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Palabra y canto

     A partir de la óptica mistraliana, se entiende que el folklore es la matriz de la cultura aborigen. Se esboza como la fuente de la sensibilidad artística del indio, la cual se concretiza de distintas maneras. Vimos anteriormente cómo la poesía, el verso y la fábula reflejan el carácter indígena y la forma en que Gabriela supo apreciar el �primitivismo� y �originalidad� de los textos.

     Ante todo el folklore representa para Gabriela dos cosas: origen e identidad racial. Ambas características son una constante en el abanico de la creación india. El indio vuelca su sensibilidad creativa en distintos géneros y uno de ellos es el canto.

     El canto en el indio es una capacidad innata, viene con él anidado en las entrañas y es -según Gabriela- una forma especial de comunicarse con lo místico y lo religioso de su entorno, al mismo tiempo que señala que el canto indio tiene un plus sobre los relatos nativos, que es la capacidad de ser espontáneo y directo, sin mediación alguna que le reste misterio.

     �Hay un misterio en el folklore, que es el misterio de la voz genuina de una raza, de la voz verdadera y de la voz directa, y es que en él se canta la raza por sí misma, no se canta por esa especie de altoparlante tan dudoso que es el poeta o es el novelista�(209).

     Si Gabriela destacó de los textos indo-folklóricos la �honradez de palabra�, de la música y canto indígenas valorará la originalidad proveniente de una extraña combinación de lamento rítmico, que deja ver la faz interna del indio y que lo transforma en un ser venido de tierras desconocidas a la razón europea.

     �Agradecimiento les doy a las gargantas cantadoras por esta preciosa lealtad a sí mismas, virtud en que el indio sobrepasa al blanco imitador...�(210)

     Este sentimiento Mistral lo describe en su texto �Música Araucana�, allí plasma la sensación que le produce el sonido de las gargantas mapuches, semejantes a quejas rítmicas y cadenciosas, salidas del fondo del universo.

     �Ellas [las canciones] me dan su extraño relato para hablar con expresión católica, pero de veras infrahumano, de criaturas que hablan y cantan con una voz tan extraña que, si no articulasen palabras, no la reconoceríamos como de semejantes [73] sino como seres de otra parte, de un planeta más desgraciado y que viviría la puericia que nosotros hemos dejado atrás�(211).

     La relación que establece Gabriela entre voz y sentimiento, abren una ventana a través de la cual se puede llegar a tocar la fibra india, la voz hecha canto se convierte en un prisma capaz de traspasar la corporeidad de la raza milenaria. En ese canto lejano, Gabriela recupera un trozo perdido de sí misma.

     �La voz nos confiesa, dicen, más que los gestos, más que la marcha y que... la escritura. Cierto es, y aquello que está sonando, la bendita máquina fea me lo oigo como una confesión, como un documento y como un pedazo de mí propia entraña perdida, casi irreconocible pero que no puedo negar�(212).

     El canto y el habla están estrechamente ligados, y el indio especialmente pasa de uno a otro, naturalmente casi sin hacer distingo entre ambas. Cantar y contar se vuelven una misma tarea, cuestión que lleva a Gabriela a plantear que lo natural en el hombre es este juego canto-habla, que el indio practica para recordar sus �hábitos bárbaramente olvidados�.

     �Las cantadoras araucanas pasan sin sentirlo del habla al canto, del contar al cantar, volviendo al habla y regresando de ella a la canción con una naturalidad consumada.

     Me hacen pensar mientras las oigo, en que el habla legítima pudiese ser esa mixta que escucho, conversada en las frases no patéticas del relato, y trepada a canción en cuanto el asunto sube en dignidad, se vuelve intenso, y entonces pide lirismo absoluto�(213).

     Cuando Gabriela propone recuperar los �hábitos bárbaramente olvidados�, lo hace con la intención de encontrar en esos actos la esencia creativa y sensitiva de nuestros ancestros raciales. Ellos -dice la Mistral- �fueron más atentos, o solamente más sinceros en la expresión de sus sentimientos�(214).

     El canto es uno de estos hábitos, y contiene en sus notas consideradas 'anti-melódicas' historia y sentimiento indio, pero sentimiento al desnudo y sin trastocaciones. Mediante el canto es que el indio se mece a sí mismo, entona su gesta y comulga místicamente con el cosmos.

     Cuando el indio se acompasa en sus letanías rítmicas y cadenciosas, el oído blanco se desconcierta y no reconoce melodía alguna. La música india no le parece digna de llamarse tal, y las entonaciones repetitivas se vuelven, a los [74] que no llevan en su sangre la gota especiosa del indígena, �tiradas lentas�, desprovistas de contenido.

     �La monotonía de la canción es la misma que la de los demás pueblos asiáticos y se aproxima un poco a las de ciertas danzas polinesias. Los oídos acostumbrados a las modulaciones ricas, y especialmente a las barrocas, no entenderán nunca la belleza religiosa de estas tiradas lentas, de estos acunamientos profundos que los viejos pueblos se dieron para acompañar su tristeza y su misma alegría(215).

     La visión particular que Gabriela tiene del folklore, está estrechamente ligada al cosmos y al sentimiento indio. Además la poetisa desarrolla una idea fuerza presente en su discurso: la semejanza entre folklore y entraña.

     El folklore como entraña; como matriz que anida el origen cultural, es la metáfora que Gabriela utiliza para explicitar que las creaciones que provengan del desempeño autóctono, pese a no tener el refinamiento del arte clásico, son poseedoras del espíritu racial de un pueblo. Pese a que dichas creaciones las define una estética distinta, gozan igualmente de un aura artística:

     �El folklore se parece a la entraña. No se puede nadie acercar al folklore con un pensamiento demasiado estético. Las entrañas no son bonitas, son bastante feas; pero tienen la primera categoría en el organismo. Todo lo demás existe como adorno de ellas�(216).

     Su juicio es categórico respecto del folklore y la directa relación que existe con el indio: �El folklore es importante en cualquier raza, pero sobre todo en la nuestra�(217). En esta empresa de identificación y reconocimiento del origen folklore, el indio es pieza clave: �Para llegar a ser, el común denominador, el silabario es nuestro folklore�(218).

     Una vez que al folklore se le dé el sitial que corresponde, entenderemos quiénes somos verdaderamente. Gabriela no tiene duda alguna de esto: �No creo que haya una averiguación cabal de nosotros mismos, sino después de un largo registro de nuestro folklore�(219). [75]



De espejismos y bellezas fantasiosas

     Gabriela construyó un discurso para cada aspecto relacionado con el indio. Resaltó su arte, defendió sus derechos, destacó sus virtudes y justificó sus defectos. La poetisa indagó cada área del indígena desde lo cultural, lo social hasta lo étnico racial. Este último punto tiene que ver con la composición física de los indo-españoles y la particularidad genética contenida en ella.

     Si reconocer los orígenes indios, aceptarlos como tal y asimilar la raza autóctona en su cabal dimensión equivalen a asumir la historia que cruza de punta a cabo la América española, también lo es aceptar la piel, el color y los rasgos que devienen de la mezcla racial entre españoles e indios.

     El indio �puro� no tiene reparos en aceptar su condición, conoce con claridad su procedencia y está consciente de la sangre milenaria que corre por sus venas. Su alma es entera y sin grietas, sus costumbres conforman su visión del mundo y son ellas las que rigen su espíritu.

     Nuevamente es el mestizo quien se encuentra en medio de dos paradigmas de vida; dividido entre el verdadero ser y el querer ser. El �verdadero ser� implica mezcla, significa sangres batidas por la historia y el coloniaje imposibles de trocar.

     El �querer ser� está orientado al blanqueamiento y al delirio que el mestizo padece, en su afán de borrarse al indio que lo constituye. Este �querer ser� que disminuye al mestizo, se relaciona con el reconocimiento de sólo una parte de su origen, que no es precisamente la nativa, sino la europea.

     La empresa de diluir por completo la impronta india, podría llegar a fin satisfactorio para el mestizo si no existiera el inconveniente de los rasgos físicos que lo delatan e impiden que el indio interno que anda por las entrañas, desaparezca por completo. Contra la piel tostada, los ojos rasgados y el pelo lacio el indio no puede combatir las líneas que lo moldean lo delatan y no existe antídoto para revertir la situación.

     El mestizo, según Gabriela, es un imitador por naturaleza, sin embargo, las formas de la raza difícilmente se pueden emular o modificar. El indio brota por los poros del mestizo, se asoma en la negrura de las pupilas, en lo purpúreo del labio y en el gesto seco que en el indio es signo de desconfianza.

     La vergüenza del mestizo por sus rasgos, de acuerdo con Gabriela, se funda en la idea que éste tiene de la belleza. Son �bellos� quienes poseen rasgos y facciones caucásicas, es decir, cabellos ondulados, frentes amplias y ojos claros; lo opuesto al indio y al mestizo. El canon de belleza impuesto por el blanco, excluye a las etnias indígenas por desencajar con las líneas establecidas. [76]

     �Una de las razones que dicta la repugnancia criolla a confesar el indio en nuestra sangre, uno de los orígenes de nuestro miedo de decirnos lealmente mestizos, es la 'llamada fealdad del indio'. Se la tiene como verdad sin vuelta, se la ha aceptado como tres y dos son cinco. Corre parejas con las otras frases en plomada: El indio es perezoso y el indio es malo'�.(220)

     La estética fue uno de los tópicos que Gabriela incluyó en su defensa de los indios. Reflexionó acerca del tema con la agudeza característica en ella, sin entender como un tema menor el menosprecio del blanco hacia el indio, por las particularidades que da la raza.

     Para la Nobel, las inseguridades del mestizo respecto de su físico no fueron un comportamiento natural, sino adquirido e impuesto generación tras generación por los europeos, y además reforzado por los propios hijos del injerto racial.

     �Cuando los profesores de ciencias naturales enseñan los órdenes o las familias, y cuando los de dibujo hacen copiar las bestiecitas a los niños, parten del concepto racional de la diferencia, que viene a ser el mismo aplicable a las razas humanas...�(221)

     No comparte la idea de belleza única o estándar. Por el contrario, señala que cada raza tiene belleza particular, que se entiende desde perspectivas propias y parámetros distintos, por lo que resulta insensato emitir juicios estéticos, basados en un canon eurocentrista, acerca de dos razas tan diferentes como son la india y la española.

     �Debe haberse enseñado a los niños nuestros la belleza diferenciada y también opuesta de las razas. El ojo largo y estrecho consigue ser bello en el mongol, en tanto que en el caucásico envilece un poco el rostro; el color amarillento que va de la paja a la badana, acentúa la naturaleza de la cara china, mientras que en la europea sólo dice cierta miseria sanguínea; el cabello crespo que en el caucásico es una especie de corona gloriosa en la cabeza en el mestizo se hace sospechoso de mulataje y le preferimos la mecha aplastada del indio�(222).

     La influencia que el indio y el mestizo reciben del blanco, en lo que a códigos estéticos se refiere, converge en el menosprecio y disconformidad que los aborígenes sienten por sus cuerpos. La belleza del blanco, en el indio se torna fealdad y la gracia del caucásico, en el mestizo se vuelve desgarbo.

     El indio entonces aparece como el opuesto negativo del blanco, no diferente o distinto, sino que sencillamente exento de belleza. Gabriela combate tal apreciación, aclarando que en la diversidad está la base de la valorización [77] estética, por lo que la raza caucásica no es la plantilla por la cual se deba medir la hermosura o fealdad de las etnias indias.

     �En cada atributo de la hermosura que nos enseñan, nos dan exactamente el repudio de un rasgo nuestro; en cada sumando de la gracia que nos hacen alabar nos sugieren la vergüenza de una condición de nuestros huesos o de nuestra piel. Así se forman hombres y mujeres con asco de su propia envoltura corporal; así se suministra la sensación de inferioridad de la cual se envenena invisiblemente nuestra raza, y así se vuelve viles a nuestras gentes sugiriéndoles que la huida hacia el otro tipo es su única salvación�(223).

     Escapar de su piel, �huir hacia el otro tipo�, convierte al mestizo en un ser dividido por sus diferencias étnicas y raciales, le pesan como cadenas sus rasgos, no se los puede quitar, no los puede obviar y mucho menos ocultar.

     Este peso que agobia al mestizo y subvaloriza al indio, ha sido creado por la rigidez y la prepotencia con que el europeo ha asumido la categorización estética. Al respecto Gabriela dice que: �El indio es feo dentro de su tipo en la misma relación que lo es el europeo común dentro del suyo�(224).

     Los juicios que Gabriela formula, revelan el motivo que la impulsa a demarcar límites entre uno y otro arquetipo racial. Toma distancia de los esquemas preconcebidos, se aleja de los dictámenes que el europeo impone y no acepta la exclusión por selección, que éste utiliza para relegar a un plano de inferioridad a las etnias indígenas.

     Cuando el europeo es puesto bajo la lupa mistraliana y se transforma en objeto de estudio, más vale atenerse a las consecuencias, puesto que Gabriela es severa al momento de criticar y no pasa por alto nada que considere de vital importancia. Menos si la crítica alivia de alguna manera al indio.

     A partir de la óptica de Gabriela, se pude deducir que en la diversidad estética residen las categorías para definir qué es bello y qué no; cuáles son las medidas exactas y cuáles las desproporcionadas, qué color de piel es valioso y cuál color despreciable.

     En relación a esto, Gabriela pone en tela de juicio la procedencia racial, casi divina, de la que tanto se enorgullece el europeo. Para ello, estudia el sistema que ha mitificado la belleza caucásica; belleza que ha perdurado a través de los siglos gracias a la institucionalización de ciertos rasgos escogidos y seleccionados.

     La selección meticulosa con la que se ha elaborado el �ideal� de belleza al que Gabriela se refiere está plasmado en �El Falso Tipo de Fidias�. Este es [78] según ella la materialización de la perfección deseada, pero escasamente alcanzada. Como en todo tipo de razas existen parámetros de belleza y fealdad. Así dentro de una misma etnia india habrá indios(as) más atractivos que otros, al igual que dentro de una misma raza caucásica.

     El objetivo de Gabriela es dejar constancia del grado de correspondencia que existe entre el ideal de belleza que se han fabricado los europeos y la belleza cotidiana, traducida en los hijos y herederos de la perfección del tipo de Fidias. La espléndida belleza de la cual hacen gala los europeos no es más que una recopilación de los mejores atributos de la raza blanca, que está lejos de ser espontánea y natural.

     �Se sabe cómo trabajaba Fidias: cogió unos cuantos rasgos, los mejores éxitos de la carne griega -aquí una frente ejemplar, allá un mentón sólido y fino, más allá un aire noble, atribuible al dios-, unid en esto líneas realistas con líneas enteramente intelectuales, y como lo inventado fue más copiado de veras, el llamado tipo griego que aceptamos fue en su origen una especie de modelo del género humano, de super-Adán posible dentro de la raza caucásica, pero en ningún caso realizado ni por griego ni por romano�(225).

     Sus argumentos hablan del escaso parecido que hay entre el europeo común y la obra de Fidias, que es por excelencia la concretización del ideal de belleza-perfección con la que los europeos se identifican estéticamente. Tal identificación, en Gabriela despierta cierto asombro, o desconfianza por lo menos, pues su experiencia le dice que los europeos terrenales, aquellos que ve a diario, no son precisamente Fidias de carne y hueso.

     �Me leía yo sonriendo una geografía francesa en el capítulo sobre las razas. La descripción de la blanca correspondía a una especie de dictado que hubiese hecho el mismo Fidias sobre su Júpiter: nariz que baja recta desde la frente a su remate, ojos noblemente espaciosos, boca mediana y de labios delicados, cabellos en rizos grandes: Júpiter, padre de los dioses. Yo me acordaba de la naricilla remangada, tantas veces japonesa, que me encuentro todos los días, de las bocas grandes y vulgares, de los cabellos flojos que hacen gastar tanta electricidad para su ondulación y de la talla mediocre del francés común�(226).

     La belleza casi divina con la que se identifican los europeos, para Gabriela no es sino un conjunto de atributos perfectos, escogidos con profesionalismo que dieron por fruto un modelo imposible de hallar en su completa dimensión. [79]

     Si las etnias indígenas se sometieran al mismo proceso, el resultado sería sorprendente, explica Gabriela, si un escultor se dedicara a escoger con pericia las mejores facciones de la casta aborigen, el patrón de belleza que éste presentaría, no tendría nada que envidiar al tipo de Fidias.

     �Los mayas proporcionarían su cráneo extraño, no hallado en otra parte, que es ancho contenedor de una frente desatada en una banda pálida y casi blanca que va de la sien a la sien.

     �El indio piel roja nos prestaría su gran talla, su cuerpo magníficamente lanzado de rey o de rey soldado sin ningún atolladero de grasa en el vientre ni espaldas, musculado de una gran esbeltez del pie a la frente�(227).

     El cuerpo esbelto que crea Gabriela es armónico en su propio estilo, no es de mejillas sonrosadas ni cabellos ondulados, pero es igualmente hermoso. Está construido a la perfección y todo gracias a los donantes que aportan sus mejores atributos físicos.

