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ArribaAbajo

Jida y Kaled

                                                   Historia maravillosa, dijo Mehdi Karab; merece escribirse con letras de oro.
I
   ArribaAbajoPorque nacieron libres son osados
Los leones que lanzan ira y muertes:
No os deslumbren los hierros por dorados;
Borrad la esclavitud y seréis fuertes.
 
   Las tribus de desiertos arenosos
Llevan toda su patria en una tienda
Que de nocivos rayos calurosos
La generosa prole les defienda.
 
   Que la patria es el suelo que se pisa
Con pie que no embarazan las cadenas,
Ya sea fresco Edén con flor y brisa,
Ya páramo con tórridas arenas.
 
   Sus vírgenes anhelan los amores
Del que mostró en la lid mayor pujanza
Y halagan sus corceles voladores
Y sus hijos heredan una lanza.
 
           Dos luceros tiene Jida
        Como dos azules gotas
        De las aguas de los mares
        Sobre el nácar de una concha,
 
           Rostro en que su pensamiento
        Rayo inteligente arroja,
        Perfección en los contornos,
        Purpúrea y pequeña boca,
 
           Pureza de lineamentos
        Y elegancia de las formas
        Y en una mirada tierna
        Retratada el alma toda.
 
           Ni las venas ni nudillos
        En las manos se le notan
        Y el ampo de nieve pura
        Les puede servir de sombra.
 
           Mas ¿quién en belleza tanta
        Puso un corazón de roca
        Que ama las sangrientas lides
        Sediento de las victorias?
 
           Niña la llevó su padre
        Por las selvas espantosas
        Y, entretenido en la caza
        De las fieras que allí moran,
 
           Componiéndole una cuna
        Con dosel de frescas hojas
        Al pie de fugaz arroyo
        La dejó dormida y sola.
 
           Sale de vecina gruta
        La tigre más horrorosa
        Cuya piel con mil caprichos
        La naturaleza borda;
 
           Sus garras van bien provistas
        De unas cimitarras corvas
        Y en el celo del amor
        Sus ojos mil chispas brotan.
 
           Se acerca a la verde cuna
        Y envaina sus armas todas
        Halagando a la hermosura
        Con la vacilante cola.
 
           Jida vuelve de su sueño;
        Sus manos de flor coloca
        Sobre la cerviz robusta
        De la fiera bienhechora;
 
           Pende luego de su ubres
        Y la leche que atesoran
        Con tal abundancia bebe
        Que sus labios la rebosan.
 
           Tres leones mató Záher
        Y al momento en busca torna
        De la prenda de su amor
        Que yace en florida alfombra
 
           La vio que exprimía el pecho
        Bebiendo leche que brota
        De aquella feroz nodriza
        Que, a su vista, presurosa
 
           Desliza por los juncares
        Y por las quebradas hondas,
        Mientras él con la sorpresa
        Dice al viento tales cosas:
 
   «¡Tribu de Beni-Assac! ¡tribu escogida!
Tú me viste exhalar gemido flébil
Cuando me llamé padre y nació Jida...
¿De qué sirve a tu gloria el sexo débil?
 
   »Yo codiciaba darte un hijo mío
Que siempre en el combate apareciese
Do es más espeso el polvo, do hay más brío,
Do la enemiga sangre más corriese.
 
   »Así cerré mi vista al fruto aciago
Inútil de la guerra al grave peso;
Desnudo de esperanza fue mi halago
Y mezclado con hiel el primer beso.
 
   »Mi esposa me decía: -Su belleza
Brilla como el sol puro y luminoso;
Mas yo le respondía con tristeza:
-Ponle corazón de hombre y soy dichoso.
 
   »Mas ya cesan mis ansias y dolores;
¡Tribu de Beni-Assac, dispón las lanzas!
Quien de tigre mamó, bebió furores:
¿Quién ha de poner dique a sus venganzas?
 
   »Sin duda que escondió naturaleza
Como por un error o antojo ciego,
En seno virginal la fortaleza
Y en la cárcel de flor alma de fuego.
 
   »¡Fruto digno de mí! ¡gloria del hombre!
¡Tú llenarás mis días de placeres!
Yo te llamo Giodar; te doy un nombre
Que no llevan las débiles mujeres.
 
