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ArribaBiografía del Conde de Fernán-Núñez

Aunque en la Introducción de esta obra el autor traza a grandes rasgos su biografía hasta el año de 1786, y aunque en otro libro, publicado por uno de nosotros66, hay bastantes datos para su vida, nos decidimos a consignar aquí todos los que conocemos de ella, aun a riesgo de que el lector los hallé harto repetidos. Juzgamos que la modestia del Conde se resistía a detallarlos y omitía muchos de los que le honraban, y la nuestra nos obliga por otra parte a suponer que no andará en manos de todos el citado libro.

Nació D. Carlos Gutiérrez de los Ríos, VI Conde de Fernán-Núñez, en Cartagena, el 11 de julio de 174267. Su padre, D. José Gutiérrez de los Ríos, V Conde de Fernán-Núñez, que había sucedido en la Casa a su hermano mayor, D. Pedro Gutiérrez de los Ríos, General de la Armada y Ejércitos del mar Océano, y muerto sin sucesión   —332→   en Cádiz el 10 de Febrero de 1734, casó en 1739, en edad avanzada, con María Armanda de Rohan Chabot, hija de Luis-Bretagne-Alain de Rohan Chabot, Duque de Rohan y Príncipe de León.

A los diez años, el 13 de Mayo de 1749, y a los ochenta de su edad, murió del pesar que le produjo la supresión de su cargo de General de las galeras, que desempeñaba desde 1729, exigida por las reformas del Marqués de la Ensenada.

Sobrevivióle un año escaso su mujer, que falleció en la primavera de 1750.

Entonces Fernando VI tomó bajo su protección a los huérfanos, D. Carlos y doña Escolástica, encomendándoles al cuidado de D. Joaquín Diego López de Zúñiga, Duque de Béjar, casado con la Princesa Leopoldina de Lorena, y luego, anulado este matrimonio, con su citada pupila. La tutela de los bienes quedó a cargo de D. Francisco de Cepeda, del Consejo Real. Negóse el Rey a cumplir la disposición testamentaria de la madre de D. Carlos de que fuese educado en París, en el Colegio de San Luis el Grande, bajo la tutela de su tío materno, el Duque de Rohan Chabot, y mandó pagarle de su bolsillo una pensión mensual de 800 ducados en el Seminario de Nobles y otra de 400 a su hermana en el convento de la Visitación de esta Corte.

Los grados que obtuvo en el ejército desde que sentó plaza de cadete en las Reales Guardias españolas el 18 de Marzo de 1752, las cruces y distinciones que los Reyes le otorgaron y las fechas de sus nombramientos, quedan determinadas por el Conde mismo en la citada Introducción; pero desde el año 1768 tenemos además otras fuentes con que ampliar sus datos en la Correspondencia con su amigo el Príncipe de Salm, Coronel del regimiento infantería walona de Brábante, de guarnición en Mallorca por aquel tiempo, y en los documentos del archivo de los Excmos. Señores Duques de Fernán-Núñez, con gran diligencia buscados   —333→   y ordenados en obsequio nuestro por su inteligente archivero Dr. D. Pedro Roca.

Por aquellas cartas sabemos que en 27 de Enero de 1768 estaba en Madrid de regreso de un viaje a Baviera, donde perdió la salud para algún tiempo; pero ganando en cambio su carácter en reflexión y buenos propósitos de enmienda. En junio de aquel año residía en Fernán-Núñez, asistido del médico de su regimiento, y desde allí escribía a su amigo Salm cartas en que se mostraba muy arrepentido de sus locuras. Para ocupar su ánimo en cosas serias y enriquecer su inteligencia con el trato del mundo, pensó recorrer gran parte de Europa; pero su administrador tenía un descubierto de 105.000 reales, y él mismo acababa de perder el pleito de un Mayorazgo con 6.000 ducados de renta, por lo cual desistió por entonces de su proyectado viaje.

El cuidado de su salud le obligó poco después a marchar a los baños de Carratraca, y a su paso por Antequera y en casa del Conde de Bobadilla, manifestó sus condiciones artísticas, acompañando en el clavecín a dos violines una sonata y un dúo; y componiendo sus dos primeros sonetos al nacimiento de un hijo del Duque del Infantado.

La vista de las repugnantes escenas de los pobres llagados de ambos sexos que recorrían las calles, le hizo concebir sin duda en aquellos baños la idea de fundar un asilo para evitar los inconvenientes de tal promiscuidad. Además le preocupaba mucho en aquel tiempo la instrucción militar de los soldados de su regimiento y los ascensos de sus oficiales. En esto último demostró raras prendas de rectitud y entereza de carácter, elevando al Rey las propuestas con arreglo al mérito sobre la antigüedad y las recomendaciones, e insistiendo en ellas aun viéndolas desechadas, cuantas veces tenía que hacerlas68.

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Después de una corta estancia en Córdoba, donde sin duda se consagró a la tranquila vida de los campos, puesto que en sus cartas al Príncipe de Salm se llama honrado labrador retirado en su rincón, pasó los años desde el de 1769 al 71, ya acompañando a la Corte a Madrid, Aranjuez y la Granja, ya de guarnición con su regimiento en Valencia y Cartagena.

No tuvo éxito la petición que dirigió al Rey a la muerte de Bournonville solicitando la vacante de capitán de la compañía flamenca de Guardias de Corps, y acaso el desaire avivó en él el antiguo deseo de visitar las cortes extranjeras. Marchó antes, en 1772, a Andalucía; vio en la Carolina al célebre Olavide, a quien conocía desde 1768, y a su vuelta a Madrid, tomó a censo sobre sus bienes libres 469.196 reales, con lo cual se halló ya en disposición para realizar sus proyectados viajes, Proponíase recorrer Italia, Francia, Alemania, Rusia e Inglaterra; pero tuvo que renunciar a las dos últimas. Visitó la primera en compañía del Duque de Arcos; vio a Farinelli en Bolonia; en Viena obtuvo larga audiencia de la Emperatriz María Teresa, de cuyo trato quedó encantado; asistió en Silesia a las maniobras del ejército de Federico de Prusia, con quien tuvo varias entrevistas, y en 1774 fue a París a descansar de sus viajes y a conocer a su familia. Allí vivió en casa de sus tíos Luis María Bretagne Dominique de Rohan Chabot, Duque de Rohan, y Carlota Emilia, su mujer, donde conoció al abate La Fontaine, que vivía con ellos. En casa de su tía, la Mariscala de Lautrec, frecuentó el trato del Marqués de Priego, del Duque de Berwick, de la Marquesa de la Jamaica, Carlota Agustina Stolberg, hermana de la Condesa de Albany, y de otros individuos de la familia Rohan y de la colonia española que a porfía le agasajaron, y después de un corto viaje a Inglaterra, regresó a París en la primavera de 1775.

