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Vocabulario de mexicanismos

Comprobado con ejemplos y comparado con los de otros países hispanoamericanos

Joaquín García Icazbalceta



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Al morir el autor, llevaba impreso hasta la palabra filvan, y dejó concluida la letra G, con la que se proponía cerrar este primer tomo. En carta -la última de su vida- a uno de sus corresponsales, decía: «El Vocabulario avanza poco á poco; he terminado la G y allí cortaré para formar el primer tomo y soltarlo: veremos qué suerte corre, y según sea ella seguiré ó no este pesado trabajo».

De acuerdo con la idea de mi padre publico ahora el primer tomo, y procuraré hacer otro tanto con el segundo, que él comenzó a preparar.

En la parte impresa por el autor, le ayudaron especialmente los señores don José María Vigil y don Rafael Ángel de la Peña. Reciban estos excelentes amigos las gracias: tal como se las hubiera dado mi inolvidable padre.

Por vía de prólogo, me ha parecido oportuno reimprimir el estudio del autor sobre provincialismos mexicanos, inserto con este título en la página 170 del tomo tercero de las Memorias de la Academia Mexicana Correspondiente de la Real Española.

México, 7 de mayo de 1899.

LUIS GARCÍA PIMENTEL



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ArribaAbajoProvincialismos mexicanos

Invitada bondadosamente esta Academia por la Real Española para contribuir al aumento y mejora de la duodécima edición del Diccionario vulgar, se le enviaron unas mil trescientas cédulas, después de discutidas detenidamente en nuestras juntas. Verdad es que esa labor no fue del todo fructuosa. Buen número de cédulas no halló cabida en la nueva edición; pero basta que más de la mitad de ellas fuera admitida, para que no pensemos haber trabajado en vano. Aunque mezcladas, formaban en realidad dos partes distintas: una, las adiciones y enmiendas a las palabras españolas; otra, los provincialismos mexicanos. Ignoramos qué criterio estableció la Real Academia para admitir o desechar las cédulas; y el simple examen del Diccionario no puede dárnosla a conocer. En la parte primera bien podemos quedar contentos con el número de las admisiones, puesto que nos entramos en el terreno propio de los ilustres académicos de Madrid; y habérsenos dado lugar en él, poco o mucho, debe ser justo motivo de congratulación para nosotros; sea que nuestra propuesta fuera causa de la admisión, o que simplemente coincidiéramos con el propósito que ya tenía la Academia de admitir tales voces en su Diccionario; porque de todos modos nos es grato recibir la aprobación de Cuerpo tan distinguido. No habérsenos abierto de par en par las puertas, puede argüirnos de haber errado muchas veces, lo cual no sería maravilla; pero puede también significar, en ciertos casos, que esas voces españolas desechadas, aunque corrientes aquí y en otras partes, no tenían aún derecho a entrar en el cuerpo de la Lengua, que debe ser común a cuantos pueblos la hablan. Y es curioso notar, que ciertas voces que no nos atrevimos a   —VI→   proponer -entre ellas onusto y peragrar- aparecieron en la nueva edición del Diccionario. Tocante a nuestros provincialismos, es de creerse que la Real Academia aceptó aquellos que encontró apoyados por autores antiguos, o que le parecieron de conocimiento más necesario, por designar objetos sin nombre propio castellano. No podía conocer cuáles eran de uso tan general en México, que debieran considerarse como incorporados ya definitivamente en esta rama americana; porque nosotros -preciso es confesarlo- pocas veces cuidamos de advertirlo, y en realidad no era fácil establecer semejante distinción.

La Academia Mexicana ha creído conveniente publicar en sus Memorias la lista de las cédulas que fueron acogidas por la Real Academia Española. Comienza ahora por las correspondientes a la letra A, y dará sucesivamente las demás, suprimiendo las definiciones propuestas, por carecer ya de objeto. Al hacer esta publicación no le lleva mira alguna de vanagloria, que le estaría mal y que no alcanzaría con tan corto trabajo; ni menos pretende reivindicar la exigua parte que tiene en la última edición del Diccionario. Quiere tan sólo mostrar que no ha permanecido ociosa, y al mismo tiempo dejar consignadas algunas etimologías que no aparecieron en el Diccionario, y unas cuantas autoridades que de ningún modo podían caber en él, por rehusarlas su plan.

Por causas conocidas de esta Academia, y cuya exposición no interesaría fuera de ella, no fue completo el examen de la undécima edición del Diccionario, ni se recogieron muchas más adiciones y enmiendas que habrían resultado, sin duda, si todas las letras del alfabeto se hubieran revisado. Tenemos noticia, aunque no oficial, de que la Real Academia prepara ya otra edición de su principal obra, y creemos, porque lo pasado nos lo asegura, que recibirá con su acostumbrada benevolencia lo que le propongamos.

Nos vemos, pues, en el caso de entrar de nuevo al mismo campo, donde queda todavía copiosa mies. Y aun cuando así no fuera, nos quedará el deber de colegir los provincialismos de México, que caen de lleno dentro de nuestra jurisdicción.

Penoso es haber de confesar que en este camino casi ningún auxilio encontraremos que nos alivie la jornada. No existe obra en que expresamente se trate de los provincialismos de México, mientras que otras naciones o provincias hispanoamericanas han recogido ya los suyos, si bien con diferente método, varia extensión y desigual éxito. Entre los trabajos de esta especie corresponde el primer lugar a las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, del insigne filólogo don Rufino   —VII→   José Cuervo: obra que cuenta ya cuatro ediciones1, y que, como lo han notado varios críticos, no corresponde a su título, porque le excede con mucho. Verdadero tesoro de erudición filológica, da riquezas no tan sólo a quienes quieran estudiar los provincialismos hispanoamericanos, sino a cuantos usan de la lengua castellana. Es, sin embargo, una pequeña muestra, nada más, de la pasmosa erudición del autor, que vendrá a descubrirse toda entera, si, como tanto deseamos, Dios le conserva la vida para dar término a su asombroso Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, de que solamente disfrutamos ahora el primer tomo2.

En su inestimable trabajo sigue, en cierta manera, el señor Cuervo, el orden gramatical, comenzando por la prosodia, donde trata de la acentuación y de las vocales concurrentes. Pasa luego al nombre, de cuyos números, géneros y derivados trata: habla largamente de la conjugación, en seguida de los pronombres y artículos, de los verbos y partículas; corrige en otro capítulo las acepciones impropias, y termina con el examen de las voces corrompidas o mal formadas, así como de las indígenas o arbitrarias. En todas partes derrama gran copia de doctrina, apoyada con numerosos ejemplos de autores: enmienda los defectos del habla de sus compatriotas -de que en gran parte adolecemos también nosotros-, y no es raro encontrar en sus páginas verdaderas disquisiciones filológicas. Diseminados en todo el curso de la obra se encuentran los provincialismos colombianos; pero es fácil hallar los que se busquen, mediante el índice alfabético con que termina el libro.

Existe asimismo un Diccionario de chilenismos, por don Zorobabel Rodríguez3, actual secretario de la Academia Chilena Correspondiente: trabajo estimable, aunque inferior al que acabamos de mencionar; y no creemos ofenderle con esta calificación, porque a pocos es dado llegar a la altura del autor de las Apuntaciones: acercársele es ya mucho. El método es el del Diccionario de galicismos de Baralt: orden alfabético en párrafos más bien que artículos estilo a veces ligero y picante. El autor no halló acaso escritos bastantes para autorizar muchas de sus voces, y se resolvió a citar con frecuencia los suyos propios: determinación exigida sin duda por la necesidad, y que disculpa en el prólogo; pero que a alguno parecerá extraña. A lo menos no es corriente entre lexicógrafos.

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El Diccionario de chilenismos dio pie a unos Reparos que escribió don Fidelis P. del Solar4, en tono un tanto agresivo, y en no muy castizo castellano. Contiene, sin embargo, observaciones fundadas.

Cuenta el Perú con un Diccionario de peruanismos5, por Juan de Arona, seudónimo del conocido escritor y poeta don Pedro Paz Soldán y Unánue, hoy miembro de la Academia Correspondiente del Perú. A semejanza de Rodríguez, y probablemente por igual razón, suele citarse a sí propio, como autoridad. Sigue el método de Baralt y de Rodríguez. Es obra de mérito, donde hallaron cabida, más de lo conveniente, amargas censuras y aceradas pullas contra la sociedad en que vivía el autor. Deslúcela también un tanto el tono de ciertas críticas del trabajo del señor Cuervo.

La Isla de Cuba ha producido cuatro ediciones del Diccionario casi-razonado de vozes cubanas, por don Esteban Pichardo6, en que se incluyen muchas de historia natural. Tiene forma rigurosa de diccionario: en artículos y a dos columnas. Rara vez se dan autoridades; y sobre haber introducido el autor variaciones ortográficas de su cosecha, llegó en ciertos artículos a tal desenfado, que ni a los diccionarios, con ser por su naturaleza tan laxos, puede tolerarse.

Con motivo de las Apuntaciones del señor Cuervo publicó don Rafael María Merchán en el Repertorio Colombiano7 un erudito artículo en que hizo notar la conformidad de Colombia y Cuba en muchas voces, locuciones y aun defectos de lenguaje.

De palabras de la antigua lengua de las Antillas tenemos un glosario agregado a la Relation des choses de Yucatan, del ilustrísimo fray Diego de Landa, publicada por el padre Brasseur de Bourbourg8. Otros glosarios de voces americanas se hallan en algunos libros, como en el Diccionario de América de Alcedo, y señaladamente en la bella edición que la Real Academia de la Historia hizo de la grande obra de Gonzalo Fernández de Oviedo. Tales como son, sirven bastante, y lo que de ellos se saca es casi lo único que nos resta de las lenguas antillanas, desprovistas de gramáticas y vocabularios en forma. Últimamente han aparecido en las Actas y Memorias de las Academias Venezolana y Ecuatoriana listas de voces propuestas a la Real Academia Española, entre las cuales hay algunos provincialismos de aquellas Repúblicas.

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A los trabajos mencionados -que tenemos a la vista- hay que añadir otros de que, por la funesta incomunicación en que permanecen las Repúblicas hispanoamericanas, no nos ha sido dado alcanzar más que noticias vagas y acaso erradas. Tal sucede con una colección de provincialismos del Ecuador, por don Pedro Fermín Ceballos, actual director de aquella Academia Correspondiente; y en igual caso se hallan una recopilación de voces maracaiberas; un extracto9 del Diccionario -al parecer inédito- de vocablos indígenas de uso frecuente en Venezuela, por el finado don Arístides Rojas; un trabajo de importancia tocante a Buenos Aires, y algo más que se oculta sin duda a nuestras indagaciones.

Mas solamente con lo que ahora tenemos basta para advertir con asombro, cuán grande es el número de voces y frases que nos hemos acostumbrado a mirar como provincialismos nuestros, siendo en realidad comunes a otras tierras hispanoamericanas. Está muy extendida la errada creencia de que esos provincialismos son tomados, en su mayor parte, de las lenguas indígenas que antes de la conquista se hablaban en los respectivos lugares. Sin negar que son muchos los de esa clase, es sin comparación mayor el número de los que salen de la propia lengua castellana, y han desaparecido en su patria original, o por lo menos, no han entrado al Diccionario. «Es curioso ver -dice el señor Cuervo10- el número de voces, más ó menos comunes entre nosotros, que ya en la Península han caído en desuso: hecho éste muy fácil de explicar para quien tenga en cuenta la incomunicación en que vivieron nuestros abuelos y en que hemos seguido viviendo nosotros con los españoles transfretanos: tales vocablos son monumentos y reliquias de la lengua de los conquistadores, que deberían conservarse como oro en paño, si la necesidad de unificar la lengua en cuanto sea posible y razonable, no exigiera la relegación de muchos de ellos». Y en otro lugar dice11: «Si los vocabularios del gallego y asturiano, del catalán, mayorquín y valenciano, y del caló mismo, esclarecen muchos puntos de la fonética y la etimología castellanas, las peculiaridades del habla común de los americanos no pueden menos de ser útiles al filólogo, por dos conceptos especialmente: lo primero, porque no habiendo pasado íntegra al Nuevo Mundo la lengua de Castilla, á causa de no haber venido el suficiente número de pobladores de cada profesión y oficio, la necesidad ha obligado á completarla y á acomodarla á nuevos objetos:   —X→   lo segundo, porque habiendo venido voces, giros y aun corruptelas que están hoy olvidadas en la Metrópoli, no pocas veces hallamos en nuestro lenguaje la luz que nos niegan los diccionarios para comprender y comprobar vocablos y pasajes de obras antiguas».

Considerados por este aspecto los Diccionarios de provincialismos americanos, adquieren una importancia que no aparece de pronto en el título. Pero si aislados la tienen, mucho crece cuando reunidos y comparados se advierte que no son grupos aislados de voces y frases, importantes tan sólo para quienes se valen de ellas en el trato común, sino partes de un todo grandioso, cuyos dispersos componentes no han sido hasta ahora congregados.

Al verificarse la conquista carecía España de un Diccionario propiamente dicho, y no le tuvo sino hasta dos siglos después, cuando los beneméritos fundadores de la Academia Española dieron brillante comienzo a sus tareas con la publicación del gran Diccionario de Autoridades (1726-1739), que por desgracia verdaderamente lamentable no ha vuelto a imprimirse, pues la segunda edición (1770) no pasó del tomo primero. Aquel trabajo, como primer ensayo, resultó necesariamente incompleto; y por lo mismo que según el plan adoptado los artículos debían ir fundados con la autoridad de uno o más escritores, no tuvieron cabida muchas voces del lenguaje vulgar no escrito que para aquella fecha habían desaparecido. Se habrían hallado muchas, con todo, si entonces corrieran ya impresas tantas obras antiguas que después han salido a luz, y que no pudieron disfrutar aquellos laboriosos lexicógrafos, quienes, a la verdad, tampoco llegaron a recoger todo lo que tenían, ni se engolfaron mucho en la antigüedad. Ni el Diccionario vulgar ha agotado todavía los provincialismos de España: menos aún las voces antiguas. Hecho tal trabajo, se vendría en conocimiento de que muchos de los llamados provincialismos de América se usan asimismo en provincias españolas, particularmente en Andalucía: otros aparecerían como voces antiguas sepultadas en escritos de épocas remotas.

Al pasar a Indias conquistadores y pobladores, trajeron consigo el lenguaje vulgar que ellos usaban y le difundieron por todas partes, aumentándole con voces que solían inventar ellos mismos para suplir la parte deficiente de su propio idioma, de que nos habla el señor Cuervo, y con las que tomaban de las lenguas indígenas para designar objetos nuevos, o relaciones sociales desconocidas. El continuo movimiento de los españoles en aquellos tiempos daba por resultado que al pasar de unos lugares a otros llevaran y trajeran palabras tomadas en cada uno,   —XI→   las comunicaran a los demás, y aun las llevaran a España, donde desde antiguo echaron raíces ciertas voces americanas, en los documentos oficiales primero, luego en las relaciones e historias de Indias, y al cabo en el caudal común de la lengua. «De nuestro modo de hablar -decía a fines del siglo XVI el padre Mendieta12- toman los mismos indios, y olvidan lo que usaron sus padres y antepasados. Y lo mismo pasa por acá de nuestra lengua española, que la tenemos medio corrupta con vocablos que á los nuestros se les pegaron en las islas cuando se conquistaron, y otros que acá se han tomado de la lengua mexicana». Así nos explicamos que en todas partes se encuentren vocablos de las lenguas indígenas de otras, aunque a veces estropeados, o con cambio en la significación.

Conocido el origen del lenguaje hispanoamericano, ya comprendemos por qué no solamente nos son comunes voces y locuciones desusadas ya en España, sino hasta los defectos generales de pronunciación y la alteración de muchas palabras. A los andaluces, que vinieron en gran número, debemos sin duda el defecto de dar sonido igual a c, s y z; a ll e y: en general acostumbramos pronunciar unidas vocales que no forman diptongo, diciendo cái, máiz, páis, paráiso, óido, cáido, véia, etc., etc.: cambiamos, añadimos o suprimimos letras, mudamos los géneros, y aun decimos verdaderos disparates con maravillosa uniformidad. ¿Nos hemos puesto de acuerdo para todo esto? Imposible: las lenguas no se forman ni se modifican por ese medio. ¿Es el resultado de continuo trato y comercio entre los pueblos hispanoamericanos? Jamás ha existido. ¿De dónde viene, pues? De un origen común, tal vez modificado en ciertos casos por circunstancias peculiares de las nuevas regiones.

Y esas palabras, esas frases no tomadas de lenguas indígenas, que viven y corren en vastísimas comarcas americanas, y aun en provincias de la España misma, ¿no tienen mejor derecho a entrar en el cuerpo del Diccionario, que las que se usan en pocos lugares de la Península, acaso en uno solo? «Valdría la pena -dice Merchán- escribir un Diccionario de Americanismos, fijando, hasta donde fuese posible, la etimología de ciertas voces que todos, desde Río Grande á Patagonia, entendemos ya, y darlo á España diciendo: De los cuarenta y dos millones de seres que hablamos español, veintisiete millones hemos adoptado estas palabras con este sentido: ellas son el contingente que tenemos el deber y el derecho de llevar á la panomia de la lengua». Ya desde antes defendía don Andrés Bello los mal llamados americanismos. «No se crea -escribe en   —XII→   el prólogo de su Gramática- que, recomendando la conservación del castellano, sea mi ánimo tachar de vicioso y espurio todo lo que es peculiar de los americanos. Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas, y que subsisten todavía en Hispano-América: ¿por qué proscribirlas? Si según la práctica general de los americanos es más analógica la conjugación de algún verbo, ¿por qué hemos de preferir la que caprichosamente haya prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos formado vocablos nuevos, según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su caudal de voces, ¿qué motivo hay para que nos avergoncemos de usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada. En ellas se peca mucho menos contra la pureza y corrección del lenguaje, que en las locuciones afrancesadas de que no dejan de estar salpicadas hoy día las obras más estimables de los escritores peninsulares». Salvá defendió también el derecho de las voces americanas a entrar en el Diccionario, y dio el ejemplo incluyendo muchas en el suyo, aunque no tantas como quisiera, por las razones que expresó en el prólogo.

Notamos hoy dos defectos igualmente viciosos en el lenguaje: quienes le destrozan con garrafales desatinos en lo que parece castellano, y le completan con galicismos; quienes pretenden llevar la atildadura hasta el punto de no admitir, por nada de esta vida, voz o acepción que no conste en el Diccionario de la Academia. Los primeros no tienen cura, porque manejan una máquina que no conocen, y cuyo mecanismo no quieren estudiar o no alcanzan a comprender. A los otros podría preguntarse, qué sería de la lengua, si cuantos la hablan o escriben se sujetaran a tan riguroso sistema. A la hora en que tal se verificara, la Academia misma se encontraría encerrada en los límites que ella tuviera fijados; carecería de objeto, y no podría hacer más que aumentar el Diccionario con el rebusco de voces usadas por los autores cuyos escritos estuvieran ya aceptados como autoridad. La lengua castellana quedaría fija, muerta como la latina; y las lenguas cambian, pierden por una parte, ganan por otra, ya con ventaja, ya con detrimento, pero no mueren, sino cuando mueren los pueblos que las hablan. Tan difícil es, decía cierto lexicógrafo, fijar los límites de una lengua en un diccionario, como trazar en la tierra la sombra de un árbol agitado por el viento. El vulgo y los grandes escritores crean las voces y locuciones nuevas:   —XIII→   aquél a veces con acierto instintivo; éstos conforme a la necesidad o a las reglas filológicas: el uno las introduce con el empuje de la muchedumbre; los otros con el pasaporte de su autoridad. Preciso es que alguien proponga, para que haya materia de examen. Las Academias no inventan: siguen los pasos al uso, y cuando le ven generalizado, examinan si es el bueno, para rechazar novedades inútiles o infundadas, apartar lo bárbaro o mal formado, y acoger con criterio lo que realmente sirve para aumentar el caudal legítimo de la lengua. Oficio suyo es presentar el fiel retrato de ella en el momento de tomarle; mas no le pinta a su antojo. Las palabras nuevas andan fuera del Diccionario, no porque sean sin excepción inadmisibles, sino mientras no son aceptadas por quienes pueden darles autoridad, y se averigua si son dignas de aprobación definitiva. Los individuos mismos de las Academias, como particulares, emplean en sus escritos voces y frases que, reunidos en Cuerpo, no se resuelven todavía a admitir en el Diccionario. No temamos, pues, valernos de voces nuevas; temamos, sí, acoger sin discernimiento las malas.