   »En traje de varón y replegados
Los hermosos cabellos, lluvia de oro,
Domarás los corceles esforzados
Y tendrás una lanza por tesoro.»
 
   Dijo y al levantarla de su lecho
Con un beso selló su frente pura
Y destiló valor al hondo pecho
Y realzó su cándida hermosura.
 
           Jida se mudó en Giodar
        Y en niño la niña airosa
        Y la doncella en garzón
        Que al duro enemigo doma.
 
           Ciñe damasquino alfanje
        De luciente y sutil hoja
        Cuyo puño de esmeraldas
        Un grueso rubí corona.
 
           Malla de bruñido acero
        Sujeta sus blancas pomas
        Que, oprimidas duramente,
        Sufren y no desarrollan.
 
           Nuevas os dará el desierto
        De su lanza vengadora
        Si entre piedras amarillas
        Miráis unas piedras rojas.
 
           De las enemigas tribus
        Las doncellas y matronas,
        Sus amantes y sus hijos
        De Giodar cautivos lloran;
 
           Y sobre el tapiz de Alepo
        Se desmayan y se agostan
        Como moribundas flores
        Que rústica mano corta.
 
           Y los fuertes están tristes
        Fijando miradas torvas
        Sobre las profundas huellas
        Del corcel que Giodar monta
 
           O, sentados a los pies
        De las palmas tembladoras
        Como estatuas del silencio,
        Meditan pasadas glorias.
 
           Las más lindas hermosuras
        Van repitiendo a sus solas:
        -«De caudillo tan ilustre
        ¡Quién pudiera ser esposa!»-
 
           Mas él por los arenales
        Vive, como las leonas,
        De la presa que arrebata
        Y ciego a la lid se arroja
 
           Y a los árabes errantes
        Encarga con voz sonora:
        -«Dad saludes a mi tribu,
        Dadle paz con mi memoria.
 
           »Pronto se verá mi madre
        Con rico botín y pompa
        De esclavas de hermosos ojos
        Que la llamen su señora.
 
           »Ella teme por mi vida...
        ¡Temor vano! Hay una copa
        Que al fin hemos de apurar
        Con las últimas congojas.
 
           »¡Por últimas, son felices!...
        La fuente de amargas ondas
        Del morir he de beber:
        Pronto o tarde, nada importa.
 
           »Dad saludes a mi tribu:
        Mi brazo no la abandona;
        Los tigres le están sumisos
        Y los reyes se le postran.»
 
II
   Hay otra noble tribu de guerreros
Que idolatran las bélicas fatigas
Y parten al combate los primeros
Dando un esquivo adiós a sus amigas.
 
   Su caudillo es Kaled. Su pecho duro
Rodeó la eficaz naturaleza
De sólido metal con triple muro,
Uniendo la hermosura y fortaleza.
 
   En vivas ansias arde el garzón fuerte
De estrechar con Giodar amigos lazos,
De correr en la lid la misma suerte
Y de mirar al héroe entre sus brazos.
 
   Presentes de caballos atesora
Y arneses, lanzas, flechas y puñales
Guarnecidos de perlas de Basora
Y tapices, estofas y cendales;
 
   Y aplicando al bridón la dura espuela
Seguido de escuadrón noble y brioso
Salva los arenales, corre, vuela
Y presenta a Giodar el don precioso.
 
   Benigno lo recibe y agradece
Y a Kaled, conocido por su fama,
Tras un estrecho abrazo que le ofrece
Con singular placer amigo llama.
 
   Cual dos cedros del Líbano eminentes
Que crecen a la par y en hondo suelo
Enlazan sus raíces diferentes,
Alzando igual ramaje al alto cielo
 
   Unen los dos caudillos esforzados
Inclinación, deseos y aficiones;
Se parten las fatigas y cuidados
Y estrechan generosos corazones.
 
   Mas ¡ah!... ¡del ciego amor en vano intenta
Defenderse el ardido en las batallas!
Su agudo pasador más se ensangrienta
Con los pechos que visten duras mallas.
 
   Giodar siente su fuego: incierto gira
Con incógnito peso sobre el alma;
Tal vez vierte una lágrima y suspira;
No sabe qué es amor, mas no halla calma.
 
