Problemas del «Lazarillo»
Francisco Rico
—[7]→
Para Eugenio Asensio
—[8]→ —9→
Quien esto escribe ha dedicado al Lazarillo dos trabajos de conjunto: un ensayo de interpretación histórica y crítica1, por una parte, y, por otra, una edición anotada cuyo primer objetivo es esclarecer el sentido literal del texto y, en el prólogo, revisar las principales cuestiones de hecho (datación, autoría, modelos y fuentes) que plantea la génesis de la novela2. Los estudios y apuntes que aquí se publican son sobre todo justificación detenida de afirmaciones que en esos dos trabajos se hacen en forma sucinta.
Van en orden cronológico de redacción, porque a menudo las conclusiones de unos han de tenerse presentes en otros posteriores y, primordialmente, porque sus insistencias, correcciones y cambios de rumbo pueden ilustrar en más de un aspecto qué largo es el arte del Lazarillo y qué corta, para abarcarlo, la vida del estudioso. Cuando aportaciones ajenas o propias han desmentido algún punto de los artículos de fecha más temprana, he dado entre paréntesis cuadrados la referencia oportuna. —10→ Por lo demás, he añadido solo los complementos bibliográficos más urgentes o bien la indicación de dónde obtenerlos.
He dudado si incluir o no el capítulo final. Nacido como disertación ante un público variopinto, hubiera podido ponerle ahora las notas más imprescindibles; pero, aun así, quedaría como un mero esbozo, a falta de un tratamiento adecuado de otros temas que ni siquiera cabía desbrozar en los cincuenta minutos rituales en actuaciones similares. A su vez, prestar la debida atención a las técnicas narrativas del Lazarillo en tanto creadoras de la ilusión realista y precisar las convergencias y divergencias de nuestra novela con la ficción de la época habría significado escribir un libro más extenso que el presente. Por el momento, pues, he renunciado a esa tentación y me he contentado con introducir algunos retoques y reemplazar por otro nuevo un apartado del texto original.
Así, este volumen, al cabo, queda abierto, con el mismo ánimo de sus primeras páginas, más atento a apuntar problemas que confiado en resolverlos. Sólo en ese sentido hace quizá justicia al Lazarillo.
Valladolid, 4 de octubre de 1987
—11→
He aquí la procedencia o el destino último de los estudios abajo recogidos:
- «Problemas del Lazarillo», en Boletín de la Real Academia Española, XLVI (1966), págs. 277-296.
- «En torno al texto crítico del Lazarillo de Tormes», en Hispanic Review, XXXVIII (1970), págs. 405-419.
- «Para el prólogo del Lazarillo: 'el deseo de alabanza'» en Actes de la Table Ronde Internationale du C.N.R.S. Picaresque espagnole, Montpellier, 1976, págs. 101-116.
- «(Sylva XVIII) De mano (besada) y de lengua (suelta)», en Estudios sobre arte y literatura dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz, III (Granada, 1979), págs. 90-91; y en Primera cuarentena y Tratado general de literatura, Barcelona, El festín de Esopo, 1982, págs. 73-75.
- «(Sylva XIII) Otros seis autores para el Lazarillo», en Romance Philology, XXXIII (1979-1980), págs. 145-146; y en Primera cuarentena, págs. 57-58.
- «Nuevos apuntes sobre la carta de Lázaro de Tormes», en Serta Philologica Fernando Lázaro Carreter..., II (Madrid, Cátedra, 1983), págs. 413-425.
- «Resolutorio de cambios de Lázaro de Tormes (hacia 1552)» en Homenaje a Francisco López Estrada, Madrid, en prensa.
- «La princeps del Lazarillo. Título, capitulación y epígrafes de un texto apócrifo», en Homenaje a Eugenio Asensio, Madrid, Gredos-Diputación Foral de Navarra, 1988, en prensa.
- Lázaro de Tormes y el lugar de la novela. Discurso..., Madrid, Real Academia Española, 1987, págs. 13-23, 27-41.
Quiero agradecer la ayuda que Juan Cerezo, Jorge García y Rafael Ramos me han prestado en la preparación del original para la imprenta y especialmente en la corrección de pruebas.
—[12]→ —13→
En memoria de María Rosa Lida
Pocos libros tan
fértiles en problemas como La vida de Lazarillo de
Tormes: de ellos, unos accidentales -cabría decir-,
ajenos al anónimo autor; otros, los más, esenciales y
muy intencionadamente suscitados por un escritor que se complace en
el equívoco y en la ironía, y sobre uno y otra
construye su novela. «A este
propósito»
-como diría Lázaro-,
importa insistir en que cada nuevo avance de la
investigación o de la crítica muestra más
diáfanamente que en el Lazarillo no existen
materiales neutros, y los que pudieron juzgarse tales, si
examinados de cerca, acaban por revelarse datos significativos -y
más: polisémicos-. Ahí reside el arte de la
motivación, epigramáticamente definido por
Chéjof: «Si al principio de un
relato se ha dicho que hay un clavo en la pared, ese clavo debe
servir al final para que se cuelgue el protagonista»
(vid.
T. Todorov, ed., Théorie de la littérature. Textes des
formalistes russes, París, 1966, pág. 282). Me propongo ensayar ahora
-sin apurar las sugerencias de los temas- unas pocas
interpretaciones para otros tantos aspectos problemáticos
del Lazarillo.
Es moneda de curso
corriente entre la crítica que «el
Lazarillo es un libro inconcluso»
3.
Vale la afirmación, desde luego, si —14→
se limita a subrayar que nos las habemos con una
ficción autobiográfica, con la narración de
«una vida -escribe don Américo
Castro- que, por el mero hecho de contarse, ha de permanecer
necesariamente oscilante e inconclusa»
4.
Me parece inexacta, en cambio, si implica que el Lazarillo
empezó a circular y llegó a letras de molde «aun cuando el autor no lo había dado por
concluido»
5;
o si la suposición de que «nuestras tres principales novelas picarescas, el
Lazarillo, el Guzmán, el
Buscón, quedan constitutivamente
interminadas»
, conduce a interpretar la primera como
«desintegración... del mito del
puer
aeternus»
6.
De hecho, si un libro concluso, bien rematado, es el que
se ha propuesto a sí mismo un asunto y, por tanto, un
término, y ha desarrollado aquél hasta llegar a
éste, el sintagma se aplica perfectamente al
Lazarillo.
Asunto
último y término del Lazarillo, en efecto,
se fijan con la suficiente claridad7,
al justificar la razón de ser de la novela, en el mismo
Prólogo (justificación del todo necesaria, por lo
insólito de la empresa): «Y pues
Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy
por extenso, parescióme no tomalle por el medio, sino del
principio, porque se tenga entera noticia de mi
persona»
8.
Cabe preguntarse qué «caso»
es el que ha despertado la
curiosidad de «Vuestra Merced»
y, por ahí, ha llevado a Lázaro de Tormes, humilde
pregonero de Toledo, a tomar —15→
la pluma tan «por
extenso»
, que en el afán de aclararlo plenamente,
explicándolo desde las raíces -desde su propia
personalidad-, ha acabado obligándole a esbozar una
autobiografía: autobiografía, así, entendida
como dimensión «diacrónica» de «el caso»
, como su trayectoria en el
«eje de sucesiones» -por aplicar bien conocidos
términos saussureanos-. Adviértase que en la «epístola hablada»
9
que es el Lazarillo, no sólo abundan las
expresiones dirigidas a la persona que solicitó el relato
(«sepa Vuestra Merced...»
,
«huelgo de contar a Vuestra
Merced...»
, «porque vea Vuestra
Merced...»
, etc.),
sino que incluso, en el último tractado, llega ésta a
asomar su figura en la narración: «en el cual [oficio real] el día de hoy
vivo y resido, a servicio de Dios y de Vuestra Merced»
;
«el señor Arcipreste de Sant
Salvador, mi señor, y servidor y amigo de Vuestra
Merced...»
. A no disponer de otros elementos de juicio,
la misma coherencia de la novela parecería exigir que si
«Vuestra Merced»
había
pedido que se le escribiera «el
caso»
, éste debió suceder en el
período de la vida de Lázaro en que el pícaro
y el señor llegaron a conocerse: el período
historiado en el capítulo final. Pero -creo- bastan unas
palabras del tractado VII para confirmar semejante punto de vista:
«hasta el día de hoy -concluye
Lázaro- nunca nadie nos oyó sobre el
caso»
. O lo que es lo mismo: hasta el momento en que
«Vuestra Merced»
quiso saber,
por boca del presunto consentido, de las dudosas relaciones entre
el Arcipreste de Sant Salvador -su «servidor y amigo»
- y la mujer del
pregonero10,
Lázaro siempre se había negado a ventilarlas, aun
amistosamente.
El núcleo
del Lazarillo, a mi modo de ver, está en su final:
a «el caso»
(acaecido en
último lugar y motivo de la redacción de la obra) han
ido agregándose los restantes elementos -preludios e
ilustraciones- hasta formar el todo de la novela; y la
percepción de tal circunstancia me parece decisiva para un
correcto entendimiento de la unidad y de la estructura del libro.
Materias éstas a menudo controvertidas11,
a cuya comprensión ayudará completar la lectura del
Prólogo: «... porque se tenga
entera noticia de mi persona, y también porque consideren
los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues
Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron
los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña
remando salieron a buen puerto»
. Lázaro aporta,
efectivamente, en Toledo, al recibir «todo favor y ayuda»
del Arcipreste de
Sant Salvador, amante de su mujer y «servidor y amigo de Vuestra Merced»
:
«Esto ['el caso'] fue el mesmo año
que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo
entró...; pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en
la cumbre de toda buena fortuna»
. No atiendo ahora a las
implicaciones axiológicas de semejante
planteamiento12
(de una axiología, claro es, cargada de infinita
—17→
zumba), antes me limito a observar que si el
Lazarillo, en irónico alarde de ejemplaridad
(«cuánta virtud sea saber los
hombres subir, siendo bajos...»
