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ArribaAbajoParte segunda

Científicos


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ArribaAbajoSección I


ArribaAbajoPedro Vicente Maldonado

Estudio y selecciones de José Rumazo González


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ArribaAbajoIntroducción
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El más autorizado historiador nuestro, González Suárez, escribía a principios de este siglo: «ni antes, en la época de la Colonia, ni después, en tiempo de la República, ha habido un ecuatoriano tan ilustre como Maldonado». ¿No parece extremada esta afirmación? ¿Quién fue este personaje? ¿Qué realizó en su vida? ¿Se trata de una figura meramente local o alcanza su importancia hasta rebasar la historia de la Presidencia de Quito en el siglo XVIII, debiendo ser enaltecida dentro de la visión global de las Indias en aquellos años?

Pedro Vicente Maldonado es un geógrafo, un físico, un explorador, un civilizador. En toda su vida, tan poco dilatada, estudia sin cesar, viaja por páramos y selvas corriendo riesgos sin cuento, colabora con otros sabios como él, persigue con tesón el adelanta de su patria. A las dotes de entendimiento perspicaz y voluntad infatigable se añaden en él la nobleza heredada, la distinción de espíritu, la generosidad, la valentía, la exquisitez en el trato de las gentes. Este sabio persigue dos o tres realizaciones: un camino, una carta geográfica y unas memorias con observaciones, datos y estudios diversos que él irá relactando en sus viajes.

Mientras se mantiene en pie en Indias el arrebato descubridor del siglo XVI, el Reino de Quito aparece, desde los primeros tiempos, como unidad geográfica y social inconfundible. Lo que entonces no unían los caminos -veredas sembradas de despeñaderos- los   —402→   ríos rara vez navegables y los mares inseguros, lo unían el espíritu de la Metrópoli, la adversidad y los trances de la aventura común, el ímpetu universal del español, en cristiandad y en expansión material sobre el mundo, volcado en aquella empresa múltiple y a veces como planeada sin pauta ni programa, abandonada al genio descubridor y colonizador y a la sorpresa movida en lo ignoto de la geografía y, en cierto modo, en lo desconocido de los propios deseos. ¿Cómo iban a saber todo lo que querían aquellos hombres, si no conocían de cabo a cabo lo que andaban precisamente descubriendo? A medida que más conquistaban y conocían se iban formando, poco a poco, la imagen en conjunto de lo que representaba el Nuevo Mundo para España y para sí mismo.

En la Presidencia de Quito este impulso no baja de punto en los siglos siguientes, a pesar de ciertos lapsos de decadencia y de espera. En el siglo XVII, el del florecimiento del barroco, se levantan los monumentos de la arquitectura y se conquista la expresión plástica y representativa. Se transforma entonces en arte la emoción del descubrimiento; se realiza la exploración en los dominios de la contemplación y del patetismo. Y esa misma emoción, en el siglo XVIII, se aplaca y se recoge, y sobreviene un afán recapitulador, y vuelve el hombre a reandar la tierra para fijarla en la carta geográfica y en las memorias de las cosas vistas y apuradas en el examen científico. Las ciencias de la naturaleza pueden ahora cobrar auge después de aprendido el territorio en más de dos siglos de recorrerlo, pero sin haberlo precisado y organizado en el conocimiento para aprovechar mejor las dádivas de la misma naturaleza.

Pedro Vicente Maldonado representa esta nueva tendencia. El será un digno sucesor de aquellos capitanes que hacían entradas a las naciones de infieles; con el mismo tesón y heroicidad que ellos caminará por los bosques y los parajes inhóspitos, indagando sobre los secretos de las tierras vírgenes o trajinadas   —403→   en ignorancia, navegará los ríos averiguando su curso, y abrirá un camino, empresa en que habían fracasado los más osados, y gobernará una provincia, y se entenderá en obrajes y pañerías, en la labranza de las tierras, en el estudio de los problemas de la Real Hacienda y en los métodos para hacer prosperar la economía de la Presidencia de Quito, vinculándola eficazmente con otras partes de las Indias y con la misma Metrópoli.

Después de fundadas las ciudades y villas con sus Cabildos, organizadas las misiones y doctrinas, y establecidas las religiones en los claustros y la enseñanza en la Universidad y Colegios -y recordemos sus bibliotecas- después de desarrollados el laboreo de las minas, la explotación agrícola y el comercio de géneros y frutos de la tierra, era preciso que, paralelamente a los caminos abiertos para el espíritu, se viesen palpables y transitables también los caminos materiales a través de la misma tierra, para que las diversas actividades del hombre pudiesen encontrar plena realización y perfeccionamiento en la fácil comunicación por sus semejantes por todas las provincias de aquella Audiencia.

Este sabio es un ejemplo de como se transforma la nobleza criolla en América: en él se dan juntas las virtudes del señorío, las dotes de gobierno, la conducta generosa y bienhechora, la voluntad de dominar la tierra no por la espada sino abriéndola en caminos, allanándola, domando la montaña bravía y echándole puentes a los ríos. A través del Gobierno de Esmeraldas plantea Maldonado en grande los problemas: siente la urgencia de una vinculación más estrechada entre las provincias de Indias entre sí y luego de todas ellas con España; persigue desarrollar el comercio como fuente de riqueza y bienestar social, el sistema de comunicaciones como necesidad y anhelo del desarrollo colectivo, la inversión de estos esfuerzos como fomento de la Real Hacienda y purificación y acendramiento de la administración pública,   —404→   y el espíritu de trabajo y el progreso creciente como última consecuencia.

Le preocupan, así mismo, los medios defensivos, porque a España le asedia la emulación y hay que ponerse en guardia, principalmente en las costas, contra los filibusteros.

El, como explorador, como científico, como proyectador y realizador inmediato, conocía los frutos de la tierra y seguía de cerca el beneficio del cacao, la quina, el caucho, la cochinilla, el tabaco; y trazaba en su relente el intercambio comercial sembrando prosperidad, los astilleros echando más barcos a la mar, puestos en jaque los piratas y desterrados para siempre sus incendios y bandidajes.

Maldonado es hijo del siglo XVI como descubridor y explorador. Nace en Riobamba en el XVIII, en 1704. Muere en Londres, a los 44 años de edad, en 1748. Corta vida pero llena de realizaciones. Su cuna es noble, su educación, esmerada. En la ciudad natal, la más antigua por acta de fundación del Reino de Quito, se tratan con escrúpulo los emparentamientos y linajes. Hay orgullo de estirpe, que no consiste tanto en sacar a relucir los limpios orígenes castellanos, como en seguir los viejos prestigios de la sangre dándole suelta a lo quimérico. Porque los ascendientes del sabio fueron, tocando allá en los borrosos troncos familiares de la Edad Media, hombres de gesta. Se hicieron nobles por hazaña y nobleza obliga. Los Maldonado, los Sotomayor, los Angulo, los Palomino, los Flores, los Villavicencio, los Valdés, los Petroce y, al rededor de estos apellidos, un enjambre de muchos más, con fechas, lugares, ascendencias y descendencias, matrimonios y nuevos entronques, son apellidos conspicuos, y salen al paso las Ordenes de Alcántara y de Santiago, Alcaldías y Regimientos y otros cargos principales y en especial los parentescos con títulos   —405→   bien sonantes: la Marquesa de Mirallo y Valdunquillo, el Duque de Peñaranda, el Marques de Malagón, el Inquisidor General y Arzobispo de Sevilla, los Condes de Garcíes y de Lorena. Los Palomino y los Valdés, de la línea materna, descendían de «uno de los trescientos infanzones ganadores y pobladores de la ciudad de Baeza, en el Reino de Granada»; y los -Villavicencio y Petroce, de los Palacios de Villafranca y Jerez de la Frontera, en Andalucía, y de los Hijosdalgo de Isaba, en el Reino de Navarra. Todos eran caballeros de «sangre y solar conocido, excemptos y libres de todo pecho, cristianos viejos, limpios de toda mala sangre». Los Maldonado mismo -Ramón Joaquín, hermano de Vicente, era Marqués de Lices- procedían de la villa de Salvatierra de Tormes, en el obispado de Salamanca, y estaban emparentados con los Aramburu de Ascoitia, en Guipúzcoa.

Riobamba, situada en las faldas del Chimborazo, tenía entonces una población de 20.000 habitantes, casi tanto como Guayaquil. Sus pueblos, en número de 18, se dedicaban sobre todo a los tejidos de paños, bayetas, lienzos de algodón (el algodón lo traían de Yaguachi), pabellones y alfombras, en doce obrajes distribuídos por la provincia. Estos géneros se expendían por Guayaquil al Perú. Anualmente se fabricaban más de mil piezas de 55 varas, la mayor parte azules y las otras de color pardo. Se tejían también sayales para los religiosos de San Francisco y estameñas para los de las demás órdenes. Los indios, a más de trabajar en los galpones y chorrillos, se ocupaban en las labores del campo, pues la tierra era fértil y producía granos y hermosos pastos para el ganado. Las ovejerías rendían al año hasta 14.000 arrobas de lana, que se consumían en los obrajes. No pocas de estas fábricas y haciendas eran de los Maldonado y sus familiares.

Pero no solamente Riobamba sino Ambato y Latacunga serán escenarios de la vida de Pedro Vicente. En los campos de Ambato se cosechaba trigo en abundancia,   —406→   caña de azúcar y delicadas frutas. En los pueblos de Latacunga se contaban también unos 28 obrajes. Al pie del Tungurahua manaban las célebres vertientes de aguas cálidas, en que «se derramaban los nitros y sulfures de que aquella máquina está impregnada». Numerosos enfermos acudían a aquellos baños. El doctor José Antonio Maldonado (hermano de Pedro Vicente) «sujeto bien conocido en la República literaria por su recomendable mérito y por el particular cuidado con que se ha dedicado a examinar muchos ocultos fenómenos de la naturaleza», extrajo de aquellas aguas la sal medicinal que obraba «como blando catártico». Ambato era afamado por la grana o cochinilla de finísimo carmín, igual a la de Guatemala, que se empleaba como tinte para algunos tejidos delicados. Y eran los habitantes de Chimbo los que conducían en recuas como de 1.500 mulas los paños y comestibles de Riobamba a la Bodega de Babahoyo, de donde regresaban éstas con carga de vino y aguardiente, procedentes del Perú, y con frutos de Guayaquil, como cacao, arroz, peje y sal.

En cierto modo, la situación de la ciudad natal, casi en el corazón de la Presidencia de Quito, entre la capital y Guayaquil, entre la costa y las regiones amazónicas, debió de ser circunstancia propicia para despertar en Pedro Vicente las primeras inquietudes del geógrafo y del observador de la naturaleza.

A la edad de 20 años, Maldonado había ya perdido sus padres. Pero las impresiones de la infancia son indelebles. Cuántas veces habrá escuchado en el hogar, cuando niño, relatos espeluznantes de mortales peligros al atravesar los ríos por bejucos, al esguazar los lodazales con el agua hasta la cintura, al tener que habérselas con los salteadores de caminos o que luchar en la soledad de los pueblos abandonados con terribles enfermedades, acudiendo a las sangrías y otros medios heroicos, o con las mismas fieras en los bosques. Desde entonces habrá soñado con la liberación, para todos sus coterráneos, de tan duras penalidades:   —407→   caminos llanos y accesibles, comercio menos embarazoso, trabajo sin tan crueles sacrificios, he aquí lo que era preciso establecer a toda costa. Él no traza aún en su mente planes para que el país se independice de España, sino para que se libre de la miseria y de las trabas puestas a cada paso por la naturaleza a la actividad humana, a la lucha por la existencia.

Su padre se dedicaba por temporadas a las faenas del campo, en sus haciendas, o vigilaba sus telares, o bien se ocupaba del comercio con los pueblos de la costa. Conocía, además, del laboreo de minas, pues había sido Gobernador de las de Guancavelica y antes de las de Potosí. ¿Qué habrá sentido el niño en sus viajes a las haciendas de Igualata y de Baños, al contemplar las rocas basálticas que surgen, como órganos innumerables, de las aguas del Pastaza? Allí se quiebra la cordillera formando un paso o garganta, por la que se hace fácil la entrada a la región de los grandes ríos y de las selvas orientales. Estas andanzas habrán sido la invitación al primer viaje de exploración por Capelos y Andoas. Los caprichos de la geología, las sorpresas de la vegetación, la magnificencia del paisaje habrán despertado en él la curiosidad por los fenómenos naturales, la facultad de la observación científica, la sed de conocimiento y descubrimiento, y el deseo de hacer grandes cosas, como las que hacía allí la propia naturaleza, dominando los parajes selváticos, haciéndolos trajinables y utilizables para la agricultura.

La contemplación de los valles y montañas que recorre muchas veces, a pie o a caballo, lentamente, morosamente, desarrolla en él el sentido de la geografía, que no será en este caso sino una ciencia ampliada de aquella experiencia de sus primeras andanzas entre los chaparrales de Baños y los desfiladeros de las cordilleras, al pie de los grandes volcanes: el Tungurahua, el Chimborazo, el Altar, el Carihuayrazo.

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Luego pasará a Quito; allí funciona el Colegio Real de San Fernando, regido por los Padres Dominicanos, y el Seminario de San Luis, dirigido por los Padres Jesuitas, uno y otro similares a los Colegios de España. Pedro Vicente ingresa al Colegio de Jesuitas, en donde estudia su hermano mayor. Cursa artes y filosofía. Es apreciado por su distinción, por su seriedad y modestia y más que todo por su inteligencia. La filosofía perenne -allí el rigor de la lógica- y, en general, las ciencias especulativas cimentan en su espíritu las bases para cualquiera realización científica. Por otra parte, en aquel Colegio se amplía y confirma la formación religiosa del hogar. Pedro Vicente se gradúa luego, en 1720, en la Universidad de San Gregorio, de Bachiller, y, el año siguiente, de Maestro en Artes. Los Jesuitas, en la Colonia -igual que después, en la República- fueron grandes educadores. No sería justo, desde luego, exigirle a aquel tiempo métodos y preferencias por determinadas disciplinas como ahora, pero dos mismos Padres cultivaban, junto con las ciencias sagradas, la investigación y las ciencias naturales.

