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- LXXXIX -


ArribaAbajo   Yo bien pensaba, cuando el desdén justo
refrió en duro hielo el fuego ardiente
del corazón, y con osada frente
se opuso contra Amor fiero y robusto,

   que no bastara a derribarme el gusto  5
ni a torcerme el intento otro accidente,
que ya me conocía diferente
y libre de un tirano tan injusto.

   Mas al primer sonido del asalto
desamparo la fuerza y el escudo  10
rindo y armas, temblando antes del hecho.

   Bien sé que en lo que debo a la honra falto,
mas el temor, que de ella está desnudo,
y otra fuerza mayor vencen mi pecho.




- XC -


ArribaAbajo   ¡Cuitado yo! ¿De cuál furor perdido,
olvido el sentimiento mejor mío?
al peligroso error y desvarío
por do voy, ¿a do vuelo aborrecido?

   El orgullo de austro embravecido,  5
el cielo oscuro y solo y horror frío
no me ponen temor; que al fin porfío,
y venzo la razón con el sentido.

   No cierro yo los ojos a mi daño:
que quien me tiene opreso no consiente  10
que merezca en mi mal hallar disculpa.

   Delito es voluntario, no es engaño;
pero sí es; que en voluntad doliente
siempre amor da ocasión a nueva culpa.




- XCI -


ArribaAbajo   Pensé, mas fue engañoso pensamiento,
armar de intensa nieve el pecho mío,
porque el rayo de Amor no al lento frío
rompiese el rigor duro en vivo aliento.

   Procuré no rendirme al mal que siento,  5
y fue todo mi esfuerzo desvarío;
mi libertad perdí y mi usado brío
cobré un dolor perpetuo en mi tormento.

   La llama al hielo destempló en tal suerte,
que, gastando su humor, quedó ardor hecho,  10
y es inexhausto fuego cuando espiro.

   No puede este mi incendio darme muerte;
que cuanto de su fuerza más deshecho,
tanto más de su eterno afán respiro.




- XCII -


ArribaAbajo   Hacer no puede ausencia que presente
no os vea yo, mi Estrella, en cualquier hora,
que cuando sale la purpúrea aurora
en su rosada falda estáis luciente.

   Y cuando el sol alumbra el Oriente  5
en su dorada imagen os colora,
y en sus rayos parecen a deshora
rutilar los cabellos y la frente.

   Cuando ilustra el bellísimo lucero
el orbe, entre los brazos puros veo  10
de Venus encenderse esta belleza.

   Allí os hallo, allí suspiro y muero,
mas vos, siempre enemiga a mi deseo,
os mostráis sin dolor a mi tristeza.




- XCIII -


ArribaAbajo   Huyo aprisa, medroso, el horror frío
y la aspereza y aterido invierno,
y la aura espero de Favonio tierno
contra su fuerza y el seco estío.

   Mas, Herrera, en el grave estado mío  5
me ofende el prevenir y al fin dicierno
Céfiro breve y Aquilón eterno
y siempre en un error por mal porfío.

   Al cabo habrá de ser que el destemplado
estío acabe en fuego o en tanta nieve  10
rígido invierno el pecho endurecido.

   Vos que en sosiego, si de amor cansado,
estáis, o si pasión presente os mueve,
tened dolor de verme tan perdido.




- XCIV -


A Marco Bruto


ArribaAbajo   Al fin yaces ¡oh del valor latino
última gloria! por tu fuerte mano,
tentado habiendo reducir en vano
la libertad al orbe, de ella indino.

   Tu virtud te guió, perdió el destino;  5
pero pudo tu esfuerzo soberano
mostrar que fuiste capitán romano,
y sólo sucesor de Bruto dino.

   ¡Oh si ajena ambición no te moviera
a desnudar el hierro, o ya desnudo,  10
siguiera tu hazaña la ventura!

   Que ninguno tu igual en Roma hubiera;
mas trájote en desprecio el hado crudo
del grave yeso y la virtud segura.




- XCV -


ArribaAbajo   Tú, que del sacro imperio de Occidente,
Francia, fuiste cabeza, y del cristiano
valor, mísera ya, el orgullo insano
pierde, y humilla al fin la yerta frente;

   no tientes del ibero pecho ardiente,  5
siguiendo el odio ciego del tirano,
mas el poder y esfuerzo soberano;
que a injusta empresa el cielo es inclemente.

   ¿A do huyó el deseo que tenías
de imitar piadosa las hazañas  10
del grande Carlo y fuerte Godofredo?

   Mas, oh mezquina, en impío error porfías,
y enciendes fiera el fuego en tus entrañas,
y corres a tu muerte ya sin miedo.




- XCVI -


ArribaAbajo   Esta rota y cansada pesadumbre,
osada muestra de soberbios pechos;
estos quebrantos arcos y deshechos
y abierto cerco de espantosa cumbre,

   descubren a la ruda muchedumbre  5
su error ciego y sus términos estrechos,
y sólo yo en mis grandes males hechos
nunca sé abrir los ojos a la lumbre.

