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ArribaAbajoChavero, Alfredo

México. 1841 - 1906

Poeta y autor dramático. Hallado en Internet.


De la comedia Los amores de Alarcón




Villamediana - Acto primero


   Oiga, Jusepa, y mire que ya pisa
esta corte del Rey: cordura tenga;
mire que el vulgo en murmurar se venga,
y el tiempo siempre sin hablar avisa.

   Por esta santa y celestial divisa,  5
que de hablar con los príncipes s e abstenga;
y aunque uno y otro duque a verla venga,
su marido no más, si honor, y misa.

   Dijo Morales, y rezó su poco,
mas la Jusepa le responde airada:  10
«¡Oh, lleve el diablo tanta guarda el coco!»

   «¡Mal haya yo, si fuere más honrada!»
Pero como ella es simple y él es loco,
miro al soslayo, fuese, y no hubo nada.




Villamediana - Escena séptima


   Si por virtud, Jusepa, no mancharas
el tálamo consorte del marido,
otra Porcia de Bruto hubieras sido,
que sin comer, sus brasas retrataras.

   Mas no es virtud el miedo en que reparas,  5
por la falta que encubre tu vestido;
pues yo sé que sin ella fueras Dido,
que a tu Siqueo en vida difamaras.

   llames castidad la que, forzada,
hipócrita, virtud se representa,  10
saliendo con su capa disfrazada.

   Jusepa, no eres casta; que si alienta
contraria fuerza a tu virtud cansada,
es vicio la virtud cuando es violenta.






ArribaAbajoChaverri, Graciliano

Heredia (Costa Rica). 1854

Se dedicó a la Enseñanza. Poeta. No publicó ninguna de sus obras.




Tus ojos


   Todo en ti me enamora y me fascina:
tu seductora faz americana,
tu talle y tu figura soberana,
tu deslumbrante cabellera ondina.

   Tu voz -que de tu boca purpurina  5
como cascada bullidora mana-
y esa arrogancia tuya de sultana
que es de una venus la actitud divina.

   Mas nada, nada, en mi entusiasmo, tanto
me admira de tus gracias y me asombra,  10
como tus ojos en que amor destilas.

   Que el mismo Dios, por aumentar tu encanto,
en forma de astros condensó la sombra
y los puso en tus ojos por pupilas.




ArribaAbajoChaves, Ángel R.

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




Para muestra...


   Juega hasta echar el pego algunas veces,
con bastante frecuencia se emborracha,
y tres leguas en torno no hay muchacha
que no pierda con él sus esquiveces.

   Hace vil mercancía de sus preces,  5
su lengua de escorpión parece un hacha,
y oculta en ocasiones la bocacha
de la sobrepelliz en los dobleces.

   Tal es el que en mi pueblo representa
la santa religión de mis mayores,  10
y como este ejemplar sé de cincuenta.

   Mas de la sacra fe a los resplandores
¡qué importa, vive Dios!... Tened en cuenta
que si hay curas así, los hay... peores.




ArribaAbajoCidón, Antonio

Valencia. Siglos XIX - XX

Escritor y poeta.




Los mudos elocuentes


   Como apoyo a la humana consistencia
la ley de la virtud es firme valla
como el alma tras sólida muralla
que constante vigila la conciencia.

   Sometido el mortal, en apariencia,  5
la pasión envolvió en pujante malla,
diciendo al corazón: «padece y calla
que no hay dicha y placer sin violencia».

   De allí fue, que apuntaron los abrojos
en lo arcano del pecho más vehemente,  10
por matar con espinas los antojos,

   y al hacer el rubor, con tintes rojos,
vióse escrito un precepto incoherente:
«Callar los labios y hablarán los ojos.»




El Pilar


   Alcázar de la fe, templo gigante,
corazón de una raza, que robusto
a la nueva ciudad César Augusto
hizo cuna del brío más pujante;

   su heroísmo, con letras de diamante  5
se grabó en tu basílica vetusta,
al beso abrasador que el alma incrusta
en el santo Pilar, con fiebre amante;

   su tesón, sin rival, en el granito
labró, siglo tras siglo, la honda mella  10
que ablanda el jaspe del Pilar bendito,

   y en el cóncavo, brilla de su huella,
el espíritu hispano, cual estrella
que irradia el patrio amor a lo infinito.




Al santo doctor de Aquino


   Al gran himno de amor que el orbe canta
sus sones quiere unir mi pobre lira
vibrante de entusiasmo, si se admira
la huella reductora de tu planta.

   Tu fama tras los siglos se agiganta,  5
la esencia de la Fe, por ti suspira,
y sin ti, la Razón, sueña y delira
y el mundo sin tus leyes se quebranta:

   Más que tú, sólo Dios fue sabio y santo
y por Él, enseñaste al hombre tanto,  10

   que gozoso de tu genio peregrino,
en su Cruz exclamó con dulce encanto,
«Dios dijiste de mí; Tomás de Aquino.»




ArribaAbajoCienfuegos, Casimiro

Andalucía. Siglo XIX - XX

Poeta.




Al soneto


   «...Donde el sueño gentil cúpole a Dante,
donde el luso Marón grabó su estela,
y el cisne del Avón cantando vuela
con el que hizo el soneto a Violante.

   Hoy un vate andaluz, docto y brillante,  5
la copa de oro artística cincela,
dándonos a gustar clavo y canela,
y vino y miel, entre dulzor picante.

   Carmen a quien da el genio la armonía,
la quimera del alma luminosa,  10
la pasión, el desdén y la ironía.