¿Por qué, pues, hemos de calificar rotundamente de disparate cuanto se usa en América, sólo porque no lo hallamos en el Diccionario? Esos mal llamados disparates ¿no son a menudo útiles, expresivos y aun necesarios? ¿No suelen ser más conformes a la etimología, a la recta derivación o a la índole de la lengua? Deséchese enhorabuena, con ilustrado criterio, lo superfluo, lo absurdo, lo contrario a las reglas filológicas; pero no llevemos todo abarrisco, por un ciego purismo, ni privemos a la lengua de sus medios naturales de enriquecerse.

Propendemos en América a sacar verbos de nombres, y es cosa que mucho se nos imprueba (sin estar por cierto vedada), aun cuando sean ellos útiles para atajar circunloquios y economizar el verbo hacer, tan ocasionado a galicismos. Traicionar, después de mucho rondar las puertas, al fin se entró por ellas, y tomó asiento en el Diccionario. Mas no han logrado igual fortuna acolitar, que abarca todo el oficio de los acólitos, y no es puramente ayudar a misa; festinar, hijo legítimo del latín, y buen compañero de la aislada festinación, agredir, latino también, más enérgico y concreto en ciertos casos, aunque defectivo, que acometer o atacar; harnear, mejor, como derivado de harnero, que aechar, vocablo huérfano, sin etimología en el Diccionario vulgar, y con una descabellada en el de Autoridades13, extorsionar, de extorsión, y   —XIV→   otros. Dictaminar, que se usa aquí, en Chile, y probablemente en las otras Repúblicas, ha corrido peor suerte. Hace cuarenta años que le recomendó Salvá y le acogió en su Diccionario: nuestra Academia le propuso, y lejos de ser aceptado, fue excomulgado nominatim en la Gramática (1880; página 280), donde se le calificó de «invención moderna, á todas luces reprensible». Igual censura mereció presupuestar, y Juan de Arona se burla de él, teniéndole por «grosero, bárbaro, rudo verbo». No le defenderemos, ciertamente; pero el hecho es que corre, por lo menos, aquí, en el Perú y hasta en España, y acaso llegue a encajarse en la lengua. El participio irregular presupuesto ha venido a convertirse en un sustantivo de grande importancia para todos: su origen de presuponer casi está olvidado, y con un paso más salió de él un verbo que no se parece al otro, y equivale a «hacer ó formar un presupuesto». Ni tampoco es caso único en nuestro idioma. De exento, participio irregular de eximir, y al mismo tiempo sustantivo, ha salido el verbo exentar; de sepulto (irregular de sepelir, anticuado) sepultar; de expulso (irregular de expeler) expulsar; de injerto (irregular de ingerir, y sustantivo) injertar. Entre nosotros, el vulgo ha llegado a sacar de roto (irregular de romper) rotar, que la gente educada nunca usa, si bien cuenta con análogos en derrotar (disipar, romper, destrozar), y malrotar (disipar, destruir, malgastar la hacienda u otra cosa). Con el tiempo, alguno de estos verbos americanos entrará al Diccionario en pos de traicionar; y cuando esté legitimado, los pósteros se admirarán de nuestros escrúpulos, como ahora nos admiramos nosotros de los del autor del Diálogo de la Lengua.

En último caso, y aun tratándose de verdaderos disparates, esa conformidad en disparatar es punto digno de estudio. Cabe menos aquí el acuerdo, y habremos de ocurrir, ya que no al arcaísmo o a la herencia común, por lo menos a alguna razón fonética, a predisposición particular de los hispanoamericanos, o a cierta modificación de sus órganos vocales. General es la dulzura y suavidad del habla, particularmente en el sexo femenino; y tanta, que si en unos sujetos es agradable, en otros llega a ser empalagosa. No sé si la exageración de esta cualidad o la constelación de la tierra, que influye flojedad, nos hace tan amigos de la sinéresis; porque, a lo menos para nosotros, es más suave y cuesta menos trabajo pronunciar leon, que le-ón; páis, que pa-ís, ói-do, que o-í-do; cre-ia, ve-ia, que cre-í-a, ve-í-a. A-ho-ra se convierte a cada paso en aho-ra, y aun o-ra: no hay para nosotros c ni z, todo es s, letra que pronunciamos con suma suavidad; y prodigamos, a veces hasta el fastidio, los diminutivos y términos de cariño. Es un hecho, que   —XV→   la pronunciación de los españoles recién llegados, y sobre todo la de las españolas, nos parece áspera y desagradable, por más que la reconozcamos correcta. Pasados algunos años, raro es quien no la suaviza, y entonces la encontramos sumamente agradable. Esta tendencia de la lengua a modificarse en América es digna de estudio; lo mismo que la causa de los trastrueques, supresiones y añadiduras de letras, cuando son comunes a diversas regiones.

Ninguna investigación puede ser fructuosa sin la previa reunión de los vocabularios particulares de todos los pueblos hispanoamericanos: faltando algunos, pierde el conjunto su fuerza, la cual resulta del apoyo que las partes se prestan mutuamente. El material está incompleto: no hay datos suficientes para juzgar. A cada nación toca presentar lo suyo; algunas así lo han hecho ya: nosotros permanecemos mudos. Si pretendemos tener parte en la lengua, si queremos ser atendidos, preciso es que reunamos nuestros títulos y los presentemos a examen: de lo contrario, el mal no será únicamente para nosotros, que merecido le tendríamos, sino que, privando de una parte al conjunto, le debilitaremos, y en fin de cuentas, perjudicaremos a nuestra hermosa y querida lengua castellana. Difícil es, en verdad, el trabajo, y más propio de una sola persona, para que haya perfecta unidad en el plan y en la doctrina; mas como tal persona no se ha presentado hasta ahora, esta Academia tiene que acudir a la necesidad. No debe aspirar desde luego a mucho, porque no alcanzará nada; y ser remota la esperanza de llegar felizmente al fin, no es razón para dejar de poner los medios. El soldado está obligado a pelear como bueno; no a vencer. La Academia puede publicar sucesivamente en sus Memorias lo que vaya recogiendo, y allí quedará para que ella misma, o quien quisiere, lo aproveche después.

De los dos métodos adoptados para formar los Diccionarios de provincialismos parece preferible el que no se ciñe a la forma rigurosa de Diccionario, es decir, el adoptado por Rodríguez y Arona, a imitación del de Baralt. Permite explicaciones y observaciones que no caben en la estrechez de una pura definición, y aun reminiscencias o anécdotas que contribuyen grandemente al conocimiento del origen, vicisitudes y significado de las voces: se presta asimismo a dar cierta amenidad relativa a un trabajo árido de suyo, con lo cual se logra mayor número de lectores, y es mayor el beneficio común.

Sea cual fuere el plan, en la ejecución nunca debe olvidarse que un Diccionario de provincialismos no es un Diccionario de la Lengua. Éste   —XVI→   pide suma severidad en la admisión de artículos, como que van a llevar el sello de su legitimidad: el otro debe abarcarlo todo; bueno o malo, propio o impropio, bien o mal formado; lo familiar, lo vulgar y aun lo bajo, como noto que en soez u obsceno; supuesto siempre el cuidado de señalar la calidad y censura de cada vocablo, para que nadie le tome por lo que no es, y de paso sirva de correctivo a los yerros. Tal Diccionario debe reflejar como un espejo el habla provincial, sin ocultar sus defectos, para que conocidos se enmienden, y no se pierda el provecho que de ellos mismos pudiera resultar. No es que todo se proponga para su admisión en el cuerpo de la lengua. La Real Academia, como juez superior, tomará, ahora o después, lo que estime conveniente: lo demás servirá para estudios filológicos y como vocabulario particular de una provincia.

Esta palabra, respecto al caudal de la lengua castellana, significa en América una nación hija de la Española, y que antes fue parte de ella. Estas naciones se subdividen a su vez en provincias, que tienen sus provincialismos especiales. A los habitantes de la capital nos causan extrañeza el acento y fraseología de los naturales de ciertos Estados, y no entendemos algunos de los vocablos que ellos usan. En Veracruz, por ejemplo, es bastante común el acento cubano; en Jalisco y en Morelos abundan más que aquí las palabras aztecas; en Oajaca algo hay de zapoteco y también de arcaísmo; en Michoacán son corrientes voces del tarasco; en Yucatán es muy común entre las personas educadas el conocimiento de la lengua maya y el empleo de sus voces, porque aquellos naturales la retienen obstinadamente, y casi la han impuesto a sus dominadores. Los Estados fronterizos del norte se han contagiado de la vecindad del inglés, y en cambio han difundido por el otro lado regular número de voces castellanas, que nuestros vecinos desfiguran donosamente, como puede verse en el Diccionario de americanismos de Bartlett. En general, las provincias, mientras más distantes, más conservan del lenguaje antiguo y de las lenguas indígenas que en cada uno se hablaron. Todos estos provincialismos particulares tienen que venir a incorporarse en nuestro proyectado vocabulario; siempre con la correspondiente especificación del lugar donde corren.

Con el idioma hablado sucede en México lo mismo que ha sucedido en España. Ya hemos visto que allá se perdió buena parte de él, antes que hubiese Diccionario: lo que vino a refugiarse aquí también se ha ido perdiendo por falta de registro en que se conservara. La pérdida de lo que aún se conserva será, pues, definitiva e irreparable, si no se   —XVII→   evita con la pronta formación del Diccionario de provincialismos. La destrucción es tan rápida, que los que hemos llegado a edad avanzada podemos recordar perfectamente voces y locuciones que en la época, por desgracia ya lejana, de nuestra niñez eran muy comunes, y hoy han desaparecido por completo.

Difícil es reunir los provincialismos; pero mucho más autorizarlos. Los buenos escritores procuran mantenerse dentro de los límites del Diccionario de la Academia: los malos tratan de imitarlos, pero con tan poco acierto, que cerrando con afectación la puerta a voces nuevas y aceptables, o usándolas mal, la abren ancha a la destructora invasión del galicismo. Aquellos nos dan muy poco: éstos no tienen autoridad. En todo caso, como el lenguaje hablado no se halla en libros graves y con pretensiones de eruditos, a otros recursos hay que apelar.

Nada se ha hecho todavía entre nosotros para colegir el folk-lore, como ahora se llama a la sabiduría popular, es decir, la expresión de los sentimientos del pueblo en forma de leyendas o cuentos, y particularmente en coplas o cantarcillos anónimos, llenos a veces de gracia y a menudo notables por la exactitud o profundidad del pensamiento. Una colección de esta clase sería inestimable para nuestro libro: no habiéndola, hemos de ocurrir a la novela, y a las poesías llamadas populares, aunque de autores conocidos y no salidos del pueblo. La novela ha alcanzado poca fortuna entre nosotros, aunque no faltan algunas que nos ayudarían. Cuando buscamos el lenguaje vulgar hablado no debemos despreciar verso o prosa, por poco que valga literariamente: antes esos escritos, por su mismo desaliño, nos ponen más cerca de la fuente, como que excluyen todo artificio retórico, y toda tentativa de embellecimiento, que para nuestro objeto sería más bien corrupción. Por desacreditado que esté el lenguaje de la prensa periódica, no hay tampoco que hacerle a un lado. En el periodismo antiguo, más seguro en esa parte, no faltará cosecha: sirvan de ejemplo las Gacetas de Alzate. El moderno puede darnos comprobación del uso, bueno o malo, de ciertas voces; y no olvidemos que para nuestro intento no necesitamos tanto de autoridades de peso que decidan la admisión de un artículo en el Diccionario de la Academia, aunque no estarían de sobra, cuanto de comprobantes del uso.

Si queremos remontarnos más e ir a rebuscar en el lenguaje de los conquistadores, habremos de ocurrir a los documentos primitivos. Las Historias formales no nos darán acaso tanto como deseáramos, porque sus autores procuran atildarse; la mejor mies se hallará en los innumerables   —XVIII→   documentos que existen en forma de cartas, relaciones, pareceres y memoriales, en que no se ponía tanto cuidado, porque sus autores, a veces indoctos, no se imaginaban que aquello llegaría a andar en letras de molde. Pero lo más útil en ese género está en los Libros de Actas del Ayuntamiento de México, que por fortuna se conservan sin interrupción desde 1524. En el Cabildo entraban los vecinos principales de la capital; y salvo algún licenciado, los demás no eran hombres de letras. Sus acuerdos versaban casi siempre sobre asuntos comunes de la vida ordinaria; y por costumbre, tanto como por necesidad, tenían que usar el lenguaje ordinario de su época.

Reconstruir hasta donde sea posible el idioma de los conquistadores, que debe conservarse como oro en paño, según la atinada expresión de Cuervo; seguir los pasos a la lengua en estas regiones; presentar lo que aquí ha conservado o adquirido; señalar los yerros para corregirlos y aun aprovecharlos en ciertas investigaciones; prestar ayuda a la formación del cuadro general de la lengua castellana; tal debe ser el objeto de un Diccionario hispano-mexicano. De la utilidad de la obra nadie puede dudar; materiales para ella no faltan; a la Academia toca poner los mejores medios para ejecutarla, o prepararla siquiera.

JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA





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Abadejo. m. «CANTÁRIDA, 1.ª acep.» (Dicc., 2.º art., 2.ª acep.). En el lugar a que remite describe el Diccionario un insecto muy semejante a nuestro ABADEJO, si no el mismo. Compréndense en el nombre cantárida muchos insectos que tienen propiedades vejigatorias; pero lo que comúnmente se entiende por eso son las moscas verdes bien conocidas; y así dice el Diccionario de Autoridades: «Especie de moscas llamadas en algunas partes de Castilla abadejos». Y de éstos había dicho que son «cierto insecto á quien unos llaman gusano, otros escarabajo, y otros moscarda, y es de color verde [...] y es el que comunmente se llama cantárida, como lo dicen Laguna, sobre Dioscórides, lib. 2, cap. 53; y Covarrubias en la palabra Cantáridas. [Cantárides]». Lo cierto es que en el uso común nadie confunde la cantárida con el ABADEJO, porque la diferencia salta a la vista. Los ABADEJOS son más enérgicos que las cantáridas, y los veterinarios componen con ellos la llamada unción fuerte que aplican a las caballerías. Abundan en toda la República, pero especialmente en las tierras templadas. V. el art. CANTÁRIDAS en la Farmacopea Mexicana, p. 40. En apoyo del uso común tenemos la opinión de un doctor español que impugnó a Laguna. Es ésta:

«Aunque el Dr. Laguna dice que las cantáridas se llaman en algunas partes de Castilla abadejos, venerando á tan docto castellano, paso á decir que las moscas cantáridas no se llaman en Castilla abadejos, sólo sí cantáridas; verdad es que entre las muchas especies que hay de cantáridas se numeran aquellos insectos gusanillos llamados abadejos, los que también se apellidan por los castellanos carralejas. Tienen los abadejos las mismas virtudes que las cantáridas; pero también otras muy singulares» (DR. SUÁREZ DE RIBERA, Anotaciones al Dioscórides anotado por el Dr. Laguna, lib. VI, cap. 1).

Abajeño, ña. adj. «Amér. Dícese del que procede de las costas ó tierras bajas. Úsase también como sustantivo».

Este artículo apareció por primera vez en la 12.ª edición del Diccionario; fue uno de los propuestos por la Academia Mexicana. Salvá había admitido ya la palabra como «prov. de Bolivia y la República Argentina», y la define: «El que procede de las provincias bajas del Río de la Plata». Dudo que pueda calificarse de voz americana, porque no la he hallado en ninguno de los Vocabularios hispanoamericanos que he registrado, ni siquiera en el Rioplatense de Granada, donde debiera hallarse, conforme a la calificación de Salvá. Únicamente en el Diccionario de chilenismos se lee que «abajino es un adjetivo que se aplica á los habitantes de las provincias de Norte y centro, por los de aquellas que se hallan más al Sur».

«Son unos rancheros abajeños muy ricos» (Astucia, tom. I, cap. 9, p. 166). «Los mastines criollos y abajeños adonde [esto es, cuando] afianzan el gaznate ahogan» (Id., tom. I, cap. 12, p. 232).

Abarcar. a. Comprar gran cantidad   —2→   de una mercancía con el fin de encarecerla y lograr crecida utilidad al revenderla. Dícese particularmente de los comestibles: ABARCAR el frijol, el garbanzo.

Abarrotes. m. pl. Se comprenden en México bajo esta denominación muchos y muy diversos artículos de comercio, nacionales o extranjeros, como caldos, cacaos, almendra, conservas alimenticias, papel, hoja de lata, etc. En inglés: Groceries.

«La península ibérica nos ha dado desde hace cuatro siglos [sic] buenas iglesias, buenos edificios y tiendas de abarrotes» (FACUNDO, Las prosperidades nuestras, II, p. 211). «Han llegado [los españoles] á posesionarse casi en su totalidad del comercio de abarrotes» (ID., El Agio, I, p. 211). «Estos son los que no les bajan un punto de brutos á los comerciantes de abarrotes» (ID., Isolina, tom. II, cap. 13, p. 214).


«Las tiendas de comestibles
Tienen muy distintos nombres:
Se conocen por bodegas
O por tiendas de abarrotes».


(SOMOANO, p. 39)                


Perú. «Almacén ó comercio de comestibles en grande y por mayor es lo que se entiende bajo esta palabra» (ARONA, p. 1).

Ecuador. «ABARROTE. No tiene otra significación sino la de fardo pequeño hecho á propósito para llenar el hueco que deja otro grande, y le aplican á las tiendas en que se vende licores y cosas pertenecientes á droguería, buhonería, cerrajería, mercería, etc., y no paños, lienzos ni otros tejidos» (CEVALLOS, p. 29).

Acá no entran en los abarrotes la droguería, buhonería, cerrajería y mercería.

Abarrotero. m. El que comercia en abarrotes.

«Iba ya poniendo buena cara á un gallego abarrotero, vecino suyo» (R. BÁRCENA, Noche al raso, VI, p. 106). «Abre una brecha anchísima por donde entra á México el panadero y abarrotero español» (FACUNDO, Vistazos, p. 26).

Inglés: Grocer.

Abasto. m. ant. La contrata que los ayuntamientos hacían con una persona para que a precio determinado y con privilegio exclusivo abasteciera de algún artículo de primera necesidad a la población. En México duró largo tiempo el ABASTO de carnes.

«En carta de 20 de Septiembre de 1732 disteis cuenta, con testimonio, de todo lo ocurrido en el abasto de carnes de esa ciudad, que había de empezar desde Pascua de Resurrección del año próximo pasado de 1733» (BELEÑA, Autos acordados, tom. II, pág. 6).

«TOMAR EL ABASTO. Hacer obligación y encargarse de la provisión de los mantenimientos, como carnes y otras cosas necesarias para el sustento común del pueblo» (Dicc. de Aut.).

Como adverbio, la Academia le califica de anticuado: «Copiosa y abundantemente». No creo que sea anticuado. «Dar ABASTO, dar abundantemente toda la provisión que es necesaria», dice el Diccionario de Autoridades. Esta frase es todavía muy usada: No doy ABASTO a tantos pedidos.

«Trabajaban en la reducción de toda esa gentilidad que sucesivamente se iba descubriendo en tierras tan remotas, á las que no podían dar abasto solos los religiosos de la Custodia» (BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 30).

«Abastero llaman en Chile al proveedor de reses ó carnes vivas» (RODRÍGUEZ, p. 7).

Abodocarse. pr. vulg. poco usado. Salirle a uno bodoques o chichones.