En una de las cartas que por este tiempo escribió a su   —335→   amigo Salm habla de cierta amiga a quien consideraba ya como muerta para él, y de un niño, que vivían en Bolonia. Refiérese sin duda a la cantante italiana llamada la Marcucci, de quien hace frecuente mención en su citada correspondencia69.

Llega en este año de 1775 la expedición contra Argel y acude solícito al llamamiento que se le hace en el mes de Mayo. En la noche del 7 al 8 de julio desembarca del navío San José en aquellas playas, a las órdenes del Marqués de la Romana, mandando la brigada del Rey, ala derecha del ejército, formada por cuatro batallones de los regimientos Inmemorial del Rey, Lisboa, España y Príncipe, en todo, 27.000 hombres.

Tiene el sentimiento de ver caer inmediatamente muerto al Marqués, y de presenciar cómo decapitaban los moros al teniente de guardias españolas, D. José de Landa, su maestro en la milicia; pero su sangre fría no le abandona, y viendo al enemigo atacar tenazmente al ala derecha en su retirada, ejecuta con las reservas una hábil maniobra, y la salva, no sin sufrir una contusión en el pecho que le hizo arrojar sangre, y de que aún se resentía algo en Valencia a fines de Agosto.

Consérvase en la casa de los Duques de Fernán-Núñez una concha cogida por el Conde al ser herido, y en la que se lee lo siguiente, escrito de su mano:

Esta | concha | la cogí en la | Playa de Argel | el día 8 de Julio de | 1775 después de | la Batalla | Fernán-Núñez.

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No se limitó a cumplir como bueno en aquella desdichada expedición, sino que con acertada crítica y rara imparcialidad escribió la mejor Relación de la jornada. Comprende los sucesos desde el 25 de Mayo hasta mediados de julio, época del regreso de las tropas, y la hemos insertado íntegra en esta obra.

Desde Alicante, a donde fue a acuartelarse con sus tropas, y con fecha 29 de julio, escribió a su amigo Salm una carta dándole breve cuenta de la expedición, y al terminar le decía: «Yo me voy mañana a mi cuartel de Onteniente, desde donde veremos lo que es de mí y si puedo continuar mi proyecto en que me confirmo más y más, porque cada día tengo menos ambición y más conocimiento du vuide de todos los objetos que pueden exaltarla.»

Claro se ve en estas palabras que las ilusiones de la juventud habían concluido para el Conde, y que empezaba la fase del hombre desengañado que vuelve los ojos hacia la tranquilidad del hogar.

La separación de aquella amiga incógnita70 que residía en Bolonia por este tiempo, y a quien consideraba como muerta para él, no contribuía poco sin duda a este vacío, y estaba formada en su ánimo la resolución de llenarle casándose con una mujer honrada y rica, dos condiciones esenciales en su concepto para la felicidad en el matrimonio.

En Agosto, su hermana doña Escolástica, casada con el Duque de Béjar, consiguió permiso de éste para pasar a Valencia a cuidar al Conde, el cual se proponía acompañarla en Septiembre hasta Belmonte, visitar a Fernán-Núñez y a Madrid, y volver a París a fin de año.

En el de 1776 y con fecha 5 de Febrero, le confirió el Rey, como premio por su conducta en Argel, el grado de Mariscal de Campo, con destino al ejército de Castilla la   —337→   Nueva; el 2 de Marzo le nombró gentil hombre de cámara con ejercicio para acompañar a la Corte a los Sitios, y le dio con fecha 7 de Diciembre la Gran cruz de su Orden.

En sus cartas a Salm empieza por esta época a tratar de la política exterior, especialmente de la de Portugal. Y para esta embajada le nombró precisamente Carlos III con fecha 26 de Febrero de 1778, en reemplazo del Duque de Almodóvar, seguro de que el que tan lealmente le había servido en Palacio, y a quien calificaba Bourgoing de «hombre de maneras más dulces que Villahermosa, de más franco carácter y, sin contradicción, uno de los españoles que mayor ilustración ha sabido sacar de sus viajes», era el ministro que necesitaba para secundar la nueva política que se proponía seguir con la nación vecina después del amistoso tratado de paz que nos valió la adquisición de la Colonia del Sacramento en América y de las islas de Fernando Póo y Annobón en África.

Además de sus propios negocios, Fernán Núñezadministraba los bienes de su sobrino D. Pedro de Toledo, XII Duque del Infantado, marido en segundas nupcias de la Princesa María Ana de Salm Salm, y que residía en París para atender al restablecimiento de la salud de su hija María Leopoldina, casada con el Marqués del Viso, según se desprende de la correspondencia del Duque con su tío, conservada en el Archivo de los Duques de Fernán Núñez.

De ella se deduce que fue un administrador modelo, cuya actividad se extendía desde las mejoras en el cultivo y elección de arrendatarios, hasta los menores detalles de la servidumbre de la casa.

Una de las cosas que también les preocupaba era la suerte de los filósofos Voltaire y Rousseau. D. Pedro escribe en 30 de Mayo de 1778: «El infeliz Voltaire se está muriendo, y lo peor es que no está en si cuando más lo necesitaba, por si acaso se lograba que conociese su infelicísimo   —338→   estado; pero me temo que lo ha perdido todo. Dios le mire con ojos de misericordia, pues ha hecho un daño inmenso».

Y en otra de 2 de junio: «Aquí tenemos la novedad de haber fallecido el infeliz Voltaire del mismo modo que ha vivido. Le han embalsamado, y en una silla de postas le han llevado a su lugar de Ferney, y ahora conocen las gentes lo malévolo que ha sido. Dios haya tenido misericordia de él, pues son irreparables los daños que ha hecho».

«Te envío la novedad de aquí, dice el 23 de junio, que es haberse escapado a Holanda el famoso J. J. Rousseau.» Noticia que corrige el 7 de julio, escribiéndole. «El famoso J. J. Rousseau ha muerto de un accidente apoplético, en Emenonville, y no en Holanda, como se había escrito, y le han enterrado allí mismo en un jardín».

Cuando el del Infantado supo que su tío tenía que marchar a Lisboa, insistió mucho para que su hermana doña Escolástica aceptase los poderes para la administración de su casa, prueba del gran concepto que hacía de su inteligencia.

