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ArribaAbajoUrbach, Carlos Póo

Matanzas (Cuba). 1872 - 1897

Poeta. Murió en la guerra.




Homero


   Un gigantesco cíclope simula
cuya espalda no encorvan las edades,
y aun su lira de bronce a las deidades
con sus estrofas clásicas adula.

   El regio canto que épica modula  5
estremece las ruinas de ciudades
muertas, o en las celestes soledades
a los dioses proscriptos estimula.

   Supremo forjador de eterna joya,
émulo poderoso de vestiglos,  10
yérguese excelso en inmortales bregas.

   Y el resplandor magnífico de Troya
apagóse en la bruma de los siglos
cuando aun refulgen sus pupilas ciegas!




Byron


   Nació de heroica estirpe ese poeta
de bruna cabellera ensortijada,
brillando su pupila constelada
como un rayo que filtra una faceta.

   Fue su musa tan triste, que interpreta  5
la desdicha de un alma desolada
o la expresión que anima la mirada
cuando rueda, vencido, de un atleta.

   Del tumultuosos hervor de sus pasiones
huyeron, como tímidos alciones,  10
sonoras rimas de vibrantes ecos;

   y trazóle su horrenda desventura
hosca senda de tétrica amargura
donde halló sólo corazones secos.




Incoherentes


   ¡Los fervientes anhelos! los que hilan
los flébiles amores celestiales
y enervando el dolor de los mortales
cual lánguidas visiones se perfilan;

   en mi alma nostálgica destilan  5
el aroma de goces ideales,
y lívidos fantasmas, espectrales
por mis ensueños cándidos, desfilan;

   al cruzar por mi mente oscurecidos
como un sol deslustrado que se apaga  10
o tristes como pálidos dementes;

   entumecen mis nervios doloridos
con la dulzura misteriosa y vaga
que engendran los delirios incoherentes.




Los templos


   En sus bóvedas guardan la infinita
castidad que los sueños tornasola,
como guarda en su pálida corola
alburas la silvestre margarita.

   En su recinto protector no agita  5
el ansia terrenal su impura ola;
del blanco cirio la dorada aureola
a los delirios lánguidos excita.

   Narcótico deleite se desprende
del incensario fúlgido que al aura  10
impregna de balsámicos olores;

   y el ritmo melancólico que extiende
por la atmósfera el órgano, restaura
el piadoso fervor de mis mayores.




Julián del Casal


   Amó el brillo sutil que reverbera
aureolando las joyas fulgurantes,
los místicos deleites enervantes,
la tarde, de los sueños mensajera.

   Con el matiz de rubia cabellera,  5
o el iris de las sedas espejeantes,
forjó sus tersas rimas deslumbrantes
moldeando el verso como dúctil cera.

   Cruzó cual encendido meteoro,
con radiaciones fúlgidas de aurora  10
el firmamento azul de Poesía;

   a sus estrofas de bruñido oro
ungiendo con la esencia soñadora
alma de vesperal melancolía.




In extremis


   Aura sutil su clámide olorosa
de verde enredadera en los festones
desgarra. Melancólicas canciones
flébiles surgen de la selva hojosa.

   Tiñe el cielo su bóveda azulosa  5
con lácteas tenuidades de jarrones,
y en el ocaso humeantes bermellones
del sol la veste esparce esplendorosa.

   Como un pálido ejército las garzas
van acampando en las punzantes zarzas  10
que bordan los linderos del camino

   donde en áspero lecho de fría piedra
que alfombra crespa exuberante hiedra
agoniza extenuado peregrino.




Un cruzado


   Nímbale el casco broncínea cimera
donde erizado feroz jabalí,
a la ígnea lumbre del sol reverbera
chispas sangrientas de ardiente rubí.

   Pende bruñida tajante altanera  5
como un trofeo del marcial tahalí,
y la acerada lóriga, severa
surca y blasona la cruz carmesí.

   Yergue su diestra cruzado orifloma,
lleva en la mente su Dios y su dama,  10
sacro amuleto, feliz talismán;

   y en la hosca brega febril del combate,
hunde frenético, agudo acicate
a encabritado brioso alazán.




Vesperal


   El sol envuelve su caldeado escudo
en sudario de brumas irisadas,
cual la púdica virgen el desnudo
turgente busto en sedas sonrosadas;

   rasga trémulo el aire el eco agudo  5
que lanzan los alciones en bandadas:
quiebra en negro arrecife el mar sañudo
sus eréctiles ondas argentadas.

   Como un ópalo níveo en ocre raso,
mancha con su blancura del ocaso  10
la ensangrentada clámide, alba vela;

   pájaro de plumaje marfileño
finge, que a las comarcas del Ensueño
por encendidos firmamentos vuela.