«Ni tu honra está en la plaza, ni tu crédito vuela, ni la frente se te abodoca» (Astucia, tom. II, cap. 7, p. 181). El sentido es aquí grosero: equivale a «no se te apitona la frente».

Abolsarse. pr. Formar bolsas. El Diccionario sólo trae el adjetivo ABOLSADO, DA.

Abrazadera. f. «Pieza de metal ú otra materia, en forma de anillo, que sirve para ceñir y asegurar alguna cosa» (Dicc.).

No es esencial que la ABRAZADERA tenga forma de anillo; puede ser cuadrada, octágona, etc., y hasta una escuadra doble. He aquí la definición de Bails: «Llanta de hierro acodillada á escuadra en ambos extremos, que asegura, abrazándolos, dos ó más maderos ensamblados unos con otros» (Dicc. de Arquitectura).

Abrigadero. m. Lugar adonde acude y se oculta gente de mal vivir. Ese monte es un ABRIGADERO de ladrones. Tal casa es un ABRIGADERO de pillos. También hablando de animales: ABRIGADERO de chinches, de pulgas.

Abrigador, ra. adj. Que abriga. Dícese del traje, colcha, zarape, etc., que   —3→   por ser grueso y suave preserva del frío.

2. m. Encubridor, el que ampara, oculta o defiende a otro: tómase siempre en mala parte.

«No quiero que digan mis compañeros, que soy un abrigador de macutenos» (PAYNO, Fistol, tom. III, cap. 2).

Abrillantar. a. «Labrar en facetas las piedras preciosas, imitando á los brillantes. Dícese también de ciertas piezas de acero ú otros metales» (Dicc.) Hay igualmente cristal ABRILLANTADO.

Aburrada. adj. Dícese de la yegua destinada a la cría de mulas.

Abusión. f. Superstición, agüero. No es voz de América, como dice el Diccionario, sino española anticuada.

«E yerran más peligrosamente contra este mandamiento muchos malos cristianos que [...] creen en muchas cosas vanas y supersticiosas [...] y en otras muchas abusiones» (ZUMÁRRAGA, Doctrina de 1543, pl. b, plana últ.). «Tienen [los indios] por abusión, que en entrando á curarse en él [el hospital] luego se han de morir» (Descr. de Zempoala, 1580, MS.). «Otras muchas abusiones y malos agüeros tienen muy caseros y de las puertas adentro» (SERNA, Manual de Ministros, capítulo XIII, § 4). «Son tantas las idolatrías, brujerías, encantos y abusiones, que...» (ESPINOSA, Vida del P. Margil, lib. II, cap. 11).

«ABUSIÓN vale casi lo mismo que superstición, ó falso ahuero, ó superstición [sic (COVARRUBIAS, art. Abuso).

Perú. «Esta hermosa palabra del castellano antiguo tiene todavía bastante uso entre nosotros, en el sentido de superstición» (ARONA, p. 3).

Chile. RODRÍGUEZ, p. 8.

Ecuador. «La Academia da por anticuada esta voz. Sin embargo, no lo está en el Ecuador» (Mems. de la Acad. Ecuat., tom. I, página 55).

Salvá la trae como anticuada, no como americana. En México poco se usa.

Abusionero, ra. adj. Agorero, supersticioso. Según el Diccionario es anticuado y de América. Salvá le tiene nada más por anticuado. En México es de raro uso.

Chile. RODRÍGUEZ, p. 8.

Acabar. a. y pr. Desfallecer, rendirse de fatiga a fuerza de ejecutar con ahínco una acción que denota afecto del ánimo; y también recibir los efectos de esa acción. El niño se ACABABA a gritos, y su mamá se lo ACABABA a besos. Ya me ACABABA a ruegos.

«Conocí á cierto perico que se acababa á suspiros, me quería devorar con sus miradas, se desmechaba solito y hacía tantos extremos para que le correspondiera, que todo él se volvía un terrón de amores» (Astucia, tom. II, cap. 13, p. 391).

Academia. f. No parece ser indispensable, que las Academias se establezcan con autoridad pública; las hubo y hay que han existido y existen sin tal requisito.

* Acahual. (Del mex. acahualli, yerbas secas y grandes para encender hornos. MOL. Broussailles sèches; terre inculte; champ en friche. SIM.). m. Dase hoy este nombre en general a las yerbas altas, de tallo algo grueso, de que suelen cubrirse los barbechos; y en particular a una especie de girasol, helianthus annuus, muy común, y que, lo mismo que las demás yerbas, sirve a veces de combustible. La Academia califica esta voz de provincial de América; mas creo que sólo se usa en México.

* Acal. (Del mex. acalli, compuesto de atl, agua, y calli, casa: casa del agua o sobre el agua). m. Nombre que los mexicanos daban a la embarcación que en lengua de las islas se llama canoa, y aun a los barcos de los españoles.

«Lo más del trato y camino de los indios en aquella tierra es por acallis ó barcas por el agua. Acalli en esta lengua quiere decir casa hecha sobre agua» (MOTOLINÍA, Hist. de los Indios de N. España, trat. III, cap. 10). «Dijeron que ocho jornadas de allí había muchos hombres con barbas, y mujeres de Castilla, y caballos, y tres acales (que en su lengua acales llaman á los navíos)» (BERNAL DÍAZ, Hist. verd., cap. 177).

Nadie usa ya esta voz en México.

Acamellonar. a. Formar camellones en la tierra.

«Y parece bien claro que debía ser así, por la mucha tierra que labraban y cultivaban, que hoy día parece acamellonada generalmente en todas partes» (J. B. POMAR, Relación, p. 54).

Acancerarse. pr. Cancerarse.

Ecuador. CEVALLOS, pr. 29.

Acaparador, ra. adj. Que acapara. Úsase también como sustantivo.

«Que no pudiesen sacar los granos de sus pueblos para que no se acumulasen en los graneros   —4→   de los que ellos llamaban acaparadores» (MIÑANO, trad. de la Hist. de la Rev. Franc., por Thiers, tom. IV, p. 42).

Acaparar. (Del francés accaparer). a. Comprar grandes cantidades de un artículo de comercio, para revenderle con utilidad excesiva. ACAPARAR, lo mismo que acaparador, es voz, puramente francesa; pero se va extendiendo su uso hasta en sentido figurado: ACAPARAR los empleos.

«Así en 1789 como en 92 había gran riesgo de ser robado en los caminos y perder sus granos en los mercados, por lo que no se atrevieron los arrendadores á ir á venderlos, y el vulgo creía que era porque los acaparaban para enriquecerse» (MIÑANO, traducción de la Hist. de la Rev. Franc., por Thiers, tom. IV, p. 40).

«ACAPARAR, ACAPARADOR. Estas voces difieren en sus significados, de monopolizar y monopolista. Esta verdad se palpa en el siguiente ejemplo: Ciertos especuladores han acaparado todo el azúcar existente en la plaza, con el fin de hacer un monopolio inicuo» (RIVODÓ, p. 41).

ACAPARAR es algo más que abarcar, y se acerca mucho a monopolizar.

Acapillar. a. ant. Atrapar, prender, echar mano.

«Que todos nos diesen guerra, y de noche y de día nos acapillasen, é los que pudiesen llevar atados de nosotros á México, que se los llevasen» (BERNAL DÍAZ, Hist. verd., capítulo 83). «No osaban ir á los pueblos que tenían en encomienda, porque no los acapillasen» (ID., ib., cap. 160).


«¡Cómo! ¿sin licencia vienes?
La justicia te acapilla».


(GONZÁLEZ DE ESLAVA, col. VII)                


Acatarrar. a. fam. Importunar, hostigar. Me tiene ACATARRADO con sus continuos pedidos; con sus interminables historias.

* Accesoria. f. Habitación baja, compuesta comúnmente de una sola pieza con puerta a la calle, y sin ninguna al interior de la casa. El Diccionario no le pone nota de prov. de Méj., aunque el artículo fue enviado por la Academia Mexicana, y no creo que la acepción sea española.

«¿Qué diré de uno que vive en una accesoria, que le debe al casero un mes ó dos?» (PENSADOR, Periquillo, tom. III, cap. 5, página 90, et passim).

Cuba. «En la parte occidental se entiende el cuarto ó pieza de la parte principal, con puerta á la calle, é independiente, regularmente ocupada por gentualla ó tienda» (PICHARDO, p. 4). MACÍAS, p. 12.

ACCESORIA DE TAZA Y PLATO, la que además de la pieza baja tiene otra encima, a la cual se sube por una escalera de madera, comúnmente muy empinada: son raras.

Accidentado, da. adj. Hablando de caminos, doblado, fragoso, quebrado etc., y antiguamente agro. Es neologismo o galicismo inútil y disparatado. Condénanle con justicia Baralt, Cuervo (§ 479) y Rodríguez (p. 10); mas le defiende Rivodó (p. 126).

* Acecido. (Del verbo acezar). m. Acezo, respiración frecuente y fatigosa.

«Con la diferencia, que en algunos, por leve movimiento, se sigue anhelación ó acessidos» (DR. J. FCO. MALPICA, Alexipharmaco de la Salud, p. 140).

Chile. «Son estos dos vocablos [acezar y acecido] una muestra más que se nos ofrece de los muchos que habiendo caído en desuso allá en España, se conservan todavía en América como un viviente recuerdo del lenguaje de los conquistadores castellanos del siglo XVI» (RODRÍGUEZ, p. 11).

Aceitar. a. «Dar, untar, bañar con aceite. Úsase entre pintores» (Dicc.). Y lo mismo entre maquinistas.

Aceite. m. ACEITE DE ABETO, y vulgarmente de BETO: abetinote.

«Es la serranía toda de dicho pueblo y de sus subjetos poblada de mucha suma de árboles de pinos, y entre ellos se hallan árboles de que se saca el aceite de beto en gran cantidad» (Descr. de Tetiquipa, sec. XVI, MS.).

Parece que también al árbol se daba el nombre de beto.

«En esta jurisdicción de Cuzcatlán hay pinos, sauces, madroños, robles, encinas, betos y árboles de sangre de drago [...] y otros muchos árboles, todos los cuales son de mucho efecto y virtud, y para edificios de tablas y vigas y leña, y aceite de beto» (Descr. de Cuzcatlán, 1580, MS.).

ACEITE DE PALO: lo mismo que de beto.

«A mí no me valió el aceite de palo [...] ni cuantos remedios de estos le aplicaba» (PENSADOR, Periquillo, tom. IV, cap. 9, p. 128).


«Mas que quiera dar salud
Sin conocer la virtud
Ni aun del aceite de palo;
      Malo».


(OCHOA, letrilla X)                


ACEITE DE NABO, el que se extrae de   —5→   la semilla del chicalote (Argemone mexicana).

«Á la presente alumbra menos [el gas] que el aceite de nabo del tiempo de los virreyes» (FACUNDO, Nuestras cosas, p. 36). «Los que opinan por el aceite de nabo en lugar de la luz eléctrica» (ID., ¡Agua!, p. 84). «Globos de papel y lámparas de petróleo en las casas de los ricos, y candilejas de aceite de nabo en las puertas de los pobres» (DELGADO, La Calandria, XXIX).

ACEITE DE MANTECA. La parte oleaginosa que se extrae, por presión, de la manteca o grasa de cerdo. Úsase principalmente para aceitar máquinas.

ACEITE DE MANITAS. El que se obtiene cociendo las patas de las reses, y recogiendo la grasa que sobrenada. Es muy claro, y propio para maquinaria delicada. Los franceses le llaman huile de pied de boeuf.

ACEITE DE YEGUAS. Le hallo mencionado en un escrito antiguo, e ignoro lo que es.

«Y que asimismo la cantidad de pesos que se les daba de la Real Caja para el aceite de las lámparas lo consumían en sus usos, y encendían aceite de yeguas en ellas» (Diario de GUIJO, 1654, p. 288).

Acervo. m. Parece que este nombre no sólo puede aplicarse al «Montón de cosas menudas, como de trigo, cebada, legumbres etc.», según dice el Diccionario, sino también a otras cosas amontonadas en cantidad y sin orden: v. gr.: ACERVO de papeles. Creo haber visto ejemplo de este uso.

Acidia. f. ant. Pereza, uno de los siete pecados capitales. Trae esta voz el Diccionario; pero sin la nota de anticuada que merece. Terreros dice que antiguamente se tomaba también por envidia o sentimiento del bien ajeno. Debe verse a este propósito la definición del Diccionario de Autoridades, en la 1.ª edición del tomo primero; en la 2.ª está muy cambiada.

Acidioso, sa. adj. ant. Perezoso, flojo.

«E si fuese perezoso y acidioso ó negligente en el servicio de Dios y en hacer bien, que sea diligente» (ZUMÁRRAGA, Doctrina de 1543, pl. b iiij vta).

Trae el Diccionario esta voz sin nota de anticuada. V. ACIDIA.

Acitrón. m. No es en México «Cidra confitada», sino la biznaga en igual estado.

«La madre de la muchacha se ocupaba en espantar las moscas que acudían por millares á los calabazates y acitrones» (PAYNO, Fistol, tom. III, cap. 15).

Aclarársele a uno. fam. Acabársele el dinero.

«Yo permanecí allí más de fuerza que de gana después que se me aclaró» (PENSADOR, Periquillo, tom. III, cap. 3, p. 51).

Acocile. (Del mex. acocili). m. Especie de camarón de agua dulce. Cambarus Montezumæ. Crustáceos.

«Hay unos animalejos en la agua que llaman acocili: son casi como camarones: tienen la cabeza á modo de langostas: son pardillos, y cuando los cuecen páranse colorados como camarones. Son de comer cocidos, y también tostados» (SAHAGÚN, Hist. Gen., lib. XI, cap. 3, § 5).

V. AJOLOTE.

* Acocote. (Del mex. acocotli). m. Calabaza larga, agujerada por ambos extremos, que se usa para extraer, por succión, el aguamiel del maguey.

«He visto, por desgracia, que algunos han soltado el acocote para tomar el cáliz» (PENSADOR, Periquillo, tom. I, cap. 9, p. 107).

Rivodó (p. 31) censura a la Academia por haber dado lugar a este terminacho en el Diccionario.

* Acojinar. a. Revestir los muebles, u otras cosas, con un acolchado grueso, para hacerlos más cómodos. La Academia, como pr. de Méj., le da el equivalente acolchar. Entre nosotros, a lo menos, el ACOJINADO es mucho más grueso que el acolchado.

Acolchonar. a. Rellenar de lana, cerda u otra cosa para formar uno como colchón pequeño.

Venezuela. RIVODÓ, p. 22.

Acólhua. (Del mex. acolli, hombro, y hua, partícula de posesión: hombres hombrudos, fuertes, robustos). adj. Individuo de una tribu venida del NO poco después de la invasión de los chichimecas, y que se estableció en Tetzcoco, dando origen al reino de Acolhuacán. Úsase también como sustantivo.

«Los de Tezcoco [...] se llaman hoy día acólhuas, y toda su provincia junta se llama Acolhuacán, y este nombre les quedó de un   —6→   valiente capitán que tuvieron, natural de la misma provincia, que se llamó por nombre Acoli, que así se llama aquel hueso que va desde el codo hasta el hombro, y del mismo hueso llaman al hombro acoli» (MOTOLINÍA, Hist. de los Indios de N. España, Ep. Proem., p. 11).

Acolitar. a. Desempeñar el oficio de acólito (2.ª acep.). ACOLITAR una misa. También se usa en Colombia, según Cuervo, quien le da pase (§ 750).

Acomedirse. pr. Prestarse de buena voluntad y gracia a hacer cualquier trabajo o servicio que no es obligatorio.

«A todo me acomedía, y eso me sirvió de que el administrador me tuviera algún aprecio» (Astucia, tom. I, cap. 13, p. 273). «Acomídete á todo, haz cuanto esté de tu parte para granjear el bocadito» (Id., tom. II, capítulo 5, p. 111). «Eso es, se los dice V. y á mí me copinan por acomedido». (Id., tom. II, cap. 5, p. 117).

Bogotá. Otro vocablo á que agregamos indebidamente el prefijo a es comedirse (y su participio comedido): bien es verdad que el Diccionario no le da precisamente el mismo sentido que por acá le damos; cero, con todo, en los buenos escritores se hallan lugares en que si no significa ofrecer espontáneamente ayuda, frisa con esta acepción: «Le vi en disposición, si acababa antes que yo, se comediría á ayudarme á lo que me quedase» (HURT. DE MENDOZA, Lazarillo de Tormes, trat. III). «¿Quién reparte? En la casa de los grandes, el maestresala; en las otras el ama de casa, ó el que se comide á ello» (LUNA, Diál. Fam., I, en SBARBI, Refranero general español) [...]. «Nuestro acomedido vale generalmente, servicial, oficioso; y desacomedido indica la carencia de estas cualidades» (CUERVO, § 677).

Perú. «Acomedirse: doble corrupción de comedirse, puesto que le aponemos una a que no tiene, y le hacemos significar prestarse á hacer un servicio graciosamente, por lo que el participio acomedido, que es de mucho uso, equivale á servicial, solícito; y desacomedido, que es un feo reproche, á lo contrario» (ARONA, p. 8).

* Acordada. f. Especie de Santa Hermandad establecida en México el año de 1710 para aprehender y juzgar a los salteadores de caminos. En 1719, el virrey marqués de Valero, amplió las facultades de este célebre juzgado privativo, con acuerdo de la Real Audiencia, de donde le vino el nombre de Acordada. Diose, por extensión, el mismo nombre a la cárcel en que se custodiaban los reos, y aún le conserva, a pesar de que el edificio está hoy convertido en casas particulares.

(BELEÑA, Autos Acordados, tom. I, p. 71 del tercer foliaje).

«La Acordada es un antiguo edificio construido desde el tiempo del gobierno español, y que ha servido y sirve de prisión á los criminales de ambos sexos» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 19).

La Academia llama indebidamente Carta Acordada a la institución; sobra el Carta, pues aunque el nombre le vino de haberse instituido en virtud de una Carta Acordada, retuvo tan sólo la segunda palabra.

* Acordonado, da. adj. «Méj. Cenceño. Dícese de los animales» (Dicc.).

Acosijar. a. Perseguir, acosar, apretar.

«Viéndose D. Cristóbal de Oñate acosijado por todas partes...» (MOTA PADILLA, Hist. de la N. Galicia, cap. 24, n.º 6). «Seguro está que me acosije el hambre» (Astucia, tom. I, cap. 6, p. 117).

Actualmente. adv. t. y m. «En el tiempo presente», dice el Diccionario; mas parece que en ciertos casos puede referirse a tiempo pasado: entonces, a la sazón.

«Este religioso entiendo que era Fr. Juan de Ayora, varón apostólico de grande ejemplo, que siendo actualmente Provincial de la Provincia de Michoacán renunció el provincialato, y pasó con los frailes descalzos á las islas Filipinas» (MENDIETA, Hist. Ecles. Ind., libro IV, cap. 27).

Fr. Juan se fue a Filipinas en 1577, y Mendieta escribía en 1596.

«Dice otra relación manuscrita, que el R. P. Fr. Marcos de Niza, actual provincial de la Prov. del Santo Evangelio...» (BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 13). «Y encontró á esos sacerdotes diabólicos en actual idolatría» (ID., ib., pte. I, lib. 2, cap. 25).

La Academia misma, en el art. MILPA, dice: «Pedazo de terreno destinado á la siembra de maíz, aunque no esté actualmente [entonces] sembrado».

El Diccionario de Autoridades, en su primera edición, da una definición muy diversa:

«ACTUALMENTE. adv. de modo. Real y verdaderamente, con actual sér y exercicio. Lat. Reipsa. Reapse. Revera, vel Actu, aut de præsenti. ESPIN. Escuder.   —7→   fol. 15. Aunque es verdad que vos actualmente no habeis hecho ofensa en esta HORTENS. Paneg. fol. 286. Y que actualmente se hallan fuera de sus casas».

Concuerda este artículo con el de Actual, que le precede.

