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¿Por qué volvió Cervantes de Argel?1


Daniel Eisenberg





Cervantes pasó un año en Italia, pero cinco años en la ciudad de Argel. Aquellos años constituyen lo que Zamora Vicente describió como «un hecho primordial en la vida de Cervantes», que la divide «en dos mitades» (239). Pensamos disponer de datos copiosos sobre este período: en la «Historia del cautivo», «El amante liberal», El trato de Argel, Los baños de Argel y también en El gallardo español y La gran sultana. Pero ninguna de estas obras es histórica. La «Epístola a Mateo Vázquez», aunque sigue citándose igual que el supuesto retrato de Jáuregui sigue reproduciéndose, es, en mi opinión, una falsificación2. Tenemos, eso sí, la descripción de la valentía de Cervantes publicada por Diego de Haedo3, y la larga «Información de Argel» preparada en 15804. Pero ¡cuán poco sabemos de aquellos cinco años principales! Quedan muchas dudas por despejar.

Seguimos sin comprender por qué Cervantes inventó un personaje llamado «un tal de Saavedra», mencionado en El trato de Argel, la «Historia del cautivo» y protagonista de El gallardo español, y entonces comenzó a usar como suyo el segundo apellido Saavedra, cuando el de su madre fue Cortinas5. No tenemos explicación de la extraña enemistad de Blanco de Paz hacia él, ni de las «cosas viciosas, feas y deshonesta[s]» que, según Blanco, hiciera en Argel6. Tampoco entendemos la extraña misericordia e incluso amistad del renegado veneciano Hasan Baa, viendo el desorden que sembraba Cervantes entre los cautivos y como repetidas veces organizaba intentos de huida e incluso de rebelión de todos los cristianos de Argel7. A muchos cristianos, por menos, les cortaron las orejas, la nariz, el brazo, o simplemente perdieron la vida8. A un jardinero colaborador en un intento de huida lo mandó ejecutar, pero a Cervantes, el organizador, Hasan Baa le tuvo en su casa y entonces le soltó, para pasear otra vez por la ciudad. Y no es menos extraño que Cervantes pudiera mantener a quince cristianos escondidos en un jardín durante siete meses sin que nadie los echara de menos9.

¿Por qué estimó Cervantes deseable comenzar a preparar, antes de marcharse, la detalladísima «Información de Argel»? ¿De qué se protegía? Siempre me ha chocado, también, que al poco tiempo de haber sido rescatado cruzara otra vez el Mediterráneo, a Orán. Hay tanta oscuridad en cuanto a sus cinco años argelinos que Goytisolo (60) atinadamente caracteriza la escasez de datos como el vacío -hueco, vórtice, remolino- en el núcleo central de la gran invención literaria: ésta girará alrededor de lo omitido».

El propósito de este ensayo es el de perfilar un poco más la estancia argelina de Cervantes, leyendo entre líneas, estudiando lo omitido y especulando sobre por qué volvió a España. Los resultados han sido distintos de los que esperaba. Para comenzar, tenemos que admitir que Cervantes consideró, sea todo lo brevemente que se quiera, cambiar de religión y quedarse, igual que habían hecho muchos cristianos capturados10. Desde luego, esta idea no consta en ninguno de los documentos ni textos literarios cervantinos. Éstos nos sugieren, en cambio, un patriota, ferviente devoto de la Virgen María, siempre confiado en el rescate. Pero a pesar de esta falta de apoyo y datos en contra, creo lícito y necesario considerar la posibilidad. Si se prefiere, vamos a dejarlo en que la idea no fue suya, sino de uno de los muchos renegados a quienes veía diariamente. Entre estos renegados -la mitad de la población de Argel, según Haedo- tenía amigos. ¿Cinco años sin que ni uno de ellos le sugiriera ni una vez seguir su ejemplo?

Ahora bien, la respuesta de Cervantes fue negativa. Pero tal respuesta negativa no fue automática, o al menos no me parece que lo fuera al cien por cien. Las discusiones en las obras cervantinas del reniego -que conllevaba la libertad inmediata y sin rescate, y podría ser una manera, según se discute, de facilitar la huida- muestran que lo tuvo en mente y que fue tema de debate entre los cautivos11. La pintura de la vida argelina que encontramos en las obras de Cervantes y en la Topografía e historia general de Argel no es completamente negativa. Primero, la justicia se presenta como más directa y menos pervertida por «el interés». «Entre moros» dice el trujamán de Maese Pedro, «no hay "traslado a la parte", ni "a prueba y estése", como entre nosotros». En «El amante liberal»:

Las causas, si no son las matrimoniales, se despachan en pie y en un punto, más a juicio de buen varón que por ley alguna. Y entre aquellos bárbaros, si lo son en esto, el cadí es el juez competente de todas las causas, que las abrevia en la uña y las sentencia en un soplo, sin que haya apelación de su sentencia para otro tribunal.


