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Capítulo IX

VIAJE DEL SANTO MATRIMONIO A AÍN, RESIDENCIA DE ISABEL Y ZACARÍAS. -VISITA Y ESTANCIA DE MARÍA EN AÍN. -�ASISTIÓ LA VIRGEN AL NACIMIENTO DE SAN JUAN? OPINIONES DE LOS AUTORES Y CREENCIA GENERAL EN LAS LETRAS Y EN LA PINTURA DE QUE MARÍA ESTUVO EN EL ACTO DEL NACIMIENTO DEL BAUTISTA. -EL LUGAR DE LA VISITACIÓN, LA FUENTE DE LA VIRGEN Y EL CONVENTO DE SAN JUAN DEL DESIERTO TAL CUAL HOY SE HALLAN.



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- I -

     Instruida María por el Ángel de la miraculosa preñez de Isabel, ofreció ir a saludar y dar su tierna felicitación a su prima. No era el deseo, como han dicho algunos herejes, de ver y confirmar por sus propios ojos aquel milagro, aquello que era contra las leyes de la naturaleza, no: María no podía dudar en manera alguna de la palabra de Dios anunciada por el Ángel, y por amor y reconocimiento a su parienta, que indudablemente la había protegido en su orfandad, y más aún por la caridad y amor a la anciana que en aquel estado se encontraba, deseaba visitarla.

     Sigamos en este punto la narración que hace el Evangelista San Lucas, al que podemos llamar el biógrafo de María:

     �Levantóse, pues, María pocos días después de la Anunciación, y echó a andar hacia las montañas con presteza para llegar a la ciudad de Judá, donde moraban sus parientes�. Hasta aquí el Evangelista, a quien volveremos a encontrar más adelante cuando lleguemos a la salutación de las dos santas parientas.

     El embarazo de María no era aún conocido; tal vez no llevaba todavía una semana y San José lo ignoraba: es muy dudoso que la acompañara en aquel viaje: el Evangelio no le nombra. El señor Lafuente estima que no la acompañaría, pues si la acompañó oiría las palabras de Isabel, y entonces no se justifican los celos que padeció el santo esposo, y la necesidad de que el Ángel los desvaneciera, explicándole lo que ya había oído de boca de la prima de María. Quizá la acompañó hasta Jerusalem, a donde iría con motivo de las fiestas de Pascua para cumplir con aquel deber de que no se dispensaban los israelitas piadosos, como le vemos cumplirle más adelante cuando Jesús se perdió en el Templo. Llenados los deberes de la Pascua, parece lo probable que San José regresaría a Nazareth y la Virgen se dirigiría con algunas piadosas mujeres y parientes, sacerdotes de la casa de Aarón y Abdías, que regresaban a Aín, dos leguas próximamente de Jerusalem, y aun tal vez acompañada de Zacarías, a quien la mudez no excusaba el cumplimiento de sus deberes sacerdotales.

     Con la aprobación de San José, cuya pura alma iba tan al unísono con la de María, y ambos corazones no tenían más que un voluntad, el santo matrimonio partió en la estación de la Primavera, dirigiéndose a las montañas de la Judea en que el sacerdote Zacarías tenía su casa o granja en las cercanías de Aín. La Escritura, como hemos dicho, narra los sucesos, pero no cita detalles, y como ya hemos indicado, no nombra a San José como acompañando a la Virgen, pero no es esto decir como hemos indicado que no acompañara a María hasta Jerusalem, por cuanto que no es ni verosímil ni humano, ni menos creíble en el tierno corazón de José, que la dejará marchar sola en una marcha a través de las montañas y peligros de un viaje de cinco días hasta la ciudad, y nada tiene de inverosímil ni inhumano que las cortas leguas de aquella ciudad a Aín, fuera la Virgen acompañada por Zacarías que había acudido al templo en las Fiestas de la Pascua, y desde ella el casto Esposo volviera a Nazareth a sus habituales ocupaciones, cuando larga había de ser la estancia de María en casa de Isabel.

     La distancia de Nazareth a Jerusalem o Aín, dice Orsini, es de un viaje de cinco días o de veintisiete leguas, según otros autores; la marcha penosa por malos caminos, atravesando parte de Galilea, por Samaria, nada favorable a los galileos, y gran parte la tierra de Judá. Además de los inconvenientes y peligros de los habitantes, había que tener en cuenta los naturales de un país accidentado con torrentes y desiertos. Además, las noches había que pasarlas en algún albergue de caravanas entre gentes desconocidas, sin abrigo y abierto a todos vientos aquellos míseros albergues, cual aún hoy día sucede en algunos caravanseralls, en que no hay más de confortable que la techumbre.

     Con caminos y albergues de esta índole, �es verosímil que José dejara partir sola a la joven María expuesta a cualesquier dolorosa contingencia, a una joven hermosa, delicada y criada en la vida tranquila y sedentaria del Templo? Por tanto, aun cuando el Evangelio a dice de José acompañando a María, esta suposición es contraria a las costumbres de los pueblos orientales, pues nunca una mujer judía se ponía en camino sin escolta o guardianes en un viaje de esta importancia.

     El P. Croiset opina, que iría acompañada de algunas otras vecinas que en caravana fueran a Jerusalem con sus esposos, deudos o criados. Creemos más aceptable la opinión de Lafuente y Orsini en ese punto, y la de Rivadeneyra y la Venerable de Ágreda, que todos ellos creen a José acompañando a la Esposa cuando menos a Jerusalem, y que desde allí, con individuos de la familia de Isabel, iría la Virgen a Aín o Hebrón. La Venerable Ágreda opina, que fue a Hebrón donde vivía la anciana Isabel; Lafuente cree que era Aín: procuraremos dilucidar este punto en cuanto nuestros conocimientos alcancen y de acuerdo con lo admitido y aceptado por nuestra santa Iglesia.

     El P. Rivadeneyra consigna: �dice el Evangelista San Lucas que se levantó (la Virgen) y se fue con gran priesa y diligencia a las montañas y a la ciudad de Judá que estaba en ellas...� Sor María de Ágreda, añade: �Prosiguiendo sus jornadas llegaron María Santísima y José, su esposo, al cuarto día a la ciudad de Judá, que era donde vivían Isabel y Zacarías�. Y este era el nombre propio y particular de aquel lagar, donde a la sazón vivían los padres de San Juan, y así lo especificó el Evangelista San Lucas, llamándole Judá; aunque los expositores del Evangelio comúnmente han creído que este nombre era propio de la ciudad donde vivían Isabel y Zacarías, sino común de aquella provincia que se llamaba Judá o Judea, como también por eso se llamaban montañas de Judea aquellos montes que de la parte austral de Jerusalem, corre hacia el Mediodía. Pero lo que a mí se me ha manifestado, es que la ciudad se llamaba Judá y que el Evangelio la nombra por su propio nombre; aunque los doctores y expositores han entendido por el nombre de Judá la provincia a donde pertenecía. Y la razón de esto ha resultado de que aquella ciudad que se llamaba Judá, se arruinó dos años después de la muerte de Cristo Señor Nuestro, y como los expositores no alcanzaron la memoria de tal poblado entendieron que San Lucas, por el nombre Judá había dicho la provincia, y no el lugar; y de aquí ha resultado la variedad de opiniones sobre cuál era la ciudad donde sucedió la visitación de María Santísima a Santa Isabel.

     �Distaba esta ciudad, veintisiete leguas de Nazareth y de Jerusalem dos leguas poco más o menos, hacia la parte donde tiene su principio el torrente Sorec en las montañas de Judea�.

     Por último, Lafuente, en el capítulo de la Visitación, dice: �La casa de San Zacarías, que la tradición designa como tal, está a corta distancia del pueblecito de Aín, o sea de San Juan, en el fondo de un valle ameno, al cual fecunda la copiosa fuente llamada de Naftea, en tiempo de Josué, y ahora de la Virgen, por la tradición local de que allí solía ésta ir algunas veces a tomar agua, o solazarse en altas contemplaciones al dulce murmullo de sus cristalinas ondas, recreo principal y casi único de Aquélla, que siendo perfectísima, estaba de continuo en la presencia de Dios, y tenía por descanso el abismarse aún más en el amor de Aquél que es el único ser verdaderamente amable�.

     Ahora bien, �fue Judá o Aín el punto en que se encontraba Isabel cuando fue visitada por su parienta la Virgen Santísima? No hallamos tanto fundamento en el aserto de Sor María de Ágreda como en las razones de D. Vicente Lafuente y la tradición, los hechos y las construcciones, que como recordándolo se conservan aun cuando en ruinas, así lo comprueban.

     Que en Aín vivía Santa Isabel cuando dio a luz al Precursor es un hecho, y el templo construido y arruinado indica que la tradición constante señalaba en aquel lugar la casa de Isabel y Zacarías, y comprueba más el aserto, la devoción, cariño y entusiasmo que causó el Precursor, a quien llegaron a tener y creer por el prometido Mesías, razón por la cual, la tradición no podía equivocar el lugar del nacimiento del Bautista. Que allí pudo tener lugar la visita, el encuentro de las dos santas madres, no ofrece inconveniente alguno a tal presunción, confirmada en parte por la denominación que a la fuente de Naftea se le dio luego, conociéndosela con el nombre de Fuente de la Virgen, así pues, creemos que María se encaminó a Aín desde Jerusalem, y en dicho pueblecillo tuvo lugar el acto conmemorado en la devoción del Santo Rosario en el segundo misterio gozoso: la Visitación de María a su prima Santa Isabel.



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- II -

     Nuestra Santa Iglesia ha dedicado una de sus principales festividades a este suceso tan lleno de misterio y de encanto en su misma belleza familiar, y coloca esta festividad como la segunda de las que dedica a María Santísima en su culto como misterio en los gozos del Santo Rosario. Verifícase esta solemnidad en el día 2 de julio; festividad que más bien parece que debiera haberse señalado los primeros de abril, pero este traslado tiene su justificación muy clara como veremos, y así se explica por la Iglesia la traslación de la conmemoración, poniendo la Anunciación en el día 25 de marzo, y calculando cinco días para el viaje de Nazareth a Jerusalem y de allí a Aín; pues que el viaje se hizo con presteza, resulta en este caso que la visita debió verificarse en los primeros días del siguiente mes. Pero como la Santa Iglesia en el orden de su liturgia destina los meses de abril y mayo a la conmemoración de los sublimes misterios de la Pasión, Resurrección, Ascensión, Pentecostés, Trinidad y la grandiosa del Santísimo Sacramento, Corpus Christi, pública y alegremente venerado, ya que la institución del Sagrado Cuerpo corresponde al Jueves Santo, día de su feliz y salvadora institución en la Santa Cena, festividad grandiosa y suprema que preside a todas, de aquí el traslado de aquélla.

     Ahora bien; si la Anunciación tuvo lugar en el día 25 de marzo y el nacimiento del Bautista se pone a los tres meses cabales, o sea el 24 de junio, la fiesta de la Visitación siete días después, parece diferirla a los últimos días que pasó la Virgen en la compañía de su prima, y después de su alumbramiento y haber recobrado el habla Zacarías. Con todo, hay que tener en cuenta que la Iglesia explica más bien las palabras de Santa Isabel y la alegría profética del Bautista, que las palabras y actitud de la Virgen. Los comentarios del primer nocturno están tomados de los hermosos cánticos de Salomón, de San Juan Crisóstomo los del segundo, y de San Ambrosio los del tercero.

     Es necesario leer y comprender lo magnífico y apropiado de esta lección primera, en aquel encantador y sublime rezo. Es necesario profundizar en su espíritu, para admirar la grandiosidad y oportunidad de aquellos sublimes conceptos con que la Iglesia coloca aquella poesía, que destila encanto y armonía entre el pensamiento y la palabra.

     Véanse, con el fin de que pueda admirarse aquel encanto, los versículos que a continuación insertamos. �Son tantos los que los desconocen, y si los han leído no habrán apreciado su hermosura!

     . �La Virgen María retirada en el modesto gabinete de su pobre y humilde casa en Nazareth, vive allí como la flor del campo, como el lirio de los remotos valles que embalsaman las florestas no frecuentadas por el hombre.

     (Ego flos campi et lilium convallium. Sicut lillium inter spinas sic amica mea inter fillias.)

     Como se comprende, la Iglesia no coloca nada en sus rezos y practicas al azar, y cuando los coloca al frente del rezo del día, sin darles aplicación a la festividad no los hubiera colocado. �Yo soy la flor del campo y lirio de los valles, estoy rodeada de espinas y no llegará a mí la mano del hombre, ni posará sobre mí una mirada impura, no llegará a mí el hierro, moriré sobre la tierra que me vio nacer, y al morir, mi cáliz, marchito sobre el tallo, todavía exhalará olor de suavidad y me buscarán para remediar los males, para dar salud a los enfermos y servir de medicina�.