Por aquí se ve que a juicio de los primitivos autores del Diccionario, ACTUALMENTE no significaba tan sólo en el tiempo presente, sino también en acto, no en potencia. Mas en la segunda edición de aquel mismo Diccionario, desapareció el artículo de la primera, juntamente con sus autoridades, y se sustituyó con éste, sin ninguna:

«ACTUALMENTE. adv. mod. Ahora, al presente. Actu, re ipsa, revera».

Las correspondencias latinas concuerdan con la definición primitiva, como que de allí están entresacadas, y nada tienen que ver con la nueva. En dicha segunda edición se introdujo el verbo Actualizar, que no ha pasado. «Reducir á acto alguna cosa». El Diccionario vulgar dice que Actual es «activo, que obra».

Resulta de esto que puede usarse ACTUALMENTE en los sentidos propuestos de entonces, y de en acto. El último es corriente entre los ingleses (He did it actually: Lo hizo real y verdaderamente), y es conforme al lenguaje filosófico.

Acuerdo (Real). m. «Se llama también [Acuerdo] el cuerpo de los ministros reales que componen una chancillería ó audiencia, con su presidente ó regente, como las de Valladolid, Granada, Sevilla y otras. Lat. Iudicum consessus. OVALLE. Hist. Chil. p. 157. No hay apelación de la sentencia de revista que se da en este Real Acuerdo, sino para el Real Consejo de Indias» (Dicc. de Aut.). Se podrían citar innumerables textos de nuestros escritores antiguos en que se da a la Audiencia el nombre de Real Acuerdo.

Achahuistlarse. (De chahuistle). pr. Enfermar de chahuistle las plantas.

«El trigo todo el mundo sabe que se achahuiztló» (ALZATE, Observ. Meteor., 1770, página 3). «Los quiero agricultores á la vieja usanza: no con mucha química ni muchas matemáticas, como esos agricultores de la Escuela, que saben sembrar cebada en el pizarrón, pero se les achahuixtla en la sementera» (FACUNDO, Fuereños, cap. 2).

Achaque. m. ant. «Voz forense que, según dice Covarrubias en su Diccionario, es la denunciación de algún contrabando ú otra cosa, que se hace secretamente y con soplo, para componerse con la parte y sacarle algún dinero, sin proseguir ni hacerle causa» (Dicc. de Aut.). Covarrubias no dice tanto, sino: «La denunciación que se hace con soplo para componerse con él y sacarle algún dinero, sin proceder más adelante».

Esta acepción de ACHAQUE se parece bastante al chantage francés, que usamos en castellano por no hallársele equivalente en nuestra lengua: sacar dinero a alguno, mediante amenaza de difamarle, en especial por la prensa.

Achicopalarse. pr. Abatirse, desanimarse, entristecerse con exceso. Se aplica también a los animales, y aun a las plantas.

«Eso: no te achicopales, manito» (DELGADO, La Calandria, XIX). «Los achaques me tienen triste y achicopalado» (ID., Angelina, VIII).

Achicharronarse. pr. Encogerse, arrugarse, endurecerse por exceso de resequedad o calor.

«Los hallé secos [los calzones puestos junto al fuego]; pero achicharronados» (PENSADOR, Periquillo, tom. IV, cap. 8, p. 113).

Achichintle. m. El que de continuo acompaña a un superior y cumple sus órdenes ciegamente. Tómase siempre en mala parte.

«No salga ninguno, principalmente el Rotito con sus achichintles» (Astucia, tom. II, cap. 8, p. 271).

Achilaquilado, da. adj. Semejante al chilaquil. Dícese del sombrero viejo y apabullado.

«Un sombrero mugriento y achilaquilado» (PENSADOR, Catrín, cap. VI, p. 219).

Acholole. (Del mex. choloa, chorrear el agua). m. Sobrantes del riego que escurren por el extremo de los surcos.   —8→   Úsase más comúnmente en plural (Estado de Morelos).

Achololear. n. Escurrir agua los surcos (Estado de Morelos).

Achololera. f. Azarbe, zanja pequeña que recoge los achololes (Estado de Morelos).

Achucharrarse. pr. Arrugarse, encogerse, amilanarse.

«No te achucharres, enderézate, levanta la cabeza» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, capítulo 9, p. 145).

Bogotá. «¿Cómo lograríamos que de hoy en adelante ninguna persona decente dijese achucharrar en lugar de achicharrar? (El primero es, según Salvá, lo mismo que achuchar, aplastar, estrujar)» (CUERVO, § 550).

Adán. «TODOS SOMOS HIJOS DE ADÁN Y DE EVA, SINO QUE NOS DIFERENCIA LA SEDA» (COVARR., Tesoro). Refr. con que se da a entender que aunque todos los hombres tienen un mismo origen, la educación y las riquezas distinguen las diversas clases sociales.

Adiós! interj. que expresa incredulidad; y también desaliento o desconsuelo por algún mal irremediable. Muy usada.

«¡Adiós! ¿No la conozco? Como tus manos la conoces» (PENSADOR, Quijotita, capítulo 10). «¡Adiós! ¡Adiós! respondió Camila: ¿pues de cuándo acá andan Vdes. con corazonadas y temores?» (Astucia, tom. I, cap. 14, p. 290). «¡Adiós! le dijo la más próxima: salga Vd. al frente» (FACUNDO, Isolina, tom. II, cap. I, p. 22). «¿No es cierto? -¡Adiós! ¿Y por qué?» (DELGADO, La Calandria, V). «¡Qué preguntas tienes! -¡Adiós! ¿por qué? -Porque sí» (ID., ib., X). «¡Adiós! ¿Es Vd. general?» (ID., ib., XII). «¡Dichoso tú! -¿Dichoso? ¡Adiós! Si tú estás mejor» (ID., ib., XIII). «¡Qué paz tan dulce! -¡Adiós! replicó Tacho. ¿En qué historia aprendiste esas cosas?» (ID., ib., XII).

Adir. a. Este artículo del Diccionario no es más que una remisión a Adir la herencia, y no se halla en el art. HERENCIA. ADIR la herencia es aceptarla, tácita o expresamente (Salvá).

En ADICIÓN repite la Academia «Adición de la herencia. Acción y efecto de adir la herencia».

Adjuntar. a. Acompañar un papel a otro, para que lleguen juntos a su destino. Muy usado en el comercio: ADJUNTO una factura.

Bogotá. «Adjuntar se nos figura inútil, una vez que hay incluir y otros modos de expresar lo mismo» (CUERVO, § 752).

Úsase también en el Ecuador. CEVALLOS, p. 30, le califica de intruso.

En Venezuela, RIVODÓ, p. 22. Michelena le reprueba (Pedantismo literario, p. 3).

Administrarse. pr. fam. Recibir el viático y la extremaunción. Hoy se ha ADMINISTRADO el enfermo.

Cuba. «Por antonomasia se refiere al Sacramento de la Extremaunción, hoy ADMINISTRARON á fulano» (PICHARDO, p. 5).

Ad nútum. exp. lat. Se remite en el Diccionario a Amovible ad nútum, y no se halla en AMOVIBLE. Salvá, en AMOVIBLE, trae la frase: «Se dice de aquellos destinos que no son fijos, y de que pueden ser removidos los que los obtienen sin que deba resultarles descontento ni ofensa».

La Academia dice «BENEFICIO AMOVIBLE AD NÚTUM. Beneficio eclesiástico que no es colativo, denotando la facultad que queda al que le da, para remover de él al que le goza».

Adobe. DESCANSAR HACIENDO ADOBES, fr. que equivale a la castellana Mientras descansas machaca esas granzas. Se dice cuando alguno, por voluntad o por fuerza, emplea en otro trabajo el tiempo destinado al descanso.

* Adobera. f. Queso hecho en forma de adobe.

Adonde. conj. caus. y cont. fam. Dado que, supuesto que, cuando.

«Alguna cosa grave le habrá acontecido adonde no ha llegado según me lo ofreció» (Astucia, tom. I, cap. 7, p. 121).

Adoquín. m. Aunque conforme a la etimología sólo puede ser de piedra, como dice la Academia, hoy se da también este nombre a los que se hacen de madera, o de asfalto comprimido.

Adulón, na. adj. Úsase también como sustantivo. Adulador; pero en sentido aún más despectivo. El adulador suele ejercer su mal oficio con personas principales, y procura disimularlo: el ADULÓN es más descarado y hace la barba en cualquiera ocasión a todo   —9→   aquel de quien aguarda el más pequeño provecho. Con igual terminación tenemos en el Diccionario acusón, muchacho que acostumbra acusar a los otros.


«Y tú, guapo Don Simplicio,
El ya libre, ya adulón,
Ya el padre de los donaires,
Ya el payaso, ya el simplón».


(Don Simplicio, dbre. 16 de 1846)                


«Hipócritas y adulones andaban siempre [los gatos] por el fogón» (DELGADO, La Calandria, XI).

En el Perú, ARONA, p. 10. En Chile, RODRÍGUEZ, p. 15; SOLAR, p. 19. En el Ecuador, CEVALLOS, p. 30; Mems. de la Acad. Ecuat., tom. II, p. 64. En el Río de la Plata, GRANADA, p. 71. En Venezuela: «El adulador puede serlo con una intención inocente, por cariño, por afecto sincero; mas el adulante, adulantón, adulón, se entiende que lo es en mal sentido, con bajeza siempre, con ruindad» (RIVODÓ, p. 42).

Cuba. PICHARDO, p. 30; MACÍAS, p. 18.

Aerimancia. f. ant. Aeromancia. «La tercera [devinatoria] Aerimancia, quiere decir adevinar por el aire, que en griego se llama Aer: que los vanos hombres paran mientes á los sonidos que se hacen en el aire cuando menea las arboledas del campo, cuando entra por los resquicios de las casas, puertas y ventanas, y por allí adevinan las cosas secretas que han de venir» (DR. PEDRO CIRUELO, Reprobación de las Supersticiones y Hechicerías, pte. II, cap. 4).

Aeróstato. m. Globo que se eleva en la atmósfera por tener un peso específico menor que el de ella.

Afanador, ra. m. y f. Persona que en establecimientos públicos, de beneficencia o de castigo, se emplea en las faenas más penosas.

Afanaduría. f. En las cárceles, hospitales, e inspecciones de policía, la pieza en que se reciben heridos o lastimados, y se les hace la primera curación, se depositan los cadáveres que llegan, etc.

Afectar. a. Apropiar, destinar una cosa a algún uso. Tiénesele por galicismo reprobable. Sin embargo, en el Diccionario de Autoridades hallamos: «Vale también Agregar, unir y apropriar alguna cosa á otra para que sea dueño de ella, como afectar una dignidad, un oficio, un patronato, etc. Lat. Annexum reddere. PELLICER, Argen. part. 2, folio 79. Siendo la mayor esperanza al robador de que gozando de tan Real thalamo tuviese causa de afectar la Corona y Monarchía francesa. MÁRQ., Gobern. Christ., lib. 2, cap. 3, § 1. No quiso que se afectase el reino á una familia cierta». En la segunda edición del tomo primero del mismo Diccionario se cambió la definición en esta otra: «Unir o agregar. Dícese más comunmente de los beneficios eclesiásticos. Annectere, alligare»; y se suprimió la cita de Pellicer, dejando solamente la de Márquez. En el Diccionario (vulgar) tiene AFECTAR por tercera acep. Anexar.

Úsanle también algunos en el sentido de tomar o remedar una cosa la forma o apariencia de otra: éste parece ser galicismo inútil.

«Carácter geológico ó de yacimiento, que consiste, no propiamente en la parte mineralógica, sino en la estratigráfica, ó sea la disposición afectada por las capas, bancos ó estratos en su natural superposición» (OROZCO Y BERRA, Hist. Ant., tom. II, p. 256).

Afecto, ta. adj. Destinado a algún uso u ocupación. V. AFECTAR.

Afligir. n. fam. Hacer fuego, desde una trinchera o mamparo, contra una persona o grupo que ataca a cuerpo descubierto. También apalear, golpear. Rige dativo de persona.

«Cada uno se atrincheró en una almena de la barda, y á cuantos desembocaban en la plaza les afligían de lo lindo» (Astucia, tom. II, cap. 6, p. 148).

Aflojar. n. En sentido absoluto, soltar el dinero.

«Eso es: Enrique es riquillo: que afloje» (FACUNDO, Las Posadas, III).

Perú. ARONA, p. 11.

Afollador. m. El que mueve los fuelles de una fragua.

Afrontilar. a. Atar una res vacuna por los cuernos al poste o bramadero, particularmente con objeto de domarla o de matarla para la carnicería.


«Daba vuelta al bramadero
Y allí muy quieto se estaba
Hasta que la afrontilaba
Agustín, ó el matancero».


(Chamberín, p. 6)                


Agachona. f. Ave acuática que abunda en las lagunas cercanas a México.

  —10→  

«Después de llenar el estómago con un par de agachonas» (PAYNO, Fistol, tom. III, capítulo 3).

Agarrada. f. fam. «Altercado, pendencia ó riña de palabras» (Dicc.) Entre nosotros no sólo es de palabras, sino también de obras.

«Se dieron los contendientes una buena agarrada en Acajete» (Astucia, tom. I, cap. 8, p. 136). [Se trata de una batalla].

Agarrar. a. No solamente le usamos mal, por coger, en muchas frases, sino que el vulgo hasta le da la acepción de tomar un rumbo: v. gr.: ¿Has visto por dónde se fue Juan? -Sí, señor; AGARRÓ para abajo.

Perú. «AGARRAR. De muy buen castellano es este verbo, y no hay de malo sino el abuso que de él hacemos, empleándolo constantemente por coger, verbo que parece no existiera para nosotros» (ARONA, p. 11).

Río de la Plata. «Asir ó tomar, aunque sea con las yemas de los dedos un finísimo pañuelo de ñandutí ó la flor más delicada. Lo mismo en toda América, según tenemos entendido. De más es decir que no abogamos por esta impropiedad» (GRANADA, p. 71).

AGARRARSE. pr. Contender, reñir de obra: Se AGARRARON a los golpes, a las patadas; y en ese mismo sentido le trae Terreros.

Agarrón. (De agarrar). m. Acción de agarrar con fuerza y dar un tirón.

«Y dándole un furioso agarrón de un brazo, que le hizo pegar un grito, se paró [puso en pie] más que de prisa» (Astucia, tom. I, cap. 14, p. 303).

V. CABRESTEAR.

Agorzomar. a. Acosar, fatigar, dar mucha prisa a alguno.

Agostadero. m. Lugar en que, por circunstancias particulares, se conservan mejor los pastos, y adonde se llevan los ganados que ya no encuentran de qué alimentarse en el punto de su habitual permanencia.

«El [ganado] ovejuno lo sacan sus dueños á extremo, que acá se dice agostadero [...] y allí los tienen hasta que llueve por esta tierra, que vuelven con ellos» (Descr. de Querétaro, 1582, MS.). «Los mejores agostaderos de los hacendados del reino caen en sus inmediaciones» (BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 30).

Agostar. n. Pastar durante la seca el ganado en rastrojos o prados reservados. Se conserva la palabra castellana; pero aquí no corresponde a los hechos, porque en agosto es ordinariamente la mayor fuerza de las lluvias, y por consiguiente los ganados no AGOSTAN en agosto, sino en el invierno y principios de la primavera.

AGOSTAR se llama también dejar descansar, en cualquier tiempo, las arrias o recuas, soltándolas al campo.

Agredir. (De agresión). a. Acometer a alguno con intención de herirle o matarle. Muy usado, particularmente en el foro. Sin duda se le ha inventado porque determina la significación de acometer. Nadie dirá que un ejército AGREDIÓ a otro. Con este verbo se da a entender que la agresión es personal, e indica también el principio del ataque. Si el AGREDIDO repele la fuerza con la fuerza, ya no se dice que AGREDIÓ, sino que acometió al agresor, o arremetió contra él. No es razón para desechar este verbo la circunstancia de ser defectivo, porque muchos de esta clase tenemos en castellano: ahí está transgredir, que la Academia anticúa. En caso necesario habrá de hacerse lo que con todos los defectivos: suplir con los de otro verbo los tiempos que les faltan, o emplear un rodeo. De todas maneras convendría conservar siquiera el participio, como adjetivo sustantivado, para hacer compañía a agresor: Él fue el agresor, y el otro el AGREDIDO.

«Ninguno de los agredidos escapó con vida» (OROZCO Y BERRA, Hist. Ant., tom. III, p. 450). «Verdad es que los agredidos no entendían la lengua extranjera» (ID., ib., tomo IV, p. 86). «Acometió ciego de ira contra los tres que lo agredían» (FACUNDO, Isolina, tom. II, cap. 2).

Bogotá. «Agresor y agresión nos han hecho formar agredir, verbo inconjugable en muchas de sus inflexiones, é inútil por existir acometer, atacar, embestir. Aunque en lo antiguo se usó transgredir, nos parece hallarse en el mismo caso, y cuando se nos ofrezca diremos violar, quebrantar, traspasar» (CUERVO, § 759).

Venezuela. «El Diccionario trae agresión y no agredir, y así como tenemos transgresión y transgredir, nos parece que ninguna dificultad hay para que pueda decirse también agredir. Sólo sí que debe observarse que tanto el uno como el otro son verbos defectivos, que   —11→   análogos á abolir, garantir, etc., no se conjugan sino en las inflexiones que tienen i, como agredí, agredimos, agrediera, agredido» (RIVODÓ, p. 42).

Tengo casi certeza de que AGREDIDO se usa igualmente en Cuba, pues aunque no le traen Pichardo ni Macías, le he hallado en un periódico de la Habana. Baralt propone la adopción de AGREDIR.

Agua. f. Trae el Diccionario «AGUA DELGADA. La que por contener una cantidad muy pequeña de materias extrañas presenta un peso específico próximo al del agua destilada». En México se bebe AGUA delgada y AGUA gorda. La primera es la que proviene de los manantiales de Santa Fe y de los Leones: su densidad a 9ºC es de 1,000267; la segunda proviene de los de Chapultepec: densidad a 22,5ºC 1,000280 (Farmacopea Mexicana, p. 132).

ECHAR AGUA ARRIBA A UNO, reprenderle severamente.

ESTAR COMO AGUA PARA CHOCOLATE, estar de picadillo, sumamente airado.

«Mi compañero, que lo había entendido, y estaba como agua para chocolate, no aguantó mucho» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, capítulo 3, p. 48). «Estoy como agüita para chocolate» (Astucia, tom. I, cap. 2, p. 33).

AGUANIEVE. f. Aunque nunca trae nieve, se llama así la lluvia menuda y continua que suele caer al fin de la estación de aguas. Úsase más en plural.

AGUAS FRESCAS o LOJAS: las compuestas con azúcar y el zumo de alguna fruta, o con la semilla llamada chía.

Cuba. «AGUALOJA. Bebida compuesta de agua, azúcar ó miel, canela, clavo, etc.» (PICHARDO, p. 6). MACÍAS, p. 26.

NO ES CAPAZ DE DAR AGUA AL GALLO DE LA PASIÓN, dícese del que es muy mezquino y egoísta.

NO BEBER AGUA EN ALGUNA PARTE es no poder ir a ella, por temor de caer en manos de la justicia el que ha cometido allí un delito.

«Y Vd. la vió? -Yo no, ya sabe usté que no bebo agua por la hacienda» (FACUNDO, Gentes, tom. II, cap. 16).

Aguado, da. adj. En la 11.ª edición del Diccionario se encontraba este adjetivo con la sola acepción de «El que no bebe vino», y fue suprimido en la 12.ª. Venía del Diccionario de Autoridades. Pudieran añadírsele otras dos: «Lo que no está espeso: caldo AGUADO, salsa AGUADA»; y «Lo que no tiene consistencia: sombrero AGUADO».

Aguador. m. En las haciendas el que cuida de las aguas para que no se extravíen o derramen, e impide que las roben.

Aguadura. f. Aquí no se conoce con este nombre la enfermedad de las caballerías descrita en el Diccionario, sino un absceso que se forma en lo interior del casco, y es muy frecuente.