Los padres de Maldonado y su hermano mayor, José Antonio, habían sido sus maestros de enseñanza primaria. Pero es éste, sobre todo, quien influirá decisivamente en su formación intelectual y también moral. José Antonio, el joven aplaudido en las aulas de la Universidad de San Gregorio, el estudioso de la Sagrada Teología, de la Matemática y de las ciencias de la naturaleza, el sacerdote ejemplar, el misionero celoso, el Visitador de las Doctrinas y de los pueblos de Esmeraldas, el que se esforzaba por aminorar en aquella provincia la ignorancia, y la miseria, mientras su hermano abría aquel camino de Quito a la Mar del Sur para que doctrineros y comerciantes pudiesen andar sin riesgos, y evangelizar fácilmente los primeros, y hacer sus negocios y prosperar los segundos, José Antonio será siempre recordado cuando se hable de su hermano Pedro Vicente. El doctor José Antonio era desprendido como éste: sus bienes de fortuna   —409→   los empleaba en bien de las gentes; en sus apartadas parroquias leía y estudiaba y traducía, por ejemplo, a Malebranche, y velaba por sus hermanos, no sólo por Pedro Vicente sino por el otro, por Ramón Joaquín, que también colaborará con dinero y esfuerzo personal en la apertura del camino de Esmeraldas, Ramón Joaquín, el vehemente, el rumboso y arrogante, el Capitán de Caballos de Riobamba, Teniente General y Justicia Mayor de Latacunga -en donde hace puentes y repara calzadas- el Regidor y luego Alcalde de Quito, el Marqués de Lices. Los Maldonado tenían dos hermanas religiosas, la una del Monasterio de la Concepción de Riobamba, la otra Carmelita Descalza en Latacunga, y además otras tres casadas, en cuyos hogares se leían libros que llegaban de España y de Francia y se cultivaban las bellas artes. Era la fuerza de la tradición familiar. Un sobrino de Pedro Vicente, hijo de su hermana Rosa Nicolasa, José Anselmo, de Villavicencio, obtendrá más tarde el título, de Conde del Real Agrado.

En Maldonado, junto con el temperamento reposado y metódico, propio del científico, se daba al mismo tiempo el genio ardoroso e inflexible a quien le quemada acción. El geógrafo, el matemático, el físico era un gran hombre de empresa. A aquella formación primera de la inteligencia y del carácter, en el hogar y en el Colegio, debe atribuirse la orientación vocacional del sabio, que prefirió, a los 18 años, seguir estudios y probar empresas por su propia cuenta, a continuar estudiando Teología o Derecho en la Universidad. La conversación y trato con su hermano, con los sabios jesuitas que de maestros se convirtieron en amigos suyos, la lectura y consulta de los mejores libros en la misma biblioteca de los Padres y en la del doctor José Antonio, todo esto decidirá su vocación. Más tarde, cuando lleguen los científicos de Francia y España, el sabio estará ya formado, pero, indudablemente, aquella feliz oportunidad aguijoneará en él el deseo de profundizar más sus conocimientos.   —410→   Era además el ambiente del siglo el que lo llevaba a ello, la orientación interior, subterránea de la época, que, lo mismo que en España y en Europa, se sentía ya en América. Los mismos misioneros -recordemos a los de Maynas- serán notables cartógrafos e investigadores de los secretos de la naturaleza.

Después de haber desempeñado, apenas a los veinte años, el cargo de Alcalde Ordinario y Teniente de Corregidor de Riobamba, en el cual administró justicia con gran celo, librando además a la villa de malhechores con sorprendente bravura, emprende Maldonado la exploración a Canelos -así llamado el sitio por los árboles de canela que allí abundaban- en la región oriental. Con la avidez de los años juveniles intenta conocerlo todo: pueblos indígenas que vagan por aquellas espesuras; sitios propicios para abrir un camino a las misiones del Marañón, a fin de secundar de este modo la obra heroica de los Jesuitas en Maynas. Los gastos serán a sus expensas; llevará consigo indios de sus haciendas que rompan las trochas y transporten las cargas. Pasados los años, volverán a recorrer esos mismos parajes Pedro Fernández de Zevallos (1776) y Antonio Fernández Juárez (1880), siguiendo los dos las huellas de Maldonado.

Se calculaba que Canelos estaba situado a unas 30 leguas de Baños, en las orillas del Bobonaza. El Pastaza, unido a este río, desciende a desembocar en el Marañón. En Canelos había una misión de Padres dominicanos. Era tan áspero aquel camino de los lavaderos de oro que a veces se tardaba cerca de un mes en llegar allí desde Baños; luego, navegando unos siete días por el Bobonaza, se tocaba en Andoas, pueblo situado en las márgenes del Pastaza.

La entrada a las misiones de Maynas se practicaba por tres vías: la de Jaén, la de Archidona y la de Canelos. En la primera, después de recorrer un camino fragosísimo hasta el embarcadero de Tomependa, había que atravesar los estrechos de Cumbinama, Escurrebragas   —411→   y el célebre Pongo de Manseriche «que amedrentaban el ánimo más agigantado». De allí se navegaba hasta la capital de los Omaguas. Tanto por esta vía como por la del Napo o Archidona, se gastaban desde Quito hasta Maynas dos meses. El camino de Papallacta tenía también tránsitos peligrosos; el descenso por el Napo hasta llegar al Marañón duraba 20 días; luego había que navegar en este río, aguas arriba, hasta Omaguas. La vía de Canelos ofrecía especiales ventajas. Una vez en este pueblo, se podía bogar hasta Andoas en el Pastaza; y de allí, en cinco días, hasta entrar en el Marañón y, en seis, desde esta confluencia hasta Omaguas. En caso de abrirse camino de herradura hasta Canelos, sería posible realizar el viaje desde Baños hasta Maynas en 22 días.

Maldonado estudia detenidamente aquella región de Canelos y Andoas, inspecciona los pueblos comarcanos y sus atajos, los cultivos de algodón, cacao, yuca, maíz, plátano y las plantas utilizables. Tanto en el Bobonaza como en el Pastaza va tomando notas de todo género, examina las rocas, recoge noticias, pero, ante todo, va marcando la localización de los lugares. Y ya, desde entonces, se plantea a sí mismo un razonamiento sencillo: para abrir caminos hay que estudiar primero la región palmo a palmo, hacer mediciones, levantar planos. Luego esta idea se irá generalizando en su mente: habría que trabajar la carta geográfica de todo el país. Esta exploración es su primera escuela en contacto con la dura realidad; su vida es austera, frugal el sustento; tenaz en la lucha contra la fatiga, contra los indómitos y belicosos indios, las plagas, las inclemencias del clima, llega por fin hasta el Marañón y las misiones de Maynas. Ni la montaña cerrada, ni los destiladeros de agua lloviendo día y noche sobre las veredas que se internan entre las peñas, ni los atolladeros y tremedales, ni las escarpas de vértigo, la maleza de espinas, los escalones resbalosos, ni las largas esperas para vadear   —412→   los ríos después que hayan bajado las crecientes, ni los árboles caídos y cruzados al paso con sus gigantescas ramazones, ni las cuchillas con precipicios a uno y otro lado, ni los insectos y reptiles, nada ha podido amedrentar al viajero.

Terminada aquella primera carta, la entrega a los misioneros de Maynas y la incorpora después al Mapa General de la Provincia de Quito, en el que, una vez impreso, aparecerá grabada esta leyenda: «... con la derrota de Quito al Marañón, por una senda de a pie de Baños a Canelos y el curso de los Ríos Bobonaza y Pastaza van delineados sobre las propias demarcaciones del difunto Autor». En el mismo Mapa constará que han servido de base para su trazado las observaciones geográficas de los Padres Misioneros de Maynas.

Esta exploración de Maldonado llamó la atención de las autoridades sobre la importancia de aquel camino. El deseaba que los Jesuitas dejaran de transitar a pie o a espaldas de cargueros por sus fundaciones misionales. Los misioneros, por su parte, trataban de llevar auxilios sin dilación de Quito hasta Maynas y, valiéndose del Mapa de Maldonado y de las cartas anteriores de los Padres, emprendieron en la apertura del camino de Baños al Pastaza; por desgracia, la expulsión de los Padres, de la Compañía de los dominios españoles de Indias puso término a estos esfuerzos. Este primer trabajo geográfico de Maldonado no sólo fue utilizado posteriormente por Zevallos y por Juárez sino por el mismo Francisco de Requena.

¿Qué significaba la provincia de Esmeraldas en la Presidencia de Quito? ¿Por qué Maldonado manifestó   —413→   por ella singular predilección? El estudio de las realidades económicas y de los más graves problemas humanos, en todo el Reino de Quito, no podía menos que llevarle a la conclusión de que la clave principal para el desenvolvimiento del país era la población y colonización de aquellas regiones, las cuales era preciso incorporar a la vida económica de Quito y Panamá. La costa del territorio de la Audiencia se dividía en dos provincias; la de Guayaquil y la de Esmeraldas. Guayaquil prosperaba gracias a los astilleros y a ser el único puerto a lo largo de todo el litoral. En Guayaquil se construían embarcaciones de toda clase, desde las más pequeñas hasta las mayores, las cuales eran muy acreditadas en la navegación de los mares. En ellas se utilizaban las maderas incorruptibles de los bosques aledaños. Igualmente se carenaban y reparaban muchos navíos en estos astilleros. Lo que en Guayaquil producían las aduanas y alcabalas reales era poca cosa en comparación de lo que rendían las entradas y salidas de las naves. En este puerto tocaban forzosamente las que traficaban por la Mar del Sur; por allí se exportaba principalmente el cacao -unas 40.000 cargas anuales a la Habana y Cádiz. En Guayaquil se realizaba, además, un intenso comercio de ganado mayor, pesca, caza, frutas, arroz, algodón, anís y otros productos.

Con una población de unos 22.000 habitantes y otros tantos en el resto de la provincia, incluídos los forasteros de la sierra y de ultramar, a pesar de haber padecido incendios y depredaciones de los piratas en el siglo XVII y últimamente, a principios del XVIII, resurgía la ciudad con actividad creciente. La densidad creciente de la población resultaba apreciable, pues se calculaba que toda la Presidencia de Quito (incluídos naturalmente Popayán, Jaén y Maynas) contaba -con unos 370.000 habitantes. Esmeraldas, entre tanto, en toda su provincia no pasaba de 2.000, casi lo mismo que la isla de Puná.

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La provincia de Quito alcanzaba unas 130.000 almas, de las cuales 56.000 correspondían a la ciudad misma. En Quito había suntuosos templos, ricas mansiones, abundancia de víveres, dos Colegios, la Universidad, diversiones y muchas más cosas. Sus 25 pueblos, rodeados de haciendas (qué buenos eran sus quesos y la carne de sus novillos) y obrajes, con labranza de paños y otros tejidos más finos, desarrollaban con estos géneros, con los frutos de la tierra y hasta con obras de escultura, de pintura y de orfebrería, un comercio activo, a más de los ultramarinos de que se proveían los contratantes en sus viajes a Europa, o por medio de las armadas que llegaban de diversos puertos de América, y en las ferias de otros reinos. Esmeraldas, en cambio, era una provincia selvática y deshabitada. Por sus veredas, como hilos sinuosos, perdidos y enmarañados entre la oscuridad de los bosques y los riscos y despeñaderos, se caminaba cuatro y cinco días sin encontrar un ser humano. Habían pasado más de dos siglos desde la conquista y todavía permanecía Esmeraldas desconocida y en buena parte inexplorada. Ni siquiera corrían noticias escritas sobre sus costas, salvo los derroteros de piratas y viajeros, que se habían publicado alguna rara vez en otras lenguas. Pero, del interior, nadie hablaba ni escribía nada con precisión. Ni el mismo Maldonado, a pesar de todas sus heroicas exploraciones y estudios, podrá dar después una cabal noticia de cuanto ocultaban sus selvas y remotas montañas. El curso de los ríos tributarios del Esmeraldas, por ejemplo, era ignorado por completo, lo mismo que el de otros ríos interiores.

Maldonado había obtenido en 1739 que se agregaran nuevos territorios a la provincia de Esmeraldas. Esta se extendía, por el mar, desde la Bahía de Caracas o de Caraques y la Sierra del Bálsamo, al sur, donde comenzaba la jurisdicción de Guayaquil, hasta la isla de Tumaco y las playas de Husmal, al norte, desde donde se extendía la jurisdicción de Barbacoas,   —415→   del Gobierno de Popayán: unas 44 leguas de litoral en línea recta y unas 56 siguiendo la costa. Se calculaba la «circunferencia» de la provincia en 150 o 200 leguas de circunvalación. El río de Esmeraldas atravesaba el territorio casi por el medio. Su desembocadura de media legua de ancho estorbaba la entrada de las mareas y de las embarcaciones grandes por los numerosos bancos de arena. De allí hacia el sur, por la costa, se sucedían: la población de Santa Rosa de Atacames, a cuatro leguas de distancia, doce puntas, y los cabos de San Francisco y Pasado. Aquellas puntas habían sido bautizadas con nombres memorables por los navegantes: la Gorda, la Galera, la Pedernal, la de la Ballena, la de Borrachos, la del Venado, la Bellaca, la del Pajonal. La bahía de Caraques, al extremo sur, estaba desierta, aunque podía muy bien abrigar embarcaciones. En ella desembocaban el Tosagua y el Chone.