), refiere la «historia de una ascensión
social»
con miras a «ensalzar a
los hijos de sus obras»
-como se ha dicho-, la tal
historia y la morale
de cette histoire son consecuentes de «el caso»
, en el plano de las
motivaciones dependen de él («y
también porque...»
).
Pero el
Prólogo no nos interesa sólo en gracia a su
último párrafo. Para Charles Ph. Wagner, se trataba de «un prólogo bastante
convencional»
13;
de hecho -y atendida la naturaleza del libro-, el encarecimiento de
la novedad de la tarea acometida («cosas... nunca oídas ni
vistas»
, pondera Lázaro), la insistencia en la
necesidad de divulgar los conocimientos («a todos se comunicase»
) o la
captatio
beneuolentiae, merced al afectado empequeñecimiento
de la propia obra («esta
nonada»
, al estilo de las nugae o ineptiae clásicas), funcionan más
bien como parodia del prólogo convencional, fiel a la
antigua tópica del exordio14.
«La honra -añade Lázaro,
con Cicerón- cría las artes»
; lo comprueban
«el deseo de alabanza»
del
soldado «que es el primero del
escala»
, la satisfacción del predicador -por
más que «desea mucho el provecho
de las ánimas»
- ante los elogios, la recompensa
del mal justador a la adulación del truhán: «y todo va desta manera»
. Cierto: todo,
en el orbe de la novela, se nos ofrece en la triple
dimensión de los contenidos reales, los asertos de los
protagonistas y las sanciones de la «opinión»
15;
y del mismo modo que los ejemplos aducidos en el Prólogo se
disponen según una fina graduación -de lo encomiable
y lo legítimo a lo ridículo-, el ternarismo se
acentúa a medida que camina —18→
el relato, para culminar en «el
caso»
, de muy distinta entidad según se dé
crédito «a dichos de malas
lenguas»
o a los juramentos del pregonero16,
contento -como el don Fulano que «justó muy ruínmente»
-
con no oír cosa que le pese. «La
honra cría las artes»
: la deshonra de «el caso»
(ya Juan Fernández de
Heredia incluyó otros iguales entre «los casos de la honra»
)17
ha engendrado la novela. El paralelismo -con todo el sarcasmo que
supone- difícilmente puede ser ilusorio18.
Entre la
exposición de motivos, en el Prólogo, y las primeras
palabras de la narración se da una continuidad perfecta:
«Vuestra Merced escribe se le escriba y
relate el caso... Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a
mí llaman Lázaro de Tormes...»
. Dice bien
el pregonero «a mí
llaman»
, porque, como se aprende después,
sólo al final, en el muy concreto presente desde el que
escribe, le «llaman»
efectivamente por su nombre completo (lo que no deja de subrayar,
satisfecho, con la tercera persona, donde pudiera seguir con el
yo habitual: «en toda la ciudad,
el que ha de echar vino a vender, o algo, si Lázaro de
Tormes no entiende en ello, hacen cuenta de no sacar
provecho»
). La referencia inicial a «Vuestra Merced»
refuerza el
vínculo entre Prólogo, relato y desenlace. En el
cuerpo de la obra, las llamadas de atención al
enigmático personaje -ya antes aducidas- serían
ociosas si no desempeñaran idéntico papel; y,
parejamente, las varias alusiones a circunstancias
simultáneas —19→
a la redacción de la novela («me quebró los dientes, sin los cuales
hasta hoy día me quedé»
; «Dios es testigo que hoy día,
cuando topo con alguno de su hábito...»
= «en el cual el día de hoy vivo y
resido»
; «hasta el
día de hoy nunca nadie nos oyó sobre el
caso»
) tienen la virtud de proyectar nítidamente
sobre el protagonista de «el
caso»
retazos de su vida pasada. Lázaro, por otra
parte, asume tal pasado en función de su presente de
pregonero complacido con las «mil
mercedes»
que Dios le envía a través de su
mujer y el Arcipreste: no otro sentido parece tener su
decisión de no tomar «el caso...
por el medio, sino del principio»
19.
Poco satisfactorio
se ha juzgado, en general, el sumario del tractado I20:
«Cuenta Lázaro su vida y
cúyo hijo fue»
. Prescindamos de la tercera persona
que aquí se emplea21
y notemos que el ciego ha recibido al destrón «no por mozo, sino por hijo»
,
y que el propio chiquillo, al recordar la «cornada»
que le despierta «de la simpleza en que, como niño, dormido
estaba»
, hubo de reconocer: «después de Dios, éste me dio
la vida y, siendo ciego, me alumbró22
y adestró en la carrera de vivir»
. El
título del —20→
tractado, así, tal vez resulte cargado de
intención, y no el postizo descuidado que algunos piensan:
el capítulo narra realmente «cúyo hijo fue»
el pregonero
toledano que escribe «el caso»
-y solo secundariamente quiénes fueron Tomé
González y Antona Pérez, padres de Lazarillo-.
23 Marcel
Bataillon, mostrando óptimamente qué gran arte
engarzó los diversos episodios del Lazarillo con
hilos unitarios (en primer término, los de paralelismos,
reiteraciones y contrastes, implícitos unas veces, otras
destacados por las reflexiones de Lázaro), ha insistido en
cómo gravita sobre el desenvolvimiento de la trama el peso
de semejante paternidad moral del ciego24.
Del fino análisis de Bataillon tomo un ejemplo
particularmente valioso, el «pronóstico»
del mendigo, cuando
cura con vino al descalabrado Lazarillo: «Yo te digo... que si hombre en el mundo ha de
ser bienaventurado con vino, que serás tú»
.
El vaticinio salió «tan verdadero
como adelante Vuestra Merced oirá»
(siempre
«Vuestra Merced»
como testigo
risueño -y velado- de «el
caso»
...). Cierto -explica Lázaro-, «el señor Arcipreste de Sant Salvador, mi
señor, y servidor y amigo de Vuestra Merced, porque le
pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada
suya»
. Los contemporáneos del anónimo autor
debieron notar bien esa convergencia de los múltiples
elementos novelísticos hacia «el
caso»
singular; la primera adición al texto
primitivo aportada por la impresión complutense
(también de 1554, por Salcedo), así, no tiene otro
objeto que añadir nuevas flechas (en forma de
profecías) apuntadas al mismo blanco del capítulo
VII: Lázaro, que en Escalona —21→
no entiende cómo puede ser la soga «tan mal manjar que ahoga sin comerlo»
,
ni cómo los cuernos pueden darle «alguna mala comida y cena»
, halla
respuesta a tales perplejidades el día en que presta sus
servicios para ahorcar a «un
apañador en Toledo»
, y las varias noches que
espera a su mujer «hasta las
laudes»
.
Pero toda la
novela transparenta igual orientación, segura unidad de
tendencia. Lázaro chico, al arrimo de Antona
Pérez, vive doce rápidos años en la ignorancia
del mundo, en «la simpleza»
:
doce años que se resuelven en unos pocos párrafos,
porque el narrador los pasó, «como
niño, dormido»
; y justamente los rasgos recalcados
(las persecuciones «por
justicia»
, el «arrimarse a los
buenos»
25,
las entradas -«en casa»
- del
moreno amigo de Antona) reaparecen al final transmutados en
ingredientes de «el caso»
.
Frente a ello, al corto período transcurrido con el ciego se
dedica buen número de páginas; a los «cuasi seis meses»
en Maqueda, un
cumplido capítulo: Lázaro, ya despierto y en guardia,
como con su primer amo ha aprendido, lucha esforzadamente por la
vida; y el hambre, tan duramente sufrida en el tractado II,
quedará harto satisfecha en el VII, con el trigo, la carne,
los bodigos que a Lazarillo le negó antes el «cruel sacerdote»
, las «mil mercedes»
del Arcipreste. Los dos
meses con el escudero, fundamentalmente, enseñan al muchacho
lo inútil y falaz de la honra al uso: por no acatarla
acabará logrando el pregonero «paz... en casa»
, «toda buena fortuna»
. El trimestre al
servicio del buldero, en fin, refuerza otra importante
lección: la del callar y quedarse al margen cuando conviene,
la del silencio en provecho propio (por ello, posiblemente,
Lázaro se relega a mero narrador del capítulo V, de
protagonista activo que era)26;
así, en los días de su «prosperidad»
, Lázaro sabe
hacerse a un lado y «no mentalle nada de
aquello»
a su mujer. De —22→
tal modo, Lázaro de Tormes, pregonero de
Toledo, recoge y aplica en «el
caso»
todas las lecciones recibidas en su aprendizaje de
degradación27.
En un poema
correlativo (de los redescubiertos por Dámaso Alonso), los
elementos diseminados a lo largo de la composición se
reúnen con más rico sentido en los últimos
versos; en nuestra novela, como rayos de luz, se concentran en el
foco de «el caso»
. Por
distinto camino, mis conclusiones vienen a coincidir plenamente con
las de Claudio Guillén: «El
principal propósito del autor no consiste, al parecer, en
narrar -en contar sucesos dignos de ser contados y, por decirlo
así, autónomos-, sino en incorporar estos sucesos a
su propia persona... Lo narrado queda referido al ser del narrador.