   Y así la esencia espiritual rebosa
del cáliz áureo de la Poesía,
como el fresco perfume de la rosa.»




Elogio al soneto


   Como cabe una hermosa primavera
en sola una corola perfumada,
como cabe en la luz de una mirada
todo el ensueño de una vida entera,

   como el rumor del mar y su ribera  5
en una breve concha nacarada,
y su tesoro en lágrima irisada
la luminosa perla recogiera,

   tal cabe el llanto, y la emoción, y el brío,
del don genial lo sumo y lo discreto,  10
de la Belleza el dulce poderío,

   tal cabe el Arte en su último secreto,
con luz y aroma y cándido rocío,
en las catorce rosas del Soneto.




ArribaAbajoCisneros, Consuelo C.

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




El anticristo


   Se agita estremecido el mundo en su agonía.
Resuena allá, lejana, la voz del Yo'Kanaán;
y marcan los oráculos el sempiterno día
que ha de surgir del caos la sombra de Canaán.

   ¡La noche apocalíptica de horribles desconciertos...!  5
¡Danzando las estrellas en ígnea caravana,
chocando unos con otros los huesos de los muertos,
no quedarán ni briznas de la progenie humana...!

   ¡Vacilarán los tronos...! La religión de Cristo,
sintiendo el duro azote del feroz Anticristo,  10
cruzará por la escoria en su carro triunfal!

   ¡Resonará en los mundos la voz de Jeremías,
y en su carro de llamas reaparecerá Elías
tornando aquella estrella de Belén augural...!




ArribaAbajoCisneros, Jeremías

Honduras. 1845 - 1903

Poeta hallado en Internet.




Gracias, Lempira


   Preciso es consignarlo: con lúcida elocuencia
Lempira hace el peligro cercano conceptuar;
y todos, con respeto profundo en su presencia,
no osan ni aun siquiera sus labios desplegar.

   Seduce la postura del héroe, la grandeza  5
que muestra en su gallardo decir y continente:
sombría es su mirada, mas habla con nobleza,
furtiva deslizando su mano por la frente.

   Cual bárbaras condena las luchas, e invoca
del íntegro aborigen la magnanimidad;  10
de paz un blanco lienzo, cual símbolo coloca

   ¡hipócrita! En un asta que empieza a tremolar.
Proponen un arreglo. ¿Quién puede la perfidia
temer de quienes llevan por lema la lealtad?




ArribaAbajoCisneros Cámara, A.

España. Siglo XIX - XX

Poeta.




Amores gatunos


   Cierta noche dos frailes gordinflones
llegaron al umbral de mi morada,
suplicando les diese yo posada
a trueque de risibles bendiciones.

   Aunque gusto muy poco de gorrones,  5
serviles cena bien aderezada;
y ¡qué panzada aquella! ¡Qué panzada!
¡Cuántas y qué copiosas libaciones!

   Cayeron pronto de Morfeo en brazos,
y ya al amanecer, gran pelotera  10
me despertó. ¡Qué injurias! ¡Qué porrazos!...

   Eran los frailes, que con saña fiera
se estaban disputando a puñetazos
el amor de mi vieja cocinera.




ArribaAbajoClavijo Tisseur, Arturo

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




El cuento árabe


   Dijo por fin el jeique de los negros lebreles:
Señor, estos dos perros también son mis hermanos;
por la gracia de Alah, son dos seres humanos,
en canes convertidos por traidores y crueles.

   Mi esposa al ver que eran contra su raza infieles,  5
trató de concluirlos igual que a dos tiranos,
pero al oír mi ruego los ató con sus manos
y los condujo a un antro de la vieja Cibeles.

   ¡Allí la torva efrita con sus hechicerías
los encantó, y ¡oh, Genni! de sus almas impías  10
surgieron estos perros tan tristes y serenos!

   Mas ya vencido el tiempo de sus terribles penas,
¡yo los llevo a la gruta para que en sus cadenas
dejen la forma y vuelvan a ser hombre y buenos!




Musa lírica


   ¡La encantada princesa del Monarca Darío,
la de azules pupilas... la de boca de rosa...
ha traído a mi mente yo no sé que extravío...
qué locura de versos... qué delirios de prosa...!

   ¡La concibo en mis noches de poético hastío,  5
deslumbrando en el trono de una estrella radiosa...
o en el místico lago de algún cielo sombrío,
recitando el poema de su historia amorosa...!

   ¡Oh, gallardo Monarca, dios del real Modernismo,
por tu bella Princesa vibrará mi Lirismo  10
como vibra el acento de tu paz argentina...!

   ¡Y al compás deleitante de una marcha sonora,
partiré con las galas de mi espléndida Flora,
a embriagar el palacio que tu faz ilumina...!




ArribaAbajoCoello, Adán

Honduras. 1885 - 1929

Poeta hallado en Internet.




Soneto


   Es imposible nuestro amor... No aguarde
nada de mí tu cándida ilusión,
para rehacer mi alcázar es muy tarde
el blanco alcázar de mi corazón.

   Del arca de mis sueños no retengo  5
nada, y mi azul rosal de mustió con
el rojo sol canicular, y tengo
enferma el alma de desilusión.

   Sentado en una piedra del camino
aguardo el cumplimiento de mi sino,  10
del porvenir sin la inquietud febril;

   mientras se yergue en le confín lejano,
bajo un pálido cielo de verano,
la misteriosa Torre de Marfil.