Del río de Esmeraldas hacia el norte, la costa era casi totalmente desconocida y desierta. Maldonado la fue después demarcando con la aguja de marear. Las playas servían de camino y había que esperar la vaciante para proseguir la marcha. Más que las cuatro puntas: la Verde, la de Ostiones, la de Lagartos, la de Manglares, tenían importancia dos grandes ríos que allí desaguaban: el Santiago y el Mira. Estos dos y el de Esmeraldas serán luego la pauta para el estudio de los tres caminos que podrían abrirse directamente de Quito, por San Miguel de Ibarra, hacia la Mar del Sur. El Santiago nacía al occidente de esta villa y llevaba como afluente el San Miguel. En su largo curso sólo se encontraba una población, la de Cayapas, con unos 60 indios de este nombre. En sus dos bocas fueron fundados dos pueblos por Maldonado: La Tola y Limones. En La Tola se veían ruinas de una población antigua; en la misma playa rodaban sobre la arena, arrastrados por las olas, objetos de oro y vajilla de barro. También este río era navegable como el de Esmeraldas. La marea le entraba hasta catorce   —416→   leguas adentro; las canoas bogaban por él hasta seis días aguas arriba. Había otro río al norte, el de Mataje, entre el Santiago y el Mira. Este nacía en la laguna de San Pablo, en el Corregimiento de Otavalo, y entraba, engrosadas sus aguas por el Lita y otros afluentes, por nueve bocas en la mar. Allí estaba la Ensenada de Ancón de Sardinas y la Gorgonilla o Isla de Tumaco, en donde crecían árboles frutales y el oleaje, por ser tan bajo el suelo, arruinaba la Iglesia y desenterraba los huesos de los difuntos, batiéndolos y dispersándolos con la resaca. Contaba con unos 300 habitantes. Al puerto de Tumaco, en la misma isla, arribaban las embarcaciones de Panamá, aunque resultaba más conocido de los navegantes el de Atacames; los dos hacían más bien de puertos de refugio y para hacer aguada. Desde allí eran socorridas las embarcaciones que se habían «engorgonado», que no podían salir de la ensenada de la Gorgona, hasta que no soplasen vientos favorables. En Barbacoas y el Chocó padecían hambre continua los vecinos y, en especial, los negros de las minas de oro, que eran como 5.000 y llevaban una vida miserable. Ni el oro les servía de casi nada. La sal la tenían que traer desde Guayaquil y las carnes saladas de Cali y Pasto. Gastaban caudales sólo para la subsistencia. Entre tanto la abundancia de Quito estaba tan cerca y cuantos frutos se podrían cosechar en la vecina provincia de Esmeraldas si ésta llegara a poblarse.

Esmeraldas tenía 20 pueblos pobrísimos: 5 en la costa y 15 en la montaña, y once doctrineros en una extensión tan inmensa, los cuales dependían del Obispado de Quito. La Toda y Limones sumaban juntos 215 habitantes, que eran aquellas gentes que estaban dispersas por los bosques desiertos y que fueron reunidas por Maldonado. Luego Limones se despobló y quedó sólo la Tola. En San Mateo vivían unas 50 familias, en Atacames 40 y en el Pueblo de la Canoa o Cabo Pasado unas 50. Los pueblos interiores estaban también casi despoblados; en Lachas, cerca de   —417→   Ibarra, no pasaban de 30 los vecinos -acaso esos indios fueron diezmados por la peste-. Igual cosa ocurría en Intac, en donde habían quedado 20 o 30 familias. En Cansacoto se encontraban sólo vestigios cuatro o cinco habitadores, los demás «se consumieron».

Aquellos pueblos habían sido sembrados al acaso, sin que se previnieran caminos, ni la posibilidad del comercio, ni siquiera la mínima comunicación entre los semejantes. Como si por castigo hubieran sido allí confinados, presos por el temor de los peligros y amenazas de la selva y de los precipicios, esos infelices moradores vivían y morían abandonados. Conquistadores y doctrineros no pudieron remediar esta situación; la soledad y las grandes distancias aislaban inexorablemente a aquellas víctimas. Tan ásperos eran los atajos a estos miserables pueblos que, aun transitándolos a pie, al atravesar la cordillera del Pichincha y las vertientes de sus ríos, se corría el riesgo de perecer. Los mismos doctrineros, para visitarlos apenas una vez por año, «se hallaban sumamente consternados», porque debían caminar rompiendo breñas, pisando culebras y hundiéndose de lodazal en lodazal. Algunas poblaciones estaban cercanas unas de otras, sin embargo, los ríos y los despeñaderos las mantenían incomunicadas. Y cómo eran sus casas «que más parecían tugurios de ermitaños o cavernas de fieras, que lugares habitados por racionales». Estas cabañas eran de cañas atravesadas y cubiertas con hojas de palma y sus moradores pisaban y dormían sobre el suelo no sólo húmedo sino encharcado, pues la misma tierra manaba agua por todas partes; más todavía, vivían desnudos y ni podían desbrozar la espesura, ni fabricar otras viviendas mejores por carecer de hachas y de machetes, cuyo precio, igual que el de todos los objetos de hierro, era excesivo, y había que traer desde Quito estas herramientas. Y para qué mejorar las cabañas si a veces pasaban sus moradores lejos de ellas meses enteros, tan apartadas estaban sus sementeras.   —418→   Cuando cosechaban algunos frutos emprendían el viaje llevándolos a espaldas hasta llegar a Quito para venderlos.

Las Iglesias de estos caseríos, cuando las había, eran igualmente desmanteladas y medio abandonadas: les entraba el agua por los techos; en el suelo crecía una lama verde y aún plantas cuyas ramas invadían los altares. Permanecían abiertas, sin cerraduras, a merced de las alimañas. Las imágenes se hallaban tan humedecidas, desfiguradas, ennegrecidas que no era posible reconocerlas; los misales tan viejos y descuadernados, que los curas no podían decir la misa, a menos que supiesen de memoria todas las oraciones. Los templos de Quito, entre tanto, gozaban de merecida celebridad no sólo en América sino en la misma España, por el esplendor del culto y la riqueza con que estaban adornados.

He aquí la realidad geográfica, mejor dicho, la triste condición de aquella provincia, en donde el hombre vegetaba y padecía devorado por la naturaleza. Maldonado explora aquellas regiones, se hace cargo de esta situación tan espantosa, recoge datos sobre la tierra, mide las distancias, esboza cartas parciales de cada comarca, planea en su mente la restauración de Esmeraldas por medio de uno y aun de varios caminos y pone manos a la obra. No es el geógrafo que calcula fríamente sobre sus demarcaciones; más que el mismo territorio reducido a líneas precisas le conmueve el hombre perdido entre sabandijas, amenazado por ríos y enfermedades, solitario y medio vagabundo por las selvas. El examinará su morada y su campo y sus trochas y se esforzará porque un día vean recompensados sus sudores aquellos habitantes de Esmeraldas.

Porque aquella provincia -el Gobernador la ha encontrado feraz como ninguna- es tierra virgen y en muchas partes no padece inundaciones en el invierno. El cacao es tan pingüe como el de Caracas; se lo transportaría sin dilación a Panamá y España.   —419→   Los plátanos, de que se abastecen los navíos en Atacames, conquistarían igualmente los mejores mercados. El algodón, la pesca, la palma de coco, la vainilla, el achiote, la zarzaparrilla, la hierba de tinta añil, la brea, la cera blanca y amarilla, las maderas preciosas de los bosques intactos, se podrían transportar principalmente a Lima. Y cómo prosperarían sus campiñas una vez descubiertas, y se explotarían el oro, las perlas y las esmeraldas, pues éstas se descubrieron en aquella provincia antes que las de Muzo y han sido tan afamadas desde la Conquista. Y los veneros de oro abundan en todo el país; hay copia de perlas desde Esmeraldas hasta Manta, en toda la costa. ¡Si fuera posible poblar esos valles y repartirlos y verlos labrados y granados con toda clase de frutos! El mismo Maldonado dice: «antes de trabajar en sacar oro, es menester abrir la tierra, desmontarla y sembrarla para asegurar el alimento»; y no llevará a la Corte, en su viaje a España, ni oro, ni perlas, ni esmeraldas, sino noticias, mapas, cuadernos, proyectos, dibujos de rocas y frutos de la tierra, y manifestará a Su Majestad «que sus deseos no tuvieron por término solicitar para sí estas riquezas (oro, perlas y esmeraldas), porque, ni era dueño del tiempo, ni de los hombres, ni de un caudal distinto, que era necesario para la intendencia de minas y de pesquerías, ni era razón exponer la gloria que anhelaba con la apertura del nuevo camino, a que se confundiese y aún malograse con un objeto que, siendo prueba de codicia, le hubiera malquistado con los indios y zambos del país, a quienes necesitaba para perfeccionar su proyecto». He aquí un colonizador sin codicia, que no se entretiene en los criaderos de oro, ni se deja tentar por las noticias concretas de una mina abandonada, allá en un cerro, donde se esconden las esmeraldas, el cual queda marcado en su mapa para conocimiento de todos, ni busca, por último, buzos expertos para empezar a sacar las perlas del fondo del mar. Su caudal bien podrá ser acrecentado más tarde, pero ahora lo emplea en abrir caminos. El no es dueño del   —420→   tiempo para emplearlo en aumentar su riqueza; él no puede distraer ni dineros ni hombres para intendencias de minas y pesquerías, las cuales, si de gloria se puede hablar, no le darían nunca la que anhelaba por haber abierto un camino para volver rica a toda aquella provincia.

Maldonado estudia un proyecto antiguo, lo interpreta renovándolo, se propone emprender en una obra en la que han fracasado los más osados. Es necesario el establecimiento de un comercio regular entre Quito y Panamá. Hasta ahora se han comunicado estas dos ciudades por una senda desviada y retorcida, a través de Guayaquil, caminando primero hacia el sur desde Quito, y recorriendo como 180 leguas más que si se hiciera el viaje en derechura de Quito a Panamá. De estas 180, las 90 de tierra y río hasta llegar al puerto, son camino doblado y sinuoso, con montes, quiebras ásperas y profundas y ríos torrentosos que hay que atravesar sin puentes, en jornadas a veces por comarcas desiertas. Esta única vía hacia el mar, que se cierra la mitad del año, durante el invierno, cuando crecen los ríos llevándose los caminos y se inundan las llanuras de Guayaquil, por debajo de cuyas casas flotan las canoas de los comerciantes, hay que transitarla resignadamente. Quito, durante este tiempo, se queda sin comercio, sin noticias de las embarcaciones que salen del puerto y entran en él, procedentes de Panamá, México y Perú; ni puede obtener cómodamente los géneros de Europa y los frutos de América, ni expender los suyos a Tierra Firme, Chocó y Barbacoas, que tanto necesitan de ellos. Los comercios son «los espíritus vivificantes de los reinos». Esto en tiempos de paz y ¿qué decir en los de guerra?

Esta vía ha sido una obsesión durante dos siglos y, a pesar de ser tenida por tan útil, ha resultado imposible. El nuevo camino debe ir por las alturas del Pichincha o por las montañas de Otavalo e Ibarra   —421→   hasta la Mar del Sur. En cualquier sitio, aquella cordillera es eminente, doblada, tajada por derrumbaderos y no hay sitio en que los declives occidentales, que se extienden hasta la costa, no estén cubiertos de bosques, estorbados y cortados por los muchos ríos que llegan a formar los de Esmeraldas, Santiago y Mira, navegables los tres cerca del mar.

Estas montañas han quedado, a causa de semejantes dificultades, intrajinables e inhabitables. Se tenía noticias de que había en ellas pueblos escasos de indios, que fueron antaño evangelizados; se sabía por los curas y doctrineros, de sus veredas embreñadas por donde andaban con muchas penalidades. Por esos mismos vericuetos entraban alguna vez los pasajeros que arribaban a la costa de Esmeraldas, los cuales, por librarse de los riesgos del mar, preferían exponerse a los de tierra. ¡Qué relatos y descripciones los de aquellos viajeros que lograban abandonar los navíos y caían en semejantes trabajos!

A pesar de todo, de tiempo en tiempo, desde el siglo XVI, algunos animosos -historia conmovedora de fracasos- emprendieron en la exploración y aún en la ruptura de un nuevo camino por los parajes menos fragosos, pero perdieron caudales y vidas, dejando a la posteridad el escarmiento de sus desengaños.

Así por ejemplo Miguel Cabello Balboa (1578) y Fray Alonso de Espinosa (1585) que hablaban en el siglo XVI de una ruta a Esmeraldas por los Yumbos; Pedro de Arévalo (1600) que intentaba abrir una vía por Cotocollao, Nono, el Alambí, Gualea y Niguas, hasta llegar a un embarcadero en el Guayllabamba, y seguir por el Esmeraldas hasta Atacames; Cristóbal de Troya (1607), el fundador de San Miguel de Ibarra, que también llevó a cabo una penosa exploración y se propuso romper camino por las Salinas, Yambaquí, Guadalupe, los ríos de Lita y Tipulbí, Malpucho y el Santiago, que anteriormente había sido navegado por Arévalo en su viaje de regreso. (Troya sondeó este río y volvió a Quito por los Malabas y   —422→   Tipulbí); el mercader Martín de Fuica (1615) que llevaba sus planes hacia el sur, tomando el derrotero, de Hatunsiccho, Isinlibí y San Juan de Maqui hasta Caraques; Fray Diego de Velasco que trazaba la vía, por Cansacoto y Niguas (estos dos últimos proyectos coincidían aproximadamente con el de José de Resavala, que quedó anotado en la Carta de Maldonado); Pablo Durango Delgadillo (1621) que se propuso abrir el camino desde Ibarra al río Santiago, por el cual las embarcaciones debían salir al puerto de Limones; Francisco Pérez Menacho (1626) que, después, de la muerte de Durango, intentó continuar su obra; Juan Vicencio Justiniani (1651) que, partiendo asimismo de San Miguel de Ibarra, prefería salir más al norte, por el río Mira, haciendo puerto en la Gorgonilla o Tumaco; Nicolás de Andagoya y Otalora (1677) que, igual que Arévalo, juzgaba que había que pensar en Atacames y que la mejor ruta sería la que partiendo de Quito, llegara al río Silanchi, en donde se podría hacer un embarcadero, para de allí pasar al río Blanco o de Fuego y al de Esmeraldas (Arévalo y Andagoya son, en cierto modo, los antecesores de Maldonado, cuyo camino, sin embargo, se apartó del Guayllabamba y del Silanchi); Fernando Soto Calderón (1713) a quien debieron de deslumbrar las mercedes y premios que se le concedían a Juan Vicencio. A Soto le dieron también licencia para que realizara el proyecto por el Mira. Todos o casi todos exploraron las montañas, gastaron tiempo y caudales, escribieron representaciones y memoriales pero sus esfuerzos fueron en balde.