   Pienso que mi esperanza ha fabricado
edificio más firme, y aunque veo  10
que se derriba, siga al fin mi engaño.

   ¿De qué sirve el juicio a un obstinado,
que la razón oprime en el deseo
de ver su error y padecer más daño?




- XCVII -


ArribaAbajo   Bárbara Tierra, que en tu frío seno
cubres los grandes cuerpos derribados
de aquellos españoles, que, domados,
dejaron de terror el orbe lleno,

   mira en los altos troncos el ajeno  5
trofeo y gime viendo allí colgados
los despojos, jamás nunca esperados
en tanto honor del impío sarraceno.

   Y tú, Mar, que manchaste tu corriente
con generosa sangre, suena airado,  10
y decid ambos, tristes, de esta suerte:

   Heroicas almas, gloria de Occidente,
id dichosas, que ya el acerbo hado
lloró España, honró el mundo vuestra muerte.




- XCVIII -


A un amigo


ArribaAbajo   Rompió la prora en dura roca abierta
mi frágil nave, que con viento lleno
veloz cortaba el piélago sereno
y a pena escapo de la muerte cierta.

   Afirme el pie yo en tierra, que la incierta  5
onda del mar no me tendrá en su seno,
ni de mí me podrá traer ajeno
vana esperanza de salud desierta.

   Si la sombra del daño padecido
puede mover, Filipo, vuestro pecho,  10
huid surcar del Ponto la llanura,

   y creed que en el golfo de Cupido
ninguno navegó, que al fin, deshecho,
no se perdiese falto de ventura.




- XCIX -


A Fernando de Cangas


ArribaAbajo   De este tan grave peso, que cansado
sufro, Fernando, y sin valor contrasto,
procuro alzar el cuello, mas no basto,
que al fin doy con la carga, desmayado.

   De mil flaquezas mías afrendado,  5
me enciendo en ira y la paciencia gasto,
pero nunca león hambriento al pasto
va como yo al error de mi cuidado.

   Mas aunque oprima en mí mi mejor parte,
¡ved si estoy ya de Amor aborrecido:  10
oso al fin y me opongo a mi deseo!

   Y es en estos trances de dudoso Marte
será de mí, si soy varón, vencido
otro mayor que el africano Anteo.




- C -


ArribaAbajo   Despoja la hermosa y verde frente
de los árboles altos el turbado
Otoño, y dando paso al viento helado
queda lugar al aura de Occidente.

   Las plantas que ofendió con el presente  5
espíritu de Céfiro templado
cobran honra y valor y esparce el prado
olor de bellas flores dulcemente.

   Mas ¡oh triste! que nunca mi esperanza,
después que la abatió desnuda el hielo,  10
torna a avivar para su bien perdido.

   Cruda suerte de amor dura mudanza
firme a mi mal, que el variar del cielo
tiene contra su fuerza suspendido.




- CI -


A don Diego Girón


ArribaAbajo   Esperé un tiempo y fue esperanza vana
librar de esta congoja el pensamiento,
subiendo de Castalia al alto asiento,
do no puede alcanzar musa profana,

   para cantar la honra soberana  5
(ved cuan grande es, Girón, mi atrevimiento)
de quien con inmortal merecimiento
contrasta al hado y su furor allana.

   Que bien sé que es mayor la insine gloria
de quien Melas bañó y el Mincio frío  10
que de quien lloró en Trebos sus enojos.

   ¿Mas qué haré si toda mi memoria
ocupa amor, tirano señor mío?
¿Qué, si me fuerzan de mi Luz los ojos?




- CII -


ArribaAbajo   Error fue vano disponer el pecho,
enseñado al dolor de amor esquivo,
a nueva libertad, que al fin cautivo
vuelvo, no sé si diga a mi despecho.

   Pudo traerme el crudo a tal estrecho,  5
que abrió en la fuerza de un semblante altivo
la vena, que de nuevo en fuego vivo
encendió al corazón, ya un hielo hecho.

   ¿Mas qué mucho? ¿No vemos inflamarse
un pedernal herido, y encontrado  10
un hierro en otro despedir centellas?

   ¿Cómo puede mi pecho no abrasarse
al golpe del Amor, si está tocado
siempre en el fuego de mis dos estrellas?




- CIII -


ArribaAbajo   Así perturbe pluvia nunca o viento
tus bellas ondas, sacro hesperio río,
y a tu nombre se incline el Ebro frío,
y el Tebro, el Nilo, el Istro violento;

   si a piedad te mueve mi tormento,  5
do siempre muero y sin temor porfío,
ausente entre mil males del bien mío,
sin que pueda aun valerme el pensamiento,

   en estos troncos guarda mi cuidado,
y en estas peñas mi gemido y pena  10
tus naides suenen con lloroso canto;

   que nadie habrá que habiendo aquí aportado,
lea mi mal, y con la faz serena
pase, y no bañe el rostro en tierno llanto.




