Se dedicó a
la Enseñanza. Poeta. No publicó ninguna de sus
obras.
Tus
ojos
Todo en ti me
enamora y me fascina:
tu seductora faz americana,
tu talle y tu figura soberana,
tu deslumbrante cabellera
ondina.
Tu voz -que de tu
boca purpurina
5
como cascada bullidora mana-
y esa arrogancia tuya de
sultana
que es de una venus la actitud
divina.
Mas nada, nada,
en mi entusiasmo, tanto
me admira de tus gracias y me
asombra,
10
como tus ojos en que amor
destilas.
Que el mismo
Dios, por aumentar tu encanto,
en forma de astros condensó
la sombra
y los puso en tus ojos por
pupilas.
Chaves, Ángel R.
España.
Siglos XIX - XX
Poeta.
Para
muestra...
Juega hasta echar
el pego algunas veces,
con bastante frecuencia se
emborracha,
y tres leguas en torno no hay
muchacha
que no pierda con él sus
esquiveces.
Hace vil
mercancía de sus preces,
5
su lengua de escorpión
parece un hacha,
y oculta en ocasiones la
bocacha
de la sobrepelliz en los
dobleces.
Tal es el que en
mi pueblo representa
la santa religión de mis
mayores,
10
y como este ejemplar sé de
cincuenta.
Mas de la sacra
fe a los resplandores
¡qué importa, vive
Dios!... Tened en cuenta
que si hay curas así, los
hay... peores.
Cidón, Antonio
Valencia. Siglos
XIX - XX
Escritor y
poeta.
Los mudos
elocuentes
Como apoyo a la
humana consistencia
la ley de la virtud es firme
valla
como el alma tras sólida
muralla
que constante vigila la
conciencia.
Sometido el
mortal, en apariencia,
5
la pasión envolvió en
pujante malla,
diciendo al corazón:
«padece y calla
que no hay dicha y placer sin
violencia».
De allí
fue, que apuntaron los abrojos
en lo arcano del pecho más
vehemente,
10
por matar con espinas los
antojos,
y al hacer el
rubor, con tintes rojos,
vióse escrito un precepto
incoherente:
«Callar los labios y
hablarán los ojos.»
El
Pilar
Alcázar de
la fe, templo gigante,
corazón de una raza, que
robusto
a la nueva ciudad César
Augusto
hizo cuna del brío
más pujante;
su
heroísmo, con letras de diamante
5
se grabó en tu
basílica vetusta,
al beso abrasador que el alma
incrusta
en el santo Pilar, con fiebre
amante;
su tesón,
sin rival, en el granito
labró, siglo tras siglo, la
honda mella
10
que ablanda el jaspe del Pilar
bendito,
y en el
cóncavo, brilla de su huella,
el espíritu hispano, cual
estrella
que irradia el patrio amor a lo
infinito.
Al santo doctor de
Aquino
Al gran himno de
amor que el orbe canta
sus sones quiere unir mi pobre
lira
vibrante de entusiasmo, si se
admira
la huella reductora de tu
planta.
Tu fama tras los
siglos se agiganta,
5
la esencia de la Fe, por ti
suspira,
y sin ti, la Razón,
sueña y delira
y el mundo sin tus leyes se
quebranta:
Más que
tú, sólo Dios fue sabio y santo
y por Él, enseñaste
al hombre tanto,
10
que gozoso de tu
genio peregrino,
en su Cruz exclamó con dulce
encanto,
«Dios dijiste de mí;
Tomás de Aquino.»
Cienfuegos, Casimiro
Andalucía.
Siglo XIX - XX
Poeta.
Al
soneto
«...Donde
el sueño gentil cúpole a Dante,
donde el luso Marón
grabó su estela,
y el cisne del Avón cantando
vuela
con el que hizo el soneto a
Violante.
Hoy un vate
andaluz, docto y brillante,
5
la copa de oro artística
cincela,
dándonos a gustar clavo y
canela,
y vino y miel, entre dulzor
picante.
Carmen a quien da
el genio la armonía,
la quimera del alma luminosa,
10
la pasión, el desdén
y la ironía.
Y así la
esencia espiritual rebosa
del cáliz áureo de la
Poesía,
como el fresco perfume de la
rosa.»
Elogio al
soneto
Como cabe una
hermosa primavera
en sola una corola perfumada,
como cabe en la luz de una
mirada
todo el ensueño de una vida
entera,
como el rumor del
mar y su ribera
5
en una breve concha nacarada,
y su tesoro en lágrima
irisada
la luminosa perla recogiera,
tal cabe el
llanto, y la emoción, y el brío,
del don genial lo sumo y lo
discreto,
10
de la Belleza el dulce
poderío,
tal cabe el Arte
en su último secreto,
con luz y aroma y cándido
rocío,
en las catorce rosas del
Soneto.