Maldonado se refirió (1734) a los proyectos de Justiniani y de Soto y ofreció abrir a sus propias expensas el camino secularmente anhelado hacia la Mar del Sur, pero no por Ibarra, saliendo por el Santiago o por el Mira, sino en derechura desde Quito hasta Atacames por el río Esmeraldas. Pedía, naturalmente, a la Real Audiencia, las mismas mercedes que les concedieron a Soto y Justiniani y le sobraba razón. El nuevo camino se abriría paso por la montaña de   —423→   Nono, límite solicitado para su Gobernación. Pero al Fiscal le parecía que era inconveniente tal innovación: las costas quedarían más expuestas que nunca a hostilidades de enemigos y piratas; era preferible que la provincia de Esmeraldas quedase cerrada y así defendida por la naturaleza, pues sus montañas inaccesibles servían de muro inexpugnable contra las invasiones. Cuarenta y siete leguas mediaban desde la boca del río Esmeraldas hasta la ciudad de Quito. El puerto sería Atacames. En 1735 otorgó la Audiencia, a Maldonado la licencia solicitada. El nuevo camino debía abrirse en dos años.

¿Qué ventajas ofrecerá este nuevo camino? ¿No es Tierra Firme la llave de los dos mares, el del norte y el del sur, sitio estratégico y sin mantenimientos, pues sólo produce escasamente maíz, plátanos y carne de vaca? ¿No abundará muy pronto de todo? Se llevarán, en efecto, de Quito por la nueva vía los alimentos de que carece; no hará falta esperarlos de tan larga distancia, del Perú y de Chile; se lograrán frescos y más baratos, no sólo para los habitantes de Tierra, Firme, sino para el comercio con España. ¿No se han experimentada pestes, principalmente en ocasión de las ferias, a causa de los frutos corrompidos? Tierra Firme es el antemural del Perú. En tiempo de guerra, por este nuevo camino, fácil y rápidamente podrá ser socorrida Panamá con gente, bastimentos, municiones, pólvora y toda clase de auxilios para la defensa de sus plazas y castillos, cosa muy difícil de lograrse por Guayaquil, por ser intrajinable el camino los seis meses de invierno. Para dar aviso de las invasiones de los piratas a las costas de la Audiencia, ha sido preciso solicitar socorros desde Tierra Firme, montando los peligrosos cabos y puntas de costa, empresa ardua y de dilación en los ocho meses de cada año, desde mayo en adelante, en que los vientos son contrarios, y las embarcaciones se ven forzadas a guarecerse en Atacames, desde donde hasta Panamá no existen semejantes obstáculos. Con el   —424→   nuevo camino las embarcaciones, partiendo de Atacames podrán subir con comodidad por el río de Esmeraldas y salir en derechura los pasajeros por tierra hasta Quito.

Luego, los navíos, en el viaje desde Panamá hasta el Callao; suelen «engorgonarse» de ordinario en la ensenada de la Gorgona. Pero ya pronto podrán ser socorridos fácilmente con bastimentos y pertrechos.

Los pliegos del real servicio y los particulares, en tiempo de paz y de guerra, podrán igualmente conducirse sin dificultad. Llegarán más pronto a su destino las provisiones reales para autoridades civiles y eclesiásticas. El beneficio se extenderá a todos los viajeros en general, pero especialmente a los mercaderes de Quito. Estos solían viajar a Cartagena de Indias para proveerse de ropas de Castilla y gastaban un año para tan dilatado viaje, pero pronto podrán ir a la feria de Portovelo, que es más barata, con menos costo, y los géneros con que regresen se venderán en Quito a precio más bajo.

La provincia de Quito tendrá salida para sus muchos frutos, que serán transportados a Panamá y Tierra Firme, y antes a Barbacoas y el Chocó, en donde podrán cambiarse por el oro de los mineros. Actualmente, aquellos frutos, por carecer de mercados, se pierden y dejan las gentes de sembrar por esta causa. Se ensancharán con el nuevo camino las sementeras de Quito y habrá aumentos de diezmos y reales novenos y ya no se llevarán esas grandes porciones de plata con que bajan los mercaderes de Quito a Guayaquil, dejando de transportar frutos a las ferias de galeones. Pero pronto los venderán los comerciantes en Panamá y emplearán el producto en ropas de Castilla; los mismos tratantes de aquel puerto subirán con ellas hasta Quito, cuya provincia se halla exhausta a pesar de abundar en tantos frutos.

Los vecinos y mercaderes de esta ciudad no tendrán que pasar forzosamente a Lima, como lo han   —425→   hecho tradicionalmente, para despachar los paños, sarguetas, estameñas, bayetas, lienzos de algodón y las muchas bujerías que se fabrican en la provincia. Realizando su viaje por el nuevo camino, algunos comerciantes de Lima, a la vuelta de la feria de Portovelo, comprarán en Quito estos géneros a su elección o los permutarán con ropas de Castilla.

Pedro Vicente Maldonado abrió el nuevo camino con «indecible desvelo, suma fatiga, imponderables riesgos y muy crecidos gastos de su propio caudal». Se le extendió luego, por el Virrey del Perú, el título de Gobernador y Teniente de Capitán General de la Provincia de Esmeraldas. Tomó posesión de su Gobierno en Abril de 1738. Tenía entonces 34 años. El camino quedó trajinable. Empezaron los viajeros a subir desde Atacames por el río de Esmeraldas; llegaban a Quito sin demoras ni riesgo alguno.

A nosotros, hombres del siglo XX, dueños de tractores, explosivos y máquinas gigantescas que remueven las montañas y las allanan, taladran las peñas y las avientan, rellenan precipicios y pavimentan con asfalto y grava, podrá parecernos, a primera vista, que no merece un hombre tanta fama por haber abierto un camino de 24 leguas a través de la montaña hasta un embarcadero. Pero en aquel entonces, cuando las Cédulas reales mandaban insistentemente que fuese abierta aquella vía y, ni la voluntad del Soberano, ni la de sus Gobernadores, ni la tenacidad de los empresarios, no lograban otra cosa sino ahogarse éstos en penalidades y derrochar caudales, aquella obra resultaba de romanos, hazaña digna de ponderarse por su significado moral y material.

La Audiencia manifestó (1741) que había cumplido el capitulante su compromiso con exceso. El reconocimiento del nuevo camino lo practicó don José de Astorga en aquel mismo año. Desde Quito hasta la Bahía de San Mateo y Costa de Atacames realizó un viaje de ida y vuelta en siete meses. Durante ese   —426→   tiempo recorrió, además, varios parajes de la Gobernación, acompañado del mismo Maldonado.

Astorga recordó a las autoridades que el Gobernador practicó primero repetidas exploraciones, en más de un año, desde Nono hacia la costa, antes de trazar definitivamente la nueva ruta, habiendo encontrado falsas las relaciones que le hacían sobre aquella comarca y su recorrido. Esas exploraciones previas, por senderos que a veces a duras penas adivinaban los indios, fueron en extremo fatigosas. La montaña, en ocasiones, resultaba tan empinada que era menester valerse de las manos para escalarla.

El camino nuevo pasaba por Cotocollao y Nono. De esta población subía al cerro de Salpi o Monserrate, se atravesaba luego tres veces el río Alambi, afluente del Guayllabamba (antes había que repasarlo como nueve veces) y la quebrada de Guarumos, hasta llegar a Miraflores. Después venía el famoso Castillo Fuerte, murallón espantable de roca viva, en donde fueron minadas las piedras y voladas con pólvora. Aquel había sido un despeñadero de un cuarto de legua de profundidad, de donde los viajeros regresaban sobrecogidos. Entre empedrados y empalizadas, proseguía la ruta por la cuchilla de las Ventanillas; la posada de San José, en donde partían los nuevos caminos a Nanegal y Gualea, abiertos por el misma Maldonado; el tambo de San Tadeo, en cuyo campo plantó Don Pedro huertas de árboles frutales y pastos de gramalote. Muy cerca de allí, a tres cuartos de legua, se encontraba Mindo, a orillas del Pirusay. En Mindo, bastante poblado antiguamente, vivían entonces sólo 20 familias. Muchos de sus pobladores habían perecido, unos ahogados y otros tullidos por atravesar los ríos de aguas heladas, en un caminejo que conducía a Quito. Los Curas párrocos se quedaban allí como encarcelados por miedo de aventurarse a ningún viaje. Cerca de San Tadeo se encontraba el Incachaca o Puente del Inca. Según tradición, el último Inca mandó trabajar por allí precisamente un   —427→   camino a Esmeraldas, del cual había quedado este único vestigio. De tal puente se continuaba a Niguas, anexo de Gualea y de aquí hasta el Río Blanco y el Puerto de Quito por el tambo de la Virgen, entre los ríos Silanchi y del Inca.

Entre otras dificultades, Maldonado tenía que luchar en aquellas montañas con los grandes derrumbos que se producían a causa de las lluvias y de los árboles centenarios, cuyas raíces quedaban al descubierto en lo alto de los taludes.

El nuevo embarcadero o Puerto de Quito estaba situado en la confluencia del río Silanchi -engrosadas sus aguas con las del Caoni- con el Blanco, después de la desembocadura en este río del Toachi. El Blanco continuaba con este nombre hasta la desembocadura del Guayllabamba, desde donde se llamaba propiamente de Esmeraldas. El Toachi nacía en las faldas del Eleniza o Illiniza y atravesaba por los Colorados de Santo Domingo. Después de la del Guayllabamba seguía la desembocadura del Río Verde. Bajaban las canoas hasta la desembocadura del Esmeraldas en día y medio, pasando, una legua antes, por el pueblo del mismo nombre. Desde Esmeraldas hasta el Nuevo Embarcadero subían en cinco y seis días, cuando el río estaba bajo, y en ocho y nueve, en las mayores crecientes. Al descender llegaban primero a la gran corriente de la desembocadura del Río Verde. Navegaban bajo las frondas de la ribera impenetrable y pasaban, sucesivamente, por las desembocaduras de los ríos Inca, Quinindé, Guayllabamba, Verde, Vichi, Ticuini y otros más. En la desembocadura del Vichi era fama que existió un pueblo, y allí junto, al sur, un cerro de donde se extraían las esmeraldas y que se trabajaban, además, en aquella parte, oro labrado, cristales de roca, piezas de cobre, de plata y de plomo.

El río de Esmeraldas era descrito como «el más famoso en caudal de los que desembocan en toda aquella costa y el único que resiste la marea, por ser la tierra por donde corre la más alta, y por eso la más   —428→   seca y cómoda para la vida y fértil para cualesquiera siembras de frutos de montañas». Atacames, poco más de cuatro leguas hacia el sur de la desembocadura del Esmeraldas, contaba antiguamente con unos 20 habitantes, pero, en aquellos años, pasaban de 150, de los cuales sólo 30 eran aptos para ejercicios de armas de flecha y escopetas. El puerto de Limones se hallaba distante más de diez leguas a la banda del norte. En esa boca de Limones formó Maldonado una población de más de 200 habitantes. El Gobernador prefería residir allí, en la soledad, entre tan poca gente, socorriendo a alguna embarcación que, echada de los vientos, venía a aparecer en La Tola, con su carga de alquitrán, brea y jarcia, de paso para Guayaquil; reunir pobladores, asentar pueblos, seguir estudiando la navegación de los ríos, en una palabra, poblar y civilizar, a llevar una vida muelle de acaudalado en Quito y en Riobamba.

Es cierto que el camino de Limones a San Miguel de Ibarra hubiera sido más cómodo que el de Esmeraldas a Quito; Maldonado lo exploró igualmente hasta las cabeceras del Santiago, pues la navegación resultaba más suave por las doce leguas de represa de este río. El Gobernador penetró en la montaña rompiendo su espesura y buscando a pie alguna colina para subir al cerro de Yanaurcu, cerca de Otavalo. Al fin encontró un derrotero posible sin muchas asperezas ni ríos atravesados, pero aquellos montes eran extremadamente desiertos. El Gobernador celebró una nueva capitulación con la Audiencia de Quito sobre este camino, después de terminado y perfeccionado el que abrió directamente de Quito a Atacames, y a un empezó a trabajarlo. No se estaba quieto Maldonado en ninguna parte. Era el primer realizador de un plan vial para el país, el explorador y proyectista infatigable.

Por desgracia en el nuevo camino de Quito a Atacames faltaban avíos en el Embarcadero. Se proyectaba, por esto, establecer allí una población; porque,   —429→   además, aquellas tierras eran feraces y producían cacao, plátanos, arroz, caña dulce y el río Blanco traía pesca en abundancia.

Maldonado, dice Astorga, «ha conseguido, en siete años de continuo trabajo, abrir dicho camino desde el pueblo de Nono hasta el Nuevo Embarcadero, cortando primero los árboles y derribándolos de raíz, por ser la tierra de montaña alta, y después haciendo banqueaduras, rompiendo peñas, cavando laderas, subidas y bajadas, dirigiendo la senda por el único sitio que ha ofrecido la naturaleza, por desiertos incógnitos aún de los indios de la montaña, buscando los manantiales de agua que hay en todo el camino, a uno y otro lado de la colina, fuera de los arroyos referidos, y ha puesto tambos y sembrado gamalotes des de San Tadeo al Embarcadero, porque de allí a Nono hay un carrizo que llaman suro, que comen las mulas... Los jornales que ganaron los que abrieron dicho camino fueron excesivos, a dos reales por día, fuera del alimento cotidiano, y en el Cerro del Castillo a cuatro reales, porque trabajaban pendientes de cabos y con mucho riesgo y que a fuerza de gastos, industrias y tenacidad ha quedado el camino explanado y corriente». Y advertía Astorga que si se lo descuidaba se volvería a cerrar para el tráfico de mulas y sólo, serviría para los indios de a pie. Hay, en efecto, derrumbos a cada paso y torrentes y ríos que se llevan con las crecientes los caminos; y crecen de nuevo en un abrir y cerrar de ojos, los árboles talados; y con más vigor que antes brotan las plantas en los sitios abiertos; y continuamente caen los árboles más grandes por el peso de las ramas y se atraviesan en el camino. Esta es una vía que se trafica en todo el año, aún en el más riguroso invierno. No hay en ella pantanos ni inundaciones. El territorio por donde corre tiene declive desde Nono, por laderas y desaguaderos sobre un terreno lastrado, hasta cerca de Niguas, con arena y cascajo «que escupió y regó el Pichincha» y no es posible que se encharque en ninguna parte. Pero será necesario repararlo constantemente.