   De su madre en el seno cariñoso
Suelta en fin de este modo su lamento:
-«Si a Kaled no consigo por esposo
Yo moriré al rigor de mi tormento.
 
   »Yo desprecié la muerte y sus rigores
Y la caza y la lid tuve por bienes;
Mas yo temo morir sin sus amores:
Sólo pueden matarme sus desdenes.»-
 
   Ella con tales voces la consuela:
-«Él es digno de ti: su faz hermosa
Su corazón magnánimo revela
Y su lanza su fuerza poderosa.
 
   »Deja el traje falaz que desfigura;
Como conviene al sexo te engalana
Y encontrándote virgen bella y pura
Esclavo de tu amor será mañana.»-
 
           Giodar en la bella Jida
        Con el traje se transforma,
        Sentada sobre un diván
        En atmósfera de aromas.
 
           En dorada profusión
        Sus largos cabellos flotan
        Y desnudo muestra el seno
        Do su trono amor coloca.
 
           Su túnica delicada,
        Que flores de plata bordan,
        Con un chal por la cintura
        Levemente se aprisiona.
 
           Y pasan sus blancos brazos
        Por mangas de verde ropa
        Que hasta el codo van abiertas
        Cayendo al descuido flojas.
 
           Calzón lleva de mil pliegues
        Y finísimas ajorcas
        Que de los pies las gargantas
        Ciñen con prisión graciosa.
 
           Así al lado de su madre
        Que de sus miradas goza
        De su amor la vista espera
        Culpando las tardas horas.
 
           Kaled llega y al mirarla
        Queda con el alma absorta
        Dudando si es realidad
        O sus ojos se equivocan
 
           Celestial aparición
        De una Fada se le antoja;
        Tal vez una Hurí la juzga
        Y calla porque lo ignora.
 
           Mas la madre de la bella
        Su duda y silencio corta
        Diciendo: -«Ved si el cariño
        Pequeños prodigios obra.
 
           »Jida nunca fue Giodar:
        Sed de empresas hazañosas
        Con el traje de varón
        La llevó do el valor choca;
 
           »Pero vuestro amor su pecho
        Con tal inquietud acosa
        Que os revela los secretos
        De su sexo y de su historia.
 
           »Poned fin a los afanes
        Que su corazón devoran:
        Vos la hubisteis por amigo;
        Yo os la ofrezco por esposa.»
 
           Turbado quedó Kaled,
        Mas respondió sin demora:
        -«Yo no pensé separarme
        De Giodar: mi fe me abona;
 
           »Mas supuesto que es mujer
        Su amistad desprecio agora:
        Yo antepongo a las beldades
        De más mérito y más nota
 
           »La sociedad de los fuertes
        Y la lid que ellos arrostran,
        Y la caza de elefantes
        A las más risueñas bodas.
 
           »Mi tribu no tiene jefe;
        Sus hijos mi nombre invocan:
        Parto, pues... lazos de amores
        Afeminan, emponzoñan.»-
 
           Dijo y, raudo como el viento
        Cuando el arenal azota,
        Voló sobre su corcel
        Que su negra crin tremola.
 
   Jida quiere morir; penas extrañas
Roban el blando sueño de sus ojos
Y la seda sutil de sus pestañas
Brilla con una lágrima de enojos.
 
   ¡Oh, flor de Beni-Assac! El amor ciego
Es la tigre de manchas salpicada
Cuya leche bebiste con sosiego
Sobre tu verde cuna regalada.
 
   Su veneno discurre por tus venas,
Mas bebiste con él fiera pujanza:
Del abismo insondable de tus penas
Te sacará el furor de la venganza.
 
   -«Ya no quiero morir -exclama-; quiero
Ver rendido a mis pies al orgulloso,
Con cadena tenaz domar al fiero
Y que sufra desdén el desdeñoso;
 
   »Ver que implora piedad, ver que suspira,
Mi volcán a su pecho trasladado
Y que su corazón por mí respira
Con duro torcedor atormentado.»-
 
   Dice y, tomando el traje de beduino,
Vela su linda faz de nieve y rosa,
Deja todo su ornato peregrino,
Recoge su madeja vagarosa
 
   Y montando un trotón, bruto escogido
Que el fuego que su pecho reconcentra
Lanza en grumosa espuma convertido,
La tribu de Kaled busca y encuentra.
 
