
de cauto cazador es acechado?
¿Viste salir la flecha voladora
del arco destructor, cruzar el aire
y herirle con su punta ponzoñosa?
Al agudo dolor cae rendido  25
en la menuda grama: de su boca
sale un ronco gemir, y aunque procura
el hierro desprender, nunca lo logra.
Del mal que yo padezco, dulce amigo,
esta es la imagen fiel y la más propia;  30
el mortífero golpe ha traspasado
mi tierno corazón, y no reposa.
¿Qué me resta? Llorar mi desventura,
la perdí para siempre; su memoria
aflige sin cesar el alma mía,  35
y ella yace en la tumba silenciosa.
Mis ojos no han cesado un solo instante
de derramar sus lágrimas copiosas.
Mis suspiros, mis ansias, mi tormento,
ni la luna ni Febo las ignoran.  40
Tú sabes que Rosmira era tan bella
como la que nació en la dura concha
de la espuma del mar, y fue adorada
de los marinos monstruos en sus olas.
Quince Abriles contaba, y era encanto  45
del Turia y de Edetania deliciosa:
envidiaron su talle y su belleza
las ninfas de la selva y las pastoras.
Ella fue el primer fuego de mi pecho,
y el último ha de ser Rosmira sola,  50
aunque la cruda muerte y el sepulcro
contrarios a mis súplicas la escondan.
Murió, y faltó del mundo lo más bello;
amor holló sus armas vencedoras,
dolorido, cortadas las alitas,  55
puesto al pie de su tumba gime y llora.
¿Siempre, dice, ha de ser que Atropos dura
apague el vivo fuego de mi antorcha?
Y cuando el orbe entero me obedece,
¿La muerte ha de robar mis dichas todas?  60
Así se queja el hijo de Ciprina,
señalando su mano aquella losa
que oculta lo mejor que viera el mundo,
desde Cádiz al reino de la aurora.
Su voz era de un ángel que cantara  65
las delicias de Edén, dulce y sonora
suspendía el oído, y con encanto
amansara las hidras venenosas.
Dichosos los que vieron su hermosura,
Logrando su mirada cariñosa,  70
dichosos los que oyeron sus acentos
que calmaban las penas y zozobras,
¿Qué fue del lirio hermoso de los valles?
Cortado el tierno tallo con la corva
segur de los agrestes labradores,  75
quedó la blanca flor mustia, inodora.
¿Qué fue del bello ornato de los prados?
¿De la inocente y tímida paloma?
Del fiero gavilán entre las garras
con su sangre manchó su pluma hermosa.  80
Traidor voraz, mataras otras aves
que espantan con su voz funesta y ronca,
y viviera segura de tus iras
del bosque la sencilla habitadora.
¡Ay, amigo!, ¡cuál siento el peso grave  85
de un mal que la esperanza más remota
no admite de consuelo en modo alguno,
ni da treguas de paz consoladora!
Inaccesible muro nos separa
de los que ya no existen; nada importa  90
el ruego, que no vuelven a la vida
los que van a la tumba silenciosa.
Al llanto del amor son los sepulcros
mármoles insensibles, piedras sordas
que repiten con eco pavoroso  95
las quejas del que en vano alivio implora.
Romperé las cadenas que me cercan,
la sociedad del hombre me incomoda,
dejadme allí volar donde Rosmira
yace envuelta en la nada misteriosa.  100
Los que probado habéis las amarguras
de una pasión que pronto se malogra,
respetad con entrañas compasivas
el agudo dolor que me devora.
No hay parte sana en mí, llagado el pecho,  105
pálidas las mejillas y rugosas,
hundidos mis dos ojos, y cubierto
de muerte con la imagen espantosa.
¡Cuán diferente estoy del que solía
cuando vivió Rosmira encantadora!  110
¡Cuán mudado me vi cuando dichoso
gocé de compañía tan sabrosa!
Darán razón las ninfas de cuán pocos
zagales me igualaron en victorias;
cuál fue mi rostro entonces, cuáles fueron  115
mis ojos, y mi canto, y mi zampoña.
Lisis y Galatea muchas veces
oyeron mis tonadas amorosas,
aplaudieron mi voz y de su mano
recibió Victorino la corona.  120
En el natal festivo de mi bella
derramé los jazmines y las rosas.
Yo soy quien merecía su cariño,
y en él solo cifré mi mayor honra;
pero la fresca aurora nos reía  125
cuando yo la perdí, niebla horrorosa
obscureció la luz del claro cielo
con que al nacer el día se colora.
La busqué para hablarla mil ternezas,
las pronunció mi labio, y calló a todas;  130
tres veces la llamé, y era Rosmira
un tronco y nada más..., ¡suerte enojosa!
No sé lo que me vi; vi que su cuerpo
se cubrió con insignias dolorosas
de luto funeral, como de virgen  135
que el mundo abandonó, y holló su pompa.
Con el velo del claustro su semblante
se ocultaba a la vista temerosa,
sus manos enlazadas anunciaban
su lastimero fin y el de mis glorias.  140
¡Qué deidad no invoqué con mis gemidos!
Mas ¿quién hay que al gemir de amor responda?
Mi llanto se perdió, fue mi lamento
grito en la soledad que se prolonga,
mejor fuera no haberla conocido:  145
su ausencia, dulce amigo, es más penosa
que la que lamentabas de tu amada
de leve duración, ausencia corta.
Yo perdí la esperanza que consuela;
tú llegaste a tu labio amarga copa  150
de desabrida hiel, yo fui forzado
A beber todo el cáliz de ponzoña.
Goza, goza tranquilo antes que mudo
su rueda la fortuna veleidosa,
sin fiarte jamás a una alegría  155
que por ser excesiva al mal te exponga.
Cual cauto marinero siempre en vela
mientras reina una calma engañadora,
evites los escollos que nos cercan
huyendo de las sirtes peligrosas.  160
Ahora la natura te convida
sin límite a gozar, la flores brotan
y despiden del cáliz delicado
las esencias más finas de su aroma.
Vuelan a la campiña las doncellas,  165
y los cívicos techos se despojan;
buscan del mar la orilla y su frescura,
cansadas del bullicio la matronas.
¡Qué estación tan feliz! mientra carezco
de su dulce influencia, se m agolpan  170
ideas de placeres fugitivos,
de que por mi dolor carezco ahora.
Vi cómo se tendían largas redes
en la salada linfa bulliciosa,
cual saltaban los mudos prisioneros  175
envueltos en la arena y en las ovas.
Las naves arrastradas de la orilla
dando al tranquilo mar sonante prora,
con el hinchado lino se alejaban
para causa tormento a las esposas.  180
Do quier que nuestra vista se volviera
encontraba campiñas espaciosas
que terminaba el mar, tal ve tranquilo,
y tal vez agitándose en sus ondas.
Ya huyeron unos días tan alegres  185
para no volver más, no huye tan pronta
la saeta del arco, ni la bala
con que el cañón horrible el aire azota.
¿Qué puedo hacer? Llorar la prenda mía,
esperar que un sepulcro con su losa  190
cubra nuestras cenizas a lo menos,
y esta inscripción en mármoles se ponga:
LOS QUISO SEPARAR LA CRUDA MUERTE,
Y LOS UNIÓ EN LA TUMBA AMOR MÁS FUERTE.