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Temporadas hubo en que trabajaban diariamente 160 peones, fuera de los mayordomos que eran como 60, cifras equivalentes a la población que tendrían luego La Tola y Limones juntas. Se gastaban como 70 pesos diarios, en la obra, a más del tabaco que venía de Quito para los trabajadores, los cuales a veces escaseaban, porque se retiraban algunos a descansar; Maldonado entonces traía de sus haciendas de Riobamba y de las cercanías de Quito gente y más gente cargada de herramientas. Estas se gastaban pronto o se perdían y su costo era excesivo.

Corría una crónica sobre las fatigas sin cuento y peligros de los camineros. El Gobernador, para animar a la gente y, por precisión del clima y de su febril actividad, «andaba casi desnudo, explorando y atravesando las montañas». Así lo vemos, con el cuerpo medio bronceado por el sol, mellado el rostro, con cicatrices los miembros. «Los mismos montaraces del país no podían sufrir las fatigas e inclemencias a que se exponía... ningún suceso fatal ni contradicción alguna le hacía desmayar de la empresa... había perdido ocho criados que se le murieron, de los cuales unos estaban enterrados en las montañas desiertas y otros desde Nono hasta Atacames... era el primero que se exponía a los riesgos y a las incomodidades». Todo lo iba resolviendo a un tiempo: trataba de reducir a poblaciones a los remontados, se preocupaba porque éstos conociesen la doctrina cristiana y se ejercitasen en las armas para defensa de los puertos, se esforzaba por persuadirles a todos a vivir una vida racional, a emprender en el comercio y la labor de las tierras, enseñándoles a sembrar de preferencia el cacao, por ser éste el fruto que podía venderse mejor y atraer a las gentes para explorar los ríos y las selvas. Como le conocían tan dadivoso le cobraban todo más caro y él no se paraba a regatear precios ni pagos por servicios, por ese gran deseo de hacer habitables esos bosques. Los costos exactos de aquella empresa de siete años no se conocieron. No llevaba   —431→   Maldonado libros de gastos; como todo era a sus expensas, no tenía que rendir cuentas a nadie. Después de terminado el camino, empezó incluso el Gobernador a atender a sus reparaciones.

La conquista se realizó por los caminos primitivos, que no fueron abiertos para herradura; debieron de ser éstos atajos y veredas para la planta humana la mayor parte y, a veces, sendas secretas, ignoradas. Existía una como ciencia especial de trochas y derroteros en aquella época; se perdía fácilmente quien no los conocía o no era guiado por un experto. Entre los indios había peritos que sabían de memoria las vías de comunicación, las poblaciones remotas, que conocían los peligros ocultos, los tiempos oportunos para esto o aquello y muchas más circunstancias. Maldonado adquiere por estos medios el conocimiento de la geografía patria y, por ser geógrafo, acaudalado, hombre de empresa, valiente e infatigable como nadie, triunfó en su propósito. Sus antecesores ni tuvieron el mismo conocimiento del terreno, ni el tesón heroico a toda prueba. El camino que se ha andado y padecido no se olvida fácilmente. Andando es como se piensa mucho y en especial en aquello que se está viendo. Nuestro geógrafo ha reflexionado caminando toda la vida por las regiones de su patria, y está cada vez más convencido de que hay que abrir caminos y más caminos para volverla próspera.

Es verdad que existía la ruta principal de los Incas; hombres y llamas transitaban por ella, los correos y chasquis corrían no sólo por éste sino por otros senderos bastante bien mantenidos; es verdad que había caminos de herradura en los siglos XVI y XVII, pero la inmensidad geográfica, la sed de lo ignoto, la atracción del misterio, la quimera de los tesoros eran en el XVIII, iguales en el fondo que en los siglos anteriores. Maldonado en su gran aventura, es un antiaventurero, él quisiera con caminos y navíos y conocimientos científicos de todas las regiones borrar lo fantástico y atenerse a lo real. Y, sin embargo,   —432→   su camino y su carta geográfica no dejan de ser empresas que a cualquier otro le hubieran parecido fantasías. Maldonado, en este sentido, es el continuador no sólo de los conquistadores, sino de los misioneros de Maynas, de aquellos primeros cartógrafos, como el Padre Fritz y sus compañeros, que lo medían todo, que todo lo anotaban y estudiaban y que realizaban empresas inauditas.

El Presidente Dionisio de Alcedo y Herrera inicia en Quito, en el siglo XVIII (1728) estudios y construcciones que parecen un anuncio de lo que haría después Maldonado. Alcedo era científico: levantó el primer plano de Quito, trazó un mapa de las provincias, redactó una Descripción Geográfica de la Real Audiencia; pero es la llegada de los Académicos Franceses la oportunidad singular para que acabe de revelarse la figura del sabio Maldonado. Si bien no faltaban compatriotas que estuviesen en capacidad de apreciar los estudios y proyectos de nuestro geógrafo, La Condamine y sus compañeros encontraron en él al valiosísimo colaborador para la misión que se les había confiado.

Venían los Académicos a medir los arcos del meridiano terrestre, a fin de averiguar la forma exacta del planeta, si era achatado o extendido por los polos. Al mismo tiempo que ellos, vinieron a Quito los Oficiales de Marina españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Los Académicos llegaron en 1736. Maldonado tenía entonces 22 años. Acababa de ser Alcalde Ordinario de Riobamba y la Audiencia había accedido ya al proyecto suyo de abrir un camino de herradura a Esmeraldas. Dos años más tarde, en 1738, se posesiona de su cargo como nuevo Gobernador de Esmeraldas.

No sólo las doctrinas filosóficas en boga, las novedades literarias, las orientaciones de la política europea, sino sobre todo los últimos descubrimientos científicos fueron tema de las conversaciones de los   —433→   Académicos con Maldonado, el cual trabó estrecha amistad especialmente con La Condamine. Al Académico francés debió de llamarle la atención la vastedad de los conocimientos del Gobernador y cómo en matemáticas, ciencia ni enseñada ni cultivada todavía en Quito, había logrado éste por propios esfuerzos, tanto dominio. Primero en el seminario de San Luis y luego junto a su hermano José, había aprendido Pedro Vicente astronomía y geometría y comenzado a ahondar en las matemáticas. Maldonado prestó en todo momento grandes servicios y de todo orden a La Condamine como guía, como informador, como colaborador, como amigo desinteresado. Porque esta colaboración en los trabajos científicos, en que se contempla la obra que se va realizando como algo impersonal, como resultado útil para la humanidad, se da entre los sabios cuando éstos tienen la pasión de la verdad y el deseo de llevar a cabo el progreso en el conocimiento de la naturaleza por encima de la vanidad personal, sin regateos en la información, sin discusiones sobre la primacía de tal o cual iniciativa, de tal o cual inspiración o descubrimiento. De este modo, Maldonado, con la nobleza y sencillez que eran en él virtudes naturales, pone a disposición de La Condamine su riquísima experiencia, sus datos y observaciones, sus sugerencias y trabajos, en esbozo unos, otros perfilados o en madurez y, para contribuir mejor y totalmente a la gran obra de los Académicos franceses, les ofrece su amistad y su casa. La Condamine, remontando la corriente del Esmeraldas y atravesando las selvas occidentales, llegará a Quito y desde los primeros contactos hasta los últimos, después que realizaron los dos sabios la navegación del Amazonas, Maldonado permanecerá fiel a su conducta de colaborador y amigo; en esa amistad fundada en los mutuos servicios y en las afinidades espirituales en el dominio de la ciencia. Dadas sus vinculaciones de todo orden con las personas más significadas e influyentes de la Audiencia de Quito, allanará el Gobernador las dificultades y hará que muchos -los   —434→   primeros sus hermanos José y Ramón Joaquín- contribuyan al éxito de la misión de los Académicos franceses y de los Guardias Marinos españoles. Posteriormente, La Condamine se enzarzará en discusiones amargas con los miembros de la misión francesa, sus compañeros, pero con Maldonado no ocurrirán disputas, ni emulaciones, ni celos por la gloria, ni reticencias y cálculos, ni resentimientos. Maldonado por otra parte, aprovechará datos y enseñanzas de los europeos; La Condamine se franqueará, con él sin recelos.

Dos grandes proyectos traía entre manos el sabio Maldonado: la apertura del camina de Esmeraldas y el levantamiento de una carta geográfica del territorio de la Audiencia. Para el primero se bastaba sólo; para el segundo necesitaba llenar vacíos, consultar, obtener nuevos datos, verificar rectificaciones y la colaboración de La Condamine le habrá sido de grande utilidad. Acaso ciertas bases generales, la precisión en las triangulaciones, por ejemplo, se debieron a las observaciones de los Académicos. En cambio el conocimiento detallado del territorio, región por región, sitio por sitio, los datos monográficos de determinadas comarcas por él exploradas y estudiadas (croquis y mapas regionales) y el dominio de la documentación antigua sobre todo el territorio de la Audiencia no podían menos que ser trabajo de Maldonado. Éste, desde la edad de 20 años, desde su exploración a Canelos y Maynas, iba reconociendo el curso de los ríos, marcando la localización exacta de los valles y las montañas. Por otra parte, la gran obra de los misioneros jesuitas de Maynas él la conocía y admiraba y debió de tener a la vista las cartas y croquis levantados por los misioneros. Pero hacía falta la refundición de todos estos materiales dispersos, la estructuración general de la obra en que, lo mismo los grandes que los pequeños problemas, quedasen resueltos satisfactoriamente, con aquella precisión propia de la ciencia geográfica, en donde no caben subterfugios   —435→   ni vaguedades. Todo estaba medido, todo integrado con vista de las relaciones geográficas de los exploradores de dos siglos (Espejo le llamaba «historiador» a Maldonado y no sería raro que hubiese escrito ensayos de historia en relación con la geografía), toda armonizado con la propia experiencia, todo enriquecido con las noticias de muchos viajeros y exploradores contemporáneos, como aquellos que por orden del mismo Gobernador se internaron en la selva de Esmeraldas para seguir averiguando el curso de ciertos ríos. Y no se dio prisa su autor por anticiparse a La Condamine. Su carta de la Provincia de Quito y de sus adyacentes se publicará después de su muerte, como obra póstuma, por el mismo La Condamine, y llamará la atención de Humboldt, y permanecerá hasta nuestros días como obra maestra.

A su labor científica sacrifica el sabio su tranquilidad y hasta la paz y encantos de la vida del hogar. Casado en primeras nupcias con doña Josefa Pérez Guerrero, aparece de tarde en tarde y de paso en su casa. Es un viajero infatigable, se pasa los días y los meses en caminos, a pie o a caballo, o llevado a espaldas por los indios, o remando en las aguas peligrosas y, mientras abre el camino de la Mar del Sur y desempeña el cargo de Gobernador de Esmeraldas, acompaña a los Académicos en sus andanzas y administra sus haciendas y obrajes; lo mismo está en Riobamba que en Quito o en Esmeraldas o en cualquiera otra provincia, con vigor indomable. Funda pueblos, organiza la administración, edifica iglesias, explora y proyecta nuevos caminos, se preocupa con las doctrinas y con la dura vida de los misioneros y la suerte miserable de los pobres indios. En 1743 se casa en segundas nupcias con doña María Ventura Martínez de Arredondo (su primera mujer había fallecido hacía tres años), pero, después de pocos meses, emprende viaje a España, a gestionar en la Corte la confirmación del Gobierno de Esmeraldas y a tratar de imprimir su Carta Geográfica y de hacer conocer a los hombres   —436→   de ciencia de Europa sus noticias y el resultado de sus investigaciones científicas de su patria.

En 1743 regresaban a Europa los Académicos, terminados sus trabajos. Maldonado decide acompañar a La Condamine, se citan los dos en Maynas, en la Laguna. Maldonado vuelve a recorrer aquellos parajes de Canelos, del Bobonaza y del Pastaza que había explorado en su juventud. Los dos sabios prosiguen por el Amazonas hasta llegar al Pará en Septiembre del mismo año. Desde allí continúa sólo el Gobernador hasta los Reinos de España, en donde hace imprimir su Relación sobre la Provincia de Esmeraldas. Maldonado estuvo en Madrid rodeado de estimación y atenciones, pues la ruda vida de las montañas no anularon en él al hombre de trato exquisito y de maneras de gran señor. La Corte apreció ampliamente sus trabajos y le confirmó en sus títulos de Gobernador, extendiéndole además, el de Teniente de Capitán General de la Provincia de Esmeraldas y haciéndole merced del título de Gentilhombre de Cámara.

En 1746 pasaba Maldonado a París con la ilusión seguramente de hacer imprimir su Mapa. La Condamine presenta a su amigo en la Academia de Ciencias de París; se le concede el nombramiento, de Miembro de tan docta corporación. Hizo luego el sabio una visita a Holanda; regresó a París para adquirir instrumentos, modelos de maquinarias, libros y catálogos; encomendó a La Condamine la impresión de la Carta Geográfica y pasó a Londres probablemente en 1748. Allí fue presentado a la Real Sociedad y en vísperas de ser aceptado como Miembro y recibir su nombramiento, falleció víctima de una violenta enfermedad el 17 de Noviembre de aquel mismo año. Sus manuscritos -apuntes, memorias, estudios- se quedaron en París y se perdieron; el camino de Esmeraldas se borró en su ausencia y no se volvió a hablar de él sino de tarde en tarde; el mismo mapa no logró verlo impreso su autor; se publicó dos años después de su   —437→   muerte. (La Carta de la Provincia de Quito de La Condamine fue grabada en 1751.) En la tarjeta de la «Carta de la Provincia de Quito y sus adyacentes, obra póstuma de Don Pedro Maldonado», aparece el Ángel de la Muerte; en la guadaña puede leerse la siguiente inscripción de Isaías: Dum adhuc ordirer succidit me. («Mi vida ha sido cortada como por tejedor, mientras la estaba aún urdiendo me cortó».) La muerte le dio el alto en la mitad de su carrera.

La figura de Maldonado fue elogiada principalmente por La Condamine, Espejo, Caldas, el Marqués de Selva Alegre y Humboldt, quien escribió este juicio: «A excepción de los mapas de Egipto y de algunas partes de las Grandes Indias, la obra más cabal que se conoce respecto de las posiciones ultramarinas de los europeos es, sin duda, el Mapa del Reino de Quito por Maldonado».

