Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoActo VIII

ARGUMENTO DEL OCTAVO ACTO

La mañana viene. Despierta Pármeno. Despedido de Areúsa, va para casa de Calisto, su señor. Halló a la puerta a Sempronio. Conciertan su amistad. Van juntos a la cámara de Calisto. Hállanle hablando consigo mismo. Levantado, va a la iglesia.


  -E IIr-    

SEMPRONIO, PÁRMENO, AREÚSA, CALISTO.

 

PÁRMENO.-  ¿Amanece o qué es esto, que tanta claridad está en esta cámara?

AREÚSA.-  ¡Qué amanecer! Duerme, señor, que aún ahora nos acostamos. No he yo pegado bien los ojos, ¿ya había de ser de día? Abre, por Dios, esa ventana de tu cabecera y verlo has.

PÁRMENO.-  En mi seso estoy yo, señora, que es de día claro, en ver entrar luz entre las puertas. ¡Oh, traidor de mí, en qué gran falta he caído con mi amo! De mucha pena soy digno. ¡Oh, qué tarde que es!

AREÚSA.-  ¿Tarde?

PÁRMENO.-  ¡Y muy tarde!

AREÚSA.-  Pues, así gocé de mi alma, no se me ha quitado el mal de la madre. No sé cómo pueda ser.

PÁRMENO.-  Pues, ¿qué quieres, mi vida?

AREÚSA.-  Que hablemos en mi mal.

PÁRMENO.-  Señora mía, si lo hablado no basta, lo que más es necesario me perdona, porque es ya mediodía. Si voy más tarde, no seré bien recibido de mi amo. Yo vendré mañana y cuantas veces después mandares, que por eso hizo Dios un día tras otro, por que lo que el uno no bastase, se cumpliese en otro. Y aun por que más nos veamos, reciba de ti esta gracia: que te vayas hoy a las doce del día a comer con nosotros a su casa de Celestina.

AREÚSA.-  Que me place de buen grado. Ve con Dios, junta tras ti la puerta.

PÁRMENO.-  A Dios te quedes.



PÁRMENO.-  ¡Oh placer singular! ¡Oh singular alegría! ¿Cuál hombre es ni ha sido más bienaventurado que yo? ¿Cuál más dichoso y bienandante? ¡Que un tan excelente don sea por mí poseído, y, cuan presto pedido, tan presto alcanzado! Por cierto, si las traiciones de esta vieja con mi corazón yo pudiese sufrir, de rodillas había de andar a la complacer. ¿Con qué pagaré yo esto? ¡Oh alto Dios! ¿A quién contaría yo este gozo? ¿A quién descubriría tan gran secreto? ¿A quién daré parte de mi gloria? Bien me decía la vieja que de ninguna prosperidad es buena la posesión sin compañía. El placer no comunicado no es placer. ¿Quién sentiría esta mi dicha como yo la siento? A Sempronio veo a la puerta de casa.   -E IIv-   Mucho ha madrugado. Trabajo tengo con mi amo, si es salido fuera. No será, que no es acostumbrado, pero como ahora no anda en su seso, no me maravillo que haya pervertido su costumbre.

SEMPRONIO.-  Pármeno, hermano, si yo supiese aquella tierra donde se gana el sueldo durmiendo, mucho haría por ir allá, que no daría ventaja a ninguno. Tanto ganaría como otro cualquiera. Y, ¿cómo, holgazán, descuidado, fuiste para no tornar? No sé qué crea de tu tardanza, sino que te quedaste a escalentar la vieja esta noche o a rascarle los pies, como cuando chiquito.

PÁRMENO.-  ¡Oh Sempronio, amigo y más que hermano! Por Dios, no corrompas mi placer, no mezcles tu ira con mi sufrimiento, no revuelvas tu descontentamiento con mi descanso, no agües con tan turbia agua el claro licor del pensamiento que traigo, no enturbies con tus envidiosos castigos y odiosas reprehensiones mi placer. Recíbeme con alegría y contarte he maravillas de mi buena andanza pasada.

SEMPRONIO.-  Dilo, dilo. ¿Es algo de Melibea? ¿Hasla visto?

PÁRMENO.-  ¡Qué de Melibea! Es de otra que yo más quiero, y aun tal que, si no estoy engañado, puede vivir con ella en gracia y hermosura. Sí, que no se encerró el mundo y todas sus gracias en ella.