ArribaAbajo

A Victorino


ArribaAbajo    En fin llegó mi amor: el nuevo día
lo anunció en el Oriente, el rubio Febo
lució más majestuoso, y de sus rayos
miró en el mar tranquilo los reflejos.
Eolo enfrenar quiso en cárcel dura  5
la furia destructora de los vientos,
y ni el Bóreas ni el Euro tempestuoso
turbaron la quietud del claro cielo.
Sólo de los hermanos el más dócil,
que temores no causa al marinero,  10
el céfiro gentil, vino a los campos,
y refrescó la playa con su aliento.
Dejé mi triste albergue, y sin reposo
fui buscando mi vida y mi consuelo,
y cuantos pasos daba hacia mi dicha,  15
tantas penas huían de mi pecho.
Vi a Célima; mas no, que vi una diosa,
vi el rostro de Diana lisonjero,
vi las gracias de Elena seductora,
vi toda la beldad del universo.  20
Divino Rafael, ¡oh! si la tumba
no te ocultara ya, si el pincel diestro
retratase a mi bien, de tus trabajos
sería su traslado el más perfecto.
De la cárcel del leve sombrerillo  25
huían al desgaire los cabellos,
cual laberinto de oro, amor entonces
de la dorada red fue prisionero.
Resaltaba cual nieve la blancura
de su divino rostro y de su cuello,  30
las mejillas de rosa entre azucenas,
y de coral los labios se tiñeron.
Pero si de sus ojos la belleza,
la dulzura y la gracia pintar quiero,
el numen me abandona en la porfía,  35
amado Victorino, y no me atrevo.
Son ojos de paloma enamorada
de herir y de matar no satisfechos,
victoriosos sin fin, vencidos nunca,
con pupilas que arrojan vivo fuego.  40
Su tesoro mayor está escondido,
una gasa sutil de azul pañuelo
cubrió a la vista ansiosa de su amante
la virginal riqueza de su seno.
Allí anidan las gracias, allí tiene  45
el trono y el poder el niño ciego,
y cuando de flechar está cansado
allí duerme tranquilo y sin recelo.
Toda su majestad era de Ninfa
educada en los bosques más amenos,  50
marfilinos los brazos y las manos,
estrecha la cintura, el talle esbelto,
el ropaje vistoso y ondeante
entregaba a las auras los extremos
guarnecidos de flores enlazadas;  55
muy donoso el andar, el pie pequeño,
la vi y cual nunca, la adoré rendido.
Quedé como Endimión, cuando del sueño
despertando en la noche, vio en sus brazos
a la Diosa que alumbra el firmamento.  60
Todo mudó a su vista, mi semblante
se mostró al contemplarla más risueño,
palpitó el corazón con el encanto
y sucedió a las penas el contento.
Así la mensajera fiel de Juno  65
el arco de colores extendiendo,
disipa con las nubes los temores
que a todos los mortales afligieron,
«Calma, me dijo, el suspirar doliente,
»yo tus congojas endulzar ofrezco,  70
»a tan fino querer justo es que sea
»de Célima también fino el afecto».
¡Qué delicia probé! Si de mi vida
sólo aspirase el fin a este momento
sin probar otro bien, yo me tendría  75
por muy recompensado y satisfecho.
Amor, si nos fatiga con las penas
de la ausencia cruel, y de los celos,
una gota del cáliz de dulzuras,
equivale a los males que tomemos.  80
No sé si aquel placer me turbó el alma,
no pude desplegar mi rudo acento,
ebrio y fuera de mí, volví a mirarla,
y dudé si era un ángel o mi dueño.
Heme al fin con mi hermosa en el retiro,  85
más rico de fortuna que los Cresos,
y que los que dominan a los hombres
empuñando en su mano el áureo cetro.
La dulce posesión del bien que adoro
es el mayor poder que yo apetezco,  90
feliz con la dichosa medianía
no envidio al presuntuoso palaciego,
frugal mesa me basta, si a mi lado
asiste de mis ansias el objeto,
si paga con sonrisa cariñosa  95
de obsequiarla el cuidado y el esmero.
Séame permitido en estos campos
dejar de ciudadano el triste empleo,
y habitar con los simples labradores
de importuno temor y afán exento.  100
Un corazón sensible y delicado
y para amar sin límites me dieron,
el sonido del parche y de la trompa
me priva de la paz, y no sosiego.
Aquí quiero vivir donde no llega  105
del cañón espantoso el ronco trueno,
donde el clarín que anuncia la pelea,
del amante feliz no turba el sueño.
Sólo de cuando en cuando suena en torno
de las canciones rústicas el eco,  110
y el tamboril sonoro que ameniza
de la aldea los bailes y los juegos.
A la puerta de Filis los Zagales
al claro amanecer entonan versos,
y cantando amorosos extravíos  115
procuran ablandar su desdén fiero.
Oiga yo de Neptuno el rumor bronco
descansando tranquilo en blando lecho,
oiga la tempestad que se desata
en lluvia que fecunda el fértil suelo.  120
O sentado de noche a los umbrales
de mi pajiza choza tome el fresco,
recibiendo el aroma del naranjo
herido blandamente de los cierzos.
Cuando hierve en los vasos cristalinos  125
el dulcísimo néctar de Lieo,
cuando apuro la copa que mi Hebe
sacó de los toneles más añejos,
se sepultan en ella los pesares,
y mueren, y me libran de su peso,  130
blanda Musa me inspira, mis tonadas
si sublimes no son, gratas al menos.
Allá lidien los hombres como fieras,
y oprima al inocente el más perverso,
preparando la intriga perfidiosa  135
al que más se ha encumbrado fin funesto.
Yo del oro fatal siempre enemigo
sólo sé codiciar sabrosos besos,
los abrazos de Célima adorada,
y ellos son mi tesoro verdadero.  140
¡Qué locura y delirio se apodera
del mísero mortal! Perdido y ciego
cual si fuera la vida, eterno siglo,
busca prosperidad, y halla los riesgos.
La voluble fortuna sólo adorna  145
la sien del favorito más soberbio,
para que hermosa víctima se ofrezca
a su capricho injusto por trofeo.
Somos débiles cañas que se inclinan
hasta la misma tierra en que nacieron.  150
Nuestra vida es cual fatua luz que corre
al derredor de antiguo cementerio.
¿Para corta existencia, de qué sirve
sacar de los recónditos mineros
el precioso metal, buscar honores,  155
y comprar la desdicha a caro precio?
Amado Victorino, cuando leas
de mi sencilla carta los conceptos
suspirarás las gratas soledades,
el cívico aparato aborreciendo.  160
Con doradas cadenas detenido,
te asemejas al mísero jilguero,
nacido para ornato de la selva,
que en una hermosa cárcel se halla preso.
¿Qué servirá que Flora lo prepare  165
con sus nevadas manos alimento?
¿Que con mimos alegres lo regalo,
Que escucho con cariño sus gorjeos?
¡Infeliz!, si nació para los prados,
para cantar su amor en el desierto,  170
y cuidar en el árbol más frondoso
de su pintada esposa y los hijuelos,
¿Preferirá los grillos que lo cercan?
No: porque con mortal desasosiego
buscando libertad a sus alitas  175
recorrerá intranquilo su aposento.
Si conmigo estuvieras, qué de dichas
hallarías aquí, que yo no puedo
pintarte con viveza con mi pluma,
ni el ciudadano goza en el estruendo.  180
Colocado en las rocas escarpadas
verías cuál se tiende el mar inmenso,
ya manso como estanque cristalino,
ya agitado, horroroso y turbulento.
Tu lira resonando blandamente  185
en tonos igualara a la de Orfeo,
y vieras los delfines atraídos
a la arenosa playa por sus ecos,
Si te ciñeron rosas y laureles
cantando junto al Segre en feliz tiempo,  190
ni rosas ni laureles inferiores
te adornaran aquí, fiel compañero,
pero estás condenado a los dolores,
ni vives para ti solo un momento:
¡Ojalá tan sensible no nacieras,  195
o nacieran cual tú, cuantos nacieron!






