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Ramón Sijé (semblanza)

Julio Calvet Botella






«En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería».



Desde siempre me ha subyugado la persona de Ramón Sijé. O mejor de José Marín Gutiérrez, o Pepito Marín como le conocían sus amigos. Bien sea porque como él, nací en Orihuela y en la calle Mayor o de Ramón y Cajal, no muy lejos de la casa en que nació, vivió y murió; bien sea porque me consta que fue un gran amigo de mi tío carnal, José Calvet López, único hermano de mi padre, o bien sea por ser quien les habla, un constante buscador de conocimientos del pasado de «su pueblo y el mío», me he sentido muy cercano a Ramón Sijé y muy interesado por su corta pero enorme vivencia personal e intelectual, tan pronto frustrada. Alguien ha dicho que Pepito Marín, fue y no fue.

Por otro lado, sentía como una personal frustración, que su nombre, conocido y sabido sin duda en el mundo de la literatura y hasta en el del arte declamatorio y musical, como el destinatario de la gran Elegía que Miguel Hernández le dedicara en su muerte, fuera en realidad un gran desconocido, más allá de los aires fronterizos de Orihuela, y aún, en parte dentro de éstos.

Por eso, ya hace años, y como un algo que necesitaba que se hiciera, promoví el que en Alicante, se diera una conferencia sobre Sijé y su obra, y que pensé fuera algo mas que eso, y que apareciera como un acto a modo de presentación y quizás de homenaje, y en la capital, para poder conocer mejor a Ramón Sijé.

Para ello, conté con la incondicional e inestimable ayuda de Pedro Reig Mazón, procurador de los Tribunales de Alicante, y de mi amigo, el escritor, y hoy doctor en Historia, Ingeniero Técnico Industrial y cronista oficial de la ciudad de Orihuela, Antonio Luis Galiano Pérez, para la efectividad y promoción de dicho acto. Gracias a los buenos oficios de Pedro Reig Mazón, logramos el apoyo de la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, quien nos brindó su colaboración.

Y para que todo aquello no pasara de ser un acto más, había que hacer una publicación que dejara constancia del mismo, pues como he dicho, yo no quería que fuera tan sólo una conferencia, sino que pretendía que también dejara su rastro. O mejor su recuerdo, pues no me constaba que se hubiera realizado acto alguno en homenaje de Sijé, en la capital de su provincia, en Alicante. Y para ello, Antonio Luis Galiano, confeccionó y la entidad patrocinadora publicó, un libro a modo de programa, o un programa a modo de libro, que tituló Ramón Sijé. Luces y sombras. Es un libro-folleto magnífico. Impreso en couché, con un buen numero de fotografías, no solo de Sijé sino de Miguel Hernández, y para el que se pudo contar con textos inéditos, y escritos para la ocasión a petición personal del Sr. Galiano, de los amigos de Sijé, todavía entre nosotros en aquel entonces: los abogados Tomás López Galindo y Juan Bellod Salmerón, y el catedrático Jesús Alda Tesán, que con Ramón Sijé, y otros más, fueron miembros del consejo de redacción de la revista El Gallo Crisis, surgida del genio de Pepito Marín, y de Francisco de Díe, quien dibujara el famoso Gallo de la portada de la publicación. No sé cuantos ejemplares se editaron, ni cómo fue su distribución. Yo sólo poseo un ejemplar, y pienso que quien tenga la suerte de tener en su poder alguno de ellos, tiene en sus manos quizás la publicación sobre Sijé más directa, y personal, y desde luego última posible con la participación expresa de sus amigos; y en la que además y por su contenido, sin decirlo, pero diciéndolo, se explicaba la razón y el sentido de la gran Elegía hernandiana a su amigo tan prematuramente muerto, «como del rayo».

Para dicho acto se contó con José Muñoz Garrigós, catedrático de Gramática Histórica de la Universidad de Murcia, gran estudioso de Sijé, que al poco, publicó, un importante libro biográfico, titulado Vida y obra de Ramón Sijé, editado por el Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Murcia y la Caja Rural Central de Orihuela, impreso en Gráficas Zerón, de Orihuela, con Prólogo de Jesús Alda Tesán. Preside la portada del libro un dibujo del gallo hecho para la ocasión por el propio Francisco de Díe, quien lo dibujó, tras preguntársele cómo lo pintaría hoy, 57 años después, y donde se aprecian diferencias entre ambos gallos; diferencias, cuya explicación dejo a la fantasía o al mejor parecer de expertos para ello. Yo poseo un ejemplar del libro Vida y obra de Ramón Sijé, dedicado por su autor, quien fuera mi amigo y también tempranamente desaparecido, Pepe Muñoz Garrigós, con esta cariñosa dedicatoria: «A Julito Calvet, con el abrazo cordial de Pepe».

Y por fin tuvo lugar la conferencia el día 2 de diciembre de 1987, pues aunque estaba prevista para el día 6 de noviembre, hubo de suspenderse a causa de una riada que impidió el desplazamiento del conferenciante desde Murcia, y cuya conferencia se llevó a cabo en el auditórium de la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia.

El acto estuvo cuajado de la intelectualidad alicantina. Allí estuvieron Vicente Ramos, y el último superviviente de la tertulia de la tahona de Carlos Fenoll, el poeta oriolano Manuel Molina. La conferencia de buena factura, acabo en el coloquio, hablándose mas de Miguel Hernández, y de su esposa, Josefina Manresa, quien fuera, sin duda, el gran amor de Miguel, y hasta el más allá, como dijo en su poema «A mi gran adorada Josefina»:


«Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme, paloma,
que yo te escribiré».



