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Ricardo Palma y los Estados Unidos

Oswaldo Holguín Callo






ArribaAbajo 1. Palma en los Estados Unidos1

Ricardo Palma estuvo en Nueva York en abril de 1865, a los treinta y dos años. Procedía del Brasil y su destino era el Perú. No era indispensable arribar al populoso puerto yanqui para encaminarse al istmo de Panamá, paso obligado hacia el Perú, de manera que cabe pensar que hubo en Palma el deseo manifiesto de observar de cerca el descomunal desarrollo de la gran nación expresado en forma elocuente en la pujanza de su mayor emporio comercial e industrial, apenas triunfante de la sangrienta Guerra de Secesión.

La impresión que Nueva York le causó debió de ser muy fuerte, aunque no ha quedado consignada por escrito. Sus estadías en Londres y, sobre todo, en París, le proporcionaron ciertamente un recuerdo más afín a su temperamento. Sin embargo, posible es que en aquellos días de primavera conociera a Henry Wadsworth Longfellow, uno de los más importantes vates del país, quien sabe acompañado del también notable poeta colombiano Rafael Pombo, al lado de quien Angélica Palma lo retrata en largas charlas de ignorado aunque sospechable asunto. Lo cierto es que en algún momento más o menos próximo a su encuentro con Longfellow -referido al paso en la postrera tradición «Una visita al mariscal Santa Cruz»- Palma tradujo una de sus más celebradas composiciones, «El Salmo de la Vida», cuyos primeros versos dicen:


¡Ah! ¡No!, no me digáis con voz doliente
que la vida es un sueño,
que el alma muere donde el cuerpo acaba,
que es nuestro fin incierto.



El poema contiene una auténtica profesión de fe en la vida y expresa ilimitada confianza en el destino trascendente del hombre por medio del trabajo, cuyo valor exalta tanto como el designio divino que lo respalda. Trasunta así buena parte de la escatología protestante. De lo cual se infiere que no la grandeza material sino el esfuerzo humano al servicio de la sociedad, parece haber sido la impresión más nítida de su corto tránsito neoyorquino, sin olvidar por cierto el asesinato del presidente Lincoln el 14 de ese abril a manos de un fanático esclavista. Palma siempre recordó que aquel magnicidio no interrumpió la vida ciudadana, a diferencia de lo que ocurría en nuestros países en casos similares, y que por consiguiente no debía temer el retraso de la salida del vapor que lo habría de conducir a Colón en la fecha señalada. El Perú vivía momentos de preguerra internacional a causa de la ocupación de las islas Chincha por la marina española, así como de los sucesos subsiguientes, y, en general, el continente sufría los ardides de Belona.

Tendrán que pasar algunos años antes de hallar nuevamente a don Ricardo en la Unión, esta vez por medio de sus tradiciones. Durante la década de 1870, y en adelante, circularon con general aprecio del público lector de habla española los relatos que escribía Palma a instancias de directores y editores de diarios y revistas, las más de éstas literarias. El semanario neoyorquino Las Novedades, editado en español por el benemérito José G. García, su fundador y di rector, era uno de ellos. Durante la ocupación de Lima por una voraz tropa enemiga, Palma publicó en él numerosas tradiciones. Pues bien, con las que tenían como protagonista al célebre conquistador Francisco de Carvajal, y «para satisfacer la demanda de números ya agotados, decidió el señor García coleccionarlas en un tomito con el título de El Demonio de los Andes», el mismo que apareció a principios de 1883. El primer libro palmino de factura norteamericana gozó de gran aceptación entre el público, principalmente el de habla española, de suerte que pronto se agotó.

Con Nicanor Bolet Peraza, político, diplomático y escritor venezolano radicado en Nueva York, mantuvo Palma estrecha amistad. Aquél había fundado allí la Revista Mercantil y la Revista Ilustrada de Nueva York, de la cual se ha dicho que fue «una de las publicaciones que más han contribuido a dar a conocer a los pueblos hispanoamericanos». Hacia 1894 redactaba una revista mensual de tono literario titulada Las Tres Américas, nombre que seguramente le venía de un congreso panamericano reunido por entonces en Washington. Al prolífico periodista caraqueño le preocupaba sobremanera estrechar los lazos de amistad entre Hispanoamérica y los Estados Unidos, así como dar a conocer en éstos los logros intelectuales de los pueblos al sur del río Grande, objetivo que lo llevó a reproducir en uno de los números de su revista un retrato de don Ricardo acompañado de sinceros párrafos de elogio y no descaminada crítica literaria. Según Bolet Peraza, el ecuatoriano Juan Montalvo y el peruano Palma eran los dos grandes maestros del estilo en Hispanoamérica, aquél por ser todo fuerza, éste por ser todo gracia; pero en tanto Montalvo tenía muchos discípulos, Palma los tenía más escasos porque