ArribaAbajo

El amante de Célima a Flora


ArribaAbajo    Cuando logré un amor honesto y puro
de mi adorada Célima en los brazos,
sacudí el torpe yugo que imponía
¡oh Flora!, a mi cerviz tu cruda mano.
Desaté las cadenas ominosas,  5
y de ellas libre, a otra región volando,
contemplé mis pasados extravíos
y admiré de otro sol más bellos rayos.
Hubo un tiempo fatal para mi dicha
de eterna agitación y sobresalto,  10
en que fui de los necios que arrastraban
del ídolo venal el duro carro.
Turba de muchachuelos inocentes
con la engañosa copa embriagados,
te cercaba, lo vi, tú dirigías  15
el débil escuadrón de tus esclavos.
Lo confieso en mi oprobio, con más arte
peiné el cabello, un tiempo descuidado,
y versos entoné con muelle lira
tus seductoras gracias alabando.  20
¡Necio! Tarde advertí que en la hermosura
se esconde alguna vez un pecho falso.
Una inconstancia igual, y que Natura
unió en ti la perfidia y el encanto.
En fin, conozco, Flora, que eres sólo  25
un hermoso sepulcro blanqueado,
cubierto de jazmines y otras flores
que oculta con su mármol los gusanos.
Hay lagunas de yerbas revestidas
que sendas deliciosas figurando  30
convidan a fijar la leve planta
y en ellas se sumergen los incautos.
Yo sufrí los escollos peligrosos,
pero ya por despojo del naufragio
presenté al dios Neptuno mis vestidos  35
que en la horrible tormenta se mojaron.
Lejos, pues, de contarme entre los tuyos,
que son más que las flores de los prados,
olvidaré, tu nombre, tus hechizos,
y lo que es más difícil, tus engaños;  40
tiempo feliz me ríe, no mendigo
cual mendigué de ti favores vanos:
más honestos placeres, otras dichas
encuentro en mi retiro solitario.
Tú vende el corazón a cuantos quieras,  45
finge tiernos suspiros y desmayos,
y un aparente amor que sea el premio
de los que más rendidos te adoraron,
siempre inquieta y voluble mariposa
por la floresta umbría revolando  50
ya busques una flor, ya la abandones
y vuelvas a libar la que has dejado.
Tal es tu condición, mudar de amantes
cual mudas de vestidos, bien tomando
el sencillo, el de adornos, el pajizo,  55
bien el verde, el azul o el encarnado,
y a todos dando el seno, a todos niegues
la voluntad y el corazón ingrato,
todos te crean fiel, pero a su tiempo
sufran de tu mudanza el triste pago.  60
Ajeno de su mal que era seguro
joven vi con tu amor mostrarse ufano,
¡mísero!, cuán de pronto la fortuna
la alegría trocó en acerbo llanto.
Cerrada halló la puerta a sus deseos,  65
llamó, volvió a llamar, ¡necio trabajo!,
otro rival más rico y menos digno
¡oh pérfida!, dormía en tu regazo.
¿Qué furia te domina?, ¿cómo puedes
partir el corazón en mil pedazos,  70
con astucia decir lo que no sientes,
y sin tener cariño aparentarlo?
Negro interés amor nació desnudo,
mal parece el rapaz si está adornado
de púrpura y de perlas del oriente  75
de subido valor y precio raro.
Bástale sutil venda en los ojuelos,
dos alas en los hombros agraciados,
y parecer desnudo de atavíos
sin más riqueza y brillo que su arco.  80
De duro mármol fue la cortesana,
que al interés rindió un amor profano,
ella enseñó la senda del delito,
a la negra ambición ella abrió el paso:
ella enseñó a la joven inocente  85
el arte de fingir, el débil labio
aprendió a disfrazar los sentimientos
que en el pecho al nacer fueron grabados.
¡Error fatal!, no alivian las riquezas
los dolores del ánimo angustiado,  90
ni se aumenta el placer con los tesoros
que la codicia tiene amontonados.
¿De qué sirve pisar marmóreo suelo
bajo el rico y vistoso artesonado?
¿De qué sirven las Frigias columnatas,  95
y jardines que imitan bosques sacros?
Allí el pesar anida, paz no tiene
el que todo lo tiene a su mandato,
y mientras señorea al universo
sirve al vil interés que es su tirano.  100
¿Qué dejará seguro la codicia?
Todo está con su aliento inficionado:
el amante, el esposo y el amigo,
todos tomen su furia y sus estragos,
feliz la juventud, cuyas riquezas  105
fueron un par de bueyes y un arado,
la rubia mies, la pera sazonada,
y el añejo tonel del dulce Baco.
Su pompa era el adorno de las flores,
la fragante violeta, el amaranto,  110
su habitación el bosque o la campiña,
de pieles el vestido, lecho el prado.
Amaron las Zagalas al sencillo
pastor, que en su cantar fue aventajado.
Ni los furtivos besos se vendieron,  115
ni de amor las delicias se compraron.
Mas ahora en la edad de hierro duro,
con el oro se compran los aplausos,
con el oro el cariño y los amores,
y el oro la virtud ha desterrado.  120
Ni hay fe, ni hay pundonor; ¡oh patria mía!
¿Quién tu precioso suelo ha devastado
sino del extranjero codicioso
la avaricia fatal que armó su mano?
Y menos el mal fuera, si tan sólo  125
ambicionase el hombre temerario:
ambiciona la tierna doncellita
y al monstruo criminal abre los brazos.
Nada vale el saber, ni la hermosura,
ni la florida edad; el viejo insano,  130
que ajaron los furores juveniles,
rinde el fuerte talego, y es amado.
Desaliñada vieja se levanta
en la tranquila noche, mueve el paso
con diestra lentitud, abre la puerta,  135
y da entrada al galán que está esperando:
no duerme la mozuela seducida
en el lecho a los vicios consagrado,
espera al nuevo Adonis, y lo exige
por los gustos de amor el vil salario.  140
¡Oh corrupción del siglo en que vivimos!
¡Mísera condición de los humanos!
Ellos su mal fabrican, cuando intentan
hallar el bien, aunque el camino erraron.
Sirenas nos encantan, nuevas Circes  145
en la ciudad su trono han levantado,
y en monstruos horrorosos de mil modos
a los hombres en mengua han transformado.
Tal es Flora tu oficio, tender redes
al joven inocente, aprisionado  150
en tus brazos, ignora la ponzoña
que escondes con sonrisa y con halagos.
Más le quisiera ver en los escollos
y peligros del Ponto dilatado,
o entre sierpes feroces, entre tigres  155
en los remotos climas africanos.
¿Y qué piensas acaso que el delito
no tiene su castigo preparado?
¿Piensas que siempre bella, altiva siempre,
tendrás adoradores insensatos?  160
Bien pronto disipada la hermosura
serás como un arbusto despojado
de todos los adornos de sus hojas,
sin flores olorosas y sin ramos
arrugada la tez, mustios los ojos,  165
sin gracias, sin hechizos, sin encantos,
llorarás con dolor tu desventura,
las pasadas delicias suspirando.
¿Qué será de la loca muchedumbre
de mozos a tu arbitrio esclavizados?  170
Verás a tu pesar, Flora inconstante,
el lecho de placeres olvidado.
No escucharás cantares melodiosos
cuando todos se entregan al descanso,
ni el sonido de flauta querellosa,  175
ni las quejas de amante desdeñado.
Los que penan por ti, viendo tus ojos
sin la lumbre de vida, ya eclipsados,
buscarán otra edad, otra belleza,
huyendo en corto tiempo de tu lado.  180
No así del gavilán huye las garras
el pichón temeroso, y ya buscando
asilo más seguro, como evitan
los jóvenes los rostros arrugados.
Quieren ver una boca de claveles,  185
Unos ojos de fuego los son gratos,
desdeñan la hermosura que se agosta
como rosa que el cierzo ha marchitado.
Un triste porvenir sólo te espera,
mientras que los amantes que guardaron  190
su fe constante y pura, esperan siempre
dulces premios de amor y dulces ratos.






