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ArribaAbajoDesde la frontera: Memoria(s) de Lázaro García

María Antonia Mateos Martínez


Periodista

En 1943 aparece por la localidad gerundense de Bañolas un hombre de edad madura llamado Lorenzo Gracia Suárez. Los datos de su documento nacional de identidad le acreditan como viajante de comercio, natural y vecino de Cuenca, hijo de Manuel y de Carmina, casado con Teresa y padre de siete hijos. En Bañolas se establece sin embargo como barbero y es pronto conocido y respetado como el Maestro Lorenzo. No le hacen muchas preguntas, aunque hay quien en algún momento pone trabas a su actividad profesional, que él defiende ante el presidente del gremio de peluqueros de la localidad en una carta que sorprende por su habilidad dialéctica y exposición literaria. Y es que Lorenzo Gracia está habituado a escribir: cada noche llena cuartillas y más cuartillas en las que, en forma de ficción, aparece un pasado que no concuerda con el que los otros suponen. En sus escritos irrumpen la Asturias de principios de siglo, las cuencas mineras, las luchas sociales, las revoluciones, la guerra civil y la cárcel. El maestro Lorenzo escribía las memorias de Lázaro García, conocido propagandista y dirigente socialista asturiano hasta octubre de 1937.

Lázaro García nació el 16 de agosto de 1896 en la entonces industriosa villa de Sama de Langreo, donde la pujanza de las explotaciones mineras y la industria metalúrgica atraían a obreros de toda España, propiciando un ambiente proletario que habría de convertir a la localidad en el centro revolucionario de Asturias en varias ocasiones históricas. Huérfano de padre desde muy niño, su madre, Teresa García, contrae pronto matrimonio con el emigrante gallego Martín Barreiro, unión de la que nacerían más hijos, entre ellos el famoso dirigente del PSOE en el exilio José Barreiro. Lázaro, de delicada salud desde niño -lo cual le imposibilita para bajar a la mina, el destino clásico de la clase humilde-, estudia en la escuela municipal, aprende el oficio de barbero y se forma intelectualmente como autodidacta, leyendo cuantos periódicos y folletos caen en sus manos. Comienza también muy joven a frecuentar el centro obrero de Sama de la plaza de la Salve, en donde se celebran veladas teatrales y clases nocturnas, y por donde pasan como conferenciantes los socialistas más sobresalientes de la época, entre ellos el fundador del Sindicato Minero, Manuel Llaneza. Enseguida, Lázaro forma parte de las Juventudes Socialistas, comenzando su actividad en la vida política de la cuenca del Nalón.

Su primera intervención pública tiene lugar en mayo de 1913, en un mitin contra la política guerrera e imperialista del gobierno español que la Juventud Socialista celebra en el patio de Angelón de Sama, y en el que participa el histórico socialista asturiano Teodomiro Menéndez. Allí toma la palabra por primera vez un jovencísimo García, del que al día siguiente habla ya el diario El Noroeste.

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Este orador, casi un niño, pronuncia un breve y acertado discurso, aplaudiendo la idea de la Federación de Juventudes y exponiendo los grandes perjuicios que a la patria se le van a causar de llevarse a efecto los planes guerreros del Gobierno354.

Al mes siguiente, Lázaro participa en otro acto en Carbayín, en el que ya lee unas cuartillas de su producción355, y a partir de esa fecha, es nombre habitual en los muchos actos propagandísticos que emprende la Juventud Socialista.

La gran fiesta proletaria del 1.º de mayo de 1916 se celebra en el parque Dorado de Sama con gran despliegue. En ese acto está como invitado Eduardo Torralba Beci, el autor dramático socialista más representado en los centros obreros de la época. Coinciden ambos oradores en la fiesta proletaria y acaso sea allí donde Lázaro ve nacer su vocación de autor teatral, que aún tardará unos años en cristalizar356. Lo que aflora en esta época es su gusto por el teatro como actor aficionado en el Cuadro Artístico de la Casa del Pueblo de Sama «Arte y Cultura», que comienza a funcionar a finales de 1918, aprovechando las nuevas instalaciones de la Casa del Pueblo, inauguradas aquel mismo año. En enero de 1919 «Arte y Cultura», dirigido por el actor Vicente Campos Recio, hace su presentación con obras no demasiado comprometidas con la cuestión social, como son La sobrina del cura, Lanceros, La Casa de Quirós y la zarzuela Los Granujas:

Dos fines en extremo altruistas persiguen estos trabajadores: uno, propagar la cultura por medio del teatro, y otro, ayudar a la implantación de las proyectadas escuelas racionalistas con el producto de las funciones.

Muy en cuenta deben tener esto los ciudadanos que se precien de demócratas, sobre todo sabiendo que los pocos reaccionarios que existen en este pueblo pretenden desacreditar el cuadro artístico citado, porque, según ellos, no dan beneficios para fiestas, santos o de caridad. Eso, señores retrógrados, queda para los que no están a la altura de estos tiempos de evolución progresiva357.



Representan también Tierra baja de Guimerá, la zarzuela Coro de señoras de Vital Aza, y el 13 de marzo se le rinde homenaje a quien era ya la estrella indiscutible del cuadro: el joven actor Enrique Álvarez García, a quien presenta Lázaro dando lectura a un trabajo escrito por los admiradores del actor. Representaron en aquella ocasión El clown Bebé, con el que Enrique Álvarez volvió a cosechar un éxito que hizo más inminente su marcha en busca de nuevos horizontes artísticos. Aún con su estrella indiscutible al frente del elenco, «Arte y Cultura» siguió dando funciones: Carmañola, para celebrar la Commune, y La pasionaria, unas semanas más tarde. Pero ya en julio Enrique Álvarez García abandona Sama para emprender su carrera artística en Barcelona, una carrera que le llevará con el tiempo al exilio mejicano y a las órdenes de Luis Buñuel en la película El ángel exterminador. Mientras su amigo da los primeros pasos hacia tan brillante carrera, Lázaro presenta en el teatro Dorado de Sama al escritor Eugenio Noel, de gira como conferenciante por Asturias.

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Es en ese año de 1919 cuando Lázaro comienza a publicar artículos en el semanario socialista La Aurora Social y en el diario gijonés El Noroeste, en cuyas páginas advierte sobre la gripe que asoma ya por el concejo de Langreo y elogia la labor de las Juventudes Socialistas358. Inicia también entonces, ya como secretario de la Federación Provincial de las Juventudes Socialistas, su carrera como conferenciante. En agosto de ese mismo año habla de «Orientaciones Socialistas» en el centro obrero de La Felguera, y en octubre diserta sobre «Acción Societaria» en el Salón Ideal y en el centro obrero de Ujo.

En enero de 1920 forma parte del mitin organizado por la Colonia de Propaganda de la Casa del Pueblo de Sama, en el que también interviene el abogado José Loredo Aparicio359. El mismo mes habla de «El socialismo y el proletariado» de nuevo en el centro obrero de La Felguera; en marzo participa en el té fraternal de la Commune en el café de Adolfo Valdés de Lada y en un mitin contra los atropellos del párroco de la localidad. En junio pasa por el trance de ver morir a un hijo y casi al mismo tiempo da en el centro obrero de Lada una conferencia titulada «El Comunista», que repite en julio en la Casa del Pueblo en Sotrondio.

Es más que evidente ya la radicalización política de Lázaro, como la de buena parte de las juventudes proletarias de España. Un fantasma -el bolchevique- recorría Europa y dividía a la familia socialista.


Lázaro García y el nacimiento del Partido Comunista

En abril de 1921 Lázaro García es, junto con Isidoro Acevedo, delegado de Asturias en el Congreso del PSOE que decide sobre las veintiún condiciones para el ingreso en la III Internacional, la Internacional Comunista. El capítulo es de sobra conocido y figura en memorias y libros de historia. Los delegados asturianos votan a favor de la Internacional Comunista, abandonan el congreso y firman el manifiesto fundacional del Partido Comunista Obrero. Recién llegado a Oviedo, Isidoro Acevedo concede una entrevista a El Noroeste en la que reitera su abandono del Partido. Lázaro García también ha regresado a Asturias pero, dice Acevedo, «probablemente no lo encuentre usted en Sama aunque lo pretendiese interviuvar»360. Isidoro Acevedo se convertirá con el tiempo en una figura fundamental del PCE y morirá como un patriarca en Rusia, bastantes años después. Por su parte, para García, a quien algunos socialistas llegan a disculpar su traición por su radicalidad juvenil -«su error tiene disculpa en su temperamento juvenil y exaltado» escribió Andrés Saborit361-, comienzan sin embargo unos años de detenciones, denuncias, desprecios y luchas que parecen colocarle ya en la primera frontera ideológica de su por entonces joven vida, y que cortarán una más que brillante carrera política.

El 2 de setiembre Lázaro García, secretario de la ya denominada Juventud Comunista, ingresa por vez primera en la Cárcel Modelo de Oviedo, acusado de estar implicado en el   —272→   reparto de hojas sediciosas entre el elemento militar362. Liberado a los pocos días363, es nuevamente encarcelado semanas después, y el 7 de octubre desde la cárcel envía al director de El Noroeste la siguiente carta, cuyo tono ya es bien diferente de aquel que caracterizara sus radicales colaboraciones anteriores:

Como muchos lectores sabrán, a raíz de aparecer una hoja clandestina, fui detenido y encarcelado por orden del Juzgado militar, cuando más ajeno me hallaba a cuanto acontecía y sin que pesara sobre mí otro cargo que una inverosímil sospecha.

Reconocida, al fin, mi inculpabilidad por el señor Arias, juez militar a la sazón, me fue levantada la incomunicación rigurosísima que sufría, quedando descartado del proceso que se instruye y siendo devuelto al señor gobernador civil. Este buen señor me retuvo en la cárcel quince días, como si se tratase de un profesional del robo, hasta que, al fin y tras muchos rodeos, fui puesto en libertad.

Contento y dichoso al lado de mis familiares, de mi esposa querida y de mi adorado pequeñín, comenzaba nuevamente a vivir en paz con mi modesto trabajo, cuando, sin saber a qué causas obedece -aunque supongo que se trata de una miserable y anónima denuncia de algún enemigo político o personal-, fui nuevamente detenido por orden del nuevo juez, señor Mora, que por cierto se trata de una persona de muy buenos sentimientos, prestando nuevamente declaración ante el Juzgado militar, sin que pudiera aportar otros datos que los que aporté cuando comparecí por primera vez, lo cual no me libró de otra nueva incomunicación.

Este es todo el origen de esta odisea por que paso. Soy inocente, y a pesar de eso, permanezco encarcelado. Una débil sospecha, una infame denuncia, es la causa de todo. Mi taller de trabajo, cerrado; mi familia, afligida; mi mujer y mi nenín, llorando por mí, por el que les gana el pan, el cristiano pan de cada día, y yo aquí preso, a disposición del Juzgado militar, esperando a que la justicia resplandezca o a que los buenos sentimientos del señor juez instructor me permitan volver a mi hogar para continuar viviendo honradamente al lado de lo que más adoro en este pícaro mundo...