Había ocurrido el año antes, el 10 de Octubre, la muerte, sin hijos, de su cuñado el Duque de Béjar, y Fernán Núñez tuvo que presentarse en Madrid para arreglar la sucesión de su hermana.

Resuelto ya a casarse y viendo sin duda en buen camino sus gestiones para obtener un puesto diplomático, el 23 del mes siguiente contrajo matrimonio por poderes con doña María de la Esclavitud Sarmiento de Sotomayor y Quiñones, nacida en Toro en 22 de Febrero de 1760 y bautizada el 26 del mismo año en la iglesia de la Trinidad. Eran sus padres D. Diego María Sarmiento y Saavedra, natural de Parada, obispado de Tuy, y doña María Joaquina de Cáceres y Silva, natural de Cáceres, Condes de Villanueva de las Achas. Para los gastos de la boda tuvo   —339→   que imponer sobre sus bienes libres dos censos que importaban más de un millón de reales, y que redimió en 1783 y 84, pasando de millón y medio el desembolso que le exigió su nuevo estado. En la carta X a su amigo Salm (tomo II, págs. 240 y 241) puede verse el retrato físico y moral que hacía de su mujer, y por la imparcialidad que demuestra se deduce que ni se casó por interés, ni muy enamorado; pero que buscó desinteresadamente las condiciones necesarias para la felicidad en el matrimonio.

Claro está que no la halló completa, pues si bien en las cartas a su amigo Salm se muestra muy contento de su elección, adviértese que echa de menos en su mujer las gracias con que adornan a la persona la educación algún tanto literaria y en general, el cultivo de la inteligencia. Por sostenerla con decoro y no apartarla mucho de sus padres, pidió la embajada de Lisboa. En ella esperaba que completaría su educación aplicándose al francés y a otros puntos que la faltaban, y cuando ya pudiera presentarse con honor en cualquier parte, si la carrera diplomática le gustaba, pasar a París o a Londres. En caso contrario, haría de aquel rincón de Europa su morada, y del cuidado de su casa y educación de sus hijos, la ocupación de su vida. Los progresos no debieron ser grandes cuando en Agosto de 1779 escribe a su amigo: «Estoy casado a mi gusto; aunque algo quisiera que falta a mi mitad; pero no puede ser todo a pedir de boca».

En cuanto al entusiasmo por la carrera, tampoco aparece muy vivo. «Yo veré, dice en carta de 23 de Septiembre del 78, como prueba y me prueba la carrera, y si soy para ella. El estar siempre averiguando lo que pasa y festejando a todo el mundo son dos cosas muy contra mi genio y que me hacen temer de ne pas reussir. Si así fuese, Fernán Núñez y Córdoba (donde sólo podría mantenerme con decencia siendo más rico)... satisfacen mi interior con preferencia a otra cosa. Sino, Londres o París serán mi paradero.»   —340→   El inciso es una prueba más de que no le llevó el interés en el matrimonio.

Hasta fines de Septiembre del citado año no salió el nuevo embajador para su destino. El 3 de Enero del siguiente le nació su primer hijo, D. Carlos José Francisco de Paula, después VII Conde, primer Duque de Fernán Núñez, Duque de Montellano, embajador en Londres y luego en París. Para que asistiera al bautizo llamó a su hermana doña Escolástica, deseoso de tenerla a su lado por larga temporada; pero sus negocios exigían su presencia en Madrid para donde partió en el mes de julio. Estos hermanos que tanto se querían, no volvieron ya a verse, pues el 5 de Octubre de 1782 murió doña Escolástica en Madrid, a los treinta y cinco años y medio, siendo enterrada, por especial concesión del Rey, en el convento de las Salesas, donde se había educado. Esta muerte produjo en el Conde profunda y duradera impresión, y ya veremos cómo trató de perpetuar su recuerdo en las fundaciones piadosas que instituyó.

Padre de familia y embajador demi bourgeois, como él mismo se llama, pasando el tiempo entre el cuidado de su jardín, los libros y la música, todo parecía prometerle aquella existencia tranquila y exenta de ambición a que tan inclinado se muestra en sus cartas; pero la ruptura de relaciones entre Francia e Inglaterra, que en junio de 1779 produjo también la de ésta con nuestra nación, puso a prueba su habilidad diplomática y le obligó a desarrollar en los cinco años desde el de 1779 hasta el de 1783 todos los recursos de su ingenio y toda la energía de su carácter.

Aprovechábanse los ingleses de la amistad de Portugal para refugiarse en sus puertos con los barcos corsarios y de guerra y vender en ellos las presas, violando así el Tratado de 1654 entre Cromwel y Juan IV de Portugal, cuyo artículo 18 prescribía que sólo pudiesen entrar una vez en los puertos de aquel reino seis buques de guerra en caso   —341→   de necesidad; pero sin detenerse más tiempo que el preciso para no perjudicar desde ellos el comercio de las naciones amigas de Portugal. Este artículo se cumplía tan bien, que el 20 de Febrero de 1780 había 20 navíos ingleses en el puerto de Lisboa.

Nuestro embajador empezó muy animado su campaña, comunicando al Conde de Floridablanca en carta de 12 de Agosto de 1780 sus esperanzas y sus propósitos en estos términos: «Si corresponden los sucesos a la superioridad con que nos vemos en Europa y América, podrá esperarse una paz pronta y ventajosa para el fomento de nuestra industria y comercio, en que fundo las esperanzas de nuestro verdadero poder y felicidad para lo sucesivo.

Haré la agradable parte de mediador entre esta Corte, el embajador de Francia y el ministro de Holanda cuando llegue, según lo requieran las circunstancias, de acuerdo con el primero. Nada es más conforme a mi genio y modo de pensar.»

Y del embajador de Francia decía: «Creo que me he de llevar muy bien con él, pues me parece de buen carácter.»

En efecto, de acuerdo casi siempre con él, contando con el apoyo de la Reina, y por intermedio del ministro Ayres de Saa, llegó a conseguir el 7 de Septiembre de 1780 el Decreto en que se ponía en vigor el artículo 18 del Tratado respecto a la entrada de corsarios en los puertos; pero omitiéndose lo relativo a los seis buques en estación de las potencias beligerantes, cosa que el Rey no quiso que constase en el Decreto, sino en una declaración que daría como respuesta a consulta de los embajadores, por temor a que los ingleses, resentidos, le tomasen sus posesiones de América y Asia, cuyo temor se quiso desvanecer ofreciendo Fernán Núñez de parte de España y de Francia defensa contra Inglaterra en tal caso, y procurando al mismo tiempo atraerse a Portugal a la alianza con aquellas dos naciones.

