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ArribaAbajoAhumada, Fernando

España. Siglos XIX - XX




Rima de laureles


   La palpitante pluma en el sombrero,
la señoril espada en la cintura,
en los ojos un rayo de bravura
y en el semblante un gesto aventurero;

   cortés con los hidalgos, y altanero,  5
rindió galante culto a la hermosura
y, embriagado de amor, en noche oscura
ante mil rejas desnudó su acero.

   Es el genio indomable de la raza
que, la espada sangrienta hasta la taza,  10
imprimiendo la mueca del espanto,

   los mundos anchurosos recorría
aprisionando Reyes en Pavía
y sepultando imperios en Lepanto.




ArribaAbajoAlarcón, Pedro Antonio de

Guadix (Granada). 1833 - Madrid. 1891

Autor. Periodista. Empezó la carrera de Leyes. Su novela más lograda fue El Escándalo.




Humo y ceniza


   Fumaba yo, tendido en mi butaca,
cuando, al sopor de plácido mareo,
mis sueños de oro realizarse veo
del humo denso entre la niebla opaca.

   Mas ni la gloria mi ambición aplaca,  5
ni nada calma mi febril deseo
hasta que, envuelta por el aire, creo
verte mecida en vaporosa hamaca.

   Corro hacia ti, mi corazón te evoca,
y cuando el fuego de tu amor me hechiza  10
y van mis labios a sellar tu boca,

   de ellos, ¡ay!, el cigarro se desliza
y sólo queda, de ilusión tan loca,
humo en el aire y, a mis pies... ceniza.




El cigarro


   Lío tabaco en un papel; agarro
lumbre y lo enciendo, arde ya medida
que arde, muere; muere y enseguida
tiro la punta, bárrenla... y al carro!

   Un alma envuelve Dios en frágil barro,  5
y la enciende en la lumbre de la vida,
chupa el tiempo y resulta en la partida
un cadáver. El hombre es un cigarro.

   La ceniza que cae es su ventura;
el humo que se eleva su esperanza;  10
lo que arderá después su loco anhelo.

   Cigarro tras cigarro el tiempo apura;
colilla tras colilla al hoyo lanza,
pero el aroma... ¡piérdese en el cielo!




Al vino «Abolengo» de las bodegas de Misa (Jerez)


   ¡Deténte Pasajero! Aquí reposa
el Adán de los vinos jerezanos,
padre de tantos ínclitos ancianos
como duermen en torno de su fosa.

   ¡Enterrado está el sol bajo esta losa!  5
Pero no se lo comen los gusanos,
sino que vida y alma los humanos
aun piden a su llama generosa.

   «Abolengo» se llama aqueste vino,
y en cada gota concentrado encierra  10
de mil generaciones el destino...

   Si las cuitas del mundo te hacen guerra,
cátalo media vez, ¡oh peregrino!
y jurarás que el cielo está en la tierra.




En el muladar


   Mendigo: tu blasfemia me estremece...
Deja que olvide a Dios el venturoso;
pero tu labio hambriento y asqueroso
con renovada fe bendiga y rece:

   Todo, menos su Dios, le pertenece  5
al opulento, sano y poderoso,
y el pobre, enfermo, triste y haraposo,
de todo, excepto de su Dios, carece

   Dios es al cabo el único enemigo
del vano, del audaz, del sibarita,  10
y la sola esperanza, el solo amigo

   del que llora, padece y necesita...
¡Sin Dios, el universo se anonada!
¡Sin Dios, el rico es Dios, y el pobre nada!




Roma


   ¡Sólo tú por dos veces el imperio!
¡oh Roma! ¡Has ejercido en las edades!
¡Sólo tú de dos ínclitas ciudades
envuelves en la púrpura el misterio!

   Dos veces asombrado el hemisferio  5
contempló tus grandeza o tus maldades,
según fueron del orbe potestades
León o Borgia, César o Tiberio.

   De Persépolis, Ninive y Cartago
queda más que fúnebres ruinas,  10
cálida arena y solitarias palmas:

   ¡y tú inmortal en medio del estrago,
al perecer las águilas latinas,
conquistaste el imperio de las almas!




A la bandera del batallón de Ciudad Rodrigo


   ¡Sombra y honor bajo tus pliegues dame,
santo pendón de Cristo y de Castilla!
Tu ley, que juro, hincada la rodilla,
en generoso ardor mi pecho inflame.

