

Un periódico nuevo
Mariano José de Larra
[Nota preliminar: Reproducimos la edición digital del artículo ofreciendo la posibilidad de consultar la edición facsímil de La Revista Española, Periódico Dedicado a la Reina Ntra. Sra., n.º 460, 26 de enero de 1835, Madrid.]
Noble Espagne, où la littérature est réduite à la liberté du monologue de Figaro. |
F. Soulié: «La librairie à Paris», Livre des Cent-et-un |
-[pág. 1475]-
–¿Por qué no pone usted un periódico suyo? ¿Cuándo sale Fígaro? ¡Es idea peregrina! Ya he visto en los demás periódicos la publicación del permiso para el periódico nuevo. ¿Saldrá por fin en febrero, en marzo? ¿Cuándo? ¿Nos hará usted reír, por supuesto?
He aquí las preguntas que por todas partes se me dirigen, que me cercan, me estrechan, me comprometen, y a las cuales me veo más apurado para responder, que se ven hace tres días... Iba a hacer una mala comparación; y si me la había de suprimir algún amigo de estos que miran de continuo por mi tranquilidad, suprímomela yo.
¿Por qué no he de publicar un periódico también?, he dicho efectivamente para mí. En todos los países cultos y despreocupados de literatura entera, con todos sus ramos y sus diferentes géneros, ha venido a clasificarse, a encerrarse modestamente en las columnas de los periódicos. No se publican ya infolios corpulentos de tiempo en tiempo. La moda del día prescribe los libros cortos, si han de ser libros. Y si hemos de hablar en razón, si sólo se ha de escribir la verdad, si no se ha de decir sino lo que de cierto se sabe, convengamos en que todo está dicho en un papel de cigarro. Los adelantos materiales han ahogado de un siglo a esta parte las disertaciones metafísicas, las divagaciones científicas; y la razón, como se clama por todas partes, ha conquistado el terreno de la imaginación, si es que hay razón en el mundo que no sea imaginaria. Los hechos han desterrado las ideas. Los periódicos, los libros. La prisa, la rapidez, diré mejor, es el alma de nuestra existencia, y lo que no se hace deprisa en el siglo XIX, no se hace de ninguna manera; razón por la cual es muy de sospechar que no hagamos nunca nada en España. Las diligencias y el vapor han reunido a los hombres de todas las distancias; desde que el espacio ha desaparecido en el tiempo, ha desaparecido también en el terreno. ¿Qué significaría, pues, un autor formando a pie firme un libro, detenido él solo en medio de la corriente que todo lo arrebata? ¿Quién se detendría a escucharle? En el día es preciso hablar y correr a un tiempo, y de aquí la necesidad de hablar de corrido, que todos desgraciadamente no poseen. Un libro es, pues, a un periódico, lo que un carromato a una diligencia. El libro lleva las ideas a las extremidades del cuerpo social con la misma lentitud, tan a pequeñas jornadas como éste lleva la gente a las provincias. Así sólo puede explicarse la armonía, la indispensable relación que existe entre la ilustración del siglo y la escasez de los libros nuevos. De otra suerte sería preciso inferir que la civilización mata las artes y las letras. Y decimos las artes, porque aquella misma rapidez de existencia ha lanzado sobre el terreno de la pintura y la litografía, y ha levantado al lado de las antiguas moles de arquitectura gótica de los tiempos lentos, las modernas construcciones de las ratoneras que por casas habitamos en el día.
Convencidos de que el periódico es una escuela indispensable, si no un síntoma de la vida moderna, esperarían tal vez aquí nuestros lectores una historia de esta invención; una seria disertación sobre los primeros periódicos, y acerca de si debieron o no su primer nombre a una moneda veneciana que limitaba su precio. Nada de eso. Sólo diremos que los primeros periódicos fueron «gacetas»; no nos admiremos, pues, si fieles a su origen, si reconociendo su principio, los periódicos han conservado la afición a mentir, que los distingue de las demás publicaciones desde los tiempos más remotos; en lo cual no han hecho nunca más que administrar una herencia. Es su mayorazgo; respetamos éste como los demás, pues que estamos a esta altura todavía.