ArribaAbajoColorado, Vicente

España. Sigo XIX - XX

Poeta. Autor dramático.




En el entierro de Fernández y González


(8 enero 1888)


   ¡Buen viaje, maestro, buen viaje!
¡quién te ha visto a no ser en este día
seguido de tan noble compañía
con escolta de a pie, y a ti en carruaje!

   No llevas tras de ti mal equipaje:  5
¡cuánta ilustre y soberbia medianía!
contigo comparados, todavía
algunos te aventajan... en el traje.

   Todos ellos llegaron a la meta,
y son ricos, y están en candelero,  10
y el mundo les admira y les respeta:

   y tú, entre todos ellos el primero,
engreído con ser un gran poeta,
has muerto como muere un pordiosero.




A un imbécil


   Contigo estoy conforme cuando dices,
con más obstinación que perspicacia,
«¡se puede ser feliz!» tú, verbi gratia,
que eres el más feliz de los felices.

   Mas penetrando bien en las raíces  5
de tu felicidad, con pertinacia
amará el desgraciado su desgracia,
si es que ve más allá de sus narices.

   Porque eres tú la prueba más patente
que puede revelarnos a qué precio  10
en el mundo es feliz la humana gente;

   pues de mil casos, en los mil aprecio
que siendo la desgracia inteligente,
no hay un hombre feliz que no sea un necio.




La burra y el burro


   ¿Por qué me pegas? a Balaam decía
la mismísima burra que montaba,
y el muy bruto, aun oyéndola, le daba
cada palo de ciego que la hundía.

   Años después, al trasponer el día,  5
Jehová, por boca de Josué, paraba
no a la tierra que en torno al sol giraba,
sino al sol que ni un punto se movía.

   Que haya la burra de Balaam hablado,
aunque no lo comprendo, me lo explico,  10
que hombres hay que al hablar han rebuznado.

   Mas que Dios (con la Biblia testifico)
mande parar al sol que está parado...
¡eso no se le ocurre ni aun borrico!




A Dante


(Después de leer su «Divina comedia»)


   También a mí tu sufrimiento alcanza
cuando recorro la ciudad doliente,
en donde llora la extinguida gente
el eterno dolor sin esperanza.

   Entre el espanto y el dolor avanza  5
mi espíritu angustiado, tristemente,
temeroso de un Dios que eternamente
hace sentir al hombre su venganza.

   Mas cuando al fin, tras sufrimiento tanto,
el Paraíso a vislumbrar empiezo,  10
en esperanzas truécase el quebranto;

   deténgome a su umbral, de hinojos rezo,
penetro luego en su recinto santo,
y en cruz los brazos... ante Dios bostezo.




Anima stultorum


   ¡El alma es inmortal!, me repetía
un necio que conmigo disputaba;
y mi razón ante él se sublevaba
con frases de amarguísima ironía.

   ¡Qué el alma es inmortal!, yo me decía;  5
esa sola desdicha nos faltaba,
que el necio (y de hito en hito le miraba)
llegase a eternizar su tontería.

   Después me habló de Dios (¡era preciso
oírle) y de las penas del Infierno,  10
y dijo lo que quiso y como quiso;

   mientras que yo, para mi fuero interno,
como Dante, leí en el Paraíso
estas palabras: Tonticomio eterno.




Viernes de cuaresma


   ¡Potaje de espinacas y pescado!...
Lo mismo en el amor que en el puchero,
en cuanto Dios se mete a medianero
hace amable el infierno y el pecado.

   El amor y el placer han extenuado  5
mi sangre, y renovarla es lo primero;
dadme carne de vaca y de carnero
y volveré a gozar como he gozado.

   No me habléis de ese Dios que nos propina
ayunos y abstinencias, y difama  10
el jamón y enaltece la sardina.

   La vida es el amor, y el hombre que ama,
debe arrojar a Dios de la cocina
y después arrojarle de la cama.




El Misterio de la Encarnación


   Halló un marido a su mujer preñada,
después de dos o tres años de ausencia,
y la mujer, al verse en su presencia,
se sintió doblemente embarazada.

   -¿Cómo fue? -dijo él. -Y ella, turbada:  5
Sin detrimento fue de mi conciencia;
concebí sin dolor ni violencia
siendo antes y después siempre honrada.

   Llevándose las manos a la frente
el marido exclamó: ¡Mucho lo dudo!  10
-¡Dudas de Dios! -dijo ella santamente.

   Y él, aterrado, resistir no pudo
por más tiempo su error, y fue creyente,
que viene a ser lo mismo que cornudo.




A un poeta católico


   A tres pesetas el volumen, vendes
a Cristo en verso y a su Madre en prosa,
y entre amigos, con frase licenciosa
a Dios injurias y a su Iglesia ofendes.

   Contra el ateo en público la emprendes  5
siempre que te va en ello alguna cosa,
porque, ¡eso sí!, tú tienes religiosa
y santa fe... al negocio y lo defiendes.

   ¡Cómo te habrás reído el otro día
de mí, cuando te dije como un loco  10
que el buen Dios para nada nos servía!

   Ahora mi error y desventura toco,
pues Dios sirve en el mundo todavía
para que medre el necio, ¡qué no es poco!




De tal palo...


   Dios hizo al hombre, dice la Sagrada
Escritura, a sí mismo semejante
del que Adán por detrás y por delante
era de Dios la imagen acabada.

   Hoy la ciencia, en los hechos comprobada,  5
dice que por el mono, en incesante
transformación, allá en edad distante
la humana criatura fue engendrada.