Y el Lazarillo, por tanto, más que un relato puro,
es una 'relación' o informe hecho por un hombre sobre
sí mismo... Lázaro, más que Lazarillo, es el
centro de gravedad de la obra... El proceso de selección a
que Lázaro somete su existencia nos muestra aquello que le
importa manifestar: los rasgos fundamentales de su persona... La
relación de Lázaro consiste, pues, en un ir
desplegando o 'desarrollando' aquello que él sabe forma
parte de su vivir y su ser actuales»
(págs.
270-272). En efecto, es tal criterio de selección -dirigida
al Lázaro adulto de «el
caso»
- el que explica la brevedad y esquematismo de los
tractados IV y VI28,
la aceleración —23→
del ritmo narrativo al término del tractado III -con
el fin de las mocedades de Lazarillo29-,
el desajuste de tiempo «cronológico» y tiempo
psíquico, con frecuencia tildados de defectos. Pero exigir a
los tractados IV y VI una andadura más despaciosa no lo creo
más procedente que reñir a Lázaro por haber
contado, v.
gr., el episodio de las uvas de Almorox, y no
otra cualquiera de «las malas burlas que
el ciego burlaba»
. El narrador explica así su
elección: «porque vea Vuestra
Merced a cuánto se estendía el ingenio deste astuto
ciego, contaré un caso de muchos que con él
me acaescieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran
astucia»
; y, acabado el ejemplo, apostilla: «por no ser prolijo, dejo de contar muchas
cosas, así graciosas como de notar, que con este mi
primer amo me acaescieron»
. Para los fines ilustrativos
de Lázaro, basta «un
caso»
, y por cierto, como se refiere al amo más
que al mozo, como no es propiamente miembro vivo en el organismo
novelístico, se nos ofrece flanqueado de aclaraciones y
salvedades. Otro tanto decía don Quijote: «las acciones que ni mudan ni alteran la verdad
de la historia no hay para qué escribirlas, si han de
redundar en menosprecio del señor de la historia»
(II, 3)30.
Más que la
fluida elaboración de sucesos «autónomos»
, sin más
trascendencia que la puramente anecdótica, usual en las
memorias de literatos (testigo reciente La cucaña,
de Camilo José Cela, donde no faltan motivos
folklóricos incorporados al yo del narrador) la
técnica selectiva del Lazarillo recuerda la de
algunas obras de justificación histórica (de los
Comentarios de César o el Libre dels feyts de Jaime el
Conquistador a los «recuerdos» de tantos estadistas
modernos), en que insistencias y silencios tienen idéntico
sentido, enderezados como están a legitimar o disculpar una
determinada actitud, un logro o un traspiés, toda una
política; en La vida de Lazarillo de Tormes,
enderezados a explicar precisamente «el
caso»
, pretexto y asunto de la novela.
—24→
«Vale la pena subrayar -observa doña
María Rosa Lida- que los personajes más logrados [del
Lazarillo] -los padres, el negro, las mujercitas
caritativas, y sobre todo, el escudero- no son
tradicionales31.
Precisamente, a diferencia de los personajes tradicionales como el
ciego, el clérigo avaro y el buldero, el escudero
está presentado sin definición previa, y su modo de
ser brota libremente de sus hechos y palabras, con la más
consumada técnica novelística»
(págs. 358-359). Cabe añadir que semejante manera
narrativa es, muy en primer término, solidaria del
autobiografismo de la novelita, y no hay medio de disociarla de
él sin riesgo de equívoco. Pero intentemos
acompañar al lector español de mediados del siglo XVI
en la lectura del tractado III, revivamos algunas etapas (las menos
atendidas) del lento ir revelándose del hidalgo.
Lázaro y su
tercer amo -«un escudero... con
razonable vestido, bien peinado»
- caminan por las calles
de Toledo, una mañana de verano32.
El mozo no sabe nada de su nuevo señor; «hábito y continente»
, con
todo, parecen traslucir un risueño acomodo. Las plazas del
mercado quedan atrás y Lázaro presume satisfecho:
«Por ventura no lo vee aquí a su
contento... y querrá que lo compremos en otro
cabo»
; aún más, cuando, oída
—25→
la misa de once en la catedral, advierte que no se han
ocupado en buscar de comer: «Bien
consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se
proveía en junto»
. José Antonio Maravall,
analizando agudamente El mundo social de «La
Celestina» (Madrid, 1964, págs. 44-45), ha
aclarado el porqué de las buenas esperanzas de
Lázaro: las compras por menudo, el acudir diariamente a
«las plazas donde se vendía pan y
otras provisiones»
, no se avenían al modo de vida
de una gran casa señorial, antes la deslustraban. En la
intendencia de un gran señor, se compraba «en junto»
, al por mayor y de tarde en
tarde; la suya, puntualiza Maravall, «seguía siendo una economía
tradicional o de subsistencia, una oeconomía basada
en la autonomía doméstica de provisión, ajena
al mercado urbano y a su crematística»
(página 45).
Lázaro,
pues, cree haber caído en una rica mansión a la
antigua; la tal mansión es la casa desnuda, «lóbrega y obscura»
, tan
vívidamente evocada, que acabaría por andar en
proverbios33.
«Desque fuimos entrados -recuerda
Lázaro, jugando del rápido Subjektwechsel que tantos matices
sugiere-, [el escudero] quita de sobre sí su capa, y,
preguntando si tenía las manos limpias, la sacudimos y
doblamos, y, muy limpiamente soplando un poyo que allí
estaba, la puso en él»
. El estilo de la novela no
transparenta ningún género de horror aequi34;
aquí, la repetición («limpias»
, «limpiamente»
) parece cargarse de
sentido, si confrontada con otros pasajes del capítulo. Por
ejemplo: Lázaro, en un rincón del portal, se saca del
seno unos mendrugos, y el pobre amo hambriento, tras tomarle el
pedazo mayor, inquiere, muy digno, «si
es amasado de manos limpias»
(el mozuelo
pensará que, habiéndolo llevado «en el arca»
en que lo llevó,
—26→
«no se le podía pegar
mucha limpieza»
); la mañana siguiente
-cuenta-, «levantámonos, y
comienza a limpiar y sacudir sus calzas y jubón y
sayo y capa»
(y, a falta de toalla, ha de utilizar su
ropa para lavarse manos y cara)35.
Evidentemente, el prurito de pulcritud sirve para dibujar rasgos
muy particulares del hidalgo36,
y no postizos, sino imprescindibles a la buena marcha de la
narración (tejida con la trama y la urdimbre de la
apariencia y la realidad del personaje); pero ¿es insensato
suponer que a la vez apunta irónicamente a toda una clase
social obsesionada por la limpieza... de sangre? El equívoco
sería bien comprensible en un autor cristiano
nuevo37.
Alguna vez se ha
observado que cabe poner en duda la hidalguía real del
escudero38;
si fuera cierta la alusión que entreveo en el pródigo
uso de limpio, limpieza, etc., la duda se
disiparía fácilmente. Pero hay indicios más
seguros en tal sentido. ¡Quién viera al fantasmal
personaje, con la célebre paja en la boca, «venir a mediodía la calle abajo, con
estirado cuerpo, más largo que galgo de buena
casta»
! Lázaro se fija aquí en una
característica —27→
física más de una vez señalada en los
hidalgos: «Hidalgos y galgos, secos y
cuellilargos»
, decía un refrán39
(al Caballero del Verde Gabán, mirando a don Quijote,
«admiróle la longura de su
cuello»
, que a otros parecía como de «media vara»
)40.
Un poema villanesco del Tesoro de Varia poesía
(1580), de Pedro de Padilla, pone en boca de una moza una ristra de
escarnios contra el pobre hidalgo, «escudero pelón»
, que la
corteja; y estos entre ellos:
|
Nuestro escudero, por otra parte,
alardeaba de «un palomar que, a no estar
derribado como está, daría cada año más
de docientos palominos»
(donde, se diría, el
inciso condicional garantiza la existencia de la propiedad); y como
es el caso que en la Edad Media la posesión de un palomar
era privilegio feudal solo concedido a hijosdalgo o fundaciones
religiosas, y como todavía en 1522 lo provechoso de tal
privilegio hallaba amparo legal en el llamado «derecho de
palomar», a los primeros lectores del Lazarillo sin
duda no se les escapaba que las pretensiones del escudero, tanto en
lo económico como en lo social, no carecían de
algún fundamento (cfr. J.
E. Gillet, «The Esquire's
Dovecote», en Hispanic Studies in Honour of I. González Llubera, Oxford, 1959,
págs. 135-138)42.
Claro es que la
mención del palomar -tan rentable, de estar en pie...- nos
lleva de la mano a la prehistoria del personaje. «Desde el primer día que con él
asenté -reparaba ya Lázaro- le conoscí ser
estranjero [en Toledo], por el poco conoscimiento y trato que con
los naturales della tenía»
. Otra vez vacilamos.
Marcel Bataillon ha espigado en la Floresta
española (1574), de Melchor de Santa Cruz, un
cuentecillo oportuno: «Preciábase
un forastero mucho de hidalgo, y amohinándose un sastre con
él, dijo el hidalgo: '¿Vos sabéis qué
cosa es hidalgo? Respondió el sastre: 'Ser de cinquenta
leguas de aquí'»
(V, III, 11). Pues no otra cosa
dice Diego de Hermosilla en el Diálogo de los pajes
(1573), libro por muchos conceptos afín al
Lazarillo: «[más de un
converso], en apartándose hasta cincuenta leguas de su
naturaleza, se armó luego de esos nombres [de los hidalgos y
caballeros más principales que había en los lugares
donde tales conversos se bautizaron]»
(ed. A. Rodríguez Villa, Madrid, 1901,
pág. 45). Son vanidades éstas, desde luego, ligadas a
lo universal humano, y en todos los tiempos y países han
afilado la pluma del escritor de moeurs; mas su pintura en el Lazarillo
-¿cómo iba a ser de otro modo?- transparenta muy
precisos perfiles coetáneos.