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Por contraste, en España, la venalidad de los procuradores y jueces es comentada amargamente por Cervantes. La justicia no es de poca monta, sino central, en la teoría política de Cervantes. El deber fundamental de una autoridad, lo que no hace, por ejemplo, el Duque cuyo palacio visita Don Quijote, es facilitar la justicia entre sus súbditos.

Los moros jamás blasfemaban, se comenta también, indicando una seriedad religiosa no tan común entre los cristianos. De igual modo, la sociedad argelina era más tolerante en materia religiosa e intelectual que la española. Allí vivían cristianos, moros y judíos, si no sin tensiones, al menos sin violencia. No hubo Inquisición, ni órdenes religiosas ricas de tierras y vidas, ni conventos.

Si Cervantes se hubiera quedado en Argel, habría gozado de una posición distinguida y bien remunerada. Los renegados, mejor formados y con más experiencia del mundo que los indígenas, dominaban completamente el gobierno. Gobernador tras gobernador, como el Hasan Baa que nos es conocido por coincidir con Cervantes, eran renegados. Sin lugar a dudas, Cervantes habría tenido una vida mejor en lo material y sensual de la que le esperaba en España, de donde, a pesar de las cartas de recomendación del Duque de Sesa y de Don Juan de Austria, el rescate tardaba mucho.

La sociedad islámica fue hedonista, al contrario de la España puritana de Felipe II. «¿Hay más gusto que ser moro?» pregunta Solimán, nacido Juan, en la tercera jornada del Trato de Argel. Había lujosos vestidos, casas, jardines, buena y abundante comida. No faltaba el vino de los taberneros cristianos. Tampoco el hachís, y cabría preguntarse si Cervantes, tan fascinado por las hierbas y por todo aquello que afecta al cerebro, lo experimentara.

Ahora bien, si Cervantes creó la figura de Don Quijote, enemigo de la vida regalada, urbana y palaciega, también creó la de Sancho, amigo del vino, del buen comer, de la buena cama y de las mozas no melindrosas. Cervantes se sintió muy a gusto en Italia, adonde quería volver. ¿Le habrían tenido sin cuidado, entonces, la comodidad y sensualidad de la vida argelina?

Con menos reparos, acaso, se puede aceptar que a Cervantes le gustaba conocer a personas diversas, conversar con ellos y escuchar sus historias. Para tal pasatiempo, ningún lugar del mundo mejor que Argel. Era -lo subraya la Topografía e historia general de Argel- la ciudad más cosmopolita del mundo, más que Roma. Considérese cómo fue la ciudad autónoma de Tánger, antes de la independencia de Marruecos. Pues Argel lo fue mucho más. Llegaban cautivos y renegados de todas las naciones de Europa, de África del norte y central, del Nuevo Mundo, de Turquía y de todos los variados territorios del imperio otomano. Entraban y salían constantemente, algunos con historias tan interesantes como la del Cautivo, o la de Ricardo del «Amante liberal».

Por último, Cervantes no fue cautivado en un pueblo de la costa, ni apresado en su primer viaje marítimo. Había salido de su patria, como muchos de los renegados, huyendo de la justicia. Llevaba muchos años fuera de España, cuyo suelo no había pisado desde 1569. Además, no le esperaban ni mujer ni hijos.

Así que Argel no carecía de posibles atractivos para Cervantes12. El reniego era tema de discusión frecuente entre los cautivos, y aparece en sus obras. Los renegados pudieron haberle invitado a mejorar de vida y seguir su ejemplo13. Pero Cervantes decidió no hacerlo, tal vez instantáneamente, tal vez después de largas meditaciones. ¿Por qué?