   Mirando al adalid cuando a su gente
Adiestraba en la bélica fatiga
Le retó con un ímpetu insolente
A singular combate la enemiga.
 
   El choque igual se muestra: su ardimiento
Manifiestan los dos y esfuerzo apuran
Sin herirse, sin ver el vencimiento,
Por más que con ahínco lo procuran.
 
   Dejan a nueva luz nueva pelea
Y siempre igual el brío se mantiene,
Sin que el más docto en armas entrevea
Quién de los dos más fuerza y vigor tiene.
 
   Mas Kaled, apurada su osadía,
Dice al rival: -«En nombre de Dios fuerte,
Que me digáis quién sois, quién os envía:
Vuestro brazo es el brazo de la muerte.
 
   »Vuestro aliento es el soplo llameante
Del simoún que abrasa fiera y hombre;
Dejadme contemplar vuestro semblante;
Decidme vuestra tribu y vuestro nombre.»-
 
   Mostró entonces la virgen su faz pura
Y exclamó: -«Yo soy Jida, despreciada
De aquel que a los halagos de hermosura
Prefiere caza y guerra denodada.
 
   »Yo he venido a mostrar la fortaleza
De la más ofendida entre mujeres:
Mirad si sólo es buena la belleza
Para afeminaciones y placeres.»-
 
   Cubrió luego su nítido semblante,
Dio riendas al corcel y dejó el campo
Y a Kaled suspiroso y vacilante
Perdiendo de su luz el vivo lampo.
 
           El fuerte Kaled se aflige;
        Ya la caza le es odiosa:
        Libres vagan los chacales
        Y los tigres y las onzas.
 
           El amor llena su pecho
        Y del alma no se borra
        La dulce adorada imagen
        De la virgen belicosa.
 
           Cargado de ricos dones
        Y al frente de noble escolta
        La tribu de Beni-Assac
        Por norte a sus ansias toma.
 
           Con Záher, padre de Jida
        Brevemente así razona:
        -«Yo moriré de tristezas
        Como flor que se deshoja,
 
           »Como arroyo que se seca,
        Como fuente que se agota,
        Como la gacela herida
        De la flecha matadora,
 
           »Si de Jida entre los brazos
        Mi pecho no desahoga
        Penas que de sangre son,
        Pues triste vivir acortan.»
 
           -«Yo no tengo (dijo Záher)
        Hija alguna: rica joya
        Me dio Alá en un hijo mío
        Que Giodar las tribus nombran.
 
           »Mas ya que sabéis secretos
        Que tanto a los dos nos tocan,
        Ya que vuestra lanza es fuerte
        Según en la lid denota,
 
           »De Jida la mano os doy.
        El precio de su persona
        Serán mil camellos rojos
        Que carguen profusa copia
 
           »De producciones del Yemen
        Y de esencias olorosas.»-
        Luego dio noticia a Jida
        De las prometidas bodas.
 
           La doncella respondió:
        -«Las admito; soy su esposa
        Con tal que matar prometa
        Para el día de mis glorias
 
           »Mil camellos escogidos
        De la tribu poderosa
        Beni-Amet, veinte leones
        Y en dura esclavitud ponga,
 
           »Para que mi sierva sea,
        La doncella más graciosa
        De un príncipe de Kaíl,
        Que a mis pies derrame rosas.»-
 
           Kaled el tratado admite
        Y peligro no perdona,
        Que el amor sabe allanar
        Cuanto su placer estorba.
 
   El adalid mandando mil valientes
De Beni-Amet la tribu hirió con ellos
Y después de batallas diferentes
Arrebató un botín de mil camellos.
 
   Cautivó una doncella generosa
Que puso entre cadenas y prisiones
Y blandiendo cuchilla luminosa
Mató en el arenal veinte leones.
 
   Así las dulces bodas proyectadas
Tuvieron su felice cumplimiento
Y las lejanas tribus, asustadas,
Soltaron de este modo el triste acento:
 
   -«De las hondas cavernas protegidos
No estaremos seguros ni encubiertos:
El tigre y el león están unidos
Y forman el terror de los desiertos.»-


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Leyenda tártara

I
                              ArribaAbajoTeu-Man siempre halagado del destino
De Tartaria el imperio se asegura
Desde la extremidad del Ponto Euximo
Al Oby, que al mar Caspio se apresura.
 