ArribaAbajo

Célima a Inés


ArribaAbajo    ¿Piensas, Inés hermosa, que entregada
Al placer, te olvidó tu tierna amiga?
¿Piensas que su memoria no recuerda
los bienes de tu amable compañía?
No es fácil que te olvide en tiempo alguno  5
ni en la prosperidad, ni en la desdicha,
ni estando en la ciudad, ni ausente de ella,
que siempre tuya soy, siempre la misma.
Amor no es de amistad duro enemigo,
aunque mi corazón de amor suspira,  10
tu cariño me ocupa, y me son gratas
las dulzuras que entrambos comunican.
¡Cuántas veces alegre paseando,
o en la playa del mar, o en la campiña,
te echan menos mis ojos, y recuerdo  15
de nuestra antigua unión los claros días.
El niño flechador me ha conducido
a bella soledad; alzó su pira
en estos mismos campos, y mi pecho
sus deseos en ella sacrifica.  20
¡Qué linda es mi mansión!, sabrosas aguas
su terreno espacioso fertilizan;
do quier nace el rosal, do quier levanta
sus tallos la vistosa clavelina.
De Edén a las llanuras semejante  25
me llama a disfrutar; goza la vista
de inocente placer, y puras auras
del sirio abrasador templan las iras;
libres los pajarillos no recelan
ni la red engañosa, ni la liga,  30
ni tomen que sus nidos arrebato
de rústico doncel mano atrevida.
Aquí donde la yedra y los naranjos
forman como una gruta entretejida,
se queja el ruiseñor de sus amores,  35
ya gime con dolor, ya alegre trina.
El jilguero inferior en sus tonadas
enmudece, y el canto dulce admira
del músico del bosque lisonjero
que diestro en modular, su tono anima.  40
¡Qué blando es el susurro de las hojas
que vagorosos céfiros agitan!
A lo lejos el mar con rumor bronco
en la arena su orgullo altivo humilla.
Mil árboles al cielo están subiendo  45
ostentando sus frutas exquisitas,
se rinde al propio peso el limonero
cuyo fruto al virgíneo pecho imita.
Los álamos de Alcides se remontan
con las frondosas ramas atrevidas  50
que desprecian los Euros; nace el mirlo
consagrado al amor y a las delicias.
En los brazos del olmo se entreteje
la hermosa vid, y en ellos deposita
los dorados racimos que compensan  55
del simple agricultor duras fatigas.
A la margen de estanque cristalino
el Narciso su flor graciosa mira;
Aquí Céfiro y Flora cultivaron
las pálidas violetas, y las pintan  60
del color que los tristes amadores
tienen alguna vez en sus mejillas.
Todo es bello, la fuente que murmura,
el canto de las tiernas avecillas;
los arbustos, las plantas y las flores,  65
todo placer y amenidad respira.
Apenas de su lecho se levanta
la esposa de Titon, apenas brilla
su rosado fulgor, y el canto ronco
del gallo ha dispertado a las gallinas,  70
salgo al campo a gozar de la frescura
con que la bella aurora me convida,
y por sendas de yerbas olorosas
al ancho mar mis pasos se encaminan.
De su rústico albergue salir veo  75
al pescador humilde que se olvida
del lecho y de la esposa que en él duerme
por preparar su red y su barquilla.
Robusto como un Hércules se cubre
con un vestido pobre; su alegría  80
depende de la calma de Neptuno
y del cielo que entonces puro mira.
Mientras la verde yerba que el rocío
con lágrimas regó tranquilo pisa
y apura con el labio codicioso  85
el humo que se exhala de su pipa,
por más feliz lo tengo que el magnate
que la noche pasó en el juego y risas
y jamás vio nacer el sol brillante,
mudando la mañana en noche umbría.  90
Otro joven alegre por el prado
con lentitud los tardos bueyes guía
y divirtiendo el tiempo y los pesares
canta el duro desdén de su querida.
Llego al mar: ¡qué apacible!, ¿este es acaso  95
el que tanto se enoja, y precipita
en los hondos abismos de sus aguas
al que corrió a buscar remotos climas?
¡Oh qué mudado está!, límpido espejo
me parece; sus olas no se irritan  100
y vienen a la playa mansamente
a estrellarse a mis plantas, Inés linda.
¡Oh cómo me retrata el Ponto inmenso
la gloria de su autor! Límite fija
la mano de Jehová a las claras ondas,  105
que llegando a la arena, se retiran.
Mas ya del rubio Febo los caballos
tascando el freno de oro se aproximan,
y el lucero feliz de la mañana
se esconde de la luz que el mundo admira.  110
Adiós, graciosa estrella, tan brillante
nacerás en las horas vespertinas
y seguirás el carro de Diana
presidiendo al descanso de la vida.
Mientras vuelvo al albergue voy cogiendo  115
las flores que mi mano solicitan:
unas van a mi seno, otras adornan
mis cabellos con gracia peregrina.
La más fresca y pomposa, a mi adorado
mi solícito afecto la dedica;  120
envuelto en una flor va mi cariño,
pero aunque ella se mustie, él no se entibia.
No puedo sin amor vivir un punto
cual no puede vivir el pez que gira
por los senos del mar, en seca arena,  125
sin vagar por las aguas cristalinas.
Formado el corazón para esta llama,
cesará de abrigarla cuando rinda
su postrimer suspiro, y el sepulcro
encubra con su mármol mis cenizas.  130
Allí, si en la región del duro olvido
dominara el amor, allí amaría,
y sombra errante en la mansión funesta
buscara al caro dueño de mi vida.
Ufana con las penas de Cupido,  135
bendigo la cadena que esclaviza,
el afán, los pesares, los temores,
y del pecho angustiado las heridas.
Si alguna vez la paz de dos que se aman
de celos o desdén la nube eclipsa,  140
volver a conciliar las voluntades
es más dulce que mieles y ambrosía.
A las voces de ingrato y de perjuro
suceden otras voces muy distintas,
las de adorado bien, dulce cariño,  145
y miradas ardientes a las tibias.
El semblante que enojos retrataba
su ceño adusto y vengador disipa,
y asoma ya en los labios lisonjeros
envuelta en mil placeres la sonrisa.  150
Vuélvense a unir los brazos amorosos,
vuelven sabrosos besos y caricias,
cual después de tormenta destructora
nace el sol en la esfera y la reanima.
Dichosa lid que tiene tales fines,  155
feliz desdén, feliz melancolía:
¡qué dulces son las lágrimas que causa
un desvío que apenas nace, espira!
Cual nacen las violetas en los prados,
en el rosal frondoso las espinas,  160
los tomillos, del monte en la ladera,
y en el inculto campo las ortigas,
nacen en el amor tantos desvelos;
el amante que sigue su milicia
cuenta tantas zozobras como gustos,  165
y del niño sagaz pocos se libran.
Vivamos pues amando, soplo breve
será la duración de nuestros días,
es un punto en el tiempo, Inés, es nada,
sombra que deja verse y se retira.  170
En pálido caballo va montada
blandiendo su segur la muerte impía,
y desde el regio alcázar eminente
al más humilde hogar se precipita.
¡Qué de dolores causa! Las esposas  175
el tálamo nupcial cubierto miran
con lúgubres despojos, y las madres
por sus hijos se muestran condolidas.
Si quieres disfrutar un corto tiempo
huye de las ciudades corrompidas,  180
líbrate del bullicio tumultuoso,
que en él la calma sin cesar peligra.
Pero el materno afecto te detiene,
los hijos de tu apoyo necesitan,
como las tiernas plantas del esmero  185
con que rústica mano las cultiva.
¡Qué grata ocupación la de una madre
que cercada se ve en la edad florida
de prendas de su amor, mientras procura
su dulce bienestar y eterna dicha!  190
Su ser se perpetúa, va creciendo
la venturosa prole, y con caricias
le paga los solícitos cuidados
que la débil infancia lo exigía.
Felices dos esposos que se adoran,  195
cuya unión no es posible que divida
de la airada fortuna la pujanza,
ni el tiempo que los bronces aniquila.