   ¡De un mono, de una bestia, el hombre hechura!
No creo que a la especie mortifico,  10
la cual es en gran parte bestia pura.

   Y también el buen Dios así me explico,
pues si Adán siendo un mono es su figura,
Dios será otro que tal... ¡Valiente mico!




ArribaAbajoColl, Juan de Dios

Cuba. 1847 - 1890




A un panal


   Canten los vates las gallardas flores,
la altiva pluma, el mugidor torrente,
el ámbar suave de apacible ambiente
y las campiñas con sus mil primores.

   Canten otros la paz y los amores,  5
laureles de oro con que ornar su frente,
del brillante arroyuelo la corriente
y los trinos de arpados ruiseñores.

   Canten hazañas nobles de la guerra,
y del clarín el bélico sonido  10
haga furioso estremecer la tierra.

   Yo a las ninfas favor tan solo pido
para cantar con mis estilos francos
la dulce miel de los panales blancos.




ArribaAbajoContardo, Luis Felipe

Chile. 1880 - 1922

Sacerdote. Poeta religioso.




Beso divino


   Fue al pie de unas palmera. Las turbas silenciosas,
que no sienten fatigas, olvidadas del pan,
escuchan de los labios de Jesús altas cosas
y ante el hondo misterio pensativas están.

   Unos niños levantan sus caritas de rosas;  5
de los ojos divinos les atrae el imán;
acercasen quisieran, mas las manos rugosas
de los viejos apóstoles se oponen a su afán.

   Y Jesús dijo entonces: «¡Dejadles!, son los dueños
del cielo de mi Padre todos estos pequeños,  10
dejadles que a Mí vengan, e imitad su candor

   si queréis formar parte de mi reino bendito!»
En seguida inclinose hasta el más pequeñito
y lo besó lo mismo que se besa una flor.




Misterium sacrum


   Campos de Galilea, campos llenos de espigas,
laderas en que medra la viña secular,
vosotros recogisteis de Jesús las fatigas,
seguido de las turbas le mirasteis pasar.

   Vosotros le ofrecisteis imágenes amigas  5
que, hechas después parábolas, enseñaban a amar.
¡Oh dulce Galilea, tanto recuerdo abrigas
en tu seno sagrado, que eres como un altar!

   De tus suaves colinas en que el trigo ya es oro,
de tus vides que guardan en germen su tesoro,  10
de esta tierra bendita, donde mis pasos van,

   se elevan entre ardientes fulgores celestiales,
por sobre los sarmientos, por sobre los trigales,
hecha vino Su Sangre, y Su cuerpo hecho pan.




Retablo


   Ya José, terminada del día la faena,
en el umbral enjuga de su frente el sudor;
y la Virgen María, para la parca cena,
las escudillas lava con sus manos de flor.

   De la Luna que nace, la claridad serena  5
envuelve la casita, dulce nido de amor;
en el huerto inmediato hay olor de azucena
y aleteos de tórtolas y agua que hace rumor...

   Y adentro... -¿cayó acaso de la altura un lucero?-
como una palomita que se acoge al alero  10
para esperar del día nuevo la nueva luz;

   como un lirio que pliega, para soñar, su broche;
encanto de los cielos, sol que alumbra la noche,
en su pequeña cuna duerme el Niño Jesús...




ArribaAbajoContreras, José

Puente Genil (Córdoba). Siglo XIX

Abogado en Cádiz. Gobernador de Granada, Murcia y otras provincias.




Mi primer amor


   Sus gracias, gentileza y hermosura
eran las de las vírgenes de Oriente:
negras pupilas de mirada ardiente;
labios de llamas, formas de escultura.

   Al ver tan peregrina criatura,  5
batió sus alas mi exaltada mente;
y trocose en aurora refulgente
de mi pecho infeliz la noche oscura.

   ¡Cuánto la amaba yo! ¡Mas cierto día
que no se borrará de mi memoria  10
la vi en un ataúd de raso y flores...!

   ¡Si el hado robó al cuerpo la armonía
su espíritu inmortal voló a la gloria
y con él se elevaron mis amores!




ArribaAbajoCordero Leiva, Primitivo

España. Siglo XIX - XX

Poeta.




La pérdida


   Así fue como, aquella ocasión, nos amamos...
Sin rogarnos cariño, sin pedirnos pasión;
es lo cierto, que juntos dulcemente soñamos,
con un nido amoroso para cada ilusión...

   Transcurrió aquel momento tan fugaz y vivido.  5
Nunca más hemos vuelto a enfrentarnos los dos...
Aun conservo tu imagen y aun escucho el chasquido
de tus besos febriles y tu último adiós...

   Y presiento que cruzas soñadora y perdida,
a través del penoso vía-crucis de la vida,  10
y murmuro tu nombre en silencio profundo...

   Y al lanzarme a la calle a buscarte tal vez,
¡voy mirando los rostros, voy pidiéndole al mundo
que me indiquen las huellas que dejaron tus pies!




ArribaAbajoCórdoba Dávila, Félix

Puerto Rico. Siglo XIX

Poeta.




Horóscopo


   De la edad juvenil en los albores
y llorando su mísero destino,
una niña, a la vera del camino,
pide limosnas y regala flores.

   Aunque sufre del hambre los horrores,  5
bajo su traje rústico y mezquino
adivinase un cuerpo alabastrino
portado de secretos tentadores.

   -¡Pobre niña, mugrienta y haraposa,
que vives explotando la belleza  10
de las flores que ofreces afanosa!

