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1

El autor ha publicado en una obrita (de la Inglaterra y de los ingleses: París, en casa de Artus Bertrand) las observaciones que pudo recoger acerca de la situación económica de aquel pueblo y cuando recorrió la Inglaterra y la Escocia el 1814. Esta obrita se ha traducido ya en castellano. (N. del A.)



 

2

De oikos, casa, y de nomos, ley. Economía, ley con que se gobierna la en casa. Por casa entendían los Griegos, todos los bienes que posee la familia. La palabra política extiende esto a la familia política, a la nación.

La expresión de Economía política es muy conveniente para designar la ciencia que es el asunto de esta obra, porque no se puede tratar en ella de las riquezas naturales, de los bienes que nos concede naturaleza gratuitamente y sin tasa, sino solo de las riquezas sociales, fundadas en el cambio y la propiedad, que son instituciones sociales. Véase el Epítome con que termina el tomo II, voz Riquezas. (N. del A.)



 

3

Las ciencias experimentales deben ser descriptivas hasta cierto punto, para poder dar razón del modo con que suceden las cosas, y asignar tal causa a tal efecto. Así, para explicar los eclipses de sol, debe establecer la astronomía que la luna es opaca. Del mismo modo la Economía política expone la verdadera naturaleza de las monedas, para mostrar que son un medio y no el fin de la producción de las riquezas. (N. del A.)



 

4

El ministro de lo Interior de Francia, en su exposición de 1813, en una época de desastres, en que el comercio estaba arruinado, y todos los recursos en la mayor decadencia, se jacta de haber probado, con guarismos, que se hallaba la Francia en un estado de prosperidad, superior a cuanto había experimentado hasta entonces. (Véase la nota de la página 123 de este tomo.) (N. del A.)



 

5

No entiendo aquí por la palabra práctica el hábito manual que permite hacer mas fácilmente y mejor lo que se hace todos los días, porque este es el talento de un obrero u de un copiante; sino que entiendo el método que sigue el que dirige o administra los intereses del Estado a los de un particular. (N. del A.)



 

6

Con esto se explica también por qué las naciones no se aprovechan casi nunca de las lecciones de la experiencia; pues para que así fuese sería necesario que el pueblo se hallase en estado de comprehender la conexión de las causas y de los efectos; lo que supone un grado de luces muy superior, y gran disposición para reflexionar. Cuando las naciones se hallasen en estado de aprovecharse de la experiencia, ya no tendrían necesidad de ella ni de otro auxilio que el de la sana razón; y este es uno de los motivos porque no pueden eximirse de ser constantemente dirigidas. Lo más que pueden desear es que en la formación y ejecución de sus leyes se tenga siempre por objeto el interés general: y este es el problema que las diferentes constituciones políticas resuelven con mayor o menor imperfección. (N. del A.)



 

