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«Atraídos por el fragor del Ultra, llegan a nuestra tertulia del Colonial varios escritores argentinos, unos muchachos jóvenes, que simpatizan con las nuevas tendencias estéticas. Jorge Luis Borges, un joven alto, delgado, con lentes y aire de profesor. Viene de recorrer Europa en compañía de su hermana Norah, que hace unos dibujos muy modernos. Ha estado en Alemania, es políglota y tiene un enorme fondo de cultura. Aún no publicó ningún libro, pero ya en su país se hizo notar por su colaboración en revistas literarias. Se adhiere, desde luego, al Ultra y se propone ser su introductor en Argentina», en Rafael CANSINOS-ASSÉNS: La novela de un literato, Alianza (Madrid, 1985), t. 2, p. 287.

 

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Jorge Luis BORGES: Un ensayo autobiográfico, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores / Emecé (Barcelona, 1999), pp. 42-43. Con la misma clarividencia con que asumió el magisterio de Cansinos, el joven Borges descartó también a Gómez de la Serna: «En el Madrid de la época existía otro grupo reunido en torno a Gómez de la Serna. Fui allí una vez y no me gustó la forma en que se comportaban. Tenían un bufón que llevaba un brazalete del que colgaba un cascabel. Le hacían dar la mano a otras personas, el cascabel sonaba y Gómez de la Serna invariablemente preguntaba: "¿Dónde está la víbora?". Se suponía que eso era gracioso. Una vez se volvió hacia mí orgullosamente y preguntó: "Tú nunca has visto esto en Buenos Aires, ¿verdad?". Gracias a Dios, no lo había visto» (Op. cit., p. 43).

 

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En la necrológica del chileno Vicente Huidobro que escribió para Arriba (6.I.1948), César González Ruano hizo un fino repaso de la indigencia literaria española de comienzos del siglo XX: «Nuestra documentación poética y estética no era grande, a causa de nuestra juventud. En cierto modo, nuestros "influyentes" nacionales eran Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, que mantenía el fuego alborotado de Pombo, y, teóricamente, Rafael Cansinos-Asséns. De información francesa -que no sólo era muy importante, sino imprescindible- antes de 1923-1924 andábamos francamente mal, y del futurismo italiano -menos imprescindible- peor. Conocíamos quizá muchas cosas, e incluso precozmente, pero sin relacionarlas entre sí con un orden productivo. Habíamos leído primero nuestro Baudelaire y nuestro Rimbaud, pero sin malicia. Luego conocíamos algo de Max Jacob, de Blasco Cendras, de Iván Golf, de Cocteau, bastante de Apollinaire... Pero nos faltaba eso: la genealogía; un Lautreamont, un Rimbaud bien entendido, un Mallarmée bien leído y una revelación un poco completa de los manifiestos dadaístas, de la actuación de Reverdy, de la posición de André Breton y de Louis Aragon, y sobre todo del surrealismo o del suprarrealismo, que según Rihemon Dossaigne, nacía de una costilla de «Dadá» y que oficialmente no figura como tal movimiento hasta 1924, en que lanzó su movimiento Breton». En César GONZÁLEZ RUANO: «En la muerte de Vicente Huidobro», en Necrológicas [1925-1965], Fundación Mapfre (Madrid, 2005), p. 352.

 

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Enrique GÓMEZ CARRILLO: «El arte de trabajar la prosa artística» en El Modernismo, Francisco Beltrán (Madrid, 1905). El mismo ensayo fue corregido y revisado al ser incluido en El primer libro de las crónicas, Mundo Latino (Madrid, 1919). Las crónicas de Carrillo comprenden cinco volúmenes y su magisterio es evidente en cronistas españoles como Ramón Gómez de la Serna, Julio Camba, Wenceslao Fernández-Flórez, César González Ruano y Corpus Barga, entre otros.