   ¡Sabe Dios si mañana, en tu pobreza,
venderás, como vendes una rosa,
la delicada flor de tu pureza!




En el baño


   Por no exhibir la desnudez entera
de sus formas, que guarda con decoro,
oculta entre las ondas el tesoro
de su cuerpo de púrpura y de cera.

   Destácase la blonda cabellera  5
con el ígneo chispar de un meteoro,
quebrándose en relámpagos de oro
sobre el níveo perfil de su cadera.

   Túrgido el seno de jazmín y rosa,
cuando surge del baño, temblorosa,  10
arroba con sus mágicos hechizos,

   sacudiendo el trigal de sus cabellos,
como un sol que reparte sus destellos
en una lluvia de flotantes rizos.




ArribaAbajoCoronado, Carolina

Almendralejo (Badajoz). 1823 - Lisboa. 1911




Siempre tú


   La niebla del diciembre quebrantaba
del sol los melancólicos fulgores
cuando en mi corazón de tus amores
el acento primero resonaba.

   El segundo diciembre se acercaba  5
trayendo para mí nieblas mayores,
que a merced de los vientos bramadores
tu nave en el Atlántico bogaba.

   Y el tercero diciembre aparecía
templado, alegre como el mayo hermoso  10
y eras tú mi suspiro todavía.

   El cuarto arrebatado, tempestuoso,
vino a robarme la ventura mía,
¡ay!, mas no a dar a mi pasión reposo.




¡Oh, cuán te adoro!, con la luz del día


   ¡Oh, cuán te adoro!, con la luz del día,
tu nombre invoco apasionada y triste,
y cuando el cielo en sombras se reviste
aun te llama exaltada el alma mía.

   Tú eres el tiempo que mis horas guía,  5
tú eres la idea que a mi mente asiste,
porque en ti se concentra cuanto existe,
mi pasión, mi esperanza, mi poesía.

   No hay canto que igualar pueda a tu acento
cuando tu amor me cuentas y deliras  10
revelando la fe de tu contento;

   tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras;
y quisiera exhalar mi último aliento
abrasada en el aire que respiras.




La rosa blanca


   ¿Cuál de las hijas del verano ardiente,
cándida rosa, iguala tu hermosura,
la suavísima tez y la frescura
que brotan de tu faz resplandeciente?

   La sonrosada luz de alba naciente  5
no muestra al desplegarse más dulzura,
ni el ala de los cisnes la blancura
que el peregrino cerco de tu frente.

   Así, gloria del huerto, en el pomposo
ramo descuellas desde verde asiento,  10
cuando llevado sobre el manso viento

   a tu argentino cáliz oloroso,
roba su aroma insecto silencioso
y el puro esmalte empaña con su aliento.




Una corona, no, dadme una rama


   Una corona, no, dadme una rama
del adelfa del Gévora querido,
y mi genio, si hay genio, habrá obtenido
un galardón más grato que la fama.

   No importa al porvenir cómo se llama  5
la que el mundo decís que dio al olvido;
de mi patria en el alma está escondido
ese nombre, que aún vive, sufre y ama.

   Os oigo desde aquí, desde aquí os veo,
y de vosotros hablo con las olas,  10
que me dicen con lenguas españolas

   vuestro afán, vuestra fe, vuestro deseo,
y siento que mi espíritu es más fuerte
en esta vida que os parece muerte.




ArribaAbajoCorpancho, Teobaldo Elías

Perú. Siglo XIX - XX




Íntimo


   Arcángel de mi hogar, alma piadosa
para el amor y la virtud nacida;
bajo tus alas trémulas mi vida
auroras tiene de zafir y rosa.

   Pero lejos de ti, noche espantosa  5
sólo ve mi mirada entristecida,
sin blanca luna que a evocar convida
las dulces horas de la edad dichosa.

   ¿Y tú me olvidarás? ¿No habrá un acento
siempre en tu corazón que a mí responda  10
en efluvios de casto sentimiento?

   No es anhelo de loco desvarío;
mas si en tu pecho la pasión no es honda,
¡hazla que sufra como yo, Dios mío!




ArribaAbajoCoscolla, Vicente

Málaga. Siglo XIX.

Juez Municipal de su ciudad. Periodista del Correo de Andalucía.




Soneto


   Loco de amor mil frases te escribía
cuando verte mi dicha no lograba;
en tu imagen bellísima soñaba
porque sin ti, mi gloria, no vivía.

   Llegó por fin el suspirado día  5
que tu seno en mi seno palpitaba
y ni en el mismo cielo imaginaba
felicidad más grande que la mía.

   Sólo de aquel amor, débil gemido
que se escapaba débil de mi boca,  10
queda en los aires, donde va perdido:

   que al abrazarme a ti con ansia loca,
clavábase en mi pecho dolorido
como un puñal tu corazón de roca.




ArribaAbajoCortázar, Eduardo

España. Siglo XIX

Poeta.




A un retrato


   Parece que me mira y que le miro;
en mirándome quédome admirado,
y tanto al admirarlo lo he mirado
que cuanto más la miro más lo admiro.

   En vano no le miro ni suspiro  5
ni en balde es suspirar lo suspirado,
que los suspiros que húbome inspirado,
alegran al mirarlo, mi retiro.

   Imagen bella que mi amor admira
y que pasiones mil en ti repara,  10
por los que el corazón triste suspira.

   No de su encanto más seas avara,
y deja que en la copia que me inspira
de amor imprima la señal más clara.