El lejano solar
del escudero, en cualquier caso, abría amplias puertas a la
sospecha; más, al oírle «ser de Castilla la Vieja»
, haber
nacido a «diez y seis leguas»
de Valladolid. «Hidalguía
-definió ya Hernán Mexía- es nobleza que viene
a los hombres por linaje»
(Nobiliario vero, I,
4) y en la realidad cotidiana cristaliza «en la libertad de los pechos ni
tributos»
(D. de Hermosilla,
pág. 22) y en otro buen número de ventajas
jurídicas: exención de cárcel por deudas, de
tortura y penas afrentosas; particular protección contra la
injuria; jueces y prisiones especiales... «No pechar ni pagar pechos»
, con todo,
y como se escribía en la apócrifa Segunda
parte del Guzmán de Alfarache, no es «verdadera probanza de hidalguía...,
porque, según esto, todos los originarios de Valladolid, que
tienen la misma exención [que los vizcaínos], la cual
también tienen otros lugares, serían hijosdalgo, lo
que notoriamente es falso»
(II, 8). Las mejorías
hidalgas, si se —29→
basaban en la fama inmemorial, requerían una
confirmación documental. A principios del XVI, pues, los
registros parroquiales empiezan a cumplir funciones semejantes a
las del moderno registro civil, en tanto a los municipios se
confía distinguir hidalgos y pecheros, teniendo al
día sendos padrones: en ellos se va a buscar quién
debe contribuir al fisco la moneda forera u otras cargas plebeyas,
y quién puede exigir los derechos de la nobleza hidalga.
Cuando se confeccionan padrones, donde no los hay, o se reparte un
pecho entre los vecinos, a los nobles tronados les tiemblan las
carnes de miedo: probar su condición ha de costarles dineros
que no tienen; si protestan, cualquier alcaldillo de villanos
podrá decirles: «De ser hidalgo
yo no ge lo ñego; mas es lacerado, y es bien que
peche»
(M. Alemán,
Guzmán de Alfarache, II, II, 2). Las Cortes de
Madrid, en noviembre de 1593, denuncian resueltamente el problema:
«Habiendo el hidalgo de hacer sus
probanzas con un alcalde y un receptor que le llevan mill y
cuatrocientos maravedís de salario cada día, sobre lo
cual aún se ha de añadir un alguacil que
necesariamente ha de llevar el dicho alcalde, viene con esto a
causarse a los hidalgos pobres... una total imposibilidad para
seguir sus hidalguías... Con esta provisión se ha
dado lugar, y aun muy larga licencia, a que el estado de los
pecheros, y aun otros de menor calidad, con el odio natural que
tienen al de los hijosdalgo, persigan al que vieren que es pobre,
repartiéndole como a pechero y quebrantándoles los
previlegios de su nobleza, porque como el medio de conseguilla ha
de ser conforme a esta cédula tan costosa y ven la
imposibilidad que el hidalgo tiene para hacer estos gastos, quedan
ellos con más libertad para perseguillos»
(Actas de las Cortes de Castilla, XIII [1887],
págs. 64-65). Lo corrobora el refrán comentado por
Correas: «Hidalgo o no hidalgo,
quedará pelado»
, se decía «de los que empadronan y en prueba de
hidalguía hacen consumir la hacienda»
(pág.
239 a); y el recogido por Rodríguez Marín:
«Hidalgo empadronado, o quedará
pechero o quedará arruinado»
.
Si no hay
padrones, solo es noble quien vive como noble; y en la nueva
coyuntura social ya no viven como nobles quienes
—30→ ejercitan la actividad de
defensores, sino quienes viven en ocio y riqueza y
fidelidad al espíritu de clase (vid. J. A. Maravall, op.
cit., págs. 28 y sigs.). Quienes, por ejemplo, como los miembros
de una familia jerezana, en 1570, podían apoyar su
hidalguía en «no salir a los
alardes que hacían los caballeros de premia y hombres
llanos, juntarse siempre con los demás caballeros y
hijosdalgo, y eran de tanto pundonor que no consentían
consigo a pecheros, ni éstos se atrevían a juntarse
con ellos»
43.
Precisamente en Valladolid, de donde procedía el escudero
del Lazarillo, no se llevaban padrones44
. Se comprende, así, que los antiguos lectores de la
novelita pudieran sonreírse oyendo afirmar al vallisoletano
«que un hidalgo no debe a otro que a
Dios y al Rey nada»
; se comprende, sobre todo, el enojo
de nuestro personaje ante el «Manténgaos Dios»
: lo
único que le distinguía del villano de su lugar que
así le saludaba era justamente el no querer recibir tal
saludo propio de «hombres de poca
arte»
(en vez de «Beso las manos de Vuestra
Merced», «Bésoos, señor, las
manos»); aceptarlo significaba ser digno de
él45.
De semejante situación a la pérdida de rango no
había más que un paso; la huida a la floreciente
Toledo, en busca de «un buen asiento», evitó
darlo.
Y en Toledo
evocaba las dudosas muestras de su nobleza solariega: «Mayormente... que no soy tan pobre, que no
tengo un solar de casas que, a estar ellas en pie y bien labradas,
diez y seis leguas de donde nací, en aquella Costanilla de
Valladolid, valdrían más de docientas veces mil
maravedís, según se podrían hacer grandes y
buenas»
. La enumeración de bienes que
—31→
proporcionarían pingües rentas, de seguir
existiendo en lo presente o existir en lo futuro, pudiera ser de
raigambre folklórica46.
Pero si la misma ingenuidad del escudero, al confesar el mal estado
de su hacienda, certifica en cierto modo la realidad de
esta47,
la alusión a la Costanilla de Valladolid -hoy calle de la
Platería- tal vez tuviera para el lector
contemporáneo una connotación de burla, capaz de
rebajar considerablemente la verosimilitud del aserto (en zigzagueo
de reticencias constante -y esencial- en todo el Lazarillo de
Tormes). Hernán Núñez, el famoso
Comendador Griego48,
en su colección póstuma de Refranes o
proverbios (1555), parece haber sido el primero en recoger el
que sigue: «Colorada, mas no de suyo,
que de la Costanilla lo trujo»
. Correas no nos dice gran
cosa sobre él: «La Costanilla es
un barrio de Valladolid, adonde comenzó el refrán;
ahora costanilla se tomará por cualquier tienda
donde se venda color»
(como sea, pienso yo,
costanero fue designación germanesca para
'pintor'); la Filosofía vulgar (1568) de Mal Lara,
en cambio, nos da una excelente explicación: «Una mujer venía de ciertas estaciones;
iba con todo eso tocada con color de la salsereta, y
viéndola otras, dijo la una: '¡Qué colorada va
nuestra vecina!' Respondió la otra: 'Colorada, mas no de
suyo, que de la Costanilla la trujo'. Es lo que compró de la
tienda. La Costanilla es lugar alto en Sevilla, y aun en
Valladolid, donde hay especieros que venden estas colores.
Aplicase al que se honra con cosa fuera de su ánimo o
cuerpo o de su casa»
(ed. A. Vilanova, Barcelona, 1958-59, IV, pág.
109)49.
Por tal modo, la simple mención de la Costanilla de
Valladolid (común, sin duda, para referirse a jactancias
fantasiosas, como en otro orden de cosas pudo serlo
—32→
para motejar de cristiano nuevo)50
posiblemente bastara para inclinar a la suspicacia, para sugerir al
lector de la época que el solar del escudero estaba situado
en la región de las patrañas.
De tal forma, y en
deliciosas páginas en que «el
contexto se burla del texto»
51
una y otra vez, la aparente objetividad en la presentación
del escudero resulta ser más bien «engaño a los ojos»
, juego de
pasa pasa en que nunca sabemos qué cubilete esconde la
realidad del personaje y la intención del autor: «presentación ilusionista»
(según la fórmula de doña María Rosa
Lida, pág. 356) que rehúye las respuestas
unívocas y lleva a su más sabia cristalización
artística el «si fuera
verdad...»
del Prólogo52.
—33→
A José M. Caso
Enfin, Malherbe vint ...
53 No
existía «edición
crítica»
del Lazarillo de Tormes. No lo
era la de Raymond Foulché-Delbosc (Barcelona-Madrid, 1900),
taracea de los textos de Alcalá de Henares [A],
Burgos [B] y Amberes [C], 1554, discernida por
simple mayoría de variantes (para no aducir otros tuertos).
Ni lo era plenamente la de Alfredo Cavaliere (Nápoles,
1955), limitada también a las primera impresiones conocidas
hoy y con frecuencia harto dispuesta a simplificar los problemas
complejos. Pero la tal etiqueta conviene por sus cabales a la
elaborada por José Caso. El profesor Caso ha acometido la
esforzada tarea de colacionar todas las ediciones del siglo XVI,
alguna del XVII y casi todas54
las modernas (entre unas y otras, cerca de veinte) que
podían ofrecer una brizna de información o alguna
conjetura útil; ha estudiado cada palabra y cada signo de
puntuación con hondura, competencia y amor ejemplares; ha
movilizado a cada propósito la suma de los datos
disponibles. Y ha podido ofrecernos, así, un
Lazarillo en que no hay aspecto que quede por pasar el
tamiz de la crítica más exigente.