Cisneros, Consuelo C.
Cuba. Siglos XIX -
XX
Poeta.
El
anticristo
Se agita
estremecido el mundo en su agonía.
Resuena allá, lejana, la voz
del Yo'Kanaán;
y marcan los oráculos el
sempiterno día
que ha de surgir del caos la sombra
de Canaán.
¡La noche
apocalíptica de horribles desconciertos...!
5
¡Danzando las estrellas en
ígnea caravana,
chocando unos con otros los huesos
de los muertos,
no quedarán ni briznas de la
progenie humana...!
¡Vacilarán los tronos...! La
religión de Cristo,
sintiendo el duro azote del feroz
Anticristo,
10
cruzará por la escoria en su
carro triunfal!
¡Resonará en los mundos la voz de
Jeremías,
y en su carro de llamas
reaparecerá Elías
tornando aquella estrella de
Belén augural...!
Cisneros, Jeremías
Honduras. 1845 -
1903
Poeta hallado en
Internet.
Gracias,
Lempira
Preciso es
consignarlo: con lúcida elocuencia
Lempira hace el peligro cercano
conceptuar;
y todos, con respeto profundo en su
presencia,
no osan ni aun siquiera sus labios
desplegar.
Seduce la postura
del héroe, la grandeza
5
que muestra en su gallardo decir y
continente:
sombría es su mirada, mas
habla con nobleza,
furtiva deslizando su mano por la
frente.
Cual
bárbaras condena las luchas, e invoca
del íntegro aborigen la
magnanimidad;
10
de paz un blanco lienzo, cual
símbolo coloca
¡hipócrita! En un asta que empieza a
tremolar.
Proponen un arreglo.
¿Quién puede la perfidia
temer de quienes llevan por lema la
lealtad?
Cisneros Cámara, A.
España.
Siglo XIX - XX
Poeta.
Amores
gatunos
Cierta noche dos
frailes gordinflones
llegaron al umbral de mi
morada,
suplicando les diese yo posada
a trueque de risibles
bendiciones.
Aunque gusto muy
poco de gorrones,
5
serviles cena bien aderezada;
y ¡qué panzada
aquella! ¡Qué panzada!
¡Cuántas y qué
copiosas libaciones!
Cayeron pronto de
Morfeo en brazos,
y ya al amanecer, gran
pelotera
10
me despertó.
¡Qué injurias! ¡Qué porrazos!...
Eran los frailes,
que con saña fiera
se estaban disputando a
puñetazos
el amor de mi vieja cocinera.
Clavijo Tisseur, Arturo
Cuba. Siglos XIX -
XX
Poeta.
El cuento
árabe
Dijo por fin el
jeique de los negros lebreles:
Señor, estos dos perros
también son mis hermanos;
por la gracia de Alah, son dos
seres humanos,
en canes convertidos por traidores
y crueles.
Mi esposa al ver
que eran contra su raza infieles,
5
trató de concluirlos igual
que a dos tiranos,
pero al oír mi ruego los
ató con sus manos
y los condujo a un antro de la
vieja Cibeles.
¡Allí la torva efrita con sus
hechicerías
los encantó, y ¡oh,
Genni! de sus almas impías
10
surgieron estos perros tan tristes
y serenos!
Mas ya vencido el
tiempo de sus terribles penas,
¡yo los llevo a la gruta para
que en sus cadenas
dejen la forma y vuelvan a ser
hombre y buenos!
Musa
lírica
¡La
encantada princesa del Monarca Darío,
la de azules pupilas... la de boca
de rosa...
ha traído a mi mente yo no
sé que extravío...
qué locura de versos...
qué delirios de prosa...!
¡La concibo
en mis noches de poético hastío,
5
deslumbrando en el trono de una
estrella radiosa...
o en el místico lago de
algún cielo sombrío,
recitando el poema de su historia
amorosa...!
¡Oh,
gallardo Monarca, dios del real Modernismo,
por tu bella Princesa
vibrará mi Lirismo
10
como vibra el acento de tu paz
argentina...!
¡Y al
compás deleitante de una marcha sonora,
partiré con las galas de mi
espléndida Flora,
a embriagar el palacio que tu faz
ilumina...!
Coello, Adán
Honduras. 1885 -
1929
Poeta hallado en
Internet.
