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San Juan de la Cruz, poeta del amor profano [Reseña]

Domingo Ynduráin





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Nieto presenta ahora un estudio dedicado exclusivamente a la Noche, estudio en el cual amplia, perfila y rectifica algunas de las opiniones expuestas por él en su libro San Juan de la Cruz místico, rebelde, poeta. Es de resaltar la probidad intelectual de Nieto cuando señala las equivocaciones cometidas en su anterior enfoque y las nuevas perspectivas desde las que aborda su nueva interpretación.

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Quizá sea este cambio lo que haya llevado a Nieto a realizar no sólo una interpretación de la poesía sanjuanista, sino a plantearse las cosas de una manera más general, empezando por reflexionar sobre el método adecuado para estudiar una obra tan peculiar y compleja como la de San Juan. Nieto advierte, y con razón: «La tarea [...] tiene que justificarse no tan sólo por sus resultados sino también por su método [...] y es hora de que el crítico use del mismo método que el poeta, o sea, que haga uso de la imaginación como acto iluminador de la creación poética cuando esta está envuelta en la nada del dato histórico y en el misterio literario» (p. 17); reclama, pues, la ayuda de la imaginación y la fantasía para reconstruir y completar aquellos datos imposibles de precisar por otros medios; es decir, defiende el uso de hipótesis de imposible comprobación objetiva pero que se justifican por la coherencia interpretativa en la que se integran los datos reales y los irreales, o virtuales (ver p. 28).

Por otra parte. Nieto establece con claridad su punto de partida, en cuanto método y objetivos: «[...] es hora ya de dedicar un estudio a la noche poética exclusivamente desde el punto de vista de una critica estética literaria, sin la necesidad de verse uno forzado a acoplar y ajustar las conclusiones a una verificación con los comentarios teológicos de Fray Juan a su Noche poética» (p. 33); quiere estudiar «la Noche como poema y no como tratado místico» (p. 36). A mi entender, es un propósito inobjetable. Se puede, por supuesto, discutir -y discrepar- del grado de inclusión que se da entre la poesía y las declaraciones o comentarios, pero nadie puede razonablemente rechazar que se dedique un estudio a la poesía como tal poesía.

Desde estos presupuestos, José C. Nieto emprende el estudio concreto de la Noche. Utiliza lo que llama asedio (p. 153), intentos de aproximación que recuerdan el círculo de Spitzer y el modo de Dámaso Alonso. Compara Nieto la poesía de S. Juan con la de Sebastián de Córdoba y Garcilaso (cap. XI); la conclusión es que la de San Juan tiene más conexiones, está más próxima a la de Garcilaso que a la de aquél, frente a la opinión contraria sostenida por D. Alonso. A la vista de los argumentos y confrontaciones, creo que tiene razón Nieto.

Por otra parte, el autor estudia las variedades de las distintas versiones, como es lógico. A mí me parece, a este respecto, que concede demasiado valor a algunas variantes ya que, por ejemplo, el verso «Amado en la amada transformado», no sólo altera la rima, sino que rompe la medida del endecasílabo, u obliga a una lectura forzada. Sí es indicio, esa y otras variantes, de que el copista en cuestión no ha entendido, o no está de acuerdo con el texto que copia, pero no creo que se puedan atribuir a San Juan.

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Realizado este cerco o asedio. Nieto se lanza al asalto de la Noche. Su tesis fundamental es presentar a San Juan como poeta del amor profano (p. 29; ver pp. 30 y 31). Esta es la tesis y la conclusión, como veremos. Para llegar a ella, comienza Nieto por dilucidar si, en la Noche, hay un sentido alegórico o simbólico; esta es su argumentación, eje y base de todo el libro, copio: «Si ahora nos hacemos la pregunta: ¿es el poema En una noche un símbolo?; la respuesta tiene que ser un no. Si fuese intencionalmente escrita como símbolo teológico o filosófico, etc. Fray Juan hubiera habido hecho uso del artículo indeterminado En una Noche, sino del determinado En la Noche. El hecho de que Juan usó el uno y no el otro nos permite desvelar el secreto de su composición poético-temática y descubrir que En una Noche como poema no estamos tratando con símbolos sino sólo con imágenes» (p. 81; ver p. 156).