   No más estérilmente se derrame  5
mi vida en torpe amor y vil mancilla...
Roja está de la patria la mejilla...
¡Despierte el corazón de su ocio infame!

   De un naufragio entre lágrimas y errores
salva mi fe, que combatida muere  10
por enemigo viento y mar contrario...

   Sé tú el manto que envuelva mis dolores,
mi tienda en el desierto; y si cayere
en la revuelta lid... ¡sé mi sudario!




Promesa de una esposa


   Estoy, señor, de mí tan desprendida,
y de toda afición tan apartada,
que, por el don que os intereso, nada
sacrificar pudiera agradecida.

   Voto os hiciera de dejar la vida,  5
si antes no fuera vuestra, y tan cuitada,
que, al perderla, creyérame premiada
con no vivir y verme a Vos unida.

   Mas, pues no hay meritorio sacrificio
en quien vive sin dichas, yo os ofrezco,  10
si volvéis la salud al moribundo,
ceñirme la existencia cual silicio,
codiciar una vida que aborrezco,
abrazarme a la cruz de aqueste mundo.




A Pompeya


   Cuando amanezca el iracundo día
que en la mente de Dios leyó el Profeta,
y, al agrio son de la final trompeta,
abandone de Adán la raza impía,

   ora el sosiego de l ahuesa fría,  5
ora los lares de la vida inquieta,
y pase el JUICIO extremo, y el del Planeta
quede la extensa faz muda y vacía,

   no será tan horrendo y pavoroso
encontrar por doquier huellas del hombre  10
y ni un hombre en campiñas ni ciudades,

   como verte, sin vida ni reposo,
desierta y mancillada por tu nombre,
expiar ¡oh Pompeya! tus maldades.




La moña


(A la señora Marquesa del Salar)


   ¡Cuán airosa y ufana en la corrida
irá la noble fiera, engalanada
con tan bella divisa, regalada
por tan ilustre dama y tan garrida!

   Cárdena sangre de la oculta herida  5
matizará la seda recamada,
y aun el toro, al mirarla disputada,
más sentirá el perderla que la vida.

   ¡Oh, si al coger la codiciada prenda,
tu corazón ganara y tu albedrío  10
el esforzado justador! ¡Oh gloria!

   ¡Todos fueran al par en la contienda!
Y yo ante todos redoblando el brío,
diera la vida allí por la victoria.




¡El amanecer!


   El gallo canta... y la mañana impía
despierta con su luz a los humanos,
haciéndoles trocar delirios vanos
por el forzoso afán de un nuevo día.

   Tornan, pues, a embestirles con porfía  5
la ambición y el amor, fieros tiranos,
los ímprobos trabajos cotidianos...
la deuda, el jefe, el tedio, la manía...

   Y, en tanto, el amador desposeído,
que en sueños compartía la almohada  10
con tal o cual mujer que hubo querido,

   el implacable día lo despierta
para hacerle mirar a su ex amada
vieja, casada, monja loca o muerta.




A San Ramón Non Nato


   Tú, que a Dios te pareces y a mis nietos
por tu rara excepción de no nacido;
segundo Adán, pues nadie te ha parido;
de Jonás viceversa en los aprietos;

   retoño de la Nada en los efectos,  5
si la Nada es igual a haber sido;
desfacedor de agravios de marido,
patrono ya abogado de los fetos:

   vuélveme el pelo, quítame el bigote;
arráncame los dientes; la comadre  10
haz que me vista el primitivo hato;

   y, trocado en inerte monigote,
sepúltame en el vientre de mi madre...
que, mejor que nacido, es ser non nato.




Adiós al vino


   No más, no más en piélagos de vino
sepultaré, insensato, mis dolores,
velando con quiméricos vapores
de la razón el resplandor divino.

   No más, hurtando el rostro a mi destino,  5
pediré a la locura sus favores,
ni, ceñido de pámpanos y flores,
dormiré de la muerte en el camino.

   Arrepentido estoy de haber hollado,
vate indigno, con planta entorpecida,  10
el laurel inmortal y el áurea ropa...

   ¡Néctar fatal!, licor envenenado,
acepta, al recibir mi despedida,
el brindis postrimer... ¡Llenad mi copa!




A...


   Sin fe ni amor, y a la esperanza muerta,
como una estatua sepulcral yacías,
ensueños y venturas de otros días
muda representando, hermosa y yerta.

   Turbar osé tu soledad desierta;  5
consuelos te he brindado y alegrías,
y bella surges de las sombras frías
y a un nuevo amor tu corazón despierta.