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Enriqueta a Julia


ArribaAbajo    Mi triste corazón, Julia querida,
que sólo de amistad probó la llama,
siente un nuevo volcán que le devora,
que le roba la paz que disfrutaba,
inocente y feliz no conocía  5
otro placer que el de amistad sagrada,
y el dulce bien de verte entre mis brazos
era el único bien que yo anhelaba.
¡Mas ay! debo decirlo, en este instante
no soy ya toda tuya, soy esclava  10
del amor que me hirió con la saeta
más dura y penetrante de su aljaba.
Perdona, bella amiga, ¡oh si pudiera
en tus brazos llorar! ¡Tal vez templara
este fuego cruel! Jamás mi pecho  15
sufrió su actividad que le maltrata.
No vivo para mí: vieron mis ojos
al que no cesa de adorar el alma;
yo no sé lo que vi, sé que mi pecho
con desusado modo palpitaba  20
cuando el joven Durval tan blandamente
la historia me contó de sus desgracias,
que un encanto, una magia poderosa
mantenía mi mente embelesada.
¡Qué elocuentes sus labios y expresivos  25
infundían amor, Julia adorada!
Escuchando su voz fui su cautiva,
y al apartarme de él sentí que amaba.
Sí, que un suspiro tierno al despedirme
fue el adiós que le di, sin que palabra  30
pudiese proferir tu triste amiga
en la inquietud y angustia que probaba.
Así me vi, cual Dido cuando atenta
a la historia de Troya desolada
que el huésped refería, allá en su pecho  35
sintió crecer la dolorosa llaga.
Huyó al punto de mí con la alegría
la inocencia feliz, huyó la calma,
duro afanar y congojosa pena
ocupó el corazón con furia extraña.  40
¡Ay, Julia! En mi retrete solitario
el nombre proferí del que adoraba,
mis tristes ojos por la vez primera
conocieron que amor lágrimas causa.
Conocí que Cupido victorioso  45
cuenta víctimas mil y que en sus aras
no hay corazón sensible que no sea
inmolado a su vez cuando él lo manda.
Dueño del mundo, del triunfante carro
adoradores míseros arrastra,  50
sintiendo su poder los seres todos
y la invencible fuerza de sus armas.
Yo no encuentro un alivio a mi tormento,
lo espero, dulce amiga, de tus cartas,
si conservas la fe que me juraste,  55
si llega a serte mi memoria grata.