     �El indio quechua ofrecería para templar la acometividad del cráneo sus ojos dulces por excelencia, salidos de una raza cuya historia de mis años da más regusto de leche que de sangre. Esos ojos miran a través de un óleo negro, de espejo embetunado con siete óleos de bondad y de paciencia humana, y muestran unas timideces conmovidas y conmovedoras de venado criollo, advirtiendo que la dulzura de este ojo negro no es banal como la del ojo azul del caucásico...�(228)

     La belleza, entonces, no tiene límites para la imaginación sedienta de hermosura. La Mistral sabe eso, y en su afán de defender la raza a la que ama, pone a competir la belleza caucásica y la indígena. No es mero capricho la construcción de un modelo indio. En ese juego Gabriela intenta desmitificar la envidiada belleza blanca.

     Su modelo indio busca quitar velos, valorar quiénes somos y querer lo que la naturaleza nos dio, pues el �alegato contra el cuerpo indio va a continuar otro día, porque es cosa larga de decir y asunto de más interés del que le damos�(229).



Rasgos orientales en el indio

     Gabriela defiende lo suyo, sus raíces, su origen y sus antepasados ancestrales que la constituyen. Amor por lo propio, amor a la tierra; es lo que [80] la convierten en una americana incansable que impide con la asertividad de su pluma salvaje, el atropello a la dignidad india.

     En los párrafos anteriores, escuchamos la voz de Gabriela, le oímos decir la importancia de valorarnos por lo que somos y de dónde venimos, sin padecer la angustia de alcanzar un inalcanzable como lo es la belleza caucásica.

     La belleza del indio provoca en Gabriela un extraño misterio, colmado de exotismo, que muchas veces la llevan a identificar la casta india con la raza oriental. Capta en ambas, cercanía tanto en lo físico como en lo cultural, que la hacen reflexionar respecto de la procedencia de los aborígenes de la América morena.

     �El tipo del araucano, a lo que se parece más es al japonés. Como el japonés tiene talla mediana, pero no existe en él debilidad. Es un hombre muy musculado, que solamente en las extremosidades del hambre llega a ser ese harapo humano que nos quieren regalar a cuenta del indio americano�(230).

     Gabriela es una convencida de que la raza india de la América española, desciende del Oriente, y aunque al español no le guste reconocerlo, las coincidencias que estos comparten con los autóctonos son más de las que conciben, y si los conquistadores hubiesen sabido aprovecharlas en buena lid, la historia estaría escrita de otra manera.

     �La fracción española arrastraba tantos elementos orientales, que sus disputas con las indígenas viene a ser un alboroto exagerado, si se consideran las numerosa coincidencias orientales de ambas, de las que no supieron aprovecharse los conquistadores�(231).

     Las semejanzas que Gabriela detecta entre los hijos de Oriente e indios americanos, generalmente van acompañadas de una crítica hacia quienes desdeñan o sienten rechazo por determinadas facciones raciales. Su disgusto lo hace manifiesto y libera su ira, justificando el sentido de tal o cual gesto, o alabando tal o cual color del físico indio.

     �Pero el indio también es trajinador sólo que cuando se para y mira un río, o a un ojo de agua, o a un animal, ese ojo de punzón negro de qué modo, no pestañea como el banalísimo del blanco, no mira esa cosa y las que están al lado, mira allí sólo y se sume en aquello como un perforador que se durmiese en ello. Cuando se levanta y después de un rato nos mira a nosotros, cómo aparece el tal ojo oriental. Todavía sigue parado en lo que veía. No entiendo cómo el famoso orientalista Keyserling me hablase a mí del ojo aymará como de un ojo de piedra, con un gran desdén. Hay piedras y piedras, señor Conde, y por [81] acá una que llaman obsidiana, negra igual que estos ojos y no terrosa, llena de un duro destello que a usted le parecía más agudo que una picada de víbora�(232).

     Mestiza de sangre y costumbre, reconoce su dosis oriental, que se despierta al menor roce, la música es un medio para detonar las fibras orientales a las que alude. Afirma que la música aborigen se asemeja las cadencias orientales, y el oído heredero de esta mezcla racial confirma este juicio.

     Nosotros, dice Gabriela, �Los que llevamos en la sangre la misteriosa gotera asiática, la lágrima especiosa que vino del Oriente, y que, gruesa o pequeña todavía puede en nuestra emoción y suele poder más que el chorro ibérico; nosotros entramos fácilmente en la magia atrapadora, en la delicia dulce de esta monotonía que mece la entraña de carne y mece también el cogollo del alma�(233).

     La visión orientalista que defiende Gabriela, nos revela su pensamiento amplio, capaz de encontrar conexiones donde otros ojos no las encontrarían. Sus juicios son invitaciones a la tolerancia racial y la diversidad. Son en última instancia un canto al respeto y a la vez una crítica social.

     El indio es distinto, es un incomprendido y un marginado. Gabriela los cobija en su regazo hecho prosa y escribe sobre ellos, como una forma de inyectarles vida. Su escritura busca preservar los que otros quieren eliminar sin dejar rastro.

     En este contexto Gabriela recorre la corporalidad india, reparando en todos y cada uno de sus miembros, encuentra la belleza natural y sin remilgos que la escultura de Fidias no le da, su indio le muestra lo terreno y al contrario descubre en la frente, las manos o el andar del indio la pureza de una raza venida de tiempos inmemoriales, casi sacada de alguna leyenda mágica.

     �El indio en un abandono muy viril se deja el cabello hacia delante y como decimos en Chile tiene la frente calzada. [...] La india camina a pie descalzo con un ritmo gracioso de verla y seguirla, con un verdadero ritmo racial. [...] La india a menos que se la exponga a trabajos muy brutos que le deformen las manos, tiene unas manos preciosas; unas manos de flor [...]�(234).

     El indio no tiene mayor comparación con el caucásico. Se puede parecer a cualquiera menos un blanco, y si el mestizo o el indio buscan mudar de piel, de 'envoltorio', sólo padecerán las penas del infierno. Ambas se asimilarían sólo en otro tiempo y otro espacio. [82]



�El indio no está fuera nuestro: lo comimos y lo llevamos adentro�(235)

     La identificación que Gabriela estableció con el tópico indigenista se vincula con tres elementos esenciales. El primero tiene que ver con el espíritu de justicia, el cual la llevó a denunciar los vejámenes que las civilizaciones indígenas padecieron durante la conquista y el coloniaje.

     El segundo elemento dice relación con la arraigada conexión que la pensadora posee con la raza indígena. Tal conexión está basada en la importancia y valoración que Gabriela da al origen étnico-racial, pues en él se concentra la memoria histórica y la identidad del continente americano. El indio simboliza la esencia de la raza indoespañola.

     El tercer elemento está ligado al reconocimiento y aceptación del indio en la conformación de la raza mestiza. Gabriela hace una crítica social, en la que el indio resulta ser una víctima marginada de derechos, menospreciada y subvalorizada, tanto racial como culturalmente.

     La sensibilidad que Gabriela tuvo para trabajar el tema indio, tal vez sin proponérselo, la convirtió en una mujer adelantada para la época en que vivió, cuestión que la transformó, al igual que sus parias indios, en una marginal pues rompió con los esquemas establecidos, analizando la realidad social sin tapujos y sin miedo a los prejuicios.

     Consecuente con la causa por la que abogó, se autodefinió india y mestiza. Amó cada virtud del indio, así como justificó sus defectos. A través de sus escritos dignificó y valoró los orígenes autóctonos de América, explicando que echarlos al olvido o renegar de ellos, significa perder parte de lo que somos.

     Aceptar, valorar y preservar, son las constantes que se destacan en la prosa mistraliana. Aceptar que la mezcla racial es un hecho irreversible y que ser mestizo no es motivo de vergüenza sino simple y llanamente una consecuencia histórica. Valorar el patrimonio cultural que la raza india legó. Sólo conociendo y respetando este patrimonio es posible saber quiénes somos y dónde venimos. Preservar las raíces, ya que ellas son el puente con la historia y el antídoto contra la amnesia étnica.

     Sus juicios fueron claros y sin dobleces, reconoció sentirse más identificada con sus ancestros indios que españoles, criticó duramente el afán [83] de los mestizos por obviar su ascendencia india y al blanco por sentirse superior y fomentar el racismo de la raza Gabriela encontró en la sangre milenaria la savia nutricia indoespañola. Se reconoció en ella y a toda la América morena. El indio para la poeta fue sinónimo de arte, música y verso, fue encarnación de belleza exótica y melancolismo. Representó la encarnación mística del oriente y por sobre todo fue el opuesto del caucásico en todas sus dimensiones.

     Gabriela Mistral nace, luego de escucharla hablar a lo largo de este capítulo, ante nuestros ojos como una machi sabia y generosa, ruda y a la vez sensible, fuerte e inteligente. Amante de la tierra, la naturaleza y lo propio. Descubre en el indio un cosmos rico en espíritu, con leyes distintas al eurocentrismo. Ella se integra a dicho cosmos; lo habita, lo vive y lo defiende del menosprecio blanco. [84]

En casa de Fausto Coto Montero, en San Pedro de Montes de Oca.
Costa Rica, 1931.

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Capítulo III

Mujer

La mujer de Gabriela Mistral



Aliada de la tierra

     Con la bandera del �mujerío� Gabriela Mistral aparece en la historia de Chile como una perfecta desconocida. Su pensamiento sobre la mujer se pierde a nuestros ojos repartido en diversos artículos y cartas sin recopilar. Gabriela Mistral construye un discurso reflexivo que captura el ámbito místico y práctico de la mujer, creando con él un espacio femenino, lejos del poder patriarcal dominante de comienzos de siglo.

     Para empezar la mujer mistraliana no se relaciona con el resto del mundo en forma externa. Su relación es íntima. Ella se funde en un solo sentir a la tierra; desde el origen éste es su elemento preceptor, su fuerza motriz. Sin ella la mujer pierde su gravidez, tan esencial para mantener al mundo como tal, con ese orden imperturbable que suele tener.

     Desde los primeros tiempos, �Cuando los pueblos primitivos asignaban al hombre el fuego y el aire como elementos suyos y señalaban a la mujer la tierra como su lote, tenían razón redonda, y acertaban en plano�(236) porque ambas tienen un destino común: preservar, proteger y alimentar a los hombres...Y sobre todo, dar origen a la vida, con una obediencia silenciosa: �No hay dramatismo histérico ni alharaca romántica en los días de la madre. Su vivir cotidiano corre [86] parejo con la de una llanura al sol; en ella como en el llano agrario, la siembra y la cosecha se cumplen sin gesticulación, dentro de una sublime belleza�(237).

     Si bien la tierra tiene muchas virtudes, es en la mujer donde éstas se humanizan, se asimilan y se complementan. Una auxilia a la otra en bien de provocar recursos para la existencia. El concepto de alianza además sentencia a la mujer: �[...] tú eres la aliada de la tierra, la que debe entregar los brazos que colecten los frutos y las manos que escarden los algodones�(238).

     La mujer trabaja en conjunto con la tierra, en silencio, a veces con sonrisa placentera.

     Gabriela reconoce ya en la tradición bíblica, la tarea de la mujer como proveedora por excelencia. Le importa, por lo tanto, la abundancia de la tierra porque quiere 'extraer' para 'dar', misión en la que se incluye: �Las mujeres amamos las cosechas de Canaán, porque nosotras somos las proveedoras de las mesas y a nosotras nos toca distribuir el pan�(239).

     Es innato este dar y repartir en la mujer, es un atributo desinteresado de larga data. Y es otra de las alianzas entre la mujer y la tierra.

     A la unión que hasta ahora pareciera haber tenido sólo un carácter espiritual, Gabriela Mistral le otorga vida y dolor, sobre todo cuando la tierra en mano del hombre es vendida, perdida o transada: �Cuando el padre, el marido o el hermano hipotecan esa lonja labrada, la mujer es la única que llora, que siente en ese suelo una calidad de carne y se duele de la pérdida como de una amputación�(240).

     La mujer parece ser la única capaz de comprender que sin tierra no hay pasado ni futuro, porque se pierde el alimento, las tradiciones, todo lo que es necesario perpetuar. Esta encarna el arraigo necesario para la existencia. No en vano Gabriela especula que �El mundo habría sido puro nomadismo y fuego fatuo de aventura inalcanzable si no le ponen al Adán la Eva al costado�(241).

     Gracias a esa estabilidad �[...] la mujer crea sobre la tierra pesada de la que está segura, las costumbres que traen también su plomo adentro�(242). [87]

     Estas relaciones de alianza, origen, abundancia, arraigo y protección entre la tierra y la mujer son, para Gabriela, relaciones que perfilan el género femenino distinguiéndolo del masculino. Son entonces valores intrínsecos no transables de la naturaleza 'mujeril'.

     La alianza con la tierra genera también la sabiduría de la mujer ante la vida. La comprensión telúrica le enseña secretos de la existencia. No por azar la poetisa declara: �Tengo a la mujer como más saturada de sabiduría de vida que el hombre común�(243).

     �La mujer lo sabe todo, en lo que toca a los asuntos fundamentales de la vida, aunque siempre parezcamos ignorar demasiado�(244). Mientras Gabriela enaltece esas condiciones que se nos escapan en la cotidianidad del día, la mujer continúa en silencio sus labores como si estuviera permanentemente cumpliendo un dictamen.

     Y con esa simplicidad la mujer también va creando valores, tradiciones y principios extraídos de esa sabiduría de la vida de la cual es dueña. A todo le extrae su moraleja, su consecuencia, su enseñanza. Todo conocimiento se sistematiza en la mujer, incluso la creencia religiosa como lo denuncia la poetisa: �El hombre recibe o hace la religión como una llama que lo empine hacia lo desconocido, y la mujer poco a poco transforma esa misma religión, de la mística pura que era, en la ética positiva y, a veces, en la vulgar policía del hábito, es decir, en aprovechamiento�(245).



Compromiso social de la mujer

     Gabriela Mistral construyó toda su vida un fuerte compromiso social. No en vano se vio constantemente sacudida por los vaivenes de la primera mitad del siglo XX: guerras mundiales, civiles, revoluciones e invasiones fueron el perfil de los tiempos.

     La escritora huyó del mundo castrense (�No creo en la mano militar para cosa alguna�(246)) para ser una pacifista declarada: �Mi posición moral de pacifista es la reacción normal que la guerra levanta en una mujer, y particularmente, en una ex [88] maestra y en una hispano-americana�(247). Esta posición la llevó a trabajar por la mantención de la paz en la Asamblea de la Liga de las Naciones (1926); en la Asamblea General de las Naciones Unidas (1953); en diversos discursos -como el de la Unión Panamericana (1945)- o en numerosos escritos repartidos por el mundo, uno de los cuales irónicamente tituló �La Palabra Maldita�(248).

     En América la paz se hizo ciega en varios puntos del continente. La conquista sangrienta fue el patrón de conducta para los años venideros. Por tanto, esta preocupación histórico-política no sólo liga a Gabriela, abarca también a todas las mujeres. Con más precisión, obliga a la mujer latinoamericana a ser parte de ello. Vigilar la paz es para la escritora una misión nuestra.

     Esta intromisión no es gratuita. El universo femenino es requerido con apremio en esta hora, su mediación por la paz es urgente...

     Por ello el desvelo une a Gabriela con el �mujerío�: �[...] Y es así cómo nosotras, mujeres de la América, sabemos que nuestra sola vigilancia angustiada de este momento, ha de ser la paz de nuestros pueblos. Vosotras me habéis saludado como a una de tantas artesanas oscuras y fieles que sirven en la artesanía divina de esa paz continental y en esto no os habéis equivocado, mujeres del Brasil�(249) contesta nuestra escritora a un mensaje enviado, a través de Radio Cruzero do Sul en 1937, por las mujeres brasileñas que le dan la bienvenida a Gabriela a su arribo como Cónsul.

     Dos décadas antes, en 1922, Gabriela Mistral había trabajado en México invitada por el Ministro de Educación Pública José Vasconcelos a participar en la Reforma Educacional del país que salía de la revolución. En ese país tuvo muchas satisfacciones, vio por primera vez hechas realidad sus luchas reivindicativas. La revolución social continuaba, dejando atrás las contiendas militares. Fundamental en ese período fue el accionar del �mujerío� mexicano que �vivió la guerra civil siendo un elemento pacificador y manteniendo día a día, en ciudades y aldeas, un sentido cristiano unitario y unificador de la mexicanidad dividida.

     Tal vez fue el mujerío quien más padeció las consecuencias de esta lucha; en todo caso, ese mismo mujerío puso en los cuatro cantos del país la nota humanitaria y reconciliadora. Fueron esas madres y hermanas, quienes guardaron intacto el espíritu de unidad nacional y la costumbre cristiana, conservándolos contra viento y marea�(250). [89]

     La mujer para Gabriela es sinónimo de paz. Podríamos decir que este término se suma a otros que forman su mundo místico y práctico: no podemos olvidar que todo entendimiento o valor se hace acción en la mujer. En beneficio de todos, pero con más amor por el niño: �Queremos conservar en el Continente una forma de vida pacífica, es decir, la única manera de convivencia que conviene a la familia humana y también la única que ella puede escoger con decoro cabal. Y queremos guardar, mantener, celar, este bien que hoy en el mundo llega a parecer cosa sobrenatural. A causa de los niños, con los ojos puestos sobre este plantel [criadero] de nuestra carne, las mujeres nos decidimos a velar la paz americana�(251).

     Temas sociales que requieren llamados urgentes son los que motivan a Gabriela, y los que deberían motivar a toda mujer, porque son ellas después de todo, las que cargan con los fines humanos. Denunciar, motivar, ayudar, son acciones inevitables. �Se cae [...] en error cuando, por especializar la educación de la joven, se la empequeñece, eliminando de ella los grandes asuntos humanos, aquellos que le tocan tanto como al hombre�(252) o quizás más, porque la mujer lo endereza todo, lo renueva todo, con una diligente paciencia.