En los trazos de esta Carta vemos ahora los ecuatorianos, grabados por el mismo autor, los rasgos de su fisonomía espiritual de sabio y de patriota. En sus leyendas y demarcaciones, en la delineación de sus ríos y cordilleras, late el conocimiento vivo de cada región de la patria, el esfuerzo constante de toda su existencia. Después de andar y desandar numerosos caminos, emprendió el sabio el viaje postrero por la ruta del Amazonas, por el mar Atlántico, por tierras de Portugal, España, Francia, Bélgica, Holanda e Inglaterra y, desde allí, la última jornada por las regiones sin geografía de la muerte, donde reciben premio las almas nobles. A pesar de dos siglos de distancia nos queda en la memoria aquel hombre más bien alto que de talla mediana, de recia complexión, rostro muy blanco y radiante en los años de juventud, tostado y medio encendido en la madurez, ojos acerados y grandes, nariz alargada, frente serena y despejada, cabello casi negro, labios finos de expresión fácil, elegante y persuasiva. Y su provincia de Esmeraldas, a tono con el progreso del Ecuador, lo tiene ahora presente   —438→   en sus puertos florecientes, en su agricultura y comercio admirablemente desarrollados, en aquel paisaje soberano de llanos y montañas sembrados de pueblos y de cultivos, cruzados por carreteras y el ferrocarril a San Lorenzo, junto a las bocas del Santiago.



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Descripción de la Provincia de Esmeraldas

«Memorial impreso»


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Representación que hace a Su Majestad el Gobernador de la Provincia de Esmeraldas, don Pedro Vicente Maldonado, sobre la apertura del nuevo camino, que ha descubierto a su costa y expensas, y sin gasto alguno de la Real Hacienda; empresa no conseguida hasta ahora, aunque, con el mayor anhelo, se ha solicitado de orden de Su Majestad por espacio de más de un siglo, para facilitar por este medio las considerables utilidades y favorables efectos, que no podrán dejar de resultar con el frecuente y recíproco comercio entre la Provincia de Quito y Reino de Tierra Firme. Dase noticia de la situación, distancias, pueblos, vasallos, doctrinas, ríos, frutos, puertos y costa de la referida Provincia de Esmeraldas, y demás que ha observado este Gobernador, en el dilatado tiempo que estuvo ocupado en la apertura y descubrimiento de dicho camino; y últimamente se proponen varias providencias para el establecimiento y subsistencia, así en lo espiritual, como en lo temporal, de dicho Gobierno y Provincia de Esmeraldas.

Señor:

Don Pedro Maldonado Sotomayor, Gobernador y Teniente de Capitán General de la Provincia de las Esmeraldas, en vuestros reinos del Perú, puesto a los reales pies de Vuestra Majestad, con el más profundo respeto y veneración dice:

Que siempre se ha temido por muy útil, conveniente y aún necesario al real servicio, a la causa pública y a vuestro erario real, el establecimiento de un mutuo y recíproco comercio entre las ciudades de Quito y Panamá y que, no habiendo entre ellas otra diferencia de distancias que la de un grado de longitud y nueve de latitud   —442→   de los de a diecisiete leguas y media castellanas, con la favorable circunstancia de que la de Quito dista sólo treinta y un leguas de elevación de la Mar del Sur, en cuyas costas está la de Panamá; la única senda que, en el espacio de casi dos siglos, han tenido estas ciudades para su correspondencia, ha sido la desviada y retorcida que, por tierra y río, corre desde Quito al puerto y ciudad de Guayaquil, situada en tres grados de latitud austral, carrera que tiene en sí todos los obstáculos que dificultan un vivo, útil y frecuente comercio.

2. Lo primero, porque, desde Quito a Guayaquil, se camina casi al sur por rumbo opuesto y absolutamente contraria al del norte, en que está situado Panamá; por cuya razón se rodean como 180 leguas más que si se caminara en derechura desde Quito a Panamá, aunque por elevación sean algunas menos, como se puede ver en cualquiera mapa geográfico.

3. Lo segundo, porque, de estas 180 leguas, que se rodean desde Quito a Panamá por la vía de Guayaquil, las 90 de tierra y río, que hay hasta llegar a este puerto, son en la mayor parte de camino doblado y retorcido, con montes, quiebras ásperas y profundas, y ríos rápidos atravesados, en que por falta de puentes se han experimentado muchas desgracias, como también por tener algunas jornadas desiertas.

4. Lo tercero, porque, aun en esta única vereda para el mar, que por no haber otra es apreciable y se transita con resignación, se llega a cerrar la mitad del año, en que, durando otro tanto el invierno, crecen los ríos, se roban los caminos, y se inundan de tal suerte las llanuras de la jurisdicción de Guayaquil, que, por debajo de las casas que se habitan por verano, pasan las canoas por invierno, imposibilitando no sólo los comercios, sino aún privando a Quito y a todos los lugares de su provincia de las noticias de las embarcaciones que salen y entran a Guayaquil de los puertos de Panamá, México y el Perú.

5. Estas dificultades, que ocasionan continuas pérdidas, riesgos, gastos y detenciones a los mercaderes y comerciantes,   —443→   en perjuicio de la causa pública, son las que hasta el presente tiempo tienen a la provincia de Quito en tan débil, escasa, y costosa correspondencia con los demás reinos, que ni puede lograr cómodamente los géneros de Europa y frutas de la América, ni expender los suyos, socorriendo con ellos al Reino de Tierra Firme y provincias del Chocó y Barbacoas, que tanto los necesitan, quedando por esto la provincia de Quito, como si fuera una de las más retiradas del mar, privada del beneficio que pudiera lograr en vivos y frecuentes comercios, que en todo el mundo son los espíritus vivificantes de los reinos, y las del Chocó y Barbacoas y ciudad de Panamá, sin los socorros y auxilios que en tiempo de paz y guerra pudiera comunicarles la referida provincia de Quito.

6. En fuerza de estas consideraciones, se ha discurrido mucho sobre el descubrimiento y apertura de un nuevo camino que, cortando desde aquella ciudad la corta distancia de tierra que la separa del Mar del Sur, saliese a algún puerto de la costa, desde donde las embarcaciones pudiesen hacer en breve tiempo sus viajes de ida y vuelta al de Panamá para establecer sus comercios y socorrer, así en tiempo de paz, como de guerra, las urgencias que ocurren en el referido Reino de Tierra Firme.

7. Pero, siempre se ha tenido por muy dificultoso y casi imposible reducir a práctica lo que sobre esto se ha discurrido, por ser preciso dirigir este nuevo camino por encima de la cordillera de Pichincha y montañas de las Esmeraldas, que intermedian entre el territorio de los corregimientos de Quito, Otavalo, villa de Ibarra y la Mar del Sur, y no haber parte alguna de éstas en que dicha cordillera de Pichincha no sea eminente, doblada, tajada de peñas y cortada de precipicios, y en que sus caídas, faldas y llanuras occidentales, que bajan hasta la costa del mar, no estén cubiertas de bosques, estorbadas de colinas y cortadas de los muchos ríos que nacen de ella, y de los demás que riegan y atraviesan las jurisdicciones de los tres mencionados corregimientos, de cuyo conflujo se forman los más caudalosos de aquellas montañas, que son: el de Esmeraldas o Río Blanco, el de Santiago, y el   —444→   de Mira, que, haciéndose navegables en sus fines, vienen a descargar en la Mar del Sur.

8. Considerándose invencibles estas dificultades, quedaron reputadas aquellas montañas por intrajinables, desiertas e inhabitables; pues, aunque se tenía noticia que había en ellas unos pueblos cortos de indios que, después que se redujeron a la fe cristiana, tenían curas doctrineros, y unas ciertas veredas difíciles, embreñadas y retorcidas por donde éstos entraban y salían, en partes a pie, y en partes cargados a espaldas de los mismos indios, haciendo grande mérito en la resignación con que se exponían a graves riesgos de la vida y a continuas penalidades, y aunque del mismo modo salían por las mismas veredas una y otra vez algunos pasajeros de las embarcaciones que arribaban a las costas de Esmeraldas, que, por librarse de los riesgos del mar, elegían, afligidos y despechados, exponerse a los de tierra, aunque fuese la más áspera y embreñada; las mismas pinturas y relaciones que de aquellos países hacían los unos y los otros ratificaban en todos el concepto de que por aquellas montañas incultas y fragosas era imposible conseguir jamás un camino transitable para los comercios.

9. Pero, sin embargo de estas dificultades, ha más de un siglo que, de tiempo en tiempo, algunos animosos y celosos vasallas de Vuestra Majestad se esforzaron a romper un nuevo camino, y en efecto lo emprendieron en distintas ocasiones por los parajes que cada uno consideró menos fragosos; cuyas empresas, no sólo no tuvieron el éxito deseado, sino, que, con las pérdidas de sus caudales y aún de sus vidas, terminaron en funestas consecuencias, que dejaron para la posteridad muchos escarmientos y desengaños; hasta que el Suplicante, superando tan arduas dificultades, a costa de muchas fatigas, imponderables riesgos y muy crecidos gastos de su propio caudal, y sin alguno de la Real Hacienda, ha conseguido la apertura de dicho camino, habiéndose verificado ya por él algunos de los favorables efectos que se esperaban con su descubrimiento.

  —445→  

10. Por los utilísimos y ventajosos, que se ha considerado siempre no podrían menos de seguirse, así al público como al real erario, facilitándose un recíproco y mutuo comercio entre las ciudades de Quito y Panamá, se halla haber mandado repetidamente los gloriosos predecesores de Vuestra Majestad, en diferentes Cédulas... se solicitase por todos medios el descubrimiento de un nuevo camino, porque, de conseguirse y entablarse por él una fácil y breve correspondencia y comunicación entre la provincia de Quito y Reino de Tierra Firme, sin las muchas penalidades, que no pueden menos de experimentarse, y precisos costos, que no pueden dejar de hacerse por la carrera de Guayaquil a causa de su larga distancia, forzosamente habrían de resultar las considerables conveniencias y favorables efectos, que se expresarán inmediatamente.

11. Lo primero, porque siendo el Reino de Tierra Firme la llave y paso de los dos Mares de Norte y Sur, península tan precisa, como ha manifestado la experiencia desde el descubrimiento de las Indias, y siendo al mismo tiempo tan estéril de mantenimientos, que sólo produce maíz, plátanos y carne de vaca, abundará de todo, conduciéndose desde Quito por este nuevo camino los alimentos de que carece, y no habrá necesidad de esperarlos del Perú y de Chile, con la incomodidad e inconvenientes que se padecen por su larga distancia, lográndolos frescos y baratos, no sólo los habitadores del referido Reino de Tierra Firme, sino es también los del comercio de España, por cuyo medio se evitarán también las costosas incomodidades y pestes que se han experimentado, principalmente en tiempo de ferias, por haberlos obligado la necesidad a mantenerse con frutos corrompidos; cuya utilidad tan apreciable en tiempo de paz, por lo mucho que importa, como saben todos, la subsistencia y conservación del referido Reino de Tierra Firme, por ser el antemural y defensa de todo el del Perú, será de mucha mayor, consideración en tiempo de guerra, porque, por este nueva camino, fácilmente y con prontitud podrá ser socorrida Panamá de gente, bastimentos, municiones, pólvora y demás   —446→   auxilios en las ocasiones que fuere necesario para defender el Reino de Tierra Firme, sus plazas y castillos, que con grande dificultad y pérdida se ha conseguido hasta ahora por la vía de Guayaquil, por ser intrajinable en los seis meses de invierno el camino por tierra desde la ciudad de Quito a aquel puerto, por las inundaciones que padece en ellos aquella provincia, siendo preciso para subir desde el de Panamá al referido Guayaquil, para dar aviso de las invasiones y hostilidades que puede padecer el Reino de Tierra Firme y solicitar los socorros y auxilios necesarios, montar los peligrosos cabos y puntas de su costa, lo que, por no poderse ejecutar sin mucha dilación y trabajo en los ocho meses, desde el mayo en adelante, por los vientos contrarios, se ven obligadas las embarcaciones a arribar al puerto de Atacames, entre el cual y el de Panamá no se hallan semejantes obstáculos, pudiéndose subir desde aquel con comodidad por el río de Esmeraldas o Blanco, y salir en derechura por el nuevo camino, que ha abierto el Suplicante, a la ciudad de Quito, para dar pronta noticia de cualquiera urgencia y conducir de vuelta con brevedad y facilidad todo género de bastimentos al referido puerto de Panamá.

12. Lo segundo, porque trajinándose este nuevo camino se seguirá también beneficio a los navíos en el viaje desde Panamá al Puerto del Callao, que, por engorgonarse de ordinario al subir con las corrientes de las aguas y no poder salir de la ensenada de la Gorgona, padecen graves daños, que no experimentarán, pudiendo ser socorridos con brevedad y facilidad por el nuevo camino y río Blanco o de Esmeraldas con bastimentas y pertrechos de la referida provincia de Quito.

13. Lo tercero, porque, con la misma brevedad y facilidad se podrán conducir los pliegos, así del real servicio, como de particulares, cosa importantísima en todos tiempos y principalmente en el de guerra; por cuyo medio lograrán también más pronto y fácil viaje a sus respectivos destinos los provistos por Vuestra Majestad para obispados, canonjías y otras prebendas eclesiásticas, plazas   —447→   de Audiencias, Gobiernos y otros empleos, de cuyo beneficio participarán también los demás pasajeros que desde Panamá hubieren de hacer viaje para la provincia de Quito y otras partes del Reino del Perú.

14. Lo cuarto, porque, los mercaderes de Quito, que tienen que bajar a Cartagena a hacer empleos de ropas de Castilla, en que con muchas incomodidades gastan un año para hacer tan dilatado y penoso viaje, con mucho menos costo y en más breve tiempo podrán hacerle a Portobelo, feria más barata que la de Cartagena, de que resultará tener estos géneros los vecinos de Quito con más conveniencia y a menores precios que a los que se compran, y pueden vender los dichos mercaderes conduciéndolos desde Cartagena.

