Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Síndrome de naufragios. Selección

Margo Glantz






ArribaAbajo El cólera regresa

síndrome viejo, conocido en el oriente y reiterado en los Milenios

que pasan peregrinos como aire de siglo que termina. El cólera se desplaza enlazando cuerpos, dejándolos enfebrecidos con el pulso descompuesto; las cóleras son frías, desnudas de palabra y revientan en las vocales de las cartas que se leen en voz alta, como la carta que el viudo le dirige a Maligna en un trópico ambarino y orinado por el sol. Esta carta-síndrome es respuesta a otra carta-tratado de cóleras terrestres, orlada de caracteres escritos a la hora cero de un balcón meridional: sus letras son corpiños y vasos azules, sillas rajadas, vino derramado, sandalias con arena, mesas de mimbre, quejas acumuladas en el debe y haber de la venganza, en el ojo por noche de la charla eterna ocurrida siempre, de mañana, de puerta entreabierta con ventanas entornadas e hijos que pasan por los intersticios. Es un cólera lejano y desprotegido, sin amarras, con reproches, medicinas, hermanas de la caridad, médicos que mueren al pie de las camas de latón, estilo fin de siglo, argelinas; cóleras con rencores amotinados, amores viejos y sin recetario, brujas, cartas de naipes egipcios, platos desportillados, colillas Camel, aliento pestilente. Los labios recuerdan en coma lo que los ojos entrecerrados callan y las señas hablan con desprecios cercenados e ilegítimos. Se habla de los culpables, de los tíos, de los padres, de los abuelos, de la raza de la tía Úrsula, del tío inválido, de todos los hijos de puta que hemos heredado entre las costillas.

Y sigue dando vueltas por la fiebre recorriendo Infiernos Quintos y rutas transoceánicas de los almirantes, dando vueltas (también ella) afiebrada mientras Paolo escucha, sigue en el remolino -timón a bordo- y alcanza el libro deshojado; Francesca musita como el viento, su voz crece, convertida en huracán, semejante al Flora que devasta las costas de Florida, seguido por la peluquera Dalila, especialista en cabellos hebreos, arrojando cigarros, recuerdos, gritos y palmeras. Seguimos encarnizados a la conjunción copulativa que ya engendró monstruos y no se cansa, sonriendo, rubia y tierna como damisela de novela de Corín Tellado. El huracán Dinah sufre los grandes celos de la furia y cubre con cóleras blancas y engomadas los algodones de la cama, cual coleóptero de boca dispuesta a masticar sus propios élitros.

El cólera también lo padecen las gallinas, los palomos, los ánades, los faisanes y los fósiles parientes del pez unicornio y los indios albinos que caminan con los pies acalambrados, derramando a su paso breve y fulminante los castigos. Sus rostros azulinos, sus frentes agudas y los vómitos abundantes los derrengan; por eso, laminados, vuelan con las epidemias y transportan en el aire los bacilos; siguen a Simbad sobre las púrpuras florecidas de sus alfombras volantes. Los hombres furibundos se amansan con el cólera y montan en caballos pleonásticamente adornados con toleras. Galopan calcinados, amantes, vivos dentro de la noche llena, milagrosa, declamando maravillas, platones de talavera azul, exaltados de amor y de epidemia, comprando piyamas de terciopelo encarnado, comiendo arroz con leche y oyendo el tictac del reloj devuelto al calor de la cólera, agazapada dentro de los armarios. Galopan derribando a las mujeres decentes y a algunas prostitutas enfundadas en azules camisones con anclas blancas frente la ventana, desde donde se ven las nieves eternas del Kilimanjaro que no alcanzan a calmarlos. Algunas son trágicas y amansan a la ira y otras propicias al sainete; callan cuando se les pasa la ternura, superan las sonrisas oblicuas, mezquinas, y se revuelven en la turbulencia del galope errático depositándolo en los veleros de doble fondo.