- CIV -


ArribaAbajo   Pierdo tu culpa, Amor, pierdo engañado,
siguiendo tu esperanza prometida,
el más florido tiempo de mi vida,
sin nombre, en ciego olvido sepultado.

   Ya no más; baste haber siempre ocupado  5
el pensamiento y la razón perdida
en tu gloria y mi infamia aborrecida;
que quien muda la edad troca el cuidado.

   Yo he visto a los pies puesto un duro hierro,
y torcerlo la mano del cautivo,  10
y desatarse de aquel nudo fuerte;

   mas ¡oh! que ni el desdén ni mi destierro
pueden borrar del corazón esquivo
lo que nunca podrá gastar la muerte.




- CV -


ArribaAbajo   La fría falda y cumbre de Pierene,
que parte al franco y al osado ibero,
cuando hiela desierto Aquilón fiero
tanta copia de nieve no sostiene,

   cuanto hielo en mi pecho el temor tiene  5
cuando aparta sus rayos mi lucero,
y retraído su esplendor primero,
de avivarme en su bella luz se abstiene.

   Libia arenosa, aunque el ardor presente
del sol te abrasa, ni del hielo mío  10
el rigor sientes, perderás la fama;

   que mayo fuego me encendió este ausente
corazón; mas en mí ya acaba el frío
el vigor, y deshace de su llama.




- CVI -


A Felipe de Ribera


ArribaAbajo   Este dolor que nace en mí y se cría,
si tal vez, desdeñoso del, me atrevo
a darle muerte, con furor de nuevo
torna a crecer sin miedo en su porfía.

   Poca defensa hace la alma mía,  5
que en el último extremo, ya no pruebo
poner el pecho al trance, como debo,
más cansado que ajeno de osadía.

   Vos, que me veis, Ribera, quebrantado,
no me culpéis; que el mal que así recelo  10
combate con gran ímpetu conmigo;

   cual fiero Anteo, siendo derribado,
que tocando la dura faz del suelo,
más feroz revolvía al enemigo.




- CVII -


Al Marqués de Santa Cruz


ArribaAbajo   Tú, que vengando con la armada mano
el ya perdido honor del Occidente,
teñiste del Ionio la corriente
con la vertida sangre de otomano;

   y volviendo, en el piélago africano  5
venciste el reino antiguo y tiria gente,
y del francés y escoto el pecho ardiente
rompiste, y la pujanza del germano;

   y de rendir cansado el mar y tierra,
descansas ya en la paz del alto cielo;  10
que la tierra era poca a tanta gloria;

   ahora, que amenaza cruda guerra
el impío cita y tiembla todo el suelo,
ven, o envía a los tuyos la victoria.




- CVIII -


ArribaAbajo   Aquí do estoy ausente y escondido
lloro mi mal, pero es el dolor tanto
que en mis ojos desmaya el triste llanto,
y fallece en silencio mi gemido.

   Por esta oscura soledad perdido  5
huyo y va alejándome, mas cuanto
me aparto, el mal me sigue y pone espanto
y no me vence en tanto afán sufrido.

   Duro pecho, porfía no cansada,
rebelde condición que osa y contrasta  10
a tan grande mudanza y desventura,

   llevadme por la senda acostumbrada
de mi error al peligro, que ya basta
ver el fin sin tentar nueva ventura.




- CIX -


ArribaAbajo   Rayo de guerra, grande honor de Marte,
fatal ruina al bárbaro africano,
que en la temida España del romano
imperio levantaste el estandarte;

   si al voz de la fama en esa parte  5
do estás puede llegar al reino vano,
temo con el vencido italiano
del osado español la fuerza y arte.

   Otro mayor que tú en el yugo indino
lo puso, y un gran Leiva la victoria  10
de Italia conquistó en sangrienta guerra.

   Y al fin un nuevo César, que al latino
en clemencia y valor ganó la gloria,
y añadió mar al mar, tierra a la tierra.




- CX -


ArribaAbajo   Subo con tan gran peso quebrantado
por esta alta, empinada, aguda sierra,
que aun no llego a la cumbre cuando yerra
el pie y trabuco al fondo despeñado.

   Del golpe y de la carga maltratado,  5
me alzo a pena y a mi antigua guerra
vuelvo ¿mas qué me vale? Que la tierra
misma me falta al curso acostumbrado.

   Pero aunque en el peligro desfallezco
no desamparo el paso, que antes torno  10
mil veces a cansarme en este engaño.

   Crece el temor y en la porfía crezco,
y sin cesar, cual rueda vuelve en torno,
así revuelvo a despeñarme al daño.




- CXI -


ArribaAbajo   ¿Adónde está el placer que yo sentía
en pensar que de vos era querido?
¿Adónde el bien que tuve me ha huido,
cuando más mi esperanza prometía?

   ¡Cuán presto gustéis ver, Señora mía,  5
deshecho el lazo en vos de amor tejido,
aunque a vuestro desgrado más torcido,
lo siente mi cerviz en su porfía!