el arte que él enseña es más difícil, y hay que venir a él con diploma de suficiencia firmado de puño y letra de la Naturaleza misma. Se ha de nacer con genio de pintor y con ingénita vis cómica; se ha de saber observar y sentir lo que se observa; se ha de poseer la facultad eminentemente artística de dar con el lado débil que las más graves cosas humanas tienen, por donde quien graves las dispuso, olvidpse de hacerlas invulnerables a la riente malicia de la crítica.



Hoy día, gracias a recientes estudios de Estuardo Núñez, sabemos que no fueron escasos los discípulos de don Ricardo, y desde siempre que ninguno llegó a igualar su estilo o su técnica.

La amistad entre Palma y Bolet Peraza se aprecia muy bien en las cartas de éste reproducidas en el Epistolario publicado por Raúl Porras Barrenechea. Suscritas entre junio y octubre de 1894 y enero de 1895, nos traen a la memoria uno de los más notables testimonios de época redactados por Palma: sus Recuerdos de España, páginas que, como pocas de igual carácter, nos colocan frente a retratos fidelísimos de los más célebres escritores peninsulares de fin de siglo, a quienes el limeño conociera durante su viaje para asistir a las celebraciones del cuatricentenario colombino. En tono de autorizado consejo, Bolet Peraza lo alienta a publicar sus preciosos esbozos:

No le retraiga para ese hermoso trabajo el temor de que en la semblanza de los escritores españoles haya de ir mucho de lo personal de usted. Yo le aseguro desde ahora que eso justamente contribuirá a hacer más simpáticos los artículos, pues encenderán en cada pecho hispanoamericano un granito de la mirra del orgullo, toda vez que los homenajes que a usted rindieron las letras castellanas representadas por aquellos sus eximios amigos en Madrid y otras ciudades, a todos nos honran...



No se equivocó el sagaz periodista porque precisamente a ese toque personal, único, se debe que perduren los Recuerdos de España.




ArribaAbajo 2. Los amigos yanquis de Palma2

Fueron numerosos los norteamericanos que a don Ricardo le manifestaron su aprecio y admiración. Entre ellos habría que citar a notables hispanistas y estudiosos de la literatura castellana, a esforzados profesores universitarios de español y a diligentes periodistas. Desde su cargo de Director de la Biblioteca Nacional, Palma mantuvo cordiales relaciones con importantes instituciones de cultura de los Estados Unidos, a las cuales enviaba las publicaciones que, merced a sus gestiones, costeó el Estado. Ellas tuvieron el noble propósito de hacer públicos notables manuscritos que hacía muchos años aguardaban edición, aunque no menos cierto es que en algunos casos faltó mayor rigor en la presentación y preparación de los originales. Con todo, esos libros sirvieron para iniciar una labor editorial a cargo de la primera biblioteca del país, la cual, lamentablemente, no ha sido proseguida sin altibajos.

En los primeros años de nuestro siglo estuvo en el Perú la publicista Marie Robinson Wright con el propósito de escribir un libro que sirviera de carta de presentación ante el mundo a la entonces floreciente república sudamericana. Como debía suceder, se entrevistó con Palma en su despacho de la Biblioteca Nacional y obtuvo los datos que buscaba para el respectivo capítulo de su obra. Los setenta y tantos calendarios pesábanle a Palma pero no le impedían demostrar firmeza y seguridad en el trato; por el contrario, su palabra certificaba la calidad y persistencia de su talento. Mucho de su retrato humano y de su obra al frente de la Biblioteca se halla reproducido en el libro escrito en inglés que en 1908 la señora Wright imprimió en un taller de Filadelfia bajo el título de El antiguo y el nuevo Perú. Una historia de la antigua herencia y del moderno desarrollo y esfuerzo de una gran nación. Pero no terminaron en él sus empeños pues se propuso, con la venia de don Ricardo, traducir al inglés las Tradiciones peruanas y publicarlas en su país. La empresa, sin embargo, no culminó como hubiera sido de desear debido, al parecer, a la poca calidad del trabajo, cosa que se colige de una carta a don Ricardo del notable historiador y catedrático de la Universidad de Columbia William R. Shepherd, de principios de 1910.