   ¿Fue que tu alma sacudió la muerte?
¿Es que renace su extinguido fuego?  10
¿O inmóvil sigues en adusta calma?

   No: fue que al abrazar tu cuerpo inerte,
pasmosa emulación del mármol griego,
en mis besos de amor te di mi alma.




El viernes santo


   Solo, negado, escarnecido, muerto,
enclavado en la Cruz, ¡oh Jesús mío!
la frente inclinas sobre el mundo impío,
en la cumbre del Gólgota desierto.

   Ebrio, entre tanto, y de baldón cubierto,  5
el mortal, en su infame desvarío,
adora una beldad de aliento frío,
pálida y mustia cual cadáver yerto.

   ¡Perdónalo, Señor! Que si en tal hora
la majestad de tu dolor ultraja  10
e ingrato y loco tu pasión olvida,

   su espíritu inmortal se agita y llora
por sacudir del cuerpo la mortaja...
y vive en él como enterrado en vida!




Las palmeras


   «¡Quiero sol!» Moribunda dijo un día
una palmera que en umbroso huerto,
amortajada en su ramaje yerto,
cual alma sin amor languidecía.

   Y elevando sus ramas con porfía,  5
descubrió al fin su copa el campo abierto,
y vio marchita, en medio del desierto,
otra palmera que de sed moría.

   «¡Quiero sombra!» Decía esta palmera,
gimiendo por un soplo de frescura.  10
«¡Quiero sol!» Repetía la primera...

   Y de ambas condolida el aura pura,
compaginó las cosas de manera
que gozaron de igual temperatura.




A mis hijas en sus días


   Por la primera vez hoy es tu día...
¡Ven a mi corazón, prenda adorada...
orgullo de la esposa más amada,
vida de mis entrañas hija mía!

   ¿Qué te dirá de un padre la ufanía?  5
¿Qué te dirá tu madre embelesada,
sino verte del alma enajenada
lágrimas de cariño y alegría?

   Delicia de los dos ¡bendita seas!
¡Bendita seas de la Virgen pura  10
que ampara con su manto nuestro nido!

   Y allá en los años en que no nos veas,
¡Dios te de tanto bien, tanta ventura,
como tú con nacer nos has traído!




El llanto del soltero


   Sin ti...¡cuán negra y angustiosa y larga
pasé la noche toda, amada mía!
¡Sin ti me encuentra el implacable día;
sin ti y en honda soledad amarga!

   Ya el sueño, que mis párpados embarga,  5
sin ti mis pasos hacia el lecho guía;
y pues no estás en él, en él querría
dejar por siempre del vivir la carga.

   Pero ¿quién eres tú? ¿Luz postrimera
eres del bien perdido, o vaga sombra  10
de un nuevo bien que al porvenir demando?

   No sé, no sé quién eres. «Compañera»
te llama el corazón cuando te nombra,
y las noches sin ti paso llorando.




El fruto de bendición


   ¡Cuántas veces fugaz la Primavera
vistió de flores mil el campo abierto,
hora tornado en árido desierto,
ni sombra ya de lo que en Mayo fuera!

   En tanto aquella flor, la flor primera,  5
logro de afanes en cerrado huerto,
ve trocada el colono en fruto cierto,
de árboles mil semilla duradera.

   ¡Así la juventud! ¡Así la vida!
La que en vanos placeres se consume,  10
olvidada a la tarde desfallece:

   en tanto que la fiel y recogida
que a un solo amor consagra su perfume,
más allá de la tumba reverdece.




La palma


   La palma audaz que en el desierto crece
hospitalaria acoge al caminante:
grata sombra le presta, y abundante,
sabroso fruto pródiga le ofrece.

   Al son del huracán fiera se mece,  5
y cuanto recia más, más arrogante
resiste, y más hermosa y elegante
en los azares de la lid parece.

   Premio de la virtud es cada rama
del árbol inmortal, don a que aspira  10
el que trueca su paz por la victoria.

   Y ese don eres tú, perfecta dama,
para el esposo que en tu amor se inspira,
viendo en ti misma a tu rival la Gloria.




En la tumba de un asesinado


   No lágrimas merece la memoria
del que justo vivió y honrado muere,
ni gritos de venganza el alma quiere,
si escucha ya los cánticos de gloria.

   Quien al caer, cual víctima expiatoria,  5
perdona generoso al que le hiere,
cándidas flores del amor espere,
sacras, más que le laurel de la victoria.