Pero, con todo y para mí, el proyecto quedó realizado. Y ahí queda como constancia para siempre -el libro siempre quedará-, el programa-libro Ramón Sijé. Luces y sombras.

Y luces y sombras fue la vida, la escasa y tal vez precaria vida, de José Marín Gutiérrez. Como ha dicho Antonio Luis Galiano Pérez, «su vida fue fulgurante y efímera, tan rápida como el brillo de la luz de un relámpago. Fue, por el contrario tan brillante que su sabiduría y conocimiento llegó a oscurecer entre sombras, a segar como un suspiro su existencia de pocos años».

No es mi intención realizar aquí una biografía de Pepito Marín. Entre otras cosas porque ya se ha hecho, y porque ya se ha escrito sobre él, aunque para mí, y de su obra, nunca de forma suficiente, por eso voy a dedicar estas palabras escritas a esbozar una semblanza del gran pensador y escritor oriolano.

En una comida en la que tuve el honor de compartir en febrero del año 2003 en Alicante, con Vicente Ramos, quien tuvo la atención de acompañarnos como invitado del grupo «Derecho y Sociedad», llegó a confesarme, que para él Pepito Marín -así lo nombró- fue el «muchacho» de más altura intelectual de su generación y que de haber vivido hubiera alcanzado un importante lugar en las letras y el pensamiento español. Y yo creo que esto es así, y por eso lo suscribo, desde mi afecto a un tiempo y a unas gentes, que intento imaginar y conocer.

Y nació José Marín Gutiérrez en Orihuela, el día 16 de noviembre de 1913, a las seis de la tarde, hijo primogénito del matrimonio compuesto por José Marín Garrigós, y María Presentación Gutiérrez Fenoll, quienes poseían un negocio de tejidos en los bajos de su vivienda sita en la calle Mayor de Ramón y Cajal, número 27 de Orihuela; y cuya familia, luego, se fue incrementando con dos nuevos hijos, Justino, y María Dolores Marín Gutiérrez. Justino Marín, también fue un gran escritor, que dio en llamarse Gabriel Sijé, a quien el pintor Eduardo Vicente supo espléndidamente captar en un óleo hecho en 1942, como «el último romántico», en el decir de Antonio García-Molina.

Pero si no hay paisaje sin figuras, y si como dice Pedro Laín Entralgo, lo que un pueblo típicamente es, su peculiar modo de ser y de vivir, se halla determinado entre otros por el medio geográfico en que ese pueblo tiene que hacer su vida; y, si en suma, como yo pienso, todos somos hijos de un lugar y de un tiempo, conviene que detengamos nuestra mirada un momento en la Orihuela de la primera mitad del siglo XX. La Orihuela que vio nacer, vivir y morir a Ramón Sijé, la que sin duda determinó su personalidad, su sentimiento, y su íntima vocación.

Orihuela es una tierra cargada de historia, pero yo creo que Orihuela no accede al tiempo contemporáneo, y no nace en definitiva, hasta que se convirtió en Oleza.

Orbajosa de Galdós, Vetusta de Clarín, Beaumont de Zola. La Oleza de Gabriel Miró; para mí el mejor escritor que ha dado el alma de esta tierra de Levante, y uno de los mejores que ha dado España. La Oleza de Nuestro Padre San Daniel y de El obispo leproso.

Oleza: «... y otra vez el río, y en el fondo sobre el lomo de un monte, el Seminario largo, tendido, blanco, coronado de espadañas; y abajo en la ladera comienza la ciudad, de la que suben torres y cúpulas rojas, claras, azules, morenas...».

O como la viera Don Magín, amigo de las flores y del buen yantar, irónico y de comprensión generosa para los atribulados, cuando «descansó en la sombra de los últimos tapiales para mirar el hondo...».

«La ciudad se volcaba rota, parda, blanca. Porches morenos, azoteas de sol, las enormes tortugas de los tejados, paredones rojizos, rasgaduras de atrios, y plazuelas, jardines señoriales y monásticos. Un ciprés, una magnolia, una palmera, dos araucarias mellizas. Muros de hiedras, de mirtos; huertos anchos, calientes; frescor jugoso de limoneros, de parras, de higueras. Eucaliptos estilizados sobre piedras doradas y de apariciones de cielo de un azul inmediato. Un volar delirante de golondrinas y palomos. La torre descabezada de la Catedral, la flecha del Palacio entre coronas de vencejos, la cúpula de aristas cerámicas del Seminario, el piñón nítido de las tres espadañas de Santa Lucía. Más lejos, la torrecilla remendada de las Clarisas. A la derecha, un pedazo de la loriga azul del cimborrio de Nuestro Padre y la antorcha del campanario que brotaba de un hervor del río».



El río Segral de Oleza.

Dice José Martínez-Arenas, tío abuelo mío, abogado, político y escritor, en su obra De mi vida: Hombres y libros:

«Orihuela es una ciudad del Sureste español. De Poniente a Levante, la cruza el río Segura, fecundando con sus aguas la ubérrima huerta que la circunda en arco, con la cuerda de la sierra a su Norte. Orihuela que es una ciudad prócer, es también una colmena espiritual. En una punta de la sierra de la Muela, cuya falda acaricia el río, y defendiéndose de las airadas turbulencias de éste, se asentó la ciudad. Se cimienta espiritualmente sobre un collar de torres que desde Santo Domingo hasta San Francisco adorna el busto de esta sierra en cuyos hombros está el Seminario y sobre cuya frente se yergue la cruz. Toda la ciudad está recogida en su regazo, y en cada uno de sus monumentales edificios hay un semillero espiritual».



