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ArribaAbajoGutiérrez Quirós, Juan B.

Cuba. Siglo XIX




El primer prisionero


   Rebelde audaz, insólito jinete,
monta en su jaca, a la avanzada llega,
esgrime el Collins, y con ira ciega
a las contrarias tropas acomete.

   No hay freno que sus ímpetus sujete,  5
los verdes campos con su sangre riega,
y es al fin capturado en la refriega,
muerta su jaca, roto su machete.

   Y ya en trance de ser ejecutado,
se oyó el clamor de ingente clamoreo  10
como el grito de un pueblo encadenado;

   y el Porvenir, en raudo centelleo,
le ofreció sobre el monte ensangrentado
¡una visión de la victoria al reo!




ArribaAbajoHartzenbusch, Juan Eugenio

Madrid. 1806 - Madrid. 1880

Escritor español. Trabajó de ebanista, tipógrafo, y taquígrafo de las Cortes. Su éxito teatral Los Amantes de Teruel le permitió dedicarse por entero a la literatura. Director de la Escuela Normal, de la Biblioteca Nacional y Académico de la Lengua.




A Calderón


   Con voz clamaste de pesar profundo
al contemplar la pequeñez humana:
«Sombra es la vida como el sueño vana,
fantástica existencia la del mundo»:

   Pero brillando tú claro y fecundo,  5
sol en los cercos de la escena hispana,
¿cómo ilusión te pareció liviana
la fuerza de tu ingenio sin segundo?

   Tú, desde el envidiado Manzanares,
al Arno, al Rhin y al Plata mereciste  10
respeto, admiración, lauros y altares:

   Y pues eterna vive tu memoria,
con más justa razón decir debiste:
«Sueño todo será, verdad mi gloria.»




El pintor ciego


   Faltó la luz al genio peregrino,
de la gloria de Aquiles instrumento;
mas sin la luz quedole el pensamiento,
y a la inmortalidad libró el camino.

   Vendad los ojos con doblado lino  5
a Fidias y Arión; Fidias a tiento
la cara esculpe, y Arión el viento
suspende con su cántico divino.

   ¿Qué le resta al discípulo de Apeles
cuando, sin ver, con lágrimas de artista  10
riega desesperado sus pinceles?

   «Para que yo, Destino, te resiste,
dame (dirá) que olvide mis laureles,
y arráncame a la par talento y vista.»




Soneto


   Puro y luciente sol, ¡oh qué consuelo
al alma mía en tu presencia ofreces,
cuando con rostro cándido esclareces
la oscura sombra del nocturno velo!

   ¡Oh! ¡cómo animas el marchito suelo  5
con benéfica llama! y ¡cómo creces
inmenso y luminoso, que pareces
llenar la tierra, el mar, el aire, el cielo!

   ¡O sol! entra en la espléndida carrera
que el dedo te señala omnipotente,  10
al asomar por las etéreas cumbres;

   y tu increado autor piadoso quiera
que desde oriente a ocaso eternamente
pueblos felices en tu curso alumbres.




Soneto


   Canta, blanco palomo, y de la aurora
el róseo carro con tu acento llama;
que atenta escucha en la mullida cama
la esposa a quien tu cántico enamora.

   Canta y anuncia la estación de Flora  5
y el delicioso incendio que te inflama,
mientras sentado en la frontera rama
otro palomo solitario llora.

   ¡Felice tú que puedes con tu canto
al alma penetrar por el oído  10
del ave amante en que tu bien se funda!

   Y ¡mísero de mí, que el triste llanto
en que a solas me miras consumido,
sin fruto el rostro y sin cesar me inunda!




A Lope de Vega


   Único en el ingenio y en la fama,
fecundidad pasmosa fue su dote,
amó seglar y llora sacerdote
dos esposas, tres hijos, una dama.

   Huella el Parnaso y el hispano drama  5
se alza del suelo con pujante brote,
y el inmortal autor de Don Quijote
de nuestra escena rey a Lope aclama.

   Su labio miel, cu corazón ternura,
nadie juntó más cándidas y bellas  10
las gracias del amor y la hermosura.