   Sus palacios levantan a los vientos
Sus cúpulas hermosas y doradas
Y llenan sus vistosos campamentos
Tiendas de negras crines fabricadas.
 
   Obtuvo de un enlace lisonjero
Fruto dulce de amor en dos garzones:
Mothé debió a la suerte ser primero,
Con felices agüeros y visiones
 
   Lo concibió su madre cariñosa
Viendo en el éter límpido y sereno
Brillar un claro sol de luz hermosa
Que cayó del cenit sobre su seno
 
   Y libre encaneció de los dolores
Que acompañan al trance riguroso
Y fuera de estación brotaron flores
Que dieron un aroma delicioso.
 
   Un ciervo de grandeza desmedida,
Más blanco que los grumos de la espuma,
Perdió su libertad y errante vida
Pasado de un arpón que calza pluma.
 
   Aves de extraños climas entonaron
Cánticos deliciosos de alegría
Y magos sabidores auguraron
Toda felicidad al que nacía.
 
   Los ojos del garzón afortunado
Brillan como la llama cuando crece
Y en su pecho el valor volcanizado
La color del semblante le enrojece.
 
   Son sus fibras robustas y aceradas,
Como las del león de las arenas
Que vive de sus presas codiciadas
Y es de lava la sangre de sus venas.
 
   Cuando mide la fuerza de sus brazos,
Entre solaz pueril, con sus iguales,
Los oprime y ahoga con abrazos:
Son sus manos argollas de metales.
 
   De su temprana edad en los verdores
Diez estíos le dio Naturaleza
Cuando, a vista de tres embajadores,
Quiso mostrar su brío y su destreza.
 
   Tres veces armó el arco y otras tantas
Hizo gemir el viento con tres flechas
Y tres aves cayeron a sus plantas,
Abierto el corazón con hondas brechas.
 
   Cabalga en bridón tártaro sin silla,
No se cala bruñido capacete;
Componen su armadura su cuchilla,
Lanza, coraza corta, sin almete.
 
   Que ondean sus cabellos como un velo,
A merced de las auras desprendidos,
Libres como las águilas del cielo
Que vuelan a las peñas de sus nidos.
 
   Pero Teu-Man no aprecia la bravura
Del doncel ni a su beso el rostro inclina
Ni le halaga con plácida ternura
Ni al trono del imperio le destina.
 
   Ama sólo a Kin-Kan, hijo segundo,
Feble como las hojas desprendidas,
Que a llorar cual mujer vino a este mundo,
No a fatigar trotón ni regir bridas.
 
   Para dar a Mothé bárbara muerte
Finge el padre negocios de un tratado
Y hablóle blandamente de esta suerte,
Mintiéndole lisonjas con agrado:
 
   -«Con las tribus de Yent-chi paces quiero
Y asentadas, te entrego mi corona:
Tú debes ser el fausto mensajero;
Tú sólo representas mi persona.
 
   »Cumple, pues, mis mandatos, hijo mío;
Tienes segura tregua y franco suelo:
Nada te tocará sino el rocío
Y la lluvia que caiga desde el cielo.»-
 
   Así le dijo el pérfido y convida
Con secreta misión al enemigo
Para que corte en flor la hermosa vida
Del que le ofrezca paz pidiendo abrigo.
 
   Mothé toma su aljaba y pasadores
Con las hieles de víbora teñidos
Que dan un fin atroz con mil dolores
Y entumecen los miembros afligidos.
 
   Toma un corcel que juzgan engendrado
En la estación feliz de primavera
Por un soplo del céfiro aromado
Bebido por la yegua en la pradera.
 
   Y, al fulgor de la luna señalada,
Parte y salva los vastos arenales,
Como si conducido de una Fada
Volase por regiones eternales.
 
   Dormido sobre el bruto un breve instante,
Soñó un espectro lívido, horroroso,
Con sanguinosa cinta por turbante
Y exclamó dando fin a su reposo:
 
   -«Infausta es mi misión según mi sueño;
Mi padre no me amó... ¡guay no me venda!
Nunca pudo mirar sin grave ceño
Mi sombra entre los pliegues de su tienda.
 