Si nos acercamos un poco más, nos encontraremos con que el núcleo central de Orihuela, partida en dos por el río Segura se enmarca por un lado en la calle Mayor y sus calles aledañas, acostadas en la ladera del monte que lleva a lo alto al Seminario; y al otro lado del río la calle de San Pascual y la Plaza Nueva, entre otras, a cuyo fondo se reanuda la fértil vega del Bajo Segura. Y se unen un tramo y el otro, merced a dos puentes: el puente de Levante, y el puente de Poniente, que vienen a unirlas y a formar con ellas como un circulo, o mejor una vuelta cerrada: la que siempre hemos llamado «la vuelta a los puentes».

Y la vuelta a los puentes no sólo es el conjunto de edificios, comercios, y vitalidad urbana de Orihuela. La vuelta a los puentes, es un lugar de eterno encuentro y recorrido.

Yo me acuerdo cómo, de niño, acostado en mi cama de la casa de mi abuela, en la calle Mayor, si me desvelaba, el escuchar, y ya en los aledaños de la madrugada, como oía el aparecer de grupos de voces, que de cuando en cuando, y de tres o cuatro personas, y mediante un andar con continuos parones, paseaban dando la vuelta a los puentes, hablando en la noche y con diversos tonos de voz, sobre los sucesos del presente, del pasado, o del futuro de Orihuela. Vamos, de lo que se decía, hablar «de lo divino y de lo humano». Y una vuelta, y otra vuelta, y otra vuelta más, hasta bien tarde. Y no quedaba ya nada por decir ni de contar. Parece que estas vueltas comenzaban para los señoritos del casino cuando este, bien tarde cerraba sus grandes puertas, y para los señoritos no del casino: del Zara o del Palas, o de otros lugares, tras tomarse el café, y acaso la copa de licor. Pero también practicaban este rito, gente más joven. Y claro, cuando se cruzaban estos grupos en su paseo, venían los saludos y los parones, pues al cabo, todos se conocían.

Y debo confesar yo aquí, que también he sido noctívago, y andador de la vuelta a los puentes, luego ya de mayor, y durante mis cortas estancias en éste mi pueblo, y que no sin rubor debo decir, que aquella experiencia forma parte de mi añoranza.

Y Orihuela era en la noche, un rumor de río y un rumor de voces.

Y en esta vuelta a los puentes, en la que se hallaban, como no la Catedral, el Palacio del Obispo, el Casino y el Ayuntamiento, y allí en la calle Mayor, cuajada de tiendas de tejidos, de zapaterías, de platerías, de papelerías, de sombrererías y hasta de comestibles, y muy cerca de la Catedral, y casi enfrente del Palacio del Obispo, nació José Marín Gutiérrez, en medio del murmullo ciudadano, y entre el «olor vegetal, arcaico y litúrgico» que dijera Gabriel Miró, su gran referencia.

Poco antes de cumplir los diez años, octubre de 1923, José Marín ingresa en el colegio de Santo Domingo para hacer el preparatorio inferior. En el curso 1924-25 prepara el ingreso en el Bachillerato, cuyos ejercicios aprueba en el Instituto Alfonso X el Sabio de Murcia, centro en el que los Padres Jesuitas presentaban a sus alumnos. En 1926 con solo 12 años de edad, publica el 8 de Marzo, su primer artículo en el concurso convocado por la revista Héroes, para niños menores de 17 años con motivo de la gesta del «Plus Ultra», y que titula «España la de las gestas heroicas». El día 22 de marzo de 1930, obtuvo, con calificación de sobresaliente y premio extraordinario el título de Bachiller Universitario en Letras. 1931 es el año real del inicio de los estudios de Leyes, cursando los mismo como alumno libre, y que realiza bajo la dirección de su tío Francisco Muñoz Garrigós, estudios que termina a finales de 1933.

Pero ya desde 1928 su colaboración literaria había sido frecuente en distintas publicaciones, como Actualidad, Voluntad, El Pueblo de Orihuela y Destellos, que entre otras acogieron los trabajos de Sijé.

Y Ramón Sijé acudía a la tertulia de la tahona de la calle Arriba, la tahona de la familia Fenoll.

Como escribe Carlos Fenoll, en «Estampa de Orihuela»:

«¡Calle de Arriba! Tan densa de humanidad durante el reinado del día, tan alta de espiritualidad -que una cristalina campanita de Santo Domingo rubrica al amanecer- cuando los astros te coronan».



Y Ramón Sijé conoció más y mejor a Miguel Hernández, y a otros contertulios. Hay quien dice que su asistencia no era muy participativa, y que en realidad lo hacía para ver y estar con su novia:


«Panadera de espigas y de flores.
Panadera lilial de piel de era,
Panadera de panes y de amores».



En los versos que le dedicó Miguel Hernández, en una hermosa elegía, en el decir que,

«En Orihuela, su pueblo y el mío, se ha quedado novia por casar la panadera de pan más trabajado y fino, que le han muerto la pareja del ya imposible esposo».



Y aquella panadera fue Josefina Fenoll Felices, hermana menor de su amigo Carlos Fenoll, quien en 1947 evocó aquellos amores de su hermana con Ramón Sijé, y nos dice, tras hacer memoria de aquella calle y de su tahona:

«Vino a ella Ramón Sijé, recién nacido al amor, tras su estrella amorosa, Josefina. Sijé se enamoró profundamente, libre de preocupaciones sobre el porvenir económico, respondiendo solamente al fuerte impulso de su corazón y a la confianza en sí mismo respecto de la lucha por la vida, y Josefina fue, casi sin darse cuenta, despojándose de niñerías y hasta quizá de algunas alegrías extemporáneas bajo la gran influencia espiritual de su novio. Así que se amaron muy armoniosamente cuando fueron, en el alma, iguales».