   Claro sol entre pálidas estrellas
que ofuscaban su luz inmensa y pura,
sólo cuando él faltó brillaron ellas.




A la prematura muerte del venturoso joven y eminente artista don Leonardo Alenza


   Para el mortal, en cuya sien fulgura
del genio creador la ardiente llama,
tiene el mundo un laurel, clarín la fama,
y mármoles y bronces la escultura.

   Para premiar a la virtud oscura,  5
flor que en la soledad su olor derrama,
tiene el Padre común su seno, que ama
con inefable amor, que siempre dura.

   Genio en ti, Alenza, con virtud se unía;
consiguió tu pincel famoso hacerte;  10
ya este mundo te dio cuanto podía.

   Dios hoy te llama a su celeste gremio;
pero es adelantársete la muerte
anticipar a tu virtud el premio.




A una romántica


   Mujer: hazles la cruz de Caravaca
¡O tu juicio va a andar de ceca en meca!
A tanto libro de palabra hueca,
merecedores de cruel matraca.

   Borda, en vez de gemir, una petaca,  5
o cósele un vestido a una muñeca,
o si te cansan almohadilla y rueca,
diviértete en cuidar tiestos de albaca.

   Tu traje en forma de villana alcuza,
sólo puede agradar a algún mostrenco,  10
que te juzga salmón y eres merluza.

   No leas, cuando comas, llena le cuenco,
y haz por trocar tu cara de gazuza
en colorado rostro de flamenco.




A la batalla de Waterloo


   Ea, quien tenga de valor un cacho,
dijo Napoleón, sígame al cerro
donde fuego nos hace tanto perro,
y del pendón inglés no quede hilacho.

   Yo a vuestra frente montaré en un macho  5
que pació solamente flor de berro;
y de esa hueste el enemigo hierro
quebrará cual juguete de muchacho.

   Dijo: pero el soldado se hace el sordo,
y aunque le ofrecen de oro un cucurucho  10
el miedo de morir habla más gordo.

   Cede el gran general a otro más ducho,
y mientras huye en su caballo tordo,
quema la guardia el último cartucho.




ArribaAbajoHeredia, José María

Cuba. 1803 - 1839

Político, dramaturgo, periodista y poeta. Vivió gran parte de su vida en México.




Inmortalidad


   Cuando en el éter fúlgido y sereno
arden los astros por la noche umbría,
el pecho de feliz melancolía
y confuso pavor siéntese lleno.

   ¡Ay!, así girarán cuando en el seno  5
duerma yo inmóvil de la tumba fría!...
Entre el orgullo y la flaqueza mía
con ansia inútil suspirando peno.

   Pero ¿qué digo? -Irrevocablemente
también los astros a morir destina,  10
y verán por la edad su luz nublada.

   Mas superior al tiempo y a la muerte
mi alma, verá del mundo la ruina,
a la futura eternidad ligada.




Desconfianza


   Mira, mi bien, ¡cuán mustia y desecada
del sol al resplandor está la rosa
que en tu seno tan fresca y olorosa
pusiera ayer mi mano enamorada!

   Dentro de pocas horas será nada...  5
No se hallará en la tierra alguna cosa
que a mudanza feliz o dolorosa
no se encuentre sujeta y obligada.

   Sigue a las tempestades la bonanza;
siguen al gozo el tedio y la tristeza...  10
Perdóname si tengo desconfianza

   de que duren tu amor y tu terneza:
cuando hay en todo el mundo tal mudanza,
¿sólo en tu corazón habrá firmeza?




A mi esposa


   Cuando en mis venas férvidas ardía
la fiera juventud, en mis canciones
el tormentoso afán de mis pasiones
con dolorosas lágrimas vertía.

   Hoy a ti las dedico, esposa mía,  5
cuando el amor más libre de ilusiones,
inflama nuestros puros corazones,
y sereno y de paz me luce el día.

