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Algunas consideraciones previas acerca de esa posible doctrina pueden verse en R. K. Merton y P. F. Lazarsfeld, «Friendship as a social process», en Freedom and Control in a Modern Society, de Morroe Berger, T. Abel y C. Page (New York, Van Nostrand, 1954).

 

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Basten aquí estas sumarias indicaciones. El lector interesado por el tema deberá acudir a los libros de Roethlisberger y Dickson y de Homans mencionados en la bibliografía de este capítulo.

 

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Con toda deliberación he subrayado el adverbio habitualmente al hablar de la génesis de la amistad en el suelo de determinadas estructuras de la realidad social; porque lo cierto es que la relación amistosa puede saltar, como de la liebre suele decirse, en cualquier parte. La estructura de la sociedad condiciona, ciertamente, el nacimiento de la amistad, pero no lo determina; no en vano pertenece esta al orden de la vida interpersonal, es decir, a un modo de la realidad que está más allá de la «naturaleza cósmica» y de la «sociedad».

 

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El fenómeno psicosocial de la incomunicación es, desde luego, más rico en matices; véase el estudio que a ese fenómeno ha dedicado el psiquiatra Carlos Castilla del Pino. Pero creo que el momento genético que acabo de apuntar es en él, bien miradas las cosas, esencial y constante.

 

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Yo reservaría el nombre de «técnica» para designar el bien obrar frente a la naturaleza cósmica y el de «ascética» para denominar el bien obrar frente a la naturaleza humana, en tanto que humana. Expresiones como «técnica de la amistad» o «técnica del amor» disuenan en cualquier oído sensible. Pero bien se me alcanza, que los dos términos se solapan a veces entre sí, porque hay una «técnica de la educación» y una «técnica de la psicoterapia». Con todo, bastante más comprensiva es la palabra «arte», en el sentido antiguo de ella, que la palabra «técnica»: «ascética de la amistad» o «arte de la amistad».

 

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En rigor -y siempre desde el punto de vista de la relación con lo que se tiene-, hay dos modos del narcisismo: el narcisismo de lo meramente recibido, el del Narciso mitológico y psicoanalítico, y el narcisismo de lo esforzadamente conquistado. Este es el propio del hombre moderno.

 

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Recuérdese que Pigmalión necesita el don divino y supererogatorio de la conversión de su estatua en figura viviente y humana para enamorarse de ella. Contemplando la estatua que acaba de tallar, Pigmalión necesita más de lo que cree merecer.

 

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«Camaradería intinerante», Weggenossenschaft. Utilizo aquí la expresión con que V. von Weizsacker pretendió expresar la esencia de la relación entre el médico y el enfermo.

 

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Marx, sin embargo, sobre todo el Marx joven, supo ver en el hombre algo más que un puro ente económico. Hijo de su tiempo, dio al amor interhumano bastante más importancia que los ulteriores doctrinarios de su pensamiento. He aquí un texto suyo bien significativo: «Supongamos que el hombre es hombre y que su relación con el mundo sea humana. Entonces el amor sólo se puede intercambiar por amor, la confianza por la confianza, etc. Cada una de tus relaciones con el hombre y con la naturaleza debe ser una expresión específica correspondiente al objeto de tu voluntad, de tu verdadera vida individual. Si amas sin suscitar el amor en reciprocidad, si no eres capaz, mediante la manifestación de ti mismo como ser humano que ama, de hacerte digno de ser amado, entonces tu amor será impotente, un puro infortunio»Nationalökonomie und Philosophie», Die Frühschriften, Kroner Verlag, Stuttgart, 1953, pág. 301). Aquí Marx se acerca no poco a la visión de la amistad que vengo exponiendo en este libro. El problema consiste en saber si la antropología del materialismo dialéctico permite dar razón suficiente de la realidad de un hombre que por obra de su voluntad se manifiesta a sí mismo «como ser humano que ama y se hace digno de ser amado».

 

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Sobre el condicionamiento psicológico de las «afinidades electivas» capaces de hacerse luego amistad -influencia de la «urdimbre psicosocial» sobre la tendencia a la amistad en general y hacia tales amigos y no hacia otros-, véase el antes citado libro Violencia y ternura, de Rof Carballo.