Coeditor del gran
Romancero tradicional de don Ramón (I, Madrid,
1957; II, 1963), Caso sienta desde el arranque consideraciones
—34→
muy similares a las inscritas en la primera página de
aquel monumento. «El Lazarillo
-dice- comenzó a vivir en variantes, probablemente a
través de copias manuscritas, pero también a
través de impresiones diversas... Y la primera consecuencia
es la de que las variantes no han sido únicamente errores de
transmisión, sino modificaciones voluntarias del texto... La
segunda consecuencia es que debemos renunciar por el momento a
reconstruir el texto o la edición original»
(32),
a menudo «para aceptar como buenas dos o
más variantes con valor literario»
(11). Pero en
el cuerpo de la página sólo hay sitio para una: la
otra o las otras habrá que relegarlas al aparato, y
habrá que razonar la discriminación. Que corrieron
ediciones hoy perdidas se diría cosa indudable (pero
sí dudo que ello pudiera ocurrir antes de 1552 ó
155355):
por ahora, con todo, únicamente cabe cribar, como hace Caso
(11-14), las afirmaciones de quienes dicen saber de alguna en
concreto; y, ocasionalmente, señalar con más firmeza
la existencia de tal o cual otra56.
Ateniéndose a lo seguro, como discreto, Caso revista
«Las ediciones conocidas del siglo XVI»57
(14-23) y valora juiciosamente —35→
«Las ediciones modernas» (23-26), paso previo al
examen de las varias «Opiniones sobre el problema
textual» (27-31). El catálogo de la Bibliotheca Stanleiana
(Londres, 1813) daba ya a B como princeps; y, sin haberla visto,
Morel-Fatio asentía y de ella derivaba A y
C; Foulché-Delbosc, en cambio, las suponía
dependientes todas de un hipotético arquetipo X y
aparecidas por el orden A, B, C;
Bonilla58
distinguía la recensión A y la familia
BC, más fiel ésta y en su primer
representante muy próxima al texto primitivo: lo que en
esencia repetían Cejador y bastantes más. Cavaliere
-objeta Caso- «actúa con el
prejuicio de que B representa el texto más cercano
al original, por lo que busca siempre una explicación de
orden filológico o estilístico, de base casi siempre
subjetiva, con la que intenta demostrar la superioridad de
B. Círculo vicioso del que ... no sabe
salir»
. Círculo vicioso, porque si su
estadística de variantes (muy necesitada de revisión)
«no conduce a ningún resultado
práctico»
, y aunque pueda afirmarse «la mayor perfección formal de A
C»
, sucede también que «asimilar sistemáticamente la forma
más imperfecta de B con la forma del autor ... es
determinar de antemano que son A y C quienes
corrigen el original, cuando el problema está en que
probablemente B ofrece un texto más descuidado,
más corrupto»
. Desde luego, nuestro editor da en
el clavo: en el dilema consiste básicamente el problema
textual del Lazarillo.
Caso lo ataca ya
de frente en páginas bien nutridas y sobremanera agudas
(32-54). El registro de variantes y erratas obvias en las ediciones
de 1554, en primer término, lo lleva a definir A
«como un texto independiente»
,
más afín a C que a B y corregido e
interpolado a la vista de un manuscrito X'. B
casi lo alcanza en erratas y «no
manifiesta intenciones correctoras»
: una evidente
autonomía «es acaso la
razón que ha motivado el prestigio de B»
.
En cuanto a C, trae escasas innovaciones (38) y
—36→
menos erratas (9): lo reproduce Simón
(Amberes, 1555); «de un texto muy
cercano»
, con diferencias mínimas, procede
Milán (1587), seguido por Bidelo
(Milán, 1615); y enteramente al mismo tipo pertenece
Plantin (Amberes, 1595), con unas pocas correcciones
quizá propias59.
Velasco (es decir, el Lazarillo castigado por
Juan López de Velasco, Madrid, 1573) muestra en sus 328
variantes (de las cuales 96 exclusivas) seguir una fuente hoy
perdida, emparentada con C. En fin, si Bidelo
tuvo presente las primeras páginas de Velasco,
Sánchez (Madrid, 1599) lo siguió muy de
cerca, aunque con supresiones y enmiendas particulares. El
análisis de unas cuantas variantes, bien seleccionadas,
decide a Caso a descartar los estemas60
al estilo de Morel-Fatio (B [o C] → A
C [o B]), Foulché-Delbosc (X →
A B C)61
o Cavaliere (B ← X → Y →
A C)62;
y a proponer, a cambio, otro más complejo y
revelador63:
¿Cómo aplicar tal estema a la fijación del
texto? Para empezar, Caso renuncia a la emendatio de errores. «Las únicas rectificaciones realizadas
-advierte- obedecen al criterio de la lectio difficilior, criterio que, por otra
parte, he aplicado con la mayor parquedad posible, o bien se apoyan
en una variante minoritaria (exclusivamente de A,
B o C), explicando en unos y otros casos el
porqué de mi restauración»
(55).
Y, así, acepta casi siempre las concordancias B-A y
B-C; en los siete casos (cfr.
44) en que B-Velasco se oponen a A-C, normalmente
sigue a estos últimos (salvo en 127.189 y -en parte-
143.18); la coincidencia B-Milán no aporta ninguna
lectura, y B-Plantin sólo se da cuando
B-C. En la discrepancia de B frente a Y
(es decir, A-C, A-Velasco o aun
A-Milán) y «cuando los
tres textos de 1554 tienen lecciones diversas»
, con
frecuencia discute el problema en nota y se decide por la
solución con «más
caracteres de autenticidad»
(55), en general la de
Y64.
La edición
del prof. Caso «quiere ofrecer todos los problemas textuales
con la mayor objetividad posible, y dar una versión
—38→
aceptable, aunque sabiendo de antemano que no es ni puede
ser todavía la definitiva»
(55). «Me conformaría con que [mi trabajo]
contribuyera al progreso de los estudios sobre el
Lazarillo»
(11), nota el autor. En efecto, nadie
podrá negar la enjundia de su contribución, que
devuelve plenitud de significado al marbete de
«edición crítica» tantas veces
mal traído. Antes de insistir en ello, y para aportar mi
homenaje de reflexión al esfuerzo de Caso, me
gustaría considerar algunos «puntos [aún] sujetos a
discusión»
(11). Probablemente la merece en primer
término el hipotético manuscrito X',
presunta base de las enmiendas e interpolaciones de A.
Desde luego la merece si, como invita a pensar su situación
en el estema, se le supone pariente próximo -quizá
revisión- del original (yo diría que la
cuestión no queda lo bastante clara en la pág. 54 ni
en ningún otro pasaje). En principio no hay por qué
descartar la contaminación65;
pero tampoco parece lo más normal que a un «librillo que anda por ahí ..., tan
humilde»
66,
se le sometiera a cotejo y compulsa como si se tratara de un
clásico o una obra de envergadura docta: de más
altura se juzgaba La Celestina, y cuando la imprimen
Francisco Delicado o Alfonso de Ulloa -añadiéndole
prólogo y dando su nombre- no hacen otra cosa que purgarla
de las que creen erratas67.
Cierto que la edición de Alcalá se anuncia «corregida y de nuevo añadida»
;
justamente por el lujo de precisiones sobre el carácter de
«esta segunda
impresión»
, pienso que, si se hubieran colacionado
dos textos, el librero Salzedo «no
hubiera dejado de advertirlo de alguna manera»
(como de
López de Velasco observa Caso, 45). «Corregido»,
a propósito de un texto, y contrapuesto a
«revisto», parece —39→
referir a un mero retoque de ortografía,
puntuación y menudencias dudosas68.
La frase «corregida y ...
añadida»
, por otra parte, junta en un mismo costal
todo el trabajo efectuado sobre el Lazarillo; o en otras
palabras: indica que variantes e intercalaciones tienen
idéntico origen. Ahora bien, se me antoja que el adicionador
de Alcalá captó admirablemente las intenciones del
autor69,
pero dudo mucho que su estilo deslavazado pueda confundirse con el
de éste. Con los datos disponibles, entiendo que la
existencia de X' (sea cual sea el vínculo que lo
una al original) no se impone por su peso; vale decir, que las
singularidades de A se explican suficientemente por las
modificaciones introducidas en un solo texto, como fruto
de un remaniement tan poco respetuoso del original, que
no tiene reparo en añadirle episodios. De hecho, bien
consciente de lo difícil de la hipótesis, Caso relega
las interpolaciones a nota o apéndice y apenas recurre un
par de veces a la supuesta autoridad de X' para referirla
a B-C (94.68, 101.3); más común es que
conjeture que A la refleja y se atenga a la más
firme de X (94.74, 109.54, 122.155, y cfr. 142.10). Algo semejante
ocurre tal vez con Velasco, el Lazarillo
castigado: en cifras absolutas (cfr.
pág. 46), concuerda con C 199 veces; con
A, 26; con B, 18; y se aleja de los tres en 96
ocasiones. López de Velasco parece haberse tomado a pecho su
tarea correctora70,
y cabe preguntarse si estas 44 coincidencias con A y
B no tendrán la misma fuente que las 96 diferencias
frente a todas las ediciones de 1554: el criterio personal del
censor. ¿Nos sentiremos, pues, tentados de prescindir de
a y
a' en el
estema? Hacerlo seguramente sería ir demasiado lejos. No
olvidemos que Caso no pretende llegar a «resultados definitivos»
(54); que
sitúa la relación A X' de modo que no cierra
ninguna posibilidad; y, en fin, que apunta bien claro hasta
qué extremo pueden —40→
ser «individuales y
caprichosas»
(10) las lecciones de Velasco. Es
más: nunca sigue a *Y, cuando representado por
A-Velasco (así 75.91, 76.92, 77.99, 92.56; contra
107.44, C-Velasco podría remontar solo a
a); y ya
hemos visto que sólo muy accidentalmente acepta la
concordancia B-Velasco. Un libro anónimo, sin
pretensiones, antes bien con una buscada sencillez y aun rudeza,
como el Lazarillo, se prestaba a muchas enmiendas menores:
casi diría que invitaba a ellas (Caso habla con acierto de
«tradicionalidad»71).