Inapreciables son las ventajas de los periódicos; habiendo periódicos, en primer lugar, no es necesario estudiar, porque a la larga, ¿qué cosa hay que no enseñe un periódico? Sabe usted por un periódico la hora a que empieza el teatro, y algunas veces la función que se representa, es decir, siempre que la función que se representa es la misma que se anuncia; esto, al fin, sucede algunas veces. Por los periódicos sabe usted de día en día lo que sucede en Navarra, cuando sucede algo; verdad es que esto no es todos los días; pero para eso muchas veces sabe usted también lo que no sucede; no se sabe ciertamente la pérdida del enemigo, pero ésa siempre debe ser mucha; y en cambio se sabe que llegó la noche, porque la noche llega siempre; no es como la libertad, ni como las cosas buenas, que no llegan nunca; y se sabe que los caballos de los facciosos corren más que los nuestros, puesto que siempre deben aquéllos su salvación a su velocidad. Así se supiera dónde diantres los van a buscar. Esta investigación sería de grande utilidad para mejorar nuestras crías. Por un periódico sabe -pág. 1476- usted que hay Cortes reunidas para elevar sobre el «cimiento» el edificio de nuestra libertad. Por ellos se sabe que hay dos Estamentos, es decir, además del de Procuradores, otro de Próceres. Por los periódicos sabe usted, mutatis mutandis, es decir, quitando unas cosas y poniendo otras, lo que hablan los oradores, y sabe usted, como por ejemplo ahora, cuándo una discusión es tal discusión, y cuándo es meramente conversación, para repetir la frase feliz de un orador.
¿A quién debe aquel orador de café, que perora sobre la intervención extranjera, sus vastos conocimientos acerca de las intenciones de Luis Felipe, sino a los periódicos? ¿Dónde habría aprendido aquella columna de la Puerta del Sol, que hace la oposición de corrillo en corrillo, lo que es un tory y un whig, y un reformista, y lo que puede una alianza, sobre todo si es cuádrupla, y una «resistencia», sobre todo si es una? ¿Dónde aprendería, siendo español, lo que es un progreso? ¿En qué libro encontraría lo que quiere decir un «ministro responsable», y una «ley fundamental», y una «representación nacional», y una «fantasma»? ¿En qué universidad podría aprender la sutil distinción que existe entre las «fantasmas que matan» y «las que no matan»? Distinción por cierto sumamente importante para nosotros, pobres mortales, que somos los que hemos de morir.
Convengamos, pues, en que el periódico es el grande archivo de los conocimientos humanos, y que si hay algún medio en este siglo de ser ignorante, es no leer un periódico.
Estas y otras muchas reflexiones, las cuales no expongo todas, por ser siempre mucho más lo que callo que lo que digo, me movieron a ser periodista; pero no como quiera periodista atenido a sueldos y voluntades ajenas, sino periodista por mí y ante mí.
Dicho y hecho, concibamos el plan. El periódico se titulará Fígaro, un nombre propio; esto no significa nada y a nada compromete, ni a «observar», ni a «revistar», ni a ser «eco de nadie», ni a «chupar flores», ni a «compilar», ni a maldita de Dios la cosa. Encierra sólo un tanto de malicia, y eso bien sé yo que no me costará trabajo. Con sólo contar nuestras cosas lisa y llanamente, ellas llevan ya la bastante sal y pimienta. He aquí una de las ventajas de los que se dedican a graciosos en nuestro país: en sabiendo decir lo que pasa, cualquiera tiene gracias, cualquiera hará reír. Sea esto dicho sin ofender a nadie.