   Hoy esas flores tejen tu diadema
y adornan tu callada sepultura,  10
como ayer adornaban tu camino:

   Ellas de tu virtud son el emblema...
¡Así dejaran su semilla pura
en el alma del bárbaro asesino!




General Caballero de Rodas, en el álbum de su mujer


   Soltero y coronel te he conocido;
de brigadier y novio te he tratado:
hoy eres, que yo sepa, diputado,
general, director, padre y marido.

   En la paz y en la guerra siempre he sido  5
tu amigo, tu cronista, o tu soldado,
y hoy me siento en las Cortes a tu lado,
a seguirte al infierno decidido.

   Pues bien (dicho inter nos aquesto sea)
jamás te hallé tan grande y tan hermoso  10
(ni en medio de las bombas y granadas)

   como al verte, a la vuelta de Alcolea,
embelesado padre y fiel esposo,
recrearte en tus prendas adoradas.




La hija del poeta


   Como, en verano, inútil el rocío
truécase en nube que disipa el viento;
así del noble vate el sentimiento
espiraba sin eco en el vacío.

   Y cual la nube en lluvia y ésta en río  5
trueca de abril el generoso aliento,
tal, realizado en celestial portento,
miró el cantor su vago desvarío.

   Tú, gentil Isabel, tierna y piadosa,
tú del paterno amor, tú de su alma,  10
de sus dolores tú fuiste nacida:

   y eres amor en que su fe reposa,
dulce tristeza que las suyas calma,
numen del arte, ensueño de su vida.




A Carmen, al piano


   No mujer... ¡Hada eres! Si amorosa
las manos tiendes al callado viento,
en él despiertas lánguido concierto
como la brisa en arpa melodiosa.

   No mujer, bella Carmen... Eres diosa;  5
y de tu rostro el celestial portento
irradia el infinito sentimiento,
ser de tu ser, inspiración hermosa.

   No mujer... ¡Eres ángel! Tu pureza
eclipsa la del sol: la sensitiva  10
no es como tú modesta y delicada.

   Yo admiro arrebatado tu grandeza;
pero calla mi voz, no osando altiva
cantar a la que es ángel, diosa y hada.




A Ronconi


   Errante nube al africano suelo
llega en alas del viento adormecida;
rómpese al fin, y en lluvia convertida,
templa la sed del abrasado suelo.

   Al alma estéril que agostara el duelo,  5
tú eres, Ronconi, lluvia bendecida,
que le das con tus lágrimas la vida
y flores al dolor para consuelo.

   Hoy, al verte partir, sigo esas flores
y recojo esas perlas de rocío,  10
con ramos de laurel para tejerlas...

   Si, pues, al son de públicos honores,
una corona con mi adiós te envío,
tuyas sus flores son tuyas sus perlas.




Fuego y nieve


   Duro es tu corazón como el granito;
mi corazón como la cera tierno:
verano ardiente soy; tú helado invierno;
tú nieve eterna; fuego yo infinito.

   Yo me acerco a tu nieve, y no tirito;  5
antes crece la furia de este infierno;
y hiélate a ti más mi fuego eterno,
y ni me apagas ¡ay! ni te derrito.

   ¿Cómo encuentro calor donde no hay llama?
¿Cómo no da calor la llama mía?  10
¿Cómo mi incendio tu esquivez no inflama?

   ¿Cómo tu hielo mi pasión no enfría?
¡Oh! ¿por qué no nos hizo el hado aleve,
o de fuego a los dos, o a ambos de nieve?




Desaliento


   Llorar es tu destino... Mas no llores.
Alza la frente soberana al cielo,
y no afanada busques en el suelo
premio al amor, alivio a tus dolores.

   Acaso yo... Mas ¡ay! a tus clamores  5
respondieran los gritos de mi duelo,
y, sin prestar a tu dolor consuelo,
marchitaría tus postreras flores.

   ¡Ay de los dos! Del mundo la inclemencia
rompió de nuestras almas el encanto...  10
Lloramos... y la ajena indiferencia

   mi risa provocó, secó tu llanto...
Hoy nos acerca un sentimiento amigo,
¡y en hielo en otro hielo no halla amigo!




ArribaAbajoAlas, Leopoldo «Clarín»

Zamora. 1852 - Oviedo. 1901

Catedrático de la Universidad de Oviedo. Poeta, narrador y novelista. Su novela La Regenta alcanzó gran fama.