Hay que valorar en su justa medida este análisis de Nieto pues supone un intento de evitar las especulaciones ideológicas y las opiniones apriorísticas para buscar una sutil distinción de carácter gramatical. Habrá a quien no le convenza la utilización del término «artículo indeterminado» para una, o quien discuta la aparición del mismo artículo en «Tras de un amoroso lance», o en «Un pastorcico solo, está penado» (ver sobre El Pastorcico, p. 118), o quien objete la relación causal entre la presencia o ausencia de un articulo y el carácter simbólico pero no cabe duda de que la diferencia entre Una noche y la noche es real, está en el texto, no es fruto de la fantasía del comentarista.

Una vez llegado a esta conclusión, Nieto avanza un paso más y aborda el posible contenido doctrinal o religioso de la Noche y no lo encuentra, ni siquiera cree que haya ningún elemento neoplatónico, de un deísmo más o menos difuso. Estas son sus palabras: «El amor que aquí se describe permanece intensamente en el plano horizontal, y no tiene apertura al eros del amor divino platónico-renacentista que aún se percibe y siente en todo su pathos poético en algunos versos del secular poeta del Renacimiento español cantor del amor profano, como lo fue Garcilaso» (p. 127; ver 139, 140, 216); a este respecto, es especialmente interesante la interpretación del verso «amada en el Amado transformada», interpretación que rectifica la expuesta por Nieto en su libro anterior.

En una palabra. Nieto no encuentra -y en esto tiene más razón que un santo- ningún elemento o rasgo que obligue a interpretar la Noche de acuerdo con las vías purgativas, etc., que aparecen en las declaraciones en prosa. Más bien, piensa Nieto, se trata de un poema de amor humano y «el espacio de la Noche es muy real, muy natural   —355→   y concreto, mientras que el tiempo es puro presente sin pretérito ni futuro» (p. 125); ese lugar o espacio podría ser muy bien, dice Nieto, una casa burguesa de Toledo, de la que sale la amada; referencia espacial semejante a las «ínsulas extrañas» del Cántico, que Nieto identifica con el Nuevo Mundo (pp. 142 y 144).

Asentado esto, Nieto interpreta así el poema: «La estrofa 5 narra el encuentro y consumación del amor en unión sexual entre la Amada y el Amado. Estrofas 6-8, narran el momento posorgásmico, el relajamiento psíquico y físico; el estado poserótico y la suspensión de los sentidos» (p. 41), análisis que le permite realizar una sutil interpretación teológica: «Hemos visto además que no hay marcas cristológicas en el Amado de la Noche como por el contrario claramente aparecen en el Cántico espiritual, Un pastorcito, etc. Mística y teológicamente hablando, todo juego de amor refinadamente sensual y erótico huelga después de la unión mística. Es por esto que las tres últimas estrofas crean el problema más serio a todo este poema si se quiere insistir en verlo como una alegoría del amor místico» (p. 200); otro argumento, en el mismo sentido, es este otro: «Nótese aquí dos puntos cardinales. En primer lugar, que baja y no sube por la secreta escala. Que yo sepa jamás se ha usado el bajar por la escala con simbolismo de ascenso místico» (p. 45).

La consecuencia es obvia: «Nótese, pues, que reiteramos aquí que el Cántico juancruciano, así como también todos los otros poemas, son altamente alegóricos. La excepción lo es sólo la Noche» (pp. 75-76). Entonces, se preguntará el lector, ¿qué es la Noche? Nieto tiene una respuesta: es un poema de amor profano (ver pp. 230, 232, 233); y de acuerdo con ella, vuelve a interpretar el texto, siguiendo el método de aproximación, cerco y tientos que se había propuesto desde el principio. Así, penetra el misterio de este poema, desvelando lo que constituye el elemento más profundo de la cosa:

«Tenemos, pues, que explorar el sentido de la palabra juancruciana, el sustantivo cuidado en este poema. Creemos que lo que hace a esta palabra tan íntima, tan sugerente y esencial es el que no sea un cuidado cualquiera, sino mí cuidado. Se puede deducir, pues, que si el sustantivo cuidado a secas significa solicitud y preocupación, prestar atención, velar, cuidar, etc., mi cuidado, cuando se trata de una joven renacentista, pues no hablamos de las de ahora, debe referirse a la virginidad celosamente guardada por la moza Amada de la Noche. Consecuentemente, la descripción:


dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado

sería la descripción eufemística del hecho poético de que la Amada   —356→   perdió su virginidad y fue mancillada en medio de las puras azucenas, y así yace entre ellas despreocupada, dejando su cuidado "olvidado"».