SEMPRONIO.-  ¿Qué es esto, desvariado? Reírme querría, sino que no puedo. ¿Ya todos amamos? El mundo se va a perder. Calisto a Melibea, yo a Elicia, tú, de envidia has buscado con quien perder ese poco de seso que tienes.

PÁRMENO.-  ¿Luego locura es amar y yo soy loco y sin seso? Pues si la locura fuese dolores, en cada casa habría voces.

SEMPRONIO.-  Según tu opinión, sí eres, que yo te he oído dar consejos vanos a Calisto y contradecir a Celestina en cuanto habla. Y, por impedir mi provecho y el suyo, huelgas de no gozar tu parte. Pues a las manos me has venido donde te podré dañar, y lo haré.

PÁRMENO.-  No es, Sempronio, verdadera fuerza ni poderío dañar y empecer, mas aprovechar y guarecer, y muy mayor quererlo hacer. Yo siempre te tuve por hermano. No se cumpla, por Dios, en ti lo que se dice, que pequeña causa desparte conformes amigos. Muy mal me tratas. No sé dónde nazca este rencor. No me indignes, Sempronio, con tan lastimeras razones. Cata que es muy rara la paciencia que agudo baldón no penetre y traspase.

SEMPRONIO.-  No digo mal en esto, sino que se eche otra sardina para el mozo de caballos, pues tú tienes amiga.

PÁRMENO.-  Estás enojado. Quiérote sufrir, aunque más mal me trates, pues dicen que ninguna humana pasión es perpetua ni durable.

SEMPRONIO.-  Más maltratas tú a Calisto, aconsejando a él lo que para ti huyes, diciendo que se aparte de amar a Melibea, hecho tablilla de mesón, que para sí no tiene abrigo y dale a todos. ¡Oh Pármeno! Ahora podrás ver cuán fácil cosa es reprehender vida ajena y cuán duro guardar cada cual la suya. No digo más, pues tú eres testigo, y de aquí adelante veremos cómo te has, pues ya tienes tu escudilla como cada cual. Si tú mi amigo fueras, en la necesidad que de ti tuve me habías de favorecer, y ayudar a Celestina en mi provecho, que no hincar un clavo de malicia a cada palabra. Sabe que, como   -E IIIr-   la hez de la taberna despide a los borrachos, así la adversidad o necesidad al fingido amigo. Luego se descubre el falso metal, dorado por encima.

PÁRMENO.-  Oído lo había decir y por experiencia lo veo: nunca venir placer sin contraria zozobra en esta triste vida. A los alegres, serenos y claros soles, nublados oscuros y pluvias vemos suceder; a los solaces y placeres, dolores y muertes los ocupan; a las risas y deleites, llantos y lloros y pasiones mortales los siguen; finalmente, a mucho descanso y sosiego, mucho pesar y tristeza. ¿Quién podrá tan alegre venir como yo ahora? ¿Quién tan triste recibimiento padecer? ¿Quién verse, como yo me vi, con tanta gloria alcanzada con mi querida Areúsa? ¿Quién caer de ella siendo tan mal tratado tan presto, como yo de ti? Que no me has dado lugar a poderte decir cuánto soy tuyo, cuánto te he de favorecer en todo, cuánto soy arrepiso de lo pasado, cuántos consejos y castigos buenos he recibido de Celestina en tu favor y provecho y de todos; cómo, pues este juego de nuestro amo y Melibea está entre las manos, podemos ahora medrar o nunca.

SEMPRONIO.-  Bien me agradan tus palabras, si tales tuvieses las obras, a las cuales espero para haberte de creer. Pero, por Dios, me digas qué es eso que dijiste de Areúsa. Parece que conoces tú a Areúsa, su prima de Elicia.

PÁRMENO.-  Pues, ¿qué es todo el placer que traigo, sino haberla alcanzado?

SEMPRONIO.-  ¡Cómo se lo dice el bobo, de risa no puede hablar! ¿A qué llamas haberla alcanzado? ¿Estaba a alguna ventana o qué es eso?

PÁRMENO.-  A ponerla en duda si queda preñada o no.

SEMPRONIO.-  Espantado me tienes. Mucho puede el continuo trabajo; una continua gotera horada una piedra.

PÁRMENO.-  Verás qué tan continuo, que ayer lo pensé, ya la tengo por mía.

SEMPRONIO.-  ¡La vieja anda por ahí!

PÁRMENO.-  ¿En qué lo ves?