ArribaAbajoCortines Murube, Felipe

Sevilla. Siglo XIX

Poeta.




La muerte


   Partido el corazón, ciego, expirante,
cárdena espuma en la sedienta boca,
la postrera agonía le sofoca
y hacia detrás anduvo vacilante.

   Se derrumbo su mole de gigante,  5
como en el mar derrúmbase una roca,
y, entre una densa polvareda loca,
patas arriba se quedó un instante.

   Se clavaron sus cuernos en la tierra,
y de su sangre en la laguna roja  10
los fieros ojos para siempre cierra.

   En la trágica ruina, el clamoroso
público aplaude; al redondel se arroja,
¡y lleva en triunfo al matador famoso!




ArribaAbajoCotta, Juan Manuel

Argentina. Siglos XIX - XX

Poeta.




Sé dueño de ti mismo


   La pasión es un niño sin cultura, que juega
en un palacio -el alma-, destrozando los muros,
rompiendo los cristales... ¿Pobre de quien se entrega
obediente al mandato de sus torpes conjuros!

   La pasión es barquilla liviana que navega  5
sin rumbo y bajo cielos terriblemente obscuros...
¡Buen timón, almirante, revisar la bodega
y echar al agua el lastre de los sueños impuros!

   ¡Oh! dómine; no dejes que el «niño» se pervierta,
ni dejes, almirante, que la «barquilla» incierta  10
navegue, porque acaso descenderá al abismo.

   Y tú, gobierna, tu alma, aprisiona el encono,
y no te eches en brazos del sabroso abandono.
¡Elévate, levántate! Sé dueño de ti mismo.




Los caminantes inmortales


   Sobre hambriento rocín, con yelmo y lanza,
gallardo en el montar y en la apostura,
va un hidalgo Señor de la locura
buscando una ilusión o una esperanza.

   Le sigue sin cesar en tal andanza,  5
a horcajadas en rústica montura,
un zopenco que endilga la cordura
al nivel positivo de su panza.

   Hace siglos que van. Larga memoria
van dejando también en larga historia  10
que consigna sus actos relevantes.

   No carecen de fama ni de mote.
Uno es Sancho y el otro es Don Quijote.
¡Inmortales creaciones de Cervantes!




Dios


   «No hay Dios que el universo ordene y rija»,
dijo el necio entre sí. ¡Nefaria idea!
Abra los ojos quien en Dios no crea,
mirando en derredor si hay Dios colija.

   ¿No hay Dios? Al cielo su mirar dirija,  5
y el craso error en los espacios lea;
a su hacedor el insensato vez,
si ante su rostro el pensamiento fija.

   ¿No hay Dios? La vida que en las venas sientes,
el aire, el mar, la tierra que ahora huellas,  10
las plantas, flores, yerbas, ríos, fuentes

   todo te habla de Dios; doquiera bellas
señales de su ser ver elocuentes.
Da, necio, sino a ti, crédito a ellas.




ArribaAbajoCubría, José Alejandro

Cuba. Siglo XIX




A Estrella


   Cuando paseo en noche silenciosa
mi errante vista por la azul altura,
amenguarse parece mi tristura
y breve espacio mi dolor reposa.

   Cual se muestra la tórtola quejosa  5
si brilla el sol entre la selva oscura,
y se alegra, si deja la espesura,
así es la noche para mí sabrosa.

   ¿Por qué siento que mi alma se extasía?
¿Por qué se funde con la noche bella,  10
y maldigo la luz del rey del día?

   Porque entonces mis ojos ven en ella
y recuerda doquier la mente mía
el rostro y nombre de mi dulce Estrella.




ArribaAbajoCuervo, Guillermo

Cuba. Siglo XIX




A una brisa


   ¿Qué tierra prometida en lontananza
te envidia, ¡oh, Brisa!, hasta mi faz ardiente?
Refresca con tus alas ¡ay! mi frente.
y habla a mi corazón de la esperanza.

   ¿Isla de hadas hay en el océano?  5
¿Tú besas las palmeras de esa tierra?
¿Llevas perfumes que en su ambiente encierra,
fragancias del feliz país lejano?

   Mece a los pajaritos en su nido,
y despierta del arpa enmudecida  10
de los bosques, la mística armonía.

   Llévale un beso tú a mi amor perdido
¡oh, Brisa! y di en qué isla del olvido
encontrará la paz el alma mía.




Mi riqueza


   Vida de asceta, mística y sencilla,
no es para mí, la material riqueza,
por siempre he de soñar en la terneza
de quien te hizo, ¡oh dulce florecilla!

   Así de lago o mar, cuando a la orilla  5
puedo pensar de música o belleza,
si con el alma miro la grandeza
de algún astro que en alto cielo brilla,

   ¿seré yo pobre?, ¡ay no! ¡Oh ruiseñores!,
¡Oh sol, poniente!, ¡oh nubes!, ¡oh colores  10
que no sois para mí! ¡Oh noche oscura!,

   al saber de esos astros la alta ciencia
¿por qué dudar de Dios en su clemencia
me dará un rayo de su lumbre pura?




Junio


   Ha tanto tiempo que no escucho el viento
que entre el frondoso bosque se desliza,
arpa eolia de la dulce brisa,
rumor de aguas lejanas, y el acento

   de las aves, idioma y sentimiento  5
que espirituales mundos simboliza.
¿Dónde están la armonía, luz y risa
que ansía hoy mi espíritu sediento?

