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De este Mayzabelica nada dice Herrera en su relación anterior. Gomara le mienta como jefe de uno de los distritos por donde pasaron los españoles en su viaje, y como despreciador de ellos en las noticias que daba al Inca.

 

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El padre Remesal, en su Historia de Chiapa, dice que fue poco afortunado este fraile en escribirse sus sucesos por personas poco afectas a la religión dominicana y a la persona del mismo Valverde, para echarle la culpa, «que no tuvo,» de la prisión del Inca, por las voces que suponen dio cuando Atahualpa arrojó la Biblia en el suelo, como si, aunque hubiera dicho que creía en Dios como san Pedro y san Pablo, dejara de hacer lo que hizo quien antes de enviarle tenía apercibida la gente y a punto los arcabuces y mosquetes para lo que sucedió después. Es probable que la suerte del Inca no hubiera sido otra de la que fue aunque el mismo Bartolomé de las Casas fuera de capellán en la expedición; pero Remesal debiera probar con documentos fidedignos la verdadera conducta de su fraile, el cual, aun por las relaciones antiguas que menos le cargan, y son las que se siguen en el texto, queda siempre con bastante culpa de lo que acaeció con el Inca.(Véase la Historia de Chiapa, lib. 9, cap. 7.)

 

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Para la narración de esta jornada he tenido presente, además de las relaciones conocidas, una carta de Hernando Pizarro a los oidores de Santo Domingo, en que se cuentan todos los sucesos de esta época, y en todo lo que me parecía dudoso he seguido su testimonio como el más sensato y el más autorizado. Este monumento, precioso a todas luces e inédito hasta hora, va impreso al fin en el apéndice 5.º

 

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Herrera dice positivamente que Pizarro dio su palabra con propósito de no cumplirla. Paréceme que no sería esta una de las imputaciones menos negras con que ha sido manchada la memoria de aquel conquistador. Pero, sin hacer de sus prendas morales más aprecio del que ellas merezcan, podría lavársele de este exceso de perfidia, y decirse que su codicia, satisfecha con las ofertas del Inca, le hizo entonces ofrecer de buena fe lo que después o no quiso o no pudo cumplir. Herrera quiere a toda costa hacer de Pizarro un gran político, aunque sea a costa de hacerle más malo

 

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Debe tenerse presente que Gomara dice que fueron nombrados para esta comisión, o por mejor decir se ofrecieron a ella, Hernando de Soto y Pedro de Barco, y que estos se encontraron en el camino con el inca Huascar, a quien traían preso los generales de Atahualpa; y que habiéndoles pedido que le tomasen ellos consigo y le llevasen a Pizarro, ellos se excusaron con su comisión, etc. Con el conviene Zárate; pero Estete había de tres enviados al Cuzco, sin decir sus nombres: Hernando Pizarro en su carta está conforme con él; Pedro Sancho en su relación supone a Hernando de Soto en Caxamalca, mientras los tres emisarios castellanos están en el Cuzco. Es preciso pues seguir a Herrera, aunque con el sentimiento de tener que repetir los desórdenes que cuenta. La comisión, por otra parte, encargada a Hernando de Soto fuera desempeñada mejor.

 

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Los historiadores no dicen que se hiciese la prueba de si el tesoro llegaba hasta la raya colorada que se extendió para señal. Herrera se contenta con decir vagamente: «Llegado el tesoro del rescate del Inca,» etc. Gomara asegura más positivamente que los españoles dieron priesa a que se repartiese antes de que se acabase de juntar, por temor de que los indios se lo quitasen o cargasen más españoles antes de distribuirlo, y hubiese que partir con ellos.

 

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Véase el apéndice 6.º

 

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A la verdad esta adquisición de oro y plata en tanta cantidad, no los hizo mucho más ricos, a lo menos a los que quedaban en América. Las cosas que anhelaban subieron a un precio proporcionado a la abundancia de los metales con que se habían de satisfacer. Una mano de papel valía diez pesos, unos borceguíes treinta, una capa negra ciento, un caballo, tres, cuatro y a veces cinco mil ducados. Los mercaderes solían comprar el oro de veinte quilates a catorce, el de catorce a siete; la plata valía también a este tenor: por manera que los poseedores de riquezas tan grandes apenas podían adquirir con ellas las satisfacciones que en otras partes eran accesibles a la más mediana fortuna.

 

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Dícese que en este proceso el intérprete Felipillo de Poechos torcía las declaraciones de los indios, de modo que el Inca resultase culpable, con el fin de conseguir con su muerte a una de las concubinas del Príncipe de quien estaba perdidamente enamorado.

Algunos autores añaden también como motivo muy principal de la muerte del Inca, el odio que le juró Pizarro por el desprecio que le manifestó Atahualpa cuando llegó a entender que no sabía leer. Ni una ni otra especie se bailan en las primeras relaciones, ni tampoco se encuentran en Gomara ni en Herrera. Garcilaso es el primer autor que la refiere; lo hace como de oídas y sin citar escritor ninguno o testimonio auténtico en que apoyarse. Por lo demás, este cuento y el de Felipillo parecen inventados y conservados para dar razón de un acontecimiento que presenta por sí mismo causas más probables y positivas. Herrera en esta parte presenta bien el hecho, aunque en el modo de contarlo se advierta bien la circunspección penosa con que procede

 

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Gomara pone dada en que le pidiese de buena fe, y Herrera con un afirman indica que el hecho debe ir por la fe de otros, y no por la suya. Todos convienen en el género de muerte.