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Dijeron, por ejemplo, que faltaba el infante don Juan, que por el señorío de Lara era la primera voz del estado de los hijosdalgo; que faltaba también don Sancho de Rojas, el cual por arzobispo de Toledo era la primera dignidad en Cortes por el estado de la Iglesia; faltaba igualmente el almirante don Alonso Enríquez, tío del Rey; el canciller mayor don Pablo, obispo de Burgos; el Justicia mayor, el Mayordomo mayor, etc.

 

102

El Infante se veló en 8 de noviembre de aquel año de 1420, y don Álvaro diez días después. Véase en el Apéndice el poder enviado en esta ocasión por doña Elvira a don Pedro Portocarrero su hermano, que por su contexto es un documento muy curioso.

 

103

Este encuentro con los caballeros le refiere la crónica del Condestable de un modo dramático y agradable de leerse; pero su relación no es muy consistente con las circunstancias que cuenta antes el mismo escritor, y por eso es preferible la de la Crónica general.(Véase la Crónica de don Álvaro, tít. 11.)

 

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Al tiempo de tratarse las seguridades de esta entrevista pudo suceder lo que refiere la crónica del Condestable sobre la propuesta del conde don Fadrique, de prender con engaño y sobre seguro al Adelantado.Don Álvaro no lo consintió, diciendo que la mayor virtud de un caballero era la fe y la verdad, «e que non pluguiese a Dios que donde el Rey su señor estaba ninguno fuese preso por cautela nin engaño».

Nada apunta la crónica del Rey sobre esta circunstancia. En los pormenores casi siempre difieren una de otra. La del Condestable dice que no sólo fue una conferencia, sino varias: expresa que el Infante asistía a ellas, y que a consecuencia de las proposiciones que le hizo don Álvaro, y la seguridad que le dio de la imparcialidad e igualdad con que sería tratado uno y otro infante, levantó el cerco al tiempo que ya los auxilios de las ciudades, Hermandades y demás venían en socorro del Rey.

 

105

Entre otras le hizo señor de Ayllón y de Santisteban, de que recibió después título de conde.

 

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«Ni creo en ninguna guisa que lo contenido en ellas sea verdad. Vuestra alteza, señor, no debe dar fe a semejantes levantamientos e falsedades... e mande vuestra señoría saber la verdad como o por qué manera estas cartas fueron hechas o venidas a vuestra merced; las cuales es cierto, como Dios es trino, ser falsas e falsamente fabricadas; pues a vos, señor, como a rey pertenece saber la verdad de cosas tan feas, e mandarlas castigar con todo rigor.» -(Crónica del Rey, pág. 212.)

 

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El cronista del Rey dice que no lo pudo averiguar, aunque añade que es de presumir quiénes serían por las cosas que después parecieron y el fin que algunos tuvieron. Por la regla común de is fecit cui prodest, la mayor parte de esta iniquidad deberá imputarse a don Álvaro. más ningún motivo aparece en la crónica para rebozar la sospecha y afectar esta especie de disimulo. Su último compilador no era amigo ni parcial suyo, y aun se sospecha que después fue interpolada y viciada por otro enemigo más encarnizado. ¿Qué razones pudieron tener los dos para estar tan contenidos en sus sospechas si fueran directas contra él?

 

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El Príncipe nació en 5 de enero de 1425, y se le bautizó ocho días después. Fueron padrinos suyos, además del Condestable, el almirante Enríquez, el duque, antes conde de Arjona, don Fadrique, y el adelantado Sandoval. A don Álvaro desde entonces solía llamar el Rey mi buen compadre, y con este título conversaba con él.

 

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El gasto que hacían estas mil lanzas eran ocho cuentos de maravedises anuales. La petición considerada en sí misma era justa y racional, porque la suma era fuerte para aquel tiempo, y expendida sin necesidad aparente. El Rey tenía su guarda propia, ordenada de antiguo, y no necesitaba de otra; pero las circunstancias tal vez la hacían entonces precisa.

Según el bachiller Fernán Gómez, los instigadores de la petición fueron el conde de Benavente y los adelantados Manrique y Sandoval. -(Centón epistolar, epístola 5.ª)

 

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«Todo anda de ventisca; e bien lo oteaba Juan Hurtado de Mendoza, que decía al padre Finestrosa, cuando era para finarse, que andaba de buena gana por no quedar a gustar las desaventuras de nuestros días.» -(Centón, epístola 5.ª)