Velada


   En la blanca frialdad de la neblina
su lívido semblante verde-plata
la luna arropa, y tenue se retrata
tras su manto de aérea muselina.

   Cuando en su curso agónico declina  5
hacia el ocaso, su cendal desata,
y el nítido sudario desbarata
su luz que argenta y pálida ilumina.

   Filtrando el cortinaje de la bruma,
en la onda azul, crenchada por la espuma  10
al irisar sus últimos fulgores,

   copia del tedio abrumador el astro
que al surgir en mi cielo, deja el rastro
de su fúnebre brillo en mis amores.




Reminiscencia


   Lánguida y melancólica sonrisa
de cándidos infantes hechiceros;
flores de alba corola que la brisa
mece a la lumbre azul de los luceros;

   amores de cruzados caballeros  5
y blondas castellanas, indecisa
luna que al resplandor blancos regueros
con metálicos tintes la onda irisa;

   a mi alma habláis con musicales voces,
hacéis promesas de ideales goces  10
a mi tétrico espíritu abatido;

   y, emisarios de ignotas lontananzas,
me traéis soñolientas remembranzas,
del lejano país en que he vivido.




Enclaustrado


   Sólo en mi corazón reina el hastío
como un déspota audaz que se entroniza;
lo que ayer me sedujo, hoy me horroriza,
y encuentro el mundo en derredor vacío.

   La nostalgia del claustro mudo y frío  5
en mi alma soñadora y enfermiza,
como fragante flor, aromatiza
las ansias de mi espíritu sombrío.

   ¡Ay!, yo aspiro a las dichas ideales;
los efímeros goces terrenales  10
engendraron el tedio en mis placeres.

   Pueblan mis sueños vírgenes con tocas,
y no me encienden las sangrientas bocas
con que besan las pálidas mujeres.




Desolación


   Como el gallardo paladín caído
viendo inutilizada la cimera,
levanta desde el polvo su bandera
como postrer esfuerzo de vencido.

   Así mi corazón, mártir herido  5
por aciago pesar, ya nada espera,
mas sostiene su fúlgida quimera
como un faro entre ruinas encendido.

   ¡Oh Señor! Si perpetuo desolado
cruzando los senderos terrenales,  10
llevo mis ilusiones condolidas.

   ¡Infúndele a mi espíritu agobiado
la fe de religiosos ideales
o el heroico valor de los suicidas!




Para unas voces


   En la penumbra incierta del historiado coro
disuélvese un perfume como de castidades,
y de la nave inmensa las blancas soledades
invade un leve soplo de virginal decoro.

   De los erguidos cirios la lágrima de oro  5
tiembla al errar el vuelo de espiritualidades
que emana de las voces del coro, en suavidades
flexibles, tenues, leves, como hálito sonoro.

   La vibración postrera se extingue de las voces,
y aun se perciben vagos, como sedosos roces  10
que pueblan el silencio de los sitiales almos;

   y el ánimo interroga, si en la alta sillería
expira lentamente la santa melodía
o inícianse en el alma desconocidos salmos.




De Carlos Pío y Federico Urbach


Introducción


   Somos nosotros pálido pintores
que diluyendo el alma en la paleta,
esbozamos ensueños de poeta
con justas gradaciones de colores.

   La trágica expresión de los dolores  5
forja marco a la cláusula discreta,
si la indomable aspiración, boceta
iris de fugitivos resplandores.

   En el cielo del arte, los matices
cruzándose en artísticos deslices  10
simulan espejismos visionarios,

   y en el paisaje desolado, abiertos
lirios negros en cármenes desiertos
forja nuestra labor de solitarios.

   Somos nosotros pálidos pintores  15
que infundir anhelamos al bosquejo,
la expresión vacilante del reflejo
que agoniza entre lampos tembladores.

   La dicha que difunden los amores
o el pesar que deforma el entrecejo,  20
quisiéramos copiar, como un espejo
de una ninfa los rasgos turbadores.

   Pero, como los copos invernales
el diáfano fulgor de los cristales
opacan con sus gélidos sudarios,  25

   implacable el olvido tenebroso
opacará, cruzando misterioso,
nuestra extraña labor de solitarios.




Para unas rosas


   Rosas que el rosa tenue de senos virginales
mostráis, y la clausura del tiesto cristalino
ornamentáis con tono de lampo vespertino
o fugitivas luces de cielos otoñales.

   Espirituales rosas que a las espirituales  5
contiendas amorosas unís vuestro destino,
poniendo en las mejillas rubores, y en el vino
de amor de rojas bocas los hálitos sensuales.

