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Sátira contra los malos versos de circunstancias


Mariano José de Larra








... El corazón entero y generoso
al caso adverso inclinará la frente
antes que la rodilla al poderoso.


Rioja.                




   No hay cosa, Andrés, como nacer poeta,
no hay plaga que al alumno de las nueve,
no hay mal que infeliz no le acometa.

   ¿Creerás que huyendo de la turba aleve
de los necios, sin fin, siempre he buscado
un rincón en el mundo oscuro y breve,

   donde esconderme de ellos resguardado?
¿Y presumes que en balde lo pretendo
desde que la razón su luz me ha dado?

   Donde quiera que voy, vanme siguiendo;
agárranse de mí, como la hiedra
del árbol que la vive sosteniendo.

   Entre los pies me nacen, como medra
entre cepas la grama; que parece
que aquí produce un necio cada piedra.

   Ni me sirve correr, que también crece
su paso con el mío, ni el embozo
en los ojos llevar aunque tropiece.

   Me ven, y danme gritos sin rebozo.
¿No es el fatuo don Blas aquel que alarga
el paso allá detrás con tanto gozo?

   ¡Ay del que sufra su infernal descarga!
¿Es él, mi Andrés? Pues en mi busca viene,
que tengo de eso mi experiencia larga.

   No hay escapar, que hablarme se previene.
Ayúdame a salir de tanto aprieto,
y dejémosle aquí si nos conviene.

   «¡Don Juan! -¡Don Blas! -Os busco. -¿Sí? -Un soneto
os tengo que pedir. -Andrés, ¿no digo?
-No os le perdono por ningún respeto:

   que sobre ser poeta sois mi amigo.
-Pues ¿qué ocurrió, don Blas? Vuestra honda saña
¿qué vestigio mató, qué alto enemigo?

   ¿Otra América hallasteis para España?
¿Qué bienes a la patria le produce
vuestro insigne valor o vuestra hazaña?

   -¿Qué patria? ¿Qué valor? ¿A qué conduce
todo eso que mentasteis tan prolijo?
Causa mayor mi gozo reproduce.

   Un chico me nació. ¿Nadie os lo dijo?
-¡Jesús, sea enhorabuena! ¡Os juro, hermano,
que es caso singular! ¿Hay tal? ¿Un hijo?

   Dios os le haga, don Blas, muy buen cristiano.
-¿Os vais? -Estoy de prisa. -¡Oíd! Mohíno
quedo, don Juan. -Don Blas, bésoos la mano.»

   ¡Voto a tal que el asunto es peregrino!
¿Lo oíste, Andrés? ¿No exige el majadero
que las gracias le cante del mezquino?

   Pues esto a cada punto más certero
que un destino se encuentra el pobre vate,
o que un bolsón henchido de dinero.

   Pídenos versos otro, más orate,
porque se casa. ¡Pícara demencia!
¡Mala mujer le hostigue y maltrate!

   ¿Y versos va a buscar? Busque paciencia,
pues bien la ha menester aquel bolonio
que se pone en tan dura penitencia.

   Pues otro que andará por esos trigos
envuelto en paño negro, solitario,
no pedirá consuelo a sus amigos;

   vendrá a pedirme un canto funerario
porque ha enviudado de su casta esposa.
De elegías se deje el perdulario,

   «¡ay, que me fue tan buena, tan virtuosa!».
¡Embustero! Ponzoña tan nociva
guarde encerrada la inclemente losa.

   Vaya; entiérrela presto, no reviva,
y descanse del susto el maridazo.
Mas si tanto la quiso cuando viva,

   calle y llore en silencio su porrazo;
que más dice una lágrima abrasada,
que no el yerto poema de un pelmazo.

   ¿Yo a todo he de hacer versos? ¡Qué! ¿Templada
habrá de estar mi musa a todas horas,
y a todo como cera preparada?

   Pues deja, que ya atruenan las sonoras
campanas y cañones. ¿Por ventura
públicas fiestas hay? ¡Bien! Las canoras

   liras se templen, porque el tiempo apura.
Versos haya en la próximas funciones.
Versos vomite el vate con premura1.

   Ya el resplandor de innúmeros hachones,
que confunden la noche con el día,
nos deslumbra en ventanas y balcones.

   Y no es nada la pública alegría,
ni es la función magnífica y completa
si el vate no aumentó la algarabía.

   Fulmine la Tertulia a la Luneta
en papeles azules y encarnados
las lisonjas del mísero poeta;

   como suelen llover santos pintados,
concluida la cuaresma, en aleluyas,
que arrebatan los chicos a puñados.

   Ni te excuses, Andrés, ni le arguyas,
ni al viento vuelvas para huir la proa;
no han de valerte las razones tuyas;

   que habrá quien luego la opinión te roa,
si no haces de la noche a la mañana
un himno por lo menos, o una loa.

   Salga el Pirene con figura humana,
y la España, en el diálogo terciando
la coronada villa mantuana,

   y aparezca el Olimpo relumbrando,
y hablen Mercurio, Júpiter, Minerva,
que es cosa nunca vista; y todo el bando

   de la usada alegórica caterva,
mas que a todos nos tenga bien molidos
esa canalla idólatra y proterva.

   Mas oye, que ya zumba en mis oídos
el rumor de los versos que a millares
por las troneras bajan impelidos.

   Atruena el bronce los inmensos mares,
el vate empezará de circunstancias,
y levanta su frente Manzanares.

   Y acaso entre metáforas más rancias,
salve o salud, continuará diciendo,
y una oda embutirá de extravagancias.

   A Febo en ella invocará, fingiendo
modestia y miedo, porque su arpa de oro
templada nunca estuvo al son tremendo.