     Gabriela Mistral, que vino a nosotros desprovista de toda opulencia material, no volverá a ser jamás muda o ciega ante la miseria. La pobreza que más le duele es la de la mujer, porque la pobreza de la madre es la pobreza del niño. Pedirá apoyo a todos, y se lo reclamará también a la mujer. Que ella misma vea y tenga presente a las más desdichadas, a las que trabajan de sol a sol y no ganan nada.

     Apela al no olvido y a la solidaridad. �Quiero recomendaros la llaga viva que es el trabajo de la mujer en el campo del trópico y de la Cordillera; deseo poner en la palma de vuestras manos de pioneras la víscera enferma que es nuestra vida ultra-rural�(253) -les dice a las guatemaltecas en un Congreso de Mujeres-. �La mujer del campo y la montaña, que ha pasado delante de vuestra vista apenas pergeñada, apresuradamente dicha, es la más desvalida de nuestras hermanas. Tomemos con ella nuestro primer contacto y no soltemos el vínculo atado hoy entre ella y la 'Liga Internacional de Mujeres'�(254). [90]

     Es verdad que la escritora pide el compromiso de todas las mujeres, pero está claro también que son las �acomodadas� las que podrían hacer más. Por eso, cuando éstas se organizan para ir en auxilio de las otras, Gabriela no duda en destacarlo, ojalá todas ellas se hicieran eco y rompieran los mitos que reafirman la marginalidad de la pobreza.

     No sólo le preocupa la escasez material, sino también la escasez del saber. Ella misma vio muchas veces en Montegrande y en otros pueblos donde estuvo, la falta de libros, de infraestructura para menesteres intelectuales y personas que quisiesen enseñar. Los pocos recursos se destinan a subsistir; en cambio para Gabriela vivir tiene mucho que ver con conocer, saber de los otros, instruirse.

     Bienvenidas son entonces las iniciativas de las mujeres que hacen presencia. Como en Argentina, donde el Consejo Nacional de Mujeres de Buenos Aires ha creado un movimiento llamado �Madrinas de Lectura�, al cual Gabriela dedica un recado en marzo de 1926. Describe en él que �Las esposas de los terratenientes, las profesoras de Normal, las periodistas, etc., en una alta cifra, se inscriben contrayendo la obligación de tomar a cargo la lectura de una maestra rural. La labor es desinteresada...�(255)



Lo místico y lo materno

     La mujer de Gabriela Mistral no posee una visión analítica frente a lo sacro, lo oculto y lo divino. Las interrogantes las formula el hombre. Él sistematiza los procesos, les busca equivalencia en la razón para llegar a entenderlos, de otra forma se le escapan. Y él no quiere ser ignorante, quiere ante todo explicar. Ella en cambio no discute esas cosas, porque las resuelve en sí misma. Además su quehacer no dista mucho del ritmo de la naturaleza: va acorde al nacer y morir de las cosas.

     Su intuición y contemplación le hacen arrancar moralejas, entregándolas en un lenguaje que no es jerárquico ni impositivo, sino expansivo. Por eso su pasado la ata a ser la curandera de lo endeble. Así fue desde el inicio, o más bien desde que el mundo se empeñó en masculinizarlo todo, ante lo que Gabriela Mistral tantea un 'mea culpa'. No en vano: �Tal vez el pecado original no sea sino nuestra caída en la expresión racional y antirrítmica a la cual bajó el género humano y que más nos duele a las mujeres por el gozo que perdimos en la gracia de una lengua de intuición y de música que iba a ser la lengua del género humano�(256). [91]

     Hemos visto que la mujer como elemento místico en Gabriela Mistral tiene mucha relación con las expresiones de la Tierra. Tiene su ritmo, su entrega, su perpetuidad y su capacidad perenne de provocar y mantener la vida.

     Para Gabriela Mistral la mujer alcanza su máximo contacto sobrenatural con la vida a través de la maternidad, es en ese estado y no en otro, que palpa su fuerza cósmica aquí en la tierra.

     A través de la maternidad se legitiman materialmente todos esos secretos que la mujer alberga. De ahí que la poetisa diga con solemnidad que �[...] Ya santidad de la vida comienza en la maternidad, la cual es, por lo tanto, sagrada�(257).

     Gabriela tiene una complicidad tan íntima y profunda con la maternidad que, sin miedo, podemos sentenciarla como el pilar de su pensamiento. Es la maestría de las mujeres. Que no le vengan entonces con cuentos ni fábulas; porque hasta �Una pobre mujer se incorpora por la maternidad a la vida sobrenatural y no le cuesta -�qué va a costarle!- entender la eternidad: el hombre puede ahorrarle la lección sobre lo Eterno, que ella lo vive en su loca pasión. En donde esté, viva o muerta, allá seguirá haciendo su oficio, que comenzó en un día para no parar nunca�(258).

     Su concepción de lo maternal no se suscribe necesariamente al hecho de alumbrar, tiene que ver más con una idea de maternidad universal, recurriendo a los conceptos que se desprenden de su alianza con la tierra: como madre no sólo vela por los niños, vela por la paz, por el alimento, por las creencias.

     No se puede hablar de un solo tipo de maternidad. Gabriela Mistral nunca parió un hijo pero fue la voz protectora del pobrerío, de la tierra y del indio. Si bien la madre no es un ser sustituible existen otras formas también de serlo. Velar o cuidar son cualidades que se pueden extender a todo quien lo necesite. Siempre y cuando la mujer lo ejerza, porque ella está llamada a hacerlo, �[...] sea profesional, obrera, campesina o simple dama, su única razón de ser sobre el mundo es la maternidad, la material y la espiritual juntas, o la última en las mujeres que no tenemos hijos�(259).

     Esa pasión femenina por atender las urgencias de la gente que le rodea es inherente a ella, ya que su condición de madre se traduce en un constante cuidado por mitigar el dolor no sólo de sus hijos sino también del mundo entero. Para Gabriela es entonces la mujer la llamada a hablar del dolor ajeno:

     �Pienso que el ser que mejor recoja el dolor de las multitudes ha de ser una mujer, [92] porque lo reconoce como madre, duplicado siente los males de su carne y la de los hijos suyos. El hombre sólo padece en la carne propia�(260).

     Gabriela Mistral defiende hasta el cansancio su tesis de que el hijo pertenece a la esfera materna y no a la paterna. Durante toda su vida y a través de todos sus trabajos mencionó la inconstancia del padre.

     No sabemos si su tópico proviene de su historia personal -su padre, Gerónimo Godoy, abandonó la casa cuando Gabriela apenas tenía tres años-. Nos inclinamos a creer que es el resultado de una experiencia mixta. Porque la escritora trabajó en muchas escuelas rurales, y recorriendo buena parte de nuestro país, conoció de cerca que el hombre chileno tarde o temprano, literalmente o no, abandona a su mujer y ésta tiene que hacerse cargo de los hijos, el sustento y todas las obligaciones de subsistencia.

     Fernando Alegría, quien compartió muchas veces con la escritora en ámbitos más cotidianos, escuchó la crítica que Gabriela ponderaba al otro género: �La figura del desertor se transformó en un mito y Gabriela llegaba a enardecerse hablando de la triste condición de la mujer paria en Chile, mientras culpaba al varón con terribles anatemas. La escuché decir estas cosas varias veces y advertí que era imposible rebatírla: no aceptaba argumentos [...]. El hombre del pueblo se va, insistía; deja a su mujer y a sus hijos abandonados. Decía el hombre, pero pensaba en su padre�(261).

     Algunas costumbres nacionales que son mucho más fuertes en provincias como en las que se crió Gabriela Mistral le llevaron a decir que �[...] el salario del hombre, como el agua en secano, es absorbido en buena parte por la cantina, por el prostíbulo, por la riña de gallos y otras vergüenzas llamadas 'diversiones'. Y de este modo, el ultracampo vive un matriarcado increíble: �la familia está apuntalada por la horqueta diz que tan débil de la mujer!(262)

     Así es como Gabriela empieza a construir un mundo mujeril propio. A fuerza de ver que la mujer se las batía sola, creó -y describió- todo un universo en torno al hogar, donde el hombre más que faltara, sobrara. �[La] Mistral, [...] no podría haber sido [...] sino madre soltera. Imposible imaginarla casada, del brazo de su marido�(263). [93]

     No le costó mucho encontrar razones. Si bien la condición del embarazo margina de inmediato al hombre en un aspecto biológico, su distancia continúa posteriormente para finalizar en un completo desentendimiento, por una suerte de vocación masculina. Es como si fuera una tradición la despreocupación por el hijo, como si bastara con brindarle lo material y saltarse todos los momentos de convivencia, y destinar esos 'pequeños' menesteres a la madre.

     �El padre anda en la locura heroica de la vida y no sabemos lo que es su día. Sólo vemos que por las tardes vuelve y suele dejar en la mesa una parvita de frutos, y vemos que os entrega a vosotras para el ropero familiar los lienzos y las franelas con que nos vestís. Pero la que monda los frutos para la boca del niño y los exprime en la siesta calurosa eres tú, madre. Y la que corta la franela y el lienzo en piececitas, y las vuelve un traje amoroso que se apega bien a los costados friolentos del niño, eres tú madre, madre pobre, 'la tiernísima'�(264).

     Gabriela Mistral ama esos pequeños detalles porque configuran el alma universal de las mujeres. La paciencia, el sacrificio, la ternura, no son lisonjeos, son cualidades que lamentablemente han sido manoseadas, reducidas a �lugar común�.

     El ejercicio de la maternidad además de ser un modo de conciencia mística -extendible a una concepción de mundo- es una manera de perpetuar, perfeccionar y sustentar la raza y al pueblo.



Mujeres y mujeres

�Mi traza es como la de una cocinera de aldea frente a esas joyas, esas sedas y esos terciopelos...�(265)

     A principios del siglo XX surgió un tipo de mujer de clase alta que comenzó a iniciarse en la vida social de nuestro país y que por lo tanto, disfrutaba de una situación económica bastante holgada. Son, en palabras del escritor Fernando Alegría, �[...] Mujeres de sobria dignidad, de belleza espléndida, educadas en respetables tradiciones europeas, quienes, desdeñando el ambiente de burgués comercialismo en que se movían sus maridos, auspiciaban causas filantrópicas, proyectos literarios y artísticos [...]�(266). [94]

     Chilenas como Iris -seudónimo de Inés Echeverría, bisnieta de Andrés Bello-, Shade, Blanca Subercaseaux, Roxane o María Luisa Fernández Bascuñán -quien firmaba como �Monna Lissa� y fundó la �Unión Patriótica de Mujeres de Chile�-. Ellas conformaban el grupo de mujeres aristocráticas que se deleitaban con el culto de las artes y las letras en revistas de la época como Sucesos, Familia, Zig-Zag, Figulinas, Primose y Luz y Sombra.

     Influenciadas por los movimientos femeninos de Europa y Estados Unidos, las mujeres comienzan a organizarse. Así en el año 1915 Amanda Labarca Huberston crea y encabeza el �Círculo de la Lectura� y un año después es fundado por las mujeres de alta sociedad el �Club de Señoras�.

     La aristocracia chilena rodeó a la nueva poetisa. Sin embargo para Gabriela Mistral muy pocas de ellas fueron sus amigas (�[...] allá adentro nunca tuve entre mis numerosas amistades, sino una sola alma con quien hablar: la preciosa criatura que se llama Blanca Subercaseaux de Valdés. Nada más, nada más�.(267)). Si bien en un principio se entusiasmó con las tareas y afanes altruistas que prodigaba la burguesía, después se fue desencantando de ella y de los rumores que la acusaban de ser una 'trepadora' social.

     Un ejemplo fue su accidentado acercamiento a Iris, episodio que ocurrió en 1915. Iris comentó a una prestigiosa revista su iniciativa de crear un círculo de encuentro espiritual de mujeres, idea que gustó a Gabriela y así se lo hizo saber:

     �Señora: Desde hace 5 ó 6 meses, desde que leí una entrevista publicada en �Zig-Zag�, tengo como la obsesión de escribirle. Habló usted al que fue a verla de unos proyectos de asociación con fines de alta espiritualidad, y yo leí eso con una emoción enorme. Desde entonces he tenido pronta la hoja blanca para mandarle mi homenaje de admiración y mi ruego.

     �Siempre me detuvo el pensar que siendo yo nadie, mi palabra se perdería. Hoy me he decidido. Acabo de leer un maravilloso artículo de Annie Besant, y mi prejuicio lo he vencido con este pensamiento: yo no pido respuesta para esta carta, yo necesito decirle lo que sigue, nada más.

     �Necesitamos una asociación de la índole de la que usted habló al repórter. Sería esa la obra más alta que se haya hecho en Chile desde hace cinco o más años. Hay que abrir a la espiritualidad brechas más anchas en el vivir humano, en el arte, en la literatura, sobre todo, que está anegada en barros pesados. Usted y sólo usted puede y debe ponerse a la bella empresa. Hay mil almas indecisas; pero llenas de buena voluntad, [95] prontas al llamado, que irán hacia usted. No le hablo de mí, que nada significo; le hablo de muchas gentes en que estas cosas despiertan como un alba inmensa y dorada, y que usted reunirá a su sombra para trabajar. Esta voz ardorosa que le llega a usted desde una desconocida provincia, le dice -aunque sepa mejor de esto-, que la simple insinuación de sus proyectos prendieron entusiasmo y cariño en muchos espíritus. Cariño por usted que quiere prestigiar estas ideas con su luminoso nombre, por todos respetado.

     �Quisiera hablarle más, muchisímo más, pero el estar enferma, y el tener que escribirle con mi letra y no a máquina, la dificultad que tendrá para leerme, me hacen dejar de escribir. He dicho lo suficiente: que espero su obra, que la esperan muchos, que es usted quien ha de poner mano a ella; que el bien traiga todo esto echará lirios en su camino, bajo sus plantas finas. Con admiración y respeto:

                                    Gabriela Mistral.�(268)

     Lamentablemente Iris publicó la carta en la revista Sucesos, lo que produjo una mala impresión, no sólo por la orientación religiosa sino también porque se acusó a la poetisa de adular a las personas de la alta sociedad.

     A lo que Gabriela respondió: �[...] escribía Iris, escritora espiritualista, de mis mismos pensadores religiosos, no a doña Inés Echeverría, la gran dama, que no me interesa en absoluto en este carácter�(269).

     Además no todas estas mujeres tenían nobles intenciones, muchas de ellas se interesaban más por figurar que cultivarse intelectualmente y mucho menos, mostraron preocupación por la inmensa mayoría de mujeres parias de nuestro país. Desentendimiento que realmente enfurecía a Gabriela Mistral.

     Ella parecía concebir una suerte de contradicción vital entre los valores supremos y los valores banales provenientes de lo fastuoso. Su afán de simpleza y austeridad, las acercaba más a la mesura y a la belleza sincera y cruda de la naturaleza. �Cuando usted viva en el campo se reconquistará a sí mismo, y vivirá vida altísima, la vida que se vive cuando se está a solas con su corazón. No tiene el mundo nada mejor que esta exaltación espiritual que dan el arte, la naturaleza, los sentimientos soberanos. Cuando se llega a comprender esta verdad, todo lo demás: sociedad, chiste mundano, faldas empingorotadas de mujeres, se les mira desde el margen del camino, se les ve pasar con una sonrisa fría entre los labios�(270). [96]

     Este sentimiento de enajenación llevó a Gabriela a ser durante toda su vida consecuente con la sencillez, no sólo de apariencia, también de espíritu.

     Pero la aversión de la escritora por la concepción burguesa de enfrentar la vida, también se extendía a una serie de otras características propias de la condición, que son acusadas con humor y cariño al referirse, por ejemplo a la uruguaya Juana de Ibarbourou: �Le guardo la más cabal admiración literaria y no hay astilla que le saque a lo que le di en aprecio hace diez años. Pero ella, su persona, me gustan menos, y por una razón que lo va a hacer reír: es muy burguesa, pero muy burguesa. Sería cosa de un año contarles yo lo que llamo burguesa. Vaya no más este anticipo. Demasiado bien criada, incapaz de hacer un disparate, demasiado sagaz para este mundo�(271).

     Gabriela Mistral se juzgaba como un espíritu nuevo, libre de compromisos formales y ajena a las costumbres sujetas a la obligación. Ella obedecía a sus propias tradiciones, a sus propios compromisos.

     Es bueno recordar también que la primera década del siglo fue una época turbulenta socialmente producto del clima entre guerras, lo que en Chile provocó una fuerte ansia de transnacionalizar al país, con miras a Europa y Estados Unidos.

     Fue un tiempo de viajes, de figurar junto a otras mujeres de alta sociedad la que, ya cerca del final de su vida -1951-, hizo caer en cuenta a Gabriela Mistral en reflexión con Eduardo Frei Montalva, por qué en Chile no se asimiló su forma de ser, por qué se le rechazó, por qué no se la sentía como propia: �Hay en Chile, amigo mío, una tal pasión de lujo y mundanidad que me asusta desde hace años [...]. Al saludarles me doy cuenta que en mi traza es como la de una cocinera de aldea frente a esas joyas, esas sedas y esos terciopelos[...]. He entendido muy tarde el desprecio que tuvo mi país de mí, mujer mal vestida�(272).