   Excuse siempre, y recele dudando
vuestra altiva exención; mas en mi daño  10
no me pude valer de mi cordura;

   que Amor os tuvo, y dísteme burlando
dulces promesas, arras del engaño,
que da fin no debido a mi ventura.




- CXII -


ArribaAbajo   Tú, que en la tierna flor de edad luciente,
Jerónimo moriste, y apartado
de los tuyos, el piélago sagrado
honraste con tu cuerpo eternamente,

   recibe, no de mármol excelente  5
dino sepulcro, del mortal cuidado
breve gloria, do al fin yace olvidado,
mas lágrimas de triste amor ardiente.

   Recibe esta memoria de mi pena,
que te será perpetua por ventura,  10
pequeña prenda del amor estrecho.

   Tú gozas de la pura luz serena,
tú tienes todo el mar por sepultura
y siempre eterno vives en mi pecho.




- CXIII -


A Sevilla


ArribaAbajo   Reina del grande Océano dichosa,
sin quien a España falta la grandeza,
a quien valor, ingenio y la nobleza
hacen más estimada y generosa.

   ¿Cuál diré que tú seas, luz hermosa  5
de Europa? Tierra, no, que tu riqueza
y gloria no se cierra en tu estrecheza;
cielo, sí, de virtud maravillosa.

   Oye y se espanta y no te cree el que mira
tu poder y abundancia, de tal modo  10
con la presencia ve menor la fama.

   No ciudad, eres orbe, en ti se admira
junto cuanto en las otras se derrama,
parte de España, mas mejor que el todo.




- CXIV -


ArribaAbajo   No siento ya del modo que sentía
del dulce amor los hechos, ni el contento
que en el tierno dolor de mi tormento
y en mi sola tristeza descubría;

   porque esto que perpetuo yo fingía  5
no alcanza mi doliente sentimiento,
y no se puede ¡ay hado violento!
guardar bien tanto en la memoria mía.

   Pierdo triste el sentido con la pena
que tengo en verme en tal estado puesto,  10
lleno de confusión, de bien desierto.

   Del cuello flojo arrastra la cadena
a mi despecho, y voy al fin dispuesto
para sufrir de grado el daño cierto.




- CXV -


ArribaAbajo   Vos, que ajeno del mal en que rendido
fuiste del duro Amor, alzáis la frente,
y libre ya de su dolor presente,
Señor, vivís alegre y no ofendido,

   no penséis que del todo sacudido  5
habéis el yugo a la cerviz doliente,
ni estéis ufano; porque el fuego ardiente
en la muerta ceniza está escondido;

   que no tal vez la lumbre de esperanza
descubrirá camino, cuando luego  10
volveréis, como yo, al error pasado;

   mas si vuestro valor tal suerte alcanza,
que no deis mas lugar al furor ciego,
seréis de mí más que varón llamado.




- CXVI -


ArribaAbajo   Si de nuestra amistad el nudo estrecho
por desdén o liviano movimiento
(que culpa no conozco en mí ni siento)
queréis que sea sin razón deshecho;

   aunque no me saldrá del firme pecho  5
del justo amor el gran merecimiento,
y he de llevar contino, descontento,
la injusta pena de este injusto hecho,

   romped los lazos ya de esta cadena
que suelto a mi pesar, si al cabo os place  10
poner fin triste a nuestro dulce trato.

   Yo vuestra culpa sufriré y mi pena,
pues tarde sé que en esto satisface
a tanta voluntad un pecho ingrato.




- CXVII -


ArribaAbajo   Temor me impide, esfuerza la esperanza,
y cuanto me entorpece, Alfonso, el hielo,
tanto el ardor me alienta y alza el vuelo,
y llega do el deseo apena alcanza.

   Fijo la vista, sin temer mudanza,  5
en la luz bella de mi eterno cielo,
y oso traer una centella al suelo,
que abrasará con él mi confianza.

   Si fue con pena inmensa la osadía
que robó el fuego a la celeste rueda  10
terror y ejemplo a humano atrevimiento,

   podré alabarme en la fortuna mía;
que aunque mi grande afán al suyo exceda,
deseo que no acabe mi tormento.




- CXVIII -


A Luis Barahona de Soto


ArribaAbajo   Soto, no es justo que tu canto suene,
y honre solo al humilde Dauro frío;
mas digno es del el sacro Betis mío,
que el nombre tuyo en tanta estima tiene.

   Las venas de Castalia y de Pirene  5
rebosarán por ti en su ondoso río,
y vendrá a conocerle señorío
quien fue sepulcro el hijo de Climene.

   Aquí es la rica Arabia y el dichoso
nido en que tu inmortal fénix enciende  10
el fuego que en ti afina su belleza.

   Ven al florido asiento y oloroso;
huye el desierto, do su luz se ofende
y de tu excelso ingenio la grandeza.




- CXIX -


ArribaAbajo   El frigio nudo deslazar procura
el grande vencedor del Oriente,
y en vano cansa, aunque en mil modos tiente,
contra aquella difícil ligadura.

   Con arte no, con fuerza se aventura  5
al fin, y rompe con la espada ardiente
toda su confusión, y juntamente
cumple o burla del hado la ventura.