De aquella época datan también unas consultas epistolares hechas a Palma por Elijah Clarence Hills, otro notable hispanista yanqui que por 1911 y 1912 era catedrático de lenguas romances en la Universidad de Colorado, sobre ciertos asuntos de literatura peruana -bibliografías, tendencias, talentos jóvenes- y, en particular, el drama quechua Ollantay. Don Ricardo absolvió los requerimientos de quien en la historia figura como el primer conferenciante en los Estados Unidos, y nada menos que en Harvard, de materia tan apreciada por ambos, como lo era la poesía hispanoamericana.

En 1919, año de su muerte, Palma fue entrevistado en su casa de Miraflores por dos notables escritores yanquis: William Belmont Parker y Sturgis Elleno Leavitt. Parker había recibido el encargo de la Sociedad Hispánica de América de dar forma a un libro de biografías de peruanos contemporáneos. El resultado fue el volumen titulado Peruvians of to-day, obra de vastos alcances en que podemos hallar retratados, con destacable método y limpio estilo, a varias decenas de notabilidades de la época, y naturalmente a don Ricardo. Aquélla parece ser su primera biografía en inglés, la cual, pese a algunos yerros, contiene valiosa información. Leavitt vino también en misión especial: realizar una investigación bibliográfica sobre la literatura peruana colonial y republicana. Su paso por Lima y algunas ciudades del país, así como por otros lugares de Sudamérica, ha quedado referido en un artículo publicado póstumamente. Allí consigna que Palma se interesó vivamente por los intelectuales norteamericanos que lo habían visitado en los últimos años, sobre todo por los notables historiadores Charles E. Chapman, de la Universidad de California, y William R. Shepherd, de la de Columbia, y que le proporcionó sus valiosas Memorias como Director de la Biblioteca Nacional. El testimonio de Leavitt, como muchos otros contemporáneos, nos muestra a un Palma convertido en singular reliquia viva, y a quien, casi en peregrinación, visitaban muchos personajes extranjeros que llegaban a Lima.

En fin, la presencia de su estimado amigo y protegido Julio César Tello en los Estados Unidos, en plan de alumno becario de la Universidad de Harvard por cuenta del Gobierno peruano, entre 1909 y 1911, pone a don Ricardo una vez más en contacto con la realidad norteamericana. Tello no se cansa de referirle en sus epístolas todo cuanto ven sus despiertos ojos de provinciano inteligente y disciplinado, como aquellas costumbres que democráticamente confunden a profesores y alumnos en ese reputado centro de estudios superiores. Los nombres de los sabios Hrdlicka, Boas y Farabee, entre muchos otros, surgen en las bien escritas cartas del sabio huarochirano, a quien Palma logra que el Gobierno del presidente Leguía le prorrogue la beca por un año más para perfeccionar sus estudios en Europa. Una nueva y corta temporada de Tello en la Unión, entre 1915 y 1916, le servirá a Palma para presentar sus saludos a Archer Milton Huntington, el eminente fundador de la Sociedad Hispánica de América, con sede en Nueva York, y para enterarse, gracias a una epístola del incansable arqueólogo peruano, que

en la ceremonia oficial de recepción que ofreciera el presidente de la Universidad de Yale, el profesor de Lenguas Románicas, hablando de la manera como Yale enseñaba el español y el carácter genuinamente americano que debía tener, dijo que ellos empleaban profundamente ejemplos tomados de los grandes maestros y literatos panamericanos, y después de mencionar a dos o tres norteamericanos, dijo que para sus alumnos les era familiar el nombre de Ricardo Palma, cuyas tradiciones sintetizaban toda una época de la vida latinoamericana.



Queda por descubrir el nombre de tan perspicaz catedrático.