La cólera que canta ese caballo se monta en gatos y carece de elefantes porque nunca los ha visto en su salvaje soledad selvática; apenas los recuerda en las letras impresas de Ceylán, pero no en su paisaje cotidiano. Es un cólera imperfecto, el que se desgaja de las agujas hipodérmicas, el que produce fiebres vespertinas en las habitaciones prósperas de las ciudades pretenciosas, el que permite a sus domeñados habitantes poner los pies en el oriente sin sentir demasiado la Furia blanca y arenosa y fulgurante del apestado por la ira

la ira recorre como un fantasma el mundo de turbantes, borra con desprecio el sobrenombre exótico que occidente pone en los letreros de un oriente deformado por siglos de conquistas y por periodos geológicos devastados al paso de huracanes sin registro




ArribaAbajo Casi todos los aventureros que se aventuraron a conquistar la América tuvieron sed

Sed tan enorme que ni siquiera se apagaba con el exotismo de este continente. Casi todos los aventureros fueron semejantes en nombre a Cortés, y, formados en legiones, desplegaron las amarras de las barcas: en ellas se deslizaron por los grandes afluentes de los enormes ríos parecidos a los mares europeos en ancho y en extensión. Las armaduras pesaban deteniendo en sus espejos la corriente, a su vez, espejo de los ríos que, más tarde, habrían de incorporarse a los tigres y a los laberintos, creando toscas ruinas circulares en reflejo.

Los camellos pudieron pasar por el ojo de la aguja. La sed de fama (la sed de oro, la sed de la eterna juventud) perseguía a los aventureros, a los encomenderos y a los misioneros, quitándoles las ropas a quienes buscaban amazonas, oro y bienaventuranza.

Es fácil advertir la relación que existe entre ser secuestrado para recibir un rescate y conquistar para obtenerlo. Antes se enviaban las armadas en grandes carabelas, hoy basta con enviar una oreja mutilada como prenda del rehén (y de Van Gogh) para provocar la indignación de un joven perseguido por la policía:

su perro carece de collar y, con bozal, es la representación perfecta, vivita y coleando, de perro que ladra no muerde.

El castigo es simultáneo: se paga el rescate sin audición ni procesos visibles y se muerde la oreja del perseguidor. El joven secuestrado podrá mejorarse gracias a un injerto auditivo proveniente de la policía que no demostró mucha prisa por rescatarlo. Así, de todos los personajes interesados en este cuento sólo se perjudicará a los guardianes del orden, castigándolos por perseguir perros sin collar y dejar libres a los terroristas.

-Los conquistadores siempre ganan

La saliva humana es más peligrosa que la del perro: cualquier mordida humana puede ser mortal.




ArribaAbajo La naturaleza de las tormentas las hace fenómenos simples aunque apocalípticos

Un temblor destruye islas e iglesias: la isla misteriosa de Verne o la iglesia de San Pedro, cerca de Perusa (o Perugia). También las aguas suben y borran los rastros de los Cimabues o de los Pieros de la Francesca o los Castagnos.

Las ratas aumentan vertiginosamente su población: ahora hay cerca de ocho millones viviendo en los sistemas clandestinos de la ciudad de Nueva York como los cristianos de las catacumbas o los judíos de las atarjeas. Pronto superarán a los neoyorquinos; en cambio, las tasas de natalidad de los hispanos superan a las ratas. También esto es natural y produce fenómenos semejantes a las tormentas: una niña que nace embarazada aclara la realidad. Buñuel asegura que de un texto hay que conservar el fondo y no la forma y por eso ha conservado solamente una cajita de música que suena en alguna parte de la película y se exhibe en otra. También eso es natural. Otro fenómeno de la naturaleza son los hombres exaltados que originan convulsiones tan tremendas como las cataclísmicas, anunciadas primero por las trompas de los elefantes que se elevan con desmesura desde los circos que rodean las ciudades peregrinas. Los perros y los gatos callejeros (los de Coyoacán) saben y también avisan. Lope de Aguirre paseaba en su barca con los inmigrantes coronando reyes y destronando con las palabras a Felipe:

