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Teatro socialista tras la revolución de 1854: «Jorge el artesano» de Enrique Pérez Escrich y Antonio Altadill

David Gregorio Pérez Sarmiento






Revolución

Meses antes de la representación de Jorge el artesano1 entre junio-agosto de 1854, tuvo lugar una Revolución que expulsó a los sectores moderados de tendencia reaccionaria y casi absolutista del poder que estaban bajo amparo de la Corona. Los puritanos o moderados liberales, iniciadores de los acontecimientos, se vieron desbordados por progresistas, radicales y clases populares, que compartieron espacio en las barricadas de las ciudades, cuando los primeros fueron incapaces de imponerse a las tropas gubernamentales en Vicálvaro (30/06/1854). Los puritanos intentaron atraérselos a su causa (Manifiesto de Manzanares, 07/07/1854), pero el frenesí revolucionario, que llegó incluso a poner en cuestión la misma Monarquía, les forzó a ser ellos quienes se subordinasen a los progresistas, liderados por el general Espartero, que presidió un Gabinete de coalición formado por los suyos y los puritanos (19/07/1854). No obstante, el clima de agitación política y social no se calmó con la formación de un nuevo ministerio, ni siquiera con la convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes. El Gobierno, sin embargo, intentó detener una revolución que amenazaba con destruir el Trono y la dinastía, algo que las Cortes europeas y buena parte de la opinión pública española ya daban por inevitable2.

Paralelo al intento de frenar el avance de la Revolución, el nuevo Ministerio implemento una política progresista: reducción de los requisitos económicos para ser elector (de 600 a 200 rs. de contribución directa); restablecimiento de la ley de imprenta de 17/10/1837, que prohibía todo ataque a las Cortes pero que nada decía sobre la Monarquía, dando vía libre a la publicación de textos antimonárquicos y prorrepublicanos, como la pieza teatral de Fernando Garrido Un día de revolución, o sus folletos El pueblo y el trono y Espartero y la revolución (todos de 1854); y la convocatoria de nuevas Cortes para redactar una Constitución que limitase el poder de la Corona. El ministerio parecía predispuesto a la modernización económica, hacendística y administrativa, la defensa de la soberanía nacional -y no compartida entre las Cortes y la Corona- y del trono de Isabel II.




Autores

Los autores de Jorge el artesano fueron Enrique Pérez Escrich y Antonio Altadill. El primero de ellos nació en Valencia en el año 1829, y murió en Madrid en 1897. Debió pertenecer a una familia artesana, puesto que carecía de estudios superiores. Marchó a Madrid a principios de los años 1850, y se dedicó a escribir dramas, algunos de los cuales fueron representados: Las caricaturas (1851) y Boadicea (1853). A partir de 1860 cambió de registró y se centró en la producción de novelas de folletín, lo que le reportó un gran prestigio entre las clases populares y los demócratas.

El segundo, Antonio Altadill y Teixidó, nació en Tortosa el 17 de abril de 1828, y murió en Barcelona el 15 de enero de 1880. En 1848 inició la carrera de leyes en Barcelona, pero la abandonó en 1850 por falta de medios económicos3. Entonces migró a Madrid, donde participaría, en 1854, en las jornadas revolucionarias, y posteriormente co-escribiría este drama y ejercería de redactor de diarios democráticos, republicanos y socialistas. Aunque Altadill escribió media docena de dramas, su mayor producción literaria fue novelística. Llegó a ser uno de los máximos dirigentes del republicanismo barcelonés entre 1865 y 1870.




Argumento

Jorge el artesano cuenta la historia de Jorge, artesano huérfano educado virtuosamente por Teresa, madre de Clara y Matilde, y formado en el oficio por el buen Tomás, líder de los trabajadores en la lucha contra el egoísmo, la avaricia y la maldad del nuevo patrón, Beltrán. Éste es la imagen del burgués preocupado en su propio beneficio: aumenta la jornada y reduce el jornal de los trabajadores, al tiempo que, para casarse con Clara, secuestra a Matilde. Es paralelo a la búsqueda de Matilde por Jorge que los trabajadores se enfrentan al patrón, primero abandonando la fábrica y después intentando negociar con él.

Para presionar a sus trabajadores a que acepten sus propuestas, el patrón incendia su fábrica e intenta matar a Jorge. Pero nuevamente falla, y Jorge rescata a Matilde y evita que los trabajadores asalten la fábrica y violenten al patrón, al tiempo que finalmente el mismo Jorge quedará al cuidado de un Beltrán arrepentido. El drama se cierra cuando Jorge se niega a ser el nuevo patrón, y propone a sus compañeros que la fábrica sea gestionada por los propios trabajadores.