   En el fecundo huerto del corazón nacidas
las rosas del ensueño, dobléganse rendidas  10
al alma de las rosas que en el salón divaga,

   y dulces rendimientos el corazón presume
en la embriaguez suprema que emerge del perfume
y el resplandor de rosas que la pupila embriaga.




En la arcada


   Bajo el dosal de la esculpida arcada
eres visión de blanca vestidura,
que de una estrofa esquiva la clausura
por suplicantes ritos evocada.

   Por locas inquietudes agitada,  5
tus ojos, que abrillantan la ternura,
fíjanse, escrutadores, en la oscura
sombra de la avenida enarenada.

   En la tiniebla nocturnal imitas,
inmóvil en el rico barandaje,  10
virgen enferma o moribundo nardo...

   Viendo en el horizonte de tus cuitas
cruzar con resplandores de celaje
la última rima del ausente bardo!




En la partida


   Cuando la inquieta nave, refractaria
a indolentes perezas, dejó el puerto,
e internóse en el náutico desierto
ávida de región hospitalaria;

   ella junto a la borda solitaria,  5
viendo esfumarse el horizonte incierto,
la frialdad homicida de lo yerto
sintió invadir su dicha visionaria.

   Y entonces ¡del amor loca sublime!
asiéndose al anhelo que redime  10
con un desbordamiento de alegría,

   forjóse una quimera misteriosa:
¡que su alma se quedaba venturosa...
en las patrias riberas con la mía!




De otoño


   Un vuelo melancólico de hojas
en las arcadas de la selva ondula,
como sonrisa virginal que adula
la muerte, de la vida en las congojas.

   tal en tu selva, corazón: despojas  5
tus ramas de recuerdos, y simula
un miraje engañoso que estimula
el manojo de ensueños que deshojas.

   De otoñales tristeza se diluye
un algo espiritual en la contienda  10
en que el aroma de tu vida exhalas;

   y al rumor angustiado, sustituye,
de tus alas heridas en la senda,
un vuelo melancólico de alas.




De tránsito


   Yo vengo de un país que el sol inflama
con su lluvia de ardiente pedrería,
que en regueros lumínicos envía
de su ígneo disco la caldeada llama.

   Donde susurra lánguida la rama  5
del árbol de los sueños su elegía,
y sus notas de rítmica armonía
en los delirios pálidos derrama.

   Allí a través de mágico espejismo,
descúbrese del sacro misticismo  10
el séquito de goces ideales;

   y vírgenes de cándida hermosura
engendrando en el alma la locura
profetizan las dichas celestiales.




Crisantemos


   Fabulosas leyendas orientales
dicen del crisantemo la leyenda,
que entraña en dulce símbolo la ofrenda
de exaltadas primicias virginales.

   Fingiendo atardeceres estivales  5
sus corolas deshójanse en la senda,
que señala al encanto la contienda
de áureos deslumbramientos floreales.

   Sus pétalos, a modo de venablos
de mil luces, a zonas mil alcanzan  10
como flechas de un sol iridiscente,

   y engarzando en sus pétalos vocablos
a las comarcas del ensueño lanzan
fabulosas leyendas del Oriente.




Budoir


   Alcoba. En los tapices, el ramaje
sobre malva entreabre blancas rosas
con un tinte enfermizo. Un oleaje
de blondas cae del lecho. Temblorosas

   parpadean las joyas. El paisaje  5
de un biombo irradia luces misteriosas
de crepúsculo pálido. Salvaje
y voluptuoso olor de resinosas

   maderas esculpidas. Grave escudo
labrado en la cornisa. Espesa alfombra  10
ahoga las pisadas. En la incierta

   penumbra de la tarde, yace mudo
el fastuosos budoir, donde la sombra
va envolviendo el recuerdo de la muerta!...




Lampo


   Si mi alma es como un ánfora de hastío
¿a qué brindarme con tu dulce entrega
que me encadena a la mundana brega
cual el reposo ultraterrestre ansío?

   De tu amoroso empeño desconfío;  5
más que apacible claridad que anega,
es llamarada fúlgida que ciega
y se extingue en su propio desvarío.

   Desatemos el lazo vacilante
que anuda mi tristeza a tu idealismo,  10
que tu dulce visión consoladora

   se refleja en mi vida un solo instante,
como, sin dejar huella, en un abismo
el resplandor rosado de una aurora.




El sueño


   Media noche. Los astros languidecen
en el sutil encaje de la bruma,
y del remanso oculto, entre la espuma
las flores, embriagadas, se adormecen.

