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...Sermón perdido : (crítica y sátira)
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     ...Sermón perdido : (crítica y sátira)
     Alas, Leopoldo
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  -249-  

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Poesías por Carlos Fernández y Shaw. (Librería de Gutenberg, Príncipe, 14).- El ideísmo, por Campoamor.- Metafísica a la ligera, por Valera.


Mucho tiempo hace que yo no hablo de tomos de poesías. Cada vez recibo menos y me doy la enhorabuena. Hace pocos años los ensayos, arpegios, preludios, cantos, ayes del alma, rayos, sombras (que con todos estos y muchos más apellidos salen a luz los versos) llovían sobre mi mesa. Ahora pasan meses y meses y no llega ni una mala carta. ¿Será que se publican menos renglones desiguales? ¿Será que el silencio con que doy mi parecer sobre tanta poesía, retrae a los poetas de enviarme sus obras?

Las poesías del Sr. Fernández Shaw merecen que se las considere como excepción y se hable de ellas y su autor con leal franqueza.

Es la primera vez que doy mi opinión por escrito   -250-   acerca de los méritos artísticos de este poeta andaluz, tan joven y tan alabado por la mayor parte de los periódicos.

Al frente de sus poesías aparece su retrato. Es un oportuno aviso para que el lector sepa a qué atenerse. Se ve en seguida que se trata de un niño. En sus labios gruesos se nos antoja ver todavía la humedad de la leche con que se nutrió en su primera infancia; no aquella leche de las escuelas de que hablan los críticos al juzgar a Quintana, sino la de una madre, una nodriza o un biberón, pero en fin, leche sin metáfora. Por si no bastara el retrato, el autor nos dice en la primera página del libro: «Diecisiete años llevo en el mundo y cerca de cinco emborronando cuartillas». Es decir, que el señor Shaw desde los doce años escribe versos. Yo conozco a muchos que los han escrito antes; pero la gracia no está en escribirlos sino en publicarlos y atreverse a someterlos al fallo de la opinión. De todas suertes, aunque el señor Shaw cometiese un crimen de lesa literatura, no sería a él a quien podría exigírsele responsabilidad criminal.

Como es absurdo tratar a un niño con la severidad que suelen merecer los hombres, anuncio, desde ahora, que cuanto haya aquí de censura se dirige a las personas que tengan que responder civilmente de los actos del poeta gaditano.

Lo primero que se nota en los versos de Shaw   -251-   es mucha facilidad para construir estrofas numerosas, que halagan el oído y se deslizan suavemente sucediéndose en vertiginosa corriente. Hay abundancia de palabras nobles sino siempre exactas, el instinto del bien decir, aspiraciones al colorido clásico de la tierra del poeta, todo lo que anuncia al que nació para cultivar aquella literatura de la que se puede decir:


¡Cuán gárrula y sonante por las cañas!

Lo malo es que esa poesía no es buena; ni siquiera es poesía; es música. Por eso en los versos de Shaw, ni con la mejor intención se puede ver nada que anuncie al ingenio poderoso, original, que llegará a decir algo por su cuenta, algo que haga pensar o sentir. Si las poesías de este niño le levantan un poco sobre el nivel de los que a sus años escriben odas a los tiranos y a los montes altos otras grandezas así, es sólo en cuanto a la forma del lenguaje poético; pero su pensamiento todavía duerme -acaso por buena suerte- el dulce sueño de la inocencia; todas las ideas son vulgares, más vulgares cuanto más rimbombante es la frase, y en lo patético como en lo que pretende ser filosófico, se ve no más que la repetición de lo que se ha leído en los autores sin entender lo que significa,   -252-   por lo menos entendiéndolo como puede un niño entender las amarguras de los viejos cuando dan lecciones de experiencia.

Otros, a la edad del señor Shaw, escribieron ya versos de sustancia, sincera impresión de lo que sentían; pero estos no cantaban a Nerón ni al Himalaya, ni pretendían pintar grandes cuadros de la naturaleza acumulando luces, truenos, brisas, nieblas, rayos y toda esa insoportable tramoya de los poetas nihilistas de nuestra hermosa Andalucía y otras provincias. Si el señor Shaw no es un poeta adocenado, no lo debe ciertamente a lo que dice, sino a la delicadeza que suele haber en lo más exterior de la forma, en el elemento más material de la poesía y a la abundancia y facilidad, que pudieran servirle mucho si estuviera de Dios que llegase a ser un buen poeta.