   Yo, que mal puedo con industria alguna
desatar este lazo que mi cuello  10
oprime y de valor muestra desnudo,

   hacer debo lo mismo en mi fortuna;
mas puedo mal; que no es cortar un nudo,
Fernando, quebrantar este cabello.




- CXX -


ArribaAbajo   Mira, del sacro Amor oh bella esposa,
este luciente espejo que Uranía
te ofrece, el cual de la inmortal Sofía
es don que muestra su virtud hermosa.

   Afija en él la vista generosa,  5
su concierto percibe y armonía,
y conociendo tu valor, desvía
los ojos de esta niebla tenebrosa;

   porque, si bien estimas tu grandeza,
no te podrá teñir el claro velo  10
humo o sombra de error y de mancilla;

   antes, ardiendo en fuego de pureza,
alzarás con tal fuerza el noble vuelo,
que merezcas la eterna y alta silla.




- CXXI -


ArribaAbajo   No bastó el daño al fin y estrago fiero
del fuerte muro y del sidonio techo,
y el cuello haber traído al yugo estrecho
de quien tomó al Tesin y al grande Ibero;

   sino a un infame Dárdano extranjero,  5
a quien ¡oh Roma! padre tuyo has hecho,
decir que di rendida el limpio pecho,
y pagué al impío amor injusto fuero.

   ¿Tanto pudo la envidia? ¿Pudo tanto
la musa de Virgilio mentirosa,  10
que osó manchar mi nombre esclarecido?

   Mas la verdad, mayor que su alto canto,
dirá que menos casta y generosa
Lucrecia fue que la fenisa Dido.




- CXXII -


ArribaAbajo   Podrá imitar la singular destreza
del pintor el semblante generoso
y el rayo de esas luces amoroso,
si tanto cabe en la mortal bajeza;

   mas ¿cómo imitará tanta grandeza,  5
tantos bienes que el alto y poderoso
Olimpo os dio, si al que es en ver dichoso
ciega la luz de esa inmortal belleza?

   No puede merecer la suerte humana
bien de tanto valor, porque encogiera  10
en este corto espacio todo el cielo.

   Baje Amor, ¡oh Francisca soberana!
y descubra esa imagen verdadera,
para que nunca envidie al cielo el suelo.




- CXXIII -


ArribaAbajo   Si para que yo sienta cuánto fuego
abrasa vuestro pecho a la luz pura,
y a los rayos de eterna hermosura
queréis que llegue deslumbrado luego,

   no me digáis que mire con sosiego  5
su resplandor y su gentil figura;
mas que huya su ardor, si la ventura
puede librarme ya encendido y ciego.

   ¿Qué maravilla es que en viva llama
os consumáis, teniendo el sol presente,  10
y siendo vos a su calor de cera?

   Conoce el mal ajeno quien bien ama,
y mi pasión en su presencia siente
la fuerza de la vuestra más entera.




- CXXIV -


ArribaAbajo   Fue gloria de mi alto pensamiento
osar y ver vuestra beldad serena,
y de firmeza arder mi alma llena,
desesperando el fin de su tormento.

   Si como mereció mi atrevimiento  5
la honra y el valor de tanta pena,
consintiera el cruel que me enajena
no ofenderos el bien del mal que siento,

   pensara merecer con la fe mía
nombre de vuestro; mas a tanta alteza  10
la humilde mortal suerte no conviene.

   Mas, ya que no vos canse mi osadía,
no pretendo consuelo a mi tristeza,
sino que consintáis que por vos pene.




- CXXV -


ArribaAbajo   Pues cubre el orbe en asombrado velo
la negra oscuridad, y las estrellas
miran, errando en torno en formas bellas,
dudosas el desierto y hondo suelo,

   tú, noche, a quien mis lástimas revelo,  5
y al gemido respondes triste de ellas,
oye mi mal, atiende a mis querellas,
así a ti sola sirva el vago cielo;

   que no quiero que el día vea el llanto
de estos ojos mezquinos; que en tal pena  10
no conviene la luz al dolor mío.

   Escucha tú, que del color el manto
de mis venturas tienes, ¡oh serena
noche! mi queja en tu silencio y frío.




- CXXVI -


ArribaAbajo   Estos que al impío turco en dura guerra;
al moro, al anglo y al escoto airado,
y vencen al tudesco y al dudado
francés, y al belga en su cercada tierra,

   y los estrechos que el mar hondo encierra  5
sobran, pasando por lugar vedado
con valor cual vio nunca el estrellado
cielo, que tantas cosas mira y cierra,

   bien muestran en la gloria de sus hechos
que son tus hijos, ¡oh felice España!  10
honra del alto imperio de Occidente.

   Alabe Roma los famosos pechos
de los suyos; que nunca, y no me engaña
el amor, fue a esta igual su osada gente.




