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71

Prólogo del autor. En: Cuentos grotescos, Caracas, Edime, 1955. Reproducido en edición de la misma obra. Caracas, Monte Avila, Col. Popular Eldorado, Nº 14, 1972.

 

72

José Antonio Castro: «El sentido de lo grotesco en los cuentos de Pocaterra.», Maracaibo, Universidad del Zulia (Separata del Anuario de Filología), 1968. Balmiro Omaña: «La cuentística de Pocaterra.» Ciudad Bolívar, Universidad de Oriente, Núcleo de Bolívar, 1970.

 

73

Julio Rosales: «Evocación de La Alborada.» En: RNC, Nº 135 (1939), p. 10.

 

74

Rosales: Ibíd., p. 15.

 

75

Jesús Semprum. «Julio Rosales.» En: Crítica Literaria, Caracas, Villegas, 1956, pp. 216-217.

 

76

Julio Rosales: «Introito a Buen hijo de familia.» En: Cuatro novelas cortas, Caracas, Edics. del Ministerio de Educación (Biblioteca Popular Venezolana, 93), 1963, p. 117.

 

77

El llanero, un problema de crítica literaria, Caracas, Edics. de la Asociación de Escritores Venezolanos (Cuadernos Literarios, Nº 76), 1952.

 

78

Jesús Semprum y Julio Planchart saludaron estas novelas con optimismo. Semprum vio a El último Solar, como tipo, distante en la elaboración novelada, de los personajes en derrota, plasmados por Díaz Rodríguez. Y el conjunto de la novela como anuncio jubiloso de un nuevo arte narrativo escrito por las nuevas generaciones. (Cf. «Rómulo Gallegos.» En: Crítica literaria, pp. 205-211). Planchart, respecto de La trepadora, escribe sus Reflexiones sobre novelas venezolanas en 1926, para considerar que en ella, Gallegos realiza «la plenitud del género vernáculo». (Temas críticos. Caracas Edics, de la Presidencia de la República. Col. Fuentes para la historia de la literatura venezolana, Nº 3), 1972; pp. 31-57.

 

79

Para no sobreabundar en referencias, remito a la Bibliografía de Rómulo Gallegos, Caracas, Gobernación del Distrito Federal (Comp. del Centro de Estudios Literarios de la Univ. Católica «Andrés Bello»), (Col. Bibliografías, Nº l), 1969.

 

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Guillermo de Torre publica en 1925 su libro Literaturas europeas de vanguardia. Fue el manifiesto y el breviario en que aprendieron las nuevas modalidades los jóvenes artistas, no sólo de lengua española. Reeditado cuarenta años después, 1965, con el título de Historia de las literaturas de vanguardia, ha clarificado apreciaciones. Vanguardia fue término de guerra: litterature d'avant-garde. «La vanguardia, tal como yo lo entiendo -dice-, no ha significado nunca una escuela, una tendencia o una manera determinada. Sí el común denominador de los diversos ismos echados a volar durante estos últimos años» (p. 23). El vanguardismo traduce, al saber de este primer heraldo, «Movimiento de choque, de ruptura y apertura al mismo tiempo, (...) del mismo modo que toda actitud o situación extrema no aspiraba a ninguna permanencia y menos aún a inmovilidad. En la misma razón de su ser llevaba encapsulado el espíritu de cambio y evolución, previendo, ambicionando sucesiones» (p. 21).