   »La guerra es el cimiento del Estado:
Ensanchemos los límites al mío;
Venzamos con un hecho señalado
La fuerza con que amaga el hado impío.
 
   »No conozco la ley de mi contrario;
Conozco de mi brazo la pujanza:
Dichoso es en la liz el temerario;
No quieren paz mi dardo ni mi lanza.»
 
   Dijo, sacó una flecha y con su punta
Tocó de su bridón la enhiesta vela
Que, mostrando su fuerza toda junta,
Más veloz avanzó que una gacela.
 
   Ya distingue las tiendas enemigas
Y abundantes camellos y ganados,
Y el resplandor de lanzas y lorigas
Hiere sus ojos negros y animados.
 
   Ve una nube de polvo y al encuentro
Le sale el jefe astuto y advertido
Ocupando entre bravos noble centro,
Sobre revuelto potro guarnecido.
 
   Mothé detiene el suyo prontamente,
Toma el arco letal, que va cediendo
Sus elásticos cabos igualmente,
Al nervio retorcido obedeciendo;
 
   Y al adalid arroja una saeta
Que, pasándole el pecho sin coraza,
A muerte dolorosa le sujeta
Y el hondo corazón le despedaza.
 
   Luego a volver las riendas se apresura
Y a un grito de su voz bien conocida
Vuela su pisador por la llanura,
Cual neblí tras la garza perseguida.
 
   Es vano que le sigan con enojos
Seis jinetes de esfuerzo prodigioso;
Cual relámpago pasa por sus ojos,
Apagado su rastro luminoso.
 
   Teu-Man lo recibió sin alegría,
Las dudas del mancebo confirmando;
Mas, por premiar su hazaña y osadía,
Puso diez mil jinetes a su mando.
 
   Un resplandor de gloria y de esperanza
Baña la faz del bravo con tal nueva;
Su corazón respira con holganza,
Su mente como el águila se eleva.
 
   Manda fabricar flechas silbadoras
Y que agucen sus hierros herbolados,
Y al frente de las huestes vencedoras
Dictó esta sola ley a sus soldados:
 
   -«Si alguno no flechare con presteza
El blanco do mi flecha se encamine
Pierda como rebelde su cabeza
Y su cuerpo a los perros se destine.»-
 
   Partió para la caza de leones
Y al ver uno de fuerza desmedida
Le disparó el mejor de sus arpones,
Que por el cerro entró con honda herida.
 
   Algunos de su séquito quedaron
Sin disparar sus arcos y al momento
Del tronco sus cabezas se apartaron
Y el tronco dio a los buitres alimento.
 
   Uno de sus caballos más hermosos
Tomó también por blanco de sus tiros;
Algunos no flecharon recelosos
Y rindieron su vida con suspiros.
 
   Furioso porque amor, entre pensiles
De dormida quietud y de embelesos,
Detenía sus bríos juveniles
De una tártara hermosa con los besos
 
   Convocó sus guerreros enojado
Y disparó con ímpetu su vira
De la beldad al seno descuidado,
Que fue de un tierno amor sangrienta pira.
 
   Algunos sus saetas detuvieron,
Que herirla no podían siendo heridos
De la luz de sus ojos... Perecieron,
Enamorados sí, no arrepentidos.
 
   Contra un bridón hermoso y regalado,
Peceño, de crin larga y raza fiera,
De su padre Teu-Man muy estimado
También quiso arrojar flecha ligera.
 
   Ninguno le faltó: de pasadores
Una funesta lluvia se desata
Que, volando con plumas de colores,
Al fogoso cuadrúpedo maltrata.
 
   Una feroz sonrisa se ha pintado
De Mothé silencioso en el semblante:
Es león con ayuno prolongado
Que la segura presa ve delante.
 
   Pues presente le han hecho con su afrenta
Del padre la pasada alevosía
Furores y venganzas alimenta,
Ve fieles a los suyos y confía.
 
   En la caza de tigres y leopardos
Halló al emperador entretenido;
Lo traspasó con uno de sus dardos
Que de mil y mil otros fue seguido.
 
   Cayó Teu-Man al suelo, taladrado
De una nube de puntas aceradas
Y Mothé por señor fue saludado
De todas las falanges esforzadas.
 
   Subió del alto solio al hemisferio
Do el poder altanero se sublima
Y ensanchó de Tartaria el gran imperio
Por la parte oriental y opuesto clima.
 