¿Será posible que una inhumana denuncia pueda más que la verdad?364.



Liberado al poco tiempo, parece como si Lázaro se centrara en su profesión y sus lecturas durante una buena temporada. Pero en setiembre de 1922 de nuevo vuelve a la palestra radical: da una conferencia en la semana juvenil comunista de Blimea y sustituye a José Calleja en un gran mitin organizado en Sama por el Sindicato Único de Mineros. El 10 de octubre se informa de una nueva detención.

Cumpliendo órdenes del Juzgado de Luarca, la guardia civil de este puesto detuvo en la noche del pasado sábado al conocido comunista Lázaro García365.



Pocos días más tarde, el domingo 15 de octubre, ya está de nuevo en Sama participando en otro mitin comunista. Aun así, Lázaro se quiere mantener un tanto al margen de la primera línea política, y se centra en actividades literarias y culturales.

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Así, en enero de 1923 Lázaro García publica su obra dramática Los nuevos románticos, en colaboración con Felipe López, publicación de la que da cuenta El Noroeste:

Lázaro García, el conocido propagandista obrero, es también un literato notable. Antes se nos dio a conocer con obritas literarias que le acreditan como hombre de sensibilidad y como escritor apasionado y vehemente, y hoy nos ofrece, en colaboración con Felipe López, este drama, Los nuevos románticos.

Los nuevos románticos es un aspecto de las luchas entre el capitalismo y el proletariado, tomado desde el punto de vista de los sentimientos. Se trata de un drama social escrito con soltura, donde más que nada triunfa, la sana rebeldía de los luchadores obreros contra las injusticias de la sociedad burguesa. Es el drama social una de las modalidades que más influyen en la propaganda ideológica, por la ascendencia del arte sobre la multitud, y con esta obra, Lázaro García y Felipe López han creado un elemento más de lucha contra la desigualdad social.

Lázaro García y Felipe López, obreros manuales, los dos acreditan así cuánto valen la voluntad y el estudio para poner a servicio de los nobles afanes de redención social366.



A principios de marzo Los nuevos románticos es estrenado, a requerimiento de los propios autores, por uno de los cuadros artísticos más activos por entonces, «La Buena Unión» de Carbayín. Y casi por la misma fecha en el centro obrero de Mieres lo representa el cuadro artístico de la entidad367. Durante los años veinte, Los nuevos románticos se representaría mucho por toda Asturias. Así, en 1926 la Agrupación Artística Felguerina lo pone en escena varias veces en el salón del Círculo de Artesanos de Cangas de Onís, y a principios de 1927 el Cuadro Artístico «Amigos de Abad» de Cueto (Candamo) también ofrece al público Los nuevos románticos368.

Pero volviendo a aquel convulso 1923, Lázaro sigue entonces participando en mítines y conferencias de propaganda comunista, aunque parece que ya ese año, según testimonio del socialista César Antuña, intenta sondear el regreso a las filas socialistas369, sin duda decepcionado, como tantos otros fundadores del PCO, por el cariz abiertamente dictatorial que tomaba la otrora idealizada revolución rusa. En cualquier caso, instaurado el directorio militar de Primo de Rivera en setiembre de ese año, sigue siendo García víctima de las persecuciones anticomunistas. A finales de año es apresado en Sama y acusado, junto con otros militantes comunistas, de complicidad con un complot en Madrid. Todos ellos permanecen en la Cárcel Modelo de Oviedo hasta el indulto otorgado con motivo del santo del rey en enero de 1924370.

Para entonces, la actividad principal de Lázaro era ya la de librero. Su barbería se había ido convirtiendo en librería. Al principio, tenía en su taller una modesta biblioteca que sus clientes usaban y reclamaban. Poco a poco comenzó a comprar más libros y folletos políticos, sociales y literarios, hasta el punto de que ya el sillón de barbero quedó en una esquina del local, que se convertiría en la librería Fénix, en la calle San Juan de Sama,   —274→   centro de tertulia e irradiación cultural del valle del Nalón. En 1926, y aún con la oposición del Partido Socialista, Lázaro comienza a colaborar con las Juventudes Socialistas, aprovechando que estas están creando sus bibliotecas. Orienta entonces las lecturas de los jóvenes, participa en las excursiones y da charlas. Interviene en la Fiesta del 1.º de mayo de 1926 en La Llovera (Siero), aunque todavía no es aceptado oficialmente en las filas socialistas. Parece situado entre dos aguas, defenestrado por unos y otros, como evidencia la siguiente nota en el periódico comunista La Antorcha:

Lázaro García no es afiliado comunista, como muchos creen. Su conducta moral no permite que le admitamos en el seno del Partido371.



Y lo mismo desde las filas socialistas. En octubre del mismo año Belarmino Tomás da una conferencia en Turón sobre las Juventudes Socialistas y alude a Lázaro García y su conversión al comunismo: «este sujeto es hoy asiduo colaborador de Región; este detalle basta para juzgar a estos radicales de pandereta»372.

Parece que, por fin, a finales de 1927 la Agrupación Socialista de Sama de Langreo acepta el reingreso de Lázaro, aunque sin confiarle representación pública ni orgánica y relegándole siempre a actividades intelectuales, despreciadas por los socialistas asturianos, de tradición más obrerista. Así, por ejemplo, en noviembre de 1929 Lázaro da una conferencia en el Centro Obrero de Sama sobre «Una posible paz internacional»373.




Los años treinta

En 1930 Lázaro García crea el semanario Vida Langreana, de corta vida y en cuyas páginas escribe sus primeras líneas -furibundamente anticlericales- su hermano José Barreiro. Son también numerosas en estos años sus colaboraciones en el diario socialista Avance. Es en las páginas de Avance donde se anuncia la publicación y venta de sus obras: un folleto antibelicista titulado La locura imperialista374, la ya conocida obra teatral Los nuevos románticos, y un drama escrito en esos años, titulado Errores que redimen375.

Errores que redimen, boceto social en dos actos y en prosa, fue un auténtico éxito de los Cuadros Artísticos socialistas, que lo solicitan masivamente a la librería Fénix de Sama durante el periodo de la República376. Aún en el Gijón asediado del verano de 1937 se representa la obra en un intento, tristemente inútil, de levantar los ánimos revolucionarios. Uno de los Cuadros que representaron Errores que redimen, obra perdida desgraciadamente, fue el Cuadro Socialista de Cabaños, al que perteneció José Zapico Ceñera, que recuerda aún hoy el argumento de la obra377.

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La acción transcurre dentro de una fábrica metalúrgica en la que trabajan dos hombres de ideología diferente: Pedro, socialista, y Liberto, anarquista. Son amigos y cada uno de ellos trata de convencer al otro de la superioridad de su respectivo credo. Pedro afirma que el programa anarquista vive al margen de la ley, a lo que Liberto replica que «la ley es la horca que estrangula los derechos del pueblo y niega a la tierra la libertad». Pedro tiene dos hermanos: Julia, que admira a Pedro, y Andrés, un hombre apolítico que no tiene otras preocupaciones más que «las mujeres a ratos y el vino a todas horas». Pedro cae gravemente enfermo y durante ese tiempo se celebran unas elecciones que gana su partido. Sus compañeros quieren ir hasta su casa y llevarle la bandera. Cuando llegan le hacen partícipe del triunfo y le ofrecen su respeto y la bandera como símbolo de unidad. El protagonista se abraza a la bandera roja y cae muerto estrechándola. Liberto entonces parece tomar el testigo de la lucha y cierra la obra con las frases: «¡No descansaremos hasta implantar nuestra República! ¡La República social!».

Este tono ingenuo y maniqueo, esta trama esquemática que hoy nos sorprende, eran sin embargo moneda común en el teatro obrero de la época, escrito con fines ideológicos y didácticos para un público poco exigente que buscaba reafirmación en sus ideas y finalizaba la velada cantando la Internacional puño en alto.

En las elecciones de noviembre de 1933 Lázaro García, aunque relegado a un décimo puesto debido a las antiguas reticencias de algunos compañeros, forma parte de la candidatura socialista al congreso de diputados, y sigue colaborando desde su librería en la formación de las bibliotecas de Ateneos, como los de Frieres y Riaño378. Su precaria salud le obliga a suspender de vez en cuando su actividad propagandística dentro y fuera de nuestra región -era habitual del 1.º de mayo en Barruelo de Santullán (Palencia)- y a permanecer largas temporadas en cama. Allí le sorprende el estallido revolucionario de octubre de 1934, cuya represión vivirá muy de cerca, y relatará en varias crónicas publicadas en 1935 en el periódico bonaerense La Vanguardia.

Tras el alzamiento militar de julio de 1936, Lázaro es llamado a cumplir designios políticos. En 1937 Belarmino Tomás le ofrece la Consejería de Instrucción Pública, que Lázaro rechaza. Sí acepta ocupaciones periodísticas. Así, dirige primero el boletín ¡Combate! en Santander y La Voz de Avilés hasta el mismo fin de la guerra en Asturias el 20 de octubre de 1937. Arrastrados por la desbandada general de ese día en Gijón, Lázaro y su hijo Paco suben en la noche del 21 al barco «Montseny», rumbo a Francia. Sin embargo, el destino sería muy otro. El «Montseny», como tantos otros barcos apresados por el «Cervera» -más de treinta aquella noche- es llevado a Muros de Noya, a uno de los varios barracones de las costas gallegas habilitados como campos de concentración para recibir a tantos asturianos que emprendían la escapada de las tropas nacionales. En ese trayecto los apresados se deshacen de papeles comprometedores y de su memoria personal. El nombre y la historia de Lázaro García mueren entonces, en las frías aguas cantábricas, y comienza a partir de ese momento una serie de peregrinajes por cárceles de España que merecerían el relato poético de un lápiz de carpintero.

Camuflado bajo diferentes nombres, Lázaro logra sobrevivir a los años de cárcel. De vez en cuando, a su hijo Paco -que hacía su propia ruta turística por las cárceles franquistas- le llegaba en el patio de un penal alguna noticia de compañeros que habían reconocido   —276→   a su padre trabajando en la barbería de un penal -el de San Pedro de Cardeña, por ejemplo-, siempre bajo otra identidad. Un día de los años cuarenta, su hijo, ya en libertad, recibe una carta remitida desde Bañolas por un tal Lorenzo Gracia de letra inconfundible. Era su padre y estaba «más o menos» vivo. Desde el indulto de 1942, vivía camuflado en la localidad gerundense de Bañolas, cerca de la Francia en la que se iban reagrupando los socialistas asturianos gracias a los esfuerzos de su hermano José Barreiro, y adonde él también pretendía llegar. Cuando más cerca estuvo de conseguirlo, en medio de la noche pirenaica, el guía comprado con todo sigilo desapareció en la niebla y solo se oyeron tiros y silencio. Era uno de tantos engaños a los que eran sometidos quienes entonces pretendían pasar al exilio con riesgo de su propia vida.