«Rey Felipe, te he hecho muchos servicios con la lanza en la mano y tú has sido cruel e ingrato. Estoy manco de la pierna derecha por tu culpa: dos arcabuzazos en el valle de Chuquinga, que nunca conocerás porque eres quebrantador de fe y de palabra, aunque nosotros seguimos tu voz y la apellidamos contra tus enemigos. Yo he rompido batallas en tu nombre, y he guardado prisiones y ahora te maldigo pues a costa de mi sangre y zozobra he ganado esta manquera. Nunca aventuraste nada en estos reinos y de ellos te beneficias. Ojalá vayas al Infierno, aunque no tengas mucha compañía porque no abundan allí los reyes y de abundar el Infierno estaría empedrado de coronas. He sabido de los cismas que dan un pago a los cuerpos adorados en vida como los de Nabucodonosor».

Las tormentas crecen de la misma manera que las rosas, naturalmente.




ArribaAbajo[La mezcalina]

La mezcalina, como las tormentas, engendra una sucesión de adjetivos que se anulan de repente y se cristalizan en una palabra clave que permite, aunque sea, agarrarse a una situación: la de lo agitado. Cualquier razonamiento se estrella ante una idea escurridiza, inasible, que destruye la esperanza lógica y se eclipsa, dejando en el aire los teoremas y ridiculiza al extremo toda función mental ejerciendo una atroz, devastadora, irritante suspensión del pensamiento y una agitación perpetua como la que movía las aguas superficiales de quienes aún no habían penetrado en la profundidad del movimiento del monstruo. Las invasiones de la ira agitan la inconsistencia como agita al mar el coletazo persistente y escamoso: bajo el efecto de la putrefacción, ciertas partes del tiburón peregrino pueden adquirir la silueta del plesiosaurio.

Hay también un ritmo, una inmensa cantinela, binaria, y de nuevo la agitación, primero limitada a un temblor y luego a una mayúscula sensibilidad de lo insensible. Un tiburón puede ser del centro de la tierra y un hombre se siente poroso, atacado, taladrado. Otra de las experiencias es la visión negra, esa sensación amenazada de perpetuidad de la que habla Michaux; pudiera resumirse en el eterno vaivén de las olas invisibles; se agitan albergando en sus aguas al monstruo intermitente; dejan constancia de su infinita presencia, enemiga del lenguaje, en el éxtasis erótico, enemigo del océano. Los habitantes del medioevo relatan con pavor su aparición: es un pescado monstruoso llamado Fhagané, como si dijéramos Dragón, mucho mayor que la ballena, tan grande en su naufragio y tan aterciopelado que el fantasma de su corrupción se vuelve espeluznante y fétido.




ArribaAbajo[Magallanes vivió de tratados y navegaciones]

Magallanes vivió de tratados y navegaciones (y Colón, Cadamosto, Álvar Núñez, Vasco de Gama y Américo Vespucci). La vuelta al mundo la confirmó Pedro Mártir de Anglería sentado en la Corte Castellana donde escribía cartas, en minucioso latín, al Santo Papa. De vez en cuando interrumpía la escritura para probar las frutas de las Indias Nuevas. Pedro Mártir conversaba con los heterodoxos españoles y sus ideas se volvían redondas como las de Tolomeo y la tierra se convertía en una inmensa pradera sobre la que fracasaban las teorías, cayendo a plomo en la espalda de las tortugas que, al devorarlas, liberaban a Prometeo.