   De las tribus de Yent-chi embajadores
Como don singular le demandaron
Dos mujeres más lindas que las flores
Que de Teu-Man los días aromaron.
 
   Accedió a su demanda y les decía:
-«¿De qué sirven las frescas hermosuras?
Enervan el valor y la osadía;
Grillos de esclavitud son sus ternuras.»-
 
   Dieron segunda vez esta embajada:
-«Entre vuestro dominio y el ajeno
Hay cien leguas de tierra abandonada
Y posesión pedimos del terreno.»-
 
   Se irritó como el mar cuando destierra
De su seno la paz y gritó airado:
-«Preparad las cuchillas a la guerra;
La guerra es fundamento del Estado.»-
 
   Y sin dar a su esfuerzo tregua alguna,
Mandando sus ejércitos más gruesos,
De los Yent-chi borró nombre y fortuna,
Pirámides alzando de sus huesos.
 
II
   En un solio de muelles almohadones
Cuajado de costosa pedrería
Y bordado de sierpes y dragones
En oro, plata y perlas que el mar cría,
 
   Se sienta entre sus nobles mandarines
Han-Kao-zou, guerrero que domina
Por todas sus regiones y confines
Todo el celeste imperio de la China.
 
   Una nube de pálida tristeza
Cubre su faz y enluta su persona;
Mas se anima la súbita fiereza
Y con un mago suyo así razona:
 
   -«Dormido sobre un trono conquistado
Me despierta el silbido de huracanes;
El sueño huyó y el trono ha vacilado
Y por sol me ilumino con volcanes.
 
»¿Ves el septentrión?... Voraces bríos
De un incendio devoran mis ciudades
Y rojos con la sangre de los míos
Están todos los campos y heredades.
 
   »¿Qué sierpe ha deslizado entre mis flores
Con la nocturna sombra ocultamente,
Que marchita sus plácidos verdores
Con hálito feroz y pestilente?...
 
   »¿Quién es ese chacal de hambrienta boca
Que, mirando al león, sin que se asombre
De sus uñas de acero, lo provoca
Y lo reta a la lid?... Dime su nombre.»
 
   -«Mothé se llama el jefe temerario
Que las provincias fértiles agosta;
Su ejército atrevido y sanguinario
Se extiende como nube de langosta.
 
   »El tártaro adalid tiene en su pecho
De vivo pedernal un triple muro;
A su ambición el mundo es muy estrecho
Y en el mayor peligro está seguro.
 
   »¡Infeliz aquel blanco que él acecha
En torva lid al frente de su escuadra!
Donde la vista pone va la flecha
Que a las aves encuentra y las taladra.»
 
   -«Se burla de los dardos más impíos
Feroz rinoceronte bien armado
Y el mar bebe las aguas de los ríos;
Yo beberé la sangre del malvado.
 
   »Yo pisaré la gloria de su raza
Y si vivo en mis hierros le aseguro
Le arrancaré con dientes de tenaza
Pérfido corazón del pecho impuro.
 
   »Y mientras yo buscare al enemigo
Usa tú de tus artes más oscuras;
Al campo te vendrás; vendrán contigo
Esas seis peregrinas hermosuras
 
   »Que doman el valor de los más bravos
Con artes encantadas de tal suerte
Que, besando sus pies febles esclavos,
Con la miel de placer beben la muerte.
 
   »Pues si faltan las armas de la tierra
Con maléficas artes del infierno
Al invasor haremos grande guerra
Y su nombre tendrá baldón eterno.»-
 
   Dijo, y rasgó su larga vestidura;
Y, alzando cual escollo altiva frente,
Pidió su duro casco y armadura
Y ronca voz de marcha dio a su gente.
 
   Más de trescientos mil son sus soldados:
Unos con gruesas lanzas, caballeros,
Otros de férreas mazas van armados,
Otros son agilísimos flecheros.
 
   Con el son de los carros rechinantes
Mézclase el relinchar de los bridones;
Brillan al sol cuchillas fulgurantes,
Suenan en las aljabas los arpones.
 
   Mothé finge su pronta retirada
(Porque así la victoria se asegura);
Llama con un ardid la hostil armada
De Pétem a la vasta y gran llanura.
 