De ahí mismo la dificultad de establecer si las
peculiaridades de un texto suponen una o varias etapas previas
perdidas o bien una libre elaboración de las conocidas. Para
afirmar lo primero se requieren fuertes razones no siempre
asequibles. Por ello, entiendo que Caso obra con tino al subrayar
los elementos conjeturales del estema (54): un estema, en efecto,
es una hipótesis de trabajo, no una panacea.
Como sea, la
filiación propuesta deja clara la mayor proximidad de
B al arquetipo (o, si se prefiere, a lo más cercano
a él que podemos indicar); y creo que Juan de Junta le fue
notablemente fiel. En primer término, Caso registra ocho
lugares de divergencia entre las impresiones de 1554: en cuatro, y
estoy convencido que con toda la razón, se inclina por la
lectura de B (114.89, 121.152, 122.155, 133.13); en tres,
por C (99.98, 113.87, 114.94); en uno, por A
(85.15). Pero, a mi ver, B merece más
crédito aún. En realidad, en 99.98 (A
«se tornó»
, B
«tórnase»
, C
«se torna»
), B
concuerda mejor con el uso habitual en el
Lazarillo72;
en 113.87, trae prácticamente la lección de
C (como tantas veces, dos aes se funden en una); y en
114.94 no veo medio de decidir entre «hoy no hobiera»
(B) y
«no hubiera hoy»
(C),
«no hubiere hoy»
(A).
Más instructiva es la vacilación en 85.15 (A
«concha»
, B «corneta»
, C «concheta»
). Caso muestra doctamente
que la variante de B «no debe
descartarse a —41→
la ligera»
, pues pudo aludir «al bonete eclesiástico o a alguna otra
prenda semejante»
usada «al
ofertorio para la presentación de la ofrenda»
.
Fuera voz insólita o fuera errata, me parece seguro que se
hallaba en X: en efecto, si ahí se hubiera
leído «concheta»
, no
descubro razón para no seguir tal lectura (como la siguen
Simón, Velasco y tantos más); lo
mismo hay que decir si se hubiera leído «concha»
; mas leyéndose
«corneta»
, es perfectamente
comprensible que A y C buscaran remediar el yerro
o usar un término más común. Es discutible
cuál de las tres lecciones debe adoptarse; pero yo
diría cierto que la de B reproduce el arquetipo con
más fidelidad. En otro pasaje interesante (116.108) se
apartan todavía A, B y
C73.
Lázaro cuenta ahí cómo ha de recurrir a la
caridad de las vecinas hilanderas, «que
-dice- de la lazeria que / A ellas tenían /
B les traía / C les traían / , me
daban alguna cosilla»
. X debía hablar de
«la lazeria que les
traía»
, es decir, 'la miseria y quejas con que me
presentaba' (o 'la pena que les daba'), y B lo copia tal
cual. En Y, en cambio, se produce una explicable errata,
«traían»
, que no da
sentido (porque ¿quiénes les traían pena o
miseria?), y C, siempre poco innovador, reproduce a la
letra, en tanto A procura arreglar, manteniendo el plural.
De nueve discrepancias entre A, B y C,
así, no menos de seis avalan a B.
Pero, como
decía, el verdadero problema textual del Lazarillo
lo plantean los desacuerdos de B e Y. En el
prestigio de la edición burgalesa han entrado por mucho la
falta de noticias, primero, y la rutina, después. Caso
censura -y seguramente con acierto- el excesivo subjetivismo de las
razones de Cavaliere en defensa de B, para nuestro editor
«probablemente ... más
descuidado, más corrupto»
(29), «con signos indudables de estar bastante
estropeado»
( 52, y cfr. 43) .
No muestra eso el párrafo anterior, me atrevo a disentir.
Por otro lado, si erratas evidentes hay en B, algunas
más tiene A; si dudosas B, no menos
—42→
Y (que ya no simplemente A o C).
Verbigracia: si una suerte de haplología o
disimilación podría explicar que B olvide
mi en «mirá, si
sois mi amigo ...»
(144.34),
también podría ser que Y omita el indefinido
en «si UN hombre en el
mundo»
(79.119), «cuando asienta UN
hombre con un señor»
(123.158)74;
si quizá se debe a lo mismo que B prescinda de
el en «del
cual el color»
(107.43),
quizá se le debe igualmente que Y suprima
todo en «di
todo lo que sabes»
(125.182); si
B trae «donde lo
oyesse»
, repartiendo tal vez un él entre
donde y lo (123.163), Y escribe «osaba llegar»
, embebiendo la inicial
de allegar (89.38). En efecto, cuando concuerdan
A y C (puntualmente atenido a su modelo, como
demuestran las escasas variantes propias) rara vez basta la
evidencia del lugar en discusión para decidirse por
Y o por B, para saber cuál es «más descuidado, más
corrupto»
.
Del centenar de
ocasiones (aproximadamente) en que discrepan B y
AC en algo más que la grafía, la mayor parte
nos sitúa ante un dilema enteramente irresoluble (al menos
para mí, lo confieso con toda franqueza y bien a mi pesar).
Y por «irresoluble» entiendo aquel lugar en que cada
una de las lecturas discrepantes, nos parezca mejor o peor
literariamente, puede justificarse con otros paralelos en el texto
o en la época, y no explicarse como error o cambio con
argumentos lo bastante claros. Valgan algunos ejemplos. El ciego
«decía que Galeno no supo la
mitad que él para / B muela / Y muelas / ,
desmayos, males de madre»
(68.41). Y puede tener
razón en la serie de plurales; pero no hay por qué
negársela a B, tanto más cuanto que, si hoy
suele hablarse de «dolor de muelas», en lo antiguo se
usaba el singular normalmente75.
B trata de «aqueste»
,
Y de «este mundo»
(87.25); mas otras veces concuerdan, bien en —43→
«este», bien en «aqueste». «Y con todo, disimulando lo mejor que pude, le
dixe: -'Señor, mozo soy ...'»
(104.23); B
no trae el «le dixe»
: y, de
hecho, «no es indispensable, pues se
omitía a veces la frase introductora del discurso
directo»
76,
y ahí están múltiples testimonios para
probarlo77.
Lazarillo enseña a su amo «el pan
y las tripas, que en un cabo de la halda traía, a /
B lo / Y la / cual él mostró buen
semblante»
(112.79); y no hay medio de saber si el
hidalgo puso buena cara a la halda, al cabo de la halda o a todo lo
anterior. El escudero tenía «una
bolsilla de terciopelo raso, / B hecho / Y hecha
/ cien dobleces y sin maldita la blanca»
(115.100):
¿qué era lo ajado, el terciopelo antaño raso o
la bolsilla? «Mi amo ... en ocho
días maldito el bocado que comió. A lo menos en casa
bien / B lo / Y los / estuvimos sin
comer»
(116.110): ¿el bocado o los días?
«El alguacil dijo a mi amo que era
falsario y las bulas que predicaba, que eran falsas»
(133.10): ¿suprime Y el comunísimo
que pleonástico (« ...
predicaba, eran ...»
), o lo añade B? Y
aquí lo de etcétera, etcétera. Por desgracia,
nada decisivo nos permite averar una determinada concordancia
verbal, un tiempo frente a otro (en el Lazarillo, que tan
libremente los mezcla), un orden de palabras, un cambio
mínimo en la construcción de la frase, la presencia o
la ausencia de la copulativa y o que, del
indefinido o del artículo. Nada nos permite fallar la
mayoría de semejantes pleitos menores entre B e
Y78.
¿Cómo obrará, pues, el editor del
Lazarillo, forzado a incluir en el texto una sola lectura
(y -en el mejor de los casos- a enterrar las variantes a pie de
página)? Seguramente no hay más que una
solución: intentar discernir la tradición con
más signos de fidelidad al arquetipo y atenerse a ella en
todos los lugares dudosos79.
Casi otro tanto sugería Claudio Guillén
recientemente80
y casi otro tanto hacía por las mismas fechas el prof. Caso.
Cierto: del dicho centenar de pasajes en que discrepan B y
A C, Caso sigue siempre a los descendientes de Y,
con muy contadas excepciones a favor de Burgos (123.165, 125.174,
126.185, 127.189, 136.34). Desde luego, suscribo el criterio
(aunque me temo que no la aplicación). Nadie ignora
cuán peligroso es el concepto de «manuscrit de
base»81,
pero ¿se sabe lo bastante que ni aun los pioneros de la
crítica textual más nueva -la de los computers- pueden permitirse
renunciar a él?82
Entiendo que Caso ha actuado del modo más científico:
como exigía el material, sin falsillas previas. Y, sin
embargo, no me decido a compartir su creencia de que es B
el «más corrupto»
entre
los primeros representantes de X.
Que en B
hay errores, no seré yo quien lo niegue. Arriba he
señalado algunos muy posibles (107.43, 123.163, 144.34), con
el contrapeso de otros parejos en Y. A la edición
burgalesa cabe achacar también varias erratas perfectamente
explicables83
y un par de ellas menos claras84,
unas pocas lecturas casi sin duda faciliores85
—45→
y tal o cual otra atribuible a los hábitos
lingüísticos del impresor86.