   Así perdido en turbulentos mares
mísero navegante al cielo implora,  10
cuando le aqueja la tormenta grave;

   y del naufragio libre, en los altares
consagra fiel a la deidad que adora
las húmedas reliquias de su nave.




Mi gusto


   Llénase de placer el marinero
cuando la dulce playa ve cercana:
gózase el sabio que estudiando afana,
cuando su parecer es verdadero.

   Goza también impávido guerrero  5
cuando gloria fatal en lides gana;
gózase entre la gente cortesana
quien miró a su señor menos severo.

   Nada de esto me place; soy dichoso
tan sólo estando a par de mi Belisa,  10
que paga con su afecto mi ternura.

   Si al tiempo que me mira advierto ansioso
en su boca asomar dulce sonrisa,
llega a su colmo entonces mi ventura.




A Flérida


   Si es dulce ver en el glorioso estío,
ceñida el alba de purpúreas flores,
y entre blancas arenas y verdores
con manso curso deslizarse el río;

   si es dulce al inocente pecho mío  5
atisbar de las aves los amores,
cuando tiernas modulan sus ardores
en la plácida paz del bosque umbrío;

   si es dulce ver cual cobran estos prados
fresco verdor en la estación florida,  10
y al cielo y mar profundo serenados,

   más dulce es verte, Flérida querida,
darme en tus negros ojos desmayados
muerte de amor más grata que la vida.




La mañana


   Ya se va de los astros apagando
el trémulo esplendor. Feliz aurora
en las aves despierta voz canora
y en oriente sereno va rayando.

   Con purpúreos colores anunciando  5
el ya próximo sol, las nubes dora,
que en rocío disueltas, van ahora
las yerbas y las flores argentando.

   Ven, mañana gentil, la sombra fría
disipa en tus albores y de Elpino  10
el triste pecho colma de alegría.

   Pues a pesar de bárbaro destino
más bello sol darále aqueste día
de dos ojuelos el fulgor divino.




Roma


   Envuelta en sangre y pavoroso estrago
combate Roma con feroz anhelo:
llena el mundo su nombre, sube al cielo,
y las naciones tiemblan a su amago.

   Su águila fiera por el aire vaga  5
hiende las nubes con ardiente vuelo,
y apenas mide en el distante suelo
las ruinas de Corinto y de Cartago.

   ¿Qué la valió? Carbón, Mario implacable,
y Sila vengador y César fuerte,  10
huellan del orbe, a la infeliz señora.

   Y otros... ¡Oh Roma grande y miserable
que ansiando lauros y poder de muerte,
no supo ser de sí reguladora!




Napoleón


   Sin rey ni leyes, Francia desolada
de anárquico furor cayó en la hoguera:
salvóla Bonaparte: lisonjera
la gloria en cetro convirtió su espada.

   Tembló a su voz Europa consternada:  5
reyes la dispensó con faz severa;
en Moscou, en Madrid, su águila fiera
en Roma y Viena y en Berlín vio alzada.

   ¿Cómo cayó?... Vencido, abandonado,
en un peñasco silencioso expira  10
dando ejemplo a los déspotas terrible.

   Al contemplar su fin desventurado,
clama la historia, que su genio admira:
«¡no hay opresión por fuerte irresistible!»




A mi querida


   Ven, dulce amiga, que tu amor imploro:
luzca en tus ojos esplendor sereno,
y baje en ondas el ebúrneo seno
de tus cabellos fúlgidos el oro.

   ¡Oh mi único placer! ¡Oh mi tesoro!  5
¡Cómo de gloria y de ternura lleno,
extático te escucho, y me enajeno
en la argentada vos de la que adoro!

   Recíbate mi pecho apasionado:
ven, hija celestial de los amores,  10
descansa aquí, donde tu amor anida.

   ¡Oh! nunca te separes de mi lado;
y ante mis pasos, de inocentes flores
riega la senda fácil de la vida.




Para grabarse en un árbol


   Arbol, que de Fileno y su adorada
velaste con tu sombra los amores,
jamás del Can ardiente los rigores
dejen tu hermosa pompa marchitada.