     �Qué hermosas y proféticas palabras tan llenas de poesía y encanto! A estas palabras de la pura María, la flor de los campos, el lirio entre espinas, responde el Espíritu Divino desde los altos cielos: �Como lirio guardado entre espinas, así es mi amiga entre las adolescentes�; a cuyas palabras responde la Virgen Nazarena: �Como manzana que envidiaría el oro, así brilla mi amado entre los mancebos. Sentéme a la sombra de aquel por quien anhela mi alma, y cuán dulce es para mi paladar su fruto sazonado�. (Sub umbra illius quem desideraveram sedi, et fructus ejus dulcis gutturi meo.)

     No es menos notable y hermosa la lección segunda, en la que María escucha la voz de la caridad que la impulsa a ir a visitar a su santa parienta: (Vox dilecti mei, ecce iste venit saliens in montibus, transiliens colles: similis est dilectus meus caprae, hinnuloque cervorum.) �Levántate, apresúrate, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven, que ya ha pasado el invierno y está lejos la helada escarcha. Ya comienzan a brotar las flores y el tiempo de la poda se acerca, ya se escucha por la tierra el dulce arrullo de la tórtola�.

     Camina la Virgen por aldeas y sendas camino de Jerusalem y de Aín y al verla tan hermosa se dicen las gentes: �Quién será esa mujer tan hermosa, llena de hermosura? Y al penetrar en el Templo, sus compañeras la saludaron diciéndole: �Dichosa de ti�, saludándola con la misma salutación del Ángel.

     Hermosa y no menos admirable se deja oír la lección tercera, escuchase en ella la voz de Santa Isabel que llama a su prima:

     �Levántate, amiga mía, hermosa mía, date prisa a venir, llega, paloma mía, que anidas en los agujeros de la montaña de Nazareth, en las quebradas de las rocas. (Surge, amica mea, speciosa mea, et veni columba mea in foraminibus petrae): sigue más adelante diciendo: Vea yo tu rostro, llegue ya tu voz a mis oídos, porque tu voz es dulce y melodiosa y tu rostro lleno de gracia y compostura. (Ostende mihi faciem tuam, sonet vox tua in auribus meis; vox enim tua dulcis et facies tua decora)�.

     A este cántico de dulce cariño, responde la púdica María a las palabras de su prima: �Mi amado es para mí y yo soy únicamente para Él: pues a los que amé los quiero en Él y por Él. Si soy lirio de los valles, también soy para el que se apacienta entre los lirios y voy a ser pura para él mientras dure la vida del Redentor que llevo en mi seno�.

     Concluye el rezo la Iglesia con las palabras de Santa Isabel bendiciendo a la Virgen; y en el segundo nocturno de esta festividad, San Juan Crisóstomo habla en nombre de la Iglesia oriental, y pone en boca del Bautista, entre otras, estas palabras:

     �Voy a salir de este obscuro tabernáculo para proclamar el conocimiento abreviado de todas las maravillas. Puesto que soy señal, vengo a señalar el advenimiento de Cristo. Pues que soy el clarín, voy a pregonar la gracia de Dios Hijo encarnado. (Video dominum qui naturae imposuit terminos, et non expecto tempus nascendi... Egrediar ex hoc tenebroso tabernaculo, rerum admirabilium compendiosam praedicabo cognitionem. Sum signum significabo Christi adventum. Sum tuba: proferam Filii Dei in carne dispensationem�. (Lección 4�.en los Maitines del día 2 de julio)

     Así ensalza la Iglesia en esta festividad la dulce entrevista de las dos santas primas, y relatando el histórico hecho, pintaremos, en cuanto nos sea posible, esta hermosa escena.

     De Jerusalem encaminóse María a Aín, y de allí dirigióse a la quinta o casa de campo en que residía Santa Isabel. Informada ésta por las sirvientas de la llegada de su prima, corrió a las barandillas de la azotea para descubrirla más prontamente. En cuanto la descubrió corrió a su encuentro.

     María, en cuanto vio venir a sí a Isabel, apresuróse a saludarla, y poniendo su mano sobre el corazón le dijo:

     -La paz sea contigo.

     Isabel retrocedió por secreto impulso, una fuerza superior la invitaba al respeto más profundo y su rostro fue animándose, observando ella misma que algo portentoso, grande e inmenso la dominaba. Aquella dulce salutación, tan cariñosa y llena de generosidad y cariño, conmovió dulcemente a su parienta, impresionada con el hermoso aspecto de María, que la había dominado con su modestia.

     Así es que, sobrecogida e impresionada por el impulso profético, no pudo dominar su lengua y abrazándola exclamó:

     -Tú eres bendita entre todas las mujeres y el fruto de tu vientre es bendito, y �de dónde viéneme, Señor, la felicidad de que la Madre de mi Señor y dueño venga a visitarme? porque luego que tu voz ha sonado en mis oídos, cuando me has dirigido la salutación, mi hijo ha saltado de alegría en mis entrañas y dichosa eres porque has creído, porque lo que de parte del Señor te se ha dicho, cumplido será.

     Hermosa salutación de Isabel, llena de cariño y profético espíritu, a la que contesta María con la altísima, profunda y hermosa cántiga del Magnificat, el primer cántico del Nuevo Testamento y el más elevado y poéticamente inspirado de las Santas Escrituras.

     �Glorifica mi alma al Señor.

     �Y mi espíritu está trasportado de gozo en el Dios Salvador mío.

     �Porque ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por tanto ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones.

     �Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es santo.

     �Y cuya misericordia se extiende de generación en generación a todos los que le temen.

     �Dio muestras grandes del sublime poder de su brazo; desbarató los proyectos que allá en su corazón meditaran los soberbios.

     �Derribó del solio a los poderosos, y ensalzó a los humildes.

     �Colmó de bienes a los menesterosos hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada.

     �Acogió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia.

     �Según lo prometió a nuestros padres, Abraham, y sus descendientes por los siglos de los siglos�.

     �Cómo brilla en esta composición de verdadero vuelo poético la fe y la confianza puesta en Dios! Y cuál se manifiesta en ella el espíritu profético y la más consoladora esperanza en la bondad y justicia del Señor, que tales maravillas obró en la pura e inocente María; y cuya divina misericordia se extiende de generación en generación, y cómo igualmente se pinta en tan hermoso cántico la caridad divina colmando de bienes a los hambrientos de su santa misericordia en su sed de justicia.

     Cántico es éste que no ha sido estimado en su gran belleza y que el cristiano debiera repetir diariamente como homenaje a Dios justo y acción de gracias por habernos dado a conocer su gran misterio y nacimiento como acto admirable del poder de Dios.

     De esta suerte María entonó este cantar de gracias y alabanza a Dios nuestro Señor al abrazarse con su bienaventurada prima Santa Isabel.

     He aquí cómo la citada Ágreda expresa y relata este venturoso encuentro y hospedaje de María en la casa de Isabel, la esposa del mudo sacerdote Zacarías:

     �La Madre de la gracia saludó de nuevo a su deuda, y la dijo:

     Dios te salve, prima y carísima mía, y su divina luz te comunique gracia y vida. Con esta voz de María Santísima quedó Santa Isabel llena del Espíritu Santo, y tan iluminado su interior, que en un instante conoció altísimos misterios y sacramentos. Estos efectos y los que sintió al mismo tiempo el niño Juan en el vientre de su madre, resultaron de la presencia del Verbo humanado en el tálamo de María; donde sirviéndose de su voz como instrumento, comenzó a usar de la potestad que le dio el Padre Eterno, para salvar y justificar las almas como su reparador. Y como la ejecutaba como a hombre, estando en el mismo vientre virginal aquel cuerpecito de ocho días concebido (cosa maravillosa), se puso en forma y postura humilde de orar y pedir al Padre; y oró y pidió la justificación de su Precursor futuro, y la alcanzó de la Santísima Trinidad.

     �Esto precedió a la salutación y voz de María Santísima. Y al pronunciar la divina Señora las palabras referidas, miró Dios al niño en el vientre de Santa Isabel, y le dio uso de razón perfectísimo, ilustrándole con especiales auxilios de la divina luz, para que se preparase, conociendo el bien que le hacían�.

     �Conoció Santa Isabel al mismo tiempo el misterio de la Encarnación, la encarnación de su hijo propio, y el fin y sacramentos de esta nueva maravilla. Conoció también la pureza virginal y dignidad de María Santísima. Y en aquella ocasión, estando la Reina toda absorta en la visión de estos misterios y de la divinidad que los obraba, quedó toda divinizada y llena de luz y claridad de los dotes que participaba; y Santa Isabel la vio con esta majestad; y como por viril purísimo vio al Verbo humanado en el tálamo virginal, como en una litera de encendido y purísimo cristal. De todos estos admirables efectos fue instrumento eficaz la voz de María Santísima, que entonó el cántico del Magnificat que refiere San Lucas�.

     Así fue como la Virgen vio por un esclarecimiento intensísimo de su espíritu, por medio de una luz sobrenatural, las antiguas profecías y su perfecto cumplimiento, mil veces más ilustrada Ella sola y más privilegiada que todos los Profetas juntos.

     �En esta admirable entrevista y esta conversación profética, dice San Ambrosio, María y Elisabeth profetizaron ambas por la virtud del Espíritu Santo, de que estaban llenas, y por el mérito de sus hijos�.

     De propósito nos hemos entretenido en la descripción de este acto memorable para los cristianos, entusiastas y fervientes adoradores de María, porque nada como estas páginas del Libro Divino nos inicia en la vida espiritual de la Virgen, derramando sobre Ella una luminosa revelación, que nuestra piedad, aun la más filial, no hubiera sospechado nunca. Se habría juzgado muy mal la existencia de la Esposa de José, al confundirla con una de esas vidas vulgares que llaman la atención de la humanidad. Compréndese desde luego, que María alimentó constantemente su inteligencia, su imaginación, con los pasajes más sublimes de los Libros Santos; el recuerdo de las heroínas de la Ley antigua llena toda su alma, y he aquí por qué cuando los labios de la Virgen se abren para alabar a Dios, le ocurren espontáneamente aquellos pensamientos, aquellas frases que producían su encanto al leer el Divino Libro. Nada tiene de particular que las frases de María sean un himno, ya que el soplo de la inspiración superior llenaba su pecho. Por otra parte, la lengua hebrea se prestaba perfectamente a esta insensible transición del lenguaje vulgar a esta hermosa forma poética, a esas figuras que son, podemos decir, la forma sentenciosa de la lengua de los Profetas, y que tan bien se amolda al carácter sentencioso de sus conceptos.

     El silencio, el aislamiento que había guardado María hasta entonces, con respecto a sus celestiales comunicaciones, la prepararon para una emoción más intensa, a una elocuente efusión para cuando llegara el momento oportuno de la revelación de aquel misterio obrado por el poder celestial. De aquí que la piedad, la gratitud, la abnegación y el gozo espiritual, todo a la vez hablase y se manifestase de una manera elocuente en Ella. Diríase que el espíritu de los más grandes justos del Antiguo Testamento ha pasado al suyo, puesto que aquellos ilustres servidores de Dios, nunca encontraron más bellos acentos ni formas más bellas, que las de María al profetizar con santo entusiasmo el portentoso cambio religioso que iba a realizarse, y el triunfo de los amigos de Dios; lo mismo que aquellos Patriarcas y Profetas, María amaba a su pueblo, y la última frase de su cántico es un grito de patriotismo que nos conmueve.



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- III -

     Larga fue la estancia de la Virgen en la casa de su prima, en la que permaneció tres meses, pasando esta larga temporada en el país de los hethcos, en la casa de campo en que vivían por largos espacios de tiempo los esposos. Tal vez la mudez padecida por Zacarías, les hizo retirarse al campo, cuya vida tranquila con los encantos de la hermosa naturaleza consolaría al ilustre sacerdote en su dolencia. Un valle fértil y umbrío que se descubría desde la casa, cuya situación era la más a propósito para la contemplación de aquel hermoso paisaje, a contar por las ruinas que se conservan y la tradición designa como restos de la casa del sacerdote y Santa Isabel, allí, en aquel hermoso valle, María, con su espíritu de profecía y dotada de una imaginación tan hermosa como su alma, podía contemplar el hermoso cielo anaranjado con cambiantes de turquesa durante el día, y las estrelladas noches en que brillan las constelaciones como chispas refulgentes de la pedrería del manto menos inmenso que la majestad y grandeza de Dios. Allí escucharía el plácido rumor de la arboleda al paso de la nocturna brisa, y hasta Ella llegarían los cadenciosos acordes del monótono rumor de las olas del lejano mar, cuando el viento traía aquéllos envueltos en las salinas emanaciones que tanto alegran el ánimo y exaltan la imaginación con sus efluvios y puro ambiente.