Si no le tuerzo el cuello a Aquiles -es el desprecio- él me lo rebana, indignado por la flagrante mancebía de Agamenón: no entiende su destino, es encarnado (más bien, bermejo). No quiere saberlo, Casandra está a su lado, con los ojos tristes y en ellos se transparenta la visión de Hécuba y ¡claro! las hogueras. Las piras funerarias alumbran los cabellos de Héctor arrastrado a lo largo de las murallas antes de recibir la dulce sombra. Los viejos huelen la fragancia de la Perra y no lamentan la caída

el cabello desventrado fue sirena y las Puertas Esceas desfacen los entuertos

-Agamenón, no inicies el viaje sin ver la ninfa de mis ojos

La niña Eco carece de mirada y el sonido se ahoga en la vértebra lilácea del Gran Señor que mira los presagios y desdeña cualquiera semejanza, así sea con la noche (recordar aquí a Alejo Carpentier)

Las naves argivas, las de los pies ligeros, propician los desembarcos. El viento lleno del olor de la sangre pasa junto a los ciervos, o los cuervos llenos de entrañas vírgenes. Ifigenia recorre el bosque hinchando las negras velas que harán caer a Egeo en las trampas mediterráneas, despertando los augurios

Aquiles toca, también él, las sombras y la dulce vida se la recordará Ulises cuando surque con Colón los mares, el año en que Zeus le enmiende la plana a los cronistas: Pedro Mártir recela de las Décadas y con las cejas enarcadas compara a Jasón con el Almirante de todos los Océanos.

Los Argonautas vuelan sobre el lomo de Quirón y los forzados se suben a la Niña piloteada por uno de los hermanos Pinzones. Su nombre puntiagudo -de nuevo, el desprecio- traspasa las arboladuras de las carabelas vestidas con los territorios conquistados. Su boscosa intimidad combina los colores y pinta de azul las jarcias siempre desordenadas (navegan los presidiarios). Los alcatraces se posan en las gavias y la diosa de los ojos color violeta es la lechuza (Eolo inicia las metamorfosis)

El picaporte cierra las ventanas de ojo de buey. La redondez de la tierra se repite en ellas y la de los reventados ojos

La operación primordial es melodrama y un cantante castrato dice, vestido de Eurídice, un poema de Gluck ordenado en un pausado oboe y la vez repite (en tono insensato) los lamentos del que la persigue. Parece que ella ha decidido olvidarlo (a Orfeo, naturalmente). Las marinas convulsiones a las que la nave me condena son salinas, nada tienen que ver con el carbonato de sodio puro que detenía a los habitantes de la Biblia para convertirlos en estatuas de marfil. El mundo está lleno de ese tipo de estatuas camp, hechas en serie, modeladas, y ya nadie se asombra cuando las mira: No lloran en el Sinaí porque los ojos no verán lo prometido

El ojo retoma su tamaño normal. Quizá su contextura de testículo de buey lo haya marcado antes de la carnicería: las entrañas son tiernas y el ombligo es su pasaporte

designa el ritmo de un virtuoso

las piezas esparcidas en fa por el bongó se trasladan al clavecín melismático: Joseph Marx toca el oboe con las cuerdas de Lucerna. Antonio Janigro dirige con maestría esta obra que exige una sostenida concentración de parte de los ejecutantes. Los violines rechinan porque su modernidad y los contrabajos asustan (Inferno V)

el compositor, un mero espectador, no oye (esta carencia es común entre los músicos, recuérdese a Beethoven y también a Brahms que nunca quiso oír sus propias obras hasta que no muriese el sordo de Bonn) y se transforma en autor de cante jondo cuando siente las palmadas furiosas de la plebe

la partitura es perfecta: los signos pasean por el pentagrama y las notas se estructuran en un espacio pancromático ajado. Cada trecho ostenta un calderón para que Chico Marx aparezca en escena tocando el arpa

y se oye una navegación en forma de melodrama (consta de tres actos que se resuelven al galope)




ArribaAbajo Estamos a partir un pastel

No, estamos a partir un piñón. El piñón es una pequeña nuez de carne rosa, recubierta (y protegida) de madera ligera. Cuando se come un piñón entre dos son las bocas las que se acercan, cuando se parte un pastel son apenas las manos.