   Los árboles, rendidos, desfallecen,  5
entre las sombras su perfil se esfuma,
y en su alcoba de pétalos y pluma
las gotas del rocío se estremecen.

   Vago rumor suspira voluptuoso
remedando las quejas de un salterio,  10
su veste azul la atmósfera reviste,

   y al cuchichear del bosque perezoso,
arropado en las ondas del misterio
el sueño surge silencioso y triste.




Melancolía


   Crepúsculo. En el lívido paisaje
la mortecina luz filtra las grietas
de las errantes nubes. El celaje
sangra, al clavar sus últimas saetas.

   El sol agonizante. En el encaje  5
de piedra, que recortan las siluetas
de las lejanas torres, un mensaje
cuelgan los melancólicos poetas.

   ¡Oh, la mortal tristeza, blanca novia
de las almas, que tímidas, agobia!  10
¡Oh, las castas promesas fugitivas!

   Los ensueños se alejan errabundos
y surgen los recuerdos moribundos
de las pálidas tardes pensativas.




Salammbo


   En el palacio de Megara, sobre
la marmórea terraza que domina
el golfo que Tanit alabastrina
torna en bruñida ánima de cobre;

   aspirando el efluvio de salobre  5
aura que surca la extensión marina,
y diadema con nimbos de neblina
la árida cumbre de peñasco pobre;

   Salammbó envuelta en túnica de gasa,
de un pebetero en la rojiza brasa  10
quema extasiada la fragante goma,

   y al adorar los siderales mitos
ascienden los murmullos de los ritos
en las espiras de sagrado aroma.




Gabriel D'Annunzio


   Gabriel D'Annunzio una visión hermosa
en sus ensueños mágicos persigue,
sin que el temor a lo espectral le obligue
a desandar la ruta fatigosa.

   Por región ignorada y tenebrosa  5
con brioso ardor y loco afán la sigue,
y aprisionarla, triunfador, consigue
en la red deslumbrante de su prosa.

   En éxtasis de sacro arrobamiento
la hermosura ideal de su conquista  10
con intensa embriaguez admira absorto,

   y al hallar la belleza, el sufrimiento
la emoción de su júbilo conquista
viendo que el plazo de la vida es corto.




ArribaAbajoUmaña, Rosa

Nicaragua. 1886 - 1924

Poeta hallada en Internet.




Muy pronto moriré


   Muy pronto moriré, no está lejana
mi noche de dolor, mi hora sombría;
el toque funeral de la campana,
avisa de que llega mi agonía.

   En mi tumba ignorada, negra y fría,  5
¿nunca una planta crecerá lozana?
¿no habrá plegaria en la tumba mía?
¿nadie en mi nombre pensará mañana?

   Me ofreciste con frase conmovida
no negarme el fulgor de tu mirada,  10
ser por ti de la muerte defendida.

   No le niegues a esta alma desgraciada
lo que llorando te pidió en la vida,
¡presintiéndose un día abandonada!




ArribaAbajoUrbano Carrere, Ramón Antonio

Málaga. 1865 - 1914

Poeta y escritor. Procurador, Académico de la Historia y Caballero de la Orden de Alfonso XII.




Las salinas


   Escuda el mar sus sales blanquecinas
en las playas que páramo le ofrecen,
y en nevados montones resplandecen
ofendiendo su albura a las retinas.

   Las porciones de sal, breves colinas,  5
que las auras del piélago humedecen,
las tiendas de un ejército parecen,
que abrió sus campamento en las salinas.

   Del mar cruzaba la inmediata senda
y abandonando a mi alazán la rienda  10
dejé que a sus antojos cabalgara;

   y del sol a los vívidos reflejos
vi en aquellos montones, desde lejos,
pirámides de mármol de Carrara.




ArribaAbajoVal, Mariano Miguel de

Zaragoza? Siglos XIX - XX

Poeta.




Desde El Pilar


   Desde la altiva torre la vista se dilata
sobre las anchas cúpulas y esbeltos capiteles,
por la vasta llanura de frondosos vergeles
donde el Ebro sus ondas fecundantes desata.

   Rico blasón heráldico, cuya banda de plata  5
es el río que corta los múltiples cuarteles,
campos de trigo de oro, frutales y laureles
y musgosos ribazos floridos de escarlata.

   La fértil vega, el huerto, la riente pradera,
llenan los infinitos cuarteles de colores,  10
y su casco de oro de opulenta cimera

   coronada de nubes como plumas de raso
blancas, azules, rojas, de vívidos fulgores,
es el sol, que agiganta su incendio en el ocaso.