   Y una muchacha que entre brisas suaves
su voz unía al trino de las aves,  10
¡Junio de amor, de juventud y anhelo!

   Gorgean los pajaritos en su nido,
mas su cantar no llega ya a mi oído
ni al corazón destellos de aquel cielo.




Mi vista


   Si tu gloriosa vista es sometida
a ver sólo entre el suelo y tu cabeza,
y tu alma no estremece la grandeza
de todo lo más noble en esta vida,

   No me desdeñes por la cruenta herida  5
que llevo en mi costado, que belleza
de los astros de Dios, y su nobleza
quiero soñar en mi alma dolorida.

   Tu vista, si en el bien has de emplearla,
levanta al cielo, como yo he de alzarla,  10
y mi pesada cruz que el mundo ignora.

   Mi vista terrenal, si la tuviera,
¡ay! para hacer el bien yo la quisiera
y darle luz a quien la luz añora.




ArribaAbajoCuevas, Julio de las

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




A Remedios Javier de Ortuño


   Como eres niña te dedico un cuento:
Náufrago errante, de lucha rendido,
corría por el mundo un descreído
ajeno del amor al sentimiento.

   En su propio cariño halló el tormento;  5
y así, llevado el corazón herido,
odiaba a las mujeres, convencido
que el amor era en ellas fingimiento.

   De todas despreciaba la ralea;
mas, viéndose de un ángel frente a frente,  10
-¡Maldito, -dijo-, el que en amor no crea!

   Y, el cuento terminado, ten presente
que eres tú el ángel que cambió mi idea
y yo el ateo que creí ferviente.




¡El primer beso!


   ¡Los dos a solas! Con medroso acento
-Te querré mientras viva,- me decía.
Y un cielo vislumbré que competía
con el diáfano azul del firmamento.

   Esclavo de mi causa el pensamiento,  5
gobernaba del mundo la armonía,
la envidiable emoción de la alegría
y el continuo activar del sentimiento.

   En necia ofuscación, la mente loca,
soñar me hizo en su infernal acceso  10
el dios mundano que a su Dios provoca;

   y un instante fui rey de todo eso
al juntar yo mi boca con su boca
y saltar como chispa ¡el primer beso!




ArribaAbajoCurros Enríquez, Manuel

Celanova (Orense). 1851 - La Habana (Cuba). 1908

Periodista y poeta.




A Andrés Muruais, muerto


   Cesado había el cántico sonoro
que fue a la Patria nuncio de rescate,
y a la voz del profeta, a la del vate,
siguió en las tribus silencioso lloro.

   Resto inmortal del apolíneo coro,  5
sobre las frentes que el dolor abate,
himno terrible entona de combate
la férrea lira de las cuerdas de oro.

   No enmudeció; calló. ¡Gloria al que brega
con ánimo valiente y diestra brava,  10
y antes muere en la lucha que se entrega!

   ¡Oh, tierra de mis padres, tierra esclava,
tu redención es huésped que no llega,
sol esperado en noche que no acaba!




ArribaAbajoCuyas de la Vega, Arturo

Barcelona. 1845 - Madrid. 1924

Poeta y filólogo.




Manos lejanas


   Aquellas manos de la esposa ausente,
blancas palomas, tibias de ternura,
que saben reducir mi calentura
sólo con reposar sobre mi frente.

   ¡Ay!, qué lejos estoy del diligente,  5
suave contacto que mitiga y cura
y en estas largas noches de tortura
cómo os llamé desesperadamente...

   ¡Milagroso cordial!... Manos amadas,
que estoy, en mi ceguera, calumniando,  10
pues, aunque ahora no mullen mis almohadas,

   con celo maternal, mimoso y blando
con que estén -¡y no hay duda!- entrelazadas,
pidiendo a Dios por mí, me están curando.




ArribaAbajoDacarrete, Ángel María

España. 1827 - 1904

Poeta y autor dramático. Discípulo de Alberto Lista. En 1900 fue nombrado académico, pero falleció antes de tomar posesión del cargo. Desempeñó altos cargos en la Corte, donde murió.




Soneto


   ¿Por qué, menguado corazón, suspende
opresión dolorosa tu latido?
¿Por qué moja mi párpado abatido
lágrima torpe que mi orgullo ofende?

   ¡Mal la nobleza de tu ser entiende  5
quien dos veces, esclavo envilecido,
el alma que de Dios ha recibido
de una mirada engañadora prende!

   Acabe ¡y para siempre! el ansia fiera
por la que presa fuiste en otros días  10
de inciertas dichas y pesares vanos.

   Que si aun capaz de conmoverte fuera,
del pecho a quien infame afrentarías,
sabré arrancarte con mis propias manos.




En la muerte de Lincoln


   No sobre el campo del honor caído,
ni de banderas bélicas cubierto
dejó a ese cuerpo ensangrentado y yerto
su espíritu inmortal nunca rendido.

   Del lauro ya del vencedor ceñido  5
la ambición y el rencor, en vil concierto
con golpe aleve le postraron muerto,
la desgracia infamando del vencido.

   Mas la mano del bárbaro homicida,
nuevo triunfo a los triunfos eslabona  10
con que ilustró su generosa vida.

   ¡Qué llora el mundo su fatal partida,
y brilla más que la imperial corona
la noble sangre de su frente herida!




Soneto


   Muerto está el corazón: ¡ni aun el suspiro
exhala del dolor! Mustio, cansado,
enmudece el laúd, desesperado
fastidio y soledad do quiera miro.