Lecciones de Jorge el artesano

1.ª La primera lección que los autores quisieron enseñar al espectador era que los nuevos empresarios eran personas mezquinas y avaras, de naturaleza malvada y espíritu oscuro, indiferentes a la suerte de cualquier otra persona que no fueran ellos mismos:

«Dueño absoluto soy de la riqueza [asevera Beltrán]
que mi padre al morir me legó un día,
y que -el trabajador- sufra ó que goce la pobreza
ya conoces, Tomás, no es culpa mía.
Nacieron pobres, bien; les doy trabajo...
Pero á quién, más que á mi, mis intereses
les conviene cuidar?
Si hoy les rebajo
el jornal que ganaron otras veces;
si horas de más a su tarea impongo,
en cambio yo á ese enjambre
el pan les doy con que matar el hambre».

(Acto II, Escena VIII, p. 33)                


Beltrán es la expresión de la gran burguesía, alejada del trabajo manual y movida tan sólo por el dinero y el interés. No es, sin embargo, una alegoría de todos los empresarios, ya que junto a Beltrán aparece Don Juan, su padre, tan sólo un recuerdo en la mente del obrero, pero recuerdo del buen patrón; quizá el prototipo del patrón de otro tiempo, menos interesado en sí mismo, menos liberal.

2.ª La segunda lección que los autores quisieron enseñar al espectador era que la riqueza del patrón era consecuencia de i explotación a la que había sometido a los trabajadores:

«Que si el destino le plugo
darle á ese hombre una fortuna,
fue sin condición ninguna
de ser del pobre verdugo».

(Proclama Jorge en el Acto II, Escena III, p. 27)                


Más locuaz, si cabe, es el siguiente fragmento de la negociación fallida de Tomás con el patrón:

«Señor; pensad que el caudaloso río
que fecundiza el suelo
fuera un cauce vacío,
si el débil riachuelo
en su seno sus aguas no vertiera:
de la misma manera
nada fuera, Beltrán, vuestra riqueza
sin el sudor que os presta la pobreza».

(Acto II, Escena VIII, p. 33)                


¿Elocuente? Véase lo que opinaba un fraile de ideas socialistas (icarianas y founeristas4), muy leído por determinados sectores socialistas utópicos de la Barcelona de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, frecuentada por Altadill en sus años universitarios:

«[...] esas fortunas inmensas, que absorben cuanto sobrara para la completa manutención de millares de trabajadores, y que acaso no tengan otro origen que el robo y el pillage [sic], la vejación y el crimen, la sórdida codicia, o la sagaz ambición: esos zánganos impuros, que chupan despiadados el precioso jugo del árbol de la vida, regado con el sudor y la sangre del diligente obrero [...] esas hordas de haraganes que por todas partes pululan, y medran y viven opíparamente [...]»5.


Esa explotación a la que se veía sometido el trabajador daba como resultado la riqueza del patrón. Su oro sólo era consecuencia, por tanto, del esfuerzo, el sudor y la ínfima retribución que recibía el trabajador.

Además de todo ello, de las largas jornadas, del reducido jornal, el patrón también persuadía y sometía a los trabajadores reivindicativos para que cejase en sus propósitos de mejora laboral, contando para ello con el beneplácito de las autoridades, como acaece en este drama. Cuando los trabajadores dejaron la fábrica como protesta, Tomás acudió a negociar con Beltrán; éste, para conseguir que los obreros aceptasen sus términos, consiguió que la policía encarcelara a Tomás. Así se expresa Beltrán:

«En una cárcel encerrado,
debe sentir la ansiedad
de obtener la libertad
que mi astucia le ha quitado.
Y es muy fácil que se allane
por recobrarla, como es
fácil también que después
por otro medio le gane.
En los operarios tiene
Tomás un prestigio grande,
de todo punto que ande
por mi camino conviene.
[...]
Oh! Y es fuerza que convenga;
que salga de la prisión, y que la revolución
que se prepara contenga,
[...]
si á Tomás en la prisión
cuadra mi proposición,
libre está ya como antes».

(Acto III, Escena VI, pp. 51-52)                


3.ª Pese a que el patrón posee sus propios mecanismos de presión y persuasión y cuenta con la colaboración de las autoridades, el obrero también disponía de sus propios recursos para hacerle frente. Para los autores, la primera reacción natural que en tales circunstancias debían tomar los obreros era la huelga, es decir, el abandono de su puesto de trabajo:

JORGE.
«[...]
Pues los hijos de est[a] villa,
ó bien mis pobres hermanos,
dicen, que le dijo Dios
al hombre, para vivir
trabajarás, y á pedir trabajo llegan á vos.
BELTRÁN.
Eso quieren? Pues me gusta!
Cerré yo el trabajo? Habla.
JORGE.
Pero alterasteis la tabla
de los jornales.
BELTRÁN.
Y justa
creí yo la alteración.
JORGE.
No así nosotros la vemos,
y al contrario la creemos
fuera de toda razón».

(Acto III, Escena XV, p. 63)                


En caso de fracasar la huelga, la actitud subsiguiente era intentar llegar a un acuerdo con el patrón. Si abandonando el puesto de trabajo el patrón no cedía, ambos debían ir a la mesa de negociación para buscar una salida pactada y harmoniosa: los jurados mixtos, integrados por representantes del patrón y de los trabajadores, fue la institución reclamada por los trabajadores de mediados del siglo XIX como la forma óptima de dar respuesta a la conflictividad laboral.

