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Representación de «Numancia»

Tragedia en tres actos

Mariano José de Larra

[Nota preliminar: Reproducimos la edición digital del artículo ofreciendo la posibilidad de consultar la edición facsímil de La Revista Española, Periódico Dedicado a la Reina Ntra. Sra., n.º 236, 9 de junio de 1834, Madrid.]

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He aquí una de las cosas exceptuadas en el «reglamento para la censura de periódicos», y de que se puede hablar, si se quiere, por supuesto. Ni un solo artículo en que se prohíba hablar de Numancia. No se puede hablar de otras cosas, es verdad; pero todo no se ha de hablar en un día. Por hoy, que es lo que más urge, ¿quién le impide a usted estarse hablando de Numancia hasta que se pueda hablar de otra cosa? Tanto más ventilada quedará la cuestión. Dado siempre el supuesto de que no ha de haber «borrones, pena de dos mil reales»; las cosas limpias: el periódico ha de ser impenitente y pertinaz; sin enmienda, como carlista o pasaporte. Un artículo de periódico ha de salir bien de primera vez, que al fin no es ningún «reglamento de milicia». Dado también el supuesto de que no se deje usted «nada en blanco», pena de los dichos dos mil reales. No, sino andarse dando a leer al público papelitos en blanco. ¿Sabe nadie lo que se puede aprender en un papel blanco? Dado el supuesto además de que ha de poder usted ser «elector», porque al fin gran talento tendrá el que no ha sabido hacerse una rentita de seis mil reales.

Abundando en todos estos supuestos, diremos que el teatro estaba casi lleno en su representación. Parécenos que en decir esto no hay peligro. Igualmente llena estaba la tragedia de alusiones patrióticas. Mucho nos gusta a los españoles la libertad, en las comedias sobre todo. Innumerables fueron los aplausos: tan completa la ilusión, y tantas las repeticiones de «libertad», que se olvidaba uno de que estaba en una tragedia. Casi parecía verdad. ¡Tanta es la magia del teatro! Otra cosa que tampoco exceptúa el reglamento es el señor Luna: de éste se puede hablar, en cuanto a actor, atendido que el señor Luna ni es «cosa de religión», ni «prerrogativa del trono», ni «estatuto real», ni su representación es «fundamental», ni tiene fundamento alguno, ni perturba tranquilidad, ni infringe ley, ni desobedece a autoridad legítima, ni «se disfraza con alusiones» sino con muy malos trajes antiguos; ni es licencioso y contrario a costumbre alguna, buena ni mala; ni es «libelo», ni «infamatorio», ni le coge por ningún lado ningún «ni» de cuantos «níes» en el reglamento se incluyen; ni menos es «soberano», ni «gobierno extranjero». Y a nosotros sí nos atañe, por el contrario, no dejar este punto de nuestro papel en blanco, so pena de la consabida de los dos mil reales a la primera, del duplo a la segunda, y de dar al traste la tercera, que va la vencida. Decimos esto porque no nos ha gustado el señor Luna: triste cosa es, pero no lo podemos remediar. Hay, sí, en él, celo y buena intención; pero esto todos sabemos, ahora más que nunca, que no basta siempre. Su declamación en este papel es enfática y poco natural; sus transiciones son duras, más duras y crueles que una censura. Sensible nos es haberle de decir nuestra opinión: empero tal es nuestro deber, y en eso no somos más que los intérpretes del público mismo.

Por lo demás, la tragedia, que literariamente hablando no es de mérito sobresaliente, ha hecho el efecto que debía hacer una composición, como ella, eminentemente patriótica. Cada cual se fue a su casa con la triste convicción de que, en política como en tragedia, lo que más le cuesta a un pueblo es conquistar su libertad. Es de esperar que tenga mejor fin la nuestra, por esta vez, que la de Numancia. A bien que de nosotros depende.

La decoración última nos pareció muy regular, inclusos los comparsas y aquellas descabelladas doncellas que chillaban a lo lejos, huyendo de los feroces romanos, y que parecían periódicos perseguidos por algún reglamento.

El telón al caer se detuvo a la mitad del camino a tomar un ligero descanso; no parecía sino que caminaba por la senda de los progresos, según lo despacio que iba y los tropiezos que encontraba. Tardó más en bajar que han tardado las patrias libertades en levantarse.

Revista Española, n.º 236, 9 de junio de 1834. Firmado: Fígaro.

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[Nota editorial: Otras eds.: Fígaro. Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres, ed. Alejandro Pérez Vidal, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 213-214; Obras completas de D. Mariano José de Larra (Fígaro), ed. Montaner y Simon, Barcelona, 1886, pp. 342-343.]