15. Lo quinto, porque, por este medio tendrá salida la provincia de Quito de los muchos frutos de que abunda lo fértil y fructífero de su terreno, por los que se conducirán a Panamá y Reino de Tierra Firme y a las provincias de Barbacoas y el Chocó, los que comprarán dando su valor en oro los mineros de ellos, cuyos frutos por no tener salida se pierden muchos años, dejando de sembrar muchos por esta causa, lo que no sucederá así, sino que antes bien se aumentarán las sementeras de dicha Provincia de Quito, teniendo países vecinos donde despacharlos y consumirlos, con lo que conseguirán, también mayor aumento los diezmos y consiguientemente los reales novenos, evitándose en gran parte al mismo tiempo la extracción de las considerables porciones de plata con que regularmente bajan los mercaderes de Quito sin llevar frutos algunos a las ferias de galeones, así porque por el nuevo camino llevarán dichos frutos a Panamá, donde los venderán, empleando su producto en ropas de Castilla, como porque los de Panamá subirán con ellas a Quito, donde podrán permutarlas con frutos de la tierra, con lo que aquella provincia quedará rica y abundante y no pobre y exhausta como ahora se halla por no tener salida de los frutos de que tanto abunda, no pudiendo conseguir este beneficio en la mayor parte del año por la vía de   —448→   Guayaquil, por la larga distancia y demás, que, como se ha expuesto antecedentemente, dificulta por ello el comercio y frecuente comunicación de dicha provincia de Quito con el expresado Reino de Tierra Firme.

16. Lo sexto y último, porque también resultará el que los vecinos y comerciantes de la Provincia de Quito no tengan que pasar siempre a Lima, como ahora lo hacen, para despachar los paños, sarguetas, bayetas, estameñas, lienzos de algodón y otras bujerías que se fabrican en la misma provincia, porque haciendo su viaje par el nuevo camino algunos mercaderes de Lima a la vuelta de las ferias de Portobelo, comprarán en Quito estos géneros a su elección y con conveniencia, o los permutarán con ropas de Castilla, para conducirlos a aquella capital y extenderlos en las provincias de arriba.

17. Para que lograse el público el beneficio de tan considerables utilidades; han sido muchos los que han intentado por espacio de más de un siglo la apertura y descubrimiento de este nuevo camino, aunque ninguno lo ha conseguido si no es el Suplicante, como deja expuesto a Vuestra Majestad antecedentemente.

[...]

57. En cuya consecuencia, con indecible desvelo, suma fatiga, imponderables riesgos, y muy crecidos gastos de su propio caudal, puso en planta el Suplicante la apertura del proyectado nuevo camino que consiguió concluir perfectamente, habiendo sacado el Título de Gobernador y Teniente de Capitán General de la Provincia de las Esmeraldas, que le despachó el Virrey del Perú con relevación del derecho de media annata, en atención a este servicio hecho a Vuestra Majestad y al público, en cuya virtud tomó posesión del Gobierno de dicha Provincia en 16 de Abril de 1738.

58. De forma que hoy se halla trajinable y corriente este nuevo camino, como justificó el Suplicante en la misma Audiencia de Quito con las declaraciones de diferentes pasajeros y comerciantes, en que expresaron constantemente   —449→   que, habiendo salido a navegar desde Panamá a Guayaquil, arribaron al puerto de Atacames; por no haber podido montar el Cabo de San Francisco ni los demás de aquella costa y que, habiendo desembarcado en dicho puerto, subieron por el río de Esmeraldas hasta el principio del nuevo camino; internándose por él en Quito con mucha comodidad, y sin algún riesgo, habiendo declarada al mismo tiempo el considerable servicio que el Suplicante ha hecho al público y a Vuestra Majestad con su apertura y descubrimiento, y el grande beneficio que de ello se seguía también a los habitantes de la costa de Atacames, Barbacoas, Chocó y Panamá.

59. Comprobándose asimismo el hecho de hallarse hoy dicho camino trajinable y corriente con el otro viaje que resulta del referido testimonio de autos, que acompaña esta representación, haber hecho por él otros comerciantes con cargas de varios géneros y efectos que se desalijaron en Atacames de la fragata nombrada Santa Rosalía; que arribó a aquel puerto sin poder continuar su viaje al de Guayaquil donde caminaba, habiendo sido preciso aligerarla para que no se fuese a pique, cuyas cargas, habiendo precedido su reconocimiento, y justificación de este suceso, de orden de la Audiencia y con su licencia se internaron también sin riesgo y con comodidad por el río de Esmeraldas y nuevo camino en la ciudad de Quito

60. Así consta haber cumplido el Suplicante sus capitulaciones, y conseguido una empresa tan ardua y dificultosa que, habiéndola solicitado tantos por espacio de más de un siglo, sólo se encuentra haberla abandonado todos como inaccesible; y siendo su consecución tan importante y de tan considerables utilidades a beneficio de la causa pública y de los comercios y, consiguientemente, del real servicio de Vuestra Majestad justamente espera ser remunerado con mayores recompensas y premios que los capituladas, de que reconoció ser acreedor la misma Audiencia de Quito en su Decreto de 17 de Noviembre de 741, declarando haber cumplido superabundantemente y probado todo lo executado por él en este asunto, con tales   —450→   expresiones que, aunque padezca la nota de molesta, no puede dejar de hacerlas presentes a Vuestra Majestad refiriéndolas a la letra, como también el reconocimiento e inspección ocular que precedió y mandó hacer la misma Audiencia del nuevo camino después de concluido y acabado perfectamente, por ser el mejor medio que ha considerado para dar a entender a Vuestra Majestad, su importancia y utilidad, lo arduo de la empresa que ha conseguido y las muchas dificultades que ha superado, en cuya vista sin duda hubiera desmayado la mayor constancia y aún el Suplicante, a no ser tan amante del real servicio y del beneficio de la causa pública.

[...]

Noticias puntuales de las posiciones y distancias de la ciudad de Quito y de la costa, ríos, pueblos y camino de la Provincia de las Esmeraldas, según las observaciones modernas

174. La costa de Esmeraldas ha estado hasta aquí tan poco conocida que de ella no hay más noticias escritas en lengua española que las que se ven en los derroteros manuscritos de los pilotos, los cuales tratan superficialmente de los cabos y ensenadas que notan desde el mar, trocando muchas veces los nombres.

175. Las únicas que se hallan impresas son las que han dado en otras lenguas los piratas y viajeros extranjeros, que han entrado al Mar del Sur y que conocen bien el puerto de Atacames y la isla de la Gorgona.

[...]

241. Dentro de los límites de la Gobernación de Esmeraldas hay veinte pueblos cortos y miserables; encargados a once doctrineros y curas, de los cuales los dos son clérigos seculares y los demás regulares, uno de la región de Santo Domingo, otro de la de San Francisco, y los otros siete de la de Nuestra Señora de las Mercedes, cuyos curatos y doctrinas son pertenecientes al Obispado de Quito.

  —451→  

242. De estos veinte pueblos, los cinco están en la costa del mar y los quince restantes en lo interior de las montañas.

243. Los que están en la costa del mar, caminando de Norte a Sur, son como se sigue:

244. El primero, el pueblo de Tumaco que, como dicho supra, número 22, se compone de 300 personas de españoles y mestizos, de todos estados, edades y condiciones, el cual, como se ha dicho, también supra número 224, es anexo al curato de Izcuandé o Santa Bárbara de Timbiquí, que está en la jurisdicción del Gobierno de Popayán, cuyo cura clérigo nombra un coadjutor, cuando le halla, para que pase a residir en dicho pueblo de Tumaco, sin más emolumento para su manutención que el pie de altar de aquella pobre feligresía, para lo cual tiene que caminar el tal coadjutor una gran distancia y atravesar un golfa de siete leguas de mar.

245. El segundo, el pueblo de la Tola, que fundó el Suplicante en una de las bocas del río de Santiago, de las 215 personas de indios, mulatos y negros que halló esparcidas y retiradas en aquellos desiertos, dividiéndolas en esta población y en la de Limones, de que se ha hecho mención supra números 180 y 211, aunque después se malogró esta última, habiendo quedado sólo la del pueblo de la Tola.

246. Este está encargado por disposición del Reverendo Obispo de Quito al referido coadjutor de Tumaco, el que sin emolumento alguno pasa cuando puede a socorrer de pasto espiritual aquella pobre gente.

247. El tercero, el pueblo de San Mateo de Esmeraldas, situado en la, boca del río de este nombre y compuesto de 50 familias de zambos, así llamados porque su sangre antigua de indios se mezcló con la de negros, el cual está a cargo de un doctrinero de la Merced.

248. El cuarto, el pueblo de Atacames, de que se ha hecho mención supra número 195, situado en el puerto de este nombre, y formado de pocos años a esta parte con   —452→   más de 40 familias de españoles, mestizos, mulatos e indios, que poco a poco se agregaron allí, venidos de distintas partes y atraídos de la noticia de ser este puerto donde arriban embarcaciones, cuyo pueblo se mantiene en lo espiritual como anexo del cura de Esmeraldas, quien pasa a administrar los Santos Sacramentos a sus habitadores.

249. El quinto y último, el pueblo de la Canoa o Cabo Pasado, de que también se ha hecho mención en el citado número 195, compuesto de 50 familias de zambos coma los de Esmeraldas, que está encargado a un Doctrinero de la Religión de la Merced.

250. Este pueblo está cerca de la referida Bahía de Caracas, a la que descargan los dos ríos llamados Tosagua y Chone, en cuyas vertientes hay dos pueblecillos cortos, de estos nombres, como se ha dicho supra número 193.

251. Los quince pueblos que están en lo interior de las montañas, caminando asimismo de Norte a Sur son los siguientes.

252. El primero, el pueblo de Lachas, situado al pie de la cordillera de Pichincha, al occidente de la villa de Ibarra, cerca del ría Lita, cuya doctrina es también de la Religión de la Merced.

253. Este pueblo sólo ha quedado con 20 ó 30 personas, por haberse consumido los indios de que se componía, por cuya razón no puede mantener a un doctrinero y el religioso que se nombra para que lo sea suele las más veces no poder entrar por los malos caminos y falta de feligreses que le conduzcan.

254. El segundo, el pueblo de Cayapas, doctrina también de la Religión de la Merced, compuesto de 60 familias de indios de este nombre, y situado en las partes altas del río de Santiago, como se ha dicho supra número 207.

255. El tercero, el pueblo de Intac, también doctrina de la Religión de la Merced, situado al pie de dicha cordillera, el que ha quedado sólo con 20 ó 30 familias de indios por haberse consumido los demás.

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256. El cuarto y quinto, los pueblos de Gualea y Nanegal, doctrinas de la misma Religión de la Merced, situados en las montañas de Yumbos, que son las que intermedian entre la cordillera de Pichincha y el río de Esmeraldas y los que entran en él por donde corre el nuevo camino.

257. El sexto y séptimo, los pueblos de Tambillo y Niguas, anexos del de Gualea.

258. El octavo, el de Cachillacta, anexo de el de Nanegal.

259. El noveno, el pueblo de Mindo, curato de clérigos, situado al pie de dicha cordillera.

260. El décimo y undécimo, los de Tambe y Cocaniguas, anexos del antecedente.

261. El duodécimo, el pueblo de Cansacoto, doctrina de la Religión de Santo Domingo, situado en las faldas occidentales de la misma cordillera, del cual sólo han quedado los vestigios con cuatro o cinco habitadores, por haberse consumido los que le componían.

262. El decimotercio y decimocuarto, los pueblos de Santo Domingo y San Miguel, anexos del referido de Cansocoto, situados entre los ríos de Toache y de Quinindé, que componen el de Esmeraldas en las llanuras, a los cuales llaman Colorados, porque los indios, sus habitadores, se tiñen las caras de este color, como también los de Yumbos con zumo de achote.

263. El referido pueblo de San Miguel está en las vertientes del río Daule, que entra en la ciudad de Guayaquil, y los indios que residen en él fabrican canoas y hacen comercio de aquellas con la jurisdicción de aquella provincia, cuya noticia adquirió el Suplicante modernamente y, habiéndola hecho explorar y hallándola cierta, comprendió que, si hubiera un camino traficable desde Quito al dicho pueblo de San Miguel, podría duplicarse la correspondencia entre aquella ciudad y Guayaquil, lo que sería muy útil cuando el camino principal que hoy existe se inhabilita por las inundaciones del invierno, porque   —454→   de Quito a San Miguel no se padecen éstas y sólo hubiera que vencer el tránsito de algunos ríos rápidos, que atraviesan el camino que hay hoy desde Quito hasta dicho pueblo, que por ser de breñas sólo se camina a pie

264. El décimoquinto y último pueblo es el de Nono, situado sobre la referida cordillera de Pichincha, cuya descripción consta en la relación del nuevo camino que hizo don Juan José de Astorga, supra número 77 y 78, el cual es anexo de la doctrina de Calacalí, perteneciente a la Religión de San Francisco.

265. La situación de todos estos pueblos no parece haberse dispuesto con premeditación, sino por un acaso que no previno caminos, comercios ni públicas utilidades, habiendo dejado sin duda los conquistadores y doctrineros a los indios en aquellas partes dislocadas donde los encontraron esparcidos en diversas parcialidades.

266. Son tan ásperos y fragosos los caminos que hay desde la provincia de Quito a estos infelices y miserables pueblos, que sólo pueden transitarse a pie con inminente riesgo, atravesando siempre la cordillera de Pichincha y las vertientes de sus ríos, de cuya calidad son también los que hay entre los mismos pueblos y sus anexos y tan dilatados y peligrosos que sus doctrineros, aún para verlos sólo una vez al año, se hallan sumamente consternados, porque necesitan en parte caminar rompiendo breñas y pisando culebras y lodazales y en partes ir cargados a espaldas de los indios, haciendo mucho mérito en estas jornadas, especialmente cuando las hacen por amor de Dios y por cumplir con la obligación de pastores y párrocos.

267. Entre algunos pueblos de éstos, aún estando por elevación inmediatos unos a otros, faltan absolutamente caminos y correspondencias, como sucede entre los de Intac, Lachas y Cayapas y, entre éstos y los referidos de las montañas de Yumbos, por haber ríos atravesados y particularmente por no haber habido quien solicite la comunicación de unos con otros.

