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Procedimientos creadores en la prosa ramoniana

Ignacio Soldevila Durante





Si consideramos el conjunto de procedimientos creadores de figuras/tropos en la obra de Ramón -luego heredados por todos los poetas y prosistas de vanguardia, desde los ultraístas a los superrealistas- observamos que, separadamente, todos ellos comportan un desplazamiento de su significado habitual, bien sea para designar otra realidad -caso de los nombres- bien sea para calificar distintamente de lo usual las realidades -adjetivos-, para atribuir a sujetos no cualificados «normalmente» para ello determinadas acciones, y, en el caso de los adverbios, para «cualificar» verbos distintos de los aceptados en el uso común.

Nada en todo este arsenal de procedimientos es rigurosa novedad, por descontado. En la medida de nuestra ignorancia de otras épocas de nuestra literatura, y aunque pudiera no serlo a nivel europeo (lo decimos como salvaguardia de nuestra ignorancia: no por tener ninguna evidencia al respecto), pensando que la Weltanschauung ramoniana no pudo ser tan excepcional por los años de su formación -baste recordar a Rémy de Gourmont- y que no sería imposible que otro escritor de pareja visión y dotes hubiera llegado por su parte a parecido programa poético, nos atreveremos a decir que sí nos parece novedad ramoniana su acumulación a tan alto nivel cuantitativo y, más aún, su explotación a partir de un programa perfectamente organizado y orientado en función de la materia y la forma de los contenidos de su ver y su decir de la realidad interior y exterior a él. Los elementos figuracionales los iremos enumerando y ejemplificando con textos preferentemente de 1910 a 1913, aunque los tenemos documentados en toda su obra, para justificar la temprana aparición en ella de lo que acabará luego por ser lugar propio de toda la vanguardia literaria de España y Latinoamérica. En cuanto a la organización funcional del conjunto de los tropos, que nos ha incitado a hablar de desplazamiento total y circular, he aquí los elementos organizativos. Ya hemos indicado el motivo revolucionario profundo y sus dos fases, desorganizadora del sistema y reconstructora de sus fragmentos de manera que instituyan una realidad no sólo nueva y distinta a la tradicional, sino que a la vez implique una negación y una inversión de todos los valores previos, tanto de la sociedad en su totalidad como de la institución literaria en particular. Así, si dentro de la ordenación aceptada el hombre está entronizado como centro del cosmos y puede considerar a éste como un don divino (o azaroso) ad majorem hominis usum et gloriam, Ramón propone una cosmogonía en la que el hombre es destronado y puesto al nivel de mamífero degradado (hipertrofia cerebral, autodomesticación). Por consiguiente, se le nombrará y se le calificará con todos los elementos léxicos usuales para el mamífero y el antropoide, sin ninguna intención peyorativa cuando se trata de designar al modelo ideal humano, pero al referirse al «domesticado» lo habitual será designarlo y calificarlo con un léxico que manifiesta su carácter y estatuto de degenerado. (Max Nosdau, que en Madrid le curó de la temible gripe, algo tuvo que ver en esto último.) Por otra parte, y para potenciar la visión del mundo como conjunto aleatorio en el que cada ser y cada cosa es amalgama transitoria y funcional de elementos y partículas que ya sirvieron y volverán a servir para otras concreciones distintas, indefinidamente (una suerte de transmigración desdivinizada), se les atribuyen actividades (verbos) y cualidades (adjetivos) que normalmente no corresponden a su identidad actual, y esto se realiza con los siguientes procedimientos:

Antropomorfismo (atribución de actos, gestos, partes o cualidades humanas a lo mineral, lo vegetal o lo animal no humano. Entendiendo por mineral no sólo lo natural, sino los objetos del artificio humano). «Son las rosas rojas que martirizan, las sádicas, las que acardenalan, las febriles, las ávidas, que piensan en el cielo y en la tierra, como en un goce más espléndido de perfume» (Las rosas rojas, 1911); «color carnívoro» (Palabras en la rueca, 1911); «público bobo de edificios» (Tristan, 1912).