     La contemplación de la naturaleza, tan sabia y armónicamente combinada en sus elementos de belleza, en la que todo es maravilloso para el hombre que contempla aquella obra hermosa de la mano de Dios, Supremo Creador de toda belleza, y en la que desde la flor, con sus corolas y colores en combinación con las irisadas alas de las mariposas que parecen pétalos voladores de ignotas flores, todo, como concierto de la naturaleza, que con sus brisas, flores, perfumes y colores, elevan un himno diario de respeto y cariño al Creador que con su voluntad sostiene la máquina del mundo, obra de sus manos y voluntad serían su encanto y recreo.

     �Cuán grande es, pensaba la Hija de los Profetas, cuán grande es Aquél que da sus órdenes a la estrella de la mañana que señala la llegada de la aurora y la proximidad del sol, que es el polvo que pisan sus pies, como dijo Arolas en su hermoso himno a la Divinidad; que manda al rayo y al trueno! �Cuán grande es El! �El que es quien ha puesto la inteligencia en el hombre y el instinto en los brutos: El es quien provee a las necesidades incesantes de todos los seres vivientes desde el hombre al microscópico insecto, que da calor para con él la vida al huevo del avestruz, entonces, a imitación del Salmista, la Santa Virgen convidaba a toda la naturaleza a bendecir con Ella al Criador de cielos y de tierra.

     Allí, entre el perfume de la floresta, a través de aquellas azuladas montañas, Aquella a quien los autores y religiosos poetas denominan Estrella del mar, Margarita de la tierra, se complacería en contemplar aquellas sencillas flores del campo, estrellas del verde césped, a las cuales la compara Salomón en su misterioso cántico.

     Un día, dicen los doctores de la Persia que han conservado la tradición, la siempre gloriosa Virgen María puso su mano sobre el tallo de una flor que los árabes llaman arthenita, y al contacto de su mano virginal comunicó a la planta una suave fragancia y el dulce perfume que ha conservado y conserva para recreo del que la aspira y es un embriagador aroma que hace recordar el perfume y la pureza de la pura María. La tradición de los cristianos de Oriente designa de la misma suerte también una fuente, hacia la cual dirigía sus paseos la Madre de Dios, por gustarle el plácido rumor de sus cristalinas aguas: esta fuente, llamada Nefhoa en tiempo de Josué, lleva ahora el nombre de Fuente de María, tal vez desde que la vista de María, al fijarse en sus claras linfas, la hizo de renombre universal con el dulce de la Madre de Dios.

     A espaldas de la casa de Santa Isabel, se extendía uno de esos jardines llamados Paraísos entre los persas, y cuyo trazado y disposición habían tomado los cautivos israelitas de los jardines de Ciro y de Semíramis. En él descollaban los bellos árboles de Palestina y destacaban los grupos de flores, perfumando el ambiente con sus emanaciones, con el penetrante del azahar y cinamomo. Allí, en aquel hermoso campo, era donde María hacía olvidar con frecuencia a Isabel sus temores sobre un suceso, cuya esperanza la colmaba de gozo, pero que su edad avanzada podía serle muy funesto. �Cuán graves y religiosas, por su confianza en Dios, debían ser sus conversaciones! María, joven, sencilla, pura e inocente como Eva al salir de manos del Criador, Isabel, cargada de años y enriquecida con una larga experiencia de las cosas de la vida, piadosas ambas y objeto de la complacencia de Jehová: la una llevando en su seno, por largo tiempo estéril, a un hijo que debía ser profeta, y más que profeta, y la otra a la semilla bendita del Altísimo, Jefe, Señor de Israel.

     Durante las hermosas noches de verano, al claro resplandor de la luna que alumbraba las umbrías florestas, colocaban la mesa bajo el pomposo emparrado, en donde tenía lugar la cena de la familia, cena en la que, como hemos dicho, formaba la parte principal la carne del cordero, la miel y las frutas, los dátiles y el vino de Engaddi. María, frugal en sus comidas, aun en medio de la abundancia que reinaba en la casa del rico Zacarías, contentaríase con las hermosas frutas, la sabrosa miel, menos dulce que sus palabras, la leche y la límpida agua de la fuente de Nefthoa, tal vez traída por sus propias manos.

     Cuidadosa con los que prodigaba a su amada prima Isabel, serían los de una joven para con una persona de mayor edad y en estado de cuidado; eran los de una hija para con su madre si el cielo se la hubiese conservado, y quién sabe si al prestar aquéllos, revivían en su memoria las personas de sus padres en aquella anciana pareja afectuosa y venerable que la amaban paternalmente, y le demostraban desde su llegada, un afecto en la que sus grandezas se revelaron de un modo prodigioso, con un sentimiento de admiración mezclado de respeto que María se esforzaba inútilmente en desviar, pero que no podía disipar.

     Zacarías, que había dudado hasta de la palabra de un Ángel, no dudó un solo instante de la pureza de María, y si diéramos crédito a una tradición de Oriente, pero que ha sido adoptada por graves doctores, habría defendido algún tiempo después en el templo de Jerusalem la virginidad fecunda de María y sellado con su sangre este animoso testimonio.

     Los Santos Padres dicen, que muchas bendiciones atrajo la visita de la Virgen sobre la familia de Zacarías que tan tiernamente la había acogido. Si el Señor bendijo a Obededón y a todo lo que le rodeaba hasta el punto de inspirar celos a un rey por haber guardado tres meses en su casa el Arca de la Alianza, �qué gracias de lo Alto no debían atraer sobre Zacarías y todos los suyos los tres meses que permaneció en aquélla la nueva y hermosa arca que guardaba el tesoro de Dios Hijo?



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- IV -

     Llegó el momento del nacimiento del Precursor y no nos hemos de ocupar de este asunto por cuanto no incumbe a nuestra relación, pero existen dudas acerca de si María asistió o no al parto de Santa Isabel o si había dejado ya la casa de su prima regresando a Nazareth.

     La narración de San Lucas parece indicar que no �María permaneció con Santa Isabel como unos tres meses y se volvió a su casa. Mas a Elisabeth le llegó el tiempo de parir y dio a luz a su hijo�. Acto seguido refiere los prodigios que ocurrieron al nacimiento del Bautista, el haber recuperado el habla Zacarías, el precioso cántico del Benedictus y el pasmo que produjo en las montañas de Judea tal conjunto de maravillas.

     Fundados en el contexto de la narración del Evangelista San Lucas, gran número de historiadores suponen que María no se hallaba en la casa de su prima cuando sobrevino el parto a la esposa de Zacarías.

     Lo contrario parece más probable por lo que apuntaremos. Orígenes, San Ambrosio y otros muchos autores, así antiguos como modernos, se declaran por la afirmación de que sí se hallaba todavía en la casa de su prima la pura Señora, y esta opinión es la más verosímil.

     Esta opinión, además de lo que más adelante apuntaremos, se funda en una obra de caridad, pues no es verosímil que después de haber estado María tres meses en aquella casa, la abandonase justamente en el momento del mayor peligro y no existiendo un motivo razonable que justificara la partida. Un sentimiento conforme con el caritativo y magnánimo corazón de María, nos obliga así a creerlo además de las razones siguientes.

     Los teólogos que han abrazado la opinión contraria a la de Orígenes y San Ambrosio, se apoyan principalmente en el citado pasaje de San Lucas que no habla del parto de Elisabeth, sino después de haber regresado la Virgen a Nazareth.

     En nuestra opinión, creemos que no se ha examinado escrupulosamente el citado Evangelio: hemos procedido a un detenido estudio del mismo y nos ha convencido, salvando error, de que no es razón concluyente para negarlo. Hay que tener en cuenta, que San Lucas tiene el método en sus escritos de hacer transposiciones como observaremos, y de ellas podremos citar ejemplos del mismo estilo en su narración, entre ellas la que hace al hablar de la prisión de San Juan Bautista, y en el siguiente versículo nos relata el bautismo de Jesucristo, cuya prioridad a la prisión y muerte del Bautista no es dudosa. De la misma manera, al citar la adoración de los pastores, se extiende en la narración maravillosa que hicieron de su viaje a la gruta de Belén y del asombro que esa narración causó; después de esto vuelve sin transición a la suspendida escena de la adoración de los pastores, y había de su marcha del establo donde había nacido el Redentor.

     Por estas transposiciones del Evangelista en su manera de narrar, nos ha hecho adoptar esta creencia que consignan y siguen Orsini y Lafuente, opiniones que creemos muy autorizadas y muy estimables en su fundamento.

     Además del pasaje de San Lucas, los autores contrarios alegan razones de decoro para justificar la ausencia de María, por cuanto que las vírgenes no asistían a estas fiestas, lo cual no tiene nada de extraño, encontrándolo muy justificado y decoroso, pero como María a los ojos de sus parientes era casada y además estaba en cinta, la razón alegada por aquéllos cae por su base. La virginidad de Aquélla era un secreto y por tanto no podía servirle de escusa, y en cuanto que lo de las costumbres y hábitos retirados de María, la hicieran ir de casa de Santa Isabel por las fiestas que se habían de celebrar con motivo del nacimiento del Bautista, tampoco es una razón que justifique el abandono de su parienta en semejantes críticos momentos. Pudo conciliar su poca inclinación al mundo con aquel sentimiento exquisito de conveniencia que le atribuyen los Santos Padres, debió permanecer bajo el techo de la casa del Pontífice hasta que Isabel estuviese fuera de peligro, y en seguida, huyendo de la admiración que nunca dejaba de excitar, dejó las montañas de Judea después de haber abrazado y bendecido al nuevo Elías.

     Para concluir este capítulo, diremos que la opinión de que María asistió al parto de su prima, está tan generalizada y admitida en España, que muy fácil sería citar el gran número de antiguas pinturas que se veneran en retablos de muchas iglesias representando el nacimiento de San Juan, y en todos ellos constantemente veremos puesta dichas composiciones en lugar preeminente a María, recibiendo o teniendo en sus brazos al Precursor. Hemos dicho que en España, durante la Edad Media, así representan los artistas el nacimiento del santo niño y la presencia de su tía, sino que también en las miniaturas de códices y cuadros de escuelas extranjeras, la han pintado en tan alegre acto para la Santa Isabel. Entre otras miniaturas que conocemos, podemos citar la ejecutada por Jean Fouquet en el siglo XV, y que se ve en el libro de Horas de St. Chevalier; en él se ve pintada con indumentaria de la época del autor la estancia, el acto de envolver al recién nacido que tiene María en sus brazos, sentada en un escabel ante un baño en el que vierte agua una joven criada. Esto demuestra que no sólo ha sido creencia española sino generalizada en Europa desde el siglo XV, cuando los iluminadores representaban la escena según la creencia general, como reflejo de los de su época. En cuanto a nuestra pintura de épocas anteriores y posteriores, la presencia de María en el acto del nacimiento de San Juan, ha sido y es la común y general de artistas y de doctos.



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- V -

     Réstanos tan sólo siguiendo en nuestro propósito, hacer la descripción del lugar de la casa de Zacarías e Isabel y la historia de estos lugares consagrados con la presencia del santo matrimonio, de María y de la existencia del Precursor de Jesús. Conócese este lugar con el nombre de San Juan del Desierto, según los árabes, o San Juan de la Montaña, según los latinos.

     Llégase a él desde Emmaús por un camino cual lo son los de Palestina, peligroso y lleno de accidentes que le hacen sumamente penoso, el primer trozo cruza la carretera de Jerusalem a Jaffa por el valle del Terebinto y por huertas y olivares, después de pesada ascensión por rocosos caminos se llega al lugar en que asentaba la casa del Sacerdote Zacarías en medio del campo, como mística mansión agrícola con hermosas vistas y situación que domina uno de los más hermosos horizontes de Judea.

     En este hermoso punto es en donde como hemos narrado, tuvo lugar el acto de la Visitación, del encuentro y abrazo de las dos primas, y en donde como hemos narrado, nació San Juan el Precursor de Cristo. Allí, en el fondo del valle está situado el pueblecillo agrupado de una manera artística en torno del convento latino, hermosa construcción con aspecto de fortaleza de la Edad Media, y que con sus altos muros, fosos y labradas piedras, más semeja morada temibles guerreros que pacífico albergue de monjes, de hijos de San Francisco. El aspecto exterior del Monasterio encanta al peregrino, pues su aspecto más que artístico resulta casi teatral, con sus saeteras, torreones, contrafuertes y puentes aéreos que comunican unos edificios con otros.