Soneto
Es imposible
nuestro amor... No aguarde
nada de mí tu cándida
ilusión,
para rehacer mi alcázar es
muy tarde
el blanco alcázar de mi
corazón.
Del arca de mis
sueños no retengo
5
nada, y mi azul rosal de
mustió con
el rojo sol canicular, y tengo
enferma el alma de
desilusión.
Sentado en una
piedra del camino
aguardo el cumplimiento de mi
sino,
10
del porvenir sin la inquietud
febril;
mientras se
yergue en le confín lejano,
bajo un pálido cielo de
verano,
la misteriosa Torre de Marfil.
Colorado, Vicente
España.
Sigo XIX - XX
Poeta. Autor
dramático.
En el entierro de
Fernández y González
(8 enero 1888)
¡Buen
viaje, maestro, buen viaje!
¡quién te ha visto a
no ser en este día
seguido de tan noble
compañía
con escolta de a pie, y a ti en
carruaje!
No llevas tras de
ti mal equipaje:
5
¡cuánta ilustre y
soberbia medianía!
contigo comparados,
todavía
algunos te aventajan... en el
traje.
Todos ellos
llegaron a la meta,
y son ricos, y están en
candelero,
10
y el mundo les admira y les
respeta:
y tú,
entre todos ellos el primero,
engreído con ser un gran
poeta,
has muerto como muere un
pordiosero.
A un
imbécil
Contigo estoy
conforme cuando dices,
con más obstinación
que perspicacia,
«¡se puede ser
feliz!» tú, verbi
gratia,
que eres el más feliz de los
felices.
Mas penetrando
bien en las raíces
5
de tu felicidad, con
pertinacia
amará el desgraciado su
desgracia,
si es que ve más allá
de sus narices.
Porque eres
tú la prueba más patente
que puede revelarnos a qué
precio
10
en el mundo es feliz la humana
gente;
pues de mil
casos, en los mil aprecio
que siendo la desgracia
inteligente,
no hay un hombre feliz que no sea
un necio.
La burra y el
burro
¿Por
qué me pegas? a Balaam decía
la mismísima burra que
montaba,
y el muy bruto, aun
oyéndola, le daba
cada palo de ciego que la
hundía.
Años
después, al trasponer el día,
5
Jehová, por boca de
Josué, paraba
no a la tierra que en torno al sol
giraba,
sino al sol que ni un punto se
movía.
Que haya la burra
de Balaam hablado,
aunque no lo comprendo, me lo
explico,
10
que hombres hay que al hablar han
rebuznado.
Mas que Dios (con
la Biblia testifico)
mande parar al sol que está
parado...
¡eso no se le ocurre ni aun
borrico!
A
Dante
(Después de leer su «Divina
comedia»)
También a
mí tu sufrimiento alcanza
cuando recorro la ciudad
doliente,
en donde llora la extinguida
gente
el eterno dolor sin esperanza.
Entre el espanto
y el dolor avanza
5
mi espíritu angustiado,
tristemente,
temeroso de un Dios que
eternamente
hace sentir al hombre su
venganza.
Mas cuando al
fin, tras sufrimiento tanto,
el Paraíso a vislumbrar
empiezo,
10
en esperanzas truécase el
quebranto;
deténgome
a su umbral, de hinojos rezo,
penetro luego en su recinto
santo,
y en cruz los brazos... ante Dios
bostezo.
Anima
stultorum
¡El alma es
inmortal!, me repetía
un necio que conmigo
disputaba;
y mi razón ante él se
sublevaba
con frases de amarguísima
ironía.
¡Qué
el alma es inmortal!, yo me decía;
5
esa sola desdicha nos faltaba,
que el necio (y de hito en hito le
miraba)
llegase a eternizar su
tontería.
Después me
habló de Dios (¡era preciso
oírle) y de las penas del
Infierno,
10
y dijo lo que quiso y como
quiso;
mientras que yo,
para mi fuero interno,
como Dante, leí en el
Paraíso
estas palabras: Tonticomio
eterno.
Viernes de
cuaresma
¡Potaje de
espinacas y pescado!...
Lo mismo en el amor que en el
puchero,
en cuanto Dios se mete a
medianero
hace amable el infierno y el
pecado.
El amor y el
placer han extenuado
5
mi sangre, y renovarla es lo
primero;
dadme carne de vaca y de
carnero
y volveré a gozar como he
gozado.
No me
habléis de ese Dios que nos propina
ayunos y abstinencias, y
difama
10
el jamón y enaltece la
sardina.
La vida es el
amor, y el hombre que ama,
debe arrojar a Dios de la
cocina
y después arrojarle de la
cama.