Abandono del hogar

     La mujer burguesa y la mujer liberal que ingresa al ámbito del trabajo son el sinónimo de la �mujer nueva�, aquélla que en el siglo XX ha encontrado fuera de la rutina del hogar el mundo -social y laboral- que le había sido prohibido, donde había reinado con poderes absolutos hasta ese entonces el hombre. [97]

     Con alboroto la mujer comienza a participar codo a codo con el hombre; feliz de saberse �productiva� en un campo donde los alicientes son materiales y mejor vistos por la sociedad. Dos factores que van alimentando su autoestima.

     Son tiempos entonces de exaltada expectación. Sin embargo nuestra escritora preveía que después de esta excitación primera, vendría la consecuencia de que la mujer al alejarse de las labores hogareñas, abandonara tras de sí también a los hijos: �La participación, cada día más intensa, de las mujeres en las profesiones liberales y en las industriales trae una ventaja: su independencia económica, un bien indiscutible; pero trae también cierto desasimiento del hogar, y, sobre todo, una pérdida lenta del sentido de la maternidad [...]. El descenso, imperceptible pero efectivo, que se realiza desde ellos hasta nosotros me parece un triste trueque de firmes diamantes por piedrecitas pintadas, de virtudes máximas por éxitos mundanos; diría más: una traición a la raza, a la cual socavamos en sus cimentos. Puede haber alguna exageración en mi juicio; pero los que saben mirar a los intereses eternos por sobre la maraña de los inmediatos verán que hay algo de esto en la 'mujer nueva'�(273).

     Se evidencia otra vez el pensamiento vigía de la escritora. Gabriela Mistral acusa que el espacio natural de desarrollo femenino es el hogar, no el hogar en sí mismo -que no se malentienda a Gabriela- sino la vigilancia amorosa de la niñez.

     No se puede caer tampoco en el error de creer que ella niega a la mujer las puertas del trabajo; lo que sí le molesta son esas mujeres que no teniendo la necesidad de ganar dinero -e incluso rodeadas de lujos-, se dejan seducir por los grandes salones y buscan reinar como la mejor 'danzadora de charlestón' (�La escuela nueva en nuestra América�).

     Son esas mujeres las que conciben al niño por un mandato social del matrimonio, para luego abandonarlo a otros que lo críen, para bien o para mal, dependiendo de la suerte voluble que se da lejos del amparo materno.

     �Con aquella legión de madres ricas, que han entregado sus niños a todos los extraños para que hagan de ellos lo que les plazca, a la niñera, a la maestra mala, a la calle todopoderosa, con tal de seguir los espectáculos estúpidos de la estación y hacer la 'gran dama 1950', con ésa no hay nada que hacer; fue una máquina que, a su pesar, entregó un niño, pero que no muda el niño en hijo(274).

     Gabriela antepone a este concepto de 'mujer nueva' y 'mujer burguesa', el término de mujer �primitiva� o �no emancipada� y el rasgo [98] que diferencia a ambas es el grado de compromiso que presentan ante el cuidado del niño.

     Si bien muchas mujeres deben mantenerse fuera del hogar para trabajar, lo que a Gabriela -por lo visto y vivido- le consta en carne propia, no se desentienden de su rol fundamental y cargan a los hijos al lugar de trabajo para compartir con ellos, vigilando de reojo sus juegos infantiles mientras cumplen otros menesteres. Esta mujer aunque trabaje sigue siendo la 'no emancipada' y levanta en Gabriela un sentimiento de admiración y comprensión total.

     En cambio la otra, la 'burguesa' le despierta el desprecio: �No hay que olvidarse que ésta es la misma madre que suele llevar a la escuela un niño de tres años, haciendo cualquier fraude con la edad para que se lo acepten y la deje en paz. Dicen que la mujer primitiva se diferencia de la civilizada en que aquélla era dos tercios del hijo y uno del padre, y que ésta es dos tercios del padre y uno... de la ciudad que la viste y la calza bien en sus almacenes ilustres�(275).

     Para Gabriela existe un compromiso maravilloso de no sólo concebir al hijo, sino también de cobijarlo.

     Pero existen amenazas para ese ciclo 'sagrado', porque �Nuestro mundo moderno sigue venerando dos cosas: el dinero y el poder[...]�(276) escribe Gabriela en el libro �Magisterio y Niño�.



El estilo de Amanda Labarca

     A propósito del poder, es bueno hacer un paréntesis para describir una situación que marcó a Gabriela Mistral durante sus años de vida en Chile y que luego mencionaría como uno de los pretextos para no querer volver.

     Durante los años en que Gabriela Mistral ejerció su docencia en Chile, tuvo muchos problemas con funcionarios del Ministerio de Educación, varios de la cúpula masónica y con quien -para ella- estaba detrás de todos estos roces: Amanda Labarca.

     Amanda Labarca (1886-1975), profesora y escritora, realizó sus estudios de castellano en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Al parecer los problemas entre Amanda Labarca y Gabriela Mistral se inician el año 1912 mientras Gabriela trabaja como profesora de Geografía y Castellano en el Liceo de Los Andes. Así se descubre en los epistolarios de Gabriela: �Vino después una disputa entre los esposos G. M. y yo, porque querían alojarme cuando yo bajaba de [99] Los Andes a Stgo. Yo prefería quedarme en una pensión modesta en calle Nataniel. Por ese tiempo la Magíster masona también, A.[manda] L.[abarca] H.[ubertsone] quiso tomarme bajo su protección. Nada le acepté y desde allí viene su odio eterno y nunca aplacado�(277).

     Luego vendría lo que la misma Gabriela llamó la 'batalla' por el Liceo 6 de Santiago. En la disputa por el cargo, Gabriela como independiente, sufrió las intrigas y conspiraciones de la masonería (�Conmigo nadie gana cosa alguna. Y en cambio gana mucho con el apoyo de la masonería-reparte-prebendas�(278)).

     Gabriela venía de trabajar como Directora del Liceo de Temuco para postular al mismo cargo en el Liceo 6. Pero al parecer ese puesto resultaba bastante apetecible porque de él provinieron varios roces, los que llevaron a la poetisa a aceptar de inmediato la invitación de José Vasconcelos, Ministro de Educación Pública, para participar en la Reforma Educacional de México.

     La misma Gabriela narra el episodio: �Cuando ocurrió 'la batalla' por el Liceo 6, cuando la Masonería salió de sus casillas y su Gran Maestro, mi amigo Guzmán Maturana, me llamó para decirme que me retirase de la lucha porque aquélla, la Masonería, de la cual era el Gran Maestre, había dado ese cargo a Josefina Day, casada -mal-casada- con masón, yo supe qué era ese gran Misterio operante y gobernante. Entonces, apareció en mi vida Torreblanca, masón y Sub-Sec. de Inst. Pública. Nunca entenderé la razón de su protectorado. Hizo mucho, parece; me informaba de la 'empresa', de la 'batalla' que contuvo cosas inefables, incluyendo amenazas de apedreo, y más, registros de mi archivo de cartas hechos por hombres que entraban cuando yo salía y hurgaban en mi Bibliot., mis archivadores, mi cuarto de dormir, etc.�(279)

     Aun cuando Gabriela Mistral obtuvo la jefatura del Liceo N�. 6 las rencillas continuaron. Al parecer era ahora la misma Amanda Labarca quien solicitaba el puesto. Gabriela contó a Eduardo Barrios que se le propuso un traslado a Valparaíso para trabajar en el Liceo N�. 1 de esa ciudad. Gabriela rechazó el traslado colocando su cargo a disposición del Ministro de Instrucción Pública, de ese entonces, amigo oficial de Amanda Labarca.

     [...] �Yo vi clara una intriga detrás. Creo que existió y que fue de la Amanda.

     �Callé, pero vi claro que mi situación en Santiago era vidriosa.

     �Usted sabe cómo llegué al Liceo 6. Me prometí al entrar a la casa no durar sino el tiempo necesario para probar a mis enemigos que podía organizar un liceo, así como había reorganizado dos. Viví un año recibiendo [100] anónimos de insultos y oyendo de tarde en tarde voces escapadas de la campaña.

     �Me traje en el corazón estas cosas. No sé olvidar y ahora viene a añadirse otra�(280).

     La �otra� ocurre cuando ya está fuera de Chile. El Presidente de la República, Arturo Alessandri, durante una visita de José Vasconcelos a Chile confidenció que Gabriela Mistral no era la mejor representante de la enseñanza femenina del país pero sí lo era la señora Amanda Labarca, quien la aventajaba en títulos y reconocimiento oficial.

     �[...] Alessandri declaró a Vasconcelos, cuando yo estaba en México, 'el error suyo de haberme llevado allá, en vez de la A.L.H.' Y en el banquete que le dio luego, se la presentó, insistiendo en lo mismo y sentándosela al lado. Al irse, Vasc. le dijo: 'De éstas, tenemos en Méx. muchas y de más, pero la que me llevé es diferente y rara'. Él me lo contaba riendo...�(281)

     El comentario del Presidente hirió de por vida a nuestra escritora. Nunca lo olvidó. Incluso este sentimiento de pesar lo podemos recoger todavía en 1952 en carta a los Tómic Errázuriz: �[...] Alessandri, hombre que también me detestó, gracias al trabajo de la incansable y tremenda A.L.H.�(282)

     La fracción masona del Ministerio de Educación se convirtió para Gabriela Mistral en un círculo corrupto de poder y de mucho compadrazgo que enturbió las aguas de la educación.

     Mala impresión se llevó del desempeñó administrativo del sistema educacional chileno. Una mala impresión y muy pocas ganas de volver: �Y yo no iré a vivir entre la mafia pedagógico-masónica...�(283)



El movimiento feminista liberal

     Gabriela Mistral tiene una serie de artículos donde recoge su pensamiento sobre el movimiento femenino chileno que se inicia en la lucha por la reivindicación de los derechos de la mujer.

     Cerca de cinco recados se refieren al tema, muchos de ellos los encontramos entre los años 1925 y 1928, la mayoría en El Mercurio de Santiago. [101]

     Mostró en este tema, como en otros tan importantes durante su vida, una posición independiente, completamente fiel a sus pensamientos sin ninguna consideración a la voluntad bulliciosa de la mayoría. Especialmente cuando la efervescencia empezaba a pecar de intransigente.

     Aunque Gabriela Mistral defendía el derecho a sufragio, encontró que el feminismo chileno carecía de organización y preocupación social.

     Como primera crítica se queja de la carencia de juicio y falta de objetividad: �[...] el género más común en el feminismo: el que se bate a pura sentimentalidad en una liza donde sobran las lágrimas. Es raro de disfrutar en la masa de las sufraguistas el caso de la conciencia lisa y llana�(284).

     Para Gabriela ciertas feministas son mujeres alborotadas, cegadas por abrirse paso en el mundo masculino a como dé lugar, sin un programa consciente, serio y acorde a las necesidades reales de la mujer.

     Gabriela las mira con distancia: �El feminismo llega a parecerme a veces, en Chile, una expresión más del sentimentalismo mujeril, quejumbroso, blanducho, perfectamente invertebrado, como una esponja que flota en un líquido inocuo. Tiene más emoción que ideas, más lirismo malo que conceptos sociales; lo atraviesan a veces relámpagos de sensatez, pero no esta cuajado; se camina sobre él como sobre las tembladeras, en las cuales el suelo firme apenas se insinúa. Mucha legitimidad en los anhelos, pureza de intenciones, hasta un fervor místico, que impone el respeto; pero poca, �muy poca! cultura en materias sociales�(285).

     Continuará denunciando la excesiva emotividad que las nubla: �En el campo sentimental no puede mantenerse; para el sentimiento esta la vida individual, y las mujeres han decidido abandonar el pliegue tierno de la casa�(286).

     Este desborde 'emocional' con que enfrenta la mujer su entrada al mundo masculino le crea compasión, a final de cuentas, lo único que buscan es la equivalencia al rol masculino. Desean que la mujer realice todas las labores que ejecuta el hombre, a como dé lugar y como se den las circunstancias.

     Para nuestra escritora, dentro del feminismo liberal �Hay un lote de ultra amazonas y de walkirias, elevadas al cubo, que piden con un arrojo que a mí me da mas piedad que irritación, servicio militar obligatorio, supresión de vestido femenino y hasta supresión de género en el lenguaje...�(287) Cosa absurda porque �No necesita, pues, [102] dar el salto hacia los oficios masculinos por la pura bizarría del salto, ni por el gusto insensato de la justa con el hombre�.(288)

     Para Gabriela Mistral, el hecho de trabajar nunca fue concebido como un 'logro', sino la cosa más natural del mundo: las mujeres de Chile siempre han trabajado. Le parece entonces una locura que estas feministas burguesas ahora se adjudiquen como propio el ingreso de las mujeres al mundo laboral: �En Santiago, al margen de los meetings feministas, la mujer ha forzado ya todas las puertas de hierro forjado que eran las profesiones [...]�(289).

     Este juicio displicente a las conquistas feministas también se debe a que este movimiento ha marginado a la masa femenina obrera y campesina. Por ejemplo, uno de los nuevos organismos como el �Consejo Nacional de Mujeres� creado por Amanda Labarca e Isaura Dinator de Guzmán en 1918, no incluyó al sector más pobre y desprotegido de Chile.

     En relación a él, Gabriela Mistral cuenta: �Hace años se me invitó a pertenecer a él. Contesté, sin intención dañada: 'Con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras, y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relieve las tres clases sociales de Chile'�(290), porque para ella �La clase trabajadora no puede alcanzar menos de la mitad de representantes en una asamblea cualquiera; cubre la mitad de nuestro territorio, forma nuestras entrañas y nuestros huesos. Las otras clases son una especie de piel dorada que la cubre�(291).

     Una organización que cojea de esta forma no puede preciarse de ser una voz para las chilenas. Se trata de un movimiento emancipador burgués, que no considera el universo total del mujerío. Es un resultado que se comprende además en el contexto social que cita Gabriela: �Purgamos la culpa de no habernos mirado jamás a la cara, las mujeres de las tres clases sociales de este país�(292). Existe en la burguesía una ausencia social en las urgencias económicas de las clases populares.

     Este feminismo es entonces un alborotado movimiento de la clase pudiente chilena que Gabriela trata, a través de su palabra crítica y denunciante, de colaborar en su mejoría.

     Por un lado acusa: �Hasta hoy el feminismo de Chile es una especie de tertulia, más o menos animada, que se desarrolla en varios barrios de la capital. Es débil por [103] desmigajamiento, y aunque ya cuenta algunos éxitos, no puede ser equiparado todavía con los movimientos respetables de opinión que se desarrollan en el Uruguay (para nombrar un país hispanoamericano)�(293).

     Pero a la vez, incentiva: �Elija, pues, un puñado de mujeres llenas de voluntad cívica, y vaya haciendo con ellas la unificación del feminismo, que mientras éste sea como la hierba rala del campo, se secará sin haber sustentado. La ayudaremos hasta las que no hemos adoptado oficialmente el feminismo por pecado tomasino: todavía no da prueba en grande... La ayudaremos sin embargo�(294).

     Gabriela es entonces una feminista con reservas, dispuesta a colaborar en tanto se geste un verdadero movimiento feminista chileno, que no sólo consiga darle el voto a la mujer junto a otras reivindicaciones, sino también que ampare a toda la población femenina con un responsable y maduro actuar, y que finalmente -como ya se nos hace común en el pensamiento de Gabriela Mistral-, no abandone la vigilia infantil:

     �Una ingeniosa señora española me decía una vez, hablando sobre feminismo: Este abandono parcial o absoluto de los hijos y los enfermos, al hacer el trueque grotesco de la faena femenina, pediría la creación de un tercer sexo, que recogiese lo que el segundo empieza a rechazar. Faltaría el ángel -añadí yo- que recibiera el despojo precioso de los niños. Como el ángel sigue arriba, no queda sino hacer un pacto con los rebeldes, creándoles un lucro dentro de su reinado legítimo y dándoles, a la vez que salario, ocasión de piedad�(295).



Las reivindicaciones de la mujer

     El pensamiento de Gabriela Mistral no deja de ser adelantado aun para nuestra época. Por ejemplo, esas alborotadas discusiones sobre la jerarquía de uno u otro sexo son conversaciones que no merecen consideración para ella: �[...] este tiempo que vivimos es del hombre y de la mujer con los dos hemisferios, el emocional y el activo�(296).

     Gabriela configura el pensamiento de su mujerío sin ninguna dificultad, porque ya existía, ya tenía vida. Desde siempre ha existido el mundo femenino, concebido en base a cualidades propias y lejos de la hegemonía masculina. No es necesario por lo tanto, buscar la equidad, sino que buscar la 'reivindicación' [104] de nuestros espacios. Muchas veces Gabriela no solicitó estas demandas al hombre, sino también a la mujer; para ella, además de leyes y preceptos, importan las costumbres y creencias: si las mujeres no se consideran a sí mismas, difícil será incluir al resto en esta lucha.

     Más que buscar nuevos espacios para la mujer, Gabriela busca la legitimización de esos espacios, lo que por supuesto, no dista ni un trecho de su preocupación principal: los hijos. Por eso Gabriela no discrimina entre los derechos de las mujeres y de los niños. Muchas veces éstos convergen para lograr un mismo objetivo.

     De hecho los derechos de las madres son más bien derechos para el niño. Así lo hizo saber a las mujeres mexicanas: �Madre mexicana: reclama para tu hijo vigorosamente lo que la existencia debe a los seres que nacen sin que pidieran nacer. Por él tienes derecho a pedir más alto que todas, y no debes dejar que tu reclamo suba de otras bocas. Pide para él la escuela soleada y limpia; pide los alegres parques; pide las grandes fuentes artificiales y las fiestas de las imágenes, en el libro y en el cinema educador; exige colaborar en ciertas leyes [...]�(297).