El piñón es el esqueleto. Aunque mejor sería decir que está recubierto por el esqueleto. Una gran curiosidad se ha producido cuando se desentierran las calaveras de los grandes hombres. La de Pizarro fue encontrada en la Catedral de Lima, se sabe que es la de él, porque es grande, voluntariosa y porque está perforada de un sablazo. Pizarro murió así, rodeado de algunos de sus partidarios.

El Perú convocó a los asesinos

un tirano y otro tirano más otro tirano. El padre de Pizarro fue porquero y el conquistador no sabía poner más que una cruz o degollar a los demás cuando dejaba escrita una carta en la que censuraba las crueles costumbres de los naturales.

¡Ah de las cimitarras, los alfanjes, los catanes. Todos esos instrumentos que tajan, rasgan, descuajan, violan, despedazan!

Los maderos en cruz de Nagasaki se alinean como cruces sobre los montes, luego devastados por la atómica y reconstruidos por las flores humildes y azules que crecieron sobre la bomba. Las cartas o razonamientos de quienes viajaron y censuraron las crueles costumbres de los naturales, ahora japoneses en esas islas-archipiélago sin memoria, sin proceso y sin embargo tan antiguas, tan paleografiadas, tan herméticas y tan selladas por los palimpsestos.

Pizarro murió así, tajado, con una hendidura en la frente, cercenado, envuelto de enemigos, asediado como lo fueran los simples nativos condenados a elegir pacientemente el suplicio de Cristo, ellos mismos mártires pero no cristianos, elevados en un madero, atados a él, agujerados por el húmero, traspasados por las lanzas de los pícaros que no veían en ellos a ningún Cristo, sin leprosos que los redimieran, con los lactantes a cuestas, pegados al seno materno que por haber robado una gallina fueron condenadas como madres al sol eterno, al apulseramiento de tobillos y muñecas que las ligan a una cruz atea, sin plata ni fluctuación de metales, cruz japonesa, martírica, mezquina, pues sus cuerpos sirven luego para probar el filo de los alfanjes, para probar los cuchillos, para ver si se mellan o se mantienen erectos, aguzados, capaces de destrozar con saña las cabezas y proclamar a voz en cuello la pericia de los herreros, pasto luego de los perros y los auras.

Calaveras asoleadas al sol de una mañana dieciochesca y oriental por la que deambula razonando el italiano Carletti sin conocer los naufragios, ni la bebida hecha con excrementos diluidos, esos brebajes que gustara Alonso Ramírez y descubriera Don Carlos de Sigüenza y Góngora, cosmógrafo y catedrático de matemáticas del Rey Nuestro Señor en la Academia Mexicana (San Ildefonso) y capellán mayor del Hospital Real del Amor de Dios en la ciudad de México (títulos son éstos que suman mucho y valen poco), con un tirano y otro tirano más otro tirano.

El Perú convocó a los asesinos, el Japón convocó a los asesinos, Lope de Aguirre los convocó. Pedrarias Dávila cebó a sus perros con carne de indios, Bartolomé Colón azuzaba a sus perros con carne de indígenas bautizados, sazonada a la cristiana, los Khmers matados a golpes de azadones y traspasadas las nucas, cruces de madera con un pedazo en medio del asta que ayuda a sostener el cuerpo del paciente que no mártir. No se usaban los clavos sino las argollas, y las cruces se levantan sobre agujeros hechos a posta, con piedra y argamasa, y las carnes perforadas se yerguen esperando el golpe que les tajará la garganta y los alfanjes que los condenarán a ser una masa menuda, sanguinolenta, sacrificial sin sacrificio, abandonados al hedor del polvo, sin altares, sin ceremonias, como viles bueyes llevados al matadero pero pasando antes por las cruces, sobre los montes, reproduciendo la muerte del nazareno pero sin aureola, sin resucitar, sin iconografías, sin requiescat in pace, sin fugas de Bach, sin lamentos de las Tres Marías, sin cabellos suntuosos de la Magdalena, sin lascivias, sin Judas, sin pasión y sin calvario.