El Misterio de la
Encarnación
Halló un
marido a su mujer preñada,
después de dos o tres
años de ausencia,
y la mujer, al verse en su
presencia,
se sintió doblemente
embarazada.
-¿Cómo fue? -dijo él. -Y
ella, turbada:
5
Sin detrimento fue de mi
conciencia;
concebí sin dolor ni
violencia
siendo antes y después
siempre honrada.
Llevándose
las manos a la frente
el marido exclamó:
¡Mucho lo dudo!
10
-¡Dudas de Dios! -dijo ella
santamente.
Y él,
aterrado, resistir no pudo
por más tiempo su error, y
fue creyente,
que viene a ser lo mismo que
cornudo.
A un poeta
católico
A tres pesetas el
volumen, vendes
a Cristo en verso y a su Madre en
prosa,
y entre amigos, con frase
licenciosa
a Dios injurias y a su Iglesia
ofendes.
Contra el ateo en
público la emprendes
5
siempre que te va en ello alguna
cosa,
porque, ¡eso sí!,
tú tienes religiosa
y santa fe... al negocio y lo
defiendes.
¡Cómo te habrás reído
el otro día
de mí, cuando te dije como
un loco
10
que el buen Dios para nada nos
servía!
Ahora mi error y
desventura toco,
pues Dios sirve en el mundo
todavía
para que medre el necio,
¡qué no es poco!
De tal
palo...
Dios hizo al
hombre, dice la Sagrada
Escritura, a sí mismo
semejante
del que Adán por
detrás y por delante
era de Dios la imagen acabada.
Hoy la ciencia,
en los hechos comprobada,
5
dice que por el mono, en
incesante
transformación, allá
en edad distante
la humana criatura fue
engendrada.
¡De un
mono, de una bestia, el hombre hechura!
No creo que a la especie
mortifico,
10
la cual es en gran parte bestia
pura.
Y también
el buen Dios así me explico,
pues si Adán siendo un mono
es su figura,
Dios será otro que tal...
¡Valiente mico!
Coll, Juan de Dios
Cuba. 1847 -
1890
A un
panal
Canten los vates
las gallardas flores,
la altiva pluma, el mugidor
torrente,
el ámbar suave de apacible
ambiente
y las campiñas con sus mil
primores.
Canten otros la
paz y los amores,
5
laureles de oro con que ornar su
frente,
del brillante arroyuelo la
corriente
y los trinos de arpados
ruiseñores.
Canten
hazañas nobles de la guerra,
y del clarín el
bélico sonido
10
haga furioso estremecer la
tierra.
Yo a las ninfas
favor tan solo pido
para cantar con mis estilos
francos
la dulce miel de los panales
blancos.
Contardo, Luis Felipe
Chile. 1880 -
1922
Sacerdote. Poeta
religioso.
Beso
divino
Fue al pie de
unas palmera. Las turbas silenciosas,
que no sienten fatigas, olvidadas
del pan,
escuchan de los labios de
Jesús altas cosas
y ante el hondo misterio pensativas
están.
Unos niños
levantan sus caritas de rosas;
5
de los ojos divinos les atrae el
imán;
acercasen quisieran, mas las manos
rugosas
de los viejos apóstoles se
oponen a su afán.
Y Jesús
dijo entonces: «¡Dejadles!, son los dueños
del cielo de mi Padre todos estos
pequeños,
10
dejadles que a Mí vengan, e
imitad su candor
si queréis
formar parte de mi reino bendito!»
En seguida inclinose hasta el
más pequeñito
y lo besó lo mismo que se
besa una flor.
Misterium
sacrum
Campos de
Galilea, campos llenos de espigas,
laderas en que medra la viña
secular,
vosotros recogisteis de
Jesús las fatigas,
seguido de las turbas le mirasteis
pasar.
Vosotros le
ofrecisteis imágenes amigas
5
que, hechas después
parábolas, enseñaban a amar.
¡Oh dulce Galilea, tanto
recuerdo abrigas
en tu seno sagrado, que eres como
un altar!
De tus suaves
colinas en que el trigo ya es oro,
de tus vides que guardan en germen
su tesoro,
10
de esta tierra bendita, donde mis
pasos van,
se elevan entre
ardientes fulgores celestiales,
por sobre los sarmientos, por sobre
los trigales,
hecha vino Su Sangre, y Su cuerpo
hecho pan.
Retablo
Ya José,
terminada del día la faena,
en el umbral enjuga de su frente el
sudor;
y la Virgen María, para la
parca cena,
las escudillas lava con sus manos
de flor.
