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«Tierras de pan llevar»: Honduras como arcadia

Sergio Ramírez





Gracias a la reedición que en estos días ha hecho la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) de Tierras de pan llevar del hondureño Rafael Heliodoro Valle (1891-1959) es posible poner ojos en una narrativa atrayente y examinarla a la luz de los tiempos actuales, en los que tantas cosas han cambiado, literariamente hablando.

Hay líneas o constantes que podemos seguir en la prosa de Valle: primero su carga poética. Elaborada alrededor de descripciones del paisaje, (el paisaje no cesa de fluir a lo largo de todo el libro) esta prosa evade la realidad de lo que se cuenta para entretenerse en proyecciones arcádicas de la naturaleza; el follaje siempre es dulce, la lluvia es de oro y la montaña acogedora. El ritmo de la narración se hace descansar exageradamente en estos elementos poéticos.

Después, la nostalgia, como camino hacia la magia. Valle rememora su niñez perdida en pueblos mineros, en pequeñas aldeas de la montaña hondureña y reconstruye, otra vez, su arcadia. La inocencia no solo toca con su ala a los niños, también a los adultos en un mundo donde no hay malvados; y cuando al azar encontramos uno, incluso sus actos de maldad son actos de caridad: un balazo en la cabeza a un pordiosero leproso, es antes que nada, una limosna. Valle hace posible que tierra adentro de Honduras, puedan existir países de hadas.

Publicado en 1939 en Santiago de Chile, Tierras de pan llevar corresponde más bien a una época anterior, los finales del siglo XIX, cuando los cuadros de costumbres, como los que componen este libro, darían paso a la literatura regional que se desarrolla posteriormente y convierte lo que son simples pinceladas, acuarelas de composición llana, en narraciones de vida independiente; en tal sentido, Valle sería anterior a Salarrué, aunque Tierras de pan llevar se publique después que Cuentos de barro, si los colocamos dentro de una línea ascendente.

No obstante, sería injusto atenerse a este rigor cronológico, pues la elaboración de la prosa de Valle es mejor lograda que la de nuestros primeros realistas; es más rica, más maestra, tiene matices más auténticos.

Un tercer elemento sería la composición primitiva. Aunque repito, Valle es un maestro de la prosa -y esta afirmación no es de ninguna manera gratuita- los elementos que utiliza para trabajar los breves cuadros de Tierras de pan llevar, son de por sí primitivos (el mundo rural y agreste de Honduras, desde las montañas hasta el mar) y los colores con que el autor trabaja son también agrestes, ocres, azules y rojos de la tierra. No hay complicación alguna y todo se ilumina con la luz buena y sencilla de las aldeas, de sus gentes, de sus cuentos, de sus costumbres sin mácula. El paraíso desciende así para los poblados rústicos, sobre los minerales y sobre las cañadas. Esta visión primitiva se da intencionalmente elaborada por un escritor que conoce sus instrumentos y también el medio. Sería cosa de ponerse a reprocharle la felicidad que hay en sus páginas, o su visión del mundo, tan de proporciones celestiales, pero tal reparo no dañaría en forma alguna lo que hay de belleza allí, belleza también inviolada, como las gentes y los paisajes.

Tierras de pan llevar no será por supuesto un testimonio de la realidad, en una región del mundo como la nuestra en donde los hombres no son precisamente ángeles y donde tantos tienen complejos de demonios. Pero la visión de Valle no viene de tomar partido ni mucho menos; simplemente está sobre la superficie de las cosas, sobre sus colores y sus aromas y la inocencia es la constante, porque nada se desentraña, ni se trastoca: como el mundo descrito, el autor se descalza para entrar en él y su visión es también inviolada.

El problema a resolver sería el determinar si esta literatura es válida o no. A medida que el hombre tiene más conciencia de la realidad de su país, o si se quiere de su región, si nos referimos a Centroamérica; a medida que nos abrimos más a la encarnación de esa realidad en la literatura, es cada día más difícil aceptar un tipo de ficción tan absoluta, de exaltación tan romántica del paisaje, del cual se hace participar a los hombres que lo habitan, en términos tales que de ser realmente así, la historia se hubiera ya detenido.

Pero una obra literaria no puede juzgarse solo en base a estos valores, colocados en el límite de lo que es literario meramente y de lo que le es ajeno. Como obra de creación, Tierras de pan llevar es válida y para señalar esta validez por uno solo de sus elementos, yo escogería su prosa, rica y a veces deslumbrante, armónica, prosa viva y serena que transporta a la evocación con fluidez y con ternura.

Y de entre todos los encantamientos con que Valle puebla a su arcadia, el de la prosa es el que realiza mejor que ninguno el conjuro, porque despierta en ella toda la nostalgia de la infancia perdida.

Valle, Rafael Heliodoro: Tierras de pan llevar. Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA). 2.ª ed. Colección «Séptimo Día».

San José, 1970.





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