- CXXVII -


A Garcilaso


ArribaAbajo   Musa, esparce purpúreas, frescas flores
al túmulo del sacro Laso muerto;
los lazos de oro suelte sin concierto
Venus, lloren su muerte los amores;

   arda la rota aljaba y pasadores,  5
la mirra y casia y cuanto el encubierto
fénix quema, y con verso grave y cierto
cante su gloria Febo y sus dolores.

   Laso, por quien el Tajo al rico Tebro
y excede al Arno puro, sepultado  10
yace entre verdes hojas de amaranto.

   Incline el nombre claro que celebro
sus coronas Parnaso, y admirado,
venere el alto y noble y tierno canto.




- CXXVIII -


ArribaAbajo   ¡Oh breve don de tu agradable engaño,
dulce mal del contento aborrecido,
cuán presto pierdes el color florido
y muestras los despojos de tu daño!

   El oro vuelto en plata un blanco paño  5
cubre, y el color vivo y encendido
de los ojos, sin fuerza ya y perdido,
de tu vencido orgullo es desengaño.

   Acabas y tu dura tiranía.
Y al fin, si acabas, mueres con victoria  10
de nuestro error en devaneo tanto.

   Mas quien por ti se olvida y desvaría
del camino, perece sin memoria
con mayor culpa en su perpetuo llanto.




CXXIX


A Francisco Pacheco


ArribaAbajo   Ya el rigor importuno y grave hielo
desnuda los esmaltes y belleza
de la pintada tierra, y con tristeza
se ofende en niebla oscura el claro cielo.

   Mas, Pacheco, este mismo hórrido suelo  5
reverdece, y pomposo su riqueza
muestra, y del blanco mármol la dureza
desata de Favonio el tibio vuelo.

   Pero el dulce color y hermosura
de nuestra humana vida cuando huye,  10
no torna, ¡oh mortal suerte! ¡oh breve gloria!

   Mas sola la virtud nos asegura
que el tiempo avaro, aunque esta flor destruye,
contra ella nunca osó intentar victoria.




- CXXX -


ArribaAbajo   ¡Oh soberbia y cruel en tu belleza!
Cuando la no esperada edad forzosa
del oro, que aura mueve deleitosa,
mede en la blanca plata la fineza,

   y tiña al rojo lustre con flaqueza  5
en la amarilla viola la rosa,
y el dulce resplandor de luz hermosa
pierda la viva llama y su pureza,

   dirás, mirando en el cristal luciente
otra la imagen tuya: «Este deseo  10
¿por qué no fue en la flor primera mía?

   ¿Por qué ya que conozco el mal presente,
con esta voluntad con que me veo
no vuelve la belleza que solía?»




- CXXXI -


ArribaAbajo   Ardo, Amor, y no enciende el fuego al hielo,
y con el hielo no entorpezco al fuego;
contrasta el muerto hielo al vivo fuego
todo soy vivo fuego y muerto hielo.

   No tiene el frío polo tanto hielo  5
ni ocupa el cerco eterio tanto fuego;
tan igual es mi pena, que ni el fuego
me ofende más, ni menos daña el hielo.

   Muero y vivo en la vida y en la muerte,
y la muerte no acaba ni la vida,  10
porque la vida crece con la muerte,

   tú, que puedes hacer la muerte vida,
¿por qué me tienes vivo en esta muerte?
¿por qué me tienes muerto en esta vida?




- CXXXII -


A una obra espiritual que escribió don Luis Ponce de León


ArribaAbajo   Vuestro canto y aliento excelso y pío
con armonía dulce a sí resuena,
que se le rinde el cisne cuando suena
en el corriente vaso del gran río.

   Dichoso vos, a quien no seca el frío,  5
mas puro fuego de virtud serena;
y yo, pues vuestro noble canto ordena
vida inmortal al nombre humilde mío,

   ya veo trasferirse de Helicona
la cumbre y de Parnaso la ribera  10
al asiento de náyades ondoso,

   y que del lauro verde la corona
os da Betis, oh gloria de Ribera,
y del león más fuerte y generoso.




- CXXXIII -


A la muerte de don Luis Ponce de León


ArribaAbajo   Aquí, donde tú yaces sepultado,
oh gloria de León más excelente,
el valor todo yace de Occidente
con envidia de Marte derribado.

   No culpes la dureza de tu hado,  5
que en tierra ajena tu dolor consiente,
pues cuanto ves del austro al oriente
es sepulcro a los fuertes consagrado.

   Será eterna en nosotros tu memoria,
y puesto en el dorado y alto asiento,  10
defenderás mejor tu patrio suelo.

   No queda ya a la muerte mayor gloria,
pero queda igualado el sentimiento,
tristeza a España y alegría al cielo!




- CXXXIV -


ArribaAbajo   Pensé, mas fue engañoso pensamiento,
armar de duro hielo el pecho mío,
porque el fuego de Amor al grave frío
no desatase un nuevo encendimiento

   Procuré no rendirme al mal que siento  5
y fue todo mi esfuerzo desvarío,
perdí mi libertad, perdí mi brío,
cobré un perpetuo mal, cobré un tormento.