El periódico tratará... de todo. ¿Qué menos? Pero como no ha de ser ni tan grande como nuestra paciencia, ni tan corto como nuestra esperanza, y como han de caber mis artículos, no pondremos las reales órdenes. Por otra parte, no gusto de afligir a nadie; por consiguiente no se pondrán los reales nombramientos; menos gusto de estar siempre diciendo una misma cosa; por lo tanto, fuera los partes oficiales. Estoy decidido a no gastar palabras en balde; mi periódico ha de ser todo sustancia; así, cada sesión de Cortes vendrá en dos líneas; algunos días en menos; como de esas veces no ocupará nada.
Artículos de política. Los habrá. Éstos, en no entendiéndolos nadie, estamos al cabo de la calle. Y eso no es difícil: sobre todo quien no los ha de entender es el censor. Oposición, eso por supuesto: a mí, cuando escribo, me gusta siempre tener razón.
De Hacienda. Largamente, pero siempre en broma, para nosotros será un juego esto; no nos faltará a quien imitar. Los asuntos de cuentas sólo son serios para quien paga; pero para quien cobra...
De Guerra. También daremos artículos, y en abundancia; buscaremos primero quien lo entienda y quien sepa hablar de la materia; por lo demás saldremos del paso, si no bien, mal; nunca serán los artículos tan pesados como el asunto.
De Interior. Hasta los codos. Desentrañaremos esto; y tanto queremos hablar de esta materia, que no nos detendremos en enumerar lo que se ha hecho; sólo hablaremos de lo que falta por hacer.
De Estado. Aquí nos extenderemos sobre el statu quo y sobre el Estatuto, y nos quedaremos extendidos; ni moveremos pie ni pata.
De Marina. Esto es más delicado. ¿Ha de ser Fígaro el único que hable de eso? No me gusta ahogarme en poca agua.
De Gracia y Justicia. He dicho muchas veces que no soy ministerial: haré por lo tanto justicia seca. ¡Ojalá que me dejen también hacer gracias!
De literatura. En cuanto se publique un libro bueno lo analizaremos; por consiguiente, no seremos pesados en esta sección.
De teatro español. No diremos nada mientras no haya nada que decir. Felizmente va largo.
De actores. Aquí seremos malos de buena fe: seremos actores hablando de actores.
De música. Buscaremos un literato que sepa música, o un músico que sepa escribir; entretanto, Fígaro se compondrá como se han compuesto hasta el día los demás periódicos. Felizmente pillaremos al público acostumbrado; y él y nosotros estamos iguales.
Modas. En esta sección hablaremos de empréstitos, de intrigas, de favor..., en una palabra, lo que corre... à la dernière siempre.
De costumbres. Por supuesto: malas; lo que hay; escribiremos cómo otros viven sobre el país. Fígaro hablará bajo este título, de paciencia, -pág. 1477- de tinieblas, de mala intención, de atraso, de pereza, de apatía, de egoísmo. En una palabra, de nuestras costumbres.
Anuncios. Queriendo hacer lo más corta posible esta parte del periódico, sólo anunciará las funciones buenas, los libros regulares, las reformas los adelantos, los descubrimientos. Ni se pondrán las pérdidas, ni menos todo lo que se vende entre nosotros. Esto sería no acabar nunca.
He aquí el periódico de Fígaro. Ya está concebida la idea. Sin embargo, no es eso todo. Es preciso pedir licencia; pero para pedir licencia es preciso poder presentar fianzas. Si yo las tuviera no sería yo el que me pusiera a escribir tonterías para divertir a otros; o «tener empleo con sueldo...», pero si tuviera empleo, y jefe, y horas fijas, y once, y expedientes, y la cesantía al ojo, no tendría yo humor de escribir periódicos..., o «ser catedrático...», pero si fuera catedrático sabría algo, y entonces no servía para periodista...
Está decidido que no sirvo para pedir licencia. Otro al canto: un testaferro; un sueldo al testaferro; seguridades contra seguridades, fianzas, depósito, licencia, en fin. He aquí ya a Fígaro con licencia; no esa licencia tan temida, esa licencia fantasma, esa licencia que nos ha de volver al despotismo, esa licencia que está detrás de todo, acechando siempre el instante, y el ministro, y el... No, sino licencia de imprimirse a sí mismo.