Por eso pienso que Ramón Sijé, tan pronto inmerso en el mundo de la creación y del sentimiento, no debió ser muy entusiasta de las Leyes, y ello a pesar de las extraordinarias notas que fue sacando en las asignaturas de la carrera de Derecho, y si no, oigamos a su amigo José María Pina Brotóns, que escribió bajo el seudónimo de «Eugenio de Pinumbrio», también Licenciado en Leyes, lo que nos dejó escrito en la revista Destellos, el 15 de marzo de 1931, bajo el título de «Estampas de Orihuela-Ramón Sijé»:

«Este Ramón Sijé. Este Ramón Sijé, menudo y vivaz, de tez árabe, y de ojos de árabe, y de imaginación de árabe. Este Ramón Sijé menudo y nervioso como un egeo.

Habla de prisa y a veces despacio Ramón Sijé. Ramón Sijé es intelectual y estilista como su maestro José María Ballesteros. Y Ramón Sijé tiene diecisiete años. Y, sin embargo, no es un niño prodigio. Muy al contrario, es un hombrecito comprensivo y de una gran naturalidad. Por eso me gusta hablar con Ramón Sijé. ¡Oh, si toda nuestra juventud fuese como Ramón Sijé! Ramón Sijé es romántico. Y poeta. Debe tener amores platónicos con alguna jovencita rubia y pálida...

Es simpático este Ramón Sijé. Con su vocecilla atiplada y su aire de joven musulmán y su andar de gnomo.

... He tenido un honor, un alto honor, de dar un paseo por la vía férrea con Ramón Sijé. ¡Esa vía férrea de Orihuela que tantos recuerdos tiene para mí!...

Húmedo verdor de bancales a los lados. Un horizonte de un oro en ascuas, donde se recortan gráciles palmeras, muchas palmeras... Cielo alto. Y la arena y los guijarros crujen bajo nuestros zapatos. Y hablamos mucho. A borbotones. Tenemos avaricia por cambiar impresiones. Pero... yo soy Abogado y Ramón Sijé estudiante de Derecho, y, sin embargo, ni una palabra de leyes... En cambio, cuando tropiezo a Paco Garrigós o Julio Calvet... ¡Pobre Justiniano! ¡Pobre Justiniano! Y habla bien Ramón Sijé. Agudamente, intelectualmente. ¡Señor, con diecisiete años! Y habla más, y más, y más... Una vaharada de azahar. Canta el Segura entre los cañaverales. Se hace muy gris la luz de la tarde...

Parpadea una estrella de oro...

Y otra...

Y otra...

Mi diestra enguantada en gamuza gris tira fuertemente de un junco, como en mi infancia.

Y en la calma de la tarde sigue sonando con una algarabía de campanilla la vocecita atiplada de Ramón Sijé...

¡Señor, con diecisiete años!...».



Ni que decir tiene que el Julio Calvet que aparece en esta sentida remembranza, no es quien les habla, sino mi querido padre, que con su mejor amigo Paco Garrigós, ambos licenciados en Derecho, opositaban a sus carreras judiciales, y que solían andar por aquellos lugares recitándose los temas de sus oposiciones, que luego, brillantemente sacaron.

José María Ballesteros Meseguer, a quien también se refiere José María Pina Brotóns, fue hijo de quien fuera un destacado político de su tiempo Francisco Ballesteros Villanueva, y fue médico titular de Orihuela, a la que amó profundamente, siendo un notable escritor, de quien se ha dicho que en su obra confluyen la influencia del medio geográfico, el costumbrismo, y la sombra de Gabriel Miró a quien tanto admiraba. En la memoria de todos está su célebre novela Oriolanas, subtitulada «Cuadros y costumbres de mi tierra».

Y José María Ballesteros escribió en el Diario de Alicante de 14 de junio de 1932, bajo el título de «Escritores Levantinos. Ramón Sijé»:

«Corto de talla, delgado de cuerpo, su cara casi un carbón. Ojos grandes, brillantes y negros, manifiestan los destellos de una inteligencia clara y sumamente viva. Bengala le llaman; pero no por ser su luz ligera y momentánea, sino por el brillo y resplandor de la luz de su intelecto».



En el verano de 1932 tiene lugar la primera salida de Ramón Sijé de Orihuela, y lo fue al campamento universitario que en agosto de dicho año tuvo lugar en Sierra Espuña (Murcia), donde tomó contacto con Antonio Oliver, Carmen Conde, Félix Ros, y Carlos Martínez-Barbeito, entre otros.

Con fecha 30 de septiembre de 1932 e invitado por la Universidad Popular de Cartagena, pronuncia una conferencia titulada «Oleza, pasional natividad estética de Gabriel Miró».

Años después y con ocasión de una petición que le hizo Manuel Molina, en unas notas luego publicadas en homenaje a Gabriel Sijé, el hermano de Ramón, en 1946, escribió Carmen Conde en evocación de aquel encuentro:

«Hace demasiado tiempo, pero ha sido ayer o poco más... Yo no sé cómo es que se alejan los años, y vienen, según está nuestro corazón cada día.

Cuando conocí a Ramón Sijé y a Miguel Hernández, en Orihuela, en Sierra Espuña, en Cartagena, Gabriel Sijé no era aún este muchacho cuyo recuerdo vamos a levantar como un ramo.

Tengo fotografías de los dos primeros, adolescentes, y como fondo -en la memoria- va el río turbio de Orihuela. Luego los pinares de Espuña, y el llano campo cartagenero...

¡Qué voz la de Ramón Sijé, que ojos ardientes de inteligencia!

¡Qué risa la de Miguel, que olor de tierra mojada en sus ojos azules!

Gabriel era ellos, esos dos que admiré y quise para eterno.