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Acerca de este punto, decía Fernán Núñez a Floridablanca: «Bien ve V. E. han acreditado hasta el último punto su parcialidad, timidez e indecisión, regateando y tirando la cuerda hasta que han perdido toda esperanza de sacar partido de sus mañas y política mezquina».

«Al día siguiente, dice en otra, pasé a hablar al Sr. Saa, a quien leí la carta de oficio y confidencial ostensoria. Añadí a los perjuicios que en aquélla se exponen habérsenos seguido de la estación de los buques ingleses en este puerto, el irreparable que hubiéramos experimentado si la vigilancia y fortuna de Mr. Guichen no hubiese logrado sólo por horas el aviso de la salida y rumbo de la escuadra y convoy de Solano que, sin este asilo, no hubiera podido observar ni avisar como lo hizo desde aquí el comodoro Johnston.»

A pesar de todo, el Decreto no se cumplía, retardando de intento la publicación de la lista impresa de los buques que entraban en los puertos, y mintiendo o diciendo «a correr los mares,» en vez de declarar la causa urgente de la arribada, a despecho de las incesantes reclamaciones de nuestro Embajador.

Cuando en Lisboa se supo que las escuadras de Solano y de Guichen no iban a operar juntas, se arrepintieron de haber cedido con la publicación del Decreto hasta no ver el resultado de la campaña.

Era demasiado grande el influjo inglés en la corte portuguesa para que Fernán-Núñez pudiera contrarrestarle, aun con toda su energía y destreza. La misma Reina, por su afecto a España, se hacía tan sospechosa, que cuando en Mayo del 81 apareció un día borrada la inscripción de la estatua ecuestre de José I en que se hacía mención del Ministerio de Pombal, todos achacaron el hecho a la Reina, con notoria injusticia, puesto que ella misma mandó hacer pesquisas contra el delincuente, que no fue hallado.

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Y en cuanto a nuestro Embajador, un hecho sólo probará qué lucha tan desigual tenía que sostener con el partido inglés, predominante en el ánimo del Rey. En Mayo de 1781, cumpliendo órdenes de nuestra Corte, pidió la prisión del famoso contrabandista Bartolomé Gutiérrez y que se le enviase a España. El ministerio portugués dejó que se escapara y que se embarcara para Génova, alegando el servicio que había prestado prendiendo a otros contrabandistas. Del ministro de Marina Martino de Mello, uno de los más opuestos a España, tuvo Fernán Núñez que sufrir las mayores arrogancias, al defender sus derechos en lo relativo a la acogida de buques en los puertos de Portugal.

He aquí cómo expresaba en carta de 25 de Febrero de 1781 a Floridablanca sus opiniones acerca de la unión ibérica.

«Así pudiera empeñarse a los Príncipes a borrar de algún modo la general opinión que tienen y fomentan los ingleses en esta corte y pueblo acerca de su modo de pensar y poca afición a él. Nada contribuye esta idea para conquistarlos a fuerza de armas, aun cuando fuese lícito, pudiésemos y nos lo permitiese el resto de la Europa. Entretanto, es muy nociva e impide la confianza, comercio y alianzas recíprocas de los particulares y aun de los soberanos; medio el más seguro y justo de reunir algún día los dos reinos y de tener influencia y superioridad sobre éste, interín se verifica.»

Al firmarse la paz con Inglaterra en 1783, condecoró Carlos III con el Toisón de oro a Fernán-Núñez, que al darle gracias le dijo: «Señor, V. M. se ha dignado anticipar la recompensa a mis servicios.» A lo que le contestó el Rey: «No, no, estoy seguro de que me los prestarás siempre.»

Después de algunos viajes a Madrid hechos desde 1783 a 1785, llegó en este año para el Embajador ocasión de   —344→   manifestar su patriotismo y su magnificencia con motivo de los enlaces, por su intervención negociados, entre el Infante don Gabriel Antonio, tercer hijo de nuestro Monarca, con doña Mariana Victoria, primogénita de los de Portugal, y del Infante don Juan, hermano de la princesa portuguesa, con doña Carlota Joaquina, primogénita del Príncipe de Asturias.

Nombrado Embajador plenipotenciario para asistir a los desposorios, y considerándolos «como medio de aproximar de nuevo a las dos dinastías que, ya que no se confundieran, por lo menos deberían permanecer estrechamente aliadas, procurando que un día ambas coronas recayesen sobre las sienes de un Borbón o de un Braganza,» quiso solemnizar excepcionalmente y a su costa el acontecimiento.

Mandó primero levantar un magnífico arco triunfal71, hecho con arreglo a los modelos trazados por el mismo Conde, y en uno de los frontispicios hizo escribir esta inscripción:


CAROLO. III. MARIAE. I. PETRO. III.
CATHOLICO. ET. FIDELISS. REGIBVS.
PERP. VTRIVSQ. GENTIS. CONCORDIAE.
DVPLICI. SVOR. CONNVBIO. AVCTORIB.



En el otro se leía:


CARLOTAE. REG. HISP. NEPT. ET. GABRIELIS.
EIVSD. F. CVM. IOANNE. ET. M. A. VICTORIA.
REG. PORT EF. CONIVG. FAVSTISS. CDDCCLXXXV.
C. C. FERN. NUÑS. HISP. LEG. POPP. FEL. AVG. IMP.



Celebró en el palacio del Rocío espléndida fiesta en que lucieron más de 3.500 bujías en ricas arañas y candelabros;   —345→   hizo representar la ópera Il ritorno di Astrea in terra, expresamente escrita para la solemnidad por autor anónimo, y cuya música compuso Giuseppe Palomino72, español, virtuoso instrumentista de la Real Cámara, y dio a 331 convidados una suntuosa cena, en mesas adornadas con centros que representaban asuntos históricos y que había hecho llevar de París.

Además hizo acuñar una medalla conmemorativa cuyo anverso representa un ara antigua sobre la que dos genios unen dos corazones. Himeneo coloca sobre ellos una corona de rosas y de mirtos. En el basamento se lee la fecha de los desposorios considerados como prenda de duradera felicidad pública, según se expresa en la leyenda:

AVGVSTA. CONNVBIA. DIVTVRNAE. FELICITATIS. PIGNORA.

A lo lejos se descubren las vistas de Madrid y de Lisboa, en cuyas cortes se celebraron los reales desposorios, como indica el exergo:


MATR. XXVII. MART.
OLYSIP. XII. APR.