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268. Y lo que es más digno de admiración es que se hallen situados con tal desproporción que, habiendo tres y cuatro días de camino áspero y arriesgado desde un pueblo a su anexo, esté el anexo más inmediato al pueblo de otro cura que con menos trabajo pudiera administrarle.

269. Es tanta la miseria e infelicidad de estas poblaciones que más parecen tugurios de ermitaños o cavernas de fieras que lugares habitados por racionales.

270. Todas ellas están tan metidas en los bosques que entre las mismas casas hay árboles que impiden la vista de unas a otras.

271. La pobreza de éstas y la desnudez de sus habitadores es tanta que cuesta compasión el mirarla.

272. No pueden descubrir la tierra cubierta toda de espesura y árboles, ni fabricar sus casas por carecer de hachas y machetes porque, como cuando el fierro está más barato en Quito les cuesta un hacha 48 reales en plata y un machete 30, les es muy dificultoso conseguir estos dos instrumentos tan precisos para pasar su miserable vida.

273. La mayor parte de ella la gastan fuera de sus pueblos por tener retiradas de ellos sus sementeras, ocupando la mayor parte del año en rozar y plantar la tierra, desherbarla y arrancar las malas semillas, recoger sus frutos y llevarlos a vender a Quito cargados sobre sus espaldas.

274. Todas las casas son de estantes brutos, con cañas atravesadas y cubiertas de hojas de palma, las que habitan aquellos infelices, pisando y durmiendo sobre el suelo natural del campo, no sólo húmedo, sino encharcado con el agua que continuamente vierte la misma tierra.

275. Las iglesias tienen sin diferencia la misma fábrica y las más de ellas aún mayor indecencia, porque, por no estar habitadas, las entra el agua por los techos y con el suelo húmedo se extiende una lama verde que le cubre, naciendo en él plantas que echan ramas sobre los altares.

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276. No tienen cerraduras porque, a excepción de los cálices, no; hay cosa estimable que guardar en ellas.

277. Sobre una u otra mesa de las que sirven para dichos altares se ven unas estatuas tan humedecidas, desfiguradas y denegridas, que no se sabe sino por tradición los originales que representan.

278. Los misales son tan antiguos y descuadernados en algunas de estas iglesias, que los curas no pueden decir misa si no saben de memoria las oraciones, por faltarles éstas para las más misas de todo el año.

279. En fin, es tanta la pobreza e indecencia de estas iglesias, que las más no parecen hechas para el culto divino, y siendo al mismo tiempo tan suntuosas y estando tan prolijamente adornadas las de la provincia de Quito, que se hacen distinguidas en la cristiandad toda, es muy digna de compasión la desgracia que hasta en esto han padecido aquellas pobres e infelices montañas.

280. En los referidos pueblos de Nanegal, Gualea, Mindo y Cansacoto y en todos sus anexos hay poco más de doscientos indios tributarios.

281. Estos antiguamente fueron numerosos y estuvieron encomendados a aquellos vecinos de Quito que los conquistaron y redujeron.

282. Los dueños de estas encomiendas pagaban a los curas doctrinarias el estipendio que se les asignó, sacándolo de la masa de los tributos que cobraban de los mismos indios.

283. Después que murieron los encomenderos y se agregaron sus encomiendas a la Real Hacienda, quedó al cuidado de los Oficiales Reales de las Cajas de Quito o de los Corregidores de aquella ciudad la recaudación de estos tributos y la satisfacción de estos estipendios.

284. Pero, como los indios sin encomenderos que los recogiesen se esparcieron, y después por otras causas se fueron consumiendo, no pudiendo ni los Oficiales Reales ni los Corregidores hallar cobradores que se resignaran al trabajo arriesgado y costoso de entrar en las montañas   —457→   a recaudar dichos tributos, los libran en los mismos curas, para que cada uno los cobre en lo respectivo de sus pueblos, y se pague del modo posible del estipendio que le corresponde.

285. El tributo que deben estos indios le pagan en los frutos que recogen de sus tierras y, como para reducirlos a dinero, es preciso sacarlos a donde se consuman, sucede el que los sacan y conducen a sus espaldas hasta Quito, para que allí se vendan, y aunque con este motivo algunos curas queden descubiertos en sus estipendios, no obstante no se les reintegra de otro ramo alguno de Real Hacienda.

286. A los doctrineros de Cayapas, Esmeraldas y Cabo Pasado se les pagan sus sínodos, según las asignaciones antiguas, en las Reales Cajas de Quito, porque ni los indios de Cayapas ni los zambos de Esmeraldas ni los de Cabo Pasado pagan tributo alguno por la obligación que en los primitivos tiempos de su descubrimiento se les impuso de hacer centinelas en las costas del mar, para dar aviso de los piratas que viesen en ellas.

287. En las mencionadas 20 poblaciones sólo hay pocas más de dos mil personas de las edades y condiciones que se han referido, hallándose la mayor parte del distrito del Gobierno de la Provincia de Esmeraldas (que, según las medidas que quedan expresadas; tiene 150 leguas de circunferencia) no sólo despobladas, sino también incógnitas, y lo que es más experimentando aún los mismas pueblos por sus circunstancias y calidad todas las pensiones de un verdadero y propio desierto.

288. Además de dichas poblaciones se dice que, sobre el cabo de San Francisco, dentro de las selvas, hay una nación de gentiles, de que se hizo mención supra número 197 y, en el reconocimiento del nuevo camino número 147, se hace expresión de otras que rastreó el Suplicante, había en las cabeceras del río Verde, y se dice también que entre los ríos de Santiago y Mira hay otras numerosas gentilidades, una llamada Camunbí y otra Malabas, de los cuales se hace mención en los Autos que   —458→   se levantaron y quemaron una fragua en tiempo del Gobernador Pablo Durango Delgadillo, y también dice que, entre el referido río de Mira y el de Patía, hay otras naciones llamadas Aldemes y Sindaguas de indios huídos y retirados.

Relación de los frutas que produce y de las riquezas que esconde en sus entrañas el fértil terreno de la Provincia de Esmeraldas

289. El terreno de la provincia de las Esmeraldas es el más fecundo de todos cuantos ha visto el Suplicante en lo mucho que ha andado, y produce los mismos frutos que la provincia de Guayaquil su vecina y continente, con la ventaja de ser más abundantes y mejores los de Esmeraldas en aquellas partes que no padecen inundación alguna en los seis meses de invierno (que son los más), pues se libra de este perjuicio toda la distancia que media desde el Cabo de San Francisco hasta el río de Vainillas, a diferencia de lo que sucede en Guayaquil, cuya provincia se inunda toda dichos seis meses.

290. El cacao es muy mantecoso, blanquizco y de tan superior calidad al gusto que compite con el de Caracas; y si en Esmeraldas hubiera a quienes repartir tierras y personas que las labraran, abundaría mucho este fruto, con la circunstancia de que, por haber desde allí 150 leguas menos que de Guayaquil a Panamá, se podría conducir con más facilidad y menos riesgos a España donde fuera muy celebrado, pues allá sucede que en Barbacoas, al mismo tiempo que compran una arroba del cacao de Guayaquil por 12 reales, pagan 4 pesos por una del de Esmeraldas, consistiendo la diferencia de calidades en que, como se ha dicho, la provincia de Guayaquil se inunda en invierno, de suerte que por huertas de cacao andan navegando en canoas para recoger el fruto por aquel tiempo, y en las más partes de Esmeraldas; por ser el terreno alto, jamás se ve inundación alguna.

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291. Los plátanos, fruto con que se abastecen principalmente las embarcaciones que arriban necesitadas al puerto de Atacames, sobre ser muy abundantes en Esmeraldas, uno de allí vale por tres de Guayaquil, y a voto de los que han visto toda la América son los mejores de toda ella.

292. Hay algodón otro tanto mayor que en Guayaquil; peje de mar, como el de la Punta de Santa Elena y mejor en los ríos donde no entra la marea; palmas de cocos mayores en el árbol y en el fruto, el cual es más abundante en el Cabo de San Francisco, donde hay tantos sin que nadie se sirva de ellos, que con su estopa se pueden abastecer las fábricas de Guayaquil.

293. Hay vainilla, achiote, zarzaparrilla, hierba de tinta añil y otros frutos de las selvas calientes y templadas.

294. Hay también brea, cera blanca y amarilla.

295. Hay maderas preciosas y algunas incorruptibles, las mismas que en Guayaquil, bálsamos amarillos, cedros, guayacán, guachapelí, cocobolo, roble, laurel, ébano, cascol, moral, negro, colorado, ceibo, higuerón, matapalo, mangle, espino, canelo y maría, con la ventaja de que los bosques de Guayaquil están talados y aniquilados por las fábricas continuas de cien años a esta parte, de suerte que, para arbolar una embarcación, tienen que conducir de grandes distancias y con muchos gastos los árboles mayores, tirándolos desde el monte de Misambulo con 50 y más yuntas de bueyes, y en Esmeraldas los bálsamos y amarillos están casi al borde del mar y de los ríos, y en el de Santiago abundan los árboles marías, para arboladuras, porque están vírgenes las selvas; y si las maderas preciosas y finas que hay en Esmeraldas se trabajaran en máquinas de agua o de viento, como las que hay en La Habana y en otros dominios, lograría gran comodidad la ciudad de Lima, a donde se llevan desde Chile y de la Nueva España con crecidos costos.

296. Y aunque la provincia de Guayaquil logra la ventaja de ser al presente más cómoda y amena por tener   —460→   campañas descubiertas en que se mantienen muchos ganados por el verano, si las llanuras de Esmeraldas estuvieran despojadas de los bosques que las hacen terribles y de aspecto sañudo, no es dudable serían más útiles para la labranza y más cómodas para la vida humana, por no inundarse nunca, como se inundan las de Guayaquil los seis meses de invierno, en los cuales por esta razón son inútiles e inhabitables.

297. Los preciosos frutos y riqueza que encierra la provincia de Esmeraldas, y de que carece la de Guayaquil, son oro y esmeraldas, porque, según refieren los autores de las conquistas del Perú, es constante que las primeras que se trajeron a estos reinos fueron las que hallaron en aquel, de extraordinario tamaño y fineza, sus primeros conquistadores, y que éstas fueron sacadas de las montañas de Manta, que son las mismas de la provincia de las Esmeraldas, de que tomó ésta su denominación; y habiéndose logrado este hallazgo antes de que en el Nuevo Reino de Granada se descubriesen los minerales de Muzo, de donde después se han traído, es evidente haberlas muy preciosas y singulares en dicha provincia, consistiendo sin duda el no haberse descubierto en los principios ni después los minerales de ella, en que las conquistas del Perú por aquella costa no pasaron del puerto de Manta y en haber quedado y estado hasta ahora poco conocidas y nada traficadas las siguientes montañas.

298. Los zambos de Esmeraldas no sólo no niegan que las hay en aquella provincia, sino que antes bien como cosa sabida muestran el cerro o monte donde se crían, el cual, bajando el río de Esmeraldas, está dos leguas distante de él, a la banda izquierda del Sur cuatro leguas antes del pueblo del mismo nombre.

299. Y aunque niegan el conocimiento de la boca de la mina, diciendo que sus antepasados la conocían en tiempo de su gentilidad, pero que los que hoy viven no ponen los pies en aquel monte, lo cierto es que ellos tienen horror de que se descubra, porque temen que los obliguen   —461→   al duro trabajo de sacarlas, y también lo es que los primeros doctrineros que bajaron a doctrinarlos y los primeros españoles que los acompañaron ahora cien años, hallaron que las mujeres las traían colgadas al cuello y supieron que luego que dichos zambos vieron que los blancos las estimaban, las arrojaron todas al río, y entre ellas algunas de extraordinario tamaño, y que por esto trasladaron al sitio en que hoy habitan la población en que vivían antes a vista de aquel monte, cuya situación y la del pueblo antiguo se podrá reconocer en el mapa que acompaña a esta representación.

300. En las riberas de los ríos de Santiago y de Mira y en todas las de los demás ríos pequeños que entran en aquellos, hay criaderos y veneros de oro, del que se valen algunos de sus habitadores mulatos y mestizos, que se han retirado allí de la provincia de Barbacoas, los cuales siempre que les urge alguna necesidad lavan la tierra que les parece y la que menos trabajo les cuesta, y sacan el que necesitan sin recato ni misterio alguno, porque estando lastrado de estos veneros todo el país que comprenden estos dos ríos, no es cosa capaz de ocultarse a quien quisiere servirse de ellos.

301. Las principales razones para no haberse establecido labores de minas en la referida provincia de las Esmeraldas, son las siguientes. La primera, por ser país desierto, inculto y embreñado de selvas, en que antes de trabajar en sacar oro, es menester abrir la tierra, desmontarla y sembrarla para asegurar el alimento. La segunda, por no haber caminos cómodos para la provincia de Quito, y por esta razón no poderse abastecer los mineros de lo que necesitan, y faltar en aquellos desiertos pasto espiritual para los consuelos y alivio de las almas. La tercera, porque el fierro, sin el cual no se pueden emprender semejantes labores es tan caro, que cuando menos vale en Quito 50 pesos el quintal y hay tiempos en que no se halla por 100 pesos ni por ningún dinero. La cuarta y última, la falta de negros y el excesivo precio a que los vendían los ingleses cuando tenían la factoría de Panamá.

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302. También es cierto que hay perlas muy preciosas en toda la costa desde este puerto hasta el de Manta, lo que es constante a todo el reino del Perú; pero, como hasta hoy son costas desiertas de hombres capaces de solicitarlas y de costear buzos y hacer establecimientos para conseguirlas, no se logra este beneficio.

303. Todas estas riquezas encierra el terreno fecundo de Esmeraldas y, para que no parezca extraño no haya traído oro, perlas ni esmeraldas el Suplicante, debe hacer presente a Vuestra Majestad que ni pudo adquirirlas, ni sus deseos tuvieron por término solicitar para sí estas riquezas, porque ni era dueño del tiempo, ni de los hombres, ni de un caudal distinto, que era necesario para las intendencias de minas y de pesquerías, ni era razón exponer la gloria a que anhelaba con la apertura del nuevo camino a que se confundiese y aún malograse con un objeto que, siendo prueba de la codicia, le hubiera malquistado con los indios y zambos del país, a quienes necesitaba para prefeccionar su proyecto.