   Al saludar tu copa embovedada,  5
palpiten de placer los amadores,
y celosos frenéticos furores
nunca profanen tu mansión sagrada.

   Adiós, árbol feliz, árbol amado;
para anunciar mi dicha al caminante  10
guarde aquesta inscripción tu tronco añoso:

   «Aquí moró el placer: aquí premiado
miró Fileno al fin su amor constante:
sensible amó, le amaron, fue dichoso.»




Renunciando a la poesía


   Fue tiempo que la dulce poesía
el eco de mi voz hermoseaba,
y amor, virtud y libertad cantaba
entre los brazos de la amada mía.

   Ella mi canto con placer pía;  5
caricias y placer me prodigaba,
y al puro beso que mi frente hollaba,
muy más fogosa inspiración seguía.

   ¡Vano recuerdo! En mi destierro triste
me deja Apolo, y de mi mustia frente  10
su sacro fuego y esplendor retira.

   Adiós ¡oh Musa, que mi gloria fuiste!
Adiós. amiga de mi edad ardiente:
el insano dolor quebró mi lira.




Voto de amor


   Ven, suspirada noche, y dirigiendo
tu denegrido carro por la esfera,
a la ciudad, el monte y la pradera
ve con rápidas sombras envolviendo.

   Ven, y sopor balsámico vertiendo,  5
tus pasos tenebrosos aligera,
pues anhelante Flérida me espera,
a mi pasión mil glorias prometiendo.

   Si a mis súplicas das fácil oído,
y misteriosas velas con tu manto  10
los goces y delirios de amor ciego,

   inmolarte prometo agradecido
un gallo rojo y negro, cuyo canto
importuno perturba tu sosiego.




Recuerdo


   Despunta apneas la rosada aurora:
plácida brisa nuestras velas llena;
callan el mar y el viento, y sólo suena
el rudo hendir de la cortante prora.

   Ya separado ¡ayme! de mi señora  5
gimo no más en noche tan serena;
dulce airecillo: mi profunda pena
lleva al objeto que mi pecho adora.

   ¡Oh! ¡cuántas veces, al rayar el día
ledo y feliz de su amoroso lado  10
salir la luna pálida me vía!

   ¡Huye, memoria de mi bien pasado!
¿Qué sirves ya? Separación impía
la brillante ilusión ha disipado.




Soneto


   Terrible incertidumbre, angustia fiera,
que siempre me tenéis atormentado,
dejad ya descansar a un desgraciado,
que de vosotros compasión espera.

   Decidme de una vez si es verdadera  5
la triste suerte de mi padre amado,
de que todos me dicen que encerrado
está en fluctuante cárcel de madera.

   Si acaso fuese falsa la noticia,
se quitara de mi alma el cruel recelo  10
que en ella tengo fijo a mi pesar.

   Pero si fuera cierta, y no ficticia,
quiero ver mi desgracia ya sin velo,
para poderme de ella lamentar.




ArribaAbajoHeredia, José María

Cuba. 1842 - Francia. 1905

Poeta francés, primo hermano y con el mismo nombre que el anterior.




A José María Heredia en su centenario


   Desde la Francia, madre bendecida
de la sublime libertad, que bella
sobre los mundos de Colón destella
en onda ardiente de pujante vida;

   a ti, soldado de coraza unida  5
por la virtud, que el combatir no mella;
a ti, creador de la radiante Estrella
de la Isla riente por el mar mecida;

   a ti, de Cuba campeón glorioso,
que no pudiste ver tu venturoso  10
sueño de amor y de esperanza cierto,

   con entusiasmo en mi cantar saludo,
de pie, tocando tu vibrante escudo,
que es inmortal porque tu voz no ha muerto.



   Desde la Francia, madre generosa
de la Belleza y de su luz divina,
cuya diadema de robusta encina
tiene la gracia de viviente rosa;

   a ti, pintor de la natura hermosa  5
de la esplendente América latina;
a ti, gran rey de la Oda, peregrina
por tu gallarda fuerza melodiosa;

   a ti, cantor del Niágara rugiente,
que diste en versos su tronar al mundo  10
y el cambiante color iridiscente

   de su masa, revuelta en lo profundo
del hondo abismo que al mortal espanta,
grande Heredia, otro Heredia aquí te canta.