Una corona, formada por dos ramas de rosas y mirto, sujetas en sus extremos por un lazo, como símbolo de la unión, ocupa el reverso, y en el campo se lee esta inscripción, destinada a dar a conocer a la posteridad el celo y cariño del Embajador a su Soberano y a su patria:

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GEMINATAM
POPULORUM
LAETITIAM
GRATULATVR
C. C. F. N. L. H.



Fernán Núñezescribió, según afirma (t. II, pág. 22), una Relación detallada de todo lo acaecido en estos desposorios, que no se ha encontrado entre sus papeles, donde él la dejó. Otra, impresa en Madrid, compuso el Duque de Almodóvar. Consérvase un grabado de la medalla y explicación de ella, hecho por don José Gaspar, primer grabador de la casa de la moneda de Lisboa.

El Rey de Portugal quiso gratificar al Conde con un presente digno de un Soberano y de la persona que había de recibirle; Carlos III le escribió autorizándole para que le aceptase; pero Fernán Núñez no quiso aceptar nada. Entonces, como recompensa de esta entusiasta, adhesión y desprendimiento, el Rey nombró al Conde Consejero de Estado, con el sueldo anejo al cargo, y además quiso ascenderle en su carrera diplomática, ofreciéndole la embajada de Viena, que no quiso aceptar, por lo cual le dio en Marzo de 1786 la de Londres en reemplazo del Marqués de Almodóvar. Ya se disponía a marchar a su puesto, cuando la vacante que dejó el Conde de Aranda en París hizo pensar al Rey en Fernán Núñez para tan difícil cargo. Su nombramiento es de principios de 1787; pero hasta mediados de Octubre no tomó posesión de la embajada.

Antes de salir de Portugal ocurrió el naufragio de un navío que traía de América fuertes sumas, salvadas gracias al celo y actividad de nuestro Embajador.

He aquí cómo refiere el hecho en el Libro de oro, dedicado a su hijo:

«Conducido por su desgracia la noche del 2 de Febrero   —347→   de 1786 sobre las rocas de Peniche en esta costa de Portugal, distante de aquí doce leguas, el navío del Rey N. S. el San Pedro de Alcántara, procedente de Lima, a las órdenes del Brigadier de navío don Manuel de Eguía, se destrozó y sumergió con la rica carga que conducía de más de siete millones y medio de duros, sólo en dinero y alhajas, sin contar los géneros. S. M. y el comercio de Cádiz enviaron inmediatamente al Brigadier don Francisco Xavier Muñoz y Goosens con todos los auxilios necesarios para el salvamento del tesoro que pusieron enteramente a mi cuidado y dirección. Fue tal la felicidad del éxito, debido a la actividad e inteligencia de dicho Muñoz y sus subalternos, y a la constante fatiga de los abuzos73, que a 19 de junio se sacó a tierra la quilla y resto de la armazón del fondo del navío, y apenas llegaba ya a un cinco por ciento lo que quedaba y continuaba sacándose de la pérdida del naufragio.

Queriendo, pues, acreditarme el Consulado y comercio su gratitud por la parte que juzgaban me tocaba en este feliz suceso, pidieron permiso a S. M. para manifestármelo, haciéndome una expresión que recibí en virtud de su Real beneplácito.»

Consistía ésta en dos cuadros74, pintados por el famoso pintor D. Juan Pilleman, natural de León de Francia. Representa el uno el naufragio y el otro el salvamento del tesoro, con una honrosa inscripción en que me los dedican75.

«A la espalda de cada uno de los cuadros había una barra de oro de que salían los dos anillos del mismo metal   —348→   de que debían colgarse, y el valor de ambas barras era de 120.000 rs. de vellón76.

De este caudal, fruto de la desgracia del comercio de la nación, he creído desde luego que, sin dejar de hacer de la fineza el aprecio que se merece, debía restituir al público con creces la parte lucrativa de ella. La he considerado, pues, como destinada visiblemente por la Divina Providencia, que no conoce acasos, para empezar a verificar el proyecto y deseos que hace tanto tiempo tenía, de la erección de un hospital y cementerio, para el cual había hecho yo mismo los planos.

Respondí, pues; al comercio, cuya carta de remisión hallarás entre los papeles del núm. 15 con mi respuesta citada, en que por menor detallo el uso que hago de su regalo, y su contestación última a dicha mi respuesta.»

He aquí, en efecto, la distribución dada al regalo del Consulado:

Imagen

Antes de marchar a la embajada de París, el 5 de Mayo de 1787, puso la primera piedra del cementerio, y dispuso que sobre el panteón para los Señores de la Casa se colocara esta inscripción: Descansan con los suyos.

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La situación de Fernán Núñez durante los cinco años desde 1787 a fines de 1791 en que fue destituido y se dirigió a Lovaina, es fácil figurársela, hallándose de Embajador entre partes tan opuestas como el gobierno de Carlos IV y la Asamblea, sin poder satisfacer al primero que le juzgaba poco enérgico, y teniendo que sufrir desatenciones de la segunda que nada tenía que temer de la nación a quien aquél representaba. Supo, sin embargo, sostener con valentía el honor de su nación, protestando ante el ministro, Mr. de Montmorin, de imputaciones calumniosas de espionaje, hechas por los periódicos contra españoles, y cuando obtuvo una respuesta bastante satisfactoria, la hizo imprimir y la repartió entre sus compatriotas para que supieran a qué atenerse. Tan difícil equilibrio hubo de cesar, en fin, cuando Floridablanca, que diez años antes le escribía a la embajada de Lisboa: «No me falta qué decir sino que el Rey cada día está más contento de V. E. y de su celo, etc.,» vio ocasión oportuna para deshacerse de un hombre que militaba en partido político opuesto al suyo. Esta ocasión se la dio el mismo embajador, cometiendo la falta de asistir oficialmente a la sesión de la Asamblea en que Luis XVI juró la Constitución (14 de Septiembre de 1791). Entonces, a pesar de las instancias de Luis XVI a Carlos IV para que no le separase de su lado, Floridablanca logró que se le mandase salir de Francia, dejando encargado de los negocios de la embajada a D. Domingo de Iriarte.

Fernán Núñez obtuvo pasaporte para Niza, donde se había refugiado su tío de Rohan77; pero cambiando de   —350→   dirección marchó a Bruselas y el 13 de Octubre de 1791 ya residía en Lovaina. Poco después, el 20 de Noviembre, le nació su hija María (Dolores) que fue bautizada en la iglesia de San Quintín de aquella ciudad.