7

Se puede saber, por ejemplo, que el precio de los vinos del año dependerá infaliblemente de la cantidad de vinos que haya que vender, comparada con la extensión de las necesidades. Pero si se quisiese someter estos dos datos a cálculos matemáticos, sería necesario descomponer los elementos inmediatos de que se componen, estar seguro de conocer todos sus elementos simples, y caracterizar de un modo asignable el influjo de cada uno de ellos. Así, habría que determinar, no sólo lo que suministrará la próxima cosecha, la cual está expuesta a todas las variaciones de la atmósfera, sino la calidad que tendrá; lo que quedará de la cosecha anterior; la mayor o menor suma de capitales que se hallarán a disposición de los mercaderes y que deberán entrar más o menos pronto en sus anticipaciones y en fin, habría que determinar también la opinión relativa a la posibilidad de exportar, la cual no podrá formarse sino de la que se tenga acerca del orden político y de la estabilidad de las leyes, opinión que varía de individuo a individuo, y de un día a otro. Todos estos datos, y probablemente algunos otros, deberían apreciarse con exactitud, sólo para que se pudiese establecer la cantidad que se pondrá en circulación, y éste no es más que uno de los elementos del precio. Para establecer la cantidad que se pedirá, sería necesario saber de antemano el precio a que se podrá fijar el género, del cual se pedirá tanto más, cuanto más barato se dé; y sería tan bien necesario tener noticia de los acopios anteriores, del gusto y facultades de los consumidores, cosas tan diversas como sus personas. Sus facultades para comprar variarán según la situación más o menos próspera de la industria en general, o de la de cada uno de ellos en particular; y variarán también sus necesidades en razón de los suplementos con que puedan reemplazar una bebida por otra, como la cerveza la sidra, &c. Paso en silencio una multitud de consideraciones que influirían más o menos en la solución del problema. Pues yo dudo que una persona verdaderamente habituada a las aplicaciones matemáticas se atreviese ni aun a intentar ésta, no sólo a causa del número de datos, sino también por la dificultad de limitar sus caracteres con exactitud, y de combinar sus influjos particulares. Los que han pretendido hacerlo, no han podido enunciar estas cuestiones en lenguaje analítico, sino desembarazándose de su complicación natural por medio de simplificaciones y supresiones arbitrarias, cuyas consecuencias no valuadas cambian siempre esencialmente el estado del problema, y desfiguran todos sus resultados; de suerte que lo mismo, y nada más se puede inferir de sus cálculos que de unas fórmulas que se hubiesen adoptado arbitrariamente. Por eso, en vez de hallar en sus resultados aquella concordancia que forma el carácter propio de las aplicaciones geométricas rigurosas, de cualquier manera que se obtengan, sólo se ve en ellos indeterminación, incertidumbre, y aun sucede muchas veces que las diferencias igualan a las cantidades que se trata de determinar. ¿Qué deberá pues hacer un hombre prudente y atinado en estas materias complicadas? Lo que hace en las circunstancias no menos compuestas, que deciden de la mayor parte de las acciones humanas, buscarán los elementos inmediatos de la cuestión propuesta, y después de haberlos establecido con certidumbre (cosa que puede hacer un economista) valuará por aproximación sus influjos recíprocos, valiéndose para ello del auxilio de una razón ilustrada, la cual no es en realidad más que un instrumento de que nos servirnos para apreciar el resultado medio de una multitud de probabilidades que no es posible calcular exactamente.

Describiendo Cabanis las revoluciones de la medicina, hace una observación enteramente análoga a ésta: «Los fenómenos vitales (dice) dependen de tantos resortes desconocidos, están enlazados con tantas circunstancias, cuyo valor no se logrará determinar jamás por medio de la observación, que no pudiendo proponerse los problemas con todos sus datos, se niegan absolutamente al cálculo; y cuando, han querido los mecánicos sujetar a sus métodos las leyes vitales, han presentado a los sabios el espectáculo más asombroso y más digno de toda nuestra reflexión. Los términos de la lengua de que se valían eran exactos, las formas del raciocinio seguras, y sin embargo eran erróneos todos los resultados. Hay que notar además que aunque todos los calculadores usaban de una misma lengua, y tenían un mismo modo de servirse de ella, sucedía que cada uno hallaba un resultado particular diferente; de modo que con los métodos uniformes y rigorosos de la verdad, pero empleados fuera de tiempo, se han establecido los sistemas mas falsos, ridículos y opuestos entre sí».

D'Alembert confiesa en su Hidrodinámica que la celeridad de la sangre y la acción que ejerce en los vasos se niegan a toda especie de cálculo: y Senebier hace observaciones análogas en su Ensayo sobre el arte de observar (tomo I, página 81.)

Lo que dicen acerca de las ciencias físicas unos profesores sabios y unos filósofos juiciosos, se aplica con más justa razón a una ciencia moral, y explica por qué se ha errado siempre el verdadero camino en la Economía política, cuando se ha querido sujetarlo todo a los cálculos matemáticos. Ninguna abstracción es más peligrosa que la que se adopta en este caso. (N. del A.)



 

8

Lib. II de República. (N. del A.)



 

9

Cuando se ve que casi todos los historiadores, desde Herodoto hasta Bossuet, elogian esta ley y otras semejantes, se conoce cuán necesario es que la Economía política forme una parte de los estudios del historiador. (N. del A.)



 
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