ArribaAbajo 3. Ricardo Palma en inglés3

Un día como hoy, hace sesenta y tres años, dejó de existir en Miraflores Ricardo Palma. Acabose su existencia física que no la extraordinaria vitalidad de su obra. Ciertamente ésta ha resistido el paso inescrutable del tiempo con el buen éxito reservado a los clásicos. Las Tradiciones peruanas se cuentan entre las mejores creaciones de la literatura hispanoamericana, y a ello débese sin duda que muchos estudiosos les dediquen horas hurtadas al descanso, o predestinadas con innegable empeño, para descubrir nuevas facetas de la magia verbal que las envuelve. En los Estados Unidos, después del Perú, es donde mayores logros ha alcanzado el palmismo, lo cual obedece en parte al temprano conocimiento de la obra de don Ricardo gracias a las traducciones y antologías que, sin propósitos exhaustivos, presentamos en los siguientes párrafos.

No parece existir otra selección de tradiciones vertidas al inglés que la publicada en 1945 por la editorial Alfred A. Knopf de Nueva York, la cual contiene treinta y ocho escogidos ejemplos de la ingente cantera palmina traducidos por Harriet de Onís bajo el título común de The Knights of the Cape. El tomito de doscientas sesenta y más páginas bien impresas adornadas aquí y allá con viñetas que reproducen las iniciales del autor y de la obra, mereció muchos elogios porque no sólo era el primer esfuerzo felizmente plasmado de traducir y salvar las dificultades que ofrecen a cada paso las tradiciones, sino porque era un logro muy digno de aplauso en la tarea de poner en contacto al clásico peruano con el público anglófono. Como era de desear, un glosario de algunas expresiones intraducibles acompañó al volumen, tanto como lo iniciaron, a guisa de prefacio, algunas páginas escritas por José Rollin de la Torre-Bueno y Thorne, un intelectual norteamericano de ascendencia y experiencia peruanas, así como otras de necesaria introducción de la traductora. En ellas, Harriet de Onís cala muy bien en el ambiente limeño que a Palma le tocó vivir, y no se equivoca al darle la calidad de fundador de la ciudad, porque si bien no estuvo al lado de Pizarro y sus compañeros, nos dice, merced a él se ha perpetuado su creación. En 1948, en The Golden Land, una antología del folclor latinoamericano, Harriet de Onís incluyó fragmentos de don Ricardo al lado de otros de escritores no menos célebres.

Sin embargo, en obras de contenido antológico y propósitos pedagógicos ya habían aparecido algunas tradiciones en la Unión. El Libro tercero de lectura de Carolina Marcial Dorado, editado por Gimm y Compañía, inserta las popularísimas «El alacrán de fray Gómez» y «Los mosquitos de Santa Rosa». La Antología de la literatura Hispanoamericana de Arturo Torres-Rioseco, publicada en 1939, en la que también aparece la tradición «El alacrán de fray Gómez», y los Cuentos de la América española de Alberto Vásquez, que vio la luz trece años más tarde y que reproduce «Una aventura del virrey poeta», pueden ser considerados buenos exponentes de la temprana preocupación que allá ha existido para presentar en español las obras literarias más representativas de nuestros países.

Lecturas Hispánicas, por Carlos García-Prada y William E. Wilson, profesores de español en la Universidad de Washington, que salió a luz en 1947 bajo el sello de la editorial D. C. Heath and Co., de Boston, y que recoge tres temas de las tradiciones adaptándolos al fin de la obra, constituye un audaz intento de valerse de las creaciones de don Ricardo para proporcionar material de lectura al estudiante de español, fin que exige no sólo textos especialmente ilustrativos de lo que se busca enseñar, sino todo un acompañamiento de ejercicios y material auxiliar. Por último, a esta necesariamente incompleta lista habría que añadir el libro de Mario B. Rodríguez, catedrático de la Universidad de Puerto Rico, en Mayagüez, titulado The Spirit of South América, texto de lectura publicado en 1957 que pretende ofrecer lo más notable de la civilización hispanoamericana tal como ha sido interpretado por sus propios escritores. Aparece allí una versión simplificada de la tradición «Una aventura del virrey poeta», a través de la cual el compilador ha intentado retratar la sociedad colonial en su aspecto más ligero. Como en el anterior ejemplo, se ha recurrido a la creación palmina para ofrecer un acabado ejemplo de buen narrar.