(p. 201; ver 202-203)                


Y continúa Nieto: «Creo que sería muy difícil poder buscarle otra interpretación. Sí así es, el poema finaliza no con la unión sino con el sentido pleno de desfloración entre lirios y azucenas» (p. 203; ver pp. 222-223), donde compara con Melibea y Garcilaso). Es decir que las estrofas 6-8 que narran el momento posorgásmico (p. 41); «el juego de amor refinadamente sensual y erótico que huelga después de la unión mística» (p. 200) es la marca de un proceso en el cual el orgasmo se produce antes de la desfloración, y ésta tiene lugar en el momento de relajamiento psíquico y físico, en el momento de la suspensión de los sentidos.

Dada la audacia de esta tesis que interpreta cuidado, apoyándose en la presencia del posesivo mi (ver antes, el artículo una de la Noche), como despojo de la lucha amorosa, recordaremos que el «rompe la tela» del Cántico ha sido interpretado de la misma manera por Nieto y otros autores. Además, no es -al parecer- el único caso en que se produce una velada o eufemística referencia a otros elementos eróticos. Comentando «mi pecho florido», escribe Nieto: «Florido nos describe el volumen de los pechos rematados, floridos con los botones de la flor de los pezones... de rosas. [...] Así lo vio muy bien el carmelita Argimiro Ruano, en su libro San Juan de la Cruz clásico, donde nos dice con respecto a esta misma imagen y estrofa la siguiente: "La elaboración refinada que supone esta estrofa difícilmente puede comentarse, fuera de su repetición, sobre repetición. Los materiales castellanos, sin embargo, helos aquí"». Y a continuación cita la Coronación, de Juan de Mena, cuya estrofa en particular dice así:


«Los sus bultos virginales
de aquestas doncellas nueve
se mostraban bien a tales
como flores de rosales
mezclados con blanca nieve».


(p. 66)                


donde, si yo no entiendo mal, Nieto y el carmelita interpretan que los bultos son las tetas de las doncellas nueve, cuyo color es el blanco de la nieve mezclado con el rojo de las rosas. Es combinación obligada, si no me equivoco, en la descriptio superficialis y aparece en Virgilio (XII, 67-69), Horacio (Od. X, lib. III), Ovidio (Met. III, 423; Amores, III, 3, 5-6), Tibulo (III, 4, 29-34), Propercio (Fastos, IV, 151), y, a partir de estos y otros textos, se encuentra en los Carmina Burana, Li Cantes de Graal, Perceval, Ventadorn, Pierre Vidal, etc., y tantos otros que Tirso, en Los Cigarrales ya dice: «[...] porque si alego la leche mezclada   —357→   con claveles, los jazmines entretejidos de rosas, ni las igualan, ni es justo traer ejemplos tan comunes».

Pues bien, en todos estos casos, refieren lo mismo que Mena en el texto reproducido por el P. Ruano.

La única variación que se me ocurre es la que aduce fray Martín de Córdoba en el Jardín de nobles doncellas: «Donde es aquí de notar, según San Jerónimo, que la virginidad es como el lirio blanco; la vergüenza es como una rosa colorada». No me parece suficiente apoyatura.

Pero sea como quiera, lo cierto es que Nieto supone y defiende esto: «el gozo estético que nos produce este poema es el gozo de las formas más bien que el de las ideas o contenido poético» (p. 127), lo cual, dados sus planteamientos, parece inobjetable.

En cuanto a la dificultad de que un santo carmelita como San Juan de la Cruz haya escrito -y difundido- un poema de amor humano como éste. Nieto dice: «¿Quién mejor que un fraile sensitivo al amor de Dios y a la insistencia de la carne como expresión y anhelo de proyección del yo en el acto de la procreación, podría concebir un poema de un amor sigilosamente consumado en el secreto de la oscuridad de una noche?» (p. 212). De esta manera, según Nieto, los comentarios en prosa serían una «máscara mística» para ocultar el verdadero sentido del poema. Este sería el proceso: «La poesía En una noche oscura la guardó Fray Juan celosamente sin comunicar con nadie sobre dicho tema hasta más tarde, cuando el Cántico espiritual, con su obvia alegoría religioso-sexual, había sido bien recibido y asimilado dentro de la comunidad carmelitana. Fue el Cántico, pues, que sirvió como modelo o paradigma sutil para cantificar el poema de la Noche y revelar su amor profano como símbolo del amor divino. Una vez que el Cántico hizo sus sentidos efectos en las comunidades carmelitanas, entonces Fray Juan simplemente hizo accesible su poema del amor profano porque el embarazo o peligro de una lectura a lo profano había sido eliminada» (p. 188; ver pp. 191 y 225).





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