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Semblanza de Sejano

María Pilar González-Conde

En el libro IV de los Anales, Tácito dedicó algunos capítulos a hacer una semblanza de la figura de Sejano. Este ecuestre se convirtió en prefecto del pretorio (al mando de las unidades que formaban la guardia personal del Príncipe) de Tiberio, y mano al parecer en la mano ejecutora de la política imperial, especialmente desde el exilio de Tiberio en Capri.

El retrato taciteo es totalmente negativo, convirtiéndole en culpable de la represión ejercida durante esos años, una operación de «limpieza» de adversarios políticos, que tendría como principal objetivo la aniquilación de la familia directa de Germánico, el hijo adoptivo de Tiberio.

El año 31 d. C. se produjo la caída y muerte de Sejano y su familia, el cambio en los círculos de poder próximos al Príncipe, y con ello el acercamiento de Gaio (Calígula), el hijo menor del difunto Germánico, quien finalmente se convertiría en sucesor al trono. Su promoción al más alto puesto del Imperio suponía el triunfo de una rama de la familia claudia que procedía directamente de Livia, a través de su hijo Druso y de su nieto Germánico.

La historia de Tiberio, como la del resto de la dinastía julio-claudia, ha sido vista sobre todo a través de los ojos de los senadores y ecuestres represaliados por estos monarcas, que sus sucesores se encargaron de conservar. La versión de Tácito sigue esta línea de transmisión.

«El año del consulado de Gayo Asinio y Gayo Antistio hacía ya nueve que Tiberio gobernaba el Estado en orden, con su casa floreciente -pues la muerte de Germánico la contaba entre las prosperidades-, cuando de repente la fortuna empezó a desbaratarlo todo, y él a dejarse llevar por la saña o a prestar su fuerza a quienes con saña obraban. La causa y principio fue Elio Sejano, prefecto de las cohortes pretorianas, a cuyo poder ya aludí más arriba; ahora contaré de su origen y carácter, y de los medios tortuosos por los que se lanzó a la conquista de un auténtico poder absoluto. Nacido en Bolsena e hijo del caballero romano Seyo Estrabón, perteneció en su primera juventud al círculo de Gayo César, nieto del divino Augusto, sin que faltara el rumor de que había vendido torpes favores a Apicio, un rico derrochador. Más adelante sedujo con artes varias a Tiberio, de manera que logró para sí solo la abierta confianza de aquel que tan sombrío resultaba para los demás; y no tanto por habilidad -pues acabó vencido por las mismas artes- cuanto por ira de los dioses contra el Estado romano, al que tanta calamidad reportó su poder como su caída. Tenía un cuerpo resistente a las fatigas y un espíritu audaz; hábil para ocultarse a sí mismo, y también para acusar a los otros; la misma medida para la adulación y la soberbia; al exterior un afectado recato, por dentro la ambición del máximo poder, y para lograrlo usaba unas veces de la prodigalidad y el fasto, y más a menudo de la industria y la vigilancia, no menos dañinas cuando se fingen por apetencia de reinar».

(Tácito, Annales, 4, 1, 1-3. Edición de José Luis Moralejo, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 1984, pp. 265-266.)