Ya no falta más que imprenta. Corro a una...
–Aquí es imposible; no hay letra.
Corro a otra:
–Aquí, le diré a usted francamente, no hay prensas.
A otra:
–Aquí no queremos periódicos: hay que trabajar de noche; Dios ha hecho la noche para dormir.
–Sí, pero no el impresor –contesto furioso.
–¿Qué quiere usted? Luego es trabajo en que no se gana; como no hay cajistas en España, piden un sentido; se hacen valer; el público no quiere pagar caro, el oficial no quiere trabajar barato.
–¿Conque es imposible imprimir un periódico?
–Poco menos, señor; y si acaso se lo imprimen a usted, será caro y mal. Pondrán unas letras por otras.
–Eso, ¡pardiez!, no será imprimir mi periódico, sino otro del cajista.
–Pues eso, señor, sucederá; en habiendo un día de formación no tendrá usted cajistas; y si usted se enfada algún día por una errata, le dejarán plantado, y si no se enfada también.
¿Es posible? ¿Conque no hay Fígaro? ¡Oh! ¡Habrá Fígaro, habrá Fígaro! Venceremos las dificultades... ¡Ah!, se me olvidaba. ¡Papel! A una fábrica, a otra, a otra... Éste es chico, éste caro, éste grande, éste moreno, éste con demasiada cola...
–Mire usted, como usted le quiere no lo hay –me dicen por fin–. Es preciso mandarlo hacer.
–Pues lo mando hacer; para dentro de ocho días.
–Señor, la fábrica está a sesenta leguas; hay que hacer los moldes, y luego el papel, y luego secarlo, y si llueve... y luego traerlo... y el ordinario echa quince días o veinte... y...
–¿Y no hay quien le eche a usted a los infiernos? –grito desesperado–. ¡País de obstáculos!
Es preciso resignarse, esperar... Al fin lo habrá todo... demasiado va a haber luego... ésta es la idea que me detiene, por fin: que cuando haya editor, redactores, impresor, cajistas, papel... entonces también habrá censor... Eso sí, eso siempre lo hay... ni hay que mandarle hacer, ni hay que esperar... Aquí acabo de perder la cabeza, enciérrome en mi casa, ¡voto va! Pues ha de haber Fígaro, sí señor, por lo mismo ha de haber Fígaro, y ha de hablar de todo, absolutamente de todo.
Diciendo esto llego a mi casa, me siento en mi bufete para tomar disposiciones.
–¿Qué hace usted? –le digo a mi escribiente, de mal humor.
–Señor –me responde–, estoy traduciendo, como me ha mandado usted, este monólogo de su tocayo de usted, en el Mariage de Fígaro de Beaumarchais, para que sirva de epígrafe a la colección de sus artículos que va usted a publicar.
–¿A ver cómo dice?
–«Se ha establecido en Madrid un sistema de libertad que se extiende hasta a la imprenta; y con tal que no hable en mis escritos, ni de la autoridad, ni del culto, ni de la política, ni de la moral, ni de los empleados, ni de las corporaciones, ni de los cómicos, ni de nadie que pertenezca a algo, puedo imprimirlo todo libremente, previa la inspección y revisión de dos o tres censores. Para aprovecharme de esta hermosa libertad anuncio un periódico...»
–Basta –exclamo al llegar aquí mi escribiente–, basta; eso se ha escrito para mí; cópielo usted aquí al pie de este artículo; ponga usted la fecha en que eso se escribió.
–1784.
–Bien. Ahora la fecha de hoy.
–22 de enero de 1835.
–Y debajo: Fígaro.
Revista Española, n.º 460, 26 de enero de 1835.
[Nota editorial: Otras eds.: Fígaro. Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres, ed. Alejandro Pérez Vidal, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 298-305; Artículos varios, ed. E. Correa Calderón, Madrid, Castalia, 1984, pp. 445-453; Artículos, ed. Carlos Seco Serrano, Barcelona, Planeta, 1981, pp. 324-331.]
-pág. 1480 [1478]-