De la Luna que
nace, la claridad serena
5
envuelve la casita, dulce nido de
amor;
en el huerto inmediato hay olor de
azucena
y aleteos de tórtolas y agua
que hace rumor...
Y adentro...
-¿cayó acaso de la altura un lucero?-
como una palomita que se acoge al
alero
10
para esperar del día nuevo
la nueva luz;
como un lirio que
pliega, para soñar, su broche;
encanto de los cielos, sol que
alumbra la noche,
en su pequeña cuna duerme el
Niño Jesús...
Contreras, José
Puente Genil
(Córdoba). Siglo XIX
Abogado en
Cádiz. Gobernador de Granada, Murcia y otras provincias.
Mi primer
amor
Sus gracias,
gentileza y hermosura
eran las de las vírgenes de
Oriente:
negras pupilas de mirada
ardiente;
labios de llamas, formas de
escultura.
Al ver tan
peregrina criatura,
5
batió sus alas mi exaltada
mente;
y trocose en aurora refulgente
de mi pecho infeliz la noche
oscura.
¡Cuánto la amaba yo! ¡Mas
cierto día
que no se borrará de mi
memoria
10
la vi en un ataúd de raso y
flores...!
¡Si el hado
robó al cuerpo la armonía
su espíritu inmortal
voló a la gloria
y con él se elevaron mis
amores!
Cordero Leiva, Primitivo
España.
Siglo XIX - XX
Poeta.
La
pérdida
Así fue
como, aquella ocasión, nos amamos...
Sin rogarnos cariño, sin
pedirnos pasión;
es lo cierto, que juntos dulcemente
soñamos,
con un nido amoroso para cada
ilusión...
Transcurrió aquel momento tan fugaz y
vivido.
5
Nunca más hemos vuelto a
enfrentarnos los dos...
Aun conservo tu imagen y aun
escucho el chasquido
de tus besos febriles y tu
último adiós...
Y presiento que
cruzas soñadora y perdida,
a través del penoso
vía-crucis de la vida,
10
y murmuro tu nombre en silencio
profundo...
Y al lanzarme a
la calle a buscarte tal vez,
¡voy mirando los rostros, voy
pidiéndole al mundo
que me indiquen las huellas que
dejaron tus pies!
Córdoba Dávila,
Félix
Puerto Rico. Siglo
XIX
Poeta.
Horóscopo
De la edad
juvenil en los albores
y llorando su mísero
destino,
una niña, a la vera del
camino,
pide limosnas y regala flores.
Aunque sufre del
hambre los horrores,
5
bajo su traje rústico y
mezquino
adivinase un cuerpo
alabastrino
portado de secretos
tentadores.
-¡Pobre
niña, mugrienta y haraposa,
que vives explotando la
belleza
10
de las flores que ofreces
afanosa!
¡Sabe Dios
si mañana, en tu pobreza,
venderás, como vendes una
rosa,
la delicada flor de tu pureza!
En el
baño
Por no exhibir la
desnudez entera
de sus formas, que guarda con
decoro,
oculta entre las ondas el
tesoro
de su cuerpo de púrpura y de
cera.
Destácase
la blonda cabellera
5
con el ígneo chispar de un
meteoro,
quebrándose en
relámpagos de oro
sobre el níveo perfil de su
cadera.
Túrgido el
seno de jazmín y rosa,
cuando surge del baño,
temblorosa,
10
arroba con sus mágicos
hechizos,
sacudiendo el
trigal de sus cabellos,
como un sol que reparte sus
destellos
en una lluvia de flotantes
rizos.
Coronado, Carolina
Almendralejo
(Badajoz). 1823 - Lisboa. 1911
Siempre
tú
La niebla del
diciembre quebrantaba
del sol los melancólicos
fulgores
cuando en mi corazón de tus
amores
el acento primero resonaba.
El segundo
diciembre se acercaba
5
trayendo para mí nieblas
mayores,
que a merced de los vientos
bramadores
tu nave en el Atlántico
bogaba.
Y el tercero
diciembre aparecía
templado, alegre como el mayo
hermoso
10
y eras tú mi suspiro
todavía.
El cuarto
arrebatado, tempestuoso,
vino a robarme la ventura
mía,
¡ay!, mas no a dar a mi
pasión reposo.
¡Oh, cuán
te adoro!, con la luz del día
¡Oh,
cuán te adoro!, con la luz del día,
tu nombre invoco apasionada y
triste,
y cuando el cielo en sombras se
reviste
aun te llama exaltada el alma
mía.