Así, en esas noches fronterizas que se fueron sucediendo unas a otras sin que llegase nunca el exilio francés, Lázaro escribe y escribe: poemas llenos de nostalgia y desesperanza, algunos versos en asturiano firmados como Pinón de la Pumar, varios cuentos infantiles, dos novelas sociales y unas memorias. En todas esas páginas irrumpe la Asturias del primer tercio de siglo, las cuencas mineras, las luchas sociales y, naturalmente, su propia memoria una y otra vez regresada.

Un asesino rojo es una apasionante novela, en cierta forma autobiográfica, con todos los tintes de la novela social y de la literatura de la mina, lastrada en ocasiones por los largos parlamentos políticos y los tintes maniqueístas. El protagonista es Pedro Corvalán, trasunto en ocasiones del propio Lázaro, capataz militante del Sindicato Minero, luchador socialista y finalmente fusilado durante la guerra civil.

El mismo escenario de la cuenca minera aparece en otra extensa producción no titulada, una novela de clave ambientada en una villa minera que no es otra que Sama de Langreo, desde principios de siglo hasta la República, en la que pueden ser reconocidos los personajes que urden la trama, más costumbrista que ideológica. De nuevo aparecen las luchas sociales de la época en torno a Don Amadeo, un cura que acaba colgando los hábitos para hacerse apóstol del socialismo.

La tercera obra mayor de esos años son las Memorias de un camuflado, recuento de todos los desvelos sufridos para sobrevivir con otra identidad desde octubre de 1937 hasta el indulto de 1942 y los años de Bañolas.

Esos años de camuflado en Bañolas terminan por fin en 1960, cuando un Lázaro García de salud más que maltrecha vuelve a Asturias a morir. Lo hará dos años más tarde, en las navidades de 1962; solo dos meses antes había logrado obtener su auténtico documento nacional de identidad, con su nombre y su historia, cuando ya casi nadie recordaba las luchas sociales de los años treinta. Había regresado y era otro, pero murió con su nombre primero, aquel con que firmaba manifiestos, artículos y obras teatrales. Venía de atravesar varios desiertos ideológicos y personales, de cruzar y descruzar fronteras, de morir y volver a la vida.

En la Fundación José Barreiro -a cuyo subdirector Adolfo Fernández Pérez agradezco desde aquí su información y generosidad- están depositadas dos cajas -la 193 y la 194- que contienen, entre otros documentos, la obra literaria de este particular exiliado. Desde esas y otras memorias he rescatado esta otra, discontinua y precipitada, que hoy traigo hasta ustedes, en un octubre menos cruel que aquel que en 1937 expulsara de nuestra tierra a Lázaro García y a tantos otros.





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ArribaAbajoLos exilios de María Martínez Sierra

Patricia W. O’Connor


Universidad de Cincinnati

Fue precisamente un exiliado asturiano quien me sugirió el tema de Martínez Sierra para la tesis doctoral. Cuando le dije que me gustaría escribir sobre el teatro de alguna dramaturga española del siglo XX, se rió y contestó que no había. Es cierto que no eran conocidas entonces y que la de más éxito había escrito bajo un «seudónimo» masculino. Mi profesor sí había oído que la cultísima feminista María Lejárraga había tenido un papel importante en las obras, todas dedicadas al tema de la mujer, de Gregorio Martínez Sierra, su marido. Acabé haciendo la tesis sobre el teatro atribuido a este señor sin meterme en cuestiones de autoría, pero siempre me intrigó el asunto y, con el doctorado en mano, fui a Madrid en busca de esa verdad. Mi deuda con la familia Lejárraga es enorme; me pusieron en contacto con la autora, de noventa y tantos años ya, y después de su muerte, me dieron acceso a cartas y otros documentos que probaron decisivamente su papel.

A María le tocó vivir no sólo el exilio real de la guerra civil, sino otros metafóricos: el exilio interior y profesional de una autoría oculta al escribir bajo el nombre de Gregorio, un autoexilio en Francia, cuando Gregorio vivía en Madrid con Catalina Bárcena, y un tercer exilio, después de la muerte de Gregorio, vivido principalmente en Buenos Aires, cuando se sentía «exiliada» de su identidad literaria («Gregorio Martínez Sierra») y tuvo que firmar sus obras con un nombre inusitado: el suyo propio. La contribución secreta de María y su protección maternal a un marido descaradamente infiel son cuestiones que inquietan en todos los períodos. Como somos varios los investigadores que hemos tratado su producción teatral y posibles motivaciones en el primer exilio, me fijo principalmente en los otros dos. Pero para apreciar los finales, es útil saber algo del camino previo.

Antes de que María y Gregorio Martínez Sierra se casaran en 1900, siendo ella maestra de escuela de casi veintiséis años y él alumno universitario de diecinueve, habían escrito juntos cinco libros. Deseosa de fundirse de modo total con su marido, María incluso suprimió su apellido de soltera, Lejárraga, para adoptar de modo permanente el de Martínez Sierra sin el «de» matrimonial. Las más de cien obras que, según ella insistía, escribió con Gregorio llegaron a ocupar el lugar de los hijos de carne y hueso que jamás tuvo. Increíble fecundidad, aun admitiendo que la firma de Gregorio representa la labor,   —278→   en distintas capacidades y cantidades, de dos individuos extraordinariamente dotados, disciplinados y laboriosos379.

El éxito de Vida y dulzura (1907) sitúa a Gregorio en el mundillo teatral, donde iba a conocer a la antagonista de esta saga: Catalina Bárcena, nacida en 1891 en Cuba y actriz en la compañía del matrimonio María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza. Cuando Catalina se encontró embarazada y, según las malas lenguas, de su «jefe», Mendoza, éste la casó de prisa y corriendo con otro actor de la compañía. Sin embargo, el futuro director ambicioso que estaba dentro de Gregorio se fijaría más en las considerables dotes interpretativas de la actriz. Bajo la experta dirección de Gregorio, y a partir de Primavera en otoño (1911), Catalina logró prestigio internacional dando vida teatral a las heroínas inteligentes y encantadoras creadas por su rival, a quien despreciaba. Gregorio, como Pigmalión, acabaría enamorándose o de su propia creación o de la de su mujer que veía en su amante, y María, Gregorio y Catalina entraron en un insólito pacto triangular de éxito, amor y odio del que no se librarían jamás. Como Gregorio se comprometía cada día más en asuntos empresariales y personales, María se encargaba en soledad de escribir. Gregorio, al formar compañía teatral en 1916 con Catalina de primera actriz, confirmó su vanidad al bautizar esta colaboración también con el nombre de «Gregorio Martínez Sierra».

Durante años de su historia con Catalina, Gregorio y María viven juntos. En 1922, sin embargo, cuando nace Catalinita, la actriz, en su nuevo status de madre, amenaza con dejar la compañía si Gregorio no viene a vivir con ella y la niña. Si la autora hubiese amenazado con dejar de escribir si Gregorio la abandonaba, se habría producido una crisis interesantísima. Pero la dulce María no recurre al chantaje. Callada y abnegada, simplemente se marcha con su dignidad a París, ciudad donde había pasado gratas temporadas y cuya lengua hablaba bien. María mantenía su piso en Madrid, y cuando estaba en la ciudad, Gregorio, viviendo abiertamente con Catalina, la visitaba para hablar de su trabajo y gozar de un suculento almuerzo preparado por ella.

En 1925, Gregorio y Catalina inician una gira con su compañía por diversas ciudades de Europa y América que duraría cinco años. Devota de la luz, como dejó claro en muchos textos literarios, María construye su casa en Niza, a la que dio el nombre de «Helios» («Sol»). Desde este refugio-exilio en la luminosa Costa Azul, sigue escribiendo para Gregorio y produce sus obras más feministas (Cada uno y su vida, 1924; Mujer, 1925; Seamos felices, 1929; La hora del diablo, 1930; Triángulo, 1930; Sortilegio, 1930). La correspondencia necesaria en este período acabaría probando los rumores que ya circulaban en el mundo teatral: que las obras de Gregorio las escribía su mujer.

Más tarde, algunos entendidos hablaron muy públicamente de lo que sabían. Pedro González-Blanco380, asturiano e íntimo amigo de los Martínez Sierra desde principios de siglo, resume sin pelos en la lengua la situación:

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¿Es cierta esa colaboración? En absoluto. Gregorio Martínez Sierra nunca escribió nada de lo que anda por el mundo con su nombre, sea novela, ensayo, prosa, poesía o teatro. Eso lo sabemos bien Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala, y yo. Eso lo sabía bien Usandizaga -el libreto de Las golondrinas es de María-; Turina -el libreto de Margot es de María-; eso lo sabía bien Falla -las ilustraciones a los ballets de El sombrero de tres picos y El amor brujo son de María-; eso lo sabía bien Marquina -El pavo real lo escribió María-; eso lo sabía bien Arniches -dos actos de La chica del gato son de María-; etc. Pero quienes lo sabían mejor eran los cómicos que siempre estaban en un ¡Ay! en cuanto salían fuera de Madrid y sobre todo cuando viajaban por América: «Aún no ha llegado el tercer acto que tiene que mandar doña María y hay que suspender los ensayos».


(O’Connor, 43)                


Indalecio Prieto, el distinguido político socialista, resume desde su exilio en Méjico en los años sesenta la curiosa situación de Gregorio y María:

Catalina Bárcena, como sucede frecuentemente con las actrices que interpretan en escena papeles de ingenua, convirtióse en una femme fatale y destruyó un matrimonio feliz. Pero María Lejárraga nunca -ni siquiera después de confirmada la infidelidad- dejó de atribuir a Gregorio todo lo que ella escribió. Más de las cuatro quintas partes de la producción literaria atribuida a Gregorio Martínez Sierra debería apuntarse en el exclusivo haber de María Lejárraga, que siguió llamándose María Martínez Sierra. Nunca se quejó ni protestó hasta que ella, desvalida y exiliada, buscó ayuda legal, porque las comedias que ella y solamente ella escribió (Gregorio dedicó sus energías a la producción y la dirección teatral como director escénico y empresario teatral) seguían representándose en España y en el extranjero, especialmente Canción de cuna, que, traducida a diversos idiomas, ha recorrido el mundo en triunfo.


(Prieto, sin página)                


Más escueto y sarcástico fue el apuntador que viajó con Martínez Sierra durante más de diez años: «En la compañía, todos sabíamos que Gregorio no escribía nada, ni siquiera cartas a su familia» (Alcaraz, sin página).