A Gabriel Sijé yo le quise y leí, y di mi ternura de hermana mayor, porque él seguía la estirpe noble del pueblo de Orihuela.

Ya no esta ninguno. Y hay que hablar de este, de aquellos para que los nombres floten sobre las aguas sucias del mal tiempo que se los llevó...

Vosotros los que sabíais del dolorido chiquillo último, contad lo que supisteis. Para mí, los tres eran uno: el Arcángel de la poesía mediterránea, levemente, transitoriamente de paso por el mundo.

Y que no los olvidaré. Que Ramón, Miguel, Gabriel, tienen siempre el corazón mío”.



Orihuela tiene una preciosa glorieta. Sin duda tuvo un tiempo menos lujoso, pero también más vegetal, más terruñero, cuando apenas se podía andar entre los árboles que la poblaban, y siempre sobre la tierra suelta, que en las tardes se regaba. A mí, me parecía mucho más grande, o por lo menos mi vista se tropezaba con el verde, y no se resbalaba por las brillantes losas que hoy la cubren. Allí se podía jugar al escondite, como también a las bolas, para lo que hacíamos en la tierra, pequeños hoyos con las manos, a los que hacerlas llegar, y así ganar la partida. Y olía a magnolio, a jazmín, y a azahar en las noches de verano; y a tierra mojada en las noches de invierno. Desde siempre comprobé que además era presidida en su fondo por un busto, con una figura: la de Gabriel Miró, pero de la que en mis juegos y carreras, apenas hacía caso. Pero ella tiene su historia unida también a Ramón Sijé, y los chicos de su tiempo, que no eran los míos.

Con ocasión del segundo aniversario de la muerte de Gabriel Miró, se promovió en Orihuela un homenaje al mismo, que debió surgir de un clamoroso deseo de la juventud intelectual de aquel momento. Como escribió José María Ballesteros en 1932: «Orihuela y Miró son dos palabras que no se pueden separar; Orihuela y Miró están tan íntimamente unidas por lazos de origen, sentimentalismo y formación educativa, que Orihuela y Miró son una misma cosa».

José Muñoz Garrigós, en su biografía sijeniana, nos dice que entre los documentos del archivo José Torres López, quien fuera esposo de la hermana de Pepito Marín, María Dolores, aparece el siguiente texto manuscrito a lápiz en papel del Palace Hotel, que atribuye a Ramón Sijé, y que dice así:

«Gabriel Miró que, en sus obras gloriosas, tan bien supo retratar a Orihuela, va a tener pronto en los jardines de nuestra Glorieta, un busto, que será al decir de un periódico madrileño que recoge y glosa la idea bella que proponemos, un símbolo entre flores.

El comité ejecutivo pro-homenaje Gabriel Miró, que cuenta con adhesiones y cantidades de numerosas entidades y personalidades, se dirige a la popular sociedad que Vd. preside para solicitarle un donativo que haga posible la realización de nuestro proyecto.

Lo esperamos, desde luego, porque al elevar un monumento a Gabriel Miró, se honra Orihuela, la simpática Oleza que palpita en las páginas de Nuestro Padre San Daniel, y El obispo leproso.

José María Olmedo, José María Pina Brotóns. José María Ballesteros, Ramón Sijé. Diríjase a Mayor 27».



En 1931 se inician las tareas por el comité ejecutivo del homenaje a Gabriel Miró, integrado por los antes citados y por Augusto Pescador, y Miguel Hernández, y al efecto, convocan un concurso público entre escultores levantinos para realizar la escultura de Gabriel Miró.

Y el premio o elección recayó en 1932 en el escultor José Seiquer Zanón.

Y permítasenos, haciendo un breve paréntesis, detenernos un instante para referirnos también sucintamente, a la vida y obra del escultor que resultó premiado. José Seiquer Zanón, nació el día 8 de septiembre de 1902, en la murciana localidad de Librilla, antiguo señorío de Fajardo, si bien a la edad de los dos años se traslada con su familia a Murcia. Guiado por los consejos de su padre, que además de médico, era un pintor entusiasta y muy amante de las Bellas Artes, decidió dedicarse al estudio de la Escultura, para lo que marcha a Valencia, ingresando en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos, cursando los estudios de su especialidad y obteniendo además el título de profesor de dibujo. Fueron sus maestros entre otros el escultor valenciano Mariano Benlliure. En 1930, marchó pensionado por la Diputación Provincial de Murcia, a París. A su regreso fija su residencia en Madrid, aunque más tarde volvió a Murcia. Tras la Guerra Civil, fue designado director de la Escuela de Artes y Oficios de Murcia, obteniendo por oposición la cátedra de Composición decorativa (escultura), en 1946, desempeñando dicha dirección hasta 1970. Su vinculación con Orihuela, es consecuencia de su matrimonio con María Lucas Parra, de conocida familia oriolana, y además por la bellísima imagen que esculpió del Cristo yacente realizada en madera policromada para la procesión que hoy se hace el Sábado Santo, y cuya escultura, que terminó a comienzos del mes de Abril de 1942, recibió el premio Salzillo en enero del año siguiente, concedido por la Diputación Provincial de Murcia, y la que mereció al llegar a Orihuela, el precioso poema publicado en la revista Momento de la Semana Santa, de Carlos Fenoll, dedicado «A Juan Bellod, que sabe ver», y conocida por todos.

Pero a lo que aquí se nos refiere, José Seiquer, fue el autor del busto de Gabriel Miró que hoy preside nuestra Glorieta del mismo nombre, escultor del que se ha alabado su enorme mérito como retratista, lo cual es cierto, como lo demuestra el magnífico y sobrio retrato de Gabriel Miró.