Dudo que fuera por motivos religiosos. (¡Muy pocas veces aparece citado este motivo por los cautivos, según los vemos en la literatura!) Es Sancho Panza, y no su amo, quien cree «firme y verdaderamente, en todo aquello que dice y cree la santa Iglesia Católica Romana» (Don Quijote, II.8). Américo Castro señaló hace más de medio siglo la inconformidad de Cervantes con mucho de la religiosidad española. «Los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden», dice Don Quijote (I, 13). No creo tampoco que hubiera sido por la imposibilidad de reencontrarse con sus padres y hermanos, a quienes, con la excepción del hermano que compartía su cautiverio, no había visto desde 1569. Cervantes no tuvo fuertes vínculos familiares. Hay que buscar otras explicaciones.

Argel era, en primer lugar, una ciudad parásita, que consumía sin producir. En fuerte contraste con la productividad hispano árabe, los renegados vivían, directa o indirectamente, gracias al comercio de seres humanos. Los ingresos que permitían una buena y en muchos casos una lujosa vida, se derivaban del saqueo y de la piratería. El mejor negocio fue la venta de esclavos hacia otras partes del imperio turco. En los casos de personas nobles, adineradas o importantes para éstas, que tenían, entonces, valor superior al que rendirían como esclavos, se les vendía a cambio de un rescate.

La teoría económica de Cervantes era sencilla y natural: que produjeran los que podían, y que nadie, pudiendo trabajar, viviera a costa de los demás. No percibo en Cervantes una oposición cabal a la esclavitud, pero la base teórica de la institución, en la Europa cristiana, era que la esclavitud representara una mejora de vida para el esclavo. Los esclavos negros en la España del Siglo de Oro, según las fuentes conocidas (todas europeas), no añoraban volver a sus tierras natales. La práctica de los argelinos de vender como esclavos a europeos, separándolos de sus familias, llevándolos, mal de su grado, adonde no querían ir, haciendo prostitutas de las doncellas y casadas14, no concordaba en absoluto con tal concepto de la esclavitud. Los espeluznantes castigos y martirios de unos cristianos a manos de sus dueños moros, referidos con todo detalle por «Haedo» y algunos de ellos probablemente presenciados por Cervantes, tienen que haberle impresionado mucho.

La justificación de la piratería, para los moros, era que representaba una contramedida al robo que para ellos fue la llamada Reconquista de Castilla y la conquista de Granada. Ahora bien, uno de los pocos lugares que Cervantes visitó sin describirlo en su ficción, es Granada. Supongo que dejara de mencionarla por no saber qué decir de este gozoso y trágico capítulo de la historia de España. Poquísimos granadinos aparecen en sus obras: Álvaro Tarfe, creado por Avellaneda, un anónimo morisco hortelano en el «Coloquio de los perros» y la poderosa maga Cenotia, del Persiles. Tan amigo de comentar las antigüedades y maravillas de España, desde los Toros de Guisando a la Giralda de Sevilla, no menciona nunca ni la gran mezquita de Córdoba ni la Alhambra (ni tampoco el Escorial). Empero, Cervantes tendría que haber rechazado la interpretación mora de la historia de España. Es decir -la conclusión sale de su influyente Numancia- los moros eran invasores desde el principio. Todavía los turcos y moriscos amenazaban a la Europa cristiana, y no hacía tantos años que se había perdido Constantinopla.

Hay que tener en cuenta que la consideración de la piratería como una contramedida a la Reconquista no justificaba, ni hipotéticamente, las acciones de los renegados y turcos. Éstos, ni en teoría, pudieron haber sido víctimas de la Reconquista; sin embargo, eran ellos los piratas, y no los andaluces y tagarinos refugiados en África del Norte.

La falta de cultura sería, para Cervantes, otra lacra severísima de Argel. No había teatros (las comedias de que tenemos noticia las representaron para sí mismos los cautivos en los baños15), ni tenemos noticia de bibliotecas16 y menos de colegios o universidades, aparte de los coránicos. En otro contraste con la riqueza de la cultura hispanoárabe, se ignora que los argelinos escribieran poesía, historias o libros de ninguna clase. Búsquese una historia de la literatura argelina de los siglos XVI y XVII. No existe.