   No son sueños poéticos, deliro:  5
no suspira mi pecho enamorado
¡quisiera descansar! sí, que abrumado
me siento por el aire que respiro.

   Ya no puedo cantar, ¡adiós, mi lira!
tú que de mis ensueños y dolores  10
el eco fuiste, queda abandonada.

   Si pronto el plazo de mi ser expira,
tus vibraciones de pesar y amores
repite en torno de mi tumba helada.




Soneto


   Atrás te deja el tiempo en su carrera,
del olvido a la tumba te avecinas,
y cargado de muertes y de ruinas
la misteriosa eternidad te espera.

   Un año nuevo con sonrisa fiera  5
alza la frente cuando tú la inclinas,
y cual tú de esperanzas peregrinas
fecundiza del hombre la quimera.

   ¡Un año más en el que sangre y llanto
verteré persiguiendo a la ventura!  10
¡Un año más que pasará muy pronto!

   Y en el que yo que filosofo tanto
es posible que siga en la locura
de estar enamorado como un tonto.




Soneto al público


   Por el precio de un palco, de una butaca,
o un asiento de humilde galería;
la veste del pudor la musa mía
rasga y al aire sus encantos saca.

   Insolente ramera hoy ya destaca  5
su voz entre tu vana gritería;
¡ella que cantos de dolor gemía
sin cuidar de tus bravos la alharaca!

   ¡Ay, virgen fue! mas hora en su locura
solicitando impúdica tu halago  10
ese engendro te da que triste aborta!

   Yo al escribirlo no pensé en tu altura;
sílbalo sin piedad, poco me importa.
Será a su torpe vanidad buen pago.




Soneto


   Como la sombra al cuerpo, el sentimiento
a perseguir se inclina tu hermosura,
mas si dicen mis ojos mi ternura
casto respeto sofocó mi acento.

   Con tu imagen querida, en su aislamiento  5
forja el alma quimeras de ventura;
nunca esa dicha alcanzarás -murmura
la despiadada voz del pensamiento-.

   Amarga pena al escucharla abrigo,
y luego el corazón, como un tesoro  10
acoge ese dolor, y te bendigo.

   ¡Y sin nada esperar, ciego te adoro!
¡Ay, si a mi seno del dolor amigo
volver pudiera al desterrado lloro!




Soneto


   Quizás mis ojos por la vez postrera
clavo, Guadalquivir, en tu corriente,
la luna contemplando tristemente
que en tus aguas sus rayos reverbera.

   Lleve mis pasos do la suerte quiera,  5
tu imagen siempre al corazón presente;
los años ¡ay! renovará la mente
que sentí resbalar en tu ribera.

   Amargue las espumas de tu orilla
esta lágrima. ¡Adiós! hondo gemido  10
el pecho exhala, que de ti me alejo.

   Cuando bese los muros de Sevilla,
murmura con dolor que nunca olvido
que allí del alma la esperanza dejo.




Soneto


   ¿Te acuerdas, di, cuando al tocar mi mano,
radiante tu mirada, estremecido
tu seno de placer, daba un gemido,
verme temiendo de tu amor lejano?

   ¿Te acuerdas que en combate sobrehumano,  5
por tu pena mi amor enaltecido,
en mis brazos llorando, tu encendido
labio los míos abrasaba en vano?

   Ciñó tu frente de virtud la palma,
mas ¿qué fue nuestro amor? Inerte, fría,  10
hoy te contempla, aunque te admire, el alma.

   Ayer besos y lágrimas había,
hoy desamor, indiferencia, calma.
¡Quién ni en sus propios sentimientos fía!




Un guardapelo


   ¡Oh, tú tocaste su virgíneo pecho!
¡Tú coronaste su cabeza un día!
¡Comprimiendo latidos de agonía
a mi apenado corazón te estrecho!

   Trocada viendo en funerario helecho  5
la blanca flor de la esperanza mía,
¡recuerdo de mis horas de alegría
cuál te idolatro en lágrimas deshecho!

   Casto beso te imprima el labio ardiente
y en ti beba las gotas de su llanto,  10
bálsamo celestial a mi amargura.

   ¡Queda divino don siempre pendiente
de mi pecho, morada del quebranto,
de un amor infelice sepultura!




Soneto


   Conmigo estás, aunque sin ti me veo;
aunque lejos de ti, por ti respiro;
pienso que el ámbar de tu aliento aspiro
y oír tu voz enamorada creo.

   Ver tu alma imagina mi deseo  5
en tu dulce mirada, en que me miro;
y ofrece a mi pasión, blando suspiro,
tu corazón hermoso por trofeo.

   Y de tu mano la opresión querida
juzgo sentir, en mi feliz locura,  10
y te bendice el alma agradecida.

   ¡Cuánta fuera a tu lado mi ventura,
si pueden tanto embellecer mi vida
recuerdos de tu amor y tu hermosura!




Soneto


   Fácil, ligero lazo el amor mío
creyó formar en su ilusión querida,
que hiciera de dos vidas una vida,
uniendo con el tuyo mi albedrío.

   Hoy, deshecho tu dulce desvarío,  5
de tus gustos juzgándome homicida,
¡qué es su lazo cadena aborrecida
teme mi amor con desaliento frío!

   Si es verdad, no perdone tu ternura
a quien, libre y feliz queriendo hacerte,  10
esclaviza tu alma y tu hermosura.

   Aunque todo lo pierdo con perderte,
en ello cifraré yo mi ventura
si así consigo venturosa verte.



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