     Se vuelve entonces a cerrar el círculo mujeril con el niño dentro. Es un destino no susceptible de modificar. Pero no sólo es la mujer quien debe proteger al niño: es en relación al niño por quien se debe proteger a la mujer. Que nadie destruya este complemento.

     �4- 'Derecho del niño a la educación maternal', a la madre presente, que no debe serle arrebatada por la fábrica o por la prostitución a causa de la miseria. Derecho a la madre a lo largo de la infancia, a su ojo vigilante, que la piedad vuelve sobrenatural, a su ímpetu de sacrificio que no ha sido equiparado ni por el celo de la mejor maestra. Cuando menos, si la madre debe trabajar, derecho a que el niño la tenga a su alcance por medio del trabajo en el hogar.

     �Creación por el Estado de las cooperativas que permiten adquirir la pequeña máquina manual y doméstica posible, dentro de muchas industrias. Formación por las llamadas clases dirigentes, de fuertes instituciones o ligas de mujeres que impongan al comercio la manufactura doméstica.

     �Y si ni aun esto fuera viable en nuestros países mal organizados que no quieren crear tradiciones nuevas por respeto a tradiciones perversas, derecho a que la madre trabaje fuera del hogar en faenas suaves que no hagan de ella antes de los treinta años la bestia cansada y triste cuyo tercer hijo ya no recibe una leche vigorosa�(298). [105]

     Con lenguaje preciso se conjuga el canto del poeta con el clamor político-social: �Que la mujer sea la que pide por las calles, el 'techo', sin el cual aquello del 'hogar' es sólo un mote de oratoria de mentirijillas�(299).



Defensa del niño ilegítimo

     El hogar, el niño y la madre, son los protagonistas reiterados en el pensamiento mistraliano en nuestro tópico de la mujer.

     Estos elementos se repiten a medida que se asimilan sus experiencias infantiles con la vida adulta. Ella creció con la idea del abandono masculino y se enfrentará también con la realidad de la madre soltera.

     Su madre, Petronila Alcayaga, conoció a Gerónimo Godoy -padre de Gabriela- ya con una hija, y se presentaba como una viuda, una viuda que no era en verdad. Como escribe Teitelboim: �Viuda no era, porque no se había casado antes. Joven sí, aunque no exageradamente. Tiene una hija natural de 11 años llamada Emelina�(300).

     También se irá dando cuenta que esta 'vergonzosa' situación era una realidad cotidiana en el Valle de Elqui y en las ciudades de América. En Santiago por ejemplo �[...] hacia 1900, y sobre todo en los distritos pobres, casi los dos tercios de los nacidos constituían casos de niños 'huachos'(301). Paradójicamente, era también una de las peores afrentas que podía sufrir una mujer ya que recibía a cambio el rechazo social y jurídico: su hijo siempre sería un 'huacho', alguien marcado por el deshonor.

     Gabriela una vez más alza su voz en defensa de los desprotegidos, ahora por el niño ilegítimo: �[...] haz que limpien de vergüenza al hijo ilegítimo y no le hagan vivir paria en medio de los otros hijos felices [...]�(302).

     En relación a esta posición de Gabriela Mistral sólo es necesario referirse a su artículo n�. 6 de los Derechos del Niño:

     �Derecho del niño sudamericano a nacer bajo las legislaciones decorosas, que no hagan pesar sobre él durante toda su vida la culpa de sus padres, sino bajo códigos o profundamente cristianos o sencillamente sensatos, como los de Suecia, Noruega y Dinamarca, en que el Estado acepta al hijo de la madre desgraciada como un miembro [106] más del cual espera, al igual que de los otros, cooperación y enriquecimiento. Así recibid Chile ni más ni menos que el don de su independencia de don Bernardo O'Higgins�(303).



Crítica a la escuela normalista

     Dentro del objetivo de reivindicar a la madre en favor del niño, mucho tiene que ver el papel educativo de esta. La pedagogía de la mujer-madre dista mucho del papel encarnado por los profesores y su escuela llamada Normalista.

     La madre enseña con libertad, con 'carisma'. Ella habla de sensaciones, creando un paralelo con la realidad. Ella no construye abstracciones en el vacío. Gran contradicción con el papel pedagógico del profesor normalista. A partir de la comparación dice a la madre: �Tú ponías la enseñanza sobre esa como cera dorada del cariño; no hablabas por obligación, y así no te apresurabas, sino por necesidad de derramarte hacia tu hijita, y nunca le pediste que estuviese quieta y tiesa como una banca dura, escuchándote. Mientras te oía, jugaba con la vuelta de tu blusa o con el botón de concha de perla de tu manga. Y este es el único aprender deleitoso que yo he conocido, madre�(304).

     A nuestro parecer aquí se lanza una gran artillería en contra de la imagen casi beata de Gabriela como docente, y de la cual se hace hincapié en las aulas.

     Uno de los reservados valores de Gabriela Mistral como pensadora-educadora se revela en la recopilación �Magisterio y Niño�. Su metodología para enseñar se separa a distancia de años luz de las grandes cátedras a las que nos ha tenido acostumbrados la gran escuela normalista. La imagen de Gabriela que desde niños se nos ha revelado como un monumento a la rígida educación, se nos acerca hoy a pasos livianos, criticando lo obtuso del sistema:

     �[...] la escuela, la de hoy, entrega almas sin frescura, agobiadas por un cansancio inútil.

     �Quiere anticipar en el niño el interés intelectual, dándole ideas, antes que sensaciones y sentimientos. Le hace, en la gramática, el hastío de la lengua; en la geografía, le diseca la Tierra; en las ciencias naturales, clasifica antes de entregar la alegría de lo vivo; en historia, en vez de cultivar la crítica, forma los dogmas históricos, los muy burdos dogmas históricos�(305). [107]

     No sirven esos extensos discursos jerárquicos donde un profesor entrega conocimientos en abstracto al educando, porque �Si las Normales atribuyesen al genio oral los subidos quilates que él tiene en el ejercicio escolar; si entendiesen que manejar niños es ganarlos, adueñándose de ellos por la hebra solar del habla donosa, la resistencia suya en la batalla escolar se fundiría y el clima de la sala de clase, que es de fastidio o de tensión, mudaría por completo como por ensalmo�(306).

     Esta es la crítica de nuestra escritora, quien de niña se vio imposibilitada de seguir los cursos reglamentarios en la escuela Normal de La Serena por la discriminación que sufrió debido a sus primeros escritos en diarios de la época:

     �Mis estudios en la Normal de La Serena me los desbarató una intriga silenciosa con la que se buscó eliminarme por habérseme visto leyendo y haciendo leer algunas obras científicas que me facilitaba un estudioso de mi pueblo: Don Bernardo Ossandón, ex director del Instituto Comercial de Coquimbo. Ya escribía yo algo en el diario radical El Coquimbano y solía descubrir con excesiva sinceridad mis ideas no antirreligiosas, sino religiosas en otro sentido que el corriente. Achaqué lo que me ocurría a muchas cosas, menos a la verdadera. Hace muy poco la ex directora de la escuela, hoy mi amiga, me contaba que el profesor de religión del establecimiento fue quien pidió que se me eliminara como peligrosa. No salí expulsada; se me permitió rendir mis exámenes hasta finalizar mis estudios�(307).

     Así se convirtió en una buena autodidacta y en una permanente vigía de los métodos educacionales establecidos, que pocos recuerdos satisfactorios traen a mente a los chilenos.

     �No creo en los métodos escolares de Chile respecto de la formación de la mente en el estudiante. Ellos son enteramente superficiales; las materias que dan -y en abundancia- 'corren como el agua por los tejados'. Toda formación verdadera que he conocido en las gentes era en el fondo un autodidactismo�(308).



Reformas que ayudan a la mujer

Igualdad de salarios

     Gabriela Mistral, a fuerza de ver la situación de la mujer trabajadora no se extralimitó al pedir en voz alta la igualdad de salarios. No fue un pedido [108] gratuito, ni mucho menos una candorosa solicitud. Fue el resultado de encontrarse con tanta mujer que laborando en las mismas condiciones que los hombres, ganaban un sueldo dos o más veces inferior.

     Para Gabriela, como ya hemos dicho, no es una novedad de inicios de siglo la incorporación de la mujer en la vida del trabajo, como sí lo era para las feministas burguesas. Pide que no hagan oídos sordos a la injusticia salarial: �La reforma que el feminismo debe clamar como la primera, es la igualdad de los salarios, desde la urbe hasta el último escondrijo cordillera no(309).

     Las feministas que estaban más preocupadas de conseguir nuevos logros como el voto y el ingreso a las organizaciones masculinas, no habían considerado a la capa pobre del mujerío y dentro de ella, a la mujer que trabaja, su situación salarial y sus oficios, muchos de ellos sacrificados y denigrantes. A las feministas les importaba 'conseguir' y no buscar soluciones a los problemas ya existentes de la mujer. Le imprimieron un carácter de 'élite' a la lucha feminista.

     �Sin más razón que el ser mujer y no llevar encima el gallardete del voto, ni allegarse a la urna sacra, la trabajadora del campo, en varios países tropicales, gana la mitad, en otro los dos tercios de la paga varonil. No es que, por la famosa flaqueza del cuerpo mujeril, ella haga menos de las diez horas usuales; tampoco es que la muy leal sepa poco de las siembras, riegos y siegas a mano o que recolecte menos fruta que su marido o su hijo mayor; en el cargar de bultos a su espalda, como el mulo o el asno, hasta en eso, la buena soportadora, iguala en varias partes a los varones: ella acarrea la leña a la hacienda o transporta la alfarería a los mercados con una fortaleza que asombra. Menos aún se trata de que, en la vida durísima de pradera, de sabana, de bosque o de risqueras cordilleranas, este ser haga la regalona, la consentida, o la mañosa, o la 'niña de manos rotas' [...] se trata de un trabajo castigado con el corte de una rebaja absurda por una especie de tabú sexual: la mujer, a causa de su inferioridad de músculo y hueso, 'tiene que hacer menos', según el decir que corre del Caribe a la Patagonia, y debe ganar a medias o a tercias�(310).

     Esta situación que va en perjuicio de la mujer va también en desmedro del hijo, porque muchas veces esta madre es la jefe de hogar explícita o implícitamente. Es lo que más le preocupa a Gabriela: que los niños humildes sean al final de cuentas los más perjudicados, ya que dependen del sueldo menguado de la madre.

     Es importante regular la igualdad de salarios porque siempre �El degollado salario mujeril corresponde a una fémina india o negra que tiene virtudes [109] mayúsculas y defectos menores: ella rara vez bebe y no es la cliente de aquellos bares donde hieden pulques y aguardientes de patata y madera. Los dineros suyos así sangrados representan, en el bohío y la pocilga, la sopa sin color ni sabor [...]�(311).

     Gabriela Mistral habla porque conoce. Todo lo que haga referencia a la mujer ya lo sabe. Su convicción proviene de su vivencia: fue una escritora que no se alejó nunca de sus orígenes y de todo lo que palpó en su tierra del Valle de Elqui y así lo hará saber durante su vida a todas las personas que tengan las facultades políticas para enmendar las desgracias.

     Por eso le molestará que estos políticos se muestren ciegos ante una verdad que brota de todas los rincones de Chile: �[...] lo que no se entiende es que el legislador no sepa todavía que esa obrera suele trabajar para tres creaturas y que éstas suelen ser un marido ebrio o gandul y dos críos suyos [...]�(312).



Legislación que divida el trabajo por sexos

     Sus palabras fuertes continúan hablando de las materias laborales que atañen a la mujer. Gabriela mostrará -o más bien, demostrará- a través de dos recados la viabilidad de la integración de las mujeres burguesas al mundo del trabajo. Está bien que comiencen a trabajar, pero sería óptimo si hicieran una discriminación de los trabajos a los que están ingresando.

     Lo anterior es la tesis básica de sus dos recados: �Una Nueva Organización del Trabajo I� y �Una Nueva Organización del Trabajo II�, ambos publicados en el diario El Mercurio de Santiago; el primero apareció el 12 de junio de 1927 y el segundo siete días después, en respuesta a la polémica suscitada por el anterior.

     Gabriela en uno de estos textos vuelve a repetir: �Yo no creo hasta hoy en la igualdad mental de los sexos [...]�(313) y según este emblema construye su teoría -esta vez- de cómo han de ser las profesiones.

     Si no existe una igualdad ni física ni mental, es una locura esperar que ambos trabajen bajo las mismas condiciones. �Y hay unas derechas femeninas que siguen creyendo que la nueva legislación debe estar presidida por el imperativo que da la fisiología y que puede traducirse más o menos así. La mujer será igual al hombre cuando no tenga seno para amamantar y no se haga en su [110] cuerpo la captación de la vida, es decir, algún día, en otro planeta, de esos que exploran los teósofos en su astral...�(314)

     En �Una nueva organización del trabajo (I)� expone el error que están cometiendo las 'nuevas' mujeres. Quizás sea producto de la inmadurez: �[...] ella ha querido ser incorporada, no importa a qué, ser tomada en cuenta en toda oficina de trabajo donde el dueño era el hombre y que, por ser dominio inédito para ella, le parecía un palacio de cuento�(315). Porque �[...] antes de celebrar la apertura de las puertas, era preciso haber examinado qué puertas se abrían, y antes de poner el pie en el universo nuevo de las actividades mujeriles había que haber mirado hacia el que se abandonaba�(316).

     Ese 'universo' que es abandonado por la mujer-madre es su hogar, entendido no como el lugar físico sino como el amparo de los niños, y que sólo ella puede realizar.

     Gabriela Mistral piensa que la mujer es un ser destinado a velar por la infancia, porque sus diferencias con el hombre son justamente los elementos potenciales para el cuidado de los niños. Su emocionalidad, su dedicación, su 'humanidad' y ternura son cualidades inherentes al ser materno que no se deben desnaturalizar. Bajo este postulado, Gabriela elaboró la clasificación que divide el trabajo según el sexo. No está de más decir que esta diferenciación ganó el rechazo del feminismo burgués militante.

     Aquí va íntegra su proposición:

     Grupo A: profesiones u oficios reservados absolutamente para hombres, por la mayor fuerza material que exigen o por la creación superior que piden y que la mujer no alcanza.

     Grupo B: profesiones u oficios enteramente reservados a la mujer por su facilidad física o por su relación directa con el niño.

     Grupo C: profesiones u oficios que puedan ser servidos indiferentemente por hombres o mujeres.

     La primera rama sostiene frutos de contraste: el oficio brutal, a la vez que una especie de faena que podría llamarse de dirección del mundo. Aquí quedarían desde el obrero del carbón hasta el Aristóteles, consejero filosófico y político de los pueblos.

     La segunda estaría encaminada a barrer al hombre de las actividades fáciles en las cuales se afemina, pierde su dignidad de varón y aparece como un verdadero intruso. [111]

     La última rama englobaría varias actividades que es imposible definir como masculinas o femeninas, porque demandan una energía mediana; éstas no entrañan para la mujer el peligro de agotarse ni para el hombre el de vivir de un oficio grotesco�(317).

     El segundo recado la llevó a ahondar en su tesis. No se podía dejar el anterior texto crecer por sí solo, pues había sido un balde de agua fría para las feministas chilenas.

     Para asimilar a Gabriela Mistral en su propia concepción feminista o en su apreciación del mundo mujeril es necesario entender que lleva su postura al extremo bajo su concepción del rol de la mujer en relación al niño, haciéndose extensivo a todo aquello que se asemeje a este carácter, o sea a todo lo que se aprecie necesitado de amparo. En este contexto hay que entender su pensamiento algo 'obtuso' de lo que tenía que ser el desempeño laboral de la mujer, algo que en nuestros días podría parecernos un absurdo en tanto su hermetismo es tajante.

     �La mujer no tiene colocación natural -y cuando digo natural, digo estética-, sino cerca del niño o la criatura sufriente, que también es infancia, por desvalimiento. Sus profesiones naturales son las de maestra, médico o enfermera, directora de beneficencia, defensora de menores, creadora en la literatura de la fábula infantil, artesana de juguetes, etc.�(318)

     El criterio de Gabriela tiene su explicación en el sentido de reivindicar a la mujer, con sus espacios y cualidades únicas y en paralelo al funcionar del hombre. Lo que hace la escritora, es trasladar esta convicción al papel moderno que la mujer está adquiriendo.

     �Existe alguna cosa sobrenatural en la faena que se hace por nosotras dentro del círculo blanco del niño. Lo digo yo con la experiencia viva en mis sesos y en mis manos. Cuando he escrito una ronda infantil, mi día ha sido verdaderamente bañado de gracia, mi respiración como la más rítmica y mi cara ha recuperado la risa perdida en trabajos desgraciados. Tal vez el esfuerzo fuese el mismo que se puso en escribir una composición de otro tema, pero algo que insisto en llamar sobrenatural, lavaba mis sentidos y refrescaba mi carne vieja�(319). [112]



Voto femenino en Chile

     Tras una historia de doce años (en 1937 fue presentada la primera moción en la Cámara de Diputados) fue finalmente otorgado a la mujer el derecho político a voto el 8 de enero de 1949, bajo el rótulo de Ley N�. 9292. Un trecho demasiado largo si se toma en cuenta que el recado de Gabriela Mistral a favor del voto femenino fue publicado en 1928.