     El hermoso y poético camino que desde él conduce, plegándose a los accidentes de la montaña, a la fuente de la Virgen de que hemos hablado y luego describiremos, es encantador, y de allí al lugar feliz de la Visitación. Junto a él, el jardín de que hemos hablado con sus hermosos cipreses que bordeando el camino llega hasta el convento de las Damas de Sión, forma todo ello un conjunto tan hermoso, tan poético, que con pesar se abandona lugar tan solitario, tan tranquilo, en el que el alma goza con tan santos recuerdos y dulces expansiones del alma.

     Antes de llegar al pueblo viniendo de Jerusalem, encontramos Fuente de la Virgen (Aín-Kazim), y de la que hemos hecho mención de que a ella acudía la Virgen a elevar su espíritu con el murmullo de sus aguas. Aún hoy se conserva y es devotísima de ella la gente de Karem o San Juan del Desierto o de la Montaña, como se denomina al pueblecillo. Hoy la fuente brota con caudal abundante por debajo de un arco de estructura ojival, un muro encajona en forma de estanque al manantial, y caen sus aguas en un pequeño remanso por una canal de piedra. Para llegar a ella hay que descender por una escalera de ocho gradas, saliendo de un recinto cubierto, abovedado con arcos ojivales, ruinas de construcción del tiempo de las Cruzadas.

     Una distancia de veinticinco metros separa al convento, del que luego hablaremos, del lugar de la Visitación. Ocupa éste el mismo sitio de la casa de Zacarías y de Isabel, los cuales poseían una granja o casa de recreo en la otra colina, y en ella se encontraba la Santa madre del Bautista cuando la llegada de María. El Santuario de la Visitación está a cargo de uno de los franciscanos que allí permanece durante todo el día. Precede a la capilla un patio, y en el fondo de aquél se ve un pozo y otras edificaciones: es pequeña, y se halla adosada a la roca formando parte de la misma; en el fondo de aquélla se abre un corredor en el lado derecho que conduce a un hueco en forma de cripta, y en el testero se ve un altar con un cuadro de la escuela de Overbek pintado por el artista catalán Lorenzale, y regalado por los Reyes de España representando la Visitación; en un lado y detrás de una reja se ve un hueco en la peña que es el lugar en donde la tradición dice fue escondido San Juan cuando la persecución de Herodes. De los edificios levantados en aquel hermoso lugar de la Visitación, restan los siguientes: En el siglo XII los Cruzados levantaron o reedificaron la iglesia de la Visitación, y junto a ella un convento de religiosas, de éste sólo se conservan tristes ruinas, paredones con ventanas en forma de saeteras y algunos amenazadores arcos que se inclinan al suelo. Hace unos treinta años, el templo quedó reducido a una desmantelada capilla en la que celebraban los Padres tan sólo el día de la Visitación. En 1860, a causa de incesantes lluvias se desplomó casi por completo, y al emprender la reedificación, al separar los escombros, notóse que la peña sonaba a hueco, y entonces se descubrió una capilla formada por parte de la roca y que es la que hoy visitamos. Fue reedificada, descubriéndose al mismo tiempo el hueco en que fue ocultado el Precursor.

     Junto a la capilla y entre las ruinas, se ve el pozo de Santa Isabel; junto a un arco y bóveda que debió corresponder al antiguo edificio y no muy separado de aquéllas, se contempla el nuevo edificio del Colegio de las Damas de Sión.

     San Juan no vivió mucho tiempo en la casa de sus padres, retirándose a una cueva distante unos cuatro kilómetros al Oeste, y por cuya causa Karem es conocido por los católicos con el nombre de San Juan del Desierto. La cueva se halla conservada, y sobre el banco que sirvió de lecho a San Juan se ha puesto una tabla de mármol y levantado un altar: se penetra en ella por una estrecha abertura desde la que se domina el profundo valle del Terebinto: junto a la cueva mana otra fuente y sombréanla algunos algarrobos, con cuyo fruto se alimentaba el hijo de Santa Isabel y de Zacarías, por lo cual denominan los alemanes al algarrobo Joannisbrodbaum (Árbol del pan de San Juan).

     Volviendo al pueblo, llegaremos al convento de los Padres franciscanos construido sobre el mismo recinto de la casa de Zacarías. Las nuevas obras le han ensanchado, y es hermoso en su extensión, galerías, azoteas y jardines. La nueva iglesia consta de tres naves con hermoso pavimento y adornada con bastante gusto y sencillez. En el lado del Evangelio y junto al ábside, se ve la entrada a una cripta, revestida de mármol, con hermosos bajos relieves representando pasajes de la vida de San Juan; descendidos los siete escalones vemos la mesa del altar, y en ella un hueco que es el sitio en donde nació el Bautista, y como en Nazareth, rodeado de lamparitas de plata que arden constantemente, léese la inscripción HIC PRECURSOR DOMINI NATUS EST. En el altar vese un hermoso cuadro de escuela española representando el nacimiento de San Juan.

     Los Padres visitan diariamente en procesión este santo lugar, costumbre que se practica en los principales santuarios de Tierra Santa.



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Capítulo X

CELOS DE SAN JOSÉ. -SU EXPLICACIÓN SEGÚN CATÓLICOS ESCRITORES.



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- I -

     Comenzaremos este delicado capítulo, en que se habla de interioridades de la Santa Familia, apelando a lo que dice Don Vicente Lafuente acerca de punto tan espinoso. �No es San Lucas quien nos refiere el interesante episodio de los celos de San José, que bien pudiera omitirse sin faltar a la integridad de la narración evangélica, como lo omitió aquél, y más aún San Marcos, que principia su Evangelio con la predicación de San Juan Bautista, dejando a un lado todo lo relativo a los anuncios y nacimientos de Jesús y de su Precursor, referidos por los otros. Pero convenía mucho el dejar consignado este suceso, al parecer aislado y reducido a la vida privada de la Santa Familia, no solamente como lección saludable, y santificación de la pureza de los Santos Esposos, sino como prueba contundente de no ser cierta la pretendida obscuridad de la Santísima Virgen, cuando a tales pequeños y domésticos pormenores desciende el Evangelio respecto de Ella�. La candorosa relación de San Mateo con relación a este suceso, dice así: (Capítulo I, vers. 23 al 25).

     �La generación de Jesús pasó de este modo: Estando desposada con Josef su madre María, hallóse embarazada por obra del Espíritu Santo sin concurso humano. Mas Josef, su marido, como quiera que fuese un hombre justo, no queriendo comprometerla con una vergonzosa denuncia, resolvió dejarla, marchándose ocultamente. Estando, pues, pensando en ello, se le apareció en sueños el Ángel del Señor diciéndole -�Josef, hijo de David, no tengas reparo en tomar a María por tu mujer, pues lo que en Ella ha nacido es obra del Espíritu Santo. Así que parirá un hijo al cual darás el nombre de Jesús; pues El será quien salvará su pueblo de los pecados de ellos. De modo que todo esto se ha verificado para que se cumpliera que anunció el Señor por medio de su Profeta al decir: -�He aquí la doncella quedará embarazada y parirá un hijo al cual llamarán EMMANUEL, que quiere decir Dios con nosotros�. Despertando, pues, Josef de su sueño, se atuvo a lo que había mandado el Ángel del Señor y la tomó por mujer; y no la conoció hasta que parió a su primogénito, a quien llamó Jesús�.

     Tal es el texto de San Mateo traducido literalmente.

     Ahora bien: las señales de la intervención celestial en las purísimas entrañas de María, habían de acabar por hacerse sensibles a los ojos de su cónyuge San José. Estas señales le cogieron de sorpresa, José no tuvo conocimiento de la visita del Ángel, ni su esposa le hizo tales confidencias. Ignorándolo todo, nada tiene de particular el que fuese grande su turbación ante la vista de María. Poner en duda la virtud de su Esposa, era un pensamiento terrible ante el pasado de una adolescencia incomparablemente pura e inocente; la mirada tranquila y serena a la que no empañaba la menor inquietud, era una prueba que le estaba gritando que una sospecha respecto de la pureza de su esposa era un crimen ante aquella angelical bondad y sosiego, y sin embargo, sus ojos ven la realidad bien terrible para él. Su alma luchaba agitada por las apariencias del hecho físico, y verdad incontestable de aquella virtud de esposa de que cada hecho es una garantía.

     �Provocar una explicación? Había de ser para José un recurso harto penoso, comprendiendo como se comprende hasta qué punto había de lastimar a María la menor insinuación de duda. �Qué hacer? José está resuelto a seguir los consejos de su corazón tan recto y tan bueno. Inspirándose en la benignidad que constituye el fondo de carácter, se resuelve a proceder con los más prudentes miramientos, y su resolución está en armonía con la invencible repugnancia que siente en creer a su esposa culpable.

     Secretamente, pues, sin escándalo alguno va a separarse de Ella.

     No quiere que los hombres tengan nada que ver en este asunto. Por mucho que la ley le autorice para ello, José no ha de acudir a los tribunales humanos, desconfía de los magistrados de la tierra, y no creyéndose tampoco apto para fallar en asunto tan difícil, se echa en brazos de la Providencia, de Dios.

     Compréndese muy bien que las sospechas de su esposo hubieron de ser conocidas de María, quien comenzó ya la serie de sufrimientos morales que habían de torturar toda su existencia.

     �Qué terrible golpe para Ella, el que José hubiese de abandonarla! La más pura de las vírgenes de Israel hubiese acabado por ser la más despreciada de las mujeres de Nazareth; y el mismo Hijo que traía en su seno vendría al mundo cargado con el peso de su deshonra. �Qué hacer? �Publicará el misterio de la Encarnación que sólo Ella conoce? �Y quién va a creer en una narración semejante? �inclinará la cabeza a los golpes de la calumnia? De seguro que MARÍA no hubiese tenido inconveniente en inmolarse, si esta terrible humillación no hubiese alcanzado más que a Ella, pero hay de por medio la honra del Verbo de Dios que va a venir a la tierra hecho hombre, y María no ha de poder resignarse a que la calumnia o la deshonra puedan manchar ni por un momento la cuna del Mesías prometido. Procede como su esposo; pone su inocencia en manos de Dios, cuya sabiduría atenderá debidamente a las necesidades de una obra que es un encadenamiento de milagros. Y sin saber cómo María tiene la íntima convicción de que el Hijo de Dios vendrá al mundo, sin que a deshonra pueda empañar su nacimiento.

     Una noche en que José, agobiada su alma por pensamientos los más tristes, sentíase como anonadado en presencia de la lucha moral que estaba sosteniendo, se duerme y se le aparece el Ángel de Dios.

     -José, hijo de David, le dice, no tengas recelo en recibir a María tu mujer en casa, porque lo que se ha engendrado en su vientre es obra del Santo Espíritu. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús; pues Él es el que ha de salvar a su pueblo de sus pecados.

     Estas palabras del enviado de Dios desvanecen y disipan aquellas nieblas de la duda que cubrían el espíritu de José. �Qué bálsamo de celestial consuelo derraman las dulces voces del Ángel en su espíritu! Terminaron las dudas, vuelve la clara luz de la verdad y de la inocencia de su esposa con aquella hermosa revelación de lo alto; tranquilo queda su espíritu y mírase en su amada y pura María como en límpido espejo en que se refleja la pureza de Aquélla y la tranquilidad del alma del esposo, después de aquella cruel lucha en que se ha torturado su corazón.

     El Eterno, desde lo alto de su estrellado solio dirige una mirada complaciente sobre aquel varón justo, que Él había puesto a tan dura prueba antes de elevarle al honor inaudito de ser su representante en la paternidad de su Hijo sobre la tierra. Aquella lucha, aquel sufrimiento aquilataron su virtud y su prudencia, haciéndole acreedor más y más a ser el padre putativo del Mesías. Los ángeles, fija la mirada sobre la casa de Nazareth, esperaban con ansia el término de la lucha en el ánimo de José, lucha entre el deber y los más nobles sentimientos del alma del justo que estaban combatiendo.