   Han-Kao-zou la ocupa de repente
Con todas sus falanges aguerridas,
Sintiendo en sus entrañas sed ardiente
De acuchillar las huestes perseguidas.
 
   Mas cortado se ve sin esperanza:
Cuatro valles al llano desembocan
Y sin ellos salida no se alcanza,
Pues los montes altísimos se tocan.
 
   Y encuentra en cada valle y sus linderos,
Sin dejar un resquicio a la salida,
Cien mil caballos tártaros ligeros
Con jinetes de lanza prevenida.
 
   Los caballos del valle del oriente
Más blancos todos son que nieve pura;
Los que guardan el valle de occidente
Más negros que la noche más oscura.
 
   Los del norte son tordos regalados
Que beben relinchando el aura fría
Y son bayos los otros, colocados
En el último valle, al mediodía.
 
   ¡Han-Kao-zou! ¡Romper en vano intentas!...
Las ásperas gargantas, erizadas
De picas matadoras y sangrientas,
Dan muerte a tus cohortes esforzadas.
 
   A la séptima luz la carestía
Se siente en todo el campo de sitiados;
Álzase en esqueleto el hambre impía
Como espectro en sepulcros ahuecados.
 
   Han-Kao-zou suspira; llama al mago
Y le dice: -«No hay armas en la tierra
Que puedan libertarnos del estrago;
Marcha y con tus encantos haz la guerra.»-
 
   Y parte sin demora el hechicero
Dando enseña de paz a brisas puras
Y camina en silencio, compañero
De seis incomparables hermosuras.
 
   Conducido a la tienda resguardada
De Mothé, prosternóse humildemente
Y soltando su lengua almibarada
Exclamó con afecto reverente:
 
   -«Será el timbre mayor de tus honores
Después de haber vencido a tus contrarios
Que te rindan tributo emperadores
Que no han sido de nadie tributarios.
 
   »Feudo de más estima que estas bellas
No encontró mi señor, que las amaba,
En cuanto alumbra el sol y las estrellas
Y al tálamo imperial las destinaba.
 
   »Te las ofrece, pues, y sólo implora
Que, mientras que te halagan a porfía,
Des paso a sus soldados sin demora
Por el valle que mira al mediodía.»
 
   Mothé quedó suspenso, embelesado:
Seis pupilas azules le ablandaban
El corazón calloso y embotado
Y otras seis todas negras fascinaban.
 
   De hinojos las hermosas le pedían
Que accediese a sus ruegos y a sus plantas
Por escabel ebúrneo le ponían
Los delicados senos y gargantas.
 
   Accediendo por fin, mandó un legado
Para que sus jinetes se apartasen
Del valle al mediodía señalado,
Por donde sus contrarios retirasen.
 
   Partió el astuto mago presuroso
Para dar fausta nueva de contento:
Todo el sitiado ejército medroso
Se puso en diligente movimiento.
 
   Ya el hijo de Teu-Man desfallecía,
Prisionero de amor en su victoria
Y entre los blandos ósculos perdía
Fuerza, vigor y espíritus de gloria.
 
   Mas mirando su lanza abandonada
Y sobre el duro suelo el arco flojo
Encendióse con rayos su mirada,
Se encandeció su faz con grave enojo,
 
   Quiso dejar su tienda y las sirenas
Detuvieron sus iras con halago...
Era lucha cruel de gozo y penas,
De ternura y de furias en amago.
 
   Contemplándose débil con mancilla
Para vencerse a sí, vencido el mundo,
Con el filo sutil de una cuchilla
Se hirió la mano izquierda furibundo.
 
   Como león que hieren cazadores
Rugió viendo su sangre que corría
Y escupiendo los ídolos de amores
Las armas empuñó con osadía.
 
   Con los suyos siguió a los fugitivos
Y alcanzadas sus últimas legiones
Perdieron la luz pura de los vivos
Con los golpes de lanzas y de arpones.
 
   Han-Kao-zou salvóse con el mago
Y el hijo de Teu-Man, no satisfecho
De la carnicería y del estrago,
Dio esta ley a los suyos con despecho:
 
   Si alguno a Mothé viere en calma quieta
Con alguna beldad entretenido
Y a los dos no dirige su saeta,
Por aleve y traidor sea tenido.
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