     No se conjugó bien el pensamiento aventajado de la escritora con la tardanza de los procesos legislativos. Ella no sólo escribió sobre el voto femenino, se preocupó de hacerlo presente en el accionar político:

     �Ahora digamos algo del otro asunto que me falta en su hermoso libro. El tema del sufragio femenino, amigo Eduardo Frei, eso me falta. [...] Eduardo Frei, Ud. también nos olvidó, y este desliz en una mente tan escrupulosa como la suya, le declara a su amiga mejor que cualquier otro dato, la inefable despreocupación de nosotras que hay en las cabezas capitanas no sólo de Chile... sino del planeta. �Merecen Uds. un premio de olvido, una cruz de hierro aplicada a la más estupenda distracción! El pecado no debe avergonzarle por ser allí universal y por ser, probablemente, un atributo viril, según se ha visto en ingleses, franceses, españoles, etc. (habría que añadir todos los nombres gentilicios...)�(320).

     Para Gabriela Mistral el derecho a ejercer el voto era algo tan justo y normal que no merecía ser privado a la mujer. Por eso nunca se perdió en discusiones de este tipo, a menos que se tratara de reflexionar sobre el buen uso del voto.

     Esas tediosas discusiones de género en torno al sufragio femenino no la incentivaron más que a decir un par de frases, algo como que �El derecho femenino a voto me ha parecido siempre cosa naturalísima [...]�(321), o a reforzar su tesis con los postulados de la revolución francesa: �[...]desde que la revolución que llaman grande, clavó con picota rotunda el principio de representación popular, quedó por entendido que el voto correspondía... al género humano�(322).

     Lo que sí la comprometía a exponer con energía su pensamiento era la responsabilidad del voto, cualidad que aunque tampoco se la atribuía al hombre, sabía que la mujer estaba muy mal capacitada para ejercerlo con madurez. [113]

     En este sentido, compartió notablemente la posición de Victoria Kent, gran política española. Esta mujer se rehusó a otorgar a la mujer el voto, hasta que tuviera la suficiente instrucción en el tema. Con lo que se ganó el rechazo de las feministas, experiencia que Gabriela ya había sufrido en carne propia. Por su parte, Gabriela Mistral la apoyó y la defendió.

     �Ella no negaba, ni siquiera discutía, el derecho a voto de las mujeres. Pensamiento tan escrupuloso como el suyo no puede nutrir el concepto de un electorado eterno de hombres. Una mujer que ha hecho la jornada dantesca por los infiernos de este mundo, que se llaman niñez proletaria abandonada y niñez rural, y que se llaman, además, problemas judiciales y trabajo femenino pagados con salario de hambre, tiene que pensar en la creación de otra sensibilidad en el Estado entero, menester que cumplirá la única que trae unas manos puras y una conciencia no relajada de legislaturas.

     De puro fiel a sí misma y a la mujer en general, ella tenía en este trance 'ojos para ver y oídos para oír'. Se conocía la ignorancia de la masa femenina votante y pedía a las Cortes una pausa larga para la preparación del electorado mujeril. Victoria Kent resistió la embriaguez de vino generoso o de café negro que es la demagogia sufraguista sajona o latina; sabe que no se trata solamente de que las mujeres votemos, sino de que no lleguemos hasta este campo tremendo del sufragio universal a duplicar el horror del voto masculino analfabeto...

     Arribar con mejores prendas cívicas y, a ser posible, llevando una fórmula correctora del sufragio en general, era su intención sagaz. La mera obtención del voto y la satisfacción de la vanidad del sexo deben parecerle unas niñerías bastante atolondradas�(323).

     Creemos sin embargo, que el paradigma del voto femenino se mezclaba en la mente de Gabriela Mistral con su reiterado escepticismo político.

     El sistema legislativo del primer gobierno de Ibáñez (1927 a 1931) no le merecía mucha confianza. Hubiera preferido un Parlamento a base de gremios y no de personas ajenas a los trabajos que se realizaban a diario en el país.

     Postura que, por supuesto, se extendía al rol que la mujer debería cumplir en el sistema legislativo.

     �Yo no creo en el Parlamento de las mujeres, porque tampoco creo en el de los hombres. Cuando en ese Chile nuevo que me encontré a mi regreso y en que tuve el gusto de no creer, se hablaba de la nueva Constitución, yo acogí con mucha simpatía aunque poco o nada entiendo de ello, la proposición que hicieron dos maestros convencionales de un Parlamento a base de gremios�(324). [114]

     Y yendo aún más lejos: �Yo oiría con gusto a una delegada de las costureras de las maestras primarias, de cada una de las obreras de calzado o de tejidos, hablar de lo suyo en legítimo, presentando en carne viva lo que es su oficio. Pero me guardaría bien de dar mi tiempo a la líder sin oficio, que representa al vacío como el diputado actual, y en cuya fraseología vaga, no se caza presa alguna de concepto ni interés definido.

     La corporación confusa de hoy en que nadie representa a nadie no me interesa aun cuando contenga la mitad de mujeres. Dudo de que resulte una novedad medular ni una renovación de las entrañas nacionales bajo este régimen, en que el agricultor habla de escuelas y en que el abogado se siente con ínfulas para juzgar el universo...�(325)



�Valerse por sí sola�(326): una mujer instruida

     Gabriela Mistral fue autodidacta. Así aprendió a ser docente y a ser una de las grandes intelectuales de América. De niña mostró devoción por los libros, cualidad que históricamente comparten todos los escritores, hayan o no recibido una educación institucionalizada.

     Dicen algunos que es una buena fórmula para escapar de la realidad. Gabriela no sólo escapaba; la lectura fue también su manera de acercarse al mundo, ese mundo que bullía fuera de las montañas de Elqui.

     �Lee y lee, �así llena la soledad? Toma los libros por verdades. Crece sumida en el ensueño de los personajes ficticios y las tensiones de la pobreza. Para una niña lectora en un pueblito perdido entre cerros, sin fortuna, sin padre en quien apoyarse, para la cual la vida no ofrece ningún mañana claro, tal vez exista una sola posibilidad que la libre del pesar que aplasta su ansia no sólo de estar sino de ser. Quizás deba buscar una salida por la única puerta que sabe abrir: la escritura�(327).

     Sin embargo, Gabriela no es de esos escritores sumergidos en su propia existencia. Gabriela Mistral se abre a América, a los niños, a las mujeres, a mejores posibilidades...

     Su formación autodidacta le permitió mirar de lejos los estamentos educacionales.

     Resultó ser que la mujer no recibía educación o, en el mejor de los casos, recibía una educación inapropiada. Con conocimiento de causa entonces, escribió a los 16 años �La Instrucción de la Mujer�(328). [115]

     Desde el origen hasta principios de siglo, la historia de Chile no consideraba la necesidad de educar a la mujer (�[...] las mujeres recibían una precaria educación circunscrita a los menesteres domésticos�(329)).

     La fémina, en el ideal de la cultura dominante, no era más que una bella silueta adquirida en la subasta del matrimonio. Especialmente en los compromisos convenidos de la clase pudiente, a través de los cuales la mujer accedía al amparo vitalicio.

     �Es preciso que la mujer deje de ser la mendiga de protección; y pueda vivir sin que tenga que sacrificar su felicidad con uno de los repugnantes matrimonios modernos; o su virtud con la venta indigna de su honra�(330).

     Según la proyección de Gabriela Mistral, la solución radicaba en educar a la mujer. Instruirla para dignificarla, para solventarse, para ser libre. �Porque la mujer instruida deja de ser esa fanática ridícula que no atrae a ella sino la burla; porque deja de ser esa esposa monótona que para mantener el amor conyugal no cuenta más que con su belleza física y acaba por llenar de fastidio esa vida en que la contemplación acaba. Porque la mujer instruida deja de ser ese ser desvalido que, débil para luchar con la Miseria, acaba por venderse miserablemente si sus fuerzas físicas no le permiten ese trabajo.

     �Instruir a la mujer es hacerla digna y levantarla�(331).

     Gabriela Mistral de niña tuvo la responsabilidad de proveer a su familia a través de su profesión, y quiso que muchas otras mujeres también así lo hicieran.

     El estudio de variadas disciplinas le abriría los ojos a los horizontes de la independencia.

     �Que la ilustración le haga conocer la vileza de la mujer vendida, la mujer depravada. Y le fortalezca para las luchas de la vida.

     �Que pueda llegar a valerse por sí sola y deje de ser aquella creatura que agoniza y miseria si el padre, el esposo o el hijo no le amparan�(332).

     En este texto no sólo critica la forma del matrimonio de principios de siglo. También critica a quienes quieren circunscribir el rol femenino: �Se ha dicho que la mujer no necesita sino de una mediana instrucción; y es que aun hay quienes ven en ella al ser capaz solo de gobernar el hogar�(333).

     Con el tiempo Gabriela Mistral preferirá a la mujer en el hogar, pero [116] resolviendo su quehacer de una manera más efectiva gracias a una educación y a un reconocimiento reivindicativo de su labor.

     Sin embargo, en lo que respecta a la ilustración de la mujer fue categórica, sin otorgar derecho a vacilación, de ella o de quienes podrían hacerlo realidad: �Honor a los representantes del pueblo que en sus programas de trabajo por él incluya la instrucción de la mujer; a ellos que se proponen luchar por su engrandecimiento, �éxito y victoria!�(334)

     Parece socialmente adecuado que la mujer se pierda en los asuntos 'mundanos' en vez de provocar en ella un interés cultural. Sin embargo, esta realidad inmediata da paso, posteriormente a la transformación de la mujer en un ser insípido y rápidamente sustituible.

     Para modificarlo Gabriela quiere �Que la gloria resplandezca en su frente y vibre su nombre en el mundo intelectual.

     �Y no sea al lado del hombre ilustrado ese ser ignorante a quien fastidian las crónicas científicas y no comprenden el encanto y la alteza que tiene esa diosa para las almas grandes(335).

     Porque �La instrucción hace nobles los espíritus bajos y les inculca sentimientos grandes.

     �Hágasele amar la ciencia más que las joyas y las sedas�(336).



�Poemas tontos, melosos y lagrimosos, galega pura...�(337): literatura femenina, rompiendo el sentimentalismo

     Gabriela Mistral se enmarca en el florecimiento de las letras femeninas en América: en las primeras décadas del siglo se consolidan escritoras como la uruguaya Juana de Ibarbourou; las argentinas Alfonsina Storni, Victoria Ocampo, Norah Lange; las chilenas Amanda Labarca, Marta Brunet, María Luisa Bombal, entre muchas otras. Es la irrupción de la mujer en espacios antes vedados como el periodismo y la política -y su posterior derecho a voto-, el surgimiento de organizaciones femeninas y un progresivo interés por incursionar en carreras universitarias.

     En palabras de Raquel Olea: �No es casual que sea paralelo a esos comienzos [sufraguistas y feministas], entre los años 1912-1930, que surja un importante número [117] de mujeres escritoras: narradoras, ensayistas y poetas que, ligadas al emergente movimiento feminista, producen una literatura de rebeldía y subversión en relación a la condición de la mujer y los roles asignados socialmente�(338).

     En Chile, precedidas por Mercedes Marín del Solar (1804-1866), vendrían Iris (1869-1949), Roxane (1886-1960), todas provenientes de familias de la aristocracia santiaguina.

     Sobre la forma, la temática y la posterior crítica de la incipiente literatura femenina, cuenta Gabriela Mistral a Eugenio Labarca:

     �No está de más que le diga lo que pienso sobre la literatura femenina en general, sin especialízarme en nadie. Hay una montaña de desprestigio y de ridículo en Chile echada sobre las mujeres que escribimos. Hubo razón en echarla. Sin exceptuar ni a doña M. Marín del Solar, la mujer en Chile se ha extendido como las feas enredaderas en guías inacabables de poemas tontos, melosos y lagrimosos, galega pura, insipidez lamentable, insufrible gimoteo histérico. Y lo que nos ha perdido es la pata de Uds., el elogio desatinado de los hombres que no se acuerdan al hacer sus críticas, de los versos escritos por tal o cual mujer, sino de sus ojos y su enamoradizo corazón... Nadie tiene más interés que yo en que, al fin, demos algo las chilenas como ya han dado las uruguayas. Sé que la obra hermosa de una nos prestigiará a todas y cubrirá siquiera en parte, las vergüenzas de tanta hojarasca loca y necia. Haga esa obra J. I. Inés, o B. Vanini, la O. Acevedo, y yo gozaré con la victoriosa. Le confieso que este egoísmo me hace desear que Ginés esté en Chile mucho tiempo. Aunque no es nuestra, es mujer y nos arroja esplendor. Porque he ahí un talento de verdad y que puede conseguir que alguna vez se tome en serio en Chile la producción femenina.

     Opiniones son todas estas que Ud., reconocerá sanas, perfectamente sanas, pero que yo nunca daré en público porque los que no me conocen -y son los más- verán en ellas intenciones adversas para mis colegas�(339).

     Le molesta el romanticismo dulzón de los escritos de las mujeres chilenas. Renueva su constante de la mujer abierta a los asuntos sociales, fundamentales de la vida.

     �Linda, pero muy romántica tu carta. Yo quiero que leas muchos clásicos y que ellos a ti como a mí te arranquen de cuajo el romanticismo. �Oyes? Comienza por Sófocles. Sigue con Esquilo. Hay pasión tremenda en ellos, pero dentro de la brasa un eterno sosiego. Yo necesito saberte anclada o clavada en las Esencias del mundo y de la vida�(340) le pide a Teresa Llona.

     Gabriela Mistral reconoce en la mujer el genio literario, intuye su valor [118] y su profundidad. Adivina ese potencial oculto porque ella ya lo ha hecho brotar en sus escritos, por eso le pide más.

     �Me asombra cada vez que leo libros de mujeres, el que no pongan y menos luzcan en su escritura todo lo que saben. Tal vez desdeñen su tesoro, o lo tengan por válido sólo para la vida, y se equivocan en el desdén de esta mina�(341).

     Gabriela Mistral relaciona la literatura femenina con el hogar: �Hasta hoy hemos dejado que las almas finas de Martínez Sierra o de Amado Nervo digan nuestras emociones, adivinándolas, sorprendiendo, felizmente, algún instante de nuestra vida íntima honda. Ahora queremos hacer cantar lo nuestro. En vez de hacer odas como la Avellaneda, muy aplaudida por los clásicos españoles, quiero que hagamos prosa y poesía del hogar�(342).

     Gabriela siente esta ausencia temática. No se le ha rendido el honor que merece. Porque si la mujer es la generadora de este mundo es la llamada a retratarlo y ponerlo en su lugar.

     ��Cuánto, cuánto queda por cantar del hogar y de la escuela! �Si parece que nada se ha dicho todavía, que está virgen esta cantera del alma, que la cuna y los juegos y la sala de clases no están llenas de sugestiones, que los poetas no han querido recoger por ir a vocear a la asamblea!

     �Manos de mujer, labios de mujer, para entregar esta embajada de cantos desdeñados!�(343)

     Cuando Gabriela Mistral trabajó con José Vasconcelos en la reforma educacional de México editó un libro de prosa, Lectura para mujeres (1924) tenía por misión crear una nueva modalidad de enseñanza femenina: un libro pensado para las mujeres mexicanas, con contenidos valóricos que auxiliaran a la mujer y le orientaran en sus pautas de conducta.

     En la introducción Gabriela explica las razones para realizar esta selección:

     �Bueno es darles en esta obra una mínima parte de la cultura artística que no recibirán completa y que una mujer debe poseer. Es muy femenino el amor de la gracia cultivado a través de la literatura�(344).

     Todo con el fin de cumplir un sueño: �Tengo una ambición más atrevida que las feroces de las feministas inglesas, y es ésta: quiero que las niñas de mañana no aprendan estrofas ni cuentos que no vengan de una mujer, y de una mujer chilena�(345). [119]



�Tengo a la mujer como más saturada de sabiduría de vida que el hombre común�(346)

     Gabriela Mistral emerge como pensadora del mundo femenino en momentos en que la conciencia de género moviliza a las mujeres europeas y norteamericanas primero, y a las latinoamericanas después.

     Sin embargo, Gabriela Mistral no compartió la totalidad de los postulados de las nuevas mujeres organizadas. Gabriela no apeló a la igualdad de sexos, apeló a la diferencia, a la existencia de discrepancias entre los sexos para asumir y responder a la vida.

     El mundo mujeril de la escritora es único e independiente. Realista, reivindicativo y acorde a las virtudes intrínsecas de la mujer.

     Realista, porque describió sin sombras la vida de las mujeres; con lúcida mirada no cantó fantasías, sino esperanzas, marginación y lucha diaria.

     Reivindicativa, porque no buscó sólo crear nuevos espacios para la mujer -como el voto, la instrucción, etc.-, sino también legitimar y perfeccionar las problemáticas que ya existían, ante los ojos de la sociedad y ante las propias mujeres. Ideó por ejemplo solucionar la situación del hijo ilegítimo (1923), porque conocía la situación paria que vivía la madre soltera.

     Propuso además, la necesidad de crear una igualdad salarial. Estas dos iniciativas, son sólo muestras del pensamiento mujeril de Gabriela Mistral, que el común de la gente desconoce y que siguen sin solución aún en nuestros días. Los estudiosos dicen que la escritora fue una adelantada para su época, podríamos agregar también, que tuvo la virtud de saber retratar con realismo los problemas femeninos y que, a diferencia de muchos, sí propuso soluciones concretas.