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- II -

     He aquí cómo explica y describe Orsini el sufrimiento de José en tan cruda y dolorosa lucha:

     �En fin, el Patriarca se detuvo en una idea tan generosa que casi le coloca al nivel de la Reina de los Ángeles. Él resolvió sacrificar su honor, el aprecio que le había adquirido una vida sin mancha, los medios de existencia que le proporcionaban el pan cuotidiano, y el aire de su país nativo tan bueno para respirar cuando uno se acerca al sepulcro, para salvar la reputación de una esposa que ni siquiera intentaba justificarse, y a quien las apariencias tan cruelmente acusaban. Un sólo medio había de dejar a María sin perderla, porque su familia hubiera provocado explicaciones que habrían tenido un fin funesto, y ese medio era expatriarse, el ir a morir lejos, en el país de su destierro y cargar sobre su propia cabeza todo lo odioso de semejante abandono. Hay resignaciones tan gloriosas como triunfos, dolores sufridos con paciencia, que el cielo premia con tanta munificencia como el martirio; y de este número fue el oculto sacrificio del esposo de la Virgen.

     �Para conciliar su deber y su humanidad, aceptó de antemano las tristes calificaciones de esposo sin corazón, de padre sin entrañas, de hombre sin conciencia y sin fe; Él aceptó el desprecio de sus parientes, el odio mortal de los de María, y resolvió arrancar con su propia mano su corona de buena fama para arrojarla a los pies de Aquella a quien no quería afligir ni siquiera con una mirada, con una palabra de sospecha: �tan grande era el amor de padre que la tenía!�

     San Juan Crisóstomo no se cansa de admirar la bella y noble conducta de San José.

     �Era preciso, dice el gran Santo, que estando próxima la gracia del Salvador, apareciesen ya muchas señales de una perfección mayor que todo lo que se había creado más perfecto sobre la tierra. Como cuando va a nacer el sol, el Oriente se cubre de vivos resplandores aun antes que los primeros rayos del día hayan salido al horizonte, del mismo modo Jesucristo, inmediato a salir del seno de la Virgen, iluminaba ya al mundo antes de nacer. He aquí por qué aun antes de su divino nacimiento los Profetas han saltado de gozo en el seno de sus madres, las mujeres han profetizado, y José ha hecho muestra de una virtud sobrehumana�.

     Esta es la opinión de San Juan Crisóstomo y la preferimos a la de San Bernardo, como lo hace Orsini y Lafuente; éste supone que José penetró por sí mismo el misterio de la Encarnación de Jesucristo, y que viendo a María en cinta no dudó, atendida la profunda veneración que le profesaba, de que fuese la Virgen milagrosa de Isaías.

     �Él lo creyó (dice el Apóstol de las Cruzadas), y sólo por un sentimiento de humildad y respeto semejante al que obligó después a San Pedro a decir a Jesús: Apartaos de mí, Señor, porque soy un pecador. San José, que no era menos humilde que Pedro, pensó también en apartarse de la Virgen, no dudando de que estuviese en cinta del Salvador de los hombres�.

     La interpretación es muy piadosa y digna de aquel que fue honrado con el título del devoto capellán de María, pero está más en las ideas ascéticas de la Edad Media que en las costumbres de los antiguos hebreos, y cae ante el detenido examen del texto. Efectivamente, las palabras del Evangelista son tan claras, que no necesitan trabajo alguno para entenderlas, comprenderlas y admirarlas. No es el temor ni el instintivo movimiento de religioso temor que nos hace permanecer distantes de un sagrado objeto que nos sugiere el de José, ante la idea de abandonar a María, es un pensamiento de compasión y del deber, la conciencia impide extender un manto de piedad, dice Orsini, sobre la falta digna de muerte de una mujer que fuese criminal; pero él es justo, bueno y compasivo, y no quiso deshonrarla.

     Las palabras del Ángel no tienen sentido, o lo tienen falso, lo cual es imposible en la hipótesis de San Bernardo: �No temas, le dice el Embajador del Altísimo, guarda a esa Mujer en tu casa, porque ninguna mancha humana la ha deshonrado, pues lo que ha nacido de Ella es por obra del Espíritu Santo�.

     José se reprueba su indignidad en el momento en que adquiere la certeza de que María es inocente y que lleva en su seno al Autor de todo lo creado. �Expone al Ángel sus escrúpulos, que debían ser entonces más fuertes que nunca? �Pide que ese vaso de honor, que le presenta el celeste enviado, pase de él a un mortal más digno? Nada de esto hace; las borrascas de su alma se han aplacado ante aquella celestial visión, y tras ella sobreviene la calma, dulce, tranquila y reposada que sigue a las grandes tempestades.

     �Añaden algunos que los oráculos mesiánicos le eran familiares a José como a todos los hebreos y que él debía saber que se acercaban los tiempos del Mesías, y que debió conocer, ateniéndose a la santidad de María, que ésta llevaba en su seno al Salvador del mundo. La inteligencia de las profecías que se ocupaban del misterio de la redención no era tan fácil de obtener como algunos opinan. Ora que las descripciones alegóricas del reino glorioso del EMMANUEL predecido por Isaías hubiesen inducido a creer en la Sinagoga, ora que el espíritu codicioso de los judíos no pudiese remontarse de encima de la tierra y todo lo redujesen a los bienes temporales, lo cierto es que el pueblo judío había entrado en un camino, no el más cierto, y no quería apartarse de él�.

     �El enviado por Dios, el deseado por las naciones, debía ser un legislador, un jefe guerrero, un monarca a la manera de Salomón, y nada esto de extraño encierra en sí, pues los mismos Apóstoles se equivocaron acerca de la misión de Jesús, del Rey pobre que pasaba sin hacer ruido�.

     �Si pues los Apóstoles, esos hombres santos que influídos por el Espíritu Santo, predicaron, extendieron y difundieron el cristianismo, costándoles desprenderse de las preocupaciones de la infancia, viviendo al lado de Jesús, presenciando sus milagros, �cómo José por sí mismo y sin el socorro del cielo lo hubiera hecho?�

     �Ah!, que el vestido grosero del artesano, del humilde obrero, tenía pocos partidarios y menos analogía con la púrpura de los reyes de Judá, y nada tiene de particular que no se esperase al Mesías nacido del pueblo y educado en un taller. Además, la Galilea era el último país en que pudiera pensarse. �Leed la Escritura, decían a los discípulos de Cristo los doctores de la Ley, y veréis que nada podemos esperar de la parte de Galilea. Y es cierto que los Profetas habían designado nominativamente a Belén de Judá, Belén, la casa del pan, como lugar del nacimiento de Jesús, y los comentadores rabinos decían hasta el barrio de la ciudad en que había de nacer. José era demasiado humilde y temeroso para creer que el modesto techado de su casa hubiera de abrigar la grandeza a que estaba destinado, y María nada tampoco le permitía conjeturar tal dicha�.

     �En cuanto al proyecto de restituir la Virgen a su familia, como pretenden los sabios teólogos que se adhieren a la opinión de San Bernardo, hubiera sido impracticable en una nación tan recelosa como lo era la judía en lo tocante al honor de las mujeres. María era huérfana, y por tanto dependía de sus parientes, que no eran todo lo pacíficos que pudiera desearse, según dice Orsini, y algunos de los cuales no habían aprobado tal vez la unión de su parienta con el obscuro nazareno José el carpintero. Es poco probable, añade el mencionado escritor, que se hubiesen contentado con las razones del marido, y hubiesen creído sin nuevos y mejores datos que la Virgen estaba en cinta del Rey Mesías. Por el contrario, todo induce la presunción de que ellos hubieran hecho comparecer al esposo ante el tribunal de los ancianos, para obligarle a producir las razones que motivaron su conducta; porque no se trataba sólo de un simple divorcio, sino también del hijo que llevaba en su seno María, mujer joven, de sangre ilustre y mal casada en cuanto a fortuna, si contamos los once que según San Jerónimo, se habían disputado el honor de enlazarse con la heredera de Joaquín�.

     Así se expresa el ilustre autor a quien aludimos en su Vida de la Virgen y al ocuparse de este delicado asunto.

     �De esto, continúa el citado historiador, hubieran resultado dos hechos graves; o bien José habría guardado silencio, y entonces se le hubiera condenado a tomar por segunda vez a su mujer con prohibición de separarse jamás de ella, o bien hubiera afirmado, bajo juramento, que el hijo que llevaba María no era suyo, y entonces, ese hijo, no reconocido, quedaba inhábil a todos los cargos públicos: su nacimiento, manchado en su origen, le prohibía la entrada de las asambleas nacionales, de las escuelas del Estado, del templo y de las Sinagogas; su posteridad, heredera de su infamia, no habría sido admitida a gozar de los privilegios de los hebreos hasta la décima generación; finalmente, se hubiera convertido en un paria, sin asilo, sin derecho, sin patria, y la sentencia que hubiese deshonrado a su madre habría también marcado a la de sus hijos con el signo reprobador de Caín. Pero nada de esto hubiese sucedido: antes de consentir esa mancha sobre su genealogía, los orgullosos descendientes de David, hubieran inmolado quizás a la Virgen con sus propias manos. Tales ejemplos no son raros y se reproducen todavía en nuestros tiempos, así en la Judea como en Arabia�.

     �José era demasiado prudente y humano para colocarse en una u otra alternativa, y encontró, como siempre, que el partido más generoso era también el mejor. Resolvió, pues, dejar su pueblo y la esposa amada, aunque sospechosa, que le había proporcionado desde su casto himeneo una vida tan dulce y feliz�.

     Entonces tuvo, el prudente José el sueño en el que se le apareció el Ángel, y al despertarse, no pudo menos de adorar y reconocer los caminos inescrutables de la Providencia; la revelación del Ángel, con su luz resplandeciente, reflejo de la de Dios, había iluminado su espíritu y disipado todas sus dudas, y no viendo en María ya más que a la Madre del Redentor anunciado, no cupo ya duda en su mente, ni sospecha en el corazón y quedó en su compañía sin pensar en jamás ya separarse de Ella.

     San Juan Crisóstomo se ha preguntado: �Por qué el Ángel de, Señor se apareció en sueños a José y no manifiestamente como a los pastores, a Zacarías y a la Virgen? Es porque -se responde- José tenía mucha fe y ninguna necesidad de una más clara revelación. En cuanto a la Virgen, como se le debían anunciar cosas más grandes y más increíbles que todo lo que se había dicho a Zacarías, era preciso que se le anunciasen antes de su ejecución y por medio de una manifestación revelada. También los pastores, como más groseros, tenían necesidad de una visión muy clara para que pudiesen comprenderlo. Mas José, habiendo ya advertido el preñado de María, del que concibió amargas sospechas, hallábase dispuesto a cambiar su dolor en gozo, si alguno se anticipaba a declararle el misterio, y así recibió con todo su corazón la revelación del Ángel.

     �Esta conducta de la sabia Providencia lo fue infinitamente, puesto que sirvió para demostrar la excelencia de la virtud de José y hacer la historia evangélica más creíble, representándole agitado por los mismos movimientos de que cualquier hombre hubiera sido susceptible en lance semejante�.

     Mucho más pudiéramos añadir sobre un asunto tan importante en la vida de María: bien puede decirse que hasta entonces la vida de la Señora se había deslizado tranquila, sosegada y pacífica como corre el cristalino arroyuelo que cobijado por la arboleda y las flores de las orillas, se desliza tranquilo y murmurante sobre su lecho de menudas y coloridas guijas, irisando los rayos de la luz del sol con su descomposición en la cristalina superficie, para sufrir luego los choques con las peñas que cierran su camino, y luchando con ellas saltar convertido en blanca espuma saliendo del combate sus aguas más puras y transparentes cual el oro que se purifica y abrillanta en el crisol.

     Así María, con este episodio de su vida, comenzaba una serie de dolores y sufrimientos que no habían de hacer sino enaltecerla más y más y purificar, si posible fuera más su pureza, su inmaculada alma y excelso nombre y llevándola desde Mater dolorosa a Regina Sanctorum omnium, y al no menos dulce para los mortales de Consuelo de los afligidos.



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Capítulo XI

TRANQUILA DICHA DEL SANTO MATRIMONIO. -EL EDICTO DE AUGUSTO. -VIAJE A BETHLÉN. -NACIMIENTO DE JESÚS.



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- I -

     Disipadas cual nube estival con las palabras del Ángel que devolvió la calma y tranquilidad a José, las sospechas que aquél concibiera en vista del estado de su esposa, la dicha y la felicidad apenas turbadas, volvieron a imperar en la pobre casa del obrero de Nazareth. Ya aquella sosegada y placentera existencia cifrada en la esperanza que tan grande era en ambos esposos, transcurría silenciosa y sin envidias de sus convecinos, viendo constante tan hermosa dicha en el hogar de José.

     Cubriendo las modestas necesidades de su esposa, labrando maderas en el modesto taller de que ya nos hemos ocupado, y entre los golpes del martillo y el asierre de los troncos, José bendecía el nombre de aquella esposa afortunada con la gracia del Señor, tan grande para Ella como misericordioso para con él, que le había devuelto la calma a su espíritu y abierto los ojos a la grandeza y poder de Dios.