   El fuego al hielo destempló en tal suerte,
que gastando su humor, quedó ardor hecho,  10
y es llama, es fuego todo cuanto espiro.

   Este incendio no puede darme muerte,
que cuanto de su fuerza más deshecho,
tanto más de su eterno afán respiro.




- CXXXV -


ArribaAbajo   El sátiro, que el fuego vio primero,
de su vivo esplendor todo vencido,
llegó a tocarlo, mas probó, encendido,
que era, cuanto hermoso, ardiente y fiero.

   Yo, que la pura luz, do ardiendo muero,  5
mísero vi, engañado y ofrecido
a mi dolor, en llanto convertido
acabar no pensé, como ya espero.

   Belleza y claridad antes no vista
dieron principio al mal de mi deseo,  10
dura pena y afán a un rudo pecho.

   Padezco el dulce engaño de la vista,
mas si me pierdo con el bien que veo
¿cómo no estoy ceniza todo hecho?




- CXXXVI -


ArribaAbajo   Esta desnuda playa, esta llanura
de astas y rotas armas mal sembrada,
do el vencedor cayó con muerte airada,
es de España sangrienta sepultura.

   Mostró el valor su esfuerzo, mas ventura  5
negó el suceso y dio a la muerte entrada,
que rehusó dudosa y admirada
del temido furor, la suerte dura.

   Venció otomano al español ya muerto,
antes del muerto el vivo fue vencido,  10
y España y Grecia lloran la victoria,

   pero será testigo este desierto
que el español muriendo, no rendido,
llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria.




- CXXXVII -


ArribaAbajo   Bajo el sol que con hacha luminosa
cobras el purpúreo y alto cielo,
¿hallaste tal belleza en todo el suelo
que iguale a mi serena Luz dichosa?

   Aura suave, blanda y amorosa,  5
que nos halagas con ti fresco vuelo,
¿cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, tocaste trenza más hermosa?

   Luna, honor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres y fijadas,  10
¿consideraste tales dos estrellas?

   Sol puro, Aura, Luna, llamas de oro,
¿oístes vos mis penas nunca usadas?
¿Viste luz más ingrata a mis querellas?




- CXXXVIII -


ArribaAbajo   Suave Filomena, que tu llanto
descubres al sereno y limpio cielo,
si lamentaras tú mi desconsuelo
o si tuviera yo tu dulce canto,

   yo prometiera a mis trabajos tanto  5
que esperara al dolor algún consuelo
y se moviera de amoroso celo
los bellos ojos cuya lumbre canto.

   Mas tú con la voz dulce y armonía
cantas tu afrenta y bárbaros despojos;  10
yo lloro mayor daño en son quejoso.

   ¡Oh, haga el cielo que en la pena mía
tu voz suene o yo cante mis enojos,
vuelto en ti, ruiseñor, blando y lloroso!




- CXXXIX -


ArribaAbajo   Venció las fuerzas el amor tirano,
cortó los nervios con aguda espada
de aquella dulce libertad amada,
que sin vigor suspiro siempre en vano.

   El me vuelve y me trae por la mano  5
a do mi error y predicción le agrada,
mas ya la vida de su mal cansada
osa tornarse al curso usado y llano.

   Pero es flaca osadía y con la muerte
luchando, abrazo alegre el dulce engaño  10
y me aventuro en el deseo y pierdo,

   que yo no puedo ser al fin tan fuerte
que contraste gran tiempo a tanto daño
ni en tal error me vale ya ser cuerdo.




- CXL -


ArribaAbajo   Por un camino, solo, al sol abierto,
de espinas y de abrojos mal sembrado,
el tardo paso muevo y voy cansado
a do cierra la vuelta el mar incierto.

   Silencio triste habita este desierto  5
y el mal que hay, conviene ser callado;
cuando pienso acaballo, acrecentado
veo el camino y mi trabajo cierto.

   A un lado levantan su grandeza
los riscos juntos, con el cielo iguales,  10
al otro cae un gran despeñadero.

   No sé de quien me valga en mi estrecheza,
que me libre de Amor y de estos males,
pues remedio de voz, mi Luz, no espero.




- CXLI -


ArribaAbajo   Mi bien, que tardo fue a llegar, en vuelo
pasó, cual rota niebla por el viento,
y fue siempre terrible mi tormento
después que me cercó el temor y el hielo.

   Alzaba mi esperanza al alto cielo,  5
pero en el comenzado movimiento
cayó muerta, y sin fuerza, y sin aliento
llorando estoy, desierto en este suelo,

   do sólo satisfecho de mi llanto
huyo todas las muestras de alegría,  10
ausente, aborrecido y olvidado.

   Membranzas tristes viven en mi canto,
y puesto en la presente pena mía,
descanso cuando estoy más lastimado.




- CXLII -


ArribaAbajo   Serena Luz, de quien presenta espira
divino Amor, que enciende y junto enfrena
el noble pecho, que, en mortal cadena
al alto Olimpo levantarse aspira;

   ricos cercos dorados, do se mira  5
tesoro celestial de eterna vena,
armonía de angélica sirena,
que entre las perlas y el coral respira,

   ¿cuál nueva maravilla, cuál ejemplo
de la inmortal grandeza nos descubre  10
aquesa sombra del hermoso velo?