El hecho no es tan difícil de explicar. En Argel se usaba oralmente una lengua franca que era una mezcla de muchas. Pero para fines literarios, ¿qué lengua se podría haber empleado? No la castellana, italiana ni latina, lenguas de sus enemigos. Teóricamente se podría haber usado el turco, pero sólo lo conocía en Argel una pequeña minoría dominante. La lengua para la composición literaria sería el árabe, cuyo alfabeto compartía el turco. Tampoco se trata del árabe hablado o dialecto magrebí, que se oía en la calle y se hablaba en casa. Se trata del árabe clásico, lengua de riquísima literatura que Cervantes parece haber ignorado. Para los literatos árabes el dominio de este idioma ha sido siempre objeto de muchos años de estudio. Era y es casi imposible que uno que no tuviera contacto ni con el árabe familiar hasta los veintiocho años -el caso de Cervantes- llegue a dominarlo hasta el punto de crear literatura. Imagínense si un extranjero actual hoy pudiera escribir sonetos en castellano con la misma facilidad que Góngora o Lorca. El dominar el árabe clásico es igual de difícil o más, y faltaba entonces material didáctico.

Así que no habría renegado quien hubiera querido tener una vida literaria, y Cervantes nos refiere, en el prólogo a La Galatea, «la inclinación que a la poesía siempre he tenido». La literatura que había en Argel la escribían los cautivos, entre ellos Cervantes, y faltaba una cultura literaria y artística entre los renegados. No hubo imprenta ni libreros17, y mientras los libros europeos no estaban prohibidos, llegaban pocos y sin regularidad.

Para quedarse en Argel, entonces, Cervantes hubiera tenido que abandonar la composición literaria, la lectura e incluso la abundancia de la lengua castellana, a la que llama, otra vez en el prólogo a La Galatea, campo abierto, fértil y espacios, fácil, dulce, grave y elocuente.

La Galatea es la obra que comenzó a escribir poco después de volver a la península -si no la comenzó, como mantiene Astrana (3: 29), en Argel mismo18- y que dedicó al abad de la perdida Santa Sofía de Constantinopla, Ascanio Colona. El libro es un estudio del amor, y es el amor entre hombre y mujer19. Este amor, según las fuentes conocidas, todas europeas, no consta que existiera en la sociedad argelina de la época. La sexualidad abundaba, incluso refinadas artes o técnicas sexuales, pero no el amor. Cervantes, quien estrenó el tema del divorcio en la literatura española, no menciona ni la conocida facilidad del divorcio para el varón en la sociedad islámica, ni cómo el Islam le permite hasta cuatro esposas. También vemos en algunas obras cervantinas y en la Topografía e historia general de Argel que algunos argelinos, abandonando totalmente a las mujeres, se ardían con deseo hacia los muchachos: no los de sus vecinos y correligionarios, sino los de los cristianos20. (Que a los muchachos hacían gusto, según nos comunican tanto Cervantes como «Haedo» y Tirso21, no es del caso; es un gusto «con prejuicio de terceros», en este caso las mujeres.) Por ello, las mujeres, más que los hombres, deseaban escapar y conservaban en secreto, como podían, la religión católica. Esto consta en las obras de Cervantes y fuera de ellas. Hay muchos ejemplos de hombres que salieron para Argel, tal vez huyendo de algún problema en su país natal, pero no he llegado a conocer el caso de ninguna mujer. Tampoco he encontrado rastro de mujer cautiva que rechazara el rescate22. La sociedad que rodeaba a Cervantes fue injusta para las mujeres. Los hombres no las amaban, las prostituían, y se casaban y divorciaban según su capricho.

En síntesis: quedarse en Argel habría conllevado un abandono de la lengua castellana, de la poesía, de los libros. La vida acomodada y sensual de Argel se financiaba por la venta de cristianos hechos esclavos. Se despreciaba a las mujeres (según las fuentes conocidas, todas europeas), y se prefería, en su lugar, a los muchachos. Esta vida apetecería a muchos -Argel tuvo más vecinos que Roma- pero no podría apetecer a un pensador y lector como Cervantes. En cambio, volvería de Argel convencido o reconvencido de la visión oficial española de los moros, que pronto reforzaría con sus comedias: La Numancia, La casa de los celos, probablemente las perdidas Batalla naval y Trato de Constantinopla, además de Los tratos y Los baños de Argel, La gran sultana y El gallardo español. El estudio del amor que hallamos en La Galatea, y esto creo que lo sugiero por vez primera, también refleja sus experiencias argelinas. Sin duda, volvió de Argel con ganas de escribir. Decidió ser escritor.

Pero, como apostilla final, Cervantes siempre se nos desliza. Todavía quedan los aludidos vacíos, tremendos vacíos, en nuestro conocimiento de su vida en Argel. Lo expuesto corresponde, espero, a lo que Cervantes permitió que supiéramos de su estancia argelina. Pero consta también que hubo algo, o aun algos, que no nos permitió saber.






Obras citadas

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