Ayer


   Haciendo de mi alma señor a mi albedrío,
sin aguardar la calma del monstruo soberano,
mi instinto aventurero me lanzó al océano,
timonel y remero de mi débil navío.

   Atrás dejé los dones del fácil señorío,  5
los pálidos blasones de mi orgullo lejano,
la espléndidas dicha del porvenir temprano...
todo por la divina ilusión de ser mío.

   Confiado en mi suerte, bogué sin rumbo y solo,
aunque inexperto, fuerte, por mi fe y esperanza,  10
pues para mí todo era azul de polo a polo.

   Y en mi triunfal carrera, de luz y de alegría,
o en los duros rigores de la peor andanza,
siempre ósculos y flores brotó mi poesía.




Hoy


   La lira está de luto porque mi padre ha muerto
y débole el tributo que se le rinde a un santo.
¿Oirá mi voz? ¡Quién sabe! Murió tranquilo en cuanto
anclada vio mi nave en el seguro puerto.

   ¿Cómo expresar mi pena? El corazón, es cierto,  5
su dulce nombre llena; mas me quería tanto,
que son poco, muy poco las hieles de mi llanto,
los recuerdos que invoco, las lágrimas que vierto.

   ¡Oh cuál tengo presente su pálido semblante!
¡De qué modo mi mente los recuerdos quebrantan  10
de su lenta agonía, de su postrer instante!...

   Pero aun hay alegría y amor en torno mío,
porque mis hijos llegan, porque mis hijos cantan,
porque mis hijos juegan en el hogar sombrío.




Mañana


   De la altivez ufana con que empecé la vida,
¿qué quedará mañana sino débil memoria?
En vez de alientos mozos, en vez de ansias de gloria,
los restos y destrozos de la ilusión perdida.

   Sin realizar los sueños, sin aplacar la herida,  5
pues grandes y pequeños no tienen otra historia,
como todos, trocados con miserable escoria,
llegaré fatigado al fin de la partida.

   Y sabido el alcance de los mayores bríos,
desearé en tal trance, como el primer anhelo,  10
morir tranquilamente llorado de los míos

   cuando ellos igualmente oír puedan un día
cantos, en torno, suaves, para aliviar su duelo,
como los de las aves que cantan en la umbría.




ArribaAbajoValdelomar Fábregas, Julio

Córdoba. Siglo XIX

Poeta y escritor. Laureado en públicos actos. Era hijo del barón de Fuente Quinto.




Las violetas


   Ocultas en festones de ventura,
son el símbolo fiel del alma buena,
que es al bullicio mundanal ajena,
y que busca en la fe su fuente pura.

   Unen a la modestia la hermosura,  5
y si los cierzos le procuran pena,
ellas doblan su cáliz, en la arena,
buscando, con temor, la sombra oscura.

   Flores hermosas, si el placer convida
con el afán creciente y el anhelo,  10
que dejan luego el alma dolorida,

   yo, en cambio, busco mi mayor consuelo
en recordar la madre de mi vida,
y en vuestro suave aroma que es del cielo.




ArribaAbajoValdés, Carlos M.

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




¿Tú te acuerdas?


   ¿Tú te acuerdas? La madre vigilaba;
yo, audaz y enamorado, en tus oídos
frases de amor sentidas susurraba...
Tú hablabas muy deprisa, y con tu ruidos

   quisiste sofocar mis juramentos  5
y loca, entusiasmada, sonreías...
Un instante yo espié tus movimientos
pensando en las locuras de otros días.

   Partió veloz el tren, y en su partida
te alejo de mi lado. ¡Te alejaba!  10
¡Con qué amarga tristeza sonreía!

   Eras en el Sendero de mi Vida
una nueva ilusión que se esfumaba,
¡una hermosa ilusión que se perdía!




ArribaAbajoValdés, Gabriel de la Concepción (Plácido)

La Habana (Cuba). 1809 - Matanzas 1844

Poeta y tipógrafo. Fue fusilado. Utilizó el seudónimo de «Plácido»




Despedida a mi madre


   Si la suerte fatal que me ha cabido
y el triste fin de mi sangrienta historia
al salir de esta vida transitoria
deja tu corazón de muerte herido;

   basta de llanto; el ánimo afligido  5
recobre su quietud, moro en la gloria,
y mi plácida lira a tu memoria
lanza en la tumba su postrer sonido.

   Sonido dulce, melodioso, santo,
glorioso, espiritual, puro, divino.  10
Inocente, espontáneo, como el llanto

   que vertiera al nacer... ya el cuello inclino,
ya de la Religión me cubre el manto...
¡Adiós, mi madre! ¡Adiós! El peregrino.