   Sin olvidar aquello de decoro,
y de la Iberia al sol, luciente estrella
y puebla en viento y su cantar sonoro;

   tal confusión atarugando en ella,
de contento, de gloria, de esperanza,
de aurora, de horizonte y de centella,

   de dicha y de ventura y bienandanza,
del iris de la paz, de corazones,
de discordia apagada y de venganza;

   que no habrá quien entienda dos renglones,
si antes, para espantar al diablo oscuro,
diez conjuros no le echa y bendiciones.

   ¿Yo he de hacer un soneto, estruendo puro?
¿Yo he de alabar en versos de hojarasca
al soberano, Andrés? No; te lo juro.

   No haya función, si quieren, sin tarasca;
mas sé alabar yo poco, soy sincero.
La lisonja en las fauces se me atasca.

   No porque al rey ¡pardiez!, no amo y venero;
me estimo ¡vive Dios!, tan buen vasallo
como cualquier poeta chapucero.

   Mas no mis fuerzas suficientes hallo,
y para no aturdirle con sandeces,
le amo en silencio, le respeto y callo.

   Pero si alguna, en fin, de tantas veces
le hubiere de ensalzar, echando afuera
sesquipedales voces y vejeces,

   ya que indigna y humilde no creyera
de tan excelso honor el arpa mía,
«buen rey, en versos claros le dijera;

   ese aplauso que escuchas y alegría,
de gratitud son muestras generosas,
que hasta el trono, señor, tu pueblo envía;

   tu pueblo que con lágrimas copiosas
de antiguas glorias los recuerdos tristes
llora, y por cuyo bien nunca reposas.

   Tú a la España benéfico infundistes
nuevo aliento, señor, tú a glorias nuevas
con tu noble tesón la dispusistes.

   Y acaso tornarán. Ilustres pruebas
responden de tu amor por todas partes;
tú con las ciencias hasta el cielo elevas

   el esplendor hermoso de las artes;
dasles hogar2, y premios y laureles
a sus alumnos tímidos repartes.

   Tú un santuario sublime a los Apeles3,
a los Zeuxis de España consagrando,
y a sus Fidias también y Praxíteles4,

   para la patria en él irás formando
Canos, Murillos, cuya falta llora,
émulos dignos del romúleo bando;

   tú a la dulce armonía halagadora
digna escuela ofreciste5. Tú levantas
con tu pródiga mano bienhechora

   nuevo templo a las musas6. ¡Oh!, de cuántas
naciones envidiado, que descuella
mayor grandeza entre grandezas tantas.

   Tú al Terencio español la honra más bella,
la recompensa das más esplendente,
que nunca pudo ambicionar su estrella7.

   Tú eternos monumentos, reverente
y justo, a Temis erigiste8. El oro
tú al seno de la patria nuevamente

   le arrancas9; que la América el tesoro
no rinde a la metrópoli en tributo,
triste ocasión de nuestra afrenta y lloro.

   En llanto apenas del colono enjuto,
pueblos enteros a tu impulso nacen,
que en gozo truecan el dolor y el luto10.

   La honra perdida y crédito renacen11;
no hay para ti costoso sacrificio,
que a tu voz los estorbos se deshacen.

   Para siempre aniquilas el suplicio
que holló la noble dignidad del hombre12.
Cada aurora un reciente beneficio

   viene en los pechos a grabar tu nombre.
¿Quién lo dirá?... ¡En sus páginas la historia
quizá a tus hijos con su cuento asombre!

   Esto es mejor, buen rey, que una victoria.
¡Plegue al cielo, señor, de tu reinado
hacer eterna la naciente gloria!».

   Esto entre tanto vate adocenado
ni uno jamás le dijo. Así le hablara,
si mi numen a tanto fuera osado.

   Que es mi alabanza, cuanto justa, clara
sin enturbiar las ondas del Pactolo,
ni el curso blando de la fuente avara.

   Sin llamar en mi auxilio al rubio Apolo,
ni andarme por los cielos tras las musas:
para decir verdades basto solo.

   Que eso de echarse, Andrés, en mil confusas
y altisonantes voces sin sentido
a buscar por las nubes garatusas,

   y amontonar a tientas de seguido
sin salir del eterno formulario,
que ni es del ensalzado apetecido,

   encomio sobre encomio mercenario,
más que incensar a un hombre generoso
es tirarle a la cara el incensario.

   Mejor como el de Aguino vigoroso,
en levantar diviértome una ampolla
con cada verso al necio y al vicioso;

   el estruendo dejando y la bambolla
del estro metafórico afectado
al que ha de echar sus versos en la olla.

   Ni pido, ni ambicioso: bien hallado
me estoy con esa honesta medianía,
en que es independiente el hombre honrado.

   Ni he mester para atacar un día,
como es feudo, a mi rey, que el oro suyo
descienda a desatar la lengua mía.

   Mas reniego de ti, si el numen tuyo,
Andrés, a todo viento se menea,
y que eres torpe adulador concluyo.

   ¿Versos al que en la cuna bambonea?
¿Y al que vive más versos y al que muere?...
¡Mal haya quien los haga y quien los lea!

   Yo quiero por mi parte, si acudiere
a importunar al Dios que nos inspira,
para versos que un necio me pidiere,

   que airado el numen de la torpe lira
rompa las cuerdas que mi indigna vena
vendiere a la lisonja o la mentira.

   Y contento seré si en justa pena
de la verdad hollada me desdeño,
a que nunca la diga me condena.

Consiento en que, mirándome con ceño
la musa airada, que mi fuego aviva,
mis versos den, a quien los viere, sueño.

   Quiero, en fin, que por pena me prescriba
un moderno Calígula, en mi mengua,
que aquellos versos que adulando escriba,
borre yo mismo con mi propia lengua.







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