Desde 1945 en que se publicó la selección de tradiciones traducidas por Harriet de Onís, no se ha hecho otra semejante, lo que seguramente se debe a la enorme dificultad que entraña la empresa -máxime si tenemos presentes la riqueza y el colorido singularísimos del lenguaje palmino y las muchas expresiones coloquiales de que se vale y a la conocida vigencia y hasta familiaridad que existe con el idioma español en no pocos medios y círculos norteamericanos. La mejor prueba de este aserto la constituye una selección de catorce tradiciones originales publicada en 1969, con introducción y notas en inglés, por Pamela Francis para la prestigiosa casa Pergamon Press. Aunque impresa en la Gran Bretaña debemos considerarla editada también en los Estados Unidos ya que Nueva York es una de las importantes ciudades desde las que actúa dicha editorial. El bien diseñado tomo de ciento veintiuna páginas pertenece a la colección latinoamericana Pergamon Oxford y revela notables dosis de suficiencia en la selección, las notas y la bibliografía. Pamela Francis ha realizado ciertamente una gran labor en pro de la difusión del genio de don Ricardo en el ámbito anglófono.

Atribuir exclusivamente a tales obras el desarrollo del palmismo en Norteamérica sería, sin embargo, cometer una gran injusticia con los muchos lectores de las Tradiciones peruanas de épocas anteriores. Díganlo si no los miembros de la Sociedad Hispánica de América, con sede en Nueva York, y de la Asociación Americana de Profesores de Español, que hicieron a don Ricardo socio honorario de sus instituciones. Y si ello no bastara, tráigase a la memoria el mensaje de saludo colectivo que en agosto de 1919, dos meses antes de su sereno ocaso, le enviaron el presidente Wilson, el cardenal Gibbons, arzobispo de Baltimore, el Premio Nobel de la Paz Elihu Root, y los intelectuales y científicos Archer Milton Huntington, William R. Shepherd, Leo Stanton Rowe y Alex Hrdlicka, entre otros notables admiradores de su celebrado talento.




Arriba4. Palma en Norteamérica4

Los estudios palmistas en los Estados Unidos se iniciaron como parte de obras generales tales como la pionera Literary History of South America del notable hispanista Alfred Coester, publicada en 1916 y muchas veces reimpresa, La gran literatura iberoamericana de Arturo Torres-Rioseco y Las corrientes literarias en la América hispánica de Pedro Henríquez Ureña, obras clásicas que vieron la luz originalmente en inglés, con el respaldo de la Universidad de Harvard, en 1943 y 1945, respectivamente. En época más reciente, el notable investigador Ángel Flores se ha ocupado de don Ricardo con singular detalle en sus obras Historia y antología del cuento y la novela en Hispanoamérica, The literature of Spanish America y Masterpieces of Spanish American Literature, publicadas entre 1959 y 1974.

Al parecer, el primer estudio independiente, breve pero sustancioso, sobre Palma es el titulado «Ricardo Palma, tradicionista», escrito por George W. Humphrey y publicado en la revista Hispania en 1924. La tesis Estudio de los refranes de Ricardo Palma en las Tradiciones peruanas, presentada por Deodata Jiménez en 1933 para obtener una maestría en artes por la Universidad de California Meridional, debe de ser el primero de este género de recomendables y casi siempre rigurosos estudios. El trabajo de Ruth Sievers Thomas sobre las fuentes empleadas por don Ricardo para escribir sus relatos, materia de su disertación doctoral en la Universidad de Washington en 1938, merece justiciero encomio por la notable labor de investigación que denota. Tres años después, E. M. Hazelwood presenta otra tesis doctoral en la Universidad de California Meridional en la que se ocupa de las actitudes religiosas retratadas en las Tradiciones peruanas. Y en 1951 K. W. Webb elige como materia de otra tesis similar, esta vez en la Universidad de Pittsburgh, el interesante tópico de la técnica palmina y la recreación de la Lima colonial.

Párrafo aparte exige la tesis que en 1962, en la Universidad de California en Los Ángeles, presentó Shirley L. Arora sobre las comparaciones proverbiales en las tradiciones, la misma que cuatro años después mereció ser publicada por la editorial de dicha casa dentro de su serie de estudios folclóricos. Se trata de una magnífica investigación que descubre las raíces populares de los relatos de don Ricardo a lo largo de una minuciosa ordenación y compulsa de las frecuentes comparaciones en que es tan rico el lenguaje palmino.