La fatalidad


   Negra deidad que sin clemencia alguna
de espinas al nacer me circuiste
cual fuente clara, cuya margen viste
magüey silvestre y punzadora tuna;

   entre el materno tálamo y la cuna  5
el férreo muro del honor pusiste,
y acaso hasta los cielo me subiste
por verme descender desde la luna.

   Sal de los antros del Averno oscuros,
sigue oprimiendo mi existir cuitado...  10
Y si sucumbo a tus decretos duros,

   diré como el ejército cruzado
exclamó al divisar los rojos muros
de la Santa Salem: «Dios lo ha mandado».




Muerte de Gesler


   Sobre un monte de nieve transparente,
en el arco la diestra reclinada,
por un disco de fuego coronada
muestra Guillermo Tell la heroica frente.

   Yace en la playa el déspota insolente  5
con férrea vira al corazón clavada,
despidiendo al infierno acelerada
el alma negra en forma de serpiente.

   El calor le abandona, sus sangrientos
miembros bota la tierra al océano  10
tórnanle a echar las ondas y los vientos,

   no encuentra humanidad el inhumano.
Y hasta los insensibles elementos
lanzan de sí los restos del tirano.




Tristes memorias


   Amigo Doris, cuando el cielo santo
de Fela hermosa a mi sabor veía,
todo a mi vista plácida reía
porque gozaba su amoroso encanto.

   Mas la noche eternal tendió su manto,  5
y mi lira infeliz desde aquel día,
en vez del dulce acento que solía,
canta pesares y respira llanto.

   Las aves, y las flores, y las plantas,
testigo fueron ¡ay! de los favores,  10
de las célicas dichas, y de cuantas

   gracias me prodigó, y ora las flores,
las plantas, y las aves, otras tantas
tristes memorias son de mis amores.




El aguinaldo


   En el jardín de Venus los amores
revolaban con plácida alegría
cuando el dios de los astros esparcía
en oriente sus vivos resplandores.

   Las fuentes y los pájaros cantores  5
sonaban con acorde melodía,
y un dulce acento entre ellos me decía
que te brindara el aguinaldo en flores.

   Venus misma me dio con rostro ledo
aquesta pucha que al mandarte admiro,  10
ni aguinaldo mejor brindarte puedo

   Que en ramo de esmeraldas, oro y zafiro,
cuyos colores en la flores cedo;
y en fin, en cada flor pongo un suspiro.




A mi cumpleaños


   No quiero que de púrpura y de nieve
vista de oriente en mi natal la aurora,
ni que Erato en su cítara sonora
mi nombre al Pindo generosa lleve.

   Ni que el Eterno mi canción eleve  5
al sacro Empíreo donde reina y mora,
ni que me brinde mi adorada Flora
que el dulce beso de sus labios pruebe.

   Ni que mueva mi voz los troncos rudos,
ni que alaben mis obras los discretos.  10
Ni en la guerra ganar bandas y escudos.

   Todos mis gozos quedarán completos,
con que se vuelvan ciegos, mancos, mudos,
cuantos piensen mandarme hacer sonetos.




A mi amada


   Mira, mi bien, cuán mustia y deshojada
está con el color aquella rosa
que ayer brillante, fresca y olorosa,
puse en tu blanca mano perfumada.

   Dentro de poco tornárase en nada:  5
No verás en el mundo alguna cosa
que a mudanza feliz o dolorosa
no se encuentre sujeta u obligada.

   Sigue a las tempestades la bonanza,
siguen al gusto el tedio y las tristeza;  10
mas perdona que tenga desconfianza

   y dude de tu amor y tu terneza,
que habiendo en todo el mundo tal mudanza
¿Sólo en tu corazón habrá firmeza?




Recuerdos


   Cual suele aparecer en noche umbría
meteoro de luz resplandeciente,
que brilla, parte, vuela, y de repente
queda disuelto en la región vacía;

   Así por mi turbada fantasía  5
cruzaron cual relámpago luciente
los años de mi infancia velozmente
y con ellos mi plácida alegría.

   Ya el corazón a los placeres muerto
parécese a un volcán, cuya abrasada  10
lava tornó a los pueblos en desierto;

   más el tiempo le hoyo con planta airada
dejando sólo entre su cráter yerto
negros escombros y ceniza helada.




Soneto


   Densa nube que arroja escarcha fría,
rayos aborta que al mortal espantan:
de las tumbas los muertos se levantan,
treme la tierra y se oscurece el día.

   Las crespas olas de la mar sombría  5
contra las duras rocas se quebrantan,
ni el río corre, ni las aves cantan,
ni el sol su luz al universo envía:

   Cuando en el monte Gólgota sagrado
dice el Dios - hombre con dolor profundo:  10
«cúmplase padre, en mí, vuestro mandato».