     También enalteció la esencia de la mujer, vinculándola a la Tierra, al origen, al proveer, y a perpetuar aquellos grandes detalles que no percibimos en la cotidianidad, pero que mantienen el orden de nuestras vidas. Porque reparó en la capacidad femenina de mitigar el dolor ajeno y en plasmar calidez a las cosas. Que son características inherentes a la mujer y que ellas las saben impregnar a todo su quehacer.

     La mujer de Gabriela Mistral es madre universal de todo aquello que necesite protección. Despliega sus robustos brazos para abarcar las grandes causas como la educación, la paz y la solidaridad sin tener, lamentablemente, mucha conciencia de ello. [120]

     Gabriela estimula a la mujer a ser más consciente de su poder y a luchar por sus derechos, que son también los derechos del niño, el futuro de la raza, y el porvenir del pueblo.

     Gabriela Mistral ligó siempre la mujer al niño. Su posición -a veces exasperante- y que causó molestia en las feministas burguesas de la época, se entiende en la medida en que reconoce en la realidad latinoamericana un matriarcado creado a la fuerza, producto de la indiferencia masculina de inicios de siglo. Sin embargo, Gabriela, al contrario de lo que se podría pensar, no es una figura que desee perpetuar la subordinación de la mujer. Por el contrario, abre a la madre las puertas de la literatura, del voto, de la instrucción, de la igualdad de salarios y de otras garantías.

     Quiere que la mujer se expanda y se perfeccione. Lo que sí no apadrinará es el abandono del niño, no lo justificará porque eso sería ir contra los ciclos de la naturaleza: su posición moral va acorde a los preceptos de la Tierra. Sólo entendiendo esto se comprenderá la postura que Gabriela Mistral quiere que la madre adopte en relación al hijo.

     De lo contrario su pensamiento sería truncado, siendo presa fácil de quienes la quieren seguir encasillando en su rol de educadora y mujer ejemplar, señalándola como la gran promovedora de la sumisión gratuita de la mujer al hogar. El pensamiento de Gabriela Mistral va más allá de eso, siendo sus razones mucho más íntegras y no tan banales.

     Porque la esencia de la maternidad es el vínculo que une a la mujer con lo sagrado. A través de ella, la mujer se acerca a los asuntos fundamentales de la vida. [121]



Conclusión

     Gabriela Mistral supo interpretar la marginación y la exclusión que el modelo occidental destinó a América y a nuestra identidad. Buscó los sentimientos que unían al continente y los convirtió en palabras, haciendo suyas las voces de unos pueblos que empezaban a reconocerse como tales.

     El pensamiento y la cultura de los siglos dominados por las concepciones de razón y progreso han postergado los horizontes étnicos, políticos y culturales propios de la región.

     �Pese a los positivos adelantos que se han registrado en muchos países, no se puede negar que actualmente hay en todo el mundo más pobreza, más desempleo, más injusticia y más inseguridad social que hace diez años�(347).

     Gabriela Mistral presenta al hombre moderno como un ser totalitario y excluyente. Para ella, los derechos y beneficios básicos contenidos en esta sociedad, no han realzado la dignidad que merecen los tres ejes de su preocupación humanista: tierra, indio y mujer. Su crítica se centra en la discriminación que este modelo, fundamentalmente nórdico, realiza sobre estas dimensiones.

     A través de estos temas, la Mistral concebirá un paradigma suramericano, liberado de eurocentrismo, enraizado en las costumbres y tradiciones de América. Para ella, el progreso de una nación y del continente deben emerger de sus propias bases, y no de la imitación de modelos foráneos.

     Desde su enfoque, la tierra, es el origen y el sostén de las cosas, de ella emana la moralidad de la vida y es el bien por excelencia de los hombres. Es [122] también Ceres y Gea, la madre fecunda que alberga y satisface las necesidades de sus hijos, que crece y da fruto según el cuidado que le prodiguen.

     La sociedad de Occidente trajo consigo la revolución industrial, los centros urbanos y la maquinización del trabajo. Estos se convierten en una amenaza a la tierra, enajenan al campesino, e impiden la comunión natural del hombre con ella. La tierra entonces, pierde el alma propia y su correspondencia con el cuerpo del hombre, transformándose en un bien exclusivamente económico.

     Gabriela Mistral repudia la marginación que sufre el campesino, a través de las formas del capitalismo y de la explotación que ejercen los latifundistas y terratenientes. Atribuye el desprecio del campesinado a la falta de conocimiento sobre el significado profundo de la tierra. De esta forma, el arribismo de la clase media y la indiferencia del burgués han cubierto de vergüenza al campo.

     A su vez, el Occidente margina al indio desde una perspectiva política y social. Las vejaciones padecidas por los indígenas, la enajenación del suelo sagrado, el menosprecio de su cultura y su subordinación al blanco, distancian a Gabriela Mistral de la panacea moderna, en tanto ésta adopta una forma concreta: el racismo.

     Gabriela Mistral reconoce, como una consecuencia del racismo, la pérdida de identidad y valores de América, ello se genera a través de la constante exclusión del indio de los sistemas de participación de la sociedad.

     Por otra parte, Gabriela Mistral reivindica derechos y espacios vetados para la mujer. Al respecto, demanda al género superar las dificultades para acceder a espacios políticos y socio-culturales.

     El pensamiento occidental en relación a la mujer, adopta la forma de machismo: relega a la mujer a un plano secundario que la minimiza y circunscribe a espacios determinados. Gabriela rechaza esta postura, defendiendo la igualdad de derechos y la emancipación de la mujer mediante la instrucción y educación.



Una concepción telúrica para América

     Para Gabriela Mistral la Tierra está viva. A través del estudio de su pensamiento podemos observar que el suelo no sólo permite la existencia sino que además la genera, convirtiéndose en una persona sagrada, ennoblecida por el acto de la creación.

     El tema del suelo es una constante en sus escritos. De él extrae una concepción de vida en defensa de la memoria rural, pero en franca armonía con la conciencia actual. [123]

     Su intención no es enfrentarse al progreso, sino lograr en él la combinación campo-ciudad perfecta, estableciendo equidad y justicia, como lo haría la Madre Naturaleza con sus hijos.

     El hombre íntegramente está incorporado a su concepción de mundo, no existen marginados. Esto podría entenderse como un gesto político reivindicativo, pero en realidad es más profundo: es un acto de amor hacia los suyos.

     La referencia a esta concepción tiene su base en antiguas culturas de sustento agrícola: �La tierra está 'viva' en primer lugar porque es fértil. Todo lo que sale de la tierra está dotado de vida y todo lo que regresa a la tierra es provisto nuevamente de vida. El binomio homo-humus no debe comprenderse en el sentido de que el hombre es tierra porque es mortal, sino en este otro sentido. Que si el hombre pudo estar vivo, es porque provenía de la tierra, porque nació de -y porque regresa a la terra mater�(348).

     Sin embargo Gabriela también podría haberla internalizado en su propio valle natal, tan agrícola como ella:

�Dos o tres viejos de la aldea me dieron el folklore de Elqui -mi región- y los relatos con la historia bíblica que me enseñara mi hermana maestra en vez del cura, fueron toda, toda mi literatura infantil�(349).

     El sentido telúrico de la vida lo recoge de las reminiscencias ancestrales de Elqui. Gabriela no es tan sólo una nostálgica de él, sino que posee un afán por encontrar en los distintos pueblos la misma unidad y cohesión entre los hombres con el suelo que allí conoció.

     �[...] Así y todo, tal como los maniáticos, sigo viendo delante de mí el huerto de la aldea de Montegrande en una especie de obsesión�(350).

     Sus escritos intentan reflejar la cultura de la tierra en toda su dimensión. Así, del modelo que aprendió en el valle de Elqui, elabora toda una cosmovisión para América.

     Su propuesta es encontrar el sentido de la vida en el origen de ésta. La idea de la tierra como una madre no es nueva, pero Gabriela la retorna con mayor ahínco:

     �Voy a hablarles sobre las relaciones de la mujer con la tierra y sobre la voluntad de conservación que une a ambas�(351). [124]

     La dificultad radica en que la Tierra para Gabriela es una persona, -mejor dicho una mujer, madre, nutricia y sagrada, bastante alejada de la noción mercantilista de la tierra como un recurso de producción.

     �La naturaleza lo fue todo para Gabriela: su amiga, su hermana, su compañera de juegos, pero sobre todo fue su madre�(352).

     Quiso representar esta situación en Gea, diosa de la tierra, de quien se declaró devota(353). De esta forma el deber de la Tierra con el hombre sería el de una madre con su hijo, considerando no sólo el alimento y el cuidado, sino también la educación y el respeto.

     �Estrechamente ligada a uno de los temas de mayor recurrencia en su obra -la maternidad- la tierra es para Gabriela Mistral el manantial espejeante de su valioso mundo literario. Pero esos elementos telúricos y regionales se alzan en la originalidad de su fuerza creativa al plano ontológico, para encarnar esencias humanas que los harán desbordantes�(354).

     Pero hasta la propia Ceres y Gea resultaban descontextualizadas en América. De esta percepción surgen nuevas interpretaciones: �Parecía una desterrada de su tierra y sin embargo, ella misma era tierra, una isla elquiana [...]�(355).

     En palabras de Luis Oyarzún: �Ella es la Madre Gea que inventaría -o inventa- un país imaginario -su país-. Es la huerta, el jardín humilde de las viejas aldeanas como ella; pero es más huerta que jardín, pues éste ya le parece demasiado lujo. [...]�(356)

     Podría concluirse, entonces, que Gabriela Mistral se construye una propia idealización del suelo. Donde la Tierra no sólo cumple las funciones ya señaladas, sino que además, con una mirada conciliatoria con la realidad americana propugna todo un cambio político, económico y social respecto a la concepción de vida en el mundo occidental.

     �La existencia de la dimensión rural y de su abrumadora magnitud no ha recibido un amplio y franco reconocimiento en el ámbito del poder, del conocimiento científico y de la planificación. Así, a veces, se le admite con la misma molestia con la que se reconoce la presencia de un defecto físico, como algo que debe ser tratado con discreción y delicadeza�(357): [125]

     Ante este menosprecio generalizado por el culto y labor de la tierra, Gabriela promueve lo trascendental en su más amplio sentido: un reencuentro con el agro, que lo haga partícipe de la futura generación a partir de un modelo concebido por la comunidad y en comunión de intereses.

     A través de la representación femenina del suelo: �solidaridad mística entre la fecundidad de la tierra y la fuerza creadora de la mujer es una de las intuiciones fundamentales de lo que podríamos llamar la 'conciencia agrícola'�(358). �La significación de la tierra adquiere un valor mucho más universal y humano en la propuesta mistraliana para interpretar una auténtica conciencia americana.



Contra el olvido de los indios

     La estrecha comunión de Gabriela Mistral con las etnias indígenas de la América española se sustenta en la revaloración y rescate del aporte cultural y racial que el indio representa.

     El pensamiento político-social de la Mistral aparece como una crítica al blanqueamiento que el mundo occidental impuso desde que el español colonizó y conquistó la América morena.

     El blanco trajo consigo cambios que trastrocaron por completo su modo de vida y su forma de desarrollo lograda hasta ese entonces. Con la llegada del blanco el continente se vio enfrentado a una serie de rupturas, que revolucionaron por completo al mundo indio.

     Dentro de esos cambios se encuentran los despojos de tierra, la esclavitud india, la desvalorización de mitos, costumbres y creencias, el mestizaje. A fin de cuentas, la implantación del modelo occidental.

     �Aquí se sufrió una guerra de conquista con su corolario: evangelización, epidemias, esclavitud personal, así como la otra situación terrible, [...] que es el mestizaje. El mestizaje fue un arma tremenda...�(359)

     Gabriela se autodesignaba indo-mestiza, esta autopercepción le permitió no sólo interiorizarse sobre el tema indio, sino compenetrarse en su cultura, participar de sus creencias y en especial, compartir sus aflicciones.

     A partir de esta complicidad racial, Gabriela denunció las vejaciones padecidas por el indio en manos de los conquistadores, quienes subordinaron a los aborígenes, quitándoles el bien más preciado: la tierra. [126]

     Pidió a las autoridades un mejor trato a los indios. Para ello, apeló a las virtudes del indígena, sacudiendo los mitos negativos con que el blanco estigmatizó su cultura. Reivindicó sus capacidades, su valor como raza originaria, natural y mayoritaria.

     La implantación de la cultura occidental desechó todo aquello que no se ajustara a sus pautas de creencias, costumbres y tradiciones. El indio, a los ojos del conquistador, resultó ser un bárbaro-salvaje que �necesitó� ser civilizado y reeducado en las concepciones del Viejo Mundo.

     Este prejuicio se mantuvo a través del tiempo, inclusive, contemporáneos a Gabriela Mistral promovían el desarrollo económico y cultural a través del desapego a las raíces y del desdeño al indígena.

     �Uno de los caminos de progreso sería intensificar el movimiento natural de ascensión de las clases populares. Ayudar a su blanqueamiento, enaltecerlas hasta que lleguemos, junto con ellas, a la homogeneidad de la raza. [...] El mejoramiento puede realizarse de varios modos... blanqueando las costumbres�(360).

     Bajo esta premisa civilizatoria, el indio y su cultura quedarían sentenciados al olvido, por parte del mundo blanco y sobre todo del mestizo. Fue en contra del desarraigo y la pérdida de identidad racial que Gabriela se quejó. Dicha queja la convirtió en una causa de defensa moral y social incesante.

     La voz de Gabriela se alzó fuerte y sincera ante las desventajas del indio frente al blanco. La exaltación de este último en desmedro del primero le pareció insensata.

     El indio sufrió la estigmatización social y racial, extinguiéndose con la fuerza del olvido histórico, el que se ha empeñado en desvanecerlo en un modelo eurocentrista que lo ha marginado y excluido por ser distinto y concebir al mundo desde una perspectiva cosmogónica.

     �La suerte social de las masas indígenas dependerá necesariamente de los fines inmediatos o más remotos de la conquista, los que por su parte derivan del grado de la evolución económica, política y espiritual del país conquistador, de toda la estructura social de éste. Así la conquista española trasladó el feudalismo europeo a las Américas, pero no el feudalismo en su forma orgánica o primitiva, en la cual ambas partes tenían cierto provecho; sino que en su forma degenerativa de explotación unilateral, en correspondencia con el poder militar de los conquistadores�(361).

     El discurso desarrollado por Gabriela Mistral debe ser comprendido al fin de este milenio como un resguardo de la memoria ancestral, potenciador [127] de conocimiento y sabiduría. Tal preservación tuvo, y tiene hoy, como objetivo principal reconocer el origen indio de nuestra cultura en todas sus dimensiones.

     Al contrario de quienes creen que �las culturas precolombinas, o sea la incaica, la azteca, la maya son dignas de toda nuestra veneración [...]. Pero sólo tienen un valor arqueológico�(362). Para Gabriela, lo étnico va más allá de su importancia científica o biogenética, transmite el recuerdo de un pasado no tan remoto, y permite la construcción de un presente compenetrado con lo trascendental.

     El afán de Gabriela por comprender a las castas milenarias, de las cuales se sintió parte integrante, conlleva inevitablemente a reflexionar sobre la postura que adoptaron blancos, y sobre todo mestizos, ante la progresiva discriminación del indio en términos raciales y sociales.

     Los mestizos se empeñaron con ahínco en renegar su ascendencia india y de su cultura aborigen. Ellos lucharon contra su �indio interno� y trataron de convertirse en blancos obviando sus ancestros y su estirpe. Para Gabriela Mistral, la empresa no fue del todo exitosa, pues la cultura occidental no fue capaz de borrar el color y la sangre oriental.

     De acuerdo con el ensayista y antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, la �nadiedad� fue lo que marcó, y marca todavía, al mestizo: �La 'nadiedad' es lo que caracteriza al mestizo; él es nada porque no es europeo, no es indígena, no es africano. Los mulatos y mestizos son la gente que está puesta en un mundo separado. Es una gente que es nadie, de esa 'nadiedad' es de donde surgen los paraguayos, los brasileños, yo creo que también los mexicanos. Nosotros surgimos de la negación, de la desindianización del indígena, [...] de la deseuropeización del europeo�(363).

     Escuchar a Gabriela abogar por los derechos del indígena es escuchar el llamado de justicia de una mestiza autoproclamada. Ella levanta su voz por el indio desamparado, por el indio sin representación política, por el indio obligado a distanciarse de su cultura tradicional, por el indio que se apaga poco a poco en un mundo caucásico que no lo acepta y lo considera inferior.

     �Considerando a los araucanos, yo siento que no se hayan extinguido antes, y que las malditas cualidades de su raza hayan llegado a impregnarse tanto en nosotros�(364), decían los discursos europeizantes de su tiempo.

     Gabriela rechazó el blanqueamiento del continente americano, mediante la profunda aceptación de nuestros orígenes, fundamentalmente indio y mestizo. Su ideal de igualdad y equidad social, la hicieron estar en contra de aquellos [128] que quisieron eliminar o dejar al indio en una larga penumbra, hasta casi hacerlo desaparecer.

     Su defensa es un acto de compromiso con el origen. Así, se distancia de la idea de que el progreso del continente se logra con la homogeneización de la raza y el menosprecio del indio. Sus aspiraciones buscaron unir a un continente en sus raíces, en su raza.