Aguaje. m. Abrevadero: lugar adonde va a beber el ganado, sea corriente el agua, o recogida en presas o estanques. Este rancho tiene buenos AGUAJES.

«Donde el arroyo de S. Vicente corre por varias llanuras, que los patrios llaman marismas, fué preciso detenerse por estar distante el aguaje» (Gaceta de México, junio 1722). «Y que más adelante no hallaría cosa alguna por estar todo despoblado, á causa de faltar los aguajes» (BEAUMONT, Crón. de la Prov. de Mich., pte. I, lib. 2, cap. 11). «Pero en estos llanos no halló aguajes» (ID., ib., cap. 12). «Llamándole la atención algunas oficinas nuevas, bordos y presas para tener el agua para los riegos, y aguajes para el ganado» (Astucia, tom. II, cap. 2, pág. 62).

En el Río de la Plata dicen Aguada (GRANADA, p. 73).

2. El segundo barro muy blando y aguado que se pone sobre la azúcar para purgarla.

Cuba. PICHARDO, p. 6.

* Aguamiel. f. Savia o jugo del maguey que, fermentado, produce el pulque.

«Beben también una como aguamiel que sacan de los magueyes» (Descrip. de Tecuicuilco, 1580, MS.).

Aguardiente. m. Por antonomasia el de caña, que también se llama Chinguirito, nombre que no se usa en el comercio. El de España es nombrado Catalán.

Cuba. PICHARDO, p. 6; MACÍAS, p. 27.

* Águila. f. Moneda de oro que vale veinte pesos fuertes. Hay también medias águilas de valor de diez pesos.

  —12→  

Aguilita. m. Celador municipal: especie de mozo de oficio del Ayuntamiento. En otro tiempo, antes de la creación de los gendarmes, eran también agentes de policía. Dioles el pueblo ese nombre porque usaban, bordadas en el cuello, unas águilas pequeñas.

«Gendarmes, alguaciles, esos que llaman aguilitas, ó cualquiera otra clase de gentes con que mantener la seguridad personal» (MORALES, Gallo Pitagórico, p. 223). «El mal no se ha remediado, y los diurnos hacen lo mismo que los antiguos policías que llamaban aguilitas» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 19, nota). «La policía, es decir, los aguilitas, estuvieron alarmados, y comenzaron á observar los garitos y tabernas» (ID., ib., tom. II, cap. 12). «Los corchetes que nombran aguilitas cuyo oficio es extorsionar á los pobres indios traficantes y puesteras» (ID., Viaje a Veracruz, I).


«Maldígalo más quedo: es aguilita».


(Don Simplicio, tom. II, n.º 5)                


«Yo no sé si la vocación de mandar aguilitas y de presidir las funciones de teatro valga la pena de abandonar los asuntos propios y apechugar con la rechifla» (FACUNDO, Las prosperidades nuestras, I, p. 183).

* Agujas. f. pl. Maderos agujereados que se hincan en tierra, y pasando por sus agujeros unas trancas, sirven para cerrar entradas de potreros y sementeras, formar corrales volantes, etc.

En Cuba lo mismo. (PICHARDO, p. 8).

AGUJA DE JARETA, la larga, gruesa y roma que sirve para introducir el cordón o cinta en la jareta.

Agujerear. a. Para el Diccionario son sinónimos agujerar y AGUJEREAR. Acá les atribuimos significación diversa. Por agujerar entendemos hacer un solo agujero; y por AGUJEREAR, hacer muchos, lo cual va de acuerdo con la desinencia frecuentativa ear.

Ahorcado, da. m. y f. «Persona ajusticiada en la horca», dice el Diccionario; pero se da igual nombre al que todavía no ha sido ajusticiado: Ahí va el AHORCADO. Salió el AHORCADO a las siete, y le ahorcaron a las nueve. Salvá, conformándose con el uso, añadió la acepción «El que han de ahorcar», que la Academia no ha admitido, aunque puede comprobarse con el Quijote (pte. II, cap. 56): «Bien así como los mochachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado que esperan»; a lo cual anota Clemencín: «El AHORCADO. El reo que van á ahorcar. Dícese así vulgarmente, y se le llama ahorcado aun antes de que le ahorquen, y lo mismo se dice del azotado. Esto consiste en que no hay en castellano verbales ó participios de futuro, como no sea el ordenando». (También educando, y otros). El refrán que trae el Diccionario: «No llora, ó no suda, el AHORCADO, y llora, ó suda, el teatino», se muda aquí en No suda el AHORCADO, y suda su Reverencia. Ese mismo refrán comprueba la acepción añadida por Salvá, pues el ajusticiado, o castigado con la pena de muerte ya no llora ni suda. Por lo demás, en México no hay ya AHORCADOS, porque todas las ejecuciones capitales, sean de militares o de paisanos, se hacen pasando al reo por las armas. Debe añadirse que ni AHORCADO ni fusilado pueden tener acá género femenino, por estar abolida la pena capital para las mujeres.

Ahorcar. a. AHORCAR a alguno es valerse de su necesidad para hacerle pagar un interés excesivo por dinero que se le presta, o para comprarle alguna cosa en menos de su justo valor.

Ahorita. adv. t. dim. de Ahora, aun más del momento que ahora. Muy usado.

«Ahí van ahorita mi jefe» (Astucia, tomo II, cap. I, p. 5).

Perú. ARONA, p. 13. Cuba. PICHARDO, p. 8; MACÍAS, p. 32.

Aun se estrecha más el tiempo, diciendo ahoritita, como en Cuba ahoritica.

Ahoy. adv. t. vulg. Corrupción de Hoy. Úsase fuera de la capital (Estados de Morelos y de Veracruz).

«Lo que es yo te quedré siempre lo mismo que ahoy» (DELGADO, La Calandria, VIII). «¡Eso! Mira, Enrique; yo antes animaba á este: ahoy [en la segunda edición ahora] no» (ID., ib., XIX). «Ahoy te desprecio». «Te he amado con toditita mi alma; pero eso te mereces ahoy» (ID., ib., XXXIX).

Ahuate. (Del mex. auatl. MOL.). Espina muy pequeña y delgada que, a manera de vello, cubre algunas plantas,   —13→   como en ciertas especies de la caña de azúcar.

Ahuatentle. (¿Del mex. atl, agua, y tentli, labio, borde, orilla?). m. Zanja pequeña o surco en la orilla de una sementera de caña, que sirve para distribuir el agua a determinado número de surcos (Estado de Morelos).

Ahuauhtle. (¿Del mex. atl, agua; huautli, bledos?) m. Huevos del mosquito llamado axayacatl (coniza femorata), que los indios recogen en la laguna de Tetzcoco. Se comen guisados de diversas maneras. Los españoles le comparaban al caviar.

(OROZCO Y BERRA, Memoria para la Carta Hidrográfica del Valle de México, p. 152).

* Ahuehuete. (Del mex. ahuchuetl, de atl, agua; y huehue, viejo. Otros le dan diversa etimología. Cupressus disticha: Taxodium mucronatum). m. Árbol que crece en las orillas de los ríos, o en lugares pantanosos, y adquiere enorme corpulencia. Se les da también el nombre de sabinos, y suelen estar cubiertos de una parásita blanquizca, llamada impropiamente heno (tillandria usneoides). Son celebrados los del bosque de Chapultepec, inmediato a México, así como el de Atlixco, mayor aún; pero a todos excede el famosísimo del pueblo de Santa María del Tule, cerca de Oaxaca, que he visto. Habla de él Humboldt, y dice (Ens. Pol., lib. III, cap. 8, § 7) que es aun más grueso que el ciprés de Atlixco, que el dragonero de las islas Canarias, y que todos los boabales de África. Hay dibujo y descripción de este árbol estupendo en El Mosaico Mexicano (1841, tom. V, p. 77); y la misma descripción se incluyó, sin dibujo, en el Diccionario Universal de Historia y de Geografía (supl. tom. I, p. 236); pero ni dibujos ni descripciones pueden dar idea de ese coloso vegetal; es preciso verle.

Ahuevado. m. Cierto adorno de los trajes, por lo común de la misma tela que ellos, plegada de modo que forme unos como huevos.


«Tiene su túnico angosto
Con ahuevados y cola».


(G. PRIETO, Musa Callejera, «Romance», p. 237)                


Ahuizote. (Del mex. ahuitzotl). m. Animal anfibio, que aún no se sabe a punto fijo cuál es. «Cierto animalejo de agua como perrillo», dice Molina. Hernández (p. 78, ed. rom.) cree que puede colocársele en el género de las nutrias. Clavigero le describe de este modo: «El ahuitzotl es un cuadrúpedo anfibio que por lo común vive en los ríos de las tierras calientes. El cuerpo tiene un pie de largo, el hocico es largo y agudo, y la cola grande. Tiene la piel manchada de negro y pardo» (Storia ant., lib. I, § 10). «Anfibio común en los ríos de la tierra caliente, y raro en los lagos de México: se le llama perro de agua» (E. MENDOZA, Cat. de palabras mex.). Este animal daba materia a los mexicanos para muchas consejas y supersticiones, que el P. Sahagún refiere así:

«Hay un animal en esta tierra que vive en la agua y nunca se ha oído, el cual se llama Avitzotl, es del tamaño como un perrillo: tiene el pelo muy lezne y pequeño; tiene las orejitas pequeñas y puntiagudas, así como el cuerpo negro y muy liso, la cola larga, y al cabo de ella una mano como de persona; tiene pies y manos, y son como de mona: habita este animal en los profundos manantiales de las aguas, y si alguna persona llega á la orilla de donde él habita, luego le arrebata con la mano de la cola, y le mete debajo del agua y lo lleva al profundo: luego turba á ésta y le hace vertir y levantar olas: parece que es tempestad de agua, y las olas quiebran en las orillas y hacen espuma; y luego salen muchos peces y ranas de lo profundo, andan sobre la haz de la agua, y hacen grande alboroto en ella; y el que fué metido debajo allí muere, y de ahí á pocos días el agua arroja fuera de su seno el cuerpo del que fué ahogado y sale sin ojos, sin dientes y sin uñas, que todo se lo quitó el avitzotl: el cuerpo ninguna llaga trae, sino todo lleno de cardenales. Aquel cuerpo nadie le osaba sacar; hacíanlo saber á los sátrapas de los ídolos, y ellos solos le sacaban, porque decían que los demás no eran dignos de tocarle, y también decían que aquel que fué ahogado, los dioses tlaloques habían enviado su ánima al paraíso terrenal [...]. Decían también que usaba este animalejo de otra cautela para cazar hombres cuando ya mucho tiempo hacía que no había cazado ninguno, y para tomar alguno hacía juntar muchos peces y ranas por allí donde él estaba, que saltaban y andaban por el agua, y los pescadores, por codicia de pescar aquellos peces que parecían, echaban allí sus redes, y entonces cazaba alguno, ahogábale, y llevábale á su cueva. Decían que usaba otra cautela este animalejo, que [...] salíase á la orilla   —14→   del agua y comenzaba á llorar como niño, y el que oía aquel lloro iba, pensando que era realidad, y como llegaba cerca del agua, asíale con la mano de la cola, y llevábale debajo de ella, y allá le mataba en su cueva» (Hist. Gen., lib. XI, cap. 4, § 2).

Sin duda que la perversa índole atribuida al animalejo fue causa de que en las pinturas aparezca como símbolo infausto y anuncio de calamidades. Se ignora por qué tomó el nombre de Ahuitzotl el octavo rey de México, y a fe que le cuadró a maravilla, porque se señaló por sus continuas guerras y por la multitud de víctimas humanas que hizo sacrificar, particularmente en la dedicación del templo mayor de México, con lo cual tenía hostigado al pueblo, y su nombre se hizo tan aborrecible a propios y extraños, que ha venido a significar «el que molesta y fatiga á otro continuamente y con exceso» y así decimos todavía: Fulano es mi AHUIZOTE.

«El nombre de Ahuitzotl se usa como proverbio, aun entre los españoles de aquel reino, para significar un hombre que con sus molestias y vejaciones no deja vivir á otro» (CLAVIGERO, Stor. ant. del Messico, lib. IV, § 26). «Él se hizo mi íntimo amigo desde aquella primera escuela en que estuve, y fué mi eterno ahuizote» (PENSADOR, Periquillo, tom. I, cap. 6, p. 59). «Él es mi ahuizote, sin duda: es otro Doctor Pedro Recio» (ID., ib., cap. 11, p. 140). «Los violinistas son su ahuizote» (FACUNDO, Mariditos, cap. 6). «Hoy todavía, como herencia de los tiempos antiguos, cuando una persona nos molesta atosigándonos de una manera insoportable, acostumbramos decir: fulano es mi ahuizote» (OROZCO Y BERRA, Hist. Ant., tom. I, p. 447).

Incluye este nombre D. Juan Fernández Ferraz en sus Nahuatlismos de Costa Rica, y le da la significación de agüero, creencia vulgar, brujería.

Cuba. MACÍAS, p. 32.

Aindiado, da. adj. Que tira a indio: semejante a los indios en color y facciones. Salvá dice que es voz de Cuba; mas no la trae Pichardo. Macías la da (p. 33); pero cree que no es sólo de Cuba, sino general en América; y añade que en Cuba es precisamente en donde menos se emplea; lo cual es muy creíble, pues no ha quedado allá indio alguno.

Río de la Plata. GRANADA, p. 78.

Aire. m. En el juego del monte se llama así la salida de dos cartas de igual clase, como dos reyes, dos sotas, etc., cuando se sacan para el albur. (V. en el Dicc. ENCUENTRO, 5.ª acep.).

VOY AL AIRE, fr. fam. que sirve para expresar que se consideran igualmente malas dos cosas y no se sabe cuál de ellas elegir.

EN TANTO QUE EL AIRE, fr. fig. y fam. En un instante.

«Mira qué sermón tan largo nos ha echado en tanto que el aire» (PENSADOR, Quijotita, cap. 21). «En tanto que el aire se hizo la hijuela ó partición de bienes» (ID., Periquillo, tom. II, cap. 4, pág. 60).

2. Enfermedad que paraliza alguna parte del cuerpo. Le dio un AIRE.

Cuba. PICHARDO, p. 8; MACÍAS, p. 33. Canarias. «Cierta parálisis ligera: tiene un aire: le dió un aire. Es corriente también en Andalucía» (ZEROLO, p. 56).

Aislador. m. Dase especialmente este nombre a la pieza de vidrio que se coloca en el extremo superior de los postes en las líneas telegráficas para sostener el alambre y aislarle.

* Ajolote. (Del mex. axolotl. SIM. MEND. Proteus Mexicanus. LL. Siredon Humboldti. DUM.). m. Animal acuático que pertenece al orden de los batracios; vive en el valle de México y en otros lugares de la República. En circunstancias especiales pierde las agallas, y se trasforma en animal terrestre. Su carne se usa como alimento y como medicina.

HERNÁNDEZ, p. 316, ed. rom.; SAHAGÚN, lib. I, cap. 13; lib. VII, cap. 2; lib. XI, cap. 3, § 5; CLAVIGERO, lib. I, § 13; OROZCO Y BERRA, Mem. para la Carta del Valle de Méx., p. 150.

«Habiendo bajado las aguas, produjo la tierra en sus cienos sabandijas, culebras, ranas, ajolotes, sapos, murciélagos» (MOTA PADILLA, Hist. de la N. Galicia, cap. XI , n.º 10). «Ministran á los rústicos habitantes cultivadores una pesca abundante de pescaditos, ajolotes, acociles y ranas» (FACUNDO, Ensalada de Pollos, tom. II, cap. 8).

Alabado. m. Cántico devoto que en algunas haciendas acostumbran entonar los trabajadores al comenzar y al terminar el trabajo.

Chile. RODRÍGUEZ, p. 20.

  —15→  

Alabar. n. En las haciendas, cantar el alabado.

Alacranado, da. adj. ant. Inficionado de algún mal.

«Los [indios] que vuelven á sus casas vienen tan alacranados que pegan la pestilencia que traen á otros, y así va cundiendo de mano en mano» (MENDIETA, Hist. Ecles. Ind., libro IV, cap. 37).

Alacre. (Del lat. alacer o alacris). adj. Alegre y presto para hacer alguna cosa.

Ya que el Diccionario ha dado cabida a Alacridad, bien pudiera entrar también ALACRE, como los ingleses tienen alacritas y alacrious. No conozco otra voz que le equivalga exactamente.

Alagartarse. pr. Apartar la bestia los cuatro remos, de suerte que disminuye de altura.

Alamedero. m. Guarda de una alameda.

«La criada se miraba en el niño, lo cual no era un obstáculo para que el alamedero se viera en la criada» (FACUNDO, Chucho, tom. I, cap. 1). «Por lo que toca al pobre alamedero» (ID., ib., tom. I, cap. 12).

Alarma. En México se usa en todas sus acepciones como femenino.

«La voz alarma no es en su origen sino el grito ó señal que se da para llamar á las armas: usóse después sustantivamente escribiéndose las dos partes componentes en una sola palabra. Por tanto creemos puesto en razón darle el género masculino, como lo hace la Academia; no obstante es de advertirse que otros diccionarios, acordes con un uso bastante general, lo hacen femenino: en Martínez de la Rosa se nos ofrece por el pronto el siguiente ejemplo: Un déficit de cincuenta y seis millones causó vivas alarmas» (Espíritu del Siglo, lib. I, cap. 4, en una nota). (CUERVO, § 172).

Alátere. m. «Á LÁTERE. fig. y fam. Persona que acompaña, constante ó frecuentemente á otra. Se toma á veces en mala parte». Así el Diccionario. Considerando a ALÁTERE como junta de dos palabras latinas, castellanizada ya, puede tener plural, ALÁTERES, que es como la trae Salvá, y comúnmente se usa. Pero decir y escribir adlátere y adláteres es, aquí y en España, un desatino justamente censurado por Cuervo (§ 375), quien añade, y es cierto, que para comprender la razón de la censura basta haber pisado los umbrales de una clase de menores.

«El pollo, por su parte estaba diciendo á su adlátere». «Pidió auxilio á sus adláteres». «A la prima que estrenó el vestido de la esposa, y á todos sus adláteres». «Para hacer exactamente lo que ellos hicieran en materia de obsequiar debidamente á sus adláteres» (Escritor mexicano contemporáneo).

V. TINTERILLO.

Albardón. m. Nombre que se da a la silla de montar inglesa, llana y sin borrenes.

Albazo. m. Aunque el Diccionario le pone nota de anticuado, no lo es aquí, sino de uso constante en vez de alborada, acción de guerra al amanecer. Siempre se entiende por caer de sorpresa sobre el enemigo.

Lo mismo en el Ecuador. (Mems. de la Acad. Ecuat., tom. I, página 56).

Alborotarse. pr. Animarse, inquietarse con la perspectiva de una diversión u otro goce que se desea con ansia. Es el Embullarse de Cuba.

«Y eso que todavía no les ha acabado la modista sus vestidos color de oro viejo, por lo que están tan alborotadas» (FACUNDO, Fuereños, cap. XII).

Alboroto. m. Lo mismo que Embullo en Cuba. Animación, predisposición con entusiasmo para la diversión, bulla, fiesta u obsequio que se prepara o se espera.

Albortante. m. Candelero sin pie, de una o más luces, que comúnmente se fija en la pared. Dase asimismo tal nombre a los brazos de un candelabro o de una lámpara. También se halla escrito arbortante y abortante. La definición de CANDELABRO en el Diccionario incluye la de albortante, sin distinguirlos.

La descripción de albortante presenta cierta analogía con la de arbotante en lenguaje náutico, pues según el Diccionario Marítimo es «todo trozo ó pieza de madera ó hierro que sale del cuerpo principal del buque, ó de otro objeto á que está hecho firme, para sostener cualquiera cosa». Así como el arbotante marino es una pieza horizontal que avanza fuera de la nave para sostener   —16→   cualquier cosa, del mismo modo el brazo de candelabro sale del pie de éste, de la lámpara o de la pared, para sostener una luz.