   Y a la rabia de un pueblo furibundo,
inocente sangriento y enclavado,
muere en la cruz el Salvador del mundo.




Muerte de César


   «En cadenas mis palmas se han trocado,
en pesares mis dichas y en afrenta,
y nadie osando restaurarme intenta
de Emilio y Numa el esplendor pasado.»

   Así exclamaba Roma, cuando armado  5
ante monstruo feroz que la atormenta,
el vencedor del Ponto se presenta
con torvo ceño y ademán airado.

   «Depón ¡oh patria! el ominoso luto,
un hijo tienes que el acero vibre;  10
hoy muere César o perece Bruto

   mientras exista yo, tú serás libre.»
Dijo, y alzando la potente mano,
descargó el golpe, y expiró el tirano.




El juramento


   A la sombra de un árbol empinado,
que está de un ancho valle a la salida,
hay una fuente que a beber convida
de su líquido puro y argentado.

   Allí fui yo, por mi deber llamado,  5
y, haciendo altar a la tierra endurecida,
ante el sagrado código de vida,
extendidas mis manos, he jurado:

   Ser enemigo eterno del tirano;
manchar, si me es posible, mis vestidos  10
con su execrable sangre, por mi mano;

   derramarla con golpes repetidos,
y morir a las manos de un verdugo,
si es necesario, por romper el yugo.




A una ingrata


   Basta de amor: si un tiempo te quería
ya se acabó mi juvenil locura,
porque es, Celia, tu cándida hermosura
como la nieve, deslumbrante y fría.

   No encuentro en ti la extrema simpatía  5
que mi alma ardiente contemplar procura,
ni entre las sombras de la noche oscura,
ni a la espléndida faz del claro día.

   Amor no quiero como tú me amas,
sorda a los ayes, insensible al ruego;  10
quiero de mirtos adornar con ramas

   un corazón que me idolatre ciego,
quiero besar a una deidad de llamas,
quiero abrazar a una mujer de fuego.




A la Fuente de la India Habana


   Mirad La Habana allí color de nieve,
gentil indiana de estructura fina,
dominando una fuente cristalina,
sentada en trono de alabastro breve:

   Jamás murmura de su suerte aleve,  5
ni se lamenta al sol que la fascina,
ni la cruda intemperie la extermina,
ni la furiosa tempestad la mueve.

   ¡Oh beldad! es mayor tu sufrimiento
que ese tenaz y dilatado muro  10
que circunda tu hermoso pavimento;

   empero tú eres toda mármol puro,
si alma, sin calor, sin sentimiento,
hecha a los golpes con el hierro duro.




ArribaAbajoValdés de la Paz, Osvaldo

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




El poeta


   El poeta está enfermo de tristeza
a fuerza de pesares y de abrojos,
tiene sombras oscuras en los ojos
y se inclina abatida su cabeza.

   Suspira mucho, sin cesar suspira  5
rimando las estrofas de su canto,
y de repente le sorprende el llanto
y tiene presto que colgar la lira.

   Le quiero a veces ofrecer consuelo
al mirarle, borracho por el suelo  10
como un loco, rodando hacia el abismo...

   -¡Dime lo que te aflige y te anonada!
Y me responde sollozando: -¡Nada!
¡Lo que me pasa no lo sé yo mismo!




Pesimismo


   La vida es el jardín de los dolores
con las espinas de los desengaños.
Se cuentan los pesares por los años...
¡Tiene más penas el que hoyó más flores!

   Son imposibles todos los amores,  5
que nos producen infinitos daños,
y subir de la gloria los escaños
es cosechar tremendos sinsabores...

   Un juez inexorable es la conciencia
y tan sólo resulta la experiencia  10
un hambriento chacal que nos devora.

   No hay otra dicha que dormir inerte
en el regazo helado de la muerte...
¡Por eso el niño cuando nace, llora!




ArribaAbajoValdés Mendoza, Merced

Cuba. Siglo XIX




Tú y mis versos


   Celos te dan los plácidos cantares
con que en noches hermosas y serenas,
engaño los rigores de mis penas
y adormezco la voz de mis pesares.

   Celos tienes de Cuba y sus palmares  5
y también de las blancas azucenas
que de inocencia y de hermosura llenas
se levanta al pie del Almendares.

   Quieres al fin, que de la lira mía
arrojando las cuerdas en el suelo  10
enmudezca la triste melodía;

   mas deja tanto afán y desconsuelo,
pues son mis versos luz de noche umbría
y tu mi sol y nacarado cielo.