   Y abandonando el habla de la Francia
en que dije el valor de mis mayores,
al evocar a los Conquistadores
en su viril magnífica arrogancia;

   hoy recuerdo la lengua de mi infancia,  5
y sueño con sus ritmos y colores,
para hacerte corona con sus flores
y envolver tu sepulcro en su fragancia.

   ¡Oh, Sombra inmensa que la Luna admira!
yo que cogí de tu heredad la Lira  10
y que llevo tu sangre con tu nombre,

   perdón si balbuceo tu lenguaje,
al rendir, en mi siglo, este homenaje
al Gran Poeta con que honraste al Hombre!




Antonio y Cleopatra


   Juntos los dos contemplan desde altiva terraza
a Egipto adormeciéndose bajo un cielo asfixiante,
y hacia Sais y Bubastis corre el río gigante
en torno al negro Delta que sus ondas rechaza.

   El invicto soldado, bajo la gran coraza,  5
cautivo de un ensueño infantil y distante,
siente contra su pecho como tiembla anhelante,
el cuerpo voluptuosos que estrechamente abraza.

   Ella desató al viento sus oscuros cabellos
y le ofreció sus labios, de fugaces destellos  10
una lluvia dorada sus ojos despedían.

   Inclinóse el ardiente Imperáter romano,
y en esos grandes ojos vio un inmenso océano
donde errantes galeras derrotadas huían.




ArribaAbajoHernández Miyares, Enrique

Santiago de Cuba. 1859 - La Habana. 1914

Maestro Nacional.




La más fermosa


   Que siga el caballero su camino
agravios desfaciendo con su lanza:
todo noble tesón al cabo alcanza
fijar las justas leyes del destino.

   Cálate el roto yelo de Mambrino  5
y en tu rocín glorioso altivo avanza,
desoye al refranero Sancho Panza
y en tu brazo confía y en tu sino.

   No temas la esquivez de la Fortuna:
Si el caballero de la Blanca Luna  10
medir sus armas con las tuyas osa,

   y te derriba por contraria suerte,
de Dulcinea, en ansias de tu muerte,
¡di que siempre será la más hermosa!




La hora verde


   Del parisiense boulevard fastuoso
prolóngase la plácida penumbra,
porque el sol de oro viejo sólo alumbra
con mortecino rayo perezoso.

   De la jornada al fin llegó el reposo,  5
oasis que en la brega se columbra,
y en los bruñidos mármoles deslumbra
del verde ajenjo el néctar venenoso.

   Arde el café moderno entre el gentío,
y a cortos tragos sorbe, lentamente,  10
la amarga copa el bebedor sombrío,

   mientras por el asfalto reluciente,
como azotada por el viento frío,
pasa la burguesía indiferente.




Dos banderas


   Luce esplendente el sol de la mañana,
y sobre el muro gris de una azotea,
la bandera de Cuba al aire ondea
unida a la bandera americana.

   Juntas las dos, su simbolismo hermana  5
de sacrosanta libertad la idea;
desplegadas ayer en la pelea
plegar hicieron la bandera hispana.

   Una y otra, cual nuncio de contento,
estrellas y colores dan al viento  10
que con gallardo soplo las tremola;

   el destino las guarde siempre amigas
a despecho de pérfidas intrigas...
Pero que nunca formen una sola.




Poncio Pilatos


   Ya de regreso en Roma, se pasea
por el Foro, Pilatos, distraído,
cuando un nombre que al paso hirió su oído
despierta en él aletargada idea.

   ¡Ah!, sí -dijo- recuerdo la ralea  5
que lo seguía hasta el pretorio erguido...
Un tal Jesús, en Nazaret nacido,
cabeza de motín, muerto en Judea.

   Aquel rabino, humilde y misterioso,
perturbador del orden, sospechoso,  10
su nombre al culto dio de esos cristianos.