El 24 de julio del año siguiente estaba en Coblenza de incógnito, con el Título de Conde de los Ríos, con su mujer y dos hijos, y allí presenció la revista que pasó el Rey de Prusia a 50.000 hombres de su ejército.

En Marzo del año de 1793 tuvo que retirarse a toda prisa con su mujer a Düsseldorf porque las tropas del general Miranda venían sobre Lovaina, dónde le secuestraron todos sus bienes los «Comisarios nacionales del poder ejecutivo de Francia y de Bélgica.» Entre los papeles secuestrados había un legajo de su correspondencia política con Revillagigedo; otro de un compendio de la situación de Orán; escritos de Revillagigedo sobre este punto; Reflexiones sobre la conveniencia de establecer como reina en la América del Sur a una Infanta de España; otro manuscrito autógrafo de Fernán Núñez; su correspondencia con el ábate O'Sullivan, y otros de menor importancia.

Igual suerte corrió en París la casa del Embajador. En Octubre de 1792 y en Abril del año siguiente los agentes de la República la registraron, sellaron sus documentos, detuvieron a sus criados, entre ellos a Alejandro Le Cointre y al anciano sacerdote irlandés O'Sullivan, limosnero que había sido del embajador de España en Rusia y que vivía en la casa pensionado por Carlos IV, le encerraron en la Abadía. Las protestas de Fernán Núñez fueron desoídas, y cuando en 1795 trataron de ellas, el Comité de salvación pública aprobó las medidas y el secuestro de la herencia de Rohan-Chabot que pertenecía al Conde, como represalia del de los bienes del ciudadano Puyon, agente de Francia en Madrid, y de otros. En Febrero del mismo año dieron otro decreto más favorable; pero al fin se ignora qué fue de sus bienes de París y de sus papeles de Lovaina.

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Durante estos años es fácil calcular la angustiosa situación pecuniaria que el Embajador tuvo que sufrir, porque aunque en Mayo de 1792 tenía en Madrid una existencia de 300.000 libras, la bancarrota y fuga de su hombre de confianza, Mr. de Souvigny, redujo a la mitad aquel fondo, y en 25 del mismo mes tuvo que dar a su agente la siguiente orden: «Mr. Pareant ne devra payer dorenavant rien en argent, excepté les appointements de ma fille de la rue de I'Univeisité pour lesquels il donnera en numeraire les 2.000 du premier de chaque mois.»

Ignoramos a quién puede aludir en la referencia subrayada.

Paul de Saint Pierre desde Niza, y el ministro de Parma en París, Mr. le Bailli de Virien, desde esta ciudad, le tenían al corriente, el primero, de los asuntos de intereses, y el segundo de los sucesos políticos. El Conde se ve precisado en Marzo del 92 a vender sus alhajas y su carroza de gala. Saint Pierre le escribe que hay quien le compre toda su plata a 5,18 libras de Niza (54 libras tornesas el marco) y que en cuanto a la carroza había procurado venderla en lotería; pero que sería difícil colocar los billetes; caro enagenarla en Turín, e inoportuno el procurarlo en Francia, debiendo cesar el gasto de seis libras mensuales que costaba la cochera.

A pesar de tan crítica situación, su noble ánimo halló manera de sustentar, vestir y proteger a doce sacerdotes fugitivos, que hubieran perecido sin su auxilio.

De su correspondencia con el ministro de Parma copiamos los siguientes párrafos, porque dan una idea del juicio que les merecían los graves sucesos que se desarrollaban en Francia.

El Conde al ministro desde Lovaina, con fecha 20 de Abril de 1792:

«Nous sommes tous devenus juifs et nos attendons notre sort qui ne se presente pas le plus favorable d'après la   —352→   prolongation et l'accroisement de vos folies parisiennes qui me font ouvrir en tremblant tous les matins les imprimés. Je vous plains fort, car d'après l'état dans lequel je vous ai laissé à mon départ, vous n'aves rien gagné.»

Le Bailli a Fernán-Núñez (París, 23 de junio):

«Je vous felicite d'être loin de cette Babilonne. Je gémis et désèche à vue d'oeil de devoir me trouver prisonier obligato dans un pays où il croyent être libres.

Le corps diplomatique s'en va par insensible transpiration, nous restons fort peu, et le petit nombre pourrait bien être encore diminué.

Je ne vous parlerai pas des événements d'horreurs du 20. Vous devez en avoir lá des relations, mais elles ne porteront peut-être pas l'empreinte de la verité, toujours très-difficile a decouvrir. Ce qu'il y a de positif c'est que le Roy n'a jamais été plus grand que ce jour lá; l'on craint des suites, les scélérats ne s'endorment pas, le crime est vigilant, mais je le repeterais mille fois, l'on n'est pas bestes atroce et láches comme le peuple de París.»

Fernán-Núñez al Baillí (10 de Mayo):

«Les premiers exploits militaires ne vont pas, malgré les chansons. Il faut espérer que ça ira, ça ira. Dieu veuille que ce soit pour le mieux.»

El 2 de Mayo le contesta el Baillí:

«Puisque vous nous comparez a des juifs, je dirais en suivant cette idée que je suis de ceux qui voyent le Messie s'approcher radieusement des vrais croyants; la première aux corinthiens en date du 29 Avril leurs fait dejà faire de très-serieuses reflexions, et tout doit nous faire présager que ça ira dans notre sens.»

*  *  *

Y el 20 de Mayo añadía:«Il y a encore bien de gens qui disent que ça ira; mais on ne le chante plus, et le nombre de ceux qui disent que ça ne peut pas aller augmente tous les jours.»

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Durante los tres últimos años de su destierro en Lovaina se vio asaltado de enemigos y perseguido por un mal español que quería vengarse en el Conde de un crimen de infidelidad a, la patria de que él mismo se había hecho culpable, según le lee en su Oración fúnebre.

Después de una corta residencia en Suiza, en Abril de 1794, Fernán-Núñez marchó a Roma en Febrero del año siguiente para recibir la bendición apostófica, como si presintiese su próximo fin78. En efecto, poco después de su regreso a Madrid, el 23 de Febrero, a las dos de la tarde, falleció en esta corte, a los cincuenta y dos años y siete meses de su edad.

No hemos encontrado en su correspondencia, ni entre los otros documentos registrados en el Archivo de su Casa, ninguno que dé la más ligera noticia de las circunstancias de su enfermedad y de su muerte.