Pero en bastantes ocasiones B se diría claramente
preferible. De hecho, Caso lo prefiere en cinco pasajes; y creo que
en buen número de otros se impone hacer lo mismo. En 78.112,
viniendo a lo concreto, refiere Lázaro: «Contaba el mal ciego a todos cuantos
allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta,
una y otra vez, assí de la del jarro, como de la del racimo,
y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande, que toda
la gente que por la calle passaba entraba a ver la fiesta: mas con
tanta gracia y donaire / B recontaba / Y contaba
/ el ciego mis hazañas...»
. La lección de
B, aquí, se ajusta admirablemente al «dábales cuenta una y otra
vez»
; pero por ser «recontaba»
voz muy rara (tal vez
creación espontánea del anónimo autor),
resulta bien comprensible que Y la simplificara.
87 En 94.71
(«cuanto él texía de
día rompía yo de noche; / B ca / Y
y / en pocos días ...»
), el «ca»
de B, tenga o no tenga
valor copulativo88,
es casi sin duda lectio difficilior (y con razón la
conjetura Caso «del original»). Como lo es aquel
quiebro tan del estilo suelto del Lazarillo: «nos acaeció estar dos o tres días
sin comer bocado, ni / B hablaba / Y hablar /
palabra»
(116.107); donde no sólo reaparece una
construcción ya conocida89,
sino que se entiende tan bien el paso de «hablaba»
a «hablar»
, como es difícil
explicar el contrario. El contexto resuelve el dilema a favor de
B en 120.138: «-Señor
-dixe yo-, si él era lo que decís y tenía
más que vós, ¿no errábades en /
B no / quitárselo primero, pues decías que
él también os lo quitaba? -Sí es y sí
tiene y —46→
también me lo quitaba él a mí; mas
...»
; pues si Y tuviera razón en la falta
de «no»
, si la frase no fuera
interrogativa, la tajante respuesta afirmativa del escudero y la
adversativa inmediata perderían buena parte de su sentido.
Difficilior es
asimismo la variante de B en 121.146: «¿Y no es buena / B maña
/ Y manera / de saludar un hombre a otro ... decirle que
le mantenga Dios?»
. Y ello, sea «maña»
abreviatura (como
quería Foulché-Delbosc) o sea
sinónimo90
de «manera»
.
Por otra parte, de
un texto como el de Burgos, que «no
manifiesta intenciones correctoras»
(43, y nadie puede
asegurarlo con más autoridad y falta de partidismo que el
prof. Caso), cabe esperar esta o aquella omisión
distraída, pero de ningún modo una adición. El
ejemplo tal vez más característico podría ser
el de 110.59: «¿Y quién
pensará que aquel gentilhombre se passó ayer todo el
día / B sin comer / , con aquel mendrugo de pan que
su criado Lázaro truxo un día y una noche en el arca
de su seno...?»
. Un admirado amigo, el prof. A. Rumeau, me advierte que el «sin comer»
de B se
contradice con la alusión a «aquel mendrugo»
, «el mejor y más grande»
de los
mendigados por Lazarillo. No veo yo tal contradicción, pero
puede presumírsela, en efecto, si se exige a nuestra novela
una absoluta literalidad; ahora bien, justamente esa
presunción da cuenta exacta de la lectura de Y (que
además evitaba una rima enfadosa: «se passó ayer / todo el día sin
comer»
), mientras, de ser cierta, haría
ininteligible un añadido de B. En otras palabras:
si X rezaba como B, se explica Y; si
rezaba como Y, no se explica B. Pues lo mismo hay
que decir de la media docena de pasajes en que B ofrece
dos o tres palabras más que Y (un sujeto expreso,
una cierta determinación, etc.)91.
En tales lugares, Caso quizá advierte —47→
«claramente dos arquetipos
distintos»
(70.47), decidiéndose siempre por
Y y en general juzgando la lección de B
como «interpolación totalmente
inútil»
(110.64), «amplificación ... innecesaria»
(110.65), «repetición
inútil»
(125.178). Claro que tildar de
«inútiles» o «innecesarios»
semejantes pasajes sólo puede hacerse con la perspectiva de
Y; si intentamos situarnos en la de B,
probablemente tendremos que concluir que no nos resulta
significativa en especial ni su presencia ni su ausencia. Con lo
que, si no me engaño, volvemos al caso anterior: es
comprensible que Y omitiera esos lugares en apariencia
neutros; y precisamente por su poca significación,
no lo es que B los añadiera. A efectos del texto
crítico, pues, nos las habemos con lectiones difficiliores, que me parece
necesario admitir como de X.
La fidelidad de
B al arquetipo se comprueba por más de un camino.
Son importantes al propósito, por ejemplo, los varios
lugares en que B y C concuerdan en lecturas
sumamente difíciles o erradas casi con seguridad. Dice
Lázaro, así, al calderero: «-Tío, una llave de este / B C
arte / A arcaz / he perdido»
(88.34), «veáis si en essas que traéis hay
/ B C algunas / A alguna / que le haga»
(88.35). «Arte»
y «algunas»
tienen toda la pinta de
erratas (aunque pueden no serlo), y Caso hace muy bien en leer
según A; mas lo que ahora interesa es que
B extrema el respeto a X hasta recoger sus
más dudosas lecciones, que, filtradas en Y (y
quizá otras ediciones perdidas), sólo rara vez llegan
a A o C. La coincidencia en erratas
ciertas92
o probables93
y en momentos más o menos problemáticos94
no sólo se da entre B y C, sino incluso
entre B y A. Ya en el primer párrafo de la
novela se escribe: «podría ser
que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a / B A
las / C los / que no ahondaren —48→
tanto los deleite»
(61.2); y páginas
adelante se hallan cosas como «alguno
que está aquí, que por ventura pensó tomar
aquesta santa bula, / B A y / dando crédito a las
falsas palabras de aquel hombre, lo dexará de
hacer»
(135.25)95.
Pues estos y otros casos en que el control de A o
C permite afirmar la fidelidad de B a un texto
errado o aparentemente menos correcto, invitan a conceder a la
edición burgalesa un buen margen de confianza en los lugares
dudosos.
En defensa de
B, por fin, cabe aportar otros argumentos menores. En las
fluctuaciones vocálicas o consonánticas y en la
grafía u otras minucias, B es más
resueltamente arcaizante (cfr.
56)96;
lo que si en principio -por supuesto- puede atribuirse a los
hábitos del impresor, tampoco debe despacharse de un
plumazo: siempre se diría más verosímil, en
efecto, que se modernice un texto antiguo, que lo contrario. O
nótese la interesante variante gráfica de 68.42:
«Haced esto, haréis estotro, /
B C cosed / A coged / tal yerba, tomad tal
raíz»
. Caso se atiene a A (aunque expresa
sus dudas en el prólogo, 51); pero entiendo que el trueque
de sibilantes en «cosed»
(por
'coged'), común en lo antiguo97
y posiblemente puesto en boca del ciego con intención
caracterizadora, ha de remontar a X, según muestra
la concordancia B C (aparte de que si Y y
*b no
transmitieran «cosed»
,
sería poco menos que imposible que Plantin
introdujera tal forma por su cuenta). Otras veces es B en
solitario quien conserva la versión con más
garantías. El propio Caso nota que «fasta»
(104.25), «extraño en un editor de
Burgos»
, «es probable que
proceda del original»
; o advierte que B es
más firme que Y en el uso de «le»
por 'les'. Pues, parejamente, si
B e Y concuerdan en «vee»
(102), «veen»
(65.143), en 120.142 Y
trae «ves»
(aceptado por Caso)
y B «vees»
.
A mi ver, se tome
por donde se tome la cuestión, los datos afianzan la mayor
autoridad de B. El testimonio de los lugares
—49→
en que discrepan las tres primeras ediciones, en particular,
se me antoja sumamente significativo. En el peor de los casos, por
otra parte, suponiendo que las razones aducidas más arriba
no basten para acreditar a B cuando se aparta de A
C y la solución no es cierta, creo que sí son
suficientes para rechazar la superioridad de Y. En fin, si
con ello la partida queda en tablas, el último recurso
-librado a la probabilidad98-
puede darlo la mayor cercanía de B al original.
Para formularlo como criterio editorial, yo diría: en la
duda, seguir a Burgos99.
Pero en estas materias no cabe afirmar seguridades que no pueden
tenerse. Bastantes pasajes que me parecen de lectura obvia en un
sentido, Caso los ha fallado en el otro; en la duda, ha seguido a
Y. Es fácil, ciertamente, que mi enfoque del
problema sea erróneo; con los materiales a mi alcance, con
todo, en este momento no puedo llegar a otra conclusión. E
insistiré en que el prof. Caso es cualquier cosa menos
dogmático respecto a la suya: «Humildemente hay que reconocer -escribe- que el
texto original del Lazarillo, o uno que se le parezca
mucho, no podremos tenerlo mientras no sea posible ampliar hacia
atrás los miembros conocidos del stemma»
(55). Por ello, en
principio, renuncia a la emendatio, y por ello subraya la posibilidad de
«aceptar como buenas dos o más
variantes con valor literario»
(11). En un cierto
sentido, así, nuestras tesis respectivas quizá no
sean excluyentes. «Voy contra mi interés al
confesarlo», pero aún añadiré que el
centenar de desacuerdos entre B e Y
prácticamente no afecta a ningún aspecto del
Lazarillo con relevancia literaria: lo cual tal vez
invalidara la forzosa cicatería de las páginas
anteriores, si todo estribara en la literatura y si nuestra novela
no estuviera tan llena de enigmas como para legitimar cualquier
esfuerzo susceptible de traer una pizca de luz.