«Tiene distribuidas [la lámpara] cuarenta y dos arandelas en sus bien trazados albortantes, en forma de azucenas» (Gaceta de México, julio 1733). «Ese mismo día se estrenó [en la Catedral] la insigne lámpara [de plata] de peso de dos mil seiscientos marcos, compuesta de vaso tan capaz, que tiene diez varas y media de circunferencia, y tres y media de diámetro, adornada por sus exteriores de curiosos sobrepuestos, primorosas molduras, prolijas cornisas, agraciados visos, airosos remates, pulidos escudos, unos de S. Pedro con la tiara y llaves encrucijadas, y otros de S. M., con la corona, leones y castillos dorados; observando en sus adornos, tamaños y medidas el mismo orden el manípulo, y uno y otro en su circunferencia, y las sólidas cadenas (que son en forma de cartones encontrados, y en su centro ó mediación abrazan siete lamparines), toda proporción en la distribución de setenta y dos arbortantes y arandelas que le adornan; toda esta máquina pende de una cadena de fortaleza correspondiente á el peso de más de cincuenta arrobas, y de lucimiento igual á alhaja tan prodigiosa» (Gaceta de México, agosto 1733). [Según Sedano en sus Noticias de México, tenía de alto esta famosa lámpara ocho varas y media; de circunferencia diez y media: era toda de plata, en gran parte sobredorada, y pesaba 87 arrobas 11½ libras: costó 71.343 pesos 3 reales. La cadena de hierro que la sostenía pesaba 62 arrobas 10 libras. Vi muchas veces esa lámpara en su lugar: se deshizo y fundió en 1838 por orden del Cabildo, que no halló, según parece, otro recurso que destruir esta preciosa alhaja, para costear, con su producto, la compostura de los arcos torales de la iglesia, maltratados por el temblor de tierra de 23 de noviembre del año anterior]. «Lleva cincuenta y cuatro arandelas con otros tantos abortantes» (Gaceta de México, agosto 1729). [Este pasaje se refiere a la lámpara de la Colegiata de N.ª S.ª de Guadalupe, también de plata, y muy semejante a la de la Catedral, aunque más pequeña, pues sólo pesaba diez y ocho arrobas. No existe]. «En este mismo día, en la capilla de los alabarderos, en la iglesia de S. Agustín, estrenó la Virgen de la Concepcion dos albortantes de plata» (Diario del ALABARDERO, 1792, p. 381). «Había algunos arbotantes de hoja de lata con unas velas que ardían en la noche» (PAYNO, Fistol, tom. II, cap. 12). «El queso [...] seguía diseminado en la sala, sobre los sillones, en la moldura de los cuadros, en los albortantes de los candelabros» (FACUNDO, Baile y Cochino, cap. 9). «Había además encendidos cuatro candelabros ó albortantes de pared, de siete luces cada uno» (ID., Jamonas, tom. I, capítulo 12).

* Albricias. f. pl. Llaman así los fundidores a los agujeros que dejan en la parte superior del molde para que salga el aire al tiempo de entrar el metal; y se les da este nombre porque cuando asoma por ellos el metal es prueba de que el molde está lleno, y saldrá bien la fundición.

Alcalde. m. ALCALDE DEL MES DE ENERO. La persona que recién entrada en un cargo demuestra gran rectitud y actividad. Dícese así como anunciando que a poco minorarán una y otra, según de ordinario acontece. En igual sentido trae el Diccionario La justicia de Enero.

* Alcantarilla. f. Pilar de mampostería que sirve para recibir y repartir las aguas potables. Viene a ser una especie de cambija.

Alcoba. f. Tertulia sin aparato oficial, que daban los virreyes en su palacio.

«Fueron recibidos con gran benevolencia, convidando S. E. á estos señores para las noches de Pascua á la alcoba que ha de haber en dicho real palacio, cuya práctica es en algunas salas diversión de juego, en otras música, y otras para conversación, ministrándoseles con profusión exquisitos refrescos» (Diario de CASTRO SANTA-ANNA, 1756, tom. III, p. 75). «En el real palacio han concurrido dichas noches muchas señoras principales y sujetos de distinción, con motivo de las alcobas, en que han sido muy divertidos y obsequiados» (ID., ib., p. 76). «S. E. se halla perfectamente restablecido: continuó en las alcobas con crecidas asistencias de señoras y sujetos principales» (ID., ib., 1757, tom. III, p. 81). «Al anochecer de este día, por convite de SS. EE. para alcoba, concurrieron en el real palacio muchas señoras de distinción, á quienes se ministró un amplio refresco; y sabiendo SS. EE. la destreza con que manejaba el violín el Sr. Conde de San Mateo de Valparaíso, le pidieron hiciera alarde de su habilidad, lo que practicó con grande aire; y habiendo concluido comenzó el festejo con un gran golpe de música, que duró hasta la media noche» (ID., ib., 1758, tom. III, p. 217).

Alcohólico, ca. adj. Causado por el alcohol, como locura ALCOHÓLICA.

«Y al experimentar los primeros síntomas del envenenamiento alcohólico...» (FACUNDO, Jamonas, tom. I, cap. 14).

2. Concerniente al alcohol.

«La estadística alcohólica» (FACUNDO, Dos millones de pesos, p. 83).

  —17→  

Alcorozado. m. Hueco que queda entre dos vigas, en la parte de ellas que descansa sobre la pared. Otros dicen Encorozado. En Andalucía hemos oído llamar a estos huecos alcautas.

«Unas golondrinas anualmente anidaban en el mismo alcorozado; ó para hablar con más claridad, en el intermedio formado entre dos vigas [...] porque los alcorozados eran muchos y muy contiguos» (ALZATE, Gaceta de Literatura, 21 de nov. de 1788).

Alebrestarse. pr. No tiene aquí ninguna de las acepciones que le da el Diccionario, sino la de alarmarse, alterarse, alborotarse, por sospecha de algún daño próximo.


«Los clérigos se alebrestan
Y ya no dicen amén».


(Don Simplicio, enero 2, 1847)                


Bogotá. «Al animarse, erguirse, encabritarse ó alborotarse de los caballos y otros animales, suelen algunos, ignorantes de que se dicen lo contrario, llamar alebrestarse, verbo que denota el echarse en el suelo pegándose contra él á modo de las liebres (del cual nombre se deriva), y, por extensión, acobardarse» (CUERVO, § 475).

Según el Diccionario es «echarse en el suelo, pegándose contra él como las liebres, y por extensión acobardarse». «En Venezuela se usa en el sentido de avisparse, erguirse, animarse, que es lo contrario» (RIVODÓ, p. 268).

Alegrón. m. Aficionado a galanteos.

«Yo comencé á ser menos alegrón» (Astucia, tom. II, cap. 1, p. 17). «Es cierto que ha sido alegrón; pero nada más» (FACUNDO, Isolina, tom. II, cap. 5).

2. En Tabasco, una de las cosechas del cacao, que se hace de octubre a diciembre.

«En Tabasco regulan tres cosechas, que son: alegrón de octubre hasta diciembre: invernada á marzo: cosechas en junio ó julio» (ALZATE, copiado en el Dicc. Univ. de Hist. y de Geog., Apénd., tom. I, p. 420).

Alesna. f. DOS ALESNAS NO SE PICAN, ref. con que se denota que cuando dos tratantes son igualmente astutos y versados en su negocio, no puede el uno engañar al otro.

Alhondigaje. m. Derecho de alhóndiga.

«Que no se cobren [á los indios] alcabalas ni alhondigajes» (MOTA PADILLA, Historia de la N. Galicia, cap. XVII, n.º 7).

Alianza. f. Unión, 11.ª acep. Anillo que suelen usar los casados, y sirve para la ceremonia del casamiento. Hácese de dos argollas, comúnmente de oro, en tal disposición, que reunidas forman una sola, y en el interior se graban los nombres de los contrayentes y la fecha de la boda.

Aljedrez. m. vulg. Ajedrez. (Dicc. Marít.).

Bogotá. CUERVO, § 692. Ecuador. CEVALLOS, p. 32.

Alma. f. El Diccionario trae «¡Alma mía!» y «¡Mi alma!» como «expresiones de cariño». Entre nosotros es tan prodigado el Mi ALMA, particularmente por la gente del pueblo, que no se oye otra cosa, y ha llegado a formar una sola palabra con plural en el sustantivo, sin llevarle en el pronombre.

«Yo por mí ni ato ni desato; ni quito ni pongo; no soy ni mono ni carta blanca, mialmas» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 11).

Cosa semejante hallamos en el Diccionario: «Como UNAS MIALMAS, expresión familiar de agrado y satisfacción que se aplica á personas y cosas».

ALMA GLORIOSA. La niña vestida de blanco el día que hace la primera comunión, o asiste a ciertas festividades religiosas.

«Venían atras [en la procesión] niñas vestidas con trajes blancos y coronadas de flores, y á quienes todo el mundo convenía en llamar almas gloriosas» (FACUNDO, Chucho, tom. I, cap. 4).

Almácigo. m. Por esta voz entendemos lo que el Diccionario llama almáciga: «lugar donde se siembran las semillas de las plantas para trasplantarlas después á otro sitio».

Lo mismo en el Perú (ARONA, p. 18), y en Chile (RODRÍGUEZ, p. 23).

* Almaizal. m. Humeral, paño de hombros. «Paño blanco, recamado de oro, que se pone sobre los hombros el sacerdote, y en cuyos extremos envuelve ambas manos para coger la custodia en que va el Sacramento, y llevarla de una parte á otra, ó manifestarla á la adoración de los fieles» (Dicc.).

Parece que nuestra acepción no es propia solamente de México, como la   —18→   califica el Diccionario, pues Terreros dice que se usa «en algunas partes».

Almática. f. ant. Dalmática (Salvá).

«La capa no hay razón para prohibirla en nuestras casas [...] ni las almáticas» (MENDIETA, apud Cód. Mend., tom. I, p. 80).

Almatroste. m. Armatoste.

Lo mismo en Colombia (CUERVO, § 685), y en Chile (RODRÍGUEZ, p. 23).

En Venezuela, Armastrote (RIVODÓ, página 244).

Almendra. f. «Cada una de las piezas de cristal cortadas en diversas formas, y comunmente en la de poliedro, que se cuelgan por adorno en las arañas, candelabros, etc.» (Dicc.). Esta acepción faltaba en el Diccionario y fue propuesta por la Academia Mexicana, considerándola como propia de México, aunque ya la había dado Salvá sin nota de provincial o anticuada. Comúnmente no se cuelgan solas las almendras, sino que a cada una de ellas se agrega una mamadera o prisma. También se unen unas a otras para formar sartas y adornar con éstas las arañas.

«El acompañamiento de faroles adornados con penachos de cristal en hilos, y con almendras y prismas colgantes» (FACUNDO, Chucho, tom. I, cap. 4). «Tapones y prismas de cristal, almendras de candelabro» (MICRÓS, Ocios y Apuntes, p. 149).

HACERSE DE LA MEDIA ALMENDRA, hacer melindres, rehusar fingidamente una oferta que agrada.

«Vaya, niña, Vd. de á tiro quiere hacerse de la media almendra» (PAYNO, Fistol, tomo I, cap. 11).

Almíbar. En México se usa como femenino, y lo mismo en Bogotá, según Cuervo (§ 173), quien cita una autoridad de Moratín (N.), en confirmación de nuestro uso.

Almofrej. m. Aquí se pronunciaba siempre Almofrez, y así le traen Salvá en su Diccionario, y Alcedo en su Vocabulario de voces americanas. El objeto y el nombre han caído ya en desuso.

«Anoche se me huyó el mozo con la mula del almofrés, y me dejó sin un real» (PENSADOR, Periquillo, tom. IV, cap. 10, págs. 137-138).

Bogotá. «A veces se vuelve á la querencia del origen: el shin árabe se representó primeramente por x y hoy por j en la voz almofrej, única forma canonizada por la Academia: no obstante almofrez está muy generalizado, y Salvá le ha puesto en su Diccionario» (CUERVO, § 688).

Almohacear. a. Almohazar.

Almohada. f. Nadie llama por acá ALMOHADA a la «funda de lienzo en que se mete la almohada», sino que siempre se nombra funda de ALMOHADA.

Almonedero. m. Que hace almonedas.

«Nos metimos en el coche con el almonedero, que ya estaba aburrido de esperarme» (PENSADOR, Periquillo, tom. III, c. 5, p. 90).

V. CONSTANCIA.

Almorzada. f. Esta palabra (en la acepción que aquí le damos) falta en el Diccionario, lo mismo que merendada, cenada, paseada, pues da solamente andada, como anticuada, por «viaje, camino, paso». Como en su lugar diremos, aquí no es anticuada, y se toma por el acto de andar un trecho largo. Paseada es un paseo agradable. ALMORZADA, merendada y cenada son el acto de almorzar, merendar o cenar abundantemente y con agrado. En tal paraje dimos una buena ALMORZADA.

Almuercera. f. Mujer del pueblo que en las puertas de tiendas, zaguanes o accesorias pone cazuelas con algunas viandas apetitosas, y aun las prepara allí mismo.

«Las almuerceras obran de distinto modo en la apariencia [...] pues aunque no llaman con la boca á los que pasan, provocan su apetito con más arte, poniendo en sus puertas las cazuelas de sus almuerzos ó meriendas, muy olorosas y compuestas con ramilletes de rábanos y lechugas [...]. ¿No es verdad que estas tales se parecen á nuestras almuerceras» (PENSADOR, Quijotita, cap. 9).

Almuercería. f. Puesto de la almuercera.

«Tuve que pasar por la Alcaicería, donde saben Vdes. que hay tantas almuercerías» (PENSADOR, Periquillo, tom. III, cap. 5, página 77). «Iba al cuartel algunas veces, y otras á las almuercerías» (ID., ib., tom. III, cap. 10, p. 177). «Hasta sueño la fiesta de Santiago, y hasta las almuercerías de las Cañitas y de Nana Rosa» (ID., ib., tom. IV, capítulo 2, p. 23).

Alo. m. «Méj. Papagayo grande», dice el Diccionario en la 12.ª edición, y es copia exacta del artículo de Molina.   —19→   En la anterior se había puesto «Allo. m. En México, Guacamayo». Sahagún (lib. XI, cap. 2, § 2) describe el Alo. Si alguna vez ha corrido aquí entre españoles esa voz puramente mexicana, de lo cual no tengo prueba, hoy nadie la conoce y debe desaparecer del Diccionario.

Alrevesado, da. adj. vulg. Revesado.

Alto, a. adj. Distante, en tiempo o lugar, como cuaresma o Pascua ALTA, la que cae más lejos del principio del año: ALTAS horas de la noche, las que distan más del anochecer: ALTA mar, «la parte del mar que está á bastante distancia de la tierra» (V. el art. MAR en el Diccionario). Covarrubias, verb. ARRIBA, dice que en opinión de algunos no se dice ALTA mar porque esté distante de la tierra, sino porque allí es profunda.

Altos. m. pl. Tratándose de casas, ALTO viene a ser en España sinónimo de piso. Entre nosotros no se usa en tal sentido, sino en el de «La parte alta de una casa», y siempre en plural, aunque se trate de un solo piso: Fulano ocupa los ALTOS de tal casa. En México hay casas entresoladas, que son las de un solo piso al nivel del suelo, o poco elevado sobre él; si hay encima otro, éste se llama los ALTOS, y entonces el piso inferior toma el nombre de bajos, sea que sirva de habitación, o que esté ocupado por establecimientos mercantiles: Fulano tiene su tienda en los bajos de tal casa. La mayoría de las casas consta todavía de estos dos pisos solamente; pero ya se van construyendo con más; entonces el piso inmediato al suelo conserva el nombre de bajos; el que le sigue es entresuelo, y el último principal. Rara vez hay otros.

Las casas entresoladas se llamaban antiguamente en Madrid casas a la malicia, porque las construidas así se libraban de la cama de aposentos.

Perú. «Los altos llamamos en Lima al primer piso de las casas, que es el único, porque no se edifican varios, como en otras partes. Los bajos ó piso del suelo son lo que los franceses denominan rez-de-chaussée» (ARONA, p. 19).

Alzarse. pr. Fugarse y hacerse montaraces los animales domésticos. Ganado ALZADO. En sentido figurado dícese de las personas que se ensoberbecen e insolentan. El Diccionario trae en igual sentido ALZARSE a mayores.

Cuba. PICHARDO, p. 16.

Amachinarse. pr. fam. Traele Salvá como provincial de América, y le da la correspondencia de «amigarse, amancebarse». Así se entiende en algunos de nuestros Estados; pero en México suelen darle la acepción de encapricharse, aferrarse al propio dictamen, acaso aludiendo a la proverbial obstinación del macho o mulo. En otras repúblicas hispanoamericanas significa también amancebarse. En Chile, RODRÍGUEZ, p. 25. En el Ecuador, CEVALLOS, p. 33, quien cree que viene del quichua. V. asimismo Mems. de la Acad. Ecuat., tomo I, p. 57.

Amanezca. f. fam. El amanecer. Usado por los pobres con referencia a los primeros gastos del día, y suelen decir: Con esto tengo para la AMANEZCA.

«Lo primero que hago es rehundir y esconder seis ú ocho realillos para la amanezca, de la primera ingeniada que tengo» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, cap. 2, p. 37). «Será probablemente un pobrete que, como dice esta gente de juego, viene á sacar la amanezca» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 26). «¿Qué anda Vd. haciendo? Nada, os dice un barbón: ando tras de la amanezca» (FACUNDO, Isolina, tom. II, cap. 12, p. 206). «Pues vea Vd., señor; á lo menos se vive, se busca la amanezca» (ID., Gabriel, tom. I, cap. 9).

Amanezquero. m. fam. El que no tiene oficio ni beneficio, y saca del juego o de otro mal arbitrio lo necesario para pasar cada día. Desusado hoy.

«Yo no pasaba de lo que llaman amanezquero: apenas afianzaba dos ó tres pesos, los rehundía, sacaba mi puro, y me lo iba á chupar á la calle» (PENSADOR, Catrín, cap. 7, p. 221).

Amansador. m. Por antonomasia, picador, el que doma y adiestra potros.

Chile. RODRÍGUEZ, p. 25. Ecuador. CEVALLOS, p. 33.

Amarrar. a. Usado casi exclusivamente entre nosotros por atar.

«Me juzgaron ladrón y ya querían amarrarme»   —20→   (PENSADOR, Catrín, cap. VII, página 223). «Mis abuelas y otras viejas del antiguo cuño querían amarrarme las manos ó liarme como un cohete» (ID., Periquillo, tomo I, cap. 1, p. 4). «¡Qué bueno hubiera sido que mi madre me hubiera quebrado en la cabeza cuanta silla había en la sala, y bien amarrado me hubiera despachado al primer cuartel!» (ID., ib., tom. I, cap. 10, p. 122). «Le amarró la corbata» (Astucia, tom. I, cap. 15, p. 326).

2. Obligar, atraer, fascinar.

«La compañía de uno de ellos, me deleita, me engolosina, me amarra» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, cap. 3, p. 47). «Con este modo amarraba más y más á su marido» (ID., Quijotita, cap. 33, p. 452).

3. También trabar y asegurar una pared con otra, o una cuarteadura, atravesando losas o piedras que entren en ambas partes.

CARA AMARRADA decimos, en vez de envuelta, entrapajada.

«Tenía la cara amarrada, y en la oreja descubierta le vi el otro arete igual al que yo tenía en la bolsa» (Astucia, tom. I, cap. 14, p. 296).

Parece que en otras tierras hispanoamericanas se hace igual uso o abuso de este verbo.

Bogotá. «Dilatamos demasiado la significación de amarrar, cuyo sentido propio es atar y asegurar por medio de cuerdas, maromas, cadenas, etc., en fin, como lo dice la palabra, por medio de amarrar. Así pues, se peca contra la propiedad cuando se dice "amárrese Vd. la corbata"; ó que alguno "tiene la cabeza amarrada": según el caso, serán preferibles atar, entrapajar, vendar, ceñir». (CUERVO, § 424).