Después de muerto el cuerpo es descendido (y no al sepulcro) (y sin sudarios) y los nobles lo degüellan y empiezan a tajarlo en pedazos pequeños, ínfimos, destazando los músculos sin respetar los ligamentos, sin reflexionar sobre la carnicería. Las cruces permanecen y también los cuerpos, pero de ellos nada queda ni un entierro, excepto el que les brinda el buche de los buitres o el hocico de los perros.

A veces se encuentran también las calaveras, por ejemplo aquella que estaba frente a donde yo vivía, cuando era niña y que perteneció sin duda a una joven nativa de veinte años matada por Cortés y sus soldados, frente a mi casa, frente al árbol donde Cortés lloró su desventura, frente a ese árbol ahora apuñalado por el rayo o por los fuegos de artificio, ese árbol triste de mi infancia y de Cuauhtémoc.

A la larga nostalgia de los poetas dedicó Breton uno de sus últimos poemas y Chaplin dedicó su cuerpo a cintas delgadas de películas para pasar por las pantallas de los cines (sus fans devoran pizzas de salami y aceituna y beben su rutbir)

A Chaplin lo persiguen de nuevo las noticias capitales, encabezadas de a ocho, desdibujadas de a diez: merece que se roben su cadáver, merece ser embalsamado y que lo monten a caballo para ganar batallas: el Mío Cid Campeador, montado en su Babieca y a cuya sola vista huían los infieles en manadas: Fray Servando (Teresa de Mier, Noriega y Guerra), montado entre la colonia y la independencia, ganando batallas con su momia, delicia de los circos de otros siglos

San Francisco de Asís, corto de estatura y tuberculoso de huesos (sólo comía flores)

Eloísa, cuyo esqueleto ofrece signos de la mayor armonía y la mayor belleza y hechura de los huesos

Pizarro, calavera santificada por una tumba catedralicia

o los brazos, las piernas que forman la capilla de los milagros de quienes contrahacen doncellas, haciendo mesa franca a los grajos, en sus tumbas llenas de bellotas sin ningún epitafio a la cabeza, con los huesos hechos polvo enamorado, aunque cada noche besase a un cabrón en el ojo que no tiene niña (lo dice Don Francisco) o las reliquias de Marx, cadáver exquisito, con su bigote de crayola, sus gafas y sus hermanos mudos

o yacer en San Dionisio con una corona de piedra en la cabeza

a tu lado (Doña Blanca) en uniforme de monje cistercense (o templario) o teniendo como cojín (para los pies y las sandalias de pierna quebrada) algún perrillo faldero de las cortes de normandos




ArribaAbajoLos ciclones son ahora masculinos

Antes guardaban una feminidad iracunda en los nombres con los que los bautizaba la meteorología. El Flora, el Alicia, el Casilda batía con palabras rencorosas las costas prósperas de las ciudades del norte y los poblados indefensos del Caribe. Las trombas abaten a los hombres que se abrazan despavoridos y se pegan inútilmente a las copas de los grandes árboles que Colón descubriera sin descubrir su verdadera naturaleza. Álvar Núñez vive y convoca las tormentas y se protege de la desnudez con la escritura.

Lope de Aguirre es la insolación y la peste y su viaje por el Amazonas propicia las erupciones y los suicidios. Los reinados ecuestres se terminan y los balanceos se inician entre las armaduras y las miradas inquietas o desvanecidas por la fiebre. Lope de Aguirre manda clavar unos maderos y trepa al más joven de sus hombres en ellos para que haga el viejo signo de la cruz: ese día ha cumplido 33 años. Inicia su misión terrorista y guerrillera en una balsa que lo enfrenta a su enemigo: no es el río, no es el calor, ni siquiera su hija con quien piensa fundar una dinastía de seda y de gorgueras en medio de la selva, entre las ceibas, los cocodrilos, los árboles descuajados del volcán y las madrigueras violentas de las flechas curadas con curare. Lope de Aguirre se enfrenta a Ursúa: ambos son vascos y llevan en la sangre una anticipación de huracán que en su provincia escueta falta y que en el Brasil se inocula a la Amazonia: luego regresa sin embargo y arde en el fuego vascuence y vascongado.