SEMPRONIO.-  Que ella me había dicho que te quería mucho y que te la haría haber. Dichoso fuiste, no hiciste sino llegar y recaudar. Por esto dicen más vale a quien Dios ayuda, que quien mucho madruga. Pero tal padrino tuviste...

PÁRMENO.-  Di madrina, que es más cierto. Así que quien a buen árbol se arrima... Tarde fui, pero temprano recaudé. ¡Oh hermano!, ¿qué te contaría de sus gracias de aquella mujer, de su habla y hermosura de cuerpo? Pero quede para más oportunidad.

SEMPRONIO.-  ¿Puede ser sino prima de Elicia? No me dirás tanto, cuanto estotra no tenga más. Todo te creo. Pero, ¿qué te cuesta? ¿Hasle dado algo?

PÁRMENO.-  No, cierto. Mas, aunque hubiera, era bien empleado. De todo bien es capaz. En tanto son las tales tenidas cuanto caras son compradas; tanto valen cuanto cuestan. Nunca mucho costó poco, sino a mí esta señora. A comer la convidé para casa de Celestina y, si te place, vamos todos allá.

SEMPRONIO.-  ¿Quién, hermano?

PÁRMENO.-  Tú y ella, y allá está la vieja, y Elicia. Habremos placer.

SEMPRONIO.-  ¡Oh Dios, y cómo me has alegrado! Franco eres, nunca te faltaré. Como te tengo por hombre, como creo que Dios te ha de hacer bien, todo el enojo que de tus pasadas   -E IIIv-   hablas tenía, se me ha tornado en amor. No dudo ya tu confederación con nosotros ser la que debe. Abrazarte quiero. Seamos como hermanos. ¡Vaya el diablo para ruin...! Sea lo pasado cuestión de San Juan, y así paz para todo el año, que las iras de los amigos siempre suelen ser reintegración del amor. Comamos y holguemos, que nuestro amo ayunará por todos.

PÁRMENO.-  ¿Y qué hace el desesperado?

SEMPRONIO.-  Allí está tendido en el estrado cabe la cama, donde le dejaste anoche, que ni ha dormido ni está despierto. Si allá entro, ronca; si me salgo, canta o devanea. No le tomo tiento si con aquello pena o descansa.

PÁRMENO.-  ¿Qué dices? ¿Y nunca me ha llamado ni ha tenido memoria de mí?

SEMPRONIO.-  No se acuerda de sí, ¿acordarse ha de ti?

PÁRMENO.-  Aun hasta en esto me ha corrido buen tiempo. Pues así es, mientras recuerda, quiero enviar la comida, que la aderecen.

SEMPRONIO.-  ¿Qué has pensado enviar para que aquellas loquillas te tengan por hombre cumplido, bien criado y franco?

PÁRMENO.-  En casa llena, presto se adereza cena. De lo que hay en la despensa basta para no caer en falta: pan blanco, vino de Monviedro, un pernil de tocino; y más seis pares de pollos que trajeron estotro día los renteros de nuestro amo, que si los pidiere, harele creer que los ha comido; y las tórtolas que mandó para hoy guardar diré que hedían. Tú serás testigo. Tendremos manera como a él no haga mal lo que de ellas comiere, y nuestra mesa esté como es razón. Y allá hablaremos más largamente en su daño y nuestro provecho con la vieja cerca de estos amores.

SEMPRONIO.-  ¡Más dolores!, que por fe tengo que de muerto o loco no escapa esta vez. Pues que así es, despacha. Subamos a ver qué hace.



CALISTO
   En gran peligro me veo:
en mi muerte no hay tardanza,
pues que me pide el deseo
lo que me niega esperanza.

PÁRMENO.-  Escucha, escucha, Sempronio. Trovando está nuestro amo.

SEMPRONIO.-  ¡Oh hideputa, él trovador! El gran Antípater Sidonio, el gran poeta Ovidio, los cuales de improviso se les venían las razones metrificadas a la boca. ¡Sí, sí, de ésos es! ¡Trovará el diablo! Está devaneando entre sueños.

CALISTO
   Corazón, bien se te emplea
que penes y vivas triste,
pues tan presto te venciste
del amor de Melibea.

PÁRMENO.-  ¿No digo yo que trova?

CALISTO.-  ¿Quién habla en la sala? ¡Mozos!

PÁRMENO.-  Señor.