   ¡Jesucristo! Persiste en mí su historia
y mi fallo indeciso en la memoria:
¡se impuso el pueblo y me lavé las manos!




Carmen


   Roja flor en la negra cabellera,
ojos de fuego, labios tentadores,
pasa ondulante y requiriendo amores,
Carmen, la sevillana cigarrera.

   Canta y baila diabólica y artera,  5
y a Don José, del ansia en los ardores,
hace esquivar cornetas y tambores
y ultrajar el honor de su bandera.

   Desertor, criminal contrabandista,
no hay valladar que al ímpetu resista  10
de aquel amante de traiciones lleno.

   Surge Escamillo; acecha la navaja,
y a la sangrienta herida cae la maja
con otra roja flor sobre su seno.




Festín de Baltasar


   Junto al blanco mantel, Inés me espera,
que de Jaén, donde resido, torno;
esta noche hay festejos en el horno
y dulces de arzobispo en la tartera.

   Mientras devoro, Inés la lisonjera  5
un cuento me demanda para adorno,
y me salta, del hambre en el bochorno,
mi Don Lope de Sosa en la mollera.

   Diréte, Inés... Atiende, que es gran cosa...
Iba diciendo... Escancia esa ambrosía...  10
¡Ya has de reír a costa del de Sosa!...

   Pues resultó, verás, que el tal tenía...
Yo me duermo, mi Inés grata y hermosa...
Quédese el cuento para el otro día.




Don Juan


   Garrido, fanfarrón, audaz y mozo,
rico, galanteador y pendenciero,
en riñas y en amores el primero,
el castigo Don Juan causa alborozo.

   Le he visto en la leyenda sin embozo,  5
juguete de sus vicios altanero,
jugar, reñir, querer, y amable o fiero,
diques saltar en su insaciable gozo.

   Espejo de mi raza soñadora,
¡oh, gallardo Don Juan! tú nunca mueres  10
ni ha de morir tu imagen seductora.

   Y manantial de artísticos placeres,
proseguirás tu marcha triunfadora
conquistando más hombres que mujeres.




ArribaAbajoHerizo Álvarez, Francisco

España. Siglo XIX

Poeta.




El libro de la vida


   Da principio este libro a su teoría
con los rosados cuentos soñadores
que la abuela, olvidando sus dolores
nos narra para darnos alegría.

   Siguen después, grabados día por día,  5
mil recuerdos de plácidos amores
que evocan el aroma de las flores
y del aire en el bosque la armonía.

   Más tarde la vejez con sus negruras
marca en el libro triste decadencia,  10
y de tantos placeres y hermosuras

   sólo queda un «resumen»: la experiencia;
y como «fe de errata» la conciencia.




ArribaAbajoHernández, Pablo

Cuba. Siglo XIX




Madre


   Frente al jarrón azul lleno de flores
que decora tu lecho sonrosado,
la lámpara que ostenta un Dios alado
y el velador cubierto de primores,

   los pájaros, los astros brilladores,  5
las corrientes y el valle perfumado,
con un grito de amor te han despertado
del alba a los primeros resplandores.

   ¿Es un ángel? Contémplalo orgullosa.
Dale otra vez la dulce bienvenida  10
y sobre el seno arrúllalo amorosa.

   ¡Que brille como el sol tu frente, ungida
al sonreír de una mañana hermosa,
con el óleo fecundo de la vida!




ArribaAbajoHerrera, Darío

Panamá. 1870 - 1914

Poeta hallado en Internet.




Campestre


   La tarde se adormece en la llanura.
Incierto el panorama se destaca
bajo la luz anémica, ya opaca
en cada agrupación de la verdura.

   La vespertina claridad perdura,  5
fingiendo una labor de fina laca
en el espacio cóncavo, que es placa
donde pintan las formas su hermosura

   La noche se condensa en el contorno
del silencioso campo. De retorno  10
hacia la casa va con lento paso

   el labrador y sus rendidos bueyes.
Y son yuntas y el hombre únicos reyes
de aquellas soledades del ocaso.



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