Tú eres el
tiempo que mis horas guía,
5
tú eres la idea que a mi
mente asiste,
porque en ti se concentra cuanto
existe,
mi pasión, mi esperanza, mi
poesía.
No hay canto que
igualar pueda a tu acento
cuando tu amor me cuentas y
deliras
10
revelando la fe de tu
contento;
tiemblo a tu voz
y tiemblo si me miras;
y quisiera exhalar mi último
aliento
abrasada en el aire que
respiras.
La rosa
blanca
¿Cuál de las hijas del verano
ardiente,
cándida rosa, iguala tu
hermosura,
la suavísima tez y la
frescura
que brotan de tu faz
resplandeciente?
La sonrosada luz
de alba naciente
5
no muestra al desplegarse
más dulzura,
ni el ala de los cisnes la
blancura
que el peregrino cerco de tu
frente.
Así,
gloria del huerto, en el pomposo
ramo descuellas desde verde
asiento,
10
cuando llevado sobre el manso
viento
a tu argentino
cáliz oloroso,
roba su aroma insecto
silencioso
y el puro esmalte empaña con
su aliento.
Una corona, no, dadme
una rama
Una corona, no,
dadme una rama
del adelfa del Gévora
querido,
y mi genio, si hay genio,
habrá obtenido
un galardón más grato
que la fama.
No importa al
porvenir cómo se llama
5
la que el mundo decís que
dio al olvido;
de mi patria en el alma está
escondido
ese nombre, que aún vive,
sufre y ama.
Os oigo desde
aquí, desde aquí os veo,
y de vosotros hablo con las
olas,
10
que me dicen con lenguas
españolas
vuestro
afán, vuestra fe, vuestro deseo,
y siento que mi espíritu es
más fuerte
en esta vida que os parece
muerte.
Corpancho, Teobaldo Elías
Perú. Siglo
XIX - XX
Íntimo
Arcángel
de mi hogar, alma piadosa
para el amor y la virtud
nacida;
bajo tus alas trémulas mi
vida
auroras tiene de zafir y rosa.
Pero lejos de ti,
noche espantosa
5
sólo ve mi mirada
entristecida,
sin blanca luna que a evocar
convida
las dulces horas de la edad
dichosa.
¿Y
tú me olvidarás? ¿No habrá un
acento
siempre en tu corazón que a
mí responda
10
en efluvios de casto
sentimiento?
No es anhelo de
loco desvarío;
mas si en tu pecho la pasión
no es honda,
¡hazla que sufra como yo,
Dios mío!
Coscolla, Vicente
Málaga.
Siglo XIX.
Juez Municipal de
su ciudad. Periodista del Correo de Andalucía.
Soneto
Loco de amor mil
frases te escribía
cuando verte mi dicha no
lograba;
en tu imagen bellísima
soñaba
porque sin ti, mi gloria, no
vivía.
Llegó por
fin el suspirado día
5
que tu seno en mi seno
palpitaba
y ni en el mismo cielo
imaginaba
felicidad más grande que la
mía.
Sólo de
aquel amor, débil gemido
que se escapaba débil de mi
boca,
10
queda en los aires, donde va
perdido:
que al abrazarme
a ti con ansia loca,
clavábase en mi pecho
dolorido
como un puñal tu
corazón de roca.
Cortázar, Eduardo
España.
Siglo XIX
Poeta.
A un
retrato
Parece que me
mira y que le miro;
en mirándome quédome
admirado,
y tanto al admirarlo lo he
mirado
que cuanto más la miro
más lo admiro.
En vano no le
miro ni suspiro
5
ni en balde es suspirar lo
suspirado,
que los suspiros que húbome
inspirado,
alegran al mirarlo, mi retiro.
Imagen bella que
mi amor admira
y que pasiones mil en ti
repara,
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por los que el corazón
triste suspira.
No de su encanto
más seas avara,
y deja que en la copia que me
inspira
de amor imprima la señal
más clara.
Cortines Murube, Felipe
Sevilla. Siglo
XIX
Poeta.
La
muerte
Partido el
corazón, ciego, expirante,
cárdena espuma en la
sedienta boca,
la postrera agonía le
sofoca
y hacia detrás anduvo
vacilante.
Se derrumbo su
mole de gigante,
5
como en el mar derrúmbase
una roca,
y, entre una densa polvareda
loca,
patas arriba se quedó un
instante.
Se clavaron sus
cuernos en la tierra,
y de su sangre en la laguna
roja
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los fieros ojos para siempre
cierra.