Estoy diciendo todo esto con pena, porque temo que los imprudentes elogios de ciertos amigos funestos, hayan despertado en el niño de quien hablo una precocidad lamentable: la precocidad del orgullo. Si el señor Shaw es de los que sólo admiten incienso, no lea este artículo. Recuerde, si está engreído (ojalá no) que cierto joven a quien aplaudió el público en el teatro, con lamentable imprudencia, llegó a caer tan bajo, que a estas horas él mismo debe estar persuadido de que no sirve para poeta. Nada le cuesta a un gacetillero imprudente descubrir   -253-   un genio cada semana. Lo malo es que esos portentos hebdomadarios se lo creen.

Al señor Shaw le han aplaudido mucho en el Ateneo, donde en materia de poesías hay un optimismo que de puro exagerado parece ya finísima ironía. Pero me apresuro a decir que no lo es. El Ateneo en masa no es irónico y puede asegurarse que no lo será nunca; cuando aplaude, aplaude de buena fe. Yo no he querido llevar hasta ahora mi jarro de agua en tributo de consideración y aprecio ante el joven poeta. Dejé hacer, dejé pasar. Tiempo había.

Y en efecto, ahora es la ocasión. Su tomo de poesías me autoriza para decirle lo siguiente:

Puede asegurarse que no es un genio.

Puede llegar a ser un poeta muy estimable.

Para ello necesita:

Escribir menos por ahora y leer y estudiar mucho.

Llegar a la edad en que le sea fácil comprender que la poesía ya no se ha de escribir imitando a poetas que hacían odas invocando el auxilio de la musa, y sintiendo arrebatos de la loca fantasía.

Debe huir de las malas compañías.

Son malas compañías:

Los poetas descriptivos, que parecen jardinillos del sistema Frœbel.

Los poetas sevillanos, hablando mal, es decir, los   -254-   que piensan que en teniendo un poco de ceceo ya se puede echar la lengua a vuelo y soltar endecasílabos huecos.

Otrosí, son malas compañías ciertos poetas buenos que alaban a todas las medianías, porque no hacen sombra y desprecian a los que valen tanto como ellos, porque lo valen.

Si el señor Shaw atiende a estos bien intencionados consejos, Dios se lo premie.

Y si los cree nacidos de mala voluntad y antipatía, Dios se lo demande.

* * *

La Metafísica es poesía, ha dicho, así, francamente, Ribot, y el ilustre Campoamor parece que ha querido darle la razón escribiendo, después de una Poética metafísica, una Metafísica poética.

La Metafísica de Campoamor viene a decir, en resumen, que son tontos los que no piensan como él. A primera vista parece esto una atrevida novedad; pero mirándolo bien se ve que desde Aristóteles acá, y aun antes de Aristóteles25, en las filosofías religiosas de los Vedantas indios, todas las Metafísicas han venido a decir lo mismo, más o menos disimuladamente, casi siempre con menos gracia.

Lo más gracioso de la Metafísica de Campoamor consistiría en la seriedad con que él habla de ella,   -255-   sino fuera más gracioso todavía que las bromas de Campoamor a veces son muy serias, en efecto.

Yo no creo, como algunos muy talentudos autores, que la intuición del poeta sea superior, en valor real, a las reflexiones del filósofo; pero tampoco creo, como algunos amigos míos krausistas, que el talento casi sobra en filosofía. Es evidente, hay chispazos de ingenio que son una revelación. Es más filósofo un gran poeta que un filósofo mediano, en esto no cabe duda. Por eso el Ideísmo de Campoamor vale más, aun como libro de filosofía -que es como vale menos- que la mayor parte de los libros que suelen escribir los más de los filósofos al uso. Es verdad que los estudios deben ser sistemáticos, pero a fuerza de sistema no se hace un ingenio, y a fuerza de ingenio se puede hacer un sistema, con verdades y errores como todos los conocidos.