CALISTO.-  ¿Es muy noche? ¿Es hora de acostar?

PÁRMENO.-  ¡Mas ya es, señor, tarde para levantar!

CALISTO.-  ¿Qué dices, loco? ¿Toda la noche es pasada?

PÁRMENO.-  Y aun harta parte del día.

CALISTO.-  Di, Sempronio, ¿miente ese desvariado que me hace creer que es de día?

SEMPRONIO.-  Olvida, señor, un poco a Melibea y verás la claridad, que con la mucha que en su gesto contemplas, no puedes ver de encandilado, como perdiz con la calderuela.

CALISTO.-  Ahora lo creo, que tañen a misa. Daca mis ropas, iré a la Magdalena, rogaré a Dios aderece a Celestina y ponga en corazón a Melibea mi remedio o dé fin en breve a mis tristes días.

SEMPRONIO.-  No te fatigues tanto. No lo quieras todo en una hora, que no es de discretos desear con grande eficacia lo que se   -E IIIIr-   puede tristemente acabar. Si tú pides que se concluya en un día lo que en un año sería harto, no es mucha tu vida.

CALISTO.-  ¿Quieres decir que soy como el mozo del escudero gallego?

SEMPRONIO.-  No mande Dios que tal cosa yo diga, que eres mi señor. Y demás de esto, sé que, como me galardonas el buen consejo, me castigarías lo mal hablado, aunque dicen que no es igual la alabanza del servicio o buena habla con la reprehensión y pena de lo mal hecho o hablado.

CALISTO.-  No sé quién te avezó tanta filosofía, Sempronio.

SEMPRONIO.-  Señor, no es todo blanco aquello que de negro no tiene semejanza; ni es todo oro cuanto amarillo reluce. Tus acelerados deseos, no medidos por razón, hacen parecer claros mis consejos. Quisieras tú ayer que te trajeran a la primera habla amanojada y envuelta en su cordón a Melibea, como si hubieras enviado por otra cualquiera mercaduría a la plaza, en que no hubiera más trabajo de llegar y pagarla. Da, señor, alivio al corazón, que en poco espacio de tiempo no cabe gran bienaventuranza. Un solo golpe no derriba un roble. Apercíbete con sufrimiento, porque la prudencia es cosa loable y el apercibimiento resiste el fuerte combate.

CALISTO.-  Bien has dicho, si la cualidad de mi mal lo consintiese.

SEMPRONIO.-  ¿Para qué, señor, es el seso, si la voluntad priva a la razón?

CALISTO.-  ¡Oh loco, loco! Dice el sano al doliente, «Dios te dé salud». No quiero consejo ni esperarte más razones, que más avivas y enciendes las llamas que me consumen. Yo me voy solo a misa y no tornaré a casa hasta que me llaméis, pidiéndome albricias de mi gozo con la buena venida de Celestina. Ni comeré hasta entonces, aunque primero sean los caballos de Febo apacentados en aquellos verdes prados que suelen, cuando han dado fin a su jornada.

SEMPRONIO.-  Deja, señor, esos rodeos, deja esas poesías, que no es habla conveniente la que a todos no es común, la que todos no participan, la que pocos entienden. Di «aunque se ponga el sol» y sabrán todos lo que dices, y come alguna conserva con que tanto espacio de tiempo te sostengas.

CALISTO.-  Sempronio, mi fiel criado, mi buen consejero, mi leal servidor, sea como a ti te parece, porque cierto tengo, según tu limpieza de servicio, quieres tanto mi vida como la tuya.

SEMPRONIO.-  ¿Créeslo tú, Pármeno? Bien sé que no lo jurarías. Acuérdate, si fueres por conserva, apañes un bote para aquella gentecilla que nos va más y a buen entendedor... En la bragueta cabrá.

CALISTO.-  ¿Qué dices, Sempronio?

SEMPRONIO.-  Dije, señor, a Pármeno que fuese por una tajada de diacitrón.

PÁRMENO.-  Hela aquí, señor.

CALISTO.-  Daca.

SEMPRONIO.-  Verás qué engullir hace el diablo. Entero lo quiere tragar por más aprisa hacer.

CALISTO.-  El alma me ha tornado. Quedaos con Dios, hijos. Esperad la vieja e id por buenas albricias.

PÁRMENO.-  ¡Allá irás con el diablo, tú y malos años, y en tal hora comieses el diacitrón como Apuleyo el veneno que lo convirtió en asno!