Cita Walter von
Wartburg «el desliz cometido por Lessing
en su Emilia Galotti. La madre dice allí a Emilia:
'¡Ay, Dios, ay, Dios! ¡si tu padre lo supiera!
¡Cuánto se enfadó solo de oír que hace
poco el príncipe te había visto no sin desagrado!'
Lessing escribió aquí exactamente lo contrario de lo
que quiso escribir, por el cruce de los dos giros 'no con
desagrado' (nicht mit
Missfallen) y 'no sin agrado' (nicht ohne Wolhlgefallen). Pero lo asombroso
es que esta falta no la haya notado nadie en todo un
siglo»
100.
Pues ejemplo más interesante de cómo el contexto se
adueña del texto es aquel pasaje en que Lázaro cuenta
una expedición al arca del clérigo: «Abro muy paso la llagada arca y, al tiento, del
pan que hallé partido hice según deyuso
está escripto»
(93). Mas Lázaro no
escribe tal cosa 'abajo', sino 'arriba' (a no ser que por 'abajo'
entienda 'antes'). Ahora bien, multitud de veces se ha impreso el
Lazarillo sin tocar ese absurdo «deyuso»
(que remonta a X);
multitud de veces, al anotarlo, arrastrados por la inercia del
sentido, hemos traducido «deyuso» por 'arriba' (!).
López de Velasco, en cambio, se paró a meditar sobre
su texto y enmendó -y fue el único- en «desuso»
. La variante queda ahora
convenientemente registrada en nuestra edición, y yo me he
detenido a subrayarla para advertir hasta qué punto es
útil y a menudo revelador el trabajo del profesor Caso. No
hay aspecto del Lazarillo que no se haya beneficiado de su
diligencia: de la grafía (v.
gr., 72.68, sobre «licuor»
) a la morfología
(así, 80.127, sobre «mojamos»
como posible imperfecto), el
léxico (por ejemplo, 142.17, sobre el sustantivo «servicial»
) o la sintaxis (con
particular y repetido acierto)101.
No es posible extenderse —51→
ya sobre ello; permítaseme, pues, poner de relieve un
solo acierto muy sintomático y que, por cuajado, alguien
pudiera trascurar. El Lazarillo es libro escrito con
cuidadoso descuido: el «grosero
estilo»
, la prosa suelta y desembarazada del autor, fluye
con libertad conversacional. Por ello, pocos ejercicios más
apurados para un profesional que puntuar nuestra novela. Caso lo
hace con admirable finura: destierra interpretaciones rutinarias y
erradas (67.33, 131.5, entre muchas), potencia el texto proponiendo
otras nuevas (como 84.9, 93.64), examina toda posibilidad sugestiva
(tales 68.37, 72.65). Recuerdo pocas ediciones de obras
españolas en que la puntuación (elemento decisivo si
los hay, y con frecuencia harto desatendido) reciba tan
fructífero trato. Y no creo engañarme al predecir que
quien desee indagar seriamente cualquier faceta del
Lazarillo deberá partir de la excelente
edición del profesor Caso.
Sobre muchas de las variantes aducidas en el anterior trabajo hay observaciones o datos complementarios en la importante edición de Alberto Blecua (véase adición a la n. 59) y en la mía de 1987. La aneja tabla de correspondencias remite a página y nota en la de J. M. Caso, y a página y línea en las de A. Blecua y mía; con asterisco se marcan las variantes que no se registran en alguna de estas dos por carecer de valor para la constitución del texto.
J. M. Caso | A. Blecua | F. Rico |
61.2 | 87.5 | 4.1 |
65.20 | 94.13 | 19.3 |
67.33 | 96.20* | 23.12* |
68.37 | 97.15* | 26.1* |
68.39 | 97.24* | 26.10 |
68.41 | 97.26 | 26.11 |
68.42 | 98.2 | 26.14 |
—52→ | ||
70.47 | 98.19-21 | 28.1 |
72.65 | 100.12* | 32.3* |
72.66 | 101.5* | 32.9* |
72.68 | 101-10* | 32.14* |
75.91 | 106-25* | 38.2* |
76.92 | 106-27* | 38.4* |
77.99 | 107-25* | 39.19* |
79.119 | 110.12 | 43.9 |
80.127 | 111.2* | 44.8* |
80.133 | 111.22 | 44.25 |
81.134 | 111.26 | 45.4 |
81.140 | 112.15 | 46.1 |
81.141 | 112.16 | 46.2 |
84.9 | 114.9* | 48.2* |
85.14 | 115.20 | 51.7 |
85.15 | 116.4 | 51.16 |
86.24 | 116.25* | 53.7 |
87 | 117 | 54 |
87lín4 | 117.2* | 53.10* |
87.25 | 118.27* | 53.8* |
87.27 | 117.4 | 53.12 |
88.34 | 118.9 | 55.7 |
88.35 | 116.11 | 55.9 |
89.38 | 119.1 | 56.10 |
89.42 | 119.21 | 58.5 |
91.52 | 121.18 | 60.23 |
91.54 | 121.30 | 61.6 |
92.56 | 121.33* | 61.9* |
93 | 123 | 63 |
93.64 | 123-5* | 63.3* |
93.66 | 123.11 | 63.9 |
94.68 | 123.18* | 64.3* |
94.69 | 123.19 | 64.4 |
94.71 | 123.26 | 64.11 |
94.74 | 124.4-5* | 64.20* |
95lín11 | 124.17* | 65.9* |
96.80 | 125.3 | 66.5 |
96.83 | 125.15 | 66.18 |
96.85 | 125.26 | 67.11 |
87.90 | 126.20 | 68.18 |
98lín10 | 127.12* | 69.13* |
98.95 | 128.4 | 70.18 |
—53→ | ||
99.98 | 128.15 | 71.6 |
101.3 | 129.15-16* | 71.15 |
103.11 | 131.11 | 74.6 |
104.23 | 132.20 | 76.17 |
104.25 | 132.24* | 76.21* |
105.31 | 133.21 | 78.5 |
107.43 | 134.25 | 79.10 |
107.44 | 135.2 | 80.1* |
107.45 | 135.7 | 80.6 |
108.50 | 136.3 | 81.12 |
108.51 | 136.4 | 81.13 |
109.54 | 137.1 | 82.19 |
110.57 | 137.8 | 83.6 |
110.59 | 137.12 | 84.2 |
110.61 | 137.14 | 84.4 |
110.62b | 137.20 | 84.10 |
110.64 | 137.22 | 84.12 |
110.65 | 138.1 | 84.14 |
111.68 | 138.18 | 86.1 |
111.72 | 139.2* | 86.10* |
112.77 | 139.27 | 88.3 |
112.79 | 140.6 | 88.11 |
113.87 | 141.1 | 89.15 |
114.89 | 141.10 | 89.23 |
114.94 | 141.31 | 90.15 |
115.97 | 142.12 | 91.10 |
115.100 | 142.22 | 91.19 |
115.102 | 142.28 | 92.3 |
116.106 | 144.4 | 93.9 |
116.107 | 144.6 | 93.10 |
116.108 | 144.9 | 93.14 |
116.110 | 144.14 | 94.3 |
117.111 | 144.18 | 94.6 |
117.113 | 144.20 | 94.8 |
118.120 | 146.5 | 96.8 |
118.121 | 146.5 | 96.8 |
118.122 | 146.6 | 96.8 |
119.130 | 147.6 | 97.15 |
120.138 | 148.4 | 99.1 |
120.141 | 148.15 | 99.11 |
120.142 | 148.16* | 99.12 |
120.144 | 149.4 | 99.20/100.1 |
—54→ | ||
121.146 | 149.11 | 100.7 |
121.150 | 149.18* | 100.13* |
121.152 | 150.8 | 102.11 |
122.154 | 150.17 | 103.9 |
122.155 | 151.2-3 | 103.12 |
122.157 | 151.5 | 104.1 |
123.58 | 151.6 | 104.3 |
123.163 | 151.18* | 105.7 |
123.165 | 151.20 | 105.9 |
124.169 | 152.11 | 106.9 |
124.170 | 152.13 | 106.10 |
125.174 | 153.13 | 107.7 |
125.175 | 153.14 | 107.8 |
125.178 | 154.9 | 108.4 |
125.181 | 154.12 | 108.7 |
125.182 | 154.13 | 108.8 |
126.185 | 154.26 | 109.3 |
126.186 | 154.26 | 109.3 |
127.189 | 155.10 | 109.21 |
127.195 | 155.17 | 110.3 |
131lín8 | 158.14* | 112.7* |
131.5 | 159.24* | 113.7* |
132-6 | 159.5* | 114.2 |
132.8 | 160.17 | 116.5 |
133lín9 | 161.2* | 116.18* |
133.10 | 160.22 | 116.10 |
133.12 | 160.25 | 116.12 |
133.13 | 160.29 | 116.15 |
133.16 | 161.5 | 117.1 |
134.20 | 161.30 | 118.12 |
134.22 | 162.7 | 118.20 |
134.24 | 162.14* | 119.6 |
135.25 | 162.19 | 119.11 |
136.31 | 163.29* | 120.27* |
136.32 | 164.3 | 121.5 |
136.34 | 164.12 | 121.13 |
137.42 | 165.8* | 122.10 |
138.45 | 165.21* | 123.4 |
138.46 | 165.23 | 123.7 |
138.49 | 169.14 | 125.1 |
139.4 | 170.14 | 126.1 |
142.10 | 173.8 | 129.6 |
—55→ | ||
142.17 | 174.7* | 131.5 |
143.18 | 174.7* | 131.5* |
144.24 | 175.21* | 133.1* |
144.34 | 176.19 | 134.15 |
145.40. | 177.5. | 135.7. |