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Julia a Enriqueta


ArribaAbajo    ¡Que tu suerte es cruel, bella Enriqueta!
De tu lado me aparta el hado adverso,
cuando mi ayuda y mi amistad debieran
darte en tan dura situación consuelo.
Mientras libre de amor en la inocencia  5
vivías sin zozobra, sin desvelos,
reías de la turba de hermosuras
cercadas de amadores lisonjeros.
Mas ya en tu propio daño has aprendido
la dura actividad de ese veneno  10
que causa a las doncellas mil dolores
por las ardientes venas discurriendo.
Yo como tú me vi, cuando a tres lustros
un tiro me asestó Cupido ciego.
De aquí tantas desgracias que a ti sola  15
las confió mi labio en otro tiempo.
Guárdate de dar pábulo a la llama
que se ha formado en tu sensible pecho
antes que la constancia del que adoras
acredite su honor y sentimientos.  20
Millares de infelices han gemido
por la facilidad con que cedieron
al naciente cariño que halagaba
con un prestigio falso y pasajero.
Si Dido fuiste al escuchar las penas  25
de tu amado Durval, y el dulce acento
con que las refirió, justo es que acuerdos
de la que has imitado, el fin funesto.
En las ligeras naves embarcado
el Troyano, las velas soltó al viento  30
más insensible y duro que si fuera
de la desierta Libia tigre fiero.
La desdichada reina que miraba
la perfidia de Eneas, puso al cielo
por testigo de ingrata alevosía  35
y en su seno escondió el agudo acero.
Tiembla, Enriqueta, tiembla si abandonas
la luz de la razón, que amor es ciego:
antes que algún mortal logre agradarte,
sepa manifestar que es fiel, sincero,  40
igual en suerte próspera y adversa,
sensible, amante, amigo verdadero.
Ámale entonces y no temas nunca
la amarga hiel del desengaño acerbo.
Del mar en las orillas apartadas  45
mira cuál deja Ariadne el blando lecho,
y al verso abandonada, cuál lamenta
la ingratitud y engaños de Teseo:
no lo creyó perjuro al estrecharlo
entre sus brazos con amantes besos;  50
no conoció la triste que mentía
el labio engañador de aquel perverso.
De sus blandas palabras atraída
de esposo le cedió sagrados fueros:
¡mísera!, que al bañar el sol las aguas,  55
las aumentó con llanto lastimero.
Si aprecias tu quietud y tu alegría,
no olvides, tierna amiga, estos ejemplos
y no creas jamás que Julia pueda
de Enriqueta apartar su pensamiento.  60