Pero Gregorio sí escribía a María; la necesitaba, después de todo. En una carta representativa de las muchas guardadas en el archivo de la familia Lejárraga, Gregorio demuestra su talento como hombre de negocios y también su descaro al pedir urgentemente que María escriba artículos que él firmaría en la prensa internacional:

...ya tengo tratada la colaboración -cuatro artículos al mes- en México, Mérida de Yucatán, Habana, Buenos Aires y Chile. Faltan otros muchos. Tengo la absoluta seguridad de que sacaremos más de quinientas pesetas por cada artículo... Dime a vuelta de correo si puedo seguir comprometiéndome en firme... [y] si podrías tener listos los veinte primeros a fines de abril o cuándo.


(O’Connor, 57)                


Y María cumplía.

Sortilegio, obra mencionada antes, tiene un interés especial por varias razones. Es una tragedia clásica moderna -única conocida de María- y trata de modo serio dos temas atrevidos para 1930: la homosexualidad y el suicidio. Representada sólo en ciudades hispanoamericanas, y como siempre, con Catalina en el papel principal, la obra sigue inédita y desconocida por un motivo curioso. En los ochenta, cuando yo dirigía la revista Estreno, solicité a Catalinita (dueña, irónicamente, de los derechos) permiso para publicar   —280→   Sortilegio. Muy devota y, según algunos, dominada por el Opus, Catalinita consultó con su «consejero espiritual» que, al conocer los asuntos «escabrosos» de la obra, puso fin al proyecto.

En Sortilegio, Augusto, como otros personajes masculinos de María, tiene que elegir entre dos tipos de amor. Pero en este caso, no se encuentra entre dos mujeres muy diferentes, sino entre un hombre y una mujer. Al optar por el interés económico de un matrimonio con la adinerada Paulina, el protagonista se pierde moralmente al no pensar en la felicidad de la mujer, por quien es incapaz de sentir deseo. Esta obra difícil y hecha con destreza, insinúa más que representa, el problema de Augusto. Tanto él, como Paulina, son figuras trágicas atrapadas por sus respectivos defectos de carácter: el de ella, su optimismo ciego, creyendo que puede hacer que Augusto la quiera, y el de él, su cobardía egoísta al casarse por interés, sobre todo teniendo pleno conocimiento de su orientación sexual. Al darse cuenta de su grave error, Augusto se condena y se castiga, suicidándose.

A pesar de las malas lenguas que hablaban del matrimonio de interés hecho por Gregorio y que dudaban que Catalinita fuese hija suya, precisamente por creerle a él homosexual, Gregorio expresa entusiasmo, como era su costumbre, al recibir el texto de María:

...no se hubiera podido escribir así hace veinte años. Ha quedado una obra estupenda, original, atrevida, novísima de procedimiento, viva, fragante, interesante. Me gusta muchísimo. La ensayaré con mucho esmero, porque la interpretación es esencial en esta ocasión más que en otra cualquiera. Del público, no quiero pensar. Allá él. Creo que si le interesa el asunto, puede ser muy grande el éxito. Estoy seguro de que es obra de resonancia, que se hará en el mundo. Creo que en Norteamérica gustará mucho. Es un tema universal y no está hecha con gazmoñería ni mucho menos.


(Archivo)                


Dato poco conocido es que Gregorio dejó constancia en 1930 por medio de un documento firmado en presencia de testigos de que había escrito sus obras con María, testimonio falso, por supuesto, ya que ella escribió muchas obras sola. Como sugería Indalecio Prieto al escribir sobre María, ésta había pedido que apareciera su firma en las obras para que pudiera cobrar, y Gregorio accedió. Durante la República (1931-39), sin embargo, María se dedica a la acción política: escribe menos para hablar más. Con otras mujeres progresistas, como Margarita Nelken, Victoria Kent, María de Maeztu y Zenobia Camprubí, intentó apartar a las mujeres de los valores tradicionales que las mantenía en la sumisión y la ignorancia (Rodrigo, Mujer y Exilio, 38). Con el propósito de «inculcar la cultura en la mujer como recurso ineludible para su emancipación» (Rodrigo, María..., 241), María sirve de primera presidenta de la Asociación de Educación Cívica y, en 1933, a sus cincuenta y nueve años, es elegida diputada socialista a las Cortes. En este período viaja por España de propagandista con Dolores Ibárruri y Matilde de la Torre, esta última la cultísima diputada por Asturias y quizá la más íntima de las amigas de María381. Más tarde, María recogerá sus memorias de estas andanzas en Una mujer por caminos de España (1952).

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Entretanto, Gregorio y Catalina viven cómodamente en Hollywood contratados por los estudios de Metro Goldwyn Mayer para hacer varias películas. Como se pagan las ideas para guiones, Gregorio apremia a María para que le envíe escenas rudimentarias: ella accede y él cobra. Desesperado por conseguir material nuevo «suyo» (que su mujer ya no le envía) para nutrir su repertorio y su prestigio, en una carta a su «negra» el famoso «dramaturgo» se coloca en la postura de víctima de su mujer al hacer esta confesión risible: «Estoy haciendo esfuerzos inauditos para escribir yo...» (Montero, 123). O incapaz o no dispuesto a escribir solo, lo que hizo era buscar a otro «colaborador» (Honorio Maura y otros) a quien favorecer con su firma.

En 1936, Gregorio vuelve a España para hacer la versión española de Canción de cuna (lo que no llega a hacerse). Al estallar la guerra en ese mismo año, la República envía a María a Suiza de agregada comercial, mientras que Gregorio y Catalina se establecen primero, irónicamente, en Niza y luego en París. Los republicanos pierden en el 39, María vuelve a Niza, la Segunda Guerra Mundial comienza y Gregorio desaparece. Bajo la ocupación alemana en Francia, María pasa hambre y se defiende bordando zapatillas. Aunque pasa de ochenta kilos de peso a cuarenta y nueve, no pierde su sentido del humor (Pérez-Rasilla, 17). En una carta de 1944, habla de soñar que «viene rodando por la carretera una fila de quesos manchegos, seguida de un tarrito de miel, que rueda detrás de ella... con una magnífica rodaja de merluza frita o un plato rebosante de paella». Piensa en «los comestibles más inverosímiles... arrope y bacalao o lentejas..., como antes soñaba con viajes maravillosos o con visitas a museos lejanos» (Rodrigo, María..., 310).

En 1944, desde su propio exilio en México, Matilde de la Torre logra ponerse en contacto con María a través de la Cruz Roja. En su respuesta, María dice: «Alegría inmensa. Vivimos miserablemente... Sin dinero, sin noticias de nadie. ¿Sabéis paradero de Gregorio?» (Rodrigo, María..., 310). Matilde escribe a los amigos preguntando si saben algo «de este canallita de Gregorio» (Rodrigo, María..., 311); entre todos localizan al susodicho «canallita» viviendo en Buenos Aires con la única «propiedad» rentable que le quedaba: Catalina. Gregorio escribe a María entonces, diciendo que también lo ha pasado mal, lo que -otra vez- no era cierto; él percibía los derechos de las obras estrenadas mundialmente, incluidas las lucrativas musicales escritas por María con músicos españoles. Pero Gregorio le envía unos paquetes de comida y comienza a compartir con ella los derechos de autor, tal como se había acordado quince años antes. Pero lo que quiere de verdad María a sus más de setenta años es volver a trabajar, ganarse la vida.

¿Qué había hecho Gregorio en Buenos Aires? Sólo publicó un libro, Cartas a las mujeres de América (1941), tomo compuesto de aquellos artículos pedidos con tanto descaro y publicados ya en la prensa hispanoamericana; también hizo cuatro películas basadas en su repertorio y repuso Sortilegio en teatro en 1942, el mismo año que intenta estrenar en Madrid Susana tiene un secreto (inédita), obra que había firmado con Honorio Maura durante ese período, cuando otro le ayudaba en sus «esfuerzos inauditos para escribir». La respuesta de la censura franquista no habla para nada de la obra en cuestión ni menciona a Maura, dramaturgo nada sospechoso; lo que sí detalla son los «antecedentes» políticos de Gregorio y María. Entre otras muchas cosas, el informe señala posturas izquierdistas y contactos con Prieto, Negrín y otros amigos «rojos». Acusa a Gregorio de ser «de origen judaico», afirma que se le ha visto con su «amante» en un coche comunista y que se le ha visto leer el diario comunista L’Humanité en París. A María, entre otras cosas, la acusan de ser traficante de armas «comisionada por el gobierno rojo» (Archivo). Huelga decir que Gregorio no recibió autorización.

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Cinco años más tarde (1947), todavía en Buenos Aires, Gregorio padece una dolorosa enfermedad y decide volver con Catalina definitivamente a Madrid, pero a las dos semanas de haber llegado se muere de cáncer. La editorial Aguilar proyecta publicar una nueva edición de sus Obras Completas ese mismo año, y quiere que María escriba el prólogo. ¿Revelará ahora su papel decisivo en las obras? A pesar del acuerdo hecho diecisiete años antes sobre el uso de los dos nombres, María escribe desde Niza: «la colección irá firmada, como siempre, con el solo nombre de Gregorio Martínez Sierra. Si durante medio siglo de colaboración, no he querido firmar..., no voy a ponerme a firmar ahora que, desgraciadamente, no está él aquí...» (Archivo). Pero para la publicación hubo una complicación: Gregorio había legado los derechos de unas comedias a María y de otras a su hija, Catalinita (y así a Catalina); por eso, las tres mujeres tenían que ponerse de acuerdo. Si María jamás hablaba de Catalina y parecía «pasar» olímpicamente de ella, Catalina no aguantaba a María y tampoco era tímida para expresarse. Al enterarse las Catalinas de que María escribiría el prólogo, no se dio la autorización. En una carta a su sobrino, de la editorial Aguilar, María expresa su indignación y por fin habla sin rodeos de la «colaboración»: «varias de las obras están escritas sólo por mí... mi marido no tuvo otra participación en ellas que el deseo de que se escribiesen y el irme acusando recibo de ellas acto por acto según se los iba enviando...». Insiste, sin embargo, que las obras son de Gregorio y suyas, «todas hasta las que he escrito yo sola, porque así es mi voluntad» y cambia de idea sobre la firma: «En las Obras Completas irá mi nombre junto con el suyo o no se publicarán...» (Archivo). Por los desacuerdos, la edición proyectada no se hizo.