Únicamente en la citada Oración fúnebre, al describir sus últimos momentos, hallamos estos detalles:

«Lleno felizmente su espíritu -dice el P. Labaig-de los funestos presagios de la muerte, fue herido por ella; mas no pudo sorprenderle. Apenas entra en su casa y la reconoce, mira con atención aquella sala donde había de expirar, la examina, y con rostro imperturbable dice a sus domésticos: ¡Qué bien estará aquí Fernán Núñezde cuerpo presente!»

«Háblanle de comodidad, de descanso y de obrar la salvación en la tranquilidad y calma de sus últimos años; pero cuanto responde, cuanto ordena, todo anuncia la feliz eternidad que espera. Faltábale añadir a su testamento,   —354→   dispuesto ya en la robustez de su salud, los conocimientos que había adquirido y las desgracias que había llorado, y esta sola cláusula79 en la que previene a sus hijos contra los falsos principios de la impiedad, importa tanto como las mayores apologías de la religión, por ser efecto de una juiciosa experiencia.»

Después de referir cómo dejó a sus hijos por principal herencia el amor a Dios y al Rey, entregándoles como símbolos una lámina en que aparecían todos al pie de la Cruz80 y dejando por cabeza de su mayorazgo el busto de Carlos III, monarca a quien tiernamente había amado y servido con tanta fidelidad, dice que los llamó a su lecho de muerte y les habló así:

«Venid, hijos míos, que quiero anunciaros lo que os sucederá en la última hora de vuestra vida. Vosotros os hallaréis como yo en el término fatal en que ahora me veis; vosotros comprenderéis entonces, como yo, el vacío y la nada de esta figura del mundo que os engaña y os seduce; vosotros sentiréis tan vivamente como yo cuánto os interesa amar y servir al Soberano Señor de quien proceden todos los bienes, y cuánto os importa el preferirle a todo lo criado. Yo veo en esta hora que el mundo es nada, y que no hay otra cosa que merezca nuestro corazón sino Dios. Tomad la lección que os doy en este día y rogad al Señor que os   —355→   bendiga para no borrarla jamás de vuestra memoria. De cuantos placeres he gustado sobre la tierra no me queda más que un amargo arrepentimiento de haber ofendido a Dios. Aplicáos, pues, a servirle con más celo y fidelidad que vosotros habéis observado en mi conducta: respetad siempre a vuestra madre, amadla, nada la neguéis. Y tú, o esposa mía, mira por tus hijos. -Y aquí, levantando con trabajo sus paternales manos, les echó su bendición.

De repente, aquel amor tan vivo y tan tierno que tuvo a su familia, se convierte insensiblemente en la caridad que tenía por Dios. El sagrado y devotísimo himno Stabat Mater, que por dos veces se le cantó en su enfermedad, lo reza, lo repite en estos últimos momentos, y penetrado del secreto y afectuoso espíritu de la letra, se derramó en abundantes lágrimas, que alentaron su confianza en la protección de la común Madre de pecadores. La real presencia de Jesu-Cristo en el Viático multiplicó y renovó las gracias que tan frecuentemente había derramado sobre él durante su vida. El salmo Miserere, el Rosario y la lectura sagrada que en ningún día omitió, por muchos que fuesen sus negocios, se repitieron con nuevo fervor y más tierna devoción. Respondió por si mismo a las oraciones y preces con que los venerables sacerdotes pedían al Señor que recibiera en paz su alma, y faltándole las fuerzas para cumplir con la obligación del rezo de Nuestra Señora, pidió el Diurno, lo estrechó entre sus manos, y se consoló con pegarlo dulcemente a sus labios. Fiel a la Patria y al Estado hasta su última respiración, contó las horas y los instantes, recogió aquellos residuos de su aliento, y escribió por su mano ciertas disposiciones que su conciencia le dictó como indispensables. Si el temor humilde aflige su espíritu agitado, se le dice como al hombre del Evangelio, que todo es posible para: el que cree: Omnia posibilia sunt credenti: y recobrando sus fuerzas, respondió con el mismo: Credo, Domine, adjuva incredulitatem meam.   —356→   Dios, a la verdad, socorrió a su siervo, porque preguntando en qué hora se hallaba, le dijeron que en el momento último de su vida, y con ánimo tranquilo, con toda la entereza, vivacidad y gracia natural de su espíritu, prosiguió: '¡Ah! bien sabía yo que el Señor me permitiría decir: In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum, y aquí espiró Fernán-Núñez.»

El Papa Pío VI y los Reyes de Nápoles y otros Príncipes enviaron a la viuda sentidas cartas de pésame.

Había hecho un testamento militar en Lisboa el 1.º de Septiembre de 1786, y dos días antes de su muerte, el 21 de Febrero de 1795, otorgó, además, un codicilo.

Algunas cláusulas del primero merecen transcribirse, porque descubren las convicciones del Conde, fruto de su experiencia del mundo y de los hombres, y los tiernos sentimientos de su corazón:

«Fundado, pues, en los principios de equidad y recta razón natural, dice en la cláusula 19, y fiado en el cariño y obediencia que siempre he reconocido en mi hijo primogénito, convencido de su desinterés y del cariño que profesa a todos sus hermanos, no obstante del particular que le tengo, prefiriendo lo que creo de mi deber como padre, y deseando hacerle conocer que la mayor felicidad y preferencia que, como primogénito, tiene sobre ellos, le obliga a asistirles y mirarles como a hijos, estando él más que suficientemente compensado con la posesión de los Mayorazgos vinculados que tanto le he mejorado, y que por mi y su madre reúne en su persona para que pueda mirar mejor por sus vasallos, y conservar el lustre de su Casa; fundado, pues, en estas razones, pido encarecidamente a dicho mi hijo primogénito, como la última y mayor prueba de su virtud, y del cariño que a mi y a sus hermanos profesa, que renunciando desde luego voluntariamente a favor de todos sus hermanos por igual la parte que puede tocarte de mi léxitima, y aun de la de su   —357→   madre (quando faltase) la distribuya entre ellos, lo cual le mandara expresamente, si me lo permitiesen las Leyes, sin creer faltar por eso en nada a las de la naturaleza, ni al gran cariño que profeso y he profesado siempre a dicho mi hijo, antes bien persuadido de que en ello doi un buen exemplo a los padres poseedores de Mayorazgos ricos, en beneficio de sus hijos menores, para hacer menos dura la suerte que les ha tocado de verse privados de los bienes mejores de sus padres, viviendo acaso en indigencia, mientras su hermano mayor malbarata sus caudales, como sucede muchas veces, sin que les quede derecho ni aun de representarlo. Quisiera Dios que esta práctica quedase siempre establecida en mi Casa para lo subcesivo.»