Los tres palmistas, todos ellos autores de sendas tesis doctorales, más destacados hoy día en los Estados Unidos son Merlin D. Compton, William R. Wilder y Roy L. Tanner. A Merlin D. Compton la cultura peruana le debe un gesto de reconocimiento porque desde 1952 dedica sus mejores esfuerzos al estudio y la difusión de Palma y lo palmino, o, lo que es lo mismo, al conocimiento más cabal de una valedera aunque risueña imagen del Perú. De él nos hemos ocupado en una reseña de su magnífico libro Ricardo Palma. William R. Wilder ha labrado un estudio sobre los elementos románticos en la primera edición de la primera serie de las tradiciones; presentado a la Universidad de Saint Louis en 1966, denota igualmente mucho método y análisis. Y Roy L. Tanner, el palmista más destacado de su joven generación, ofreció en 1976 a la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, un excelente trabajo sobre el arte de la caracterización en selecciones representativas de las tradiciones. Tanner sigue en forma brillante el ejemplo de Compton porque, además de sendos artículos ya publicados acerca del retrato literario realizado por Palma y el arte de la caracterización en «Don Dimas de la Tijereta», y numerosas ponencias y artículos de próxima aparición, tiene listo para entrar en prensa un excelente estudio sobre el estilo de humorismo en las tradiciones.

Con ser muchos y muy buenos, los títulos mencionados no son sino los que corresponden a los trabajos pioneros y a las tesis. El centenario del nacimiento de Palma, en 1933, dio lugar a recuerdos y comentarios aparecidos en conocidas publicaciones periódicas, así como los Congresos de Catedráticos de Literatura Iberoamericana han sido ocasión no desaprovechada por más de uno de ellos para presentar monografías de algún significado, v. gr., sobre el valor folclórico y estilístico de las tradiciones o los motivos de ironía y sátira presentes en ellas. Un escueto inventario de las materias enfocadas en distintas y distantes revistas especializadas tendría que acoger las relaciones entre Ricardo Palma y la profesión legal, el problema de la poesía romántica, el teatro peruano contemporáneo, y los tradicionistas mexicanos, sin olvidar que también se le ha enfocado como poeta depurador o en relación a una sonada polémica periodística con el inquieto escritor español Eloy Perillán Buxó, o también en cuanto a sus lecturas en lenguas extranjeras, sus Tradiciones en salsa verde, «Los ratones de fray Martín», «Carta canta» y otras materias de índole heurística. Habría también que mencionar la bibliografía debida al ya citado Ángel Flores y los estudios de nuestros compatriotas padre Rubén Vargas Ugarte y José Miguel Oviedo, este último radicado desde hace algunos años en los Estados Unidos. Avalan tales estudios las autorizadas firmas de los conocidos investigadores Sturgis Elleno Leavitt, Luis Monguió, Ernest Stowell, Daniel R. Reedy, Enrique Anderson Imbert, Lewis H. Rubman, Raquel Chang-Rodríguez, Carlos García Barrón, Conchita H. Winn y otros.

Desde un punto de vista próximo a la estadística, podría añadirse que entre 1930 y 1960 cada dos años veía la luz un nuevo aporte palmista, bien sea artículo o tesis, y que desde este último año no termina un calendario sin que se escriba algo nuevo. Existen trabajos inéditos de Ángel Flores y C. Norman Guice, aquél una antología crítica de Palma, éste una recopilación de cartas del tiempo de la ocupación de Lima durante la Guerra con Chile, además del ya citado de Roy L. Tanner y de las tesis doctorales mencionadas, algunas de las cuales, sin embargo, es posible conseguir mediante el eficiente aunque costoso servicio de xerocopia.

En fin, para rematar esta fatigosa excerpta recordemos que nuestro compatriota admiraba la «robusta y galana fantasía de Edgar [Allan] Poe» tanto como condenó siempre cualquier abuso del poder o del derecho, y que en horas de infortunio para su amada Biblioteca elevó una altiva protesta al ministro norteamericano residente en Lima, autorizado representante de la nación donde el palmismo hace hoy brillante escuela.





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