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1

El señor Luis Say de Nantes, hermano mío, ha impugnado este principio en una obrita titulada: De las causas principales de la riqueza y miseria de los pueblos y de los particulares, cuaderno en 8.º de 156 páginas, en París por Deterville. Sienta que las cosas no son riquezas más que en razón de su utilidad y no en razón de la utilidad que se reconoce en ellas. Esto es incontestable en moral; pero en la ciencia de las riquezas, no se puede estimar las cosas más que por lo que se venden. La utilidad que no esta determinada de este modo, es una cantidad arbitraria, vaga, diferente según las personas, al mismo tiempo y en el mismo lugar. La economía política no ha llegado a ser una ciencia positiva hasta que ha sabido establecerla como un hecho de que ha señalado las causas, y manifestado las consecuencias.

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2

En las primeras ediciones de esta obra había dicho que la medida del valor era el valor de otro producto. Expresión que no era exacta. La medida del valor es la cantidad de otro producto. De este error resultaba que algunas demostraciones eran obscuras. Esto me lo han hecho percibir algunas críticas, injustas por otra parte. Fas est de hoste doceri.

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3

No creo que haya necesidad de recordar que aun cuando las mercancías no se cambien en especie, sino por dinero, las transacciones de este género equivalen siempre a cambios en especie. Ningún vendedor recibe dinero para consumir el dinero él mismo, se recibe para comprar con él otra cosa: realmente no se hace más que cambiar los productos que se venden por los productos que se compran. Cuando he vendido quince fanegas de trigo a veinte reales, y con este dinero he comprado una fanega de café, me he hallado dueño de esta cantidad de café en vez de la cantidad de trigo: en realidad he cambiado mi trigo por el café, y el dinero que me ha servido en esta transacción, es tan ajeno para mí como si jamás lo hubiese poseído. Tengo pues fundamento para decir que el valor de las cosas se establece por la relación de una a otra, y no por relación solo al dinero.

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4

Se inferiría muy mal de lo que digo aquí, que cuando un producto ha costado veinte reales de gastos de producción no puede sin embargo venderse más que a doce, sus servicios productivos no valen más que doce reales. Resulta solo de mi doctrina que los servicios productivos que podían producir por veinte reales de valores no han producido en este caso particular más que por doce reales.

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5

Ricardo, Principios de Economía política, cap. 30 de la traducción francesa.

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6

Especie de plato que se hace con huevos de Esturión.

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7

Se ve cuán superfluo es el querer comparar la renta de dos naciones, de Francia y de Inglaterra, comparando el valor de sus productos anuales. Además no hay ninguna paridad posible entre dos valores que no están en el mismo lugar. La comparación de la riqueza de dos pueblos no puede hacerse sino por un aprecio moral de bien estar del uno y del otro.

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8

Smith llama precio natural de los productos, a sus gastos de producción, en contraposición al gasto corriente (market-price); pero aquí se ve que todos los cambios, hasta la producción, que también es un cambio, se hacen también al precio corriente.

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9

De unos cien años acá, los progresos de la industria, debidos a los progresos de la inteligencia humana, y sobre todo al conocimiento más exacto de la naturaleza, han procurado a los hombres economías inmensas en el arte de producir; pero al mismo tiempo los hombres han estado demasiado atrasados en las ciencias morales y políticas, y sobre todo en el arte de la organización de las sociedades para sacar partido para su provecho de estos descubrimientos. Sin embargo se haría muy mal en creer que las naciones no han sacado ningún provecho de ellas. Es verdad que pagan contribuciones dobles, triples, cuádruples de lo que pagaban, pero no obstante la población de todos los estados de Europa se ha aumentado; lo que prueba que una parte a lo menos de este incremento de producto se ha convertido en provecho de los pueblos, y no solo se ha aumentado la población sino que en general está uno más bien provisto, más bien alojado, mejor vestido y creo menos frugalmente alimentado que lo estaba hace un siglo.

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10

Hallo en las investigaciones de Dupré de Saint-Maur, que en 1342 un buey se vendía a unas treinta u treinta y tres pesetas. Esta suma contenía con corta diferencia siete onzas de plata fina, que al poco más o menos valían lo que veinte y ocho onzas en nuestros días. Las veinte y ocho onzas expresadas en la moneda actual, que tiene un décimo de liga valen setecientos veinte cuatro reales con corta diferencia, precio inferior al que vale actualmente un buey ordinario. Un buey que se compra flaco, en Poitou, por mil doscientos reales, después de cebado en la Normandía baja, se vende en París por mil ochocientos u dos mil reales. La carne esta a más del doble del precio que costaba en el siglo XIV, y probablemente sucede lo mismo a muchos otros géneros alimenticios: si al mismo tiempo los progresos de la industria no hubiesen dado a los obreros más comodidades y más manantiales de riqueza, estarían menos bien alimentados que en tiempo de Felipe de Valois.

Esto se explica fácilmente. Las rentas adquiridas por las clases industriosas les han permitido el multiplicarse, y aumentar por esto constantemente la petición de los géneros alimenticios. Pero los géneros alimenticios no han podido multiplicarse tanto como la petición de ellos, porque el suelo aunque más productivo, no lo es indefinidamente, y la producción de los géneros alimenticios por medio del comercio, es más dispendiosa que cuando se cogían en el suelo mismo, atendido que estos géneros en general son voluminosos

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