     Acercábase rápidamente la época del nacimiento del Hijo de Dios y María iba preparando en su pobreza las ropas necesarias para recibir al concebido por obra del Espíritu Santo: con sus manos cosía los modestos pañales y preparaba por sí abrigo necesario a aquel Niño que iba a venir al mundo en la más cruda estación del año. Dice la tradición, tan hermosa en este punto, pues demuestra con ella la laboriosidad y virtudes domésticas de que era tesoro inagotable María, que los pañales habían sido tejidos con el lino hilado por sus santas manos, como había aprendido en su educación en el Templo. Aquella santa familia fue un modelo de laboriosidad consagrando el trabajo con la práctica del santo precepto de Dios, y cimentando su dicha para modelo de los mortales en el trabajo, fuente de toda dicha y felicidad terrena, pues consagrado fue éste con la enseñanza que dieron José, María y luego el Niño Jesús ayudando a su padre con la labor de sus manos.

     La pobre familia del carpintero de Nazareth preparaba la canastilla del Niño Dios, la esperanza de Israel, el Salvador del mundo, y he aquí cómo la tantas veces citada Sor María de Ágreda nos pinta este cuadro de feliz laboriosidad y previsión de la familia de José:

     �Estaba ya muy adelante el divino preñado de la Madre del eterno Verbo, y para obrar en todo con plenitud de prudencia, aunque sabía que era preciso prevenir mantillas y lo demás necesario para el parto, nada quiso disponer sin la voluntad y orden del Señor y de su esposo para cumplir en todo con las leyes de sierva felicísima.

     �Determinaron los dos esposos que en la esfera y estado de su pobreza, era razón hacer en obsequio del Niño Dios cuanto fuera posible, para que el sacramento del Rey estuviese oculto en el velo de la humilde pobreza, y el encendido amor que tenían no quedase frustrado en lo que podían ejecutarlo. Luego San José, en recambio de algunas obras de sus manos, buscó dos telas de lana, como la divina esposa había dicho: una blanca y otra de color más morado que pardo, entrambas las mejores que pudo hallar; y de ellas cortó la Reina las primeras mantillas para su Hijo, y de la tela que Ella había hilado y tejido cortó las camisillas y sabanillas en que empañarle. Era esta tela muy delicada, como tales manos, y la comenzó desde el día que entró en su casa con San José, con intento de llevarla a ofrecer al Templo. Y aunque este deseo se conmutó tan mejorado; con todo eso, de lo que sobró, hechas las últimas alhajitas del Niño Dios, cumplió la ofrenda en el templo santo de Jerusalem. Todos estos aliños y ropa necesaria para el divino parto los hizo la gran Señora por sus manos, y los cosió y aderezó estando siempre de rodillas y con lágrimas de incomparable devoción. Previno San José flores y hierbas, las que pudo hallar, y otras cosas aromáticas, de que la diligente Madre hizo agua olorosa más que de Ángeles, y rociando los fajos consagrados para la hostia y sacrificio que esperaba, los dobló y aliñó y puso en una caja, en que después los llevó consigo a Belén�.

     De esta poética y sencilla manera es como la Venerable Ágreda describe los preparativos que en expectación de la venida del Niño Redentor del mundo hizo aquel ángel incomparable de bondad, María, la esposa del honrado y prudente José.

     Mucha era la impaciencia del santo Patriarca y su esposa en poder disfrutar del momento en que contemplarían dentro de las redes de su propia casa, a un Dios Salvador, bajo las bellas apariencias de un niño que podrían sostenerle en sus brazos, estrecharle junto a su corazón, prodigarle sus caricias y ser la felicidad completa de aquella familia, modelo de afecto y paz.

     El día del nacimiento se acercaba, todo daba a entender, bajo el punto de vista humano, que el hijo tan esperado nacería en Nazareth. Pero dispuesto estaba de otra manera por el Eterno Señor, y era menester que las profecías se cumpliesen y no pudiese abrigarse la menor duda del carácter divino de aquel niño, tan ardientemente esperado por el pueblo de Israel, que invocaba la venida del libertador prometido.

     Para ello, Dios, en sus inescrutables juicios, se sirvió del enemigo del pueblo judío, de su dominador, el orgulloso romano, que había llegado al pináculo de la grandeza humana, para que desvanecido con la altura, caiga humillado años después ante la cruz que tanto había perseguido.

     Los profetas antiguos del pueblo hebreo, especialmente Miqueas, tenían vaticinado que el Mesías había de nacer en Bethlén de Efrata no obstante María estaba muy cercana al término de su embarazo y continuaba viviendo en Nazareth, distante bastantes leguas de la hermosa ciudad de Efrata; pero como la voluntad de Dios es siempre infalible, y antes faltarán los cielos, los astros y la tierra, que dejar de cumplirse la palabra de Dios, lo profetizado se cumpliría, como se cumplió, valiéndose de un decreto del emperador romano para hacer salir de Nazareth al santo matrimonio y acudir a Bethlén, donde la voluntad del Señor y las profecías tendrían exacto cumplimiento.



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- II -

     En aquel tiempo los romanos imperaban en todo el mundo conocido y los límites del imperio eran los de las tierras conocidas y todos los humanos doblegaban la cerviz ante el poderío del pueblo romano, Judea era tributaria, y el mismo rey judío, intruso y advenedizo, no era sino un esclavo coronado de Roma. El mayor esplendor rodeaba aquel imperio que no tenía ya enemigos a quienes vencer, según los vaticinios de Balaám, y llegaba el cumplimiento de la antigua y famosa profecía de Jacob, y el cetro de Judá había salido ya de esta familia. Publicóse entonces en la Judea el edicto del César Augusto para proceder al censo de los pueblos sometidos y del número de sus habitantes. Este empadronamiento, mucho más completo que el que se había verificado en el consulado sexto del sobrino de julio César, comprendía, además de las personas, los bienes y las diferentes cualidades de las tierras, era la base que había de servir para la imposición de la servidumbre a que venían sujetos los descendientes de Josué, de David y Salomón.

     Con el fin de evitar la confusión mandó el Emperador que fuese cada uno al lugar de su origen y se hiciese matricular en los registros públicos y se pagase por cabeza la capitación impuesta. Los gobernadores romanos fueron los encargados de cumplimentar el edicto imperial cada uno en su distrito. Una vez cumplimentadas las órdenes del César en las provincias romanas, como también en los reinos y tetrarquías dependientes de ella, al cabo de tres años de la fecha del decreto se llegó en fin a los de Bethlén, precisamente en la fecha de la expectación del nacimiento del Salvador. Dos fines movían al Emperador, la ambición y el orgullo de señor de la tierra, que quería contar las cabezas de esclavos sujetos al dominio de la desvanecida Roma. Pero Dios dispuso así las cosas para que precisados José y María a concurrir a Bethlén, viniese al mundo el Mesías y naciese en el lugar profetizado. Aunque el santo matrimonio tenía su asiento y morada en Nazareth, ciudad de la Galilea, no obstante eran descendientes de Judá y de la casa y sangre de David, y por haber nacido éste en Bethlén y criado en dicha ciudad, ésta era el tronco o solar de todos los descendientes y allí estaba conservado el nombre de la ciudad de David; por esta causa todos los descendientes de aquel santo rey debían registrarse en la matrícula de la ciudad según el mandato de Augusto.

     En el Breviarium del imperio, escrito de puño de Augusto, según nos relata Tácito en sus Annales, se encuentran detalladas las rentas todas del imperio, la cifra de los ciudadanos, de los aliados que se amparaban bajo las águilas romanas, el número de las flotas de los reinos, provincias, tributos y rentas.

     El reino de Herodes era de los llamados regna reddita, y que en el concepto de tal habían de someterse a la medida del empadronamiento como tributario de Roma desde la toma de Jerusalem por Pompeyo, en cuyo concepto cada judío estaba obligado a una contribución denominada Capitación, que se satisfacía como muestra de servidumbre.

     El César mandaba, y Herodes, esclavo coronado como hemos dicho, cumplió lo mandado por su amo y señor. La inscripción se hacía por familias; José, que como hemos dicho, pertenecía a la familia de David, se vio obligado a ir a Bethlén, donde había nacido, a fin de dar su nombre y justificar su existencia. María, su esposa, no quiso abandonarle en este viaje, ya porque se reclamase su presencia, ya porque otros motivos laudables la impulsasen a acometerlo. La suprema razón que había para ello y que se sobreponía a todos los cálculos terrenales, era que la Providencia tenía resuelto llevar, a María a Bethlén, donde, según los Profetas, había de nacer el Redentor. De esta suerte encamina misteriosamente a sus fines Dios las cosas del mundo, aun cuando nos parezcan que son el resultado de circunstancias fortuitas o subordinadas a la voluntad del hombre.



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- III -

     Terminado había el otoño y el invierno era entrado con sus cortos y duros días: las nubes cubrían el horizonte a intervalos y la lluvia pesada, fría e insistente, hacía correr los secos torrentes con las rumorosas rojizas aguas que mezclaban sus ecos con los silbidos del viento que cruzaba las angosturas de los valles y las estrechas gargantas quebradas de las montañas del valle de Nazareth. El invierno, con su tristeza característica, envolvía la tierra con sus nieblas y sus heladas: las altas cumbres aparecían cubiertas con el blanco ropaje de la nieve y las manchas obscuras de los gigantescos cedros del Líbano presentaban a la alta cordillera con los efectos de la piel de la pantera: los árboles despojados de sus hojas que en ruidosos remolinos se agitaban y corrían por las calles de Nazareth a impulsos del vendaval y ostentaban sus negras y húmedas ramas cubiertas de enmohecido musgo. Cerrábanse las puertas, sus habitantes se refugiaban en las habitaciones subterráneas como puntos más abrigados contra las inclemencias del tiempo, y los vecinos de Nazareth atravesaban esa pesada y triste estación en los pueblos con sus largas noches y crueles vendavales.

     Era una mañana triste y sombría de diciembre del año 748 de Roma: en la puerta de la casa del carpintero José veíase arrendado un pollino con su aparejadura: el asno, con la cabeza inclinada y las orejas caldas, parecía presumir una larga jornada, y aplomado sobre sus remos, parecía descansar acumulando fuerza y resistencia para la marcha. La abierta puerta de la casa dio salida a José con unas mantas que colocó sobre el lomo del pollino, aseguró la cincha, y a poco María, envuelta la cabeza con el turbante característico de las nazarenas, y sobre los hombros la blanca capa y en sus manos un pequeño lío de ropas, salió de la casa, subió a un poyo, que junto a la puerta se hallaba, y con ayuda y cuidado de su esposo, montó sobre el lomo del paciente borriquillo. Colgó María del asiento el lío de ropas y en el opuesto lado una de esas cestas características de Palestina, tejida con hojas de palmera, que contenía algunos alimentos, despidióse con tranquila sonrisa de las mujeres convecinas, que se dolían de su viaje en semejante estado, miró a José que desataba el jumento y entregaba a María el ronzal, y pacíficamente el animalejo emprendió el camino. Cerró la casa el esposo, tomó un báculo, echó sobre sus hombros un pequeño saco y el manto de pelo de cabra y despidióse de sus convecinos, que les deseaban un buen viaje.

     Así atravesaron las estrechas calles de la ciudad, siendo despedidos por los vecinos, parientes y amigos que les decían id en paz, quedando fijos en las puertas compadeciendo a María por el estado en que se hallaba y obligada a un penoso viaje por seguir a su esposo en el cumplimiento del mandato del César imperante. Así dejaron su pueblo y casa aquel santo matrimonio descendiente de los príncipes de Judá, y que obedientes a los mandatos de un pagano, iban a inscribir sus nombres al lado de los más ilustres, por su fastuosidad, ya que no por sus méritos, de los magnates y señores del reino. �Ejemplo de obediencia y de humildad que debiéramos tener presente los que tenemos la dicha de pertenecer a la comunión de Jesucristo, cuando a disgusto cumplimos las órdenes de la autoridad en asuntos harto triviales, sin la fatiga y peligro que sufrieron los padres del Redentor! �Ellos que habían de tener la eterna dicha de ser los padres del Señor de cielos y de tierra, con mansedumbre y obediencia ciega se apresuraron a cumplir los mandatos del que había de estar bajo sus plantas! Viaje penosísimo y peligroso en un país como la Palestina, en medio de la estación más cruda del año y en una mañana obscura, nebulosa y en que el viento huracanado, tan común en esta región, hacía gemir las ramas de los árboles y arrollar las ropas sobre las cabezas de los caminantes. Cuán penoso y lleno de fatigas debió ser para la inocente esposa en el estado en que se encontraba y con lo perverso de los caminos, sin embargo, María no se quejaba, y antes compadecía al pobre José, cargado, ceñidos los lomos para mejor llevar la marcha, caminando sobre los guijarros del camino a su lado y atendiendo más a los cuidados de María que a los peligros en que sus pies se hallaran. Pensativo caminaba el esposo, preocupado más con los sufrimientos de su esposa y meditando sobre las antiguas profecías que desde hacía cuatro mil anos prometían la venida de un Salvador del mundo y recordaba la profecía de Miqueas: �Y tú, Bethlén, llamada Efrata, no eres pequeña entre las ciudades de Judá, y de ti saldrá AQUEL que debe reinar en Israel y cuya generación tuvo principio desde la eternidad�. Y arrojando una mirada sobre su pobre equipaje y el de su modesta compañera, equipo acomodado a su condición, repasaba los oráculos y recordaba las palabras de Isaías: �El se elevará delante del Señor como un vástago que sale de la tierra�, y tornaba sus ojos sobre María y creíala ver envuelta en misteriosa claridad, en dorada nube que tornaba más hermoso aquel rostro angelical y de pura niña, y caminaba lleno de fe y amor a su término y procurando evitar las incomodidades inherentes a tan cruda estación.