Libertad perdida


   Una sultana del remoto Oriente
vio en los bosques, un día que cazaba,
una llama que rápida esquivaba
de jauría fiera el aguzado diente.

   Rendida, al fin, la reina no consiente  5
que la muerte le den, que ya esperaba,
y a su palacio la conduce esclava
donde la cuida tierna y diligente.

   Si antes huraña, al cabo agradecida,
fue olvidando la llama la honda pena  10
con que lloró su libertad perdida.

   Amor, que la existencia me envenena,
quiero que pase mi doliente vida,
besando el hierro de fatal cadena.




Soneto


   A la concha de Venus amarrado
y al recio galopar de los tritones,
por formar comités para elecciones
cual César, cruza el mar alborotado.

   Neptuno, que estará subvencionado,  5
en redes de cristal tiende traiciones,
y del agua salobre cien montones
arroja sobre el nauta atribulado.

   Mas todo su furor aquí no basta;
toca por fin las playas españolas  10
débil barquilla en forma de canasta

   adornada con lindas banderolas,
y brota al punto el inmortal Sagasta
cual Venus de la espuma de las olas.




ArribaAbajoAlba, Armando J.

España. Siglo XIX

Residía en México en los últimos años del siglo XIX.




La poesía


   ¡Todo lo soy! Cuando mi luz se mira
temblando sobre el lienzo, soy pintura,
si palpito en el mármol, escultura,
y música en el ritmo que suspira.

   Soy el ensueño que al poeta inspira,  5
vivo, canto y esplendo en la Natura,
me sumerjo en el mar de la amargura
y de cada dolor forjo una lira.

   Soy belleza y verdad, fiat esplendente
que brotando del verso Omnipotente  10
canto el grandioso e inmortal poema

   que dio vida y belleza al Universo.
Brillo en las almas y en la luz del verso
me remonto hasta Dios, verdad Suprema.




ArribaAbajoAlcalde Sánchez Toscano, José María

Córdoba. Siglo XIX - Siglo XX

Periodista que dirigió en Málaga el semanario «Andalucía» y en Madrid, «La Diana» en colaboración con Manuel Reina.




Ante el cuadro «La rendición de Granada»


   En un alegre y anchuroso llano
al pie de la muslímica Granada,
Boabdil entrega de su corte amada,
las llaves al Monarca castellano.

   Tal concibió tu genio soberano  5
y hoy contempla la mente entusiasmada
una joya del Arte, que inspirada
trazó en el lienzo tu divina mano.

   Al admirar tu cuadro portentoso,
orgullo patrio mi cerebro inflama  10
y miro en el monarca victorioso

   de su talento colosal la llama;
en el moro vencido, al envidioso
y en la ciudad, el templo de la fama.




ArribaAbajoAlcalde Valladares, Antonio

Baena (Córdoba). 18¿? - 1892

Trabajaba en Hacienda. Logró numerosos premios con sus poesías.




A ellas


   Como se ven por el cristal del río
los granos de sus límpidas arenas,
como se ven también las azucenas
a través de las gotas de rocío;

   como en las noches del quemado estío  5
tras de las nubes blancas y serenas
se ve la luna, ¡cual las almas buenas
se ven detrás de su dolor impío!;

   como por medio a la verdad se mira
la fe del corazón, que sin enojos  10
en el fulgor de la virtud se inspira,

   así quisiera en mi aparente calma,
a través de las niñas de tus ojos
mirar los sentimientos de tu alma.




A una niña muerta


   Al venir a este valle de sonrojos,
en dicha estéril, en dolor fecundo,
sentiste en tu suspiro moribundo
punzarte el aguijón de sus abrojos.

   Ni una sonrisa de tus labios rojos  5
pude escaparse en tu pesar profundo,
y al llegar a las puertas de este mundo
cerraste con desdén los tristes ojos.

   Pasaste como estrella desgajada
que, fugaz por la atmósfera cruzando,  10
va a perderse en la bóveda azulada.

   Y es que dijiste, en tu dolor pensando:
-Para siempre volver quiero a la nada,
que no nacer para vivir llorando.




ArribaAbajoAllende Iragorri, Tomás

Argentina. Siglo XIX - XX

Poeta.




Corazón que te has vuelto


   Corazón que te has vuelto como un niño aterrado
al que el más leve ruido paraliza de horror,
yo no sé como aguantas el dolor continuado
de las devastaciones de tu vida interior.