 

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Félix del Valle (1892-1950) ganó el primer premio «Zozaya» de crónicas convocado por el diario La Libertad (1928) y aquel galardón le mereció un apunte de Cansinos-Asséns en La novela de un literato: «Un novel auténtico, como ese Félix del Valle, que se dio a conocer en el primer concurso Zozaya, el literato joven, anónimo y pobre, para el que un premio así es algo maravilloso, como el regalo de un hada...» (t. 3, p. 274). Exiliado en Buenos Aires tras la guerra civil, Valle publicó cuatro libros de crónicas. A saber, Madrid en 15 estampas, Editoriales Reunidas (Buenos Aires, 1940); Sevilla, Editorial Schapire (Buenos Aires, 1941); Toledo, Editorial Schapire (Buenos Aires, 1943) y Juergas de Sevilla, Editorial Schapire (Buenos Aires, 1947).

 

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Joaquín Edwards Bello (1888-1968) es uno de los más grandes cronistas de la literatura en español. Ver Crónicas. Valparaíso, Madrid, La Nación (Santiago, 1924); El nacionalismo continental. Crónicas chilenas (Madrid, 1925); Crónicas, Zig-Zag (Santiago, 1964); Nuevas Crónicas, Zig-Zag (Santiago, 1966); Hotel Oddó. Crónicas, Zig-Zag (Santiago, 1967) y Crónicas del Centenario, Zig-Zag (Santiago, 1968).

 

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Oliverio Girondo (1891-1967) reunió una maravillosa colección de crónicas -a caballo entre la viñeta y el poema en prosa- en Calcomanías, Calpe (Madrid, 1925).

 

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Ramón Gómez de la Serna le dedicó una amable viñeta al peruano Ventura García Calderón (1886-1959), ponderando su hospitalidad parisina: «A su lado no se era extraño en París y al lado de un francés se sentía uno más hundido y desconocido que nunca, junto a un alma anónima. Ayudaba a todos con su magnetismo en la gelidez de París, donde se es huérfano desasilado y cadáver viviente. ¡Hola, Ventura! Y se respiraba ya salvado, ya arrancado a la resaca de la Morgue, ya pronto a ser invitado a aquelarres de Arte, a recepciones de difícil entrada». En Ramón GÓMEZ DE LA SERNA: Nuevos retratos contemporáneos y otros retratos, Aguilar (Madrid, 1990), pp. 68-69.

 