*  *  *

(«Veinte.) Como el lustre de las Casas se mantiene con la conservación de la memoria, y de los restos de las acciones distinguidas de los ilustres predecesores, siendo éstas las que, sin envanecer a los Nobles, deben encender sus ánimos, y hacerles desear imitarlas en servicio de su patria y de su Rey, recordándoles la mayor obligación que tienen de hacerlo y de enseñar a sus inferiores el camino de la gloria, sin creerse nunca superiores a ellos: deseoso, pues, de que estos sean siempre los principios y, norte de las acciones y conducta de mis hijos y subcesores, y el único objeto de su noble ambición virtuosa, y siendo la instrucción uno de los medios más convenientes para conseguirlo, mando que todos mis libros, estampas, dibujos, y manuscritos de mi librería y de mi inmediato uso se vinculen con facultad Real a favor del Mayorazgo de Fernán-Núñez, para que los Señores de él y sus hijos puedan siempre tener a la vista los medios de merecer por si la distinción que les ha dado, sin mérito alguno suyo, la divina providencia, para hacerse útiles a su patria, cumpliendo en esto con la obligación que Dios les ha impuesto mas que a otros, haciéndolos nacer en aquel rango   —358→   distinguido de que se harán indignos si así no lo executan.»

*  *  *

(«Veinte y dos.) Como el abandono de la propia hacienda suele ser el principio de su casi cierta ruina, y del olvido y aun aborrecimiento de unos vasallos que es difícil amen a unos Señores para quienes siempre les piden, y que no conocen, ni los conoce, encargo mui particularmente a mis subcesores no dexen de visitar sus Estados lo más que les sea posible, y que den a conocer en ellos los miran con amor y cariño, pasando entre su pueblo algunas temporadas, que no serán menos bien empleadas que el tiempo que empleen o pierdan inútilmente en las Cortes. A este fin, deseando no dexen de hacerlo por falta de casa cómoda y decente (que aún ésta falta ya en sus Estados a muchos de los primeros y más ricos Señores del reino) he formado el plano y fabricado en Fernán-Núñez un Palacio, cuyo modelo está en dicha villa, y en mi casa de Madrid, y pido a mis subcesores lo concluyan, si ya no lo estuviese, como lo deseo, antes de mi fallecimiento, destinando para ello cada año la suma que les fuere posible, pues si con ella logra ser amado y amar a sus vasallos, y que le miren más que como a Señor, como a padre, e imbuir a sus hijos en las mismas ideas, no deberá pesarle nunca haber hecho un gasto que, a más de producirle esta conocida ventaja, se refunde en beneficio de los mismos vasallos, que a costa de su penoso trabajo, y del sudor de su rostro, mantienen hasta sus propios caprichos, cuando apenas sacan lo suficiente para alimentar su pobre y virtuosa familia, y cubrir su desnudez.»

*  *  *

(«Veinte y tres.) Y para que en él no falten los adornos competentes ni las dignas memorias de nuestros mayores que arraiguen en los corazones de los vasallos el amor a sus Señores, y en estos el cariño y obligaciones que tienen   —359→   para con ellos, vínculo igualmente en los mismos términos en que queda manifestado arriba, todos los cuadros y muebles que al tiempo de mi muerte se hallasen en dicho mi Palacio de Fernán-Núñez, y también todos los retratos de Señores de la Casa, acciones, lugares o edificios pertenecientes a ella que entonces se hallasen en mi poder, o en alguna de mis casas, o que me pertenezcan, y estén en poder de otro; todo lo cual y los dos cuadros originales que representan mi Embajada extraordinaria hecha en esta Corte de Lisboa en el año pasado de mil setecientos ochenta y cinco con motivo de los casamientos recíprocos de la Serenísima Señora Infanta Doña Carlota Joaquina, y Señor Infante D. Gabriel, Infantes de España, con los Serenísimos Señores Infantes de Portugal D. Juan y Doña Mariana Victoria, los cuales es mi voluntad queden igualmente vinculados en mi Casa de Fernán-Núñez, y se conserven en ella con el modelo del arco y pirámides hechos para dicha Embajada, procurando conservarlo con el mayor aseo y cuidado. A este fin se formará un inventario individual por clases de todo lo vinculado en estos tres artículos, tanto en Madrid como en Fernán-Núñez, para que en ambos archivos conste en todo tiempo, y sea de ello responsable el poseedor del Mayorazgo.»

En estas dos últimas recomendaciones puede verse al hombre exento de toda ciega preocupación en sus dos opuestos extremos:

«Para la crianza de sus hermanos, dice hablando con el primogénito, le pido encarecidamente que a más de lo que le dicte su talento y conocimiento del mundo, se aconseje de personas instruidas, cristianas y juiciosas, pero no preocupadas, sin ser necesario entregarse, como suele suceder frecuentemente por una consideración enteramente piadosa, a un fraile o a un eclesiástico que, faltos por lo común del conocimiento del mundo y trato civil, hacen más daño con sus consejos que provecho, aun a la misma   —360→   religión con que apoyan todas sus ideas. Si el sacerdote o religioso tiene todas las calidades necesarias para dar consejo en punto de educación, hará bien en preferirle; pero, a no ser así, para nada debe atender en esta parte su consejo sólo por la consideración de su respetable carácter.»

Últimamente, dice al terminar su codicilo, como los principios de la irreligión y de la impiedad han producido los funestos efectos que hoy infelizmente se esperimentan en Europa, cumpliendo con lo que debo a Dios, y a las obligaciones de padre, encargo y pido muy particularmente a mis hijos que huyan y detesten, aquellos falsos principios; que nunca se aparten de las sabias y sagradas máximas y dogmas del Catolicismo, en que Dios, por un efecto de su misericordia, le ha hecho nacer. Les declaro que desde que he conocido por la experiencia cuan opuestas son y contrarias las doctrinas corrompidas de los que se llaman espíritus fuertes y filósofos del día a las del Evangelio, y el estrago que deben causar en cualquier Estado, si las adoptan por regla los que lo componen, porque no pueden resultar con ellas sino malos hijos y peores padres, les declaro, vuelvo a decir, que desde aquella época he pedido a Dios todos los días en mis cortas oraciones, me privase antes mil veces de ellos que yo los viese imbuidos de semejantes principios. Esto les reitero una y mil veces, dándoles a todos mi paternal bendición.