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Enriqueta a Julia


ArribaAbajo    Lazos que yo formé, Julia querida,
los estrechó propicio el Himeneo,
y en sus aras al fin logró mi mano
aquel que en las de amor logré mi afecto.
Del enlace feliz fue claro el día,  5
jamás brilló tan puro el rubio Febo,
jamás con primor tanto la mañana
recibió del aurora el color bello.
Coronado de rosas purpurinas,
leve como las auras vino el genio  10
que preside a la unión de los amantes,
del éter luminoso descendiendo.
Apenas de sus alas vagarosas
cesara el delicado movimiento,
tres veces sacudió de antorcha clara  15
con gracia singular el vivo fuego.
Por do fija la planta, flores tiernas
produce sin cultivo el fértil suelo;
a su vista se enlazan a los olmos
las vides y la yedra al alto cedro,  20
vuela unida la tímida paloma
al constante y celoso compañero,
y hasta la mariposa voluble
en busca de su amor fatiga el vuelo.
Las horas se apresuran fugitivas  25
llamándome al altar; olor sabeo
perfumando las aras, lentamente
a las bóvedas sube en humo denso.
Sale ya de mis labios amorosos
la promesa y el firme juramento;  30
ministro celestial los ha escuchado,
y es de mi fe testigo el alto cielo.
¡Momento de placer! Tú solo bastas
a serenar mis días; los tormentos,
las penas y congojas de la vida  35
a endulzar es bastante tu recuerdo.
Sí, Julia, el bienestar de tu Enriqueta
depende de Durval: tierno y sincero,
digno de admiración y de cariño,
es un tesoro, un bien que no merezco.  40
Jamás se entibiará tan dulce llama,
en sus brazos tomando siempre aumento,
me unirá hasta el sepulcro silencio
con mi adorado esposo, con mi dueño.
¿Y qué de mí sería si apartada  45
de apoyo tan seguro, en llanto y duelo
consumiera mi edad, sin las dulzuras
que en tal feliz unión logro y espero?
Cual flor abandonada, que nacida
en la estéril arena del desierto,  50
levanta un débil tallo, ni el rocío
ni la lluvia lo pudo dar fomento,
la consume el furor del sirio ardiente
y acaban de agostarla duros cierzos,
tal fuera yo privada de un esposo  55
que es mi felicidad y mi consuelo.
No soy la mustia flor, soy la azucena
que a la margen nació de estanque fresco,
o de la clara fuente origen toma
corriendo a fecundar el prado ameno:  60
cuanto licor embebe en sus raíces
tanta pompa su tallo va adquiriendo;
admirarán su gracia y hermosura
cuantos aman el campo y sus recreos.
A su propio cultivo está entregado  65
rústico diligente; ornato bello
será de la pradera dilatada
ostentando cual nieve el blanco seno,
¡oh Julia!, es una dicha unir dos almas,
juntar dos corazones que nacieron  70
para amarse y vivir en uno solo
sin temer el rigor del hado adverso.
¡Oh qué falsa la unión que no procede
de una igual simpatía!, el leve viento
más constante será; se odiarán pronto  75
los que el capricho unió de amor ajenos.
Tú sabes la impresión que en mí causara
de Durval el estilo lisonjero,
cuando yo sus desgracias dolorosas
escuchaba con mágico embeleso.  80
Víctima de la astucia fraudulenta
de un amigo venal, holló los riesgos,
y su alma superior a la fortuna
jamás perdió el valor y heroico esfuerzo.
Fue como los peñascos que aparecen  85
en medio de las aguas; a lo lejos
se descubre su mole, cuando tiene
Neptuno sus cristales más serenos.
Y si agitado el mar, temibles hondas
intentan asaltarlos, cuando el Euro  90
brama furioso en torno, permanecen
firmes contra las olas y los vientos.
Admiré sus trabajos, su constancia;
pasó la admiración a ser aprecio,
y éste a ser el amor más encendido  95
que jamás se abrigó en humano pecho.
Cuál aliviar sus penas deseaba
¡y cuán feliz juzgaba a la que un tiempo
lograse ser su esposa, y agradarle