Desaparecido Gregorio, María se anima otra vez a escribir para teatro, y así se inicia su penoso último exilio. Tanto en la primera época, cuando escribía con Gregorio, como en la segunda, cuando escribía para él, como en esta última, aparentes en las obras son los diálogos ingeniosos, el afán pedagógico y las muchas mujeres inteligentes y fuertes frente a hombres débiles e inconstantes. Los desdoblamientos de la autora y otro material autobiográfico siguen trasluciéndose en los triángulos amorosos y en los valores defendidos. En esta época, sin embargo, la forma y el tono de sus obras vuelven al punto de partida: María escribe piezas cortas, sencillas (muchas de dos personajes), simbólicas y filosóficas. Vuelven a ocupar un primer lugar artistas, escritores y profesores como objetos del deseo femenino, y la colaboración profesional de marido y mujer sigue siendo una meta recomendada, aunque las colaboradoras, como otros personajes femeninos y María misma, acaban llorando. La visión optimista tan aparente en su plenitud se oscurece progresivamente, y el demonio figura a menudo como símbolo del mal. Muy visible es la cultura de la autora, quien a menudo ubica sus obras en otros países, salpica las escenas de expresiones en otras lenguas e incluye múltiples referencias a la mitología y al arte. Si quedaba alguna duda de que María hubiese escrito lo que firmó Gregorio, para aclarar el asunto sólo habría que comparar el discurso de ambos períodos.

María acaba la primera obra de esta etapa en 1949, dos años después de la muerte de Gregorio. Vuelve sobre el triángulo amoroso (paradigma establecido ya en las primeras obras modernistas) y afirma que la obra fue ideada en los treinta. Es conveniente recordar que los autores de principios de siglo a menudo repetían, con variantes, la acción de una pieza en otras obras o géneros. Extrañamente profética es la fórmula establecida en Tú eres la paz (1906), gran éxito novelístico cuya elaboración teatral es Madrigal (1913). El esquema es el siguiente: dos mujeres muy diferentes compiten por el amor de un hombre. Ana María, española inteligente, optimista, maternal, abnegada y virtuosa (o sea, María), contrasta   —283→   con Carmelina, bailarina inculta, extranjera, egoísta y manipuladora (o sea, Catalina). Lo curioso es que el triángulo real no existía aún al elaborarse la primera versión, haciendo extrañamente proféticos no sólo los nombres de los personajes sino cualidades, profesiones, situaciones e incluso la extranjería de la antagonista (Catalina nació en Cuba).

La versión de 1949, con el título enigmático de Es así, empieza en 1931 en una elegante villa italiana de Florencia y parece una especie de alta comedia. Isabel, protagonista y alter ego de la autora, escribe libros sobre el arte renacentista con su marido, un profesor ilustre con quien tiene una hija de siete años (Carlota)382. Carlos, fiel admirador de Isabel -como lo fueron de María Juan Ramón Jiménez y Manuel de Falla-, sirve de contraste con el marido débil e inconstante, cuya única presencia, como la de Gregorio durante años, es epistolar. Es en una carta en la que el marido comunica su intención de marcharse, alegando que el «demonio» le ha vencido en la persona de Clavellina, bailaora gitana. ¿Por qué abandona el profesor a la mujer ejemplar y colaboradora para vivir con una mujer ignorante y vulgar? ¿Diablos, brujerías y filtros mágicos, asuntos que ocupan un primer plano en otras obras de los treinta? Los amigos de Isabel no encuentran otra explicación. La autora nos dará la suya más adelante. Al final del primer acto, la protagonista sufre, como ocurre en Sortilegio, una congestión cerebral por el abandono del marido.

En el segundo acto, han pasado diecinueve años y estamos en 1950. Ya repuesta del trauma, la intelectual Isabel escribe bajo su propio nombre y está en Suecia con Carlota, ya casada, para recibir nada menos que el premio Nobel, galardón al que había aspirado Gregorio. Se oye la voz oscura de María en la esposa abandonada al explicar por qué no encontró otro amor: «Me parecía que no podía haber amor más completo... Aquella mezcla de ternura, de admiración, de cariño filial y maternal, aquella comprensión mutua. Hubiera dado la vida, no por salvar la suya; por evitarle un disgusto un poco serio...» (Teatro escogido, 204). ¿Qué pasó con el marido de Es así? Pues, Clavellina en seguida se cansó del profesor que, solo, envejecido y borracho, murió en una clínica mental de Budapest. Sí, en obras de María, los errores suelen pagarse. Pero antes de morir, el profesor había hecho lo que Gregorio no hizo: un testamento dejando todas las obras escritas en colaboración a su esposa-colaboradora383. En una conversación con Carlos, Isabel confiesa que, a pesar de todo y durante años, esperaba que su marido volviera. La respuesta de Carlos seguramente hace eco de comentarios incrédulos hechos cuando Gregorio se marchó con la actriz: «¡Aquel andrajo humano! ¡Teniéndote a ti!» (Teatro escogido, 193). La voz de María en Isabel, sin embargo, explica el abandono de modo más cínico: «De una mala mujer, nunca se cansa un hombre» y, subrayando la visión más sombría de este período, añade: «¡El demonio vence, el demonio manda!» (Teatro escogido, 196).

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En efecto, el diablo vuelve a tentar envuelto en su apariencia engañosa. A sus treinta y seis años, Clavellina escribe una carta de amor a Roberto, yerno de Isabel. Al encontrar la carta por casualidad, Carlota, entre lágrimas, hace la pregunta clásica: «¿Qué he hecho yo para merecer esto?». Carlos aclara el sentido del título y acentúa la carga pesimista de la obra al responderle: «La vida, que es así» (Teatro escogido, 210-11).

El ambiente del tercer acto contrasta con los anteriores elegantes, al tener lugar en el hotel barato donde se hospedan los gitanos. El lenguaje de los personajes, la música de guitarra, las castañuelas, el baile flamenco y el acento en el fatalismo recuerdan no sólo a Sortilegio, sino al libreto compuesto por María para El amor brujo. En una especie de fantasía liberadora de la autora, Isabel-María se enfrenta con Clavellina-Catalina. Interrumpe esta escena Roberto, que no se marcha con Clavellina, como se pensaba; viene simplemente a ofrecerle unos claveles y a despedirse. Pero la gitana no se da por vencida y utiliza todos sus ardides para tentarlo, moviéndose sensualmente como una serpiente (otro referente al diablo) al bailar y cantarle. Isabel observa la escena y grita, indignada: «¡Pero, no habrá un rayo en el cielo que acabe con esto!» (Teatro escogido, 240). Un poder misterioso parece responderle y Clavellina se cae inerte del tablao, como quizá la parte reprimida de María hubiera querido que cayese Catalina del escenario. ¿Es cierto lo que cree Isabel: que la fuerza de su odio ha hecho el prodigio? Lo indiscutible es que se ha muerto la bailaora, pagando una ofensa delante de la ofendida. Al ser Clavellina la misma que tienta en otra generación, se sugiere que las historias se repiten. Pero al resistir la tentación, Roberto afirma que la voluntad humana puede triunfar por encima de la tentación y torcer un aparente destino. Sin embargo, el comentario final resume el tono escéptico: «¡Perra vida!» (Teatro escogido, 243).

En 1950, María aprovecha el viaje a Estados Unidos a presenciar el estreno en inglés de Es así (That’s the Way Life Is) en la Universidad de Arizona, para después ir a Hollywood a explorar la posibilidad de vender unos guiones a los estudios de Walt Disney. Entre otros materiales ofrecidos y devueltos hay un relato titulado Merlín y Viviana o El gato egoísta y el perro atontado. Más tarde saldría la película de dibujos animados titulada La dama y el vagabundo con el argumento que María había esbozado (Rodrigo, María..., 322).

María pasa a Méjico y considera fijar su residencia allí, pero el clima le sienta mal. Viaja, entonces, a Buenos Aires, donde viven sus buenos amigos Pedro González-Blanco, Alejandro Casona y Eduardo Zamacois y decide quedarse. Intenta estrenar allí obras nuevas suyas, pero si Gregorio necesitaba a la autora antes, ahora María necesita al empresario que estrena en excelentes condiciones sus obras. Hay también otro curioso obstáculo; además de no existir como autora, parece que ni existe como persona. Gregorio había hecho correr la noticia de que María estaba muerta; Catalina, después de todo, pasaba por su mujer en Argentina. María se entera además de que él, en lugar de usar su nombre completo como coautora de las obras según lo convenido, había cometido todavía otra mezquindad representándolas con sólo las iniciales «G. y M.» Martínez Sierra. Si un lector ingenuo le preguntaba quién era «M», respondía que era su hermano. Entonces, además de amordazarse voluntariamente a sí misma como autora, María fue arrinconada como persona por el ingrato de su marido. Reaccionando como una madre indulgente frente a las travesuras de un hijo, comentó María: «¡Imagínese! Pero no me enfadé demasiado porque siempre le quise mucho» («La vida comienza a los ochenta», sin página). Como siempre, María mira su desgracia con humor -un poco negro, en este caso-: «¡Por lo visto», suspira,   —285→   «me he convertido definitivamente en fantasma!» (Rodrigo, María..., 323-24). Quizá esta abnegada feminista prefirió el estado fantasmal, ya que en 1952, al tener que publicar las obras bajo su nombre por primera vez desde su matrimonio, María lamenta que Gregorio no pueda ya otorgarle «la inapreciable merced de cubrir con su nombre único la mercancía común» (Una mujer por..., 256)384.

Una pieza sin estrenar de este período argentino tiene especial interés por ser la predilecta de la autora («Hablando con el lector», 13). Recoge las últimas palabras -«perra vida»- de Es así y lleva por título, Tragedia de la perra vida (1960). Al publicarse la obra, los comentarios de María contrastan marcadamente con los de 1952. Aparentemente recuperada de esa modestia patológica, María presume ahora de ser madre y padre de la nueva obra, proclamándola el resultado de una «indolora partenogénesis... [y] ¡supremo triunfo del feminismo!» («Hablando...», 14).

Tragedia de la perra vida, a pesar de su título, es una comedia humana de asunto mitológico. Júpiter visita los Campos Elíseos para distraerse del tedio de la inmortalidad. Charlando allí con las sombras de Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes, al dios griego se le ocurre satirizar la sombría existencia humana escribiendo lo que llamará «Tragedia de la perra vida». En el espacio metateatral, Mercurio dirige la obra de Júpiter compuesta de cuatro cuadros alegóricos (infancia, juventud, madurez y senectud) en que participan los cinco sentidos, los siete pecados y un coro de virtudes. El protagonista humano es un enano bufón absurdamente satisfecho de su fealdad que se contonea y será objeto de lucha entre el bien y el mal. Al morirse, el desgraciado enano resume el sentido de la obra afirmando que la vida es, como saben otros miserables y moribundos, el supremo valor: «sombría, amarga, perra, sí, perra vida... ¡pero vida!». Lo verdaderamente horrible es que se acaba. Incluso el enano está dispuesto a repetir su triste papel en la comedia humana: «¡Por favor», ruega, «déjame volver a empezar!» (94).