     De esta suerte caminaría el matrimonio modelo de dicha conyugal, y es muy posible que José recitara en su interior el bello salmo de su ascendiente David, tan a propósito para confortar el alma por sus altísimos conceptos:

     �El Señor me dirige, y nada me faltará: en sitio de pasto abundante me ha colocado.

     �Agua me ha proporcionado para refrigerarme: volvióme el alma al cuerpo.

     �Llevóme a los senderos de la justicia por amor de su nombre.

     �Pero aunque tuviera que andar por parajes sombríos y expuesto a morir, no temería los riesgos ni que me aconteciera mal alguno.

     �Tu vara para dirigirme, tu báculo para apoyarme, a eso se ha reducido mi consuelo.

     �Has preparado delante de mi mesa abundante, a despecho aquellos que me atribulan.

     �Ungiste mi cabeza sudosa con óleo aromático, y �cuán excelente es el bendito cáliz con que me proporcionaste la santa embriaguez de tu amor!

     �Tu misericordia me seguirá todos los días de mi vida, y de ese modo lograré al cabo habitar en la casa del Señor por muy dilatados días�.

     �Hermoso salmo lleno de consoladoras esperanzas, cual dimanan siempre y llenan de consuelo el corazón de todo el que espera divina misericordia que nunca abandona al creyente, y le consuela las aflicciones que purifican y elevan el alma! Hemos preferido la traducción en paráfrasis que de él hizo D. Vicente Lafuente, porque las bellezas y consuelos del salmo se une la hermosura de la palabra y la nobleza y elevación de la lengua castellana, tan a propósito como decía Carlos I el emperador, para orar, para hablar con Dios nuestro Señor.

     Cinco días duró el viaje con lentas jornadas, pues no más permitía el estado de la Virgen y el solícito cariño de su Esposo, atento a procurar la menor molestia a su Esposa en un viaje emprendido por necesidad en la época peor del año, cuando los días son cortísimos, las noches larguísimas y el estado de los caminos, si tales podían llamarse aquéllos en la época, y cuando aún hoy después de diez y nueve siglos, difíciles y peligrosos son todavía de transitar.

     Así cruzaron lentamente la Galilea, Samaria y las frías montañas de la Judea; sorprendíales la noche en medio de aquellos desiertos lugares, y acogidos al abrigo de algún peñasco o bajo la copa de algún terebinto, sufrieron las inclemencias de la más cruda de las estaciones, convirtiéndose aquel pesado viaje en un prólogo de las amarguras del más terrible de los viajes, del que había de hacer para salvarnos lleno de heridas y de insultos aquel inocente Niño que iba venir a la tierra para terminar su dolorosa misión en las alturas del Calvario. Cuenta una hermosa tradición llena del encanto, dulzura luz que rodea a todo cuanto a María se refiere, que en una de las jornadas, aterida por el frío y angustiada por el cansancio, desmontó del jumentillo y quiso descansar y pasar la noche bajo un terebinto inmediato al camino por el que caminaban. Colocó San José unas ropas y su manto sobre una piedra que bajo el árbol se vela, preparando un asiento cómodo a la fatigada Esposa, sentóse la Virgen reposando su cabeza sobre el tronco del árbol, y la tradición le ha señalado como que nunca perdió sus hojas ni envejeció jamás: hoy el terebinto no existe, quién sabe si las invasiones sarracenas en su odio al cristianismo segarían un tronco tan venerable para los hijos amantes de María y de cuanto a Ella se refiere.

     Al quinto día descubrieron la ciudad de Bethlén, recostada en la colina en que despliega su caserío, y a la que lentamente iban acercándose los pobres viajeros. Era sábado y las cuatro horas de ella cuando llegaron a sus muros; ya el frío sol de invierno escondíase tras de los montes, iluminando apenas aquellos campos cubiertos de secas vides que presentaban sus secos sarmientos cual una red que cubría los retorcidos troncos de las plantas, y entre las cuales sonaban, con ruido seco y estridente, algunos remolinos de sus amarillas y secas hojas. Los olivos presentaban ese verde blanquecino característico del árbol fecundo de la paz, y los ramilletes pomposos de sus ramas se agitaban, produciendo manso ruido al moverlos el helado viento. Tropas de camellos montados por mujeres y niños, con purpúreos mantos y blancas tocas, tropas de ligeros caballos, con jóvenes jinetes lujosamente ataviados con los espléndidos colores de sus artísticos trajes, grupos de hermosos ancianos cuyas artísticas cabezas ornadas de blancas cabelleras semejando las de los Profetas, por todas partes llegaban caravanas de viajeros que se arremolinaban en las puertas de la ciudad con la prisa del descanso después de la jornada del día. Entre aquel revuelto gentío llegaron nuestros pobres viajeros, en los que ninguna mirada se fijaba y sólo tenían que apartarse con el modesto jumentillo de aquellos briosos corceles y gigantescos camellos, que amenazaban atropellarles a cada paso.

     Fuera del recinto de la ciudad elevábase un edificio de grandes proporciones; era una de esas posadas o albergues que se hallan en Palestina llamadas Caravaen-Seralls, en los que el viajero sólo halla un techo y cuadras para las cabalgaduras y un sotejado en que pasar la noche resguardado de las inclemencias de la atmósfera. A él se dirigió San José, con deseo de ver si hallaba posada sin molestar a sus parientes y amigos. Penetró en el vasto zaguán, pero era inútil, todo estaba invadido, e imposible hallar un lugar en que malamente pudiera descansar su Esposa. Volvió al lado de su María pintada la tristeza en su semblante, conociólo la santa Virgen y recibiólo sonriendo como para alentarle y no desmayar por no encontrar allí la posada que buscaban. Tomó el ronzal del jumento y penetró en las calles de Belén, y rendido de fatiga comenzó su peregrinación por calles y plazas en demanda de hospedaje, esperando encontrar algún belenita caritativo que se apiadara del estado de quebranto de la pobre María, su amada esposa.

     De puerta en puerta fue demandando un cobertizo en que pudiera hallar descanso la inocente María; nadie se apiadaba de aquel santo matrimonio, veía cerrarse todas las puertas sin que llegara a corazón el aflictivo estado, ni la palidez de aquella fatigada y viajera �ay! más de una puerta que vio cerrarse a su ruego, al dolor y limosna de un asilo, vio abrirse acto continuo a viajeros mejor trajeados que ellos y en cuyas bolsas sonaba el dinero. Era necesario que el interés dominara el corazón de aquellas gentes para que éste no se moviera a compasión ante el estado de aquella pobre joven tan adelantada en su embarazo y aterida por el frío de aquella noche tan dura comenzaba.

     Abrumado por el desconsuelo y dolorida su alma ante tamañas desatenciones y falta de caridad, José clavó su triste mirada en María lleno de tristeza; �qué hacer, qué determinación tomar, dónde guarecerse? Dirigióse al registro donde debía inscribir su nombre y pagar la capitación, hízolo así, y en tanto María, rebujada en su pobre manto, esperaba pacientemente la salida de su esposo y pedía conformidad y paciencia para José sin pensar en los sufrimientos y malestar que agobiaba su delicado cuerpo tras aquella larga jornada. Cumplido el deber impuesto por el romano, José pareció quedar más tranquilo; �cuán cierto es que el cumplimiento de nuestros debe llevan la tranquilidad y el sosiego a nuestro espíritu, aun en medio las mayores aflicciones! �Dios nos da siempre consuelo, aun en medio de las penalidades que nos agobian, para purificar nuestra alma del pecado y hacernos agradables a los ojos de su divina bondad y justicia!

     En vano era buscar nuevamente albergue, las puertas que antes se habían cerrado no iban a abrirse para socorrer con un techado a aquellos pobres nazarenos, era en vano buscar piedad ni conmiseración, y sin saber a dónde guiar sus pasos, José tomó nuevamente el ronzal del jumento y caminó a la ventura saliendo de Bethlén. La campiña obscura, helada, ningún abrigo podía ofrecerles, y el viento frío azotaba los secos árboles y traía entre sus ráfagas los aullidos de los chacales y lobos de las montañas, que olfateaban los ganados encerrados en los apriscos al cuidado de los vigilantes perros, que respondían con ladridos a aquellos gritos de combate y les prevenían como vigilantes centinelas.

     En las vertientes de la montaña y en dirección a Norte, vio José algunas oquedades en las que podrían refugiarse, y a ellas enderezó sus pasos. Llegó a una de ellas y penetrando José en su recinto vio que iba angostándose hacia el fondo. Encontró en aquella cueva, refugio de pastores y ganados, un lugar seguro y resguardado de las inclemencias de la noche, y desmontando a María, penetraron en la cueva bendiciendo al Señor que tal abrigo les deparaba, cuando confiaban en pasar la noche al abrigo de algún árbol o muro de casa. Dolorida con el pesado viaje, María sentíase desfallecer, apoyada en el brazo de José, se dirigió a una peña que formaba una especie de asiento en el fondo de la cueva y sobre ella se sentó la Reina de los Cielos, dando un hondo suspiro de descanso y gratitud; suspiro que si no conmovió las peñas no debe extrañarse, pues eran insensibles, aun cuando no tanto como el corazón de aquellos que le negaron la hospitalidad, y aquéllos eran seres humanos más insensibles en aquella ocasión que las mismas rocas.

     Recorrió José la cueva, encontrando en el fondo de ella otra más pequeña y abrigada del frío viento, en la que se veía un tosco pesebre formado con unas tablas. Quién sabe si David en su juventud cuando guardaba ganados había estado en ella alguna vez. Limpió José como pudo aquel antro para que en él descansase la Virgen y Señora, ya se acercaba la media noche, y José quería que su Esposa descansase del pesado viaje y de los desaires y desatenciones para con ellos tenidas por los belenitas. Tomó la Señora algún alimento, y José con las ropas que llevaban a prevención, en el desvencijado pesebre acomodó un lecho para que descansara la pobre embarazada: hízolo así María, y José se retiró a la parte anterior para guardar la entrada de la cueva y descansar en el poyo de piedra que indicamos.

     En aquella triste cueva, hasta entonces refugio de pastores, allí quiso nacer el Salvador del mundo y convertirla en trono de luz, en foco refulgente de esplendorosa claridad que había de iluminar al mundo entero, irradiando desde un humilde pesebre que había de ser alto que todos los solios de los monarcas. �Allí, abandonado del mundo, solo, sin más compañía humana que María y José, pero acompañado de legiones de ángeles y serafines y la mirada del Eterno Señor, vino al mundo terrenal el Verbo humanado, el Mesías prometido, libertador del hombre en el pecado por su purísima y fecunda sangre!

     �Hasta las vulpejas tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, y el Hijo de la Virgen no tiene dónde reclinar su cabeza�.

     Fray Luis de Granada -dice D. Vicente Lafuente- traduce las palabras Filius hominis non habet ubi relinct caput, diciendo: El Hijo de la Virgen y no el Hijo del hombre, y escuda su traducción en la del ilustre Fray Luis de Granada, a quien sigue y nosotros seguimos y respetamos:

     �Acercábase la media noche -escribe el citado Lafuente- María en éxtasis sublime con el cuerpo en la tierra, con el alma en el cielo, nada veía ni oía. �Qué le hubiera importado entonces toda la riqueza, toda la magnificencia del palacio más grandioso de la tierra! �No era mucho mejor aquella soledad completa, aquel aislamiento absoluto, para su alma pura, santa y humilde, absorta en aquel sublime arrobamiento, que la compañía de los hombres, por santos, por buenos, por doctos que fuesen?... Buscan los rincones aquellas almas santas que reciben celestiales favores y quisieran no ser vistas ni aun de otros santos, �a qué, pues, la presencia de cortesanos y criados? He aquí por qué, dado su éxtasis y santo sueño, con el consiguiente abandono de la materia, insensibilidad y abstracción de todo lo terreno, lo mismo le era una humilde y obscura gruta, que el más espléndido palacio, y antes bien, aquélla para el caso, mejor que éste.