     El pensamiento indígena de Gabriela es un símbolo de aquello que dejamos olvidado. Su defensa del indio es un llamado a respetar el derecho a nuestra propia identidad como continente americano, pero desde dentro, considerando la antigua procedencia.

     ��América, América! Todo por ella; porque todo nos vendrá de ella, desdicha o bien [...] Maestro: enseña en tu clase el sueño de Bolívar, el vidente primero. Clávalo en el alma de tus discípulos con agudo garfio de convencimiento. Divulga la América, su Bello, su Sarmiento, su Lastarria, su Martí. No seas un ebrio de Europa, un embriagado de lo lejano, por lejano extraño, y por además caduco, de hermosa caduquez fatal.

     �[...] �América y sólo América! �Qué embriaguez para semejante futuro, qué hermosura, qué reinado vasto para la libertad y las excelencias mayores!�(365)

     De esta forma vivifica las raíces y propone la unidad latinoamericana. Su prosa es una promesa de que el futuro puede ser mejor para los pueblos amerindios. Así lo cree Darcy Ribeiro: �Lo lindo de la herencia indígena, una de las cosas que me hizo quedar apasionado durante diez años con los indígenas, es la capacidad de convivencia humana, la profundidad de la solidaridad, el sentido de reciprocidad, el sentimiento de la responsabilidad social, estos sentimientos que aún están guardados por las comunidades, son una de las herencias que tenemos�(366).

     Gabriela Mistral es una optimista que cree en las raíces y en la estirpe autóctona. Rechaza el racismo dando un sí profundo y conmovedor a la cultura indígena, puesto que en ella está nuestra alma, nuestra real sabiduría y nuestra verdadera forma de crecer.



El rescate de la mujer

     La sociedad occidental se ha desarrollado bajo dos premisas dinámicas, la razón y el dinero. Ambas son abstracciones que remiten de inmediato a una concepción masculina del mundo. [129]

     Durante la edad medieval, el vaivén del tiempo y su fuerza motriz -la Tierra- se vivían bajo los prismas femeninos.

     Para el escritor e intelectual Ernesto Sábato: �[...] El tiempo no se medía, se vivía en términos de eternidad, y el tiempo era el natural de los pastores, del despertar y del descanso, del hambre y del comer, del amor y del crecimiento de los hijos; era un tiempo concreto y vital, hogareño, femenino�(367).

     Para Humberto Maturana por su parte, la concepción matrística tiene sus antecedentes en los tiempos de la recolección, antes del pastoreo y de la apropiación del ganado por parte del hombre:

     �En el período matrístico, no encontramos señales de explosión demográfica, y podemos suponer que el control de la natalidad era practicado por las mujeres. Además esta cultura matrística estaba centrada en la estética de la armonía del mundo natural como aspecto del reconocimiento de la pertenencia de lo humano al ámbito de lo vivo desde donde el ser humano obtenía todo el bienestar de su existencia. [...] Tienen que haber sido conversaciones de cooperación, participación y armonía del convivir así como de legitimidad del control de la natalidad como parte de la armonía del vivir. [...] La cultura patriarcal trae consigo la guerra, las jerarquías, la valoración de la procreación y la subordinación de las mujeres a los hombres�(368).

     Lo cierto es que, de acuerdo a ambos autores, en el presente se intensifica la pérdida de los valores femeninos. Lo cualitativo dio paso a lo cuantitativo, lo corporal a la razón, el misterio a la lógica.

     Gabriela Mistral da cuenta de esta traslación de valores:

     �Tal vez el pecado original no sea sino nuestra caída en la expresión racional y antirrítmica a la cual bajó el género humano y que más nos duele a las mujeres por el gozo que perdimos en la gracia de una lengua de intuición y de música que iba a ser la lengua del ser humano�(369).

     El pensamiento patriarcal es una fuerza dinámica que además de ser analítica, busca la apropiación, la jerarquización y la subordinación del mundo exterior. Para Maturana, �[...] la guerra aparece en Europa con la llegada del patriarcado�(370) y de ahí en adelante los conflictos se han sucedido tan violentamente hasta los acontecimientos bélicos mundiales del siglo XX. Porque [130] el hombre posibilita la guerra como vía para escapar de situaciones problemáticas.

     La mujer en cambio reúne valores de cooperación, participación y armonía. Y es durante los conflictos que la madre universal busca la paz y la reconciliación, privilegiando la aceptación y no el enfrentamiento.

     Gabriela Mistral habla por las mujeres: �Queremos conservar en el continente una forma de vida pacífica, es decir, la única manera de convivencia que conviene a la familia humana y también la única que ella puede escoger con decoro cabal. Y queremos guardar, mantener, celar, este bien que hoy en el mundo llega a parecer cosa sobrenatural�(371).

     Junto a la guerra, la sociedad de Occidente estuvo ligada al capitalismo, sistema netamente abstracto que sólo la mente masculina pudo generar y entender.

     Se apropia de la tierra como un bien más, sin respetar el recurso natural que le ha dado vida durante milenios. La mujer es la aliada de la tierra e irá en busca de su legitimización y respeto hoy en día.

     La mujer gobierna en lo concreto, lo útil y lo palpable. Es la Tierra su universo de acción.

     �Eso que llaman riqueza mueble -acciones, bonos, valores en general- y que yo [Gabriela Místral] llamaría la aventura acostada en papeles numerados es un lote inventado por el hombre [...], la mujer cree en la propiedad de ver y tocar, en el predio deslindado, en la granja, y en esas cosechas casi seguras o seguras de donde sale desde su mesa hasta la ropa de su niño�(372).

     La mujer debe ir al rescate del principio místico de la Tierra y ecológico de subsistencia.

     �[Las mujeres del Tercer Mundo] al recuperar las posibilidades de supervivencia de todas las formas de vida, están poniendo los cimientos de la recuperación del principio femenino en la naturaleza y en la sociedad, y a través de éste la recuperación de la tierra como sustentadora y proveedora�(373).

     La identidad femenina se ha visto subordinada a la conducta que cotidianamente llamamos �machista�, que no es sino el sistema patriarcal de concebir la vida, el que además de incluir patrones a corto plazo, nos envuelve como una pesada ideología que percibimos como algo natural. [131]

     Hablamos de una ideología o pensamiento patriarcal, no de diferencia sexual. Las mujeres también pueden ser patriarcales y justificar consciente o inconscientemente los valores que se propugnan. Son las que presa de la �masculinización� de los tiempos buscan entrar y competir bajo estas pautas de medición. ��Qué es el feminismo sino masculinismo?�(374) se ha preguntado, en ese sentido, Ernesto Sábato. En el plano de la maternidad y de la infancia es donde el género femenino ha mantenido su liderazgo, creando a través de la crianza y la educación infantil, un espacio de amor y de juego que la adultez patriarcal ha terminado reprimiendo.

     Para Gabriela: �Nosotras [...] estaríamos destinadas -y subraye fuerte el destinadas porque sería un destino pleno- a conservar, velar y a doblar la infancia de los hombres. Las corrientes de frescura y de ingenuidad que arrancan de la infancia en ellos, y que después, muy pronto, se encenagan, se paran o se secan en su entraña�(375).

     Gabriela interpreta los horizontes temáticos de la tierra, el indio y la mujer como la respuesta a una sociedad que no asume el valor original de la vida.

     El pensamiento mistraliano se articula en la relación de la tierra como sustento, del indio como hijo directo de la tierra y de la mujer como madre protectora.

     Las alianzas entre indio y tierra son sustanciales. Existe un principio de lealtad y protección entre el indio y la tierra, ambos mantienen un compromiso de fidelidad y de cuidado. Si la tierra le entrega alimento para susbsistir, el indio -con plena conciencia de ello- la venera con respeto tratándola como una divinidad.

     La tierra representa los fenómenos cíclicos de la vida que la mujer experimenta corporalmente. La enseñanza y la fecundidad se encuentra en ambas, que al crear y cuidar la existencia, son madres y maestras de los hombres.

     El indio y la mujer comparten la misma suerte en nuestra sociedad. Son discriminados, pero son vitales para la existencia y entregan un gran aporte cultural. Sin embargo trabajan y luchan por conseguir un espacio de aceptación, donde se les revalorice e integre material y espiritualmente.

     Para Gabriela la tierra posee el valor de lo trascendental. Es el principio y el fin de la vida, no es sólo un recurso natural, sino que adopta una dimensión global que integra todas las actividades del hombre.

     La tierra representa la extensión del cuerpo, el alma del hombre. Físicamente es arada, sembrada, cultivada y cosechada, pero esto tiene un [132]



sentido trascendental que es hacer crecer al hombre en la cultura de la tierra y en los valores que ella enseña.

     El indio representa el origen racial, el comienzo del mestizaje y el principio de nuestra cultura. Para Gabriela Mistral simboliza el Oriente y la mística de una cosmogonía centrada en la naturaleza, basada en la compenetración profunda de la tierra, y en la adoración de ésta.

     El indio es el hijo predilecto de la tierra, es el vigía, el oyente de su sabiduría y el adorador de sus gratitudes. El indio se mueve al ritmo de la tierra y respira con ella.

     Sin embargo, es un marginado, un excluido y un postergado por la sociedad hecha por y para blancos, quienes le niegan derechos y lo rebajan por tener distintas costumbres, distintas formas de ver el mundo y diferentes rasgos físicos.

     El indio es signo de paciencia, humildad y fortaleza. La defensa que Gabriela Mistral hace de lo autóctono, busca darle el sitial apropiado en todos los planos, destacando su valor en cuanto a raza y cultura. [133]

     La mujer representa el origen y el cuidado de la vida. Es la fuente de la existencia. Debido a este principio místico, su alma y su voluntad impregnarán de amparo, dulzura y calidez a todo lo que necesita protección.

     La mujer es la madre por esencia y por compromiso, aliada de la tierra, al guardar en sí el principio ecológico. La mujer advierte que la tierra alimentará y acogerá a sus hijos y previene por lo tanto, que su destrucción es el fin. Por eso es que vivirá como propio su dolor y explotación.

     Gabriela Mistral recogerá estos valores intrínsecos femeninos y los ayudará a hacerse presentes en la vida moderna a través de su reivindicación. Buscará nuevos espacios para la mujer, en los que pueda desempeñar y desarrollar sus potenciales con mayor libertad y reconocimiento.

     La escritora tiene una postura determinada ante los tres temas. En cada uno de ellos se siente representada e identificada.

     Frente a la tierra, Gabriela Mistral se concibe como la vivificación de la Gea. Su amor por la tierra americana se transforma en la pasión y esencia de su vida. Ella es la Madre Tierra, o por lo menos, la voz de nuestro suelo.

     El campo fue su infancia y su felicidad, le recuerda al vientre materno que la acoge con tibieza y dulzura. Pero a medida que se alejó en lo físico de América, se sintió místicamente más cerca de ella, y fue creando un entorno del que surge la tierra-Gabriela, una sola personificación del suelo de América.

     Gabriela Mistral se siente hermana del indio, y no en sentido figurado, confiesa con orgullo tener en sus venas sangre indígena, heredada de su padre y de su abuelo.

     Ella es una hija más de la tierra, al igual que sus �inditos�, como los llama con cariño. Comparte con el indio el cosmocentrismo y la total armonía con la naturaleza. Reconoce en su cuerpo y en su modo la impronta india, la asume y la acepta sin complejos.

     En el ser mestiza se identificó más con sus ancestros indios que españoles. De estos últimos aborreció su complejo de superioridad y el racismo profesado hacia el indio. Del aborigen compartió su sencillez y humildad, sin por eso dejar de ser fuerte y fiel a sus convicciones.

     Gabriela Mistral creció, como otras mujeres, sin la presencia de su padre, sintiendo de cerca el esfuerzo femenino para derrotar a la miseria.

     Será la cómplice en auxiliar, entender y reivindicar esta labor ante los ojos del poder y la sociedad.

     Según estos contextos, Gabriela Mistral propone un modelo nacido bajo las potencialidades y necesidades propias del continente, distinto del pensamiento occidental, que no ajusta sus preceptos a nuestra realidad. [134]

     Esto se redescubre hoy cada vez con mayor fuerza:

     �La región iberoamericana está llena de su propia vida, una vida llena de la presencia de diversos idiomas, cosmovisiones, estructuras y pensamientos, símbolos de una gran riqueza cultural, que debe ser respetada, fomentada e integrada en la vida cotidiana como fuente de identidad y orgullo y no como elementos exóticos o folklóricos, sino como interacción, conocimiento mutuo, imaginación. José Martiya advirtió: �entiendan jóvenes de América que se imita demasiado y que la salvación está en crear�(376).

     Puesto que fue una mujer adelantada a su época, Gabriela Mistral logró visualizar anticipadamente la crisis y la debilidad de la modernidad. Elaboró un pensamiento suramericano, hablando desde el tercer mundo y en especial para su pueblo.

     Gabriela no fue una antimoderna. Reconoció los beneficios de la modernidad pero advirtió que el sistema no era equitativo ni igualitario.

     �El nuevo desafío [...] representa lograr una nueva cosmovisión verdaderamente universal y no eurocentrista...�(377). Esto es precisamente, lo que Gabriela Mistral buscó.

     Biografías y textos escolares han privilegiado dos aspectos de la escritora: la educación y la maternidad, los que han evadido su comprometida voz americana, que en la prosa alcanza su máxima expresión.

     Más allá de la ausencia de un cabal conocimiento de su labor literaria, se ha interpuesto entre el imaginario colectivo y la escritora una cantidad de prejuicios que hieren su persona, hasta hacerla un elemento insípido que debe revisarse.

     Los poemas infantiles, transformados en melodiosas rondas, fueron -y siguen siendo- elemento infaltable en actos escolares, los que junto al izar de la bandera y el riguroso desfilar de los cursos se han transformado en los símbolos de nuestra escolaridad. �Cuáles son los principales mitos que de Gabriela Mistral se tienen en la tradición nacional? La mujer sola, o más bien solterona, sin descendencia, de oscura personalidad, rodeada de trágicos sucesos, sin ningún rasgo de feminidad aparente. Se transforma así en una figura desdeñable sexual y socialmente. Sí respetada, pero así como respetamos la ley y el orden, con sacrificio y temor.

     �Gabriela maestra, Gabriela sola, Gabriela estéril, Gabriela dolorida, [135] construyen la cadena significante de una vida que ha sido utilizada para construir una lectura que excluye ciertos aspectos que pudieran transgredir o amenazar un sistema de representaciones que prefirió estereotipar su obra y su imagen, por no develar contenidos que evidenciarían 'otras' concepciones de la historia social y política de nuestro continente.

     �Congelada e inalcanzable, a la misma distancia que están las diosas y las santas, con ella no puede haber identificación posible, ni en la experiencia ni en la palabra. Quizás por ello su escritura no está del todo presente en las generaciones posteriores, como ha sucedido con Huidobro y Neruda�(378).

     Los factores que han obstruido el trabajo intelectual poético y sobre todo, ensayístico de Gabriela -que es donde se condensa su �conversación� sobre las congruencias e incongruencias de la sociedad moderna- son difíciles de determinar.

     Sin embargo, intelectuales y eruditos han sabido capear las dificultades y entrar de lleno en el mundo de Gabriela Mistral. Motivados por diversas razones, se han abocado a recopilar sus textos, los que concentran su juicio crítico, y la alejan de los que se han apropiado de ella para robustecer su discurso conservador.

     Queremos dar fe de la necesaria trascendencia de Gabriela Mistral. No de la forma en que se ha estado realizando, sino de una manera honesta, real y acorde con sus principios, que nada tenían que ver con la utilización que de ella se ha hecho.

     �Mistral es mucho más que aquellas canciones de cuna y la autora de los Sonetos de la Muerte. Creó todo un pensamiento y una manera de estar en el mundo desde las raíces indoamericanas y latinoamericanas. Fue un 'sujeto extranjero culturalmente migratorio ubicado en la intersección de culturas distintas, un sujeto particularmente mujer en el sentido del poder'�(379).

     Tierra, indio y mujer no son temas tomados al azar, los tres responden a una serie de interrogantes desde y hacia Gabriela Mistral.

     Primero dan cuenta de su preocupación social y política, que la distancian claramente de la concepción conservadora que de ella se tiene. Sin incursionar en partidos y libre de ideologías políticas, Gabriela se levanta si con sus propios colores, en una utopía que pretende elevar el nivel de vida de los más pobres, creando una economía indoamericana de cooperación, sustentada por modelos propios de producción. [136]

     �Color lo tengo y en ninguna parte lo he negado: yo soy socialista no internacionalista, es decir, con herejía o cisma en el sentido de desear que nuestro socialismo futuro sea americanista criollo�(380).

     Gabriela Mistral nos advierte de la riqueza del Sur: la tierra, el indio y el pensamiento �mujeril� deben protegerse de la inadecuada apropiación de modelos foráneos. En este contexto, los tres temas representan conceptos desdeñados por la cultura dominante, la que pretende negarles la legitimación económica, social y cultural.

     Estos tres ámbitos se ligan al bloque de símbolos que han liderado el pensamiento de Occidente. Pero se vinculan en su desamparo. En su ausencia.

     Gabriela Mistral pretende levantar un pensamiento suramericano, basado en la economía de la tierra, en la legitimación social del indio y en la revaloración de la cultura de la mujer. A través de ellos y sin abandonar los avances alcanzados, pretende equilibrar la ruta torcida del progreso.

     Mirar estas dimensiones desde la óptica de la escritora nos ayudará a entender la actualidad. Nos permitirá repensar el continente, auxiliar y no ocultar nuestras debilidades. [137]



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