En la
trágica ruina, el clamoroso
público aplaude; al redondel
se arroja,
¡y lleva en triunfo al
matador famoso!
Cotta, Juan Manuel
Argentina. Siglos
XIX - XX
Poeta.
Sé dueño
de ti mismo
La pasión
es un niño sin cultura, que juega
en un palacio -el alma-,
destrozando los muros,
rompiendo los cristales...
¿Pobre de quien se entrega
obediente al mandato de sus torpes
conjuros!
La pasión
es barquilla liviana que navega
5
sin rumbo y bajo cielos
terriblemente obscuros...
¡Buen timón,
almirante, revisar la bodega
y echar al agua el lastre de los
sueños impuros!
¡Oh!
dómine; no dejes que el «niño» se
pervierta,
ni dejes, almirante, que la
«barquilla» incierta
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navegue, porque acaso
descenderá al abismo.
Y tú,
gobierna, tu alma, aprisiona el encono,
y no te eches en brazos del sabroso
abandono.
¡Elévate,
levántate! Sé dueño de ti mismo.
Los caminantes
inmortales
Sobre hambriento
rocín, con yelmo y lanza,
gallardo en el montar y en la
apostura,
va un hidalgo Señor de la
locura
buscando una ilusión o una
esperanza.
Le sigue sin
cesar en tal andanza,
5
a horcajadas en rústica
montura,
un zopenco que endilga la
cordura
al nivel positivo de su panza.
Hace siglos que
van. Larga memoria
van dejando también en larga
historia
10
que consigna sus actos
relevantes.
No carecen de
fama ni de mote.
Uno es Sancho y el otro es Don
Quijote.
¡Inmortales creaciones de
Cervantes!
Dios
«No hay
Dios que el universo ordene y rija»,
dijo el necio entre sí.
¡Nefaria idea!
Abra los ojos quien en Dios no
crea,
mirando en derredor si hay Dios
colija.
¿No hay
Dios? Al cielo su mirar dirija,
5
y el craso error en los espacios
lea;
a su hacedor el insensato vez,
si ante su rostro el pensamiento
fija.
¿No hay
Dios? La vida que en las venas sientes,
el aire, el mar, la tierra que
ahora huellas,
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las plantas, flores, yerbas,
ríos, fuentes
todo te habla de
Dios; doquiera bellas
señales de su ser ver
elocuentes.
Da, necio, sino a ti,
crédito a ellas.
Cubría, José
Alejandro
Cuba. Siglo
XIX
A
Estrella
Cuando paseo en
noche silenciosa
mi errante vista por la azul
altura,
amenguarse parece mi tristura
y breve espacio mi dolor
reposa.
Cual se muestra
la tórtola quejosa
5
si brilla el sol entre la selva
oscura,
y se alegra, si deja la
espesura,
así es la noche para
mí sabrosa.
¿Por
qué siento que mi alma se extasía?
¿Por qué se funde con
la noche bella,
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y maldigo la luz del rey del
día?
Porque entonces
mis ojos ven en ella
y recuerda doquier la mente
mía
el rostro y nombre de mi dulce
Estrella.
Cuervo, Guillermo
Cuba. Siglo
XIX
A una
brisa
¿Qué tierra prometida en
lontananza
te envidia, ¡oh, Brisa!,
hasta mi faz ardiente?
Refresca con tus alas ¡ay! mi
frente.
y habla a mi corazón de la
esperanza.
¿Isla de
hadas hay en el océano?
5
¿Tú besas las
palmeras de esa tierra?
¿Llevas perfumes que en su
ambiente encierra,
fragancias del feliz país
lejano?
Mece a los
pajaritos en su nido,
y despierta del arpa
enmudecida
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de los bosques, la mística
armonía.
Llévale un
beso tú a mi amor perdido
¡oh, Brisa! y di en
qué isla del olvido
encontrará la paz el alma
mía.
Mi
riqueza
Vida de asceta,
mística y sencilla,
no es para mí, la material
riqueza,
por siempre he de soñar en
la terneza
de quien te hizo, ¡oh dulce
florecilla!
Así de
lago o mar, cuando a la orilla
5
puedo pensar de música o
belleza,
si con el alma miro la
grandeza
de algún astro que en alto
cielo brilla,
¿seré yo pobre?, ¡ay no!
¡Oh ruiseñores!,
¡Oh sol, poniente!, ¡oh
nubes!, ¡oh colores
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que no sois para mí!
¡Oh noche oscura!,
al saber de esos
astros la alta ciencia
¿por qué dudar de
Dios en su clemencia
me dará un rayo de su lumbre
pura?