Y escribe Francisco Pina en la revista gráfica, Estampa, de Madrid, correspondiente al día 28 de mayo de 1932:

«Orihuela tenía contraída con Gabriel Miró una deuda de gratitud; acaba de pagarla, rindiendo al gran escritor el homenaje de su admiración y su simpatía. El pasado día 27, segundo aniversario de su muerte, se elevó, en un lugar publico, un sencillo monumento a su memoria. Sencillo, pero fervoroso y estremecido. La magnífica cabeza de Miró, modelada con acierto rotundo por el notable escultor José Seiquer, contemplará en lo sucesivo, con su dulce mirada, uno de los más bellos rincones de Oleza. En el jardín que lleva su nombre, bañado de una luz maravillosa, recibirá el mudo homenaje de los espíritus oriolanos».



Y El clamor de la Verdad, Cuaderno de Oleza consagrado al poeta Gabriel Miró, del día 2 de octubre de 1932, publicaba la fotografía de la escultura de Gabriel Miró, diciendo al pie de la misma: «Obra magnífica del escultor murciano Seiquer Zanón, premiada en el concurso celebrado por la Comisión encargada del homenaje a Miró. Seiquer Zanón, muchacho inteligentísimo, ha hallado con singular acierto, la señorial expresión del poeta alicantino. El pedestal ha sido hecho por el artista local señor León».

Y por fin tuvo lugar el homenaje a Gabriel Miró, con la inauguración en la Glorieta, de la escultura realizada por José Seiquer. El acto no estuvo exento de complicaciones. Desde las ausencias de los oradores inicialmente previstos para pronunciar el discurso de inauguración, lo que desemboco en que quien lo hiciera fuera Ernesto Giménez Caballero, ya por entonces promotor del fascismo español, con un discurso, que como dice Muñoz Garrigós, fue una deliberada y constante provocación, hasta el anecdotario de lo allí ocurrido, que algunos de los que han escrito sobre ello refieren. Y allí quedó, y allí está, el magnífico busto de Gabriel Miró en la glorieta de su nombre, a cuyo pie figura la expresión: «Oleza, a Gabriel Miró», que como emotiva e ilusionada promoción, propiciaron Ramón Sijé y sus amigos en prueba de su devoción por el gran escritor.

«Y el amigo, aspirando el aromoso aire, gritó:

-¡Sigüenza, qué olor a Corpus!

El Corpus de Cataluña huele a retama; el Corpus alicantino huele a rosas y romero, pero a rosas encarnadas, calientes; Sigüenza recogió la íntima emoción del suyo, porque diciendo Corpus se huele a campo que entra en la ciudad, campo interpretado, y porque Corpus es una palabra que tiene todos los aromas fundidos en una misma fragancia para todos los corazones, fragancia de la tristeza de las alegrías».



Con este preámbulo, del Libro de Sigüenza, de Gabriel Miró, quizás como reconocimiento oficial del mismo como guía del grupo, en tanto en cuanto es quien hace el descubrimiento de Orihuela, y que sirve como punto de partida a la llamada generación de 1930 y a la propia revista, se iniciaba el número 1, Corpus de 1934, Orihuela, El Gallo Crisis. Libertad y Tiranía, la revista gran proyecto y realidad de Ramón Sijé.

«Se dijo: Y el aire y la roca mantuvieron su voz».



Se fundó El Gallo Crisis por Jesús Alda Tesán, Juan Bellod Salmerón, Juan Colom, Tomás López Galindo, José María Quílez y Sanz, Buenaventura de Puzol, y Ramón Sijé.

Su director fue Ramón Sijé; y su secretario Juan Bellod Salmerón, y formaron su consejo de redacción, todos los indicados.

Se imprimió en los talleres del diario La Verdad de Murcia, e ilustró sus números Francisco de Díe, autor del famoso Gallo que preside su portada.

«Se editó bajo la advocación del tiempo y de la festividad».



Se publicaron cuatro entregas: la primera -número 1-, en el Corpus de 1934; la segunda -número 2-, en la festividad de la Virgen de Agosto; la tercera -números 3 y 4-, en San Juan de Otoño del mismo año; y, la cuarta -números 5 y 6- en Santo Tomás de la Primavera, Pascua de Pentecostés del año siguiente.

En la Suma Amarilla, se hizo constar el índice de materias y autores de los seis números publicados de El Gallo Crisis: Antologías, Archivo, Ensayos, Indagaciones, Las verdades como puños, Notas (antojos del gallo), Picotazos, Poesía, Posiciones, Teatro poético, y Viñetas.

Y finaliza la Suma Amarilla diciendo: «Aquí termina para gloria de Dios esta empresa».

Curiosamente, y como un grito de angustia, su primer número, Corpus de 1934, se cerraba con la frase:

«El Gallo Crisis nada tiene, sino fe».



El Gallo Crisis es la gran obra de Ramón Sijé. Su alta ilusión. Mucho se ha escrito sobre la publicación, y se ha discutido sobre su verdadera tendencia, ideológica y filosófica. Yo no voy a entrar aquí en este tema, pues no es objeto de estas palabras que sólo pretenden evocar la figura de Ramón Sijé. En todo caso, pienso que el juicio de las obras de los hombres, debe hacerse desde la perspectiva de su tiempo, y no con nuestras referencias actuales. Si así fuera, todo nos parecería fuera de contexto. Pero claro, del nuestro, en nuestro actual ser y estar. Y dejo para otros el análisis de la publicación El Gallo Crisis. Sólo diré que Libertad y Tiranía, queda espléndidamente reflejados en el dibujo de Francisco de Díe que preside su portada; como escribiera Muñoz Garrigós: «un gallo en actitud desafiante y gallarda, avanzando, proclamando a pico abierto su libertad, con su plumaje ensangrentado del dolor y el sufrimiento de la tiranía».