     �Llegado el momento solemne previsto desde la eternidad, ofrecido por Dios, anunciado a los Profetas, esperado por los Santos Patriarcas, revelado a los Ángeles, acatado por San Miguel y los Ángeles buenos y humildes, protestado por Luzbel y los querubes malditos por su orgullo, la tierna doncella de Nazareth dio a luz a su Hijo, sin dolor, sin trabajo, sin esfuerzo, sin quebranto, sin impureza alguna, hermoso, limpio, perfecto, risueño, puro, inmaculado en el cuerpo y mucho más en su alma, saliendo del cuerpo de su Madre como pasa el rayo del sol por el cristal, sin romperlo ni mancharlo�.

     El Evangelista San Juan lo dice, expresa y manifiesta, de una manera tan sencilla como digna, elocuente y grandiosa, con sólo cuatro palabras que expresan más que cuanto queriendo sublimar el grandioso acto del nacimiento del Hijo de Dios pudiera concebir la mente y expresar la palabra más elocuente:



VERBUM CARO FACTUM EST



     San Lucas, que es el verdadero historiador de María entre los

Evangelistas y no la pierde de vista, y refiere el hecho como historiador, y nos dice:



ET PEPERIT FILIUM SUUM PRIMOGENITUM



     Y la Iglesia lo incluye en el símbolo de los Apóstoles, y diariamente lo canta en sus oficios en los millones de templos elevados al Jesús nuestro Redentor diciendo:



ET INCARNATUS EST DE SPIRITU SANCTO EX MARIA VIRGINE ET HOMO FACTUS EST



     �Quién al oír entonar estas palabras en las oraciones de la Iglesia, no cae de rodillas e inclina la cabeza anonadado ante el poder y bondad de Dios que nos hizo tanto bien, aún mayor que el de criar mundo en que vivimos y le adoramos!

     También María se prosternó en el pavimento de la humilde cueva, dobló su frente y no se atrevió a mirar lo que tenía entre las manos. �Oh deslumbramiento santísimo el de María! �Cómo ver con los ojos del cuerpo al que venía viendo su alma desde mucho tiempo atrás! Gozo sin igual, dicha sin ejemplo, gloriosa concesión no otorgada a ningún mortal.

     A Moisés le dijo el Señor: �No me verá el hombre mientras viva: no podrá vivir si llega a verme�. Y María gozaba de aquel hermoso y adorable privilegio, tenía al Hijo de Dios en sus brazos y le miraba, contemplaba y adoraba con sus hermosos ojos azules, más puro que los serenos cielos, enaltecido con el rocío bienhechor de sus lágrimas de dicha y felicidad, contemplando el divino rostro del recién nacido.

     El estado del éxtasis había pasado, había vuelto la sensibilidad y reanimado el cuerpo de la Virginal santa doncella y Madre, tenía nuevos deberes que cumplir, y la primera sonrisa de la Madre que se postraba para adorar a su Hijo, sin atreverse aún a tomar un ósculo tierno de sus benditos labios, absorta, atónita, embriagada de amor santo y de inefable dicha, correspondió la sonrisa del divino Infante, destinando después la segunda sonrisa al varón justo a quien tomaba por padre en la tierra.

     Despertóse entonces en María el sentido de la maternidad con todos sus dulces y delicados instintos de la madre que la naturaleza, hija de la Providencia divina, deposita en el tierno corazón de la mujer. Quitóse entonces de su cabeza la modesta toca de blanco cendal y tibio con su propio calor, envolvió al niño en los pañales preparados y las mantillas cubriéndolo con aquélla para suministrarle más calor en tan fría hora y noche. El manto de José que había doblado en el pesebre para mayor descanso de María, sirvió sobre las pajas de aquél de humilde colchoncillo en que reposara el tierno cuerpo del recién nacido. �Pobre y humilde lecho que sirvió para el Redentor del mundo, lecho incomparable que sirvió de cuna para la redención del hombre, más grande y esplendente que todos los tronos de la tierra, y desde el cual envió sus primeras sonrisas al mundo sumido en triste noche, y aurora que El había de ser de la verdad y dignidad del hombre! Y San Lucas no olvida al narrar este hecho, que tan grande es en su humildad cuando dice: Et pannis eum involvit, et reclinavit eum in praesepio.

     La naturaleza, añade Lafuente, hizo su oficio, Dios no la violenta cuando hace milagros, aun cuando hace cosas que a ella no alcanza, porque son sobre ella. Las cosas imposibles para el reloj, son facilísimas para el relojero: lo mismo mueve la saeta hacia atrás que hacia adelante, aunque al reloj no le sea dado sino moverlas en aquella primera dirección. Y Dios hecho hombre lloró, y la Iglesia nos lo presenta llorando y ceñido de estrechas fajas, reclinado sobre la paja de un pesebre. Así nos lo cuenta Fortunato en su himno que se canta en las Vísperas del Domingo de Pasión y principia

                            Pange lingua gloriosi
Lauream certaminis...

     San José, mudo de asombro, ilustrado por superiores luces interiores y exteriores, también se acerca al tierno infante reclinado en el pesebre, le contempla extático y absorto, le tributa su homenaje de respeto y de cariño a la vez, y recibe por premio de devoción humilde la segunda sonrisa del Dios niño, a quien el mundo llamará su hijo, y de quien será padre putativo para salvar el decoro de su Madre y cuidar del amparo y subsistencia de ellos, del mismo Dios hecho hombre, que a su vez sustenta a todos.

     A la adoración de los padres siguió la de los Ángeles, y �con qué humildad, con qué respeto! El misterio, la palabra de Dios estaba cumplida: las profecías se habían realizado. El Niño Dios había nacido a la media noche al comenzar un nuevo día. Con la noche terminaba la noche de los siglos, terminaba la noche de las tinieblas comenzaba la luz clara, esplendente y brillante del Evangelio. En la noche del 24 de diciembre terminaba el imperio de Lucifer, concluía el imperio del error y amanecía el 25 de diciembre con la luz del sol, con el nacimiento del que había de ser el Redentor del mundo, aquella noche vacilaron en sus pedestales los ídolos al cántico de los Ángeles con el Gloria in excelsis, y el rugido del infierno al ser destronado del imperio del mundo su monarca Satanás demostró su ira.

     El Evangelista San Juan pinta con enigmático lenguaje todo el suceso en el capítulo XII del Apocalipsis, en que describe la predestinación de María, el orgullo de Lucifer y su caída, vencido por San Miguel, la concepción y el parto de la Virgen, la adoración de los Ángeles buenos, el regocijo de los cielos y de los buenos y la preservación incólume e inmaculada de la Madre del Salvador.

     �Luego apareció en el cielo una gran señal: era una mujer vestida del sol, teniendo la luna a sus pies y en la cabeza una diadema de doce estrellas.

     �Y al verse en cinta clamaba para dar a luz y sufría al parir�.

     Entiéndese en sentido místico y elevado, pues sabido es que la Virgen no sufrió los dolores materiales a que están sujetas las mujeres.

     �Viose también otra señal en el cielo: érase un dragón grande y rojo con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas sobre sus siete cabezas. Y con su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo arrojándolas a la tierra.

     �Paróse el dragón ante la Mujer que iba a parir, a fin de devorar a su Hijo así que pariese.

     �Parió, pues, a su Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro. Mas este Hijo fue arrebatado a la presencia de Dios, y a su mismo Trono. Y por lo que hace a la Mujer, huyó a la soledad, en donde tenía un lugar preparado por Dios para que allí la sustentaran durante mil doscientos sesenta días.

     �Y hubo un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón, y también éste y sus ángeles contra aquéllos; mas no pudieron prevalecer los malos ni quedó rastro de ellos en el cielo.

     �Arrojado fue aquel gran dragón, la antigua serpiente (la del Paraíso), que se llama el diablo y Satanás, que seduce a todo el orbe. Mas éste cayó a tierra y sus ángeles fueron lanzados con él.

     �Oí, pues, una gran voz en el cielo que decía: -Ahora queda ya verificada la salvación y triunfantes la virtud y el reino de Dios nuestro Señor, y el poderío de su CRISTO; porque ya queda expulsado el acusador de nuestros hermanos, que día y noche estaba censurándole ante la presencia de nuestro Dios.

     �Ya le han derrotado ellos mismos mediante la sangre del Cordero, y no han hecho aprecio de sus almas (sus vidas) poniéndolas en trance de muerte.

     �Por tanto, regocijáos, cielos, y los que habitáis en sus alturas�.

     La naturaleza en sus animales fue, después de José y María, la primera en adorar al divino recién nacido, y el buey que recogido estaba en la cueva y el manso jumento, fueron los primeros brutos que acompañaron al Hijo de Dios en la soledad del antro, en donde acaba de nacer abandonado de los hombres que habían negado un techo bajo el que cobijarse la viajera familia. Con el calor de sus cuerpos dieron calor al recién nacido, y cumplióse al pie de la letra como todas las profecías de Isaías: �Conoció el buey a su dueño, y el jumento al pesebre de su Señor y no lo conoció Israel, ni su pueblo tuvo inteligencia�.

     Y para terminar este capítulo de una manera digna del acto, del gran hecho del nacimiento de Jesús, de la inmensa transcendencia y del espanto que en el infierno produjo su derrota, copiaremos aquí las palabras del gran poeta Milton en su grandioso poema de El Paraíso Perdido: �Los oráculos enmudecen: ninguna voz, ningún murmullo siniestro hace ya resonar palabras falaces bajo las bóvedas de los templos. Apolo abandona desesperado la colina de Delfos sin acertar a predecir lo futuro. Ningún arrebato nocturno, ningún augurio secreto sale del antro misterioso que pueda inspirar sus vaticinios al sacerdote que espantado abre sus ojos. Aléjanse los genios de las montañas y de las riberas de los ríos, gimen las ninfas y las dríadas al ver marchitarse las guirnaldas con que orlaba sus frentes la mitología pagana. Los Lares y Penates huyen de los hogares domésticos que presidían, y de las aves de los templos y de sus estatuas salen sonidos lúgubres que asustan a sus flámines, y el mármol parece bañado en sudor frío al desaparecer la divinidad idolátrica donde se le daba maléfico culto�.

     Así pinta el espanto de la idolatría sostenida por el infierno y tambaleada al solo influjo de la luz que irradiaba de la cueva de Bethlén. En cambio, la naturaleza parece sentir a su modo un grato y superior influjo. Cesa el crudo frío de una noche de diciembre, las tinieblas se aclaran, se desvanecen las nubes, soplan suavemente las brisas de las montañas enviando sus gratos aromas, enviando sus perfumes: las olas de aquel mar latino baten suave y cadenciosamente las arenosas playas o bañan con alba espuma los acantilados de las rocas: la aurora parece querer adelantar su llegada con el ansia de bañar con sus rosados efluvios la tierra en donde acaba de realizarse el gran misterio, y las aves asombradas baten las alas a impulsos de secreto deseo y ante el canto enérgico y valiente del vigilante gallo. �Ah! noche feliz y misteriosa, cuyo recuerdo felizmente no se ha borrado en nuestras costumbres: en la Edad Media, después de la Misa del Gallo, era costumbre el avisar por los campos el nacimiento de Dios, al son de los rústicos instrumentos, y al atravesar por las campiñas decían a los arroyos, árboles y plantas: �alegráos, que ya nació el Señor!

     �Cómo se celebra hoy en las ciudades y... también en los pueblos, la Nochebuena, la noche alegre del nacimiento del Redentor? No es menester decirlo; no queremos compararla, por más que bien pudiéramos hacerlo por la forma, con las saturnales del paganismo. Nuestra libertad de pensar y de costumbres nos lleva a celebrar una función tan grande para el mundo, con una noche de licencia, cuando no de pecado. Pero aun en medio de tales costumbres, quedan almas puras y cristianas que celebran la más grande de las festividades de nuestra religión, con el patrón de los antiguos cristianos, con la fiesta santa de la familia consagrada en la mesa patriarcal, en la que se juntan tres generaciones, padres, hijos y nietos.

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