Junio
Ha tanto tiempo
que no escucho el viento
que entre el frondoso bosque se
desliza,
arpa eolia de la dulce brisa,
rumor de aguas lejanas, y el
acento
de las aves,
idioma y sentimiento
5
que espirituales mundos
simboliza.
¿Dónde están
la armonía, luz y risa
que ansía hoy mi
espíritu sediento?
Y una muchacha
que entre brisas suaves
su voz unía al trino de las
aves,
10
¡Junio de amor, de juventud y
anhelo!
Gorgean los
pajaritos en su nido,
mas su cantar no llega ya a mi
oído
ni al corazón destellos de
aquel cielo.
Mi
vista
Si tu gloriosa
vista es sometida
a ver sólo entre el suelo y
tu cabeza,
y tu alma no estremece la
grandeza
de todo lo más noble en esta
vida,
No me
desdeñes por la cruenta herida
5
que llevo en mi costado, que
belleza
de los astros de Dios, y su
nobleza
quiero soñar en mi alma
dolorida.
Tu vista, si en
el bien has de emplearla,
levanta al cielo, como yo he de
alzarla,
10
y mi pesada cruz que el mundo
ignora.
Mi vista
terrenal, si la tuviera,
¡ay! para hacer el bien yo la
quisiera
y darle luz a quien la luz
añora.
Cuevas, Julio de las
España.
Siglos XIX - XX
Poeta.
A Remedios Javier de
Ortuño
Como eres
niña te dedico un cuento:
Náufrago errante, de lucha
rendido,
corría por el mundo un
descreído
ajeno del amor al sentimiento.
En su propio
cariño halló el tormento;
5
y así, llevado el
corazón herido,
odiaba a las mujeres,
convencido
que el amor era en ellas
fingimiento.
De todas
despreciaba la ralea;
mas, viéndose de un
ángel frente a frente,
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-¡Maldito, -dijo-, el que en
amor no crea!
Y, el cuento
terminado, ten presente
que eres tú el ángel
que cambió mi idea
y yo el ateo que creí
ferviente.
¡El primer
beso!
¡Los dos a
solas! Con medroso acento
-Te querré mientras viva,-
me decía.
Y un cielo vislumbré que
competía
con el diáfano azul del
firmamento.
Esclavo de mi
causa el pensamiento,
5
gobernaba del mundo la
armonía,
la envidiable emoción de la
alegría
y el continuo activar del
sentimiento.
En necia
ofuscación, la mente loca,
soñar me hizo en su infernal
acceso
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el dios mundano que a su Dios
provoca;
y un instante fui
rey de todo eso
al juntar yo mi boca con su
boca
y saltar como chispa ¡el
primer beso!
Curros Enríquez, Manuel
Celanova (Orense).
1851 - La Habana (Cuba). 1908
Periodista y
poeta.
A Andrés
Muruais, muerto
Cesado
había el cántico sonoro
que fue a la Patria nuncio de
rescate,
y a la voz del profeta, a la del
vate,
siguió en las tribus
silencioso lloro.
Resto inmortal
del apolíneo coro,
5
sobre las frentes que el dolor
abate,
himno terrible entona de
combate
la férrea lira de las
cuerdas de oro.
No
enmudeció; calló. ¡Gloria al que brega
con ánimo valiente y diestra
brava,
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y antes muere en la lucha que se
entrega!
¡Oh, tierra
de mis padres, tierra esclava,
tu redención es
huésped que no llega,
sol esperado en noche que no
acaba!
Cuyas de la Vega, Arturo
Barcelona. 1845 -
Madrid. 1924
Poeta y
filólogo.
Manos
lejanas
Aquellas manos de
la esposa ausente,
blancas palomas, tibias de
ternura,
que saben reducir mi calentura
sólo con reposar sobre mi
frente.
¡Ay!,
qué lejos estoy del diligente,
5
suave contacto que mitiga y
cura
y en estas largas noches de
tortura
cómo os llamé
desesperadamente...
¡Milagroso
cordial!... Manos amadas,
que estoy, en mi ceguera,
calumniando,
10
pues, aunque ahora no mullen mis
almohadas,
con celo
maternal, mimoso y blando
con que estén -¡y no
hay duda!- entrelazadas,
pidiendo a Dios por mí, me
están curando.
Dacarrete, Ángel
María
España.
1827 - 1904
Poeta y autor
dramático. Discípulo de Alberto Lista. En 1900 fue
nombrado académico, pero falleció antes de tomar
posesión del cargo. Desempeñó altos cargos en
la Corte, donde murió.