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A los más ha engañado el nombre de los Reyes puesto a la nueva ciudad, para deducir de ello que fue fundada el 6 de enero. En el texto se sigue al padre Bernabé Cobo, que en su libro de la Fundación de Lima fija la fecha en el día 18 de enero: la autoridad de este escritor en ésta y otras cosas del Nuevo Mundo es irrecusable.

 

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Así está la fecha en Montesinos, que pone en la relación de este año la ceremonia y la concordia a la letra: Herrera pone también los artículos de ella: son cinco, y ninguno dice relación expresa a la causa inmediata de aquella primera disensión, que era la pertenencia del Cuzco. Es verdad que las provisiones reales no habían llegado todavía; pero ¿no parecía natural prever y precaver el caso para cuando llegasen? Los dos anhelaban por tener en su Gobernación la capital del Perú, y esto se olvida enteramente en la concordia; la cual parece más una renovación de compañía mercantil que un arreglo político de mando y de gobierno.

 

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Cuéntanse muchos ejemplares de esta generosidad: tenía un día junto a sí una carga de anillos, y un Juan de Lepe le pidió uno: «Toma, le respondió Almagro, los que le quepan en las dos manos;» y sabiendo después que era casado, le mandó dar cuatrocientos pesos para que se fuese con su mujer. A otro que le presentó una adarga le agasajó con cuatrocientos pesos y con una olla de plata y asas de oro que valía mil ducados; al que le presentó el primer gato castellano que se vio en aquellas partes, lo regaló seiscientos pesos, etc. etc.

 

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«Pizarro, dice Herrera, aunque era astuto y recatado, pero en la mayor parte fue de ánimo suspenso y no muy resoluto.» (Década 5.ª, lib. 7, cap. 13.) Acaso no podía él ya con sus hermanos lo que debía, a pesar del respeto que suponía en ellos.

 

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Sabía dar también como particular con discreción y silencio, de manera que no fuesen humillados con sus dádivas aquéllos a quienes socorría. De esta virtud se cuentan muchos rasgos suyos que le hacen grande honor. Solía jugar con menesterosos, y se dejaba ganar para que se socorriesen de este modo y saliesen honrados con el lauro de jugar mejor que él. El pasaje del tejuelo de oro llevado al juego de pelota para socorrer a un soldado es citado por todos los historiadores: el tejuelo pesaba, y él lo llevaba escondido en el seno para dárselo al soldado sin que nadie lo viese; mas no pareciendo, y ofreciéndose un partido de pelota que jugar, él se puso a jugarle sin desnudarse el sayo ni sacar el peso que llevaba, hasta que vino el soldado, que tardó más de tres horas; y llamándole aparte, le dio el oro, diciéndole que más quisiera haberle dado tres tantos más, que el trabajo que había padecido con su tardanza. Pero de todo lo que se cuenta para recomendar su afabilidad, su buen trato y su llaneza, nada le honra más que aquel paso de arrojarse al río de la Barranca a sacar por los cabellos a un indio yanacona suyo, que caído impensadamente al agua, se le llevaba la corriente: reñíanle sus capitanes aquella temeridad, y él les contestó «que no sabían ellos qué cosa era querer bien a un criado».

 

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Belalcázar le sorprendió por la traición de algunos indios que avisaron dónde estaba; hízole dar tormento a él y a sus compañeros de prisión para que descubriesen los tesoros del Quito; «pero ellos, dice Herrera, se hubieron con tanta constancia, que le dejaron con su codicia, y él inhumanamente los hizo matar».

 

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Sucedió en esta junta que un hermano del Inca mancebo de poca edad, viendo que algunos señores que allí se hallaban no hablaban con su rey de rodillas, según la antigua costumbre, los reprendió con tanta vehemencia, y sus palabras tenían un espíritu tan brioso y resuelto, que el Gobernador español se alteró oyéndolo, le amenazó y le dijo malas razones: cosa que desagradó a muchos, por parecer un despique que no le hacía honor.

 

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«Por todas partes dél (se había del valle Yucay) se ven pedazos de muchos edificios y muy grandes que había, especialmente los que ovo en tambo, que está el valle abajo tres leguas, entre dos grandes cerros, junto a una quebrada por donde pasa un arroyo... En este lugar tuvieron los Incas una gran fuerza de las más fuertes de todo su señorío, asentada entre unas rocas, que poca gente bastaba a defenderse de mucha. Entre estas rocas estaban algunas peñas tajadas que hacían inexpugnable el sitio; y por lo bajo está lleno de grandes andenes, que parecen murallas unas en cima de otras.» (Pedro Cieza de León, parte 1, cap. 94.)

 

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Es mucho de dudar que en el caso de haberse verificado el socorro y por él se cobrase la tierra, cumpliese Pizarro su palabra. Estas expresiones, además del desaliento que manifiestan, son prueba bien clara de la persuasión en que así los Pizarros como los demás conquistadores del Perú estaban de que el país era suyo.

 

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Lerma iba descontento porque el Gobernador, habiéndole dado al principio el mando del ejército que iba en socorro del Cuzco, se le quitó y después se le dio a Alvarado.