En todo caso, me hago eco de lo que escribe Vicente Ramos, al referirse a El Gallo Crisis, en su biografía de Miguel Hernández: «Aquí, justo y necesario es consignar que la obra de Ramón Sijé es una formidable, casi genial, respuesta a la angustiosa pregunta de su tiempo, dada sobre unos supuestos tan profundamente españoles como oriolanos. Añado que, en su pensamiento, lo español se oriolaniza, lo oriolano se españoliza y lo católico se moderniza sin menoscabo de su raíz cristiana. El sincretismo de Ramón Sijé apunta horizontes geniales».

En el año 1973, y siendo alcalde de Orihuela Pedro Cartagena Bueno, el Excelentísimo Ayuntamiento publicó una edición facsímil de El Gallo Crisis, de la que se imprimieron y numeraron 1.000 ejemplares. Yo poseo el ejemplar número 250. En el año 1975, hubo una segunda edición facsímil igualmente publicada por el Ayuntamiento de Orihuela.

La decadencia de la flauta y el reinado de los fantasmas. Ensayo sobre el romanticismo histórico de España (1830-Bécquer), contiene el pensamiento fundamental de la estética sijeniana, constituyendo el más extenso de cuantos escribió, y supone, en el decir de Muñoz Garrigós, la culminación de todo el quehacer crítico de Ramón Sijé, disperso en las paginas de El Gallo Crisis y de otras publicaciones. La circunstancia dramática de haber terminado su redacción poco antes de morir, le confiere un gran valor cómo síntesis del pensamiento del autor en cuanto se refiere a formación intelectual y estimación de determinados autores.

Con este trabajo Ramón Sijé se presentó al Concurso Nacional de Literatura de 1935. No tuvo suerte Ramón Sijé, a pesar del gran esfuerzo desplegado.

Inédito durante muchos años, fue por fin publicado en el año de 1973, por el Instituto de Estudios Alicantinos, con un excelente prólogo de Manuel Martínez Galiano.

Se ha dicho, que este libro quizás le costó la vida a Ramón Sijé. Y ciertamente, tal parece. El enorme esfuerzo físico e intelectual que realizó para concluirlo y con tiempo suficiente para su presentación al certamen, debió dejarlo exhausto. Agotado por el tremendo esfuerzo intelectual, el débil cuerpo de Sijé se fue consumiendo, falleciendo en la Nochebuena del año de 1935, el propio día 24 de diciembre. Mi tío Pepe Calvet aseguró poco después, en el semanario Acción del día 30 de diciembre, que las últimas palabras de Sijé, fueron:

«He resucitado».



Y así se extinguió la corta vida de quien se murió «como del rayo». Y con sólo 22 años. Aquella gran promesa que no llegó a ser.

El semanario local Acción del día 30 de diciembre de 1935, dedicó sus primeras páginas a Ramón Sijé, con artículos en homenaje póstumo al mismo de José María Quílez, Augusto Pescador, José Calvet, Juan Bellod Salmerón, Jesús Poveda, José María Olmos y Tomás López Galindo.

Miguel Hernández, queriendo «ser el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas», le dedicó la famosa elegía fechada en 10 de enero de 1936, que incorporó a su poemario El rayo que no cesa.

En el año 1987, como al principio dije, se publicó, el libro-programa Ramón Sijé: Luces y sombras. Su creador, pidió una evocación de Ramón Sijé, a sus amigos, entonces aún entre nosotros.

Y nos dice, entre otras cosas, Juan Bellod Salmerón, abogado, y antiguo fundador y secretario de El Gallo Crisis:

«Era Pepito un ser humano como no he conocido o soñado conocer a cualquier otro. Su portentosa potencia intelectiva y su asombrosa capacidad de asimilación serían para mí inconcebibles si no los hubiera constatado en el. Podía a la vez estar estudiando un texto o escribiendo un artículo o ensayo y elaborando al mismo tiempo otra obra o idea en su increíble mente. Por eso, en el enlucido de yeso sobre el que se adosaba su sencilla mesa de trabajo, aparecían palabras clave, notas o anagramas que escribía allí para desarrollarlos, como así hacía, una vez finalizado el estudio o trabajo que le tuviese ocupado.

... Era un ser increíblemente superior y paralelamente humilde...

El centro y sol de su cultura estaba en Dios. Ese Dios que a través de la tensa sensibilidad poética de Miguel Hernández definió cuando le pregunta: ¿Quién es Dios y de que modo?. Y responde definitoriamente: “Es el único acomodo / que hallarás bueno y sencillo, /al fin; el Perfecto Anillo, /el Sin-Por-qués y el Por-Todo”.

Por eso el gigantesco afán de saber de Pepito Marín, no obstante los increíbles conocimientos de Ramón Sijé, no podía ser satisfecho en este mundo.

Por ello, también su poderoso espíritu, su sobrehumana y constante tensión “fundió” los plomos de su humanidad corpórea y murió a los veintidós años, lleno de plenitud y madurez, cuando la mayoría de los humanos comenzamos a abrir los ojos.

Hoy, estoy seguro, mi querido y admirado Ramón Sijé, conocerá la plenitud de la Verdad que tan increíblemente atisbó y mostró a los demás cuando, siendo tan sólo casi un niño, tuve el privilegio de ser su amigo y contertulio».