disfrutando de bien tan halagüeño!  100
Entonces el destino preparaba
tanta dicha a tu amiga; varios sueños
lo anunciaron, ya tristes, ya agradables:
mientras yo descansaba en blando lecho
pareciome que un joven agraciado,  105
herido con el golpe más funesto,
y bañado en su sangre, me pedía
en tan penosa situación remedio,
sus ojos con el llanto obscurecidos,
pálidas sus mejillas, el aspecto  110
triste como las sombras de la noche,
todo causaba horror y sentimiento:
parecido a Durval, suyo el semblante,
era suya la voz, suyo el cabello
y el talle y gentileza; un sudor frío  115
Discurrió al ver su imagen por mis miembros.
Yo curé sus heridas, yo su llanto
enjugué blandamente con esmero,
y al esplendor antiguo de hermosura
vi volver poco a poco sus luceros;  120
tal vez me parecía que juraba
ser mío, y que en tan plácido momento
formábamos los lazos venturosos
que después para siempre nos unieron.
¿Qué falta a tu querida? Si pusieras  125
a mis pies las coronas y los cetros
glorias de los monarcas poderosos
que rigen a su arbitrio el universo,
si unieras sus tesoros y riquezas
a cuantas lograr pudo el rico Creso,  130
tantas abandonara y prefiriera
de mi Durval los ojos hechiceros.
Es humo para mí cuanto se estima,
cuanto encierra la tierra en sus mineros,
cuanto produce el mar: sólo mi amado  135
es para mí un tesoro verdadero.
Otra ponga su dicha, su fortuna
en el precioso trajo, y en sus dedos
brille con el diamante el rubí puro
trabajo del artífice más diestro.  140
Bástame a mí la paz de que disfruto,
bástame un fiel esposo, un pequeñuelo
que con dulce sonrisa y con agrado
buscando mi regazo halle mis besos.
Gratos serán sus mimos inocentes,  145
sus pueriles halagos y sus juegos,
y más que todo grata a mis oídos
su voz que me dé el título más tierno.
Corran así mis días, sin que turbe
la discordia feroz nuestro sosiego,  150
sin que nuestros placeres emponzoñen
negra inquietud y roedores celos.






ArribaAbajo

Respuesta


ArribaAbajo    Apenas vi tu carta, de alegría
se inundó y de placer el pecho mío;
tu nombre repetí, volví a leerla
y dulce otra vez fue su contenido.
¿Conque en las aras sacras de Himeneo  5
rendiste el corazón a un joven digno?
¡Oh mil veces dichosa, y más dichoso
quien mereció tu mano y tu cariño!
¡Quién me diera con alas de paloma
volar en este instante a tu recinto!  10
¡Estrecharte en mis brazos!, ¡tomar parte
de mi amiga en el grato regocijo!
Pero elevados montes nos separan,
dilatadas campiñas, anchos ríos,
y se opone a una dicha lisonjera  15
con obstinado ceño mi destino.
Vivo feliz, hermosa, y siempre amada:
el premio de tu amor has conseguido,
ya término por fin ha señalado
a tu dolor el cielo compasivo,  20
hay quien pueda enjugar tu acerbo llanto,
quien apague en su pecho tus gemidos,
quien sea de tus años juveniles
el consuelo, la gloria y el arrimo.
¡Cuántas veces temí, si consumías  25
en doncellez tus años más floridos,
que fueses una víctima inocente
inmolada al engaño y al capricho!
¡Cuántos aduladores te cercaran,
que fingiendo con arte afecto fino,  30
mintiendo honor y nobles sentimientos,
causaran tu desgracia y tu martirio!
Mil infelices gimen, aunque en vano;
tú lograste evitar el precipicio,
de las olas tu nave combatida  35
llegó del ancho puerto al grato asilo.
Gózate en tanto bien, nunca marchito
la adversidad tus gracias y atractivo,
huyan lejos del tálamo las penas
y defiendan su entrada los Cupidos,  40
viva siempre a tu lado el tierno esposo,
os dé el cielo de vida largos siglos,
gran copia de delicias inocentes,
y por fruto de amor graciosos hijos.



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