A Scevola


   Tiende la mano Scévola, arrogante,
sobre el carbón en ascuas convertido,
y no exhala su boca ni un gemido,
ni oscurece una sombra su semblante.

   Lleno de fuego el pecho palpitante,  5
a un combate glorioso, decidido,
es un volcán que brota enfurecido
la hirviente lava de su amor triunfante.

   Tiembla a su aspecto el mísero tirano,
y su futura suerte comprendiendo  10
cobarde rompe el cetro soberano;

   y allí entre tanto, Scévola, sonriendo,
le muestra altivo su abrasada mano,
al monarca, y al mundo confundiendo.




Mi pensamiento


   Duerme tranquilo, pensamiento mío,
en tu feliz y suave indiferencia,
y tus cándidas horas de inocencia
no perturbe jamás el hado impío.

   No aprisionado mires tu albedrío  5
por el vano oropel de la opulencia;
todo cuanto seduce la existencia
te encuentre siempre como el mármol frío.

   Y no despiertes nunca pensamiento
de tu sueño sublime y apacible,  10
y sé del mundo al engañoso acento

   roca en mitad del mar, dura y terrible,
que despreciando el espantoso viento
a su fuerza y pode res insensible.




A mi amiga


   Bellas las flores son, Dorila mía,
de la dulce y alegre primavera,
bella ostenta la rosa placentera
su verde pompa y grata lozanía.

   Vierte el clavel suavísima ambrosía  5
en la esmaltada América pradera,
y la brisa murmura en su carrera
inocentes canciones de alegría.

   Mas solo miran mis amantes ojos
en el color de la encendida rosa  10
de tu candor los púdicos sonrojos.

   Veo en la azucena tu mejilla hermosa,
y en el dulce murmullo de la brisa
oigo tu voz y adoro tu sonrisa.




ArribaAbajoValdés Miranda, Bruno

Cuba. Siglo XIX




Una vieja verde


   Es esta vieja verde, una tarasca
que tiene una mirada picaresca,
que se enciende más pronto que la yesca
y que palitos de tabaco masca.

   Suele de vez en cuando su borrasca  5
correr a palo seco y brisa fresca;
armar con la vecina alguna gresca
con su mal, su pimienta y su hojarasca.

   Aún por los valles de Cupido trisca;
y si logra atrapar alguna mosca,  10
la acorrala, la envuelve y la chamusca.

   Dicen que fue en sus quince una odalisca,
mas hoy, que la vejez su cuerpo enrosca
es una miserable pelandusca.




ArribaAbajoValencia, Félix

Latacumba (Ecuador). 1886 - 1918




La gran mentira


   Cristo y Judas son flores de heroísmo
y la una sombra agranda la otra lumbre;
si Cristo es grande como toda cumbre,
Judas es negro como toso abismo.

   Mas los dos, por extraño fatalismo,  5
al predicar amor y mansedumbre,
el uno es presa de ebria muchedumbre
el otro es un verdugo de sí mismo.

   Mientras tanto el Dios hombre y el suicida,
hasta hoy no pueden con sus muertes rudas  10
disminuir las miserias de la vida.

   ¡Y entre tantos horrores no se ha visto
un acto más infame que el de Judas,
ni un morir más inútil que el de Cristo!




ArribaAbajoValenzuela, Jesús E.

Durango (México). 1856 - 1912

Poeta.




Don Quijote


   Camina, de quimeras coronado,
seco y cetrino, con su rocín mansueto
ceñidos cinturón, adarga y peto
y al tizona en el siniestro lado,

   el inmortal Quijote, el esforzado  5
paladín de ideal, loco discreto,
enardecido por su amor secreto,
distante siempre, pero siempre amado.

   Es ficción y es verdad: así el fecundo
anhelo va por la intrincada senda  10
de la vida falaz y encantadora:

   el mal y el bien luchando por el mundo;
en el desierto abrasador, la tienda;
y en la profunda oscuridad, la aurora.




Tú empiezas y yo acabo la jornada...


   Tú empiezas y yo acabo la jornada...
Vespertino crepúsculo es mi vida
y la tuya una aurora suspendida
en la cumbre magnífica y alzada.

   En la existencia yo no espero nada,  5
Tú llegas a la fuente apetecida
que con linfas purísimas convida
a emperlar la ilusión de la alborada.

   Recuérdame en tus horas de ventura,
y más en el dolor, torvo y sombrío;  10
es una estrella la bondad, muy pura.

   Está la noche próxima y oscura,
la barca de Caronte surca el río...
Mitiga en mi memoria la amargura.



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