Perú. «AMARRAR. Manera llana y vulgar de expresarnos en muchos casos en que bastaría atar [...]. Amarrar se usa en lo figurado de una manera más original todavía. Tener ó estar con la cara amarrada, es tenerla ó traerla ceñida, fruncida. Amarrarse la corbata, por atársela. Figurado: amarrarse los pantalones, prepararse con toda energía para una grande empresa» (ARONA, p. 21). [Acá decimos amarrarse los calzones, por desplegar energía. V. CALZÓN, en el Diccionario].

Chile. «Se usa disparatadamente en casos como los que siguen: "El diputado que intente contestar ese discurso tendrá que amarrarse bien antes los calzones". "Es el D. Anacleto tan dejado de la mano de Dios, que en los cincuenta y tantos años que lleva sobre el espinazo, no ha podido aprender todavía á amarrarse la corbata". "La infeliz debe de vivir mártir de sus muelas, porque de los doce meses del año, seis á lo menos la veo con la cara amarrada (RODRÍGUEZ, p. 26).

Cuba. «Este verbo marítimo está tan generalizado, que ha dejado sin uso el de atar» (PICHARDO, p. 17).

AMARRAR UN NEGOCIO, disponerle de modo que el éxito no esté sujeto a contingencias.

Cuba. (PICHARDO, ubi supra).

Escritura bien, o muy, AMARRADA, la que contiene cuantas cláusulas son necesarias para no dar lugar a interpretaciones o subterfugios.

Terreros nos da razón a todos, pues dice sencillamente: «AMARRAR, atar cualquier cosa». Mas no creo que su autoridad baste a legitimar el uso del verbo, en amarrar la corbata, y otras frases semejantes.

Amarre. m. Lo que sirve para AMARRAR. Es preciso poner unos AMARRES en esta cuarteadura. Esta silla tiene AMARRES de plata.

Amasia. f. Usadísimo, sobre todo en el foro, por querida, concubina.

«Sacaron de la cárcel de corte, para ahorcarlo, á un indio; y á una mujer, que era su amasia, á la vergüenza» (Diario del ALABARDERO, 1784, p. 185). «Fué ahorcado en la plaza mayor Rafael González, matador de su amasia» (ID., p. 198). «Esta Anita era la [...] amasia del patrón ó del mendigo mayor» (PENSADOR, Periquillo, tom. I, cap. 8, p. 134).


«La amasia tiene del amor la palma
La corona doméstica la esposa;
Á una el cuerpo se da, y á la otra el alma».


(EL NIGROMANTE, en Don Simplicio, tom. II, n.º 5)                


Hállase asimismo en el género masculino, aunque rara vez.

«Que los vió por San Miguel el Grande; que ella ya estaba al caer; que la dejó su amasio arrimada en casa de unos conocidos» (Astucia, tom. II, cap. 7, p. 188).

Amasiato. m. Concubinato. Vivía en AMASIATO. Poco usado, y solamente en el foro.

Amasijo. m. Por «Pieza donde se amasa», no es sólo provincial de Andalucía: úsase asimismo en México.

«Salía después de cerrar la tienda, con pretexto de ir al amasijo» (Astucia, tom. I, capítulo 3, p. 145).

Amate. (Del mex. amatl, papel, porque los indios le hacían de su albura). Ficus benjamina, LINN. m. Árbol hermoso que se encuentra con abundancia   —21→   en las regiones cálidas de la República mexicana. El jugo lechoso de estos árboles se usa por la gente vulgar como resolutivo. Hay dos especies de AMATES: el blanco y el negro.

Hernández (lib. II, cap. 113-133) trata del Amaquahuitl (árbol del papel) y de sus muchas especies. En el cap. 113 describe la manera de fabricar el papel que usaban los indios.

Ambón. m. «Cada uno de los púlpitos que se hallan á uno y otro lado del altar mayor, y desde los cuales se cantan la epístola y el evangelio» (Dicc.).

«Se pusieron los ambones en su lugar, y los renovaron de color de jaspe y oro» (Diario de GUIJO, 1659, p. 341). «En el ambón del evangelio leyó en voz alta el Lic. D. Tomás de la Fuente [...] los testimonios de tres bulas» (Diario de ROBLES, 1701, tom. II, p. 317). «Pidió á S. Illma. la bendición, y habiéndola obtenido, se fué al ambón y cantó el evangelio» (ID., ib., 1702, tom. II, p. 354). «Estrenáronse ya en esta Santa Iglesia [de Puebla] los ambones y púlpito de piedra jaspe, fabricados á lo liso para mayor lucimiento del bruñido» (Gaceta de México, julio 1732). «El 20 de Octubre del mesmo año [1585] concluyó su publicación [del Concilio Tercero Mexicano] en el ambón de la epístola» (ID., dbre. 1738). «Siendo de la misma especie dos ambones ó púlpitos que á los lados del presbiterio se fabricaron para cantar epístola y evangelio» (Diario de CASTRO SANTA-ANNA, 1756, tom. III, p. 69).

Esta voz apareció por primera vez en la duodécima edición del Diccionario, aunque, como se ve, es bien antigua, a lo menos por acá.

Amelcocharse. pr. Tomar cualquier dulce el punto alto y pegajoso de la melcocha.

Cuba. PICHARDO, p. 17.

Americanismo. m. Predilección por lo americano.

Ameritado, da. adj. Lleno de méritos y servicios: El AMERITADO general fulano.

Ameritar. n. Merecer, dar mérito o motivo para una cosa. Usado, particularmente en periódicos; pero inútil. Sólo le traemos para hacer notar que Rivodó (p. 22) le cuenta entre los «usados generalmente, aunque faltan en el Diccionario».

Amestizado, da. adj. Que tira al mestizo; semejante a él en color y facciones.

Amo. m. NUESTRO AMO. Título que se da comúnmente al Santísimo Sacramento.

«Una luz amarilla, una vela de la Candelaria, otra de Nuestro Amo y una lamparita de aceite de olivo» (FACUNDO, Chucho, tom. II, cap. 9). «¿Quién trae vela de Nuestro Amo? dijo una señora» (ID., Gentes, tom. II, capítulo 5).

NUESTRO AMO llamaban los marineros al contramaestre. (Dicc. Marít.).

El AMO GRANDE. Dios. Es del estilo familiar, y más usado entre la gente del campo.

«¿Y tú á quién te diriges? -Hombre, primeramente al Amo grande, al Sagrado Misterio de la Trinidad y su Divina Providencia» (Astucia, tom. I, cap. 7, p. 133).

El refrán del Diccionario: «Quien á muchos AMOS sirve, á alguno, ó á unos ú otros, ha de hacer falta», le usamos en esta forma.: Quien a muchos AMOS sirve, con alguno queda mal.

Amolar. a. Fastidiar, molestar mucho, causar grave perjuicio. Úsase también como pronominal. Es voz baja, y aun indecente, de que nunca usa la gente bien educada.

«Haremos una rifa, y al que le toque se amuela» (Astucia, tomo I, cap. 7, p. 129). «Sólo el capricho de amolarlos y hacerlos entrar al orden me ha hecho conservarme en el puesto» (Id., tom. II, cap. 12, p. 372).


   «Su administrador creyó
Tener en mí una espía,
Me amolaba noche y día,
Y de aburrirme trató».


(Chamberín, p. 11)                



   «Y lo poco que libré
En Anzaldo lo dejé
Donde otra vez me robaron,
Mi caballo se llevaron,
Y entonces sí me amolé».


(Id., p. 46)                


ESTOY AMOLADO, dicen los del pueblo para denotar que están muy pobres, abatidos, de capa caída.

Perú. «AMOLAR. Es indudable que lo empleamos en su buena acepción española cuando lo tomamos, que es siempre, por cargar ó molestar. Lo único notable es que digamos así constantemente, mientras los españoles dicen moler con la misma constancia» (ARONA, página 25).

Cuba. «Vulgar é indecente, que significa   —22→   molestar con pertinacia, perjudicar. Úsase también como recíproco» (PICHARDO, p. 17). MACÍAS, p. 67.

Maracaibo. «Amolar á alguno es una repugnante metáfora. Déjese la amoladura para las armas é instrumentos; los hijos de Adán toleraremos cuando más que nos muelan la paciencia, nos perjudiquen, ó cosa semejante» (MEDRANO, p. 19).

Canarias. «v. a. Fastidiar, 2.ª acep. También se usa como reflexivo. Lo hemos oído igualmente en la Península» (ZEROLO, p. 57).

Amole. (Del mex. amulli, jabón. MOL.). m. Con este nombre se conocen varias plantas de diversas familias cuyos bulbos y rizomas se usan como jabón. Del sapiendus amolli, árbol de la familia de las sapindáceas, se aprovechan las semillas (AMOLE de bolita), y de la polianthes tuberosa los bulbos o cebollas. Por lo general a las plantas sapindáceas se da en la República el nombre genérico de AMOLES. Hernández (I, 184-187) menciona el AMOLLI, y dice que limpia tan bien como el jabón; salvo que la ropa lavada con él causa cierta comezón. Menciona asimismo el amolxochitl seu flos amolli, el quilamolli y el chichicamolle.

«Ansimismo llevan tea y amole, que es una raíz que sirve entre ellos de jabón, y entre nosotros la usamos» (Descr. de los Peñoles, 1579, MS.). «Y al parecer de la dicha raíz [...] es como un lirio del campo, y tiene una cepa como cebolla, con mucha raíces, y un ástil que sale della hacia el cielo, el cual parece como ástil de gamonita de España, y en el cabo de él echa ciertas flores que tienen la semilla como grano de mostaza, y de esta raíz usan como jabón, y así hace su operación» (Descr. de Amula, 1579, MS.). «También hay en dicho territorio y en la provincia de Amula otro árbol que lleva por fruto unas como bellotas ó avellanas, que llaman acmuli, que sirven de jabón deshechas á golpes de piedra, y limpia la ropa como si fuese jabón, de cuyo nombre toma la denominación la provincia de Amula; y es diverso este fruto acmuli de otra raíz que hay en muchas partes de la [Nueva] Galicia; del mismo nombre y de la misma virtud de limpiar como el jabón» (MOTA PADILLA, Hist. de la N. Galicia, cap. XIX, n.º 12).

Amontonarse. pr. Reunirse varios para acometer a uno solo. V. MONTONERO.

Amor. m. UNA COSA ES EL AMOR Y EL NEGOCIO ES OTRA COSA, ref. que enseña que cuando se interpone el interés se hace a un lado la amistad.

AMOR Y ABORRECIMIENTO NO QUITAN CONOCIMIENTO. «Pasión no quita conocimiento». (Dicc.) fr. proverbial con que se manifiesta imparcialidad.

¿CUÁNDO AMORES?, frasecilla muy vulgar con que en cierta manera se niega alguna cosa.

«Si yo quisiera casarme, ya ves tú que me sobran novios [...] pero eso de que yo les dé mi palabra, ¿cuándo amores?» (PENSADOR, Quijotita, cap. 20).

POR AMOR DE, por causa de. Los andaluces dicen por mor de.

«Item: que ponga encima de la dicha carne, cuando estoviere en las dichas escarpias, unos paños limpios por amor de las moscas» (Actas del Cabildo de México, 7 de mayo de 1527). «No acertó á venir más presto; por amor de unas ciénegas y esteros que pasó» (BERNAL DÍAZ, Hist. verd., cap. 31).

Amorrinar. a. ant. Matar, aturdir con un golpe o más en la cabeza. Es el francés Assommer.

«Algunos que habían subido y pensaban que estaban libres de aquel peligro, había en las calzadas grandes escuadrones guerreros que los apañaban é amorrinaban con unas macanas» (BERNAL DÍAZ, Hist. verd., cap. 128).

Amplificación. f. Reproducción, en tamaño mayor, de una fotografía pequeña. Comúnmente la AMPLIFICACIÓN de un retrato es del tamaño natural.

Ampón, na. adj. Ahuecado, abultado. Refiérese al traje de las mujeres, y a éstas cuando así lo usan.

«Se encontró con la tal Amalia que andaba en las calles muy ampona, buscando pichones» (Astucia, tom. I, cap. 14, p. 295). «En la calle se presentaba de traje blanco muy ampón» (Id., p. 297). «Vestía llevando varias faldas, quiere decir, que aun permanecía ampona á pesar de la moda» (FACUNDO, Fuereños, cap. VIII). «Las costeñas, huéspedes y primas de Camilo, y amigas de Arévalo, muy amponas y dengosas» (DELGADO, La Calandria, XVII). «Diéronle un abrazo de rodillas para hacer menos amponas las enaguas» (MICRÓS, Ocios y Apuntes, página 182).


«La del zapato blanco y de bufanda,
De enagua ampona y lúbrico descote».


(G. PRIETO, Poesías festivas, «Contra el gran tono», p. 87)                


Amularse. pr. Volverse mula una cosa; hacerse invisible. Muy usado en el comercio.

«AMULAR, voz antigua que significa ser   —23→   inútil ó estéril, no servir de cosa, como se saca del refrán que dice: Ni tan vieja que anule, ni tan moza que retoce» (TERREROS).

Ancas vueltas (Dar). Conceder una ventaja en cualquier juego; sobresalir en él. Metáfora tomada de las carreras de caballos, que los rancheros suelen ajustar con la condición de que al partir tenga uno de los caballos la cabeza al frente y el otro en dirección contraria, de suerte que para emprender la carrera ha de dar media vuelta.

«Si duras otro poco en la hacienda, á todos nos has de dar ancas vueltas» (PENSADOR, Periquillo, tom. I, cap. 8, p. 86). [Esto es, has de ser más diestro que nosotros].

Anclote. m. Barril pequeño en que ordinariamente se envasan las aceitunas y los vinos exquisitos. Poco usado.

Ancón. m. No es sólo «Ensenada pequeña», sino también cualquier rincón o ángulo entrante en los edificios, y aun en las heredades.

Anchar. a. Más usado que ensanchar. No está en el Diccionario.

A semejanza de ensanchar tenemos en castellano ensangostar, totalmente anticuado, aunque la Academia no le ponga tal nota. Este verbo perdió el ens que conserva ensanchar.

Bogotá. «Al modo que de angosto nace angostar, de ancho hubiera de decirse anchar, como se hace entre nosotros: no obstante, lo castizo es ensanchar» (CUERVO, § 754).

Perú. «Aunque conocemos muy bien, y hasta usamos el verbo derivado de ancho que es ensanchar, no cabe duda que quien priva con nosotros es anchar, y que el otro sólo se usa en lo moral: ensanchar el ánimo» (ARONA, p. 28).

Venezuela. «Es forma tan correcta como ensanchar que trae el Diccionario» (RIVODÓ, p. 136)

Ancheta. f. La última acepción que le da el Diccionario, de «Beneficio ó ventaja que se obtiene en un trato», no esta aquí en uso.

No es mala ANCHETA, o Vaya una ANCHETA, se dice de las cosas estorbosas o inútiles, y de los encargos molestos.

Cuba. «Cosa ó negocio pequeño ó malo (irónicamente). Así se dice: ¡qué ancheta! ¡buena ancheta!» (PICHARDO, p. 17). MACÍAS, p. 71.

Venezuela. «Como más se usa esta voz es en el significado de broma, mal negocio: quizá esto sea la última acepción que le da el Diccionario, tomada en sentido irónico» (RIVODÓ, p. 246).

Río de la Plata. «Acción ó dicho simple, desairado, de ninguna oportunidad ó importancia. Úsase en expresiones como las siguientes: ¡qué ancheta! ¡vaya una ancheta!» (GRANADA, p. 83).

En el Ecuador significa, al contrario, buen negocio (Mems. de la Acad. Ecuat., tom. I, p. 58), y lo mismo en el Perú (ARONA, p. 29).

Andada. f. No es aquí anticuado por paseo algo largo.

«Lorenzo, luego que llegó á las haciendas, les dió una andada» (Astucia, tom. II, capítulo 13, p. 387).

Andancia. f. Enfermedad reinante, pero no grave. En el Diccionario hallamos: «Correr una constelación ó ser constelación, fr. que se dice cuando reina alguna enfermedad epidémica».

«Aquí me tiene Vd. sufriendo de este catarro: la andancia, señorita» (MICRÓS, Ocios y Apuntes, p. 79).

Venezuela. «Por epidemia, enfermedad reinante en una población; especialmente se dice de las de poca trascendencia, como catarros, constipados, etc. Á nuestro modo de ver es vocablo analógico, y como tal aceptable» (RIVODÓ, p. 45).

Andante. m. Entre rancheros, caballo.

Andar. a. y n. «Ir de un lugar á otro dando pasos» (Dicc.). Se puede ANDAR sin dar pases, pues se dice ANDAR en coche, a caballo. Tal vez esto se incluya en la acepción de recorrer; pero no lo parece

ANDE VD., ÁNDELE, fr. fam. que se usa para animar a que se haga alguna cosa.

«Ande Vd., le dijo á la del rebujo. Este ande Vd. es la frase consagrada de la galantería de zarape: ande Vd. quiere decir "beba Vd."; ó bien "¿Usted gusta de beber?" ó "beba Vd. sin cumplimientos"» (FACUNDO, Baile y Cochino, cap. 7). «Marcelino levantó el vaso, y le dijo: ande Vd., D.ª Guadalupe» (ID., Ensalada de Pollos, tom. I, cap. 10). «Yo quiero la espada: ándale [dámela]» (MICRÓS, Ocios y Apuntes, p. 196).


«Para animar allí á alguno
Que no peque de atrevido,
Lo mismo para negocios
Que para pegarse un tiro;
Como palabra suprema
En uno y otro sentido,
Para decidirle pronto
Le dicen: ándele, amigo».


(SOMOANO, p. 32)                


  —24→  

YA LE ANDA, YA LE ANDABA, fam., está o estaba en grande apuro.


«Por miedo de su coyote
No saco mi chivo al agua:
L'otro día que lo saqué,
¡Pobre chivo! ya le andaba».


(Copla popular)                


Anexionar. a. Dice Rivodó que «se aplica especialmente cuando se trata de países ó territorios» (p. 23). Aquí usan también algunos de este verbo totalmente inútil, pues no dice más ni menos que Anexar.

Ánforas. f. pl. Urnas o vasos donde se depositan las cédulas en las elecciones.

Ángel patudo. «Persona que, según quien así la llama, está muy lejos de tener la inocencia ó buenas cualidades que otros le atribuyen». Esto dice el Diccionario. Aquí se entiende más bien por ÁNGEL PATUDO, un muchacho talludo que conserva aires y costumbres de niño. Y suele decirse: ÁNGEL PATUDO, que quiso volar y no pudo.

HACER ANGELITO A UNO, es no ponerse luto por él cuando muere.

¡Angela María! Usado como interjección para denotar que se aprueba alguna cosa, o que se cae en la cuenta de algo, se oye tanto en México como en Bogotá (CUERVO, § 433).

Cuba. «Frase familiar en Puerto Príncipe para manifestar que se aprueba completamente lo dicho ó lo hecho» (PICHARDO, p. 18). MACÍAS, p. 74, dice que se usa en toda la isla.

Canarias. «loc. fam. Así es. También expresa admiración» (ZEROLO, p. 57).

Angustiado, da. adj. Corto, estrecho; como término ANGUSTIADO.

Ánima. SABER HASTA DONDE PENAN LAS ÁNIMAS, saberlo todo.

«¡Hombre! dijo Alejo, que te acompañe Pepe, que sabe hasta donde penan las ánimas» (Astucia, tom. I, p. 132).

Animal. m. Muchas veces usamos esta palabra genérica en el sentido especial de bicho o sabandija. Le picó un ANIMAL. No me gusta la tierra caliente por los ANIMALES.

Perú. ARONA, pp. 32, 52.

Animalada. f. fam. Machada (2.ª acep.), necedad.

«¡Hombre! no digas animaladas» (TRUEBA, Cuentos color de rosa, «Juan Palomo», IV).