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Los escritores latinoamericanos que tenían un cargo diplomático durante la guerra civil española, convirtieron sus legaciones en verdaderos santuarios consagrados a la protección de escritores, artistas e intelectuales españoles. Considero particularmente valiosos los testimonios del chileno Carlos MORLA LYNCH: En España con Federico García Lorca, Renacimiento (Sevilla, 2008) y España sufre. Diarios de guerra en el Madrid republicano, Renacimiento (Sevilla, 2008). A comienzos de octubre de 1936 había 360 refugiados en la embajada chilena de Madrid y 37 más en el domicilio particular de Morla Lynch, casi todos llevados personalmente por Neruda: «Recibo una llamada de Pablo Neruda y Manolín Altolaguirre. Pablo es de un egoísmo y un ensimismamiento abrumador y, si reconozco que es un gran poeta, su persona no es poética. Llegan a casa. Se trata de un muchacho marino, en peligro, perseguido. Lo de siempre. Debo meterlo en casa o en la Embajada, pero Pablo, él, con su Consulado vacío... ¡Ah, no! No lo puede hacer». En MORLA LYNCH: España sufre..., pp. 90-91 y 103. No obstante, en sus memorias Pablo Neruda escribió: «Miguel Hernández buscó refugio en la embajada de Chile, que durante la guerra había prestado auxilio a la enorme cantidad de cuatro mil franquistas. El embajador en ese entonces, Carlos Morla Lynch, le negó el asilo al gran poeta, aun cuando se decía su amigo. Pocos días después lo detuvieron, lo encarcelaron. Murió de tuberculosis en su calabozo, tres años más tarde. El ruiseñor no soportó el cautiverio. Mi función consular había terminado. Por mi participación en la defensa de la República española, el gobierno de Chile decidió alejarme de mi cargo» (Pablo NERUDA: Confieso que he vivido, Seix Barral, Barcelona, 1979, p. 175). La lectura de España sufre -los diarios de Morla Lynch de 1936 a 1939, inéditos hasta este año de 2008- contradicen sustancialmente los recuerdos de Neruda. Para empezar, el 7.XI.36 «Pablo Neruda, aterrado, no pensando más que en sí mismo, cierra el Consulado. Se va mañana temprano, por la carretera de Valencia, la única libre, con los Alberti y Delia del Carril, naturalmente» (p. 103). El 28.II.39 Morla Lynch recibe en la embajada al poeta chileno Juvencio Valle, acompañado de Miguel Hernández que «Ha escrito mucho a favor de los "leales" y contra "Franco-traidor" y los nacionalistas. El peligro en que se encuentra es grande y viene a pedirme "asilo". Su mujer está en Alicante. No sabe si irse allá, donde no hay embajadas. Querría salir de España, dan pasaportes a millares, pero naturalmente no a los de edad militar que están movilizados [...] Me cuentan que Alberti, María Teresa León y Santiago Ontañón han salido ya, sin acordarse de él. Así es la vida [...] A Miguel Hernández le contesto lo que a todos. No le aconsejo solicitar pasaporte a estas alturas, sirviendo en el ejército, y le otorgo el asilo para cuando lo necesite» (p. 718). Al día siguiente -1.III.39- enterado por la prensa de la muerte de Antonio Machado, Morla Lynch manda buscar a Juvencio Valle «porque me preocupa el caso del poeta-pastor, Miguel Hernández. Ha escrito mucho en folletos y artículos en contra de los nacionalistas y me aseguran que Franco ha dictado leyes muy duras en contra de los periodistas que hayan obrado de esa forma [...] Me dice que Miguel Hernández ha declarado que no se albergará en la Embajada, que lo considera como una deserción de última hora. El muchacho no ha pensado un momento en tomar medidas de precaución y Alberti, que tenía su salida muy arreglada, no se ha preocupado de él a pesar de que también era miembro de la Alianza Intelectual» (pp. 721-722). Con todo, Morla Lynch solicitó por escrito un pasaporte para Miguel Hernández (2.III.39: «El pastor-poeta Miguel Hernández, ha ido donde el gobernador civil, Gómez Osorio, con mi carta, y le ha dado alguna esperanza para la obtención de su pasaporte», p. 724) y en apenas cuatro días se lo concedieron, porque el 6.III.39 anotó: «El Director de Seguridad, con mi carta, le ha concedido el pasaporte al poeta-pastor, Miguel Hernández, pero ahora no se atreve a ir a buscarlo en vista de las circunstancias» (p. 735). ¿Cuáles fueron aquellas circunstancias? El mismo 6 de marzo «Pasionaria» promovió un golpe de Estado contra el agonizante gobierno de la República, con la finalidad de cubrir su fuga hacia Francia por avión: «Me entero de que se han sublevado algunas tropas a favor del doctor Negrín. Son comunistas [...] Llego a casa y, apenas empiezo a contar a Bebé, Pancho Grebe y Luis Silva lo que he visto, estalla el tiroteo y se deja oír la voz bronca de los cañones» (p. 737). Por lo tanto, si Miguel Hernández no pudo refugiarse en la embajada chilena, no fue porque Morla Lynch le hubiera negado el asilo sino porque ya era imposible llegar: «Alrededor de nuestra casa han instalado ametralladoras y, cada vez que alguno de nosotros se acerca a la ventana, los soldados nos hacen señas de retirarnos. En la Castellana se ven otros, acostados boca abajo con sus rifles listos para disparar» (p. 740). El escritor Jorge Edwards, que trabajó con Morla Lynch en París, ha reconocido que Morla «decía que había discutido la cuestión del asilo con Franco durante más de una hora, haciendo valer el hecho de haber salvado a más de dos mil franquistas y monarquistas, y que Franco sólo le autorizó un salvoconducto para las diez personas que ya se encontraban en la embajada chilena, pero después le rodeó la embajada de soldados que impidieron que Miguel Hernández o cualquier otro se acercara siquiera a golpear su puerta». En Jorge EDWARDS: La otra casa. Ensayos sobre escritores chilenos, Ediciones Universidad Diego Portales (Santiago, 2006), p. 96.

 

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Federico de ONÍS: Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932), Centro de Estudios Históricos (Madrid, 1934). Sin duda la Antología de Onís es la mejor antología de poesía de la historia de la literatura española, pues ha sido el modelo de Laurel (1941) de Octavio Paz o de Las ínsulas extrañas (2002) de Valente, Sánchez Robayna, Blanca Varela y Eduardo Milán.