   De lirismo y de pena vives tan enconado  5
que tus llagas parecen despedir resplandor,
cualquier sombra que enturbie tu círculo alumbrado
hace vibrar tu vida con enorme dolor.

   Es que nada en la vida te encuentra indiferente,
es que el dolor de todos vibra en ti largamente  10
como un nervio que toca una mano brutal;

   ¡es la vida de todos, tu vida hecha pedazos!
y se te ha muerto ha tiempo, como a un hijo en los brazos
la conciencia egoísta de tu yo terrenal.




ArribaAbajoAlmendros Aguilar, Antonio

Jodar (Jaén). 1825 - Jaén. 1904

Poeta, político y periodista.




La cruz


   Muere Jesús del Gólgota en la cumbre,
con amor perdonando al que le hería,
siente deshecho el corazón María
del dolor en la inmensa pesadumbre.

   Se aleja con pavor la muchedumbre  5
cumplida ya la Santa Profecía,
tiembla la tierra, el iluminar del día
cegando a tal horror, pierde su lumbre.

   Se abren las tumbas, se desgarra el velo,
y a impulsos de un amor grande y fecundo  10
parece estar la cruz, signo de duelo,

   cerrando augusta con el pie el profundo,
con la excelsa cabeza abriendo el cielo
y con los brazos abarcando el mundo.




ArribaAbajoAlonso, Juan Bautista

España. Siglo XIX

Ejerció como abogado en Madrid desde 1830 y defendió las ideas liberales.




La constancia


   Mi humilde ruego despreciaste esquiva,
cuando, ¡infeliz!, te requerí de amores
y aun de hablarte en mi pena y mis dolores,
cierto o fingido, tu desdén me priva.

   Pero el ardor de mi pasión se aviva  5
y destrozan volcánicos temblores
mi tierno corazón, como a las flores
nacientes, fiero el vendaval derriba.

   Porque a pesar del triste apartamiento
a que me tienes, Laura, condenado  10
y del puñal que traspasarme siento,

   te ven mis ojos de virtud dechado:
y no sirve la voz del escarmiento
a quien de veras gime enamorado.




ArribaAbajoAlonso, Manuel A.

San Juan de Puerto Rico. 1822 -1889

Estudió en España la carrera de Medicina en 1842; especializándose en Psiquiatría. Poeta hallado en Internet.




El puertorriqueño


   Color moreno, frente despejada,
mirar lánguido, altivo y penetrante,
la barba negra, pálido el semblante,
rostro enjuto, nariz proporcionada.

   Mediana talla, marcha acompasada;  5
el alma de ilusiones anhelante,
agudo ingenio, libre y arrogante,
piensa inquieto, mente acalorada.

   Humano, afable, justo, dadivoso,
en empresa de amor siempre variable,  10
tras la gloria y placer siempre afanoso.

   Y en amor a su patria insuperable.
Este es, a no dudarlo, fiel diseño
para copiar un buen puertorriqueño.




ArribaAbajoAlpanseque Blanco, A.

Hispanoamericano. Siglo XIX

Poeta.




La revolución


   Odio en el pecho y en la mano tea,
por cetro el vil puñal, y por corona
ese ateísmo atroz de que blasona
con voces de chacal su infiel ralea...

   Por banderín un trapo en que campea,  5
con sonrisa entre pérfida y burlona
la silueta de impúdica matrona
guiando al monstruo en la brutal pelea...

   ¿Quién habrá, quién, que a su impiedad se oponga,
y al ver la ruina de la Patria exponga  10
el pecho al golpe de infernal venablo?

   ¡No será el neutro, no, quien se decida,
bien hallado a poner toda su vida
al Señor una vela y otra al diablo!




ArribaAbajoAltet y Ruate, Benito

España. Siglo XIX.

Residió en las Islas Baleares. Poeta.




En la Pascua de Pentecostés


   ¡Espíritu de amor, tres veces santo,
espíritu de paz y de consuelo,
fuego divino que al bajar del Cielo
diste gozo a la Grey y al lobo espanto!

   Tú, de la amarga vida dulce encanto,  5
tiende a nosotros hoy el raudo vuelo,
y con tus níveas alas cubre el suelo,
y suene en tu alabanza eterno canto.

   Brille tu pura, inextinguible llama
que amante los más fríos corazones  10
en la divina claridad inflama;

   Tú ilustras a las bárbaras naciones,
y por Ti se odia el mal, y el bien se ama;
infúndenos tus celestiales dones.

   Y de ventura manantial fecundo  15
renovarás la faz del triste mundo.



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