Anona. f. Se llama así el fruto de la anona glabra, LINN., de la familia de las anonáceas, árbol que abunda en las regiones no muy calientes de la República mexicana. Tiene bastante analogía con la chirimoya; de la cual se distingue, entre otros caracteres, por el color amarillo de la cáscara, el blanco amarillento de la pulpa y la menor consistencia de ésta.

Anquera. f. Especie de caparazón de cuero sujeto al borrén trasero de la silla, con que se cubre el anca del caballo y baja hasta cerca de los corvejones. El borde inferior se guarnece con una hilera de piezas pequeñas de hierro colgantes a manera de campanillas, llamadas higas. Sirve para amansar potros, enseñándolos a derribar, y para defensa del caballo en las corridas de toros. Hoy apenas se usa.

Ante. m. Postre que se hace de bizcocho, mezclado con dulce de huevo, coco, almendra, etc. Poco se usa ya.

«Otros dicen que hubo cincuenta [platillos] de diversas viandas, así de pescados exquisitos como de carnes y aves diferentes, con tres antes y cinco géneros de dulces» (Diario de ROBLES, 1702, tom. II, p. 362)


«El turrón, los merengues,
Los dátiles cubiertos,
Los postres y los antes
De mantequilla y huevo».


(Don Simplicio, abril 10, 1847)                


Anteado. SI NO HUBIERA MALOS GUSTOS NO SE VENDIERA LO ANTEADO. ref. que enseña que por la diversidad de gustos, todas las cosas encuentran quien las elija.

Antellevar. a. fam. Llevar ante sí, atropellar.

Antellevón. m. fam. La acción y efecto de antellevar.

Antepecho. m. El tablero fijo que comúnmente se coloca en la parte alta de las vidrieras, para disminuir la altura de las hojas movibles. Es nombre corriente; pero muy mal aplicado.

  —25→  

Anticonstitucional. adj. Contrario a la Constitución del Estado.

Anticonstitucionalmente. adv. m. De una manera anticonstitucional: infringiendo la Constitución del Estado.

Antiguo. a. adj. Antepuesto al nombre, significa lo mismo que ex en su segunda acepción. ANTIGUO alumno del Colegio de S. Ildefonso.

Antuviado, da. adj. ant. Precoz.

«Por ser ese árbol tan antuviado, el hebreo le llama el velador ó madrugador». «Que es lo que ya tenemos apuntado arriba, temiendo que los tales ingenios antuviados en las disciplinas, ó han de parar en desvanecimiento ó locura, ó en muerte» (COVARRUBIAS, verb. ALMENDRA).

Apachurrar. a. Despachurrar.

Perú. ARONA, p. 33.

Apagón. adj. Aplicado al puro o cigarro, el que se apaga con frecuencia, ya por mala calidad del tabaco, o por defecto de la fabricación. Se dice también del carbón.

Cuba. PICHARDO, p. 19; MACÍAS, p. 80.

Los rancheros llaman APAGÓN al caballo que parte con gran ligereza; pero a poco se cansa y afloja en la carrera.

Apaninarse. (De panino). pr. poc. us. Acostumbrarse al clima, usos y costumbres de una tierra el que no es natural de ella: aclimatarse.

«Aunque al principio tuvo algunas calenturas, muy pronto se apaninó» (Astucia, tomo II, cap. 10, p. 330).

Apantallado, da. adj. Bobo, mentecato, parado.

«Á fuerza este apantallado les ha de haber dicho quiénes son Vdes.» (Astucia, tom. I, cap. 14, p. 298). «Le estafó á su apantallado amante cuanto constituía el haber de una honrada anciana y dos inocentes huérfanos» (Id., tom. II, cap. 2, p. 57). «Desde que José se llevó á esa dómina anda el hombre más apantallado» (Id., tom. II, cap. 7, p. 178).

Apantle. (Del mex. apantli, acequia de agua). m. Cualquier caño descubierto que sirve para conducir agua. Úsase más en el Estado de Morelos.

«Después de fabricado el cajón, se elige un sitio cómodo inmediato á algún venero ó apantle, con el fin de dirigir á su interior una poca de agua perenne» (ALZATE, Gaceta de Literatura, enero 2, 1794). «Sin dejar de seguir el apantle, llegas al Buen Suceso» (Astucia, tom. I, cap. 6, p. 119). «Cargué con aquello y me fuí para el apantle» (Id., tom. I, capítulo 16, p. 381). «Yo le robé á Vd. su chiquilla del apantle» (Id., p. 386). «Se van desfilando con calma por todo el apantle» (Id., tom. II, cap. 8, p. 272).

Apañalarse. pr. Acogerse a algún lugar cómodo y seguro. Poco usado.

«Pío, al gastar el dinero de su padre, no le pesó su conducta anterior, y Blanco, padre é hijo, se apañalaron cariñosamente en el regazo de la fortuna» (FACUNDO, Ensalada de Pollos, tom. II, cap. 1).

Apartadero. m. Acción y efecto de apartar o separar los animales de diversas edades, o los que han de llevarse a otro lugar. Hoy se hizo el APARTADERO de los toros vendidos.

Apartado. m. Operación de apartar metales.

2. El edificio en que se hace esta operación.

Apartador. m. Dábase al director de la oficina del Apartado el título de «Apartador General por S. M. del oro y plata de todo este reino», y era uno de los ministros de la Real Casa de Moneda (Ordenanzas del Apartado [1784] tít. I, cap. 1).

«En México está junto á la parroquia de Santa Catarina Mártir la casa y horno del Apartador» (BETANCURT, Theatro Mexicano, pte. I, trat. 2, cap. 1, n.º 46).

Apartar. a. Operación de extraer el oro contenido en las barras de plata.

«En los demás reales de minas se saca plata con mucho oro, como se ve en el Apartado, que halló industria la curiosidad para apartar en un horno, con agua fuerte, el oro de la plata» (BETANCURT, Theatro Mexicano, pte. I, trat. 2, cap. 1, n.º 46).

Apastillado, da. adj. De color blanco con un tinte rosado.

«Los colores de la flor son el blanco, amarillo y carmín; y de estos tres colores resultan otros medios, como son naranjado, apastillado, etc.» (ALZATE, Gaceta de Literatura, marzo 24, 1794).

Apastle. (Del mex. apaztli). m. Lebrillo hondo de barro colorado. Los hay de todos tamaños.

«Sabed (decían) que vendrá una gente barbuda que traerán cubiertas las cabezas con unos como apastles (que son los barreños ó lebrillos de barro)» (MENDIETA, Hist. Ecles. Ind., lib. III, cap. 2).

Apealar. a. Sujetar a un animal   —26→   echándole un peal. Por corrupción dicen algunos apialar.

Río de la Plata. «Cuando se quiere matar para comer, enlaza un hombre á caballo la res por las astas ó cuello, y otro la apeala, que es enlazarla por el pie, y estirando opuestamente, la sujetan y degüellan (AZARA). Se apeala para matar una res, ensillar un potro, y cualquiera otra operación que lo requiere» (GRANADA, p. 84).

Apeñuscarse. pr. Apiñarse, apretarse cosas o personas, oprimiéndose unas con otras.

«Antes se apeñusca y endurece de tal manera, que con gran trabajo y dolor se purga» (J. B. POMAR, Rel. de Tezcoco, p. 62). «Y como están todos en pie y apeñuscados al tiempo de la bendición...» (MENDIETA, Hist. Ecles. Ind., lib. IV, cap. 19). «Bajan por una real escalera de dos andenes, como la de Aracœli de Roma; patios y escalera llenos de gente apeñuscada, con sus ramos en las manos» (ID., ib.). «Patios y escalera todo lleno de gente apeñuscada con sus ramos en las manos» (TORQUEMADA, Mon. Ind., lib. XVII, cap. 7). «Recibiendo besos de los viejos, hombres, mujeres y muchachos, que se apeñuscaban para tener ese gusto» (Astucia, tom. II, cap. 11, p. 354).

Bogotá. «También se oye decir apeñuscar; pero no en el sentido de apañuscar que le da el Diccionario de Autoridades y reproduce Salvá, sino en el de apiñar que nos ofrece el siguiente lugar de Ambrosio de Morales, citado en el primero: Allí hechos una muela y apeñuscados, pasamos casi toda la noche» (CUERVO, § 676). [El mismo Sr. Cuervo me ha hecho notar que ese pasaje de la Crónica de Morales (lib. IX, cap. 7, fol. 237, ed. 1574) pertenece a la traducción del famoso privilegio de los votos del Rey Ramiro, que en latín se encuentra en la España Sagrada (XIX, 331), donde se ve que aquel pasaje corresponde al latino «in una mole congregati», lo que no deja duda del sentido del otro].

Ecuador. CEVALLOS, p. 34; Cuba. PICHARDO, p. 30; MACÍAS, p. 82.

Venezuela. «Apeñuscar equivale á apañuscar. Aquella forma consta en la primera edición del Diccionario de la Academia, lo mismo que el participio ó adjetivo apeñuscado. Sin embargo, generalmente se usa en sentido equivalente á apiñar, apiñado» (RIVODÓ, p. 136).

Veamos ahora algo de la historia de estos asendereados verbos. Covarrubias no da ni uno ni otro. En la primera edición del tomo primero del Diccionario de Autoridades no hay el infinitivo apañuscar, sino únicamente el sustantivo apañuscador, «la persona que coge y agarra entre las manos alguna cosa, ajándola y manoseándola». Viene luego APEÑUSCAR, con definición semejante a la dada en apañuscador; sigue el participio APEÑUSCADO, «cogido y apretado entre las manos», y allí está el lugar de Ambrosio de Mor ales copiado por el Sr. Cuervo. En la segunda edición del mismo tomo aparece apañuscar, definido, en sustancia, como el APEÑUSCAR de la anterior. De este último verbo dice «lo mismo que apañuscar». El texto de Morales desapareció, como era natural, porque lejos de autorizar la definición la desautorizaba. Salvá no hace más que atenerse a esta segunda edición. Terreros trae el apañuscar, que define, poco más o menos, como la Academia, y pone luego en el lugar correspondiente APEÑUSCAR, con simple remisión a apelmazar y apañuscar. Extraño es que APEÑUSCAR no haya tenido cabida en el Diccionario vulgar, estando ya, aunque mal definido, en las dos ediciones del de Autoridades, en Terreros, en Salvá y en el lugar de Ambrosio de Morales que la Academia misma había alegado. En vez de retirarle, pudo aceptar la voz y autorizarla con él y con el de Torquemada (plagio del de Mendieta) que arriba citamos. Es de suponerse que éste le era conocido, pues pone la Monarquía Indiana en la lista de obras elegidas para autoridades (2.ª edición). Estos textos eran suficientes para probar que APEÑUSCAR era verbo castellano y de otra significación que apañuscar, por lo cual era necesario definirlos separadamente; pero hubo de parecer mejor echar fuera el pobre APEÑUSCAR juntamente con sus autoridades, y dar la preferencia a apañuscar, casi falto de ellas.

Ejemplo es éste, entre muchos, de que no debe declararse ligeramente que una voz es provincialismo nuestro o disparate vitando, sólo porque no aparece en el último Diccionario. Ciertamente que ni Morales, ni Mendieta, ni Torquemada aprendieron aquí el APEÑUSCAR o APEÑUSCARSE, ni de acá pasó a Colombia, al Ecuador, a Venezuela y a Cuba.

  —27→  

Apero. m. «Conjunto de instrumentos y demás cosas necesarias para la labranza» (Dicc.) Acá entran en el APERO las mulas y bueyes, y aun se da especialmente tal nombre al conjunto de esos animales.

* Apersogar. a. Atar un animal para que no se huya.

Venezuela. «No es voz mejicana, como dice el Diccionario, sino castellana pura, formada por el estilo de apercollar. Además, su aplicación no se limita, como indica el Diccionario, á "atar un animal para que no se huya", sino que es extensiva á otros muchos casos» (RIVODÓ, p. 48).

* Apiñonado, da. adj. De color parecido al del piñón: dícese por lo común de las personas ligeramente morenas.

«El cutis de Aurora no era de ese blanco de alabastro, que es tan raro en los climas tropicales, sino de ese color que los pisaverdes llaman apiñonado» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 3).

Aplaco. m. ant. Aplacamiento.

«Pareciéndoles que en ello está el aplaco de la persona á quien van á hablar, y el buen despacho de lo que pretenden» (TORQUEMADA, Mon. Ind., lib. XIV, cap. 9).

Aplomo. (Del fr. aplomb). m. neol. Serenidad, seguridad con que se dice una cosa. Dijo con grande APLOMO aquel disparate. Parece galicismo excusado, por más que le traiga Salvá, como neol., en la acepción de tacto, tino, cordura.

«Esta es cuestión de astucia, de sagacidad, de aplomo. -En hora buena, tendré aplomo, tendré sagacidad» (FACUNDO, Gabriel, tomo I, cap. 4). «¡Qué naturalidad, qué aplomo, qué sencillez!» (ID., ib., tom. I, cap. 8). «Ya había logrado Zubieta recobrar todo su aplomo» (ID., ib.).

RIVODÓ (p. 48) aprueba el uso de esta voz.

Apolismar. a. vulg. Magullar, lastimar el cuerpo sin sacar sangre.

Cuba. PICHARDO, p. 20; MACÍAS, p. 82.

V. APORISMARSE, en el Diccionario.

Aporcar. a. El Diccionario entiende por APORCAR, «cubrir con tierra ciertas hortalizas [...] para que se blanquezcan y pongan tiernas». Para nosotros es semejante a Acollar, y significa arrimar tierra al pie de las plantas en una sementera, para que en vez de estar en el surco queden en el camellón.

Cuba. «En esta isla no se entiende cubrir con tierra, sino arrimarla al rededor del vegetal tierno, como el maíz, cuando principia á levantarse, para sostenerle mejor y fertilizarle» (PICHARDO, p. 20).

Aporque. m. Acción y efecto de aporcar.

Aprecio. m. Muy usado por caso. No hacer APRECIO, no hacer caso.

«Sin hacer el menor aprecio de su mal» (PENSADOR, Quijotita, cap. 5). «El único medio de curar ó precaver esta costumbre es no hacer aprecio de sus llantos» (ID., ib., capítulo 11). «Ninguno de ellos [de los camaradas] me hacía el menor aprecio, y aun se desdeñaban de saludarme» (ID., Catrín, cap. 6, p. 212).


«Con mucha serenidá
Lo oyó el loro, no hizo aprecio:
Ya se ve, que de esto al necio
¿Qué cuidado se le da?».


(ID., Fáb. 36)                



«Fortuna, no te hago aprecio,
Porque al fin eres mujer».


(PLAZA, «A la Fortuna»)                


«No hizo mayor aprecio de tales declaraciones» (ROA BÁRCENA, Lanchitas, p. 140).

Aproximación. f. En las loterías, los números anterior y posterior al que obtiene el premio mayor, y que suelen tener señalado otro mucho menor. A veces son más las APROXIMACIONES.

Aproximativo, va. adj. En castellano es «lo que aproxima», según el Diccionario. En tal sentido creo que rara vez habrá necesidad del vocablo. El Diccionario de Autoridades no le trae. Nosotros le usamos en el sentido de aproximado, y Salvá le acepta: «lo que se aproxima ó acerca, como cálculo aproximativo». Le hallamos también en Chile (RODRÍGUEZ, p. 32).

Apruebo. m. ant. Provecho: calidad de ser provechoso, de probar bien.

«A la redonda grandes sabanas ó dehesas do pastan mucha suma de mulas de las minas de Tasco y otras partes, que se ponen muy gruesas, y es de mucho apruebo para ellas» (Descr. de Iguala, 1579, MS.)

Apuntarse. pr.. Hablando del trigo y otras semillas, comenzar a germinar, sin haberlas sembrado: nacerse.

Aquerenciado, da. adj. El Diccionario le da como anticuado, por enamorado. Hoy se aplica al animal que ya   —28→   adquirió querencia, y en estilo festivo a las personas.

Ecuador. CEVALLOS, p. 35.

Aquexala (pronunciado aqueshala). f. Gavilán (4.ª acep.). El hierro en figura de paleta que se coloca en el extremo inferior de la garrocha, y del cual se sirve el gañán para despegar la tierra que se adhiere al arado.

Aquiles. m. met. En las discusiones suele darse este nombre al argumento aducido como concluyente.

«Nombre que se da en las Escuelas al principal argumento de cada doctrina ó cuestión» (TERREROS).

Arandela. f. «Amér. Chorrera y vueltas de la camisola». Así el Diccionario, fundado probablemente en la autoridad de Alcedo (Vocab.), quien restringe el uso de esta voz a la América Meridional. Podrá tener razón en ello; y encuentro que en el Ecuador (CEVALLOS, p. 35) significa «cenefa, gayadura, guarnición». Pero es conveniente advertir que en México (que también es parte de América) no se conoce semejante acepción.

Araña. f. Mujer pública, ramera.

«¡Arre! atrevidote! ¿Te figurarás que soy una de esas arañas de la calle?» (PAYNO, Fistol, tom. II, cap. 12). «Dejando á un lado á esa multitud de mujeres sin poesía y llenas de defectos físicos y morales, que con tanta gracia y propiedad han designado nuestros calaveras con el epíteto de arañas» (ID., Veracruz, 5). «Allí vive una persona que [...] yo no creo que Vd. la busque. -¿Por qué? -Porque es arañita. -Cállate, muchacho, y no seas quitacréditos: ¿qué sabes tú de eso? Quiero decir, ella es muy guapa y es güera; pero no por eso deja de ser arañita» (FACUNDO, Jamonas, tom. I, cap. 16). «Bajo este punto de vista, lo de la vista gorda respecto á arañas, á borrachos y á jugadores es una actitud profundamente filosófica» (ID., La Evolución Social, p. 285).

Diose acaso este nombre a las mujeres públicas, porque andan tras la mosca (dinero). Parece confirmar esa creencia el estribillo de una letrilla satírica de Quevedo:


«Y eras araña que andabas
Tras la pobre mosca mía».


(Edic. Rivadeneyra, Terpsichore, n.º 327)                


Arca de Noé. m. Juguete que consiste en una arquita de forma semejante a la que se cree haber tenido la que fabricó Noé, llena de figurillas de animales de todas clases y de las de Noé y su familia, que los niños se entretienen en formar por parejas en hileras.

Arcabuco. m. Lugar fragoso y lleno de maleza, según el Diccionario. Monte muy espeso y cerrado (VARGAS MACHUCA, Milicia y Descripción de las Indias, glosario). Es voz muy usada por los primeros historiadores de Indias.

Arcabuezo. m. Parece ser lo mismo que Arcabuco.

«Los guerreros que luego Montezuma envió estaban en unos ranchos é arcabuezos, obra de media legua de Cholula». «Creyeron que con los guerreros que nos habían de dar, é con las capitanías de Montezuma que estaban en los arcabuezos y barrancas, que allí de muertos ó presos no podríamos escapar» (BERNAL DÍAZ, Hist. verd., cap. 83). «Topamos con un buen escuadrón de gente, guerreros de México y de Tezcuco, que nos aguardaban á un mal paso, que era un arcabuezo, que estaba una puente como quebrada, de madera, algo honda» (ID., ib., cap. 137).

Arcabuzal. m. Parece ser lo mismo que arcabuco o arcabuezo. No le he hallado más que en Mota Padilla.

«Vinieron de paz muchos que vivían esparcidos en los montes, quebradas y arcabuzales» (Hist. de la N. Galicia, cap. XXI, número 1).

Arcial. m. Corrupción de acial.

Bogotá. «Los herradores maltratan á acial, encajándole una r: arcial» (CUERVO, § 511, p. 364).

Arcina. f. Corrupción intolerable, pero muy generalizada, de Hacina (1.ª acep.), montón de gavillas de trigo, cebada, etc., y también de paja.

«En breve redujo á ceniza como dos mil fanegas de maíz, y seis arzinas de trigo» (Gaceta de México, mayo 1738). «Habían destrozado milpas, quemado arsinas, llevándose á los peones del tajo para soldados» (Astucia, tom. II, cap