Animalización (del hombre, de lo mineral, de lo vegetal): «ojos de tejado nocturno» (La danza de los apaches); «jamás se dejan acercar tanto los árboles sin ocultarse y sin llenarse de hipocresía...» (Moguer, 1911); «fachadas inteligentes por sus hermosos ojos profundos» (ibid.).

Vegetalización (reducción del hombre y el animal a características estructurales o funcionales de la vida vegetal, y potenciación de lo mineral a vida vegetativa). «La mujer... es un fruto sobre el suelo, áspero, real, sabroso a tierra y humedad de tierra, muy silvestre y muy áspero, como debe ser» (El garrotín, 1911); «lagartijas quietas como flores» (Moguer).

Reificación. (Lo humano, lo vegetal y lo animal se mineraliza, se cosifica, y lo inmaterial, incorpóreo, se materializa.) «Sus ojos cerámicos eran una rasgadura» (Accesos del silencio, 1911); «duele como un dolmen inmenso, con su dolor pedernal» (La. danza de los apaches, 1911); (habla de las palabras) «todo es tierra dúctil y rojiza tirando a pardo alrededor; se le siente meter sus manos en un protoplasma suave y rico y comienza ya la serie indeterminada ... de las cosas más de su cuajo» (Tristan); «la música materializada pesa sobre el teclado» (Moguer).

Se cierra con la reificación el círculo del transformismo global y desmitificador. Otros procedimientos de figuración metonímica asimilables a los anteriores son las transmutaciones y mutaciones en las densidades, las temperaturas y otras cualidades de lo material. Así, en preanuncio del sobrerrealismo, hay «espadas blandas» (Moguer), «brazos que se derraman» (El garrotín) o «pechos licuescentes que envasaba el corsé y que, sin embargo, parecía que se iban a verter en un reguero inaudito sobre el tablado» (Accesos del silencio).

Tal trastrueque de valores y funciones no perdona nada: la materia misma del lenguaje no sólo se reifica, sino que, ya lo indicamos, se zarandea con todo desparpajo. Un último ejemplo de ello, también concorde con el programa revolucionario, es el cambio de categoría gramatical de los vocablos. Así utiliza nombres como adjetivos, y adjetiva participios verbales, y aparecen «rostros efebos», «todo es nuevo y hormiguita», «caída floja y pelele», «mirada girándula», «algo pedernal y vivo», «suficiencia superior y encaramada», «danza coincidida», «mujeres agravadas»...

A la misma voluntad reificadora, que manifiesta la sumisión y degradación del ser humano, responde la tendencia, muy generalizada luego, a describir las actitudes y gestos personales como si de muñecos de trapo o marionetas articuladas se tratase, y los rostros como máscaras. Todo Tapices, con sus descripciones de espectáculos pantomímicos y de danza, está sembrado de ejemplos.

También se justifican así en la estética ramoniana, como dinámica de desplazamiento perpetuo, otros tropos metonímicos de origen sensorial como la sinestesia.

Ya indicamos el origen sinestésico de la acepción ramoniana de greguería. Bastará añadir un ejemplo de 1911 con una doble sinestesia: «un silencio que sólo turba el scherzo del perfume y de la luz de almizcle de la lamparilla». La misma intención tienen los juegos basados en las vecindades sonoras y semánticas, como la paronimia («la palabra virgen virginiza», «calumnias a las que hace calumniosas», «palabras cuyo valor es tan absolutamente palabrero») o simplemente las sonoridades que establecen falsas relaciones semánticas (paronomasia): «Acuidad, follajes brillantes y ácueos», o incluso la adición de paronimia y paronomasia: «Opalescencia con esos tonos... llenos de las melancolías y las añicciones del ópalo... cuando la protagonista... desea... descubrir su belleza, que sólo opalece... el ojo delira y se llena de opacidades» (ejemplos todos de Tapices).





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