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ArribaAbajoOctava y última serie de tradiciones

El motín contra Gasea. -Contra pereza diligencia. -Una partida de palitroques. -El caballo de Santiago Apóstol. -Los amores de San Antonio. -El hijo de la dicha. -Niñería de Niño. -Los que están a la mira. -Un virrey casamentero. -Las clarisas de Guamanga. -El patronato de San Marcos. -Los ratones de fray Martín. -En qué pararon unas fiestas. -La honradez de una ánima bendita. - Los panecitos de San Nicolás. -De cómo se casaban los oidores. -El quitasol del arzobispo. -Una elección de abadesa. -El inca Bohorques. -La va-platos. -Dos excomuniones. -Simonía. -¿Quién es ella? -A cual más santo. -El virrey limeño. -Un incorregible. -Voltaire chiquito. -Mujer hombre. -Garantido, todo lino. -Un zapato acusador. -¿Loco o patriota? -La custodia de Boqui. - Un general de antaño. -Meteorología. -Al pie de la letra. -Una genialidad. -La proeza de Benites. -Una misa de aguinaldo. -Los jamones de la Madre de Dios. -La Conga. -Los buscadores de entierros. -Los macuquinos de Cuspinique. -Refranero limeño. -Respuesta a preguntones. -Crimen de frailes. -El médico inglés. -La pantorrilla del comandante. -Inocente Gavilán. -Pico con pico y ala con ala. -De gallo a gallo. -Tauromaquia. -Gallística. -Las justicias de Cirilo. -La daga de Pizarro. -La maldición de Miller. -El abogado de los abogados.


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ArribaAbajoDespedida


Esta vez va de veras, lectores míos.
No está el tradicionista para más líos,
y eso que de su numen o su meollo
no se ha agotado el jugo para, el embrollo.
Hastiado de ser blanco de mezquindades
y huyendo a literarias vulgaridades,
por que más no lo miren con ceño torvo
los que en la ajena gloria ven un estorbo,
hoy reclama, con toda cortesanía,
para su pobre pluma la cesantía.
Un luchador de menos habrá en la arena,
un obrero de menos en la faena;
se murió San Francisco, que era un portento,
y ni pizca de falta que hizo al convento.
Quiso D. Juan Valera, no como quiera
uno, sino otros tomos, y a fe que fuera
delito, en quien de atento cual yo blasona,
el no ser complaciente con tal persona.
Sirva esta última serie de testimonio
de que este caballero no habló a un bolonio.
Yo siempre he sido dócil al buen consejo:
cata el porqué, sin duda, llegué a ser viejo.
No son paja picada ni cañamones
ocho series o tomos de tradiciones;
que fósforo, y no poco, sépanlo ustedes,
de mi cerebro cuestan a las paredes.
Ya cumplí como bueno, mi sitio cedo:
no con mi época el, cuentas a deber quedo.
Suelto, pues, la baraja, me echo a la calle...
      y que otro talle.



RICARDO PALMA.

Lima, 1891




ArribaAbajoEl motín contra Gasca

Ilustración

Dueño ya don Pedro de la Casca de los veintidós buques que bajo el mando del general Hinojosa componían la escuadra de Gonzalo Pizarro, resolvió principiar la campaña contra el rebelde, desentendiéndose de las observaciones que en oposición a su propósito formularon don Diego García de Paredes y demás capitanes.

El 10 de abril de 1517 y con propicio viento abandonaron las naves el fondeadero de Panamá, embarcándose Gasea en la capitana, acompañado del arzobispo Loayza, que había poco antes conseguido huir de Lima. No llegaban a la cifra de quinientos los soldados y tripulantes que iban a acometer la ardua empresa.

Dos días de navegación llevaba la flota, cuando sobrevinieron calmas tan completas que varios de los barcos, arrastrados por las corrientes, retrocedieron a Taboga.

Disperso el convoy, convocó Gasca una junta, en la que los marinos opinaron que la estación era adversa para navegar con rumbo a las costas   —214→   del Perú, pues hallándose mal carenadas algunas de las naves se corría el peligro de verlas hundirse, y por ende convenía regresar a Panamá y esperar a septiembre, en que corrientes y brisas son favorables. Los hombres de guerra, por su parte, añadían que en cinco o seis meses más, con los leales que acudieran de Nicaragua y Méjico, habría una base de mil soldados, por lo menos, para lanzarse a la aventura con seguridad del éxito.

Gasea consideró que aplazar por medio año las operaciones era dar tiempo para que los rebeldes cobrasen bríos, y apartándose de la opinión general, dijo:

-No se hable, señores, de volver atrás, que de animosos es el peligro. Señor Juan Alonso de Palomino, en nombre del emperador, ordeno que las naos hagan rumbo a la Gorgona.

Y no hubo más que proseguir navegando con los buques que estuvieron en condición de hacerlo.

Tres días más tarde, y casi al anochecer, desatose un atroz temporal del Norte. Juan Cristóbal Calvete lo describe así: «El viento era tan recio y la mar tan brava que el riesgo de zozobrar se hizo inminente; y eran las olas tan furiosas y continuas, que no había marinero que parase, por el agua que de la mar entraba y por la que del cielo caía; y eran tantos los truenos, relámpagos y rayos, que la nao parecía arder en vivas llamas».

La gente de mar, casi amotinada, manifestó a Gasea la conveniencia de amainar velas, conservando sólo la del trinquete, y correr el temporal hasta volver a dar fondo en Taboga o Panamá.

El clérigo Gasca, que breviario en mano no se separaba de la cubierta despreciando el peligro de ser arrebatado por una ola, les contestó con energía:

-A la Gorgona he dicho, y pena de la vida al que toque un trapo.

A las tres de la mañana bajó el licenciado a la cámara, y la marinería se echó a aflojar escotas para arriar la mayor y la mesana.

Un par de minutos llevaban en la faena cuando volvió a presentarse Gasca sobre cubierta.

-¡Por la Virgen del Pilar! -gritó furioso.- ¡Alto esa maniobra!

-Señor licenciado -contestó un contramaestre,- saber leer en el breviario, no es saber en cosas de mar.

El motín no podía ser más declarado.

Y hasta los oficiales, sin tomar parte activa, simpatizaban con la marinería, pues ninguno puso a raya al insolente.

Por fortuna, las cuerdas y velas estaban tan duras y tiesas que la maniobra se hacía difícil.

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Gasca cruzó los brazos sobre el pecho, alzó los ojos al cielo, pidió o Dios un milagro, y Dios lo oyó.

De pronto brillaron luces sobre los masteleros y gavia.

Eran las luces o fuegos de San Telmo, anunciadores de que la tempestad iba a cesar.

La amotinada marinería cayó de rodillas delante de don Pedro de la Gasca, como los sublevados compañeros de Colón cuando el serviola gritó desde la cofa: «¡Tierra!»

Ilustración



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