Y Tomás López Galindo, abogado y decano que fue del Ilustre Colegio de Orihuela, y también fundador de El Gallo Crisis:

«En Orihuela, “su pueblo y el mío”, nació... el día 16 de noviembre de 1913... A poco José Marín Gutiérrez desapareció de la escena y dio paso a Ramón Sijé -que es combinación de letras del nombre y primer apellido-, asiduo con Fenoll y Miguel Hernández de la tertulia de la tahona de la calle de Arriba donde se leyó su famoso Auto Sacramental... Al mismo tiempo de esa actividad literaria, Sijé hizo, año por año, la carrera de Derecho en la Universidad de Murcia, obteniendo sobresaliente con matrícula de honor en todas las asignaturas, excepto en derecho político, que no le concedieron más que notable; y es porque Sijé tiene poco de político y mucho de filósofo y literato».



Francisco de Díe, quien dibujara el gallo de la portada de la publicación, escribió:

«Hablar de Ramón Sijé, teniendo en cuenta la edad que teníamos cuando se engendró El Gallo Crisis, es algo muy comprometido. Estábamos entonces en la juventud, casi en la adolescencia, en esa edad en la que cuanto deseábamos, creíamos tenerlo al alcance de la mano porque es la edad de la juventud incipiente... Pero Ramón Sijé no tuvo adolescencia y podíamos decir que tampoco tuvo juventud (murió tan joven). A sus cortos años su inquietud espiritual, su espíritu critico, alentados con una gran cultura, lo agigantaron con dimensiones extraordinarias... Ahí esta su obra, que nos lo revelan como un genio.

Pero aparte de todo esto, tuvo muchas y muy grandes virtudes, una de ellas fue su humanidad: ¡qué gran amigo de todos sus amigos; con qué sencillez y delicadeza se comportó con sus colaboradores! Esto es algo que lo elevaban muy alto...Yo tengo muy buenos recuerdos suyos».



Y el catedrático Jesús Alda Tesán, escribía desde Zaragoza, el día del Pilar de 1987:

«Estas líneas pretenden ser una manifestación testimonial rogada por quien puede hacerlo. Se destinan a una publicación homenaje y recuerdo memorioso del escritor oriolano Ramón Sijé, por verdadero nombre José Marín Gutiérrez, fundador, director y et omniperitus en la revista El Gallo Crisis...

Testifica con trémulo corazón quien asistió y contribuyó modestamente al evento con la inocente e incondicional entrega de quien se da en cándida primicia literaria de adolescente a una empresa de juvenil encanto, que brota como agua limpia de manantial serrano.

Unos meses mas tarde Ramón Sijé moría entre los suyos acompañado de un repique de campanas que festejaban la Navidad. Con esta muerte se frustraba una cimentada esperanza, se desvanecía la promesa de un inmediato escritor de primer orden que por entonces tensaba febrilmente sus fuerzas en los mares más engallados del pensamiento».



Y termino. Deliberadamente sólo he intentado recoger aquí una semblanza de Ramón Sijé, y a través de quienes lo conocieron. Y deliberadamente, poco me he referido a Miguel Hernández. No era mi propósito siquiera esbozar una mínima biografía del gran poeta oriolano, español y universal.

Decir que Miguel Hernández y Ramón Sijé fueron amigos fraternos, que fueron compañeros «del alma», es algo fuera de cuestión, y por encima de todo. Nos queda la inmortal Elegía, con cuya dedicatoria, inicié estas palabras:

«Desaparecidos prematura y trágicamente, Ramón Sijé y Miguel Hernández, imaginé un posible reencuentro de haber sucedido las cosas de otra manera, y en el año de 1992, en la revista Oleza, la revista de Joaquín Ezcurra Gilabert, y en el ejemplar dedicado a las Fiestas de la Navidad, publiqué un poema-prosa, que titulé: “Lo que pudo haber sido”; y con cuya reproducción, termino esta semblanza de Ramón Sijé, de nuevo junto a Miguel Hernández:



Escoltado de cardos y piteras, me allego a ti
cansado en el camino,
ronco de lodo y perdido del tiempo y del sentido.

Busco en el norte de mi frente, allá en lo lejos,
un picudo campanario de colores morenos y bruñidos
como ágil veleta del fin de los caminos.

Y te encuentro al borde de tus soles
con alma de palmera y de poeta,
y contemplo tus múltiples sentidos sentado en la ladera,
rendido en los surcos de mi frente, de profundos suspiros.

Sólo me queda el recuerdo de esta tierra
que asoma cada día impasible del tiempo,
que recorta su silueta de palmas y azahares,
y perfuma las horas de alhábegas cautivas
en las macetas blancas en suelos de madera,
y guarda sus recuerdos en las falsas encantadas
que techan sus mil casas.

Después... recorro lentamente tus empinadas calles de blanca encaladura. Calle Arriba en busca de aquel huerto... aquella higuera. Y llegan hasta mí los gritos de los niños con trajes de rayones de correr claustros y resbalarse por la piedra lisa elevando el pálpito del pecho a mudos horizontes. Y me veo allí, sentado en aquel grupo, con el traje limpio de rezos de domingo con mis hermanos perdidos en el quebrado rayo que partió el firmamento. Y recorro calzado de alpargatas entre el olor a incienso que empapa la palmera, el pozo y el molino, en busca de tu nombre, la calle húmeda de río, de tiendas y oraciones... Querido hermano mío, ilustre arrepentido de haber muerto casi niño y ya imposible novio de aquella panadera...

Hoy he vuelto de nuevo aquí. A recorrerte al ritmo de mis versos, a contarte mi vida... de vuelta del destierro.

¡Ramón... Ramón...!

Soy Miguel... Miguel Hernández».



(Finalicé de escribir esta semblanza, como homenaje y recuerdo de Ramón Sijé, de sus amigos, y de Miguel Hernández, en la Nochebuena del año de 2008.
A los 73 años de la muerte de José Marín Gutiérrez, Ramón Sijé)





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