Los autores entendían que únicamente cuando la huelga y la conciliación fracasaban debía recurrirse a la violencia, aunque siempre en último extremo y en situaciones desesperadas, cuando ya no hubiere más soluciones, Jorge le advierte al patrón:

«Ved que vuestra obstinación
os puede cara costar».

(Acto III, Escena XV, p. 64)                


4.ª Escrich y Altadill ofrecen la imagen de un movimiento obrero disperso, falto de unidad y de dirección:

«Se piensa de varios modos [dice el obrero Taravilla]:
el que es valiente alborota;
el cobarde se acogota,
y gritan y rabian todos.
Uno dice: "á tanto ultraje
ya coto poner debemos".
Otros dicen: "trabajemos".
Y otros: "ay del que trabaje!".
Y en esta disputa eterna,
entre gritos y jaranas,
nos pasamos las semanas
metidos en la taberna».

(Acto II, Escena III, p. 26)                


Por lo tanto, ambos autores dieron a entender que era necesaria, imperiosa, la presencia de alguien entorno a quién aunar a los trabajadores y sus intereses, de armonizarlos, educarlos y dirigirlos. Pero, obviamente, también entienden que no puede ser cualquiera; sólo los predispuestos por su educación y por su propia naturaleza pueden ejercer este ilustre deber Por ello éste -o en su defecto una élite y grupo dirigente- ha de ser un guía moral, abnegado y virtuoso, inspirador de los trabajadores. Este buen obrero, abnegado y virtuoso sólo puede ser como en el drama lo es, especialmente, Jorge:

«Pobre Jorge! Del león
tiene el ímpetu en verdad,
de la oveja la humanidad
y del niño el corazón».

(Acto II, Escena V, pp. 28-29)                


Fue Jorge el designado por los trabajadores para que los representase cuando Tomás fue encerrado [Acto III, Escena XIV]. Pero también era Jorge el único capacitado para ofrecer la verdadera y definitiva respuesta y solución a los enfrentamientos entre patrón y obrero.

5.ª Para los autores, sólo parecía haber un único medio para evitar futuros conflictos laborales y enfrentamientos con el patrón: la asociación cooperativa:

«Yo rompo el yugo fatal [proclama Jorge]
que ayer sobre vuestra frente
pesaba con la inclemente
dura ley del capital.
De hoy más unidos iremos
y al trabajar como hermanos,
todos con iguales manos,
el fruto recogeremos».

(Acto IV, Escena XI, p. 82)                


Los autores no hicieron mayor referencia que ésta, pues lo que importaba era resumirla y hacerla comprensible, que fuera suficientemente elocuente. Aún así, querían hacer evidente su oposición al capitalismo de libre mercado en el que el empresario era dueño y señor absoluto que lo subordinaba todo en aras de su propio y exclusivo beneficio. Eliminando la figura del patrón sería imposible que no primase otro interés que no fuere el del obrero; es decir, haciendo del obrero su propio patrón. La producción cooperativa conllevaba la propiedad compartida de los medios de producción y la participación igualitaria en los beneficios, de acuerdo al esfuerzo de cada uno. Sólo así podía existir la armonía laboral, y por lo tanto social.




Epílogo

Qué en medio del debate sobre el futuro de la Monarquía y la Dinastía reinante en España, en un momento que se llegó a dar por supuesto, ya fuese por convencimiento o por necesidad, el destronamiento de Isabel II -asunto tan sólo zanjado con la votación de la continuidad de la reina en Cortes el 30 de noviembre de 1854-, se diera énfasis a los problemas sociales, y no a los políticos, no fue debido a la presión de la censura, sino a las preferencias de los autores. La restablecida ley de imprentas de 1837 -01/08/1854- prohibía atacar a las Cortes, donde residían los representantes de la Nación Soberana, pero nada decía, en cambio, sobre la Corona, como sí ocurrió con las posteriores leyes de 1857 y 1863. La prueba de la mayor libertad de expresión permitida tras los hechos del verano de 1854 descansa en que después de la representación del drama antimonárquico de Fernando Garrido, Un día de revolución, se restableció la censura del teatro, pero esto tuvo lugar con posterioridad al 7 de marzo de 18556, y no en noviembre de 1854. Además, por mucho que posteriormente Altadill y Escrich fuesen abiertamente republicanos, eso no implica que lo fueran en su juventud. Es más, multitud de políticos republicanos fueron socialistas utópicos en su juventud; y es que ser socialista, entonces, no implicaba ser republicano, puesto que para los socialistas la cuestión de la forma de gobierno era tema baladí, en tanto que lo verdaderamente importante era acabar con los problemas y la conflictividad social y el pauperismo, independientemente de quién implementase esas reformas o aprobase la legislación que permitiría su resolución (derecho de asociación).





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