   Que yo en esa belleza que contemplo,
aunque a mi flaca vista ofende y cubre,
la inmensa busco y voy siguiendo al cielo.




- CXLIII -


ArribaAbajo   Pura, bella, suave, estrella mía,
que, sin que os dañe oscuridad profana,
vestís de luz serena la mañana
y la tierra encendéis, desnuda y fría.

   Pues vos, por quien suspiros mil envía  5
mi alma, cual castísima Diana,
movéis la empresa vuestra soberana
contra Venus y Amor con osadía,

   yo seré como aquel, que su belleza
con hierro amancilló y el casto hecho  10
lo mostró con más gloria y hermosura,

   pero tendré de Ladmo la aspereza,
si Luna sois, del cazador el pecho,
y no del que honró Arcadia la figura.




- CXLIV -


ArribaAbajo   ¡Oh, cómo vuela en alto mi deseo
sin que su osadía el mal fin tema!
Que ya las puntas de sus alas quema
donde ningún remedio al triste veo.

   Que mal podrá alabarse del trofeo,  5
si estando ufano en la región suprema
del fuego ardiente, en esta banda extrema
cae por su siniestro devaneo.

   Debía en mi fortuna ser ejemplo
Dédalo, no aquel joven atrevido  10
que dio al cerúleo piélago su nombre.

   Mas ya tarde mis lástimas contemplo,
pero sí muero, porque osé, perdido.
Jamás a igual empresa osó algún hombre.




- CXLV -


A Carlos V Emperador


ArribaAbajo   Temiendo tu valor, tu ardiente espada,
sublime Carlo, el bárbaro africano,
y el bravo horror del ímpetu otomano
la altiva frente humilla quebrantada.

   Italia en propia sangre sepultada,  5
el invencible, el áspero germano,
y el osado francés con fuerte mano
al yugo la cerviz trae inclinada.

   Alce España los arcos en memoria
y en colosos a una y otra parte,  10
despojos y coronas de victoria,

   que ya en la tierra y mar no queda parte
que no sea trofeo de tu gloria
ni le resta mas honra al fiero Marte.




- CXLVI -


ArribaAbajo   Dulce fuego de Amor, dulce la pena
y dulce de mi daño es la memoria,
cuando renueva Amor la antigua historia,
que a su grave tormento me condena.

   Mas cuando hallo mi esperanza llena  5
del bien y de promesas de victoria,
un súbito dolor turbia mi gloria
y todos mis contentos desordena:

   que será esta luz pura de belleza,
la fe del justo Amor, en poca tierra  10
vuelta, y el fuego muerto, que me inflama.

   ¡Oh vano ardor de la mortal flaqueza,
si el fin, que ofrece paz de tanta guerra,
no dejará aun ceniza de mi llama!




- CXLVII -


ArribaAbajo   El sátiro, que el fuego vio primero,
de su vivo esplendor todo vencido,
llegó a tocarlo, mas probó, encendido,
que era, cuanto hermoso, ardiente y fiero.

   Yo, que la pura luz, do ardiendo muero,  5
mísero vi, engañado y ofrecido
a mi dolor, en llanto convertido
acabar no pensé, como ya espero.

   Belleza y claridad antes no vista
dieron principio al mal de mi deseo,  10
dura pena y afán a un rudo pecho.

   Padezco el dulce engaño de la vista,
mas si me pierdo con el bien que veo
¿cómo no estoy ceniza todo hecho?




- CXLVIII -


Rosas insensibles


ArribaAbajo   Rosas de nieve y púrpura vestidas;
coral rojo en marfil resplandeciente;
estrellas que ilustráis la pura frente;
en oro fino hebras esparcidas;

   pues mi dolor y penas encendidas  5
el duro pecho vuestro no consiente,
o sois de humana suerte diferente,
o estáis en blanca piedra convertidas.

   Y aunque ensalzado está en divina alteza,
premio de vuestra eterna hermosura,  10
por vos está obligado a más terneza.

   Si no seréis de Cypro la figura,
que en la perdida muestra de belleza
encubría la piedra ingrata y dura.




- CXLIX -


Arriba   Tras la bermeja Aurora el Sol dorado
por las puertas salía del Oriente,
ella de flores la rosada frente,
él de encendidos rayos coronado.

   Sembraban su contento o su cuidado,  5
cual con voz dulce, cual con voz doliente,
las tiernas aves con la luz presente
en el fresco aire y en el verde prado.

   Cuando salió bastante a dar Leonora
cuerpo a los vientos y a las piedras alma,  10
cantando de su rico albergue, y luego

   ni oí las aves más, ni vi la Aurora;
porque al salir, o todo quedó en calma,
o yo (que es lo más cierto) sordo y ciego.




 
 
FIN DE LOS SONETOS DE FERNANDO DE HERRERA
 
 


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