Volver a empezar era el deseo de María también, para volver a trabajar. Hasta el final de su larga vida seguía escribiendo obras originales, al tiempo que traducía piezas de Thornton Wilder, Ben Johnson, Maeterlinck y Ionesco. A sus noventa y nueve años, cuatro días justos antes de morir, María demuestra su lucidez señalando lo que considera su mayor virtud: «Mi ansia de trabajar, de escribir, sin tregua ni sosiego». Y mostrando la inmutabilidad de su amor por Gregorio, a pesar de todo, añade: «pero con la sombra de él, de Gregorio, a mi vera» («Muere en Buenos Aires María Martínez Sierra...», 99)385.

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Está claro que en su propia vida María reprimía la amargura y el cinismo expresados en obras finales. Optimista empedernida, se forzaba a suprimir lo desagradable, como lo explica en el prólogo de Gregorio y yo: «Un día, vi un reloj de arena a pleno sol con este lema escrito en latín: Nisi serenas. Esta ha sido siempre también la divisa de mi vida..., conservar en la memoria solamente las horas serenas» (17)386. Tengamos en cuenta este sentimiento en el contexto de una pieza teatral final.

En Muerte de la matriarca (1960), la anciana protagonista, sabiendo que su fin es inminente, pide a Dios que, si la lanza otra vez a vivir, la haga hombre. ¿Por qué? La autora parece hacernos un guiño desde el texto: «¡Hombre, para ser yo, sin ataduras. Para perderme, si me quiero perder, para salvarme si me quiero salvar! Mi vida para mí, no para los otros; siempre los míos, los ajenos; siempre apagando el fuego del corazón por no ofender, por no escandalizar... El hombre no escandaliza nunca, ¡le basta con triunfar!» (Teatro escogido, 199).

Los familiares de la matriarca quieren celebrar el 95 aniversario de su nacimiento; un tanto supersticiosa, ella sugiere que celebren mejor sus cien años. Ni María ni la matriarca estaban preparadas para morir; les quedaban muchas cosas por hacer. Lamenta la autora por boca de su personaje: «Esto no es una muerte; es un asesinato, porque yo estoy viva, por dentro estoy viva, ¡y este condenado corazón me estrangula!» (184). «El Prólogo», personaje narrador, cuenta que «a los seis meses de la celebración, el corazón le dijo: ‘¡no más!’» (183), y se murió. La matriarca ha dejado instrucciones para que incineren su cadáver y que «arrojen las cenizas desde lo alto... que las lleve el aire, que las fije el agua, para que nazcan espigas y amapolas» (188).

La muerte de la matriarca fue, como otras, una pieza extrañamente profética. ¿Qué pasó al morir la autora exiliada tan lejos de su patria? Como en el caso de la matriarca, a los seis meses de su centenario, o sea, el 28 de junio de 1974, el corazón de María también dijo: «¡No más!», y tal como pidió en su propio testamento, sus restos fueron incinerados y las cenizas lanzadas al aire sobre el mar. Me gusta creer que algo suyo, «fijado en el agua y llevado por los aires», volvió a su entrañable España para florecer allí en espigas y amapolas. Como la física nos asegura que lo que ha existido no desaparece del todo, quizá pueda perdurar incluso su noble espíritu optimista. De ser así, ojalá que viva a pleno sol y que conserve, como el recordado reloj de arena, sólo «las horas serenas... Nisi serenas...».


Obras citadas

Alcaraz, Joaquín. «Es cierto lo de María Lejárraga de Martínez Sierra». Excelsior [Méjico]. Foro [Cartas al Director]: sin fecha, sin página.

Archivo de la familia Lejárraga. Cartas, telegramas, manuscritos, fotografías, reseñas, entrevistas, recortes de prensa, etc. Copias de algunos de sus materiales están en un «Special Collection» de la biblioteca de la Universidad de Cincinnati.

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Chas, Ramón Antonio. «¿Por qué no firmó María Martínez Sierra las obras que escribió con su esposo?». Sin fecha, sin título, sin página.

Martínez Sierra, Gregorio. Feminismo, feminidad, españolismo. Madrid: Renacimiento, 1917.

«María Martínez Sierra: su fallecimiento». La Razón [Buenos Aires] (29 junio 1974): sin página.

Martínez Sierra, María. «Hablando con el lector». Prólogo. Fiesta en el Olimpo. Buenos Aires: Aguilar, 1960: 13-14.

_____. Fiesta en el Olimpo. Buenos Aires: Aguilar, 1960.

_____. Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración. Méjico, D. F.: Biografías Gandesa, 1953.

_____. Teatro escogido. Ed. Eduardo Pérez-Rasilla. Madrid: ADE (Asociación de los Directores de escena de España), 1996.

«Muere en Buenos Aires María Martínez Sierra, gloria de la escena española». ABC (29 junio de 1974): 99.

Montero, Rosa. Historias de mujeres. «María Lejárraga. El silencio». Madrid: Alfaguara, 1997: 117-27.

O’Connor, Patricia W. María y Gregorio Martínez Sierra: Crónica de una colaboración. Madrid: La Avispa, 1987.

Pérez-Rasilla, Eduardo. «María Martínez Sierra: Breve sinopsis biográfica». Introducción. Teatro escogido. Ed. Eduardo Pérez-Rasilla. Madrid: ADE, 1996.

Prieto, Indalecio. «Una mujer excepcional». Le Socialiste (22 febrero 1962): sin página.

Rodrigo, Antonina. María Lejárraga, una mujer en la sombra. Madrid: Vosa, 1994.

_____. Mujer y exilio, 1939. Madrid: Compañía Literaria, 1999.





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ArribaCelia en la revolución (1943), de Elena Fortún

Paloma Uría Ríos


I. E. S. «Astures» (Lugones, Asturias)

Entre 1929 y 1936, Encarnación Aragoneses y Urquijo, con el seudónimo de Elena Fortún, publica en la editorial Aguilar una serie de novelas infantiles que la harán famosa: Celia lo que dice, en 1929; Celia en el colegio, en 1932; Celia en el mundo y Celia novelista, en 1934; Celia y sus amigos, Cuchifritín, el hermano de Celia y Cuchifritín y sus primos, en 1935; Cuchifritín en casa de su abuelo; Cuchifritín y Paquito; Matonkikí y sus hermanas y Las travesuras de Matonkikí, en 1936. Todos ellos fueron reeditados a partir de los años cuarenta por la editorial Aguilar en su colección «Lecturas Juveniles». Durante la guerra, escribe para la revista Crónica numerosos cuentos, algunos de los cuales recogerá posteriormente en los libros Los cuentos que Celia cuenta a las niñas (1950) y Los cuentos que Celia cuenta a los niños (1951), y escribe Celia madrecita, cuya primera edición es de 1939, todos ellos publicados en Madrid por Aguilar. Comenzará entonces su doloroso exilio, primero en Francia, en Suiza y luego en Buenos Aires, donde se instala con su marido, coronel del Ejército de la República, Eusebio Gorbea, también escritor. Allí escribe Celia en la revolución (1943), Celia institutriz en América (1944) y El cuaderno de Celia (1947). En 1948 vuelve a España y publica La hermana de Celia (Mila y «Piolín»), Mila, Piolín y el burro y Celia se casa, los tres en 1949. Su último libro, Patita y Mila estudiantes se publica en 1951, un año antes de su muerte. Todos ellos son publicados en Madrid por la editorial Aguilar.

Dentro de la tradición realista y costumbrista, Elena Fortún recrea un microcosmos fácilmente reconocible por los lectores. Los personajes infantiles tienen una fuerte personalidad y están claramente individualizados, aunque la autora hace sentir su particular identificación con la protagonista de la mayor parte de sus novelas, Celia. El mundo de los adultos no constituye simplemente un marco o referencia, sino que tiene vida propia; a través de las novelas podemos seguir los avatares de unas familias relacionadas por lazos de parentesco que se mueven en un marco de burguesía acomodada. El mundo de Elena Fortún era un mundo acomodado, culto y cosmopolita. Si bien siempre hemos advertido un deje de tristeza, que aparecía reflejado en la persistente soledad de Celia, casi siempre apartada y añorante del cariño de sus padres, no es menos cierto que la seguridad y el confort acababan por hacer su aparición. Celia adolescente había iniciado con brillantez sus estudios de bachillerato y aspiraba, como las chicas de la nueva generación de la República, a ejercer una profesión y ser independiente. Tal era, por otra parte, la ideología del mundo femenino de Encarnación Aragoneses y las mujeres del Lyceum. Este mundo se derrumba a partir de Celia madrecita: el padre de Celia se arruina, su madre   —290→   muere, estalla la guerra civil y marchan al exilio en Argentina. A través de los ojos infantiles, asistimos a los trágicos y profundos cambios que experimenta la vida española en la década de los treinta y los cuarenta, como telón de fondo de la vida y evolución de sus personajes infantiles y también como amargo reflejo del fin de una época y el derrumbe de un mundo feliz. ¿Qué tuvo que pasar para que Elena Fortún se dejara invadir por ese pesimismo? Probablemente la guerra, que acabó también definitivamente con su mundo, le llevara a adoptar esa perspectiva.


Celia en la revolución

Se publica en 1987, Madrid, editorial Aguilar, colección «Celia y su mundo», con ilustraciones de Asun Balzola. Tiene 300 páginas y XXVIII capítulos. En el prólogo, Marisol Dorao comunica que obtuvo el manuscrito de manos de la nuera, ya viuda, de Elena Fortún, que reside en EE. UU. El manuscrito estaba a lápiz y sin corregir, por lo que la profesora Dorao tuvo que interpretar algunas palabras y corregir puntuación.

Es difícil saber cuál fue la intención de la autora al escribir esta novela. Podemos, quizá, considerarla como un necesario desahogo, una catarsis después de la casi insoportable experiencia vivida. Quizá una parte la constituyan notas tomadas directamente en el transcurso de los acontecimientos, pues la prosa es más seca y cortante que lo habitual, a veces casi telegráfica, y predomina el tiempo presente (mayor impresión de testimonio vivido, aunque en detrimento de la soltura de la prosa). No parece probable que en su intención estuviera el publicarla, pues conservó el manuscrito sin corregir. Sabía, naturalmente, que Aguilar no la iba a publicar en España y no parece que lo haya intentado en Argentina. Aunque tampoco pensó en destruirlo, y cuando en 1948 vuelve a España, con la idea de abrir de nuevo su casa de Chamartín, le encarga a su amiga argentina Inés Field que le envíe todos sus libros, excepto el manuscrito de Celia en la revolución, «que está en borrador y no debe venir». La novela tiene un post scríptum que dice: «Hoy, 13 de julio de 1943, termino de poner en borrador Celia en la revolución. Elena Fortún». El manuscrito de la novela, junto con las pertenencias que los esposos Gorbea tenían en Buenos Aires, fueron enviados a su hijo en EE. UU.

No podemos clasificar esta novela dentro de la literatura para niñas y adolescentes. Aunque la protagonista y narradora, Celia, tiene 16 años y en su expresión literaria conserva la ingenuidad y espontaneidad que le es característica, los hechos que relatan son fruto de la experiencia directa de Elena Fortún y el resultado es una novela-testimonio profundamente amarga y desesperanzada.

Es muy difícil acercarse a esta novela respetando el pacto de ficción. Es muy difícil distinguir la novela de la crónica y la ficción de la autobiografía de Elena Fortún. Su carácter autobiográfico ya ha sido señalado por la propia Marisol Dorao en el prólogo antes citado y por Carmen Martín Gaite387. Celia es, más que nunca, la propia Encarnación Aragoneses, y el padre de Celia es Eusebio Gorbea, esposo de la autora. Su peripecia en los años de la guerra es semejante a la que ambos sufrieron en aquellos trágicos años.

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También podemos acercarnos a la novela destacando su valor realista, de crónica de unos acontecimientos vividos y narrados con dolor y sinceridad. Sin embargo, Elena Fortún no escribió una autobiografía ni una crónica, sino que parte de la experiencia vivida para transformarla en materia narrativa. Por eso mi acercamiento a la obra es el de la lectura de una novela, de una entrega más de la serie de Celia, de una novela de guerra, con el dolor y la tragedia de una guerra, de una novela de desilusión y desesperanza de una adolescente con la vida truncada por los acontecimientos. Probablemente, sólo así podemos apreciar lo que esta novela tiene de permanente; sólo así tiene sentido para aquellos que vivieron la guerra, para quienes vivimos sus consecuencias y para todo lector que pueda sentir el odio, la destrucción, la angustia y la pérdida de esperanza de los derrotados.

La novela es abierta, en su comienzo y en su desenlace. Comienza al día siguiente del final de Celia madrecita; es decir, el 18 de julio, el día que llega la noticia de la sublevación de las tropas en África. Y termina con Celia en Valencia tratando de embarcar antes de la entrada de las tropas de Franco, sin conocer su destino, con la vaga esperanza de reunirse, tal vez, con su padre y sus hermanas en Francia.

Está escrita en primera persona y siempre en tiempo presente; esa insistencia en el presente confiere a la narración un carácter de provisionalidad, de incertidumbre ante el futuro, que es la tónica de toda la novela. La perspectiva es única e interna -es la de Celia, de su mente de niña, unas veces ingenua y crédula, otras, escéptica y lúcida-. A través de la evolución del punto de vista podemos asistir a la maduración del personaje. Celia ha ido madurando desde sus primeras impresiones de adolescente ingenua, hasta la mirada sabia y dolorida que han moldeado los trágicos acontecimientos. En este punto creo que resulta evidente que la autora no puede permanecer externa a lo narrado y que, incapaz de mantener la perspectiva de su personaje infantil, se deja llevar por sus propias interpretaciones y recuerdos. ¿Asistimos, pues, a la perspectiva de Elena Fortún durante la guerra? ¿o a la perspectiva de Elena Fortún en el exilio argentino, amargada por la derrota, por tantos ideales rotos, con un corazón helado por las dos Españas?

Como es habitual en las series de Elena Fortún, predominan los diálogos, que ejercen función narrativa; es decir, nos sirven para dar cuenta del desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, asistimos a una mayor presencia de elementos descriptivos o puramente narrativos que en obras anteriores. Son inolvidables las páginas dedicadas a describir la destrucción del barrio de Argüelles o de los efectos de los bombardeos sobre la población civil en Barcelona: pero es a través de los diálogos cómo captamos el miedo, el hambre, el odio y la destrucción.

La prosa es coloquial, más sobria y desnuda que en otras novelas de la serie; esta desnudez en ocasiones alcanza gran valor literario y acentúa el patetismo; en cambio, otras veces parecen notas tomadas para un diario, con demasiados puntos suspensivos y exclamaciones. En algunos momentos nos encontramos con descripciones de gran lirismo y en otras, la brevedad de las frases descriptivas funciona a modo de pinceladas impresionistas de una gran expresividad. En conjunto podemos decir que la calidad de la prosa es muy variable; no olvidemos que se trata de un borrador que no llegó a corregir.

Apenas existe trama novelesca; o mejor dicho, la trama la constituye el desarrollo de la guerra y su influencia en la vida de las personas. Los elementos novelescos están sostenidos por unos personajes que pertenecen al mundo de la ficción propio de la autora, personajes conocidos por los lectores como parte del microcosmos novelesco de la autora:   —292→   la Valeriana, el abuelo, la tía Julia, el primo Gerardo, las hermanitas (Teresina y Mila), el padre y la propia Celia, junto con referencias a sucesos y personajes de novelas anteriores. También entra dentro de este pacto de ficción la creación de nuevos personajes muy característicos del microcosmos de la autora, como Fifina y sus tías, o Lydia, la amiga de Barcelona, y la reaparición de su amiga del Instituto, María Luisa, cuyos avatares y los de su familia darán una cierta trabazón novelesca: el fusilamiento del hermano, el trabajo en el albergue de niños, las astucias para conseguir comida... Otro elemento novelesco, más prometedor, pero más desaprovechado, es la relación amorosa entre Jorge y Celia. Este muchacho ya había aparecido en Celia madrecita con la insinuación de un leve romance. En Celia y la revolución aparece quizá un poco tarde, casi a mitad de la novela -capítulo XII- y a partir de ese reencuentro se introduce en la trama un hilo conductor: el recuerdo de Jorge, las cartas, la vuelta, la declaración de amor y el ligero romance, Jorge en el frente y la caída en la batalla del Ebro... Quizá una mayor presencia o desarrollo de estos elementos habrían contribuido a dar mayor trabazón a la novela, aunque probablemente en detrimento del protagonismo central: la guerra.

La mayor parte de la novela está compuesta -como en otras de la serie- por una serie de anécdotas yuxtapuestas que componen un fresco de la vida cotidiana en la retaguardia, en la excepcionalidad provocada por la guerra y que están vinculadas por un desarrollo cronológico lineal y seleccionadas en virtud de los siguientes aspectos: los fusilamientos y las represalias en Madrid, así como la destrucción provocada por la llamada batalla de Madrid; los bombardeos y el miedo en Barcelona; el hambre, de nuevo en Madrid, y la derrota, en los últimos capítulos.

Como es habitual en la autora, los personajes son muy numerosos: unas veces son tipos, y otras, individuos. Además de los ya citados, que forman la trama novelesca, aparecen personajes sin nombre: los milicianos, las chicas emancipadas, la gente que se encuentra en el autobús...; los delatores; algunos aparecen solo para reflejar el dolor y la muerte o la traición a los propios ideales; otros tienen nombres y un poco más de vida: las personas que le dan cobijo en Valencia o en Barcelona, las compañeras de trabajo en el albergue de niños, su compañera en Chamartín... También aparecen fugazmente personajes de la vida real: Laurita de los Ríos, Isabel García Lorca o los esposos Aguilar, en una curiosa mezcla de realidad y ficción.

El tiempo de la novela abarca tres años, desde el 18 de julio de 1936 hasta marzo de 1939. El desarrollo temporal siempre es lineal; lento al principio, pues en los once primeros capítulos transcurre poco más de un año (del 19 de julio del 36 hasta septiembre del 37); los nueve siguientes ocupan siete meses del desarrollo de la guerra (septiembre del 37 a marzo del 38). A partir de aquí, el tiempo transcurre más rápido: cinco capítulos resumen un año (marzo del 38 a marzo del 39), y en los tres últimos, el tiempo vuelve a ser lento, para narrar los últimos días en Valencia.

Los escenarios en los que transcurren son Segovia, Madrid, Valencia, Albacete, Barcelona, Madrid, Valencia. El cambio de lugar está justificado argumentalmente, primero por la huida de los nacionales y luego por la búsqueda de las hermanas de Celia, evacuadas de Madrid.

  —293→  
La sublevación en Segovia y la guerra en Madrid

Segovia. La sublevación militar contra la legalidad republicana se escenifica por medio del fusilamiento del abuelo, anciano militar que encarna los ideales de libertad y justicia social. El relato de su muerte es un buen ejemplo de la sobriedad expresiva de los diálogos:

-¿Y no viste al amo?

-Como verle sí que le vi... a la madrugá cuando lo llevaron a la Fuencisla...

-¿Pa qué?

(...)

-Pues na... que les afusilaron allí... contra los acantilaos...

(...)

-Ya no sirve de ná llorar... Yo estaba escondido y lo vi too... El señor dijo «¡Viva la libertad!» y toos dispararon.


(página 33)388.                


En Madrid, se presenta el desarrollo de la guerra ante los ojos atónitos e inocentes de Celia, que cree en las ideas de su padre, justicia y democracia, y tiene fe, como él, en la victoria, pero contempla demasiados horrores por ambas partes y presenta un mundo en el que, junto a sacrificios, bondad e ideales, se han desatado también las pasiones más bajas, el odio y la muerte.

De su visión de la vida en Madrid, en este primer año de la guerra, podemos destacar algunos aspectos:

El carácter fratricida de la lucha. El enfrentamiento civil se refleja varias veces presentando familias divididas por la guerra. Los dos ejemplos más significativos son el de su familia: el abuelo fusilado por los franquistas, el padre combatiente republicano y su tía Julia y el primo Gerardo, fusilados por los milicianos; el otro ejemplo es el de la familia de su amiga María Luisa, con un hermano combatiendo en la sierra y el otro también fusilado en Madrid.

¿Quién tiene razón? Celia no es capaz de tomar un claro partido. Por una parte afirma:

...yo creo en papá, yo sé que él tiene razón siempre y si él defiende a los milicianos es porque la justicia está de su parte...


(página 55)                


Pero a renglón seguido presencia estremecedoras escenas de fusilamientos incontrolados, «paseos» nocturnos y cadáveres arrojados a las cunetas y esto le hace dudar.




La revolución en Madrid

Lo que más resalta del ambiente madrileño es el protagonismo popular: los obreros y las trabajadoras en la calle, el tuteo, la escasa cultura de la gente...; aparece también el tipo de chica joven del pueblo que habla de política, que se declara comunista o anarquista; y   —294→   también el resentimiento social que se concreta en la delación o el chantaje. No hay, por parte de Celia, una verdadera comprensión o aceptación de este protagonismo y su posición fluctúa entre el rechazo y el asombro:

¡Pero es horrible haber llegado a esto...! Fusilan a todo el mundo... se matan en la sierra, todo es suciedad, polvo, palabrotas, malas maneras...


(página 52)                


Es la reacción de una chica de buena familia y educada ante la irrupción del pueblo en la escena.

Los milicianos tienen un papel decisivo en este Madrid revolucionario y también aparecen presentados de forma ambigua y contradictoria. Unas veces son muchachos jóvenes, incluso simpáticos y amables, que cumplen con un deber de vigilancia o asistencia, y otras veces son los protagonistas de fusilamientos, requisas y apropiaciones. Uno de los episodios más estremecedores de la novela se produce cuando llegan unos milicianos de la CNT a detener al primo Gerardo -que es falangista- y su madre lo despide rezando un solemne réquiem.

Tampoco hay simpatía hacia los contrarrevolucionarios, representados por gente rica que vive al margen de la realidad y que esperan que venga Franco a poner orden y a restablecer sus privilegios, o hacia la gente que cambia de chaqueta, o hacia el fanatismo y la ignorancia de algunas personas.

La compasión se centra en las madres que han perdido a sus hijos o los tienen en el frente, la gente buena y sencilla que no sabe nada de la guerra. Sólo se ve con cordialidad el trabajo en el Albergue de niños, donde Celia encuentra a María Luisa, una antigua compañera de Instituto y hace una nueva amiga, la valiente y alegre Fifina. Allí está también Laurita de los Ríos, Isabel García Lorca, una doctora..., mujeres que pertenecerían al mundo liberal e ilustrado de Encarnación Aragoneses antes de la guerra.

Hay un breve periodo de alivio de la tensión. Por fin todos se trasladan a la casita de Chamartín, que les había preparado la tía Julia y que está llena de recuerdos de tiempos más felices. La actitud de Celia en la narración parece que va cambiando. Empieza a presentar aspectos positivos de la vida del Madrid revolucionario: gente entregada al cuidado de los niños en el Albergue; en una ocasión habla de «ese aire de seria dignidad que tiene ahora el pueblo»; narra los sufrimientos de la gente humilde ante los bombardeos y la evacuación de Talavera y, sobre todo, su punto de vista cambia de enfoque cuando comienzan los bombardeos de Madrid, en octubre de 1936:

Cien aeroplanos vienen y van, realizando una obra de espanto. Arden las pobres casas de los obreros, destruyen, machacan a los desgraciados...


Hay espléndidas y estremecedoras descripciones de la destrucción de la ciudad: el barrio de Argüelles, la calle Ferraz sobre la que han caído los obuses y la calle Princesa. Madrid debe ser evacuado y Valeriana se va con las niñas camino de Valencia. El padre, repuesto de sus heridas, vuelve al frente.



  —295→  
Lejos de Madrid

Un año después, en septiembre de 1937, Celia llega a Valencia en busca de sus hermanas. Destaca el contraste con Madrid, el cielo azul y comestibles en las tiendas, como si no pasara nada. Aparece Jorge y se inicia una relación romántica, que es, como hemos señalado más arriba, la continuación de una atracción adolescente en Celia madrecita. Pero también en Valencia comienzan a caer las bombas y, al no encontrar a las niñas, ni allí ni en Albacete, sigue la búsqueda camino de Barcelona.

En Barcelona, inicia una vida relativamente tranquila y a veces agradable. Llega su padre, tiene amigas, recibe carta de Jorge, aunque poco, algo consiguen comer, va a tomar el té en el Astoria, se compra un abrigo..., algo parecido a una vida normal. Además comienza la primavera y la vida se renueva como si nada estuviera pasando.

Pero este alivio de la tensión da paso al mayor horror vivido hasta entonces; son los bombardeos de los aviones alemanes e italianos sobre la población civil, y el miedo, el miedo incontrolable que por fin alcanza a Celia, que hasta el momento había conservado el valor y la iniciativa:

El bombardeo ha sido por el centro... Justamente a la hora de salir los chicos de los colegios... Así hay docenas de criaturas muertas..., y lo que es peor, vivas pero sin brazos o sin piernas... o con la cara destrozada... ¡No puede haber perdón para este crimen de los bombardeos!...


(página 201)                


El horror de esas escenas queda tan grabado en la mente de Celia que, a partir de ese momento, el miedo la domina, un miedo imposible de controlar, que hace que sus dientes

comiencen a chocar con fuerza, y no puedo contener el temblor de la mandíbula, aunque la sujeto con las manos... En el cuero cabelludo siento un frío raro, como si cada pelo se erizase.


(página 203)                


La desesperanza de Celia es total; oye hablar a Jorge y a su padre, que aún tienen esperanzas y que hablan de valor y heroísmo, de la bondad del pueblo, y sabe que ha perdido la fe en ellos, que no saben nada de lo que en realidad está pasando. Decide volver a su casa de Madrid, donde parece que los bombardeos han cesado, Jorge vuelve al frente y el padre queda en Barcelona, donde desempeña una importante misión.




De vuelta a Madrid, pasando por Valencia

Encuentra que Valencia es una ciudad alegre, los bombardeos son raros desde que se fue el Gobierno:

Por la ventanilla del ómnibus veo el mar azul iluminado por el sol radiante... ¡No puede haber hoy guerra con este día! ¡Los campos están florecidos con grandes manchas amarillas y blancas!... El aire trae perfumes de marzo. Las casitas de la carretera están casi todas hundidas y, sin embargo, en algunas hay mujeres que cosen a la puerta tomando el sol de esta mañana de primavera.


(página 214)                


  —296→  

Un detalle de la nueva vida. Una amiga de Fifina, que tiene diecisiete años, se ha casado con un médico. Animan a Celia que se case, porque ahora, dicen,

las cosas son tan fáciles, te presentas en el juzgado y listo... y si no, al coronel del regimiento...

...Y cuando se acabe la guerra volverá a ser como antes: que si el equipo, que si la casa, que si las invitaciones..., que si los padres no tienen dinero...


(página 218)                


Celia ha vuelto a Madrid. En cuatro capítulos se resume el último año de la guerra, y el protagonismo absoluto lo tiene el hambre. Es la primavera de 1938:

Es una primavera áspera, dura, sin la alegría de otras primaveras. El aire fino, sutil, de meseta, claro, transparente y frío como de agua de manantial, me envuelve, refresca mis mejillas y corre entre mis dedos.


(página 233)                


En Madrid reina una especie de tranquilidad sólo rota por la caída de algunos obuses. Hay un cierto compás de espera. Se subraya la escasez, la falta de productos en las tiendas, el acaparamiento de los comerciantes en espera de la derrota republicana.

Llega el verano. Consumen algo de verdura y hortalizas que han cultivado en el jardín. Todo el capítulo está dedicado al hambre y a las argucias para conseguir algo de comida; sólo tienen las lentejas del racionamiento y son tan pocas que deciden comer tres días por semana. Van a Argüelles a comprar ratas, pero se dan cuenta que éstas se han alimentado de los cadáveres que han quedado bajo los escombros. Y se produce una escena de intenso patetismo. Una mujer revuelve los escombros de lo que fue su casa, y al decirle Celia que no va a encontrar más que ratas, leemos

-¡Ratas! -grita la mujer-. ¡No, ratas no!... Ahí debajo se quedó una criatura mía... de tres meses... ¡Ratas no!


(página 239)                


El otoño. Sigue la falta de todo lo imprescindible, cambian ropa por comida, lavan la ropa con ceniza, pues hace tiempo que se acabó el jabón.

El invierno. El compás de espera termina. Las ilusiones de Celia de reunirse algún día con su familia en la casita de Chamartín se derrumban: la guerra se pierde. Celia hace un resumen del transcurso de la guerra en Madrid:

Nadie dice nada. Al desbordamiento gritón de los primeros días sucedió el silencio... luego una actividad rumorosa, como de colmena que trabaja alegre desafiando el peligro, y ahora vuelve el silencio, la tristeza, el miedo a algo que viene...


(página 258)                


Ahora parece plenamente identificada con los que están siendo vencidos, como la maestra que ha puesto todo su trabajo y sus esperanzas en la «Escuela única», y que piensa que todo se ha perdido «por culpa de unos y otros». Llega la noticia de la caída de Barcelona: ¡Se ha perdido la guerra! Jorge ha caído en la batalla del Ebro.

Me siento en el encintado de la acera y lloro, lloro a gritos... Lloro por Jorge, por mi abuelo, y tía Julia, y Gerardo... y mis hermanitas, pobres como las ratas, y mi padre desterrado, y por mí... ya tan desdichada... ¡Lloro porque hemos perdido la guerra!


(página 269)                


  —297→  

La despedida de su casa, llena de recuerdos, está cargada de tristeza y patetismo. Y al leerlo es imposible dejar de pensar en Elena Fortún en su destierro de Buenos Aires, sin saber si va a volver a su casa de Chamartín:

¡Adiós álamos! ¡Adiós, cipreses casi negros... rosales... pobre tierra seca y helada que comienza a esponjar la primavera! Papá decía que somos tierra del país donde nacemos. ¡Tierra mía de Madrid! De rodillas la beso.


(página 271)                


Los tres últimos capítulos transcurren en Valencia, buscando un pasaje para huir a Francia. En el viaje en autobús

alguien comienza a cantar la Internacional y todos seguimos. Es un canto enérgico que da valor. Luego cantamos el Himno de Riego y cantando seguimos ya fuera del pueblo...


(página 276)                


A pesar de estos ánimos, la visión derrotista se renueva en Valencia: la gente que creía de su parte son ahora franquistas o lo eran ya o han cambiado de chaqueta.

Ahora siento alegría de dejar esto... Era yo como un barquito que navegaba con todas las velas al aire... y una tras otra van cayendo. Todos dicen que me quieren, pero aseguran que soy su enemiga, y ellos lo son de mi padre... ¡Mentían antes! ¡Mentían por miedo! El pueblo les fusilaba porque sabían que mentían.


(página 299)                


Su amargura ha tocado fondo y, sola, en el puerto, con un raro impulso de religiosidad, se pone en las manos de Dios.

Destila emoción, angustia, dolor, miedo, desesperanza. Escrita en primera persona, con el estilo directo y espontáneo propio de novelas anteriores, resulta, en mi opinión, una de las novelas más estremecedoras y sinceras de la guerra civil española. Creo, además, que su calidad literaria es indudable.

La visión que Valeriana tiene de los acontecimientos, alejada de toda ideología, representa el sentido común conservador y apegado a las tradiciones:

Los hombres se meten siempre en lo que no les importa, en vez de ocuparse de su casa... No tiés más que ver en cuanto se juntan dos... lo mismo que sean pobres que ricos, ya están parlando que si el alcalde, que si el concejal, que si las elecciones... y hasta hay algunos que emprincipian con que si lo que pedrica el cura en el púlpito no es verdad, que si los frailes, y que si el Papa que está en Roma... ¿No paece sino que ellos van a arreglar el mundo y se lo saben too...?


Y más adelante:

A mí se me hace que toos los hombres juntos parlando de lo que no entienden son los que arman las revoluciones... Las mujeres, unas mejor y otra peor, saben cómo arreglar su casa... Si los hombres tienen que arreglar el mundo, ¿por qué no los enseñan? digo yo.