Y ahora viene el Federico. A su paso ceden los techados rojos, el color de siena pierde su limpieza franciscana y se adoba a los mensajes de las flechas desatadas. Aguirre se ha quedado sin dientes porque se parece a las pirañas (convertidas ahora en domestic pets a cinco dólares la pieza: las vende en Londres Christopher Hudson) y quiere disimular su oficio de armadura desprovista de caballos. El ciclón ya ha matado más de 29 hombres, quizá un niño y se espera que mañana sean cien los abatidos. Las lluvias sacuden el curso de los ríos y los pequeños se ahogan en las cifras que producen las inundaciones.

«Estoy convencido que las pirañas tienen infinitas posibilidades educativas, sobre todo con los niños. Los peces que vendo son totalmente inofensivos siempre que no se acerquen a la sangre». Las pirañas domésticas se alimentan como las naturales de carne fresca.




ArribaAbajo[Determiné hurtarle el cuerpo a mi propia patria]

Determiné hurtarle el cuerpo a mi propia patria y tratar a mi padre como si no lo fuera y me vine contigo. La tierra era triste porque sus originarios habitadores han muerto y los huracanes la hieren con tal vehemencia que hasta los árboles de cacao (que a falta de oro provisionaban de lo necesario a quienes los traficaban) han caído. (El cacao era el oro antiguo y el oro sube vertiginosamente amenazando con romper las compuertas de las presas y hacer subir el nivel de los ríos). Algunos niños gozan los viernes huracanados. Las pérdidas son muchas sin embargo y los cristianos viejos se ahogan en un vaso de río. Yo me embarqué con mejor suerte que Julio Verne, y, a la manera de Robinsón, pero algunos años antes que él, salí a buscar fortuna. No me quedé en la isla de Cuba porque podía estar sujeta, como la isla mía, a acciones de los corsantes y mi fortuna dependía de no cruzarme con ellos. Los temía más que a los vientos que devastan y rozan la tierra, además, siendo, como mi padre, de oficio carpintero de ribera, decidí no tener ningún trato con árboles de ninguna especie, ni siquiera para abrazarme de ellos, como hiciera alguna vez Álvar Núñez Cabeza de Vaca en su paso por el Mar Caribe.

A veces Dios nos ciega. ¡Cuál no sería mi sorpresa al ver que la capital de estos reinos era conmigo tan tirana como los vientos con los árboles del cacao o mis antepasados con los originarios habitantes de las islas! Sólo el amor devasta con tanta ternura.




ArribaAbajo[En los constantes vaivenes de la vida de un naúfrago]

En los constantes vaivenes de la vida de un náufrago se inscriben las cartografías y se disipan los huracanes. Como la mayor parte de los vórtices de la atmósfera el calor latente es la fuente de energía. Éste es el efecto de Coriolis donde a medida que el aire se aproxima al centro del vórtice adquiere una velocidad cada vez más grande. La mayor parte de los huracanes se forman sobre aquellas áreas oceánicas y en aquellas estaciones del año en que la temperatura de la superficie del mar es más elevada. Eso no lo sabía Álvar Núñez cuando desembarcó en la isla de Cuba y tuvo que abrazarse a un árbol que la tormenta descuajó. Durante el estado de formación, los vientos no alcanzan la fuerza del huracán y a medida que la tormenta llega al máximo de intensidad los cambios se producen con mayor rapidez. Cuando el huracán alcanza la madurez, los cambios de presión en el centro se hacen realmente pequeños, pero el área cubierta por los fuertes vientos y la lluvia aumenta.