Lo que es el Ideísmo, principalmente, un alarde de original y portentosa fantasía, aplicado a materias en que no suele haber muy brillantes lucubraciones de esta admirable y consoladora facultad del alma.

A muchas aves de corral de la moderna filosofía positivista, que tal vez no es filosofía ni moderna, les ha parecido una profanación, hasta un sacrilegio, el libro de Campoamor. Si en vez de tener aquí positivistas traducidos del francés de prisa y   -256-   corriendo, tuviéramos pensadores grandes, originales, aunque fuesen más positivos que la ley de aguas, se hubiera hecho justicia al Ideísmo, admirando el ingenio del autor y mirando con atención las veras que van entre sus burlas.

De las huestes del positivismo de farmacia ha salido un Zoilo, que escribe, en cierto periódico, críticas de cuanto Dios crió, y este joven dice que Campoamor debe dedicarse a sus zapatos y dejar la filosofía.

De otra opinión es don Juan Valera, autoridad para mí de mucho más peso que la del señor Chichón, como se apellida el crítico de quien trato. En efecto, un paralelo entre el señor Valera y el señor Chichón, nos demostraría que hoy por hoy es mucho más atendible la opinión del señor Valera.

Este sabio sin pedanterías es además de crítico sin rival y novelista insigne, todo un pensador. Pero en vez de ponerse una toga para meditar, o afeitarse la cabeza, va pensando por las calles, que es lo mismo que hacía Descartes cuando descubrió su sistema.

¡Campoamor y Valera! Dos nombres que sonarán a muchos como otros dos cualesquiera de los que suenan a notabilidad en esta España, empobrecida por la moneda falsa que toma; dos nombres que sonarán a muchos como estos otros, por ejemplo:   -257-   Cánovas, Alarcón, ilustres sin duda, pero... por méritos tan diferentes... Campoamor y Valera son de los pocos españoles que han llegado a comprender muchas cosas que los hombres de su talla comprenden rara vez en este país de los oradores continuos y de la escuela sevillana en poesía. Ya sé que no me explico bastante; pero no faltará quien me entienda...

Valera ha leído el Ideísmo y ¡es claro!, se ha entusiasmado; y como el entusiasmo es comunicativo, no ha podido menos de coger la pluma y escribir algo con motivo del libro de Campoamor; ese libro, que ya estaba condenado por los innúmeros hombres serios que hablaban hace pocos años de las contradicciones de Moreno Nieto, creyéndose superiores al ilustre santo-sabio, porque ellos no se contradecían ni piensan contradecirse en su vida.

Valera cree que el libro titulado el Ideísmo es excelente, y a pesar de que está escrito por un aficionado, merece seria atención en sus burlas y en sus veras. Y de esto ha surgido la más graciosa, discreta, simpática y fecunda controversia de cuantas ha habido en España hace mucho tiempo entre hombres listos de veras y pensadores a su modo.

Metafísica a la ligera titula el autor de «Pepita Jiménez» la serie de cartas que está escribiendo a Campoamor y ven la luz en el Día. Pronto formará un tomo aparte esta original y muy graciosa   -258-   excursión del señor Valera a la metafísica, y para entonces dejo el hablar de ella con todo el detenimiento que merece.

Pero ya, desde luego, se puede elogiar lo maravilloso de la forma, la sencillez del estilo, la profundidad y a veces originalidad del pensamiento. Las cartas 2.ª y 7.ª son hasta ahora las mejores, en mi humilde opinión, y prueban que debajo de un frac bien cortado puede haber todo un pensador.

Los filósofos de Real orden que enseñan en muchas de nuestras universidades Metafísica, y han jurado ser de por vida tomistas, o escoceses (de estos hay) o kantianos, o semi-hegelianos y entienden de esta manera la división del trabajo, estos filósofos de tablero de damas juzgarán como una profanación la Metafísica a la ligera, que por lo pronto tiene un mérito insigne que rara vez tienen otras Metafísicas; a saber, que como el nombre indica, no es una Metafísica pesada.

¿Qué pensará el señor Fabié, por ejemplo, de la filosofía de Valera?




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