Los huracanes empiezan a debilitarse y desaparecen cuando la fuente de energía desaparece pero ¡cuidado! el huracán tiene un ojo que provoca los desastres:

Entonces siguió una calma opresiva por unas pocas horas, que pareció indicar que el mismo vórtice de la tormenta estaba pasando sobre nosotros, era como el ojo de Dios sobre nosotros, era al mismo tiempo el ojo huracanado, el ojo de la ira, pues la poca natural quietud, la calma chicha, perturbada sólo por una llovizna ocasional, era de por sí misma agüero del próximo desastre. Como no había habido cambio en la dirección del viento, los que tenían experiencia se preparaban para lo peor...

Alrededor del horizonte se encendió un anillo de fuego rojo-sangre, perdiéndose en un ámbar brillante en el cenit: era Isaías: en efecto, el cielo formó una gigantesca y feroz bóveda de luz roja que brilló a través de la lluvia... Nos hincamos...




ArribaAbajo Se puede hacer una tormenta en un vaso de agua

Salir descalzo con tormenta ensucia los pies descalzos y estropea el pantalón. Los hijos adoptivos necesitan 12 trajes completos y 12 pares de zapatos de la misma hechura, de colores y materiales diversos. Así pueden empeñarlos y sobrevivir: de otra manera es difícil caminar por las calles o recorrer las grandes avenidas, llenas de vitrinas. Las doce piezas se usan y se arruinan. A veces el usurero las vende y obliga a Emma a suicidarse y a Baudelaire a escribir cartas desesperadas a sus acreedores, su madre, por ejemplo.

Comprarse pantalones de poeta es indecente y mandarse a hacer 12 a la medida para imitar a Goethe (y ¿por qué no a Byron?) es un gesto generador de entuertos. Un pantalón de casimir usado de manera diferente al que se usa en los salones sirve para escribir poesía, también para mirar, siempre mirar, a las mujeres que se ofrecen a la vista en las grandes casas de la vida.

Aspirar su perfume, abrir sus bocas, pensar en los venenos, ponerse un pantalón de casimir, empeñar el sombrero, se convierte en un solo acto ensoñado y definitivo: hundirse hasta el codo en el barro.

(No era necesario que vinieras, Henri, con tu cohorte de nubarrones y tu estropicio de calles enlodadas. Los niños se quitan los pantalones porque no quieren mojarlos y se suben a las barcas que tú les proporcionas).

Baudelaire sueña que la tormenta se ha llevado sus zapatos. En realidad, su pantalón y sus zapatos de charol los tiene el usurero, alineados junto a las capas de Madame Bovary. Emma ha encontrado la horma de su zapato y Baudelaire su propia tormenta a domicilio.




ArribaAbajoY no hallé nada que no fuese recuerdo de la muerte

En la selva nunca falta el agua pero ésta se concentra en las excrecencias vegetales o se extiende por inmensas regiones volviéndose como un mar, casi el Amazonas. Allí naufragó Aguirre, el traidor, el desventurado, allí murió su hija ahogada por la gorguera delicada y los encajes, allí murió el valle y allí llega a morir el altiplano donde las plantas se aferran a la tierra y se protegen con espinas de su acoso; también existe el agua pero es enemiga y el hombre la deseca para construir un mundo nuevo:

Las cuarteaduras de los muros son notables y el estuco rebota

Los muros de esta patria mía ya no me sostienen y el temblor de mis manos me seca

Y no hallé nada en qué poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte

Y no hallé nada, apenas una mano dibujada en esos muros, dispersa por la cuarteadura.




ArribaNo hallé en qué poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte


Flores de mayo, pidió la niña, para ofrendarlas ante
el altar,
y entre esas flores
pusieron luego
su lindo cuerpo
cuando murió.

Flores de maaaaayo...

-Desentonas.

-¿Por qué no hacemos algo juntos?

-Entre tú y yo lo único que podemos hacer juntos es un rencor vivo y eso ya lo hizo Rulfo o Pedro Páramo. Escoge.

Que mi mano derecha se seque si me olvido de ti
¡Oh Jerusalem!

Esta dedicatoria anula una mano
(el lector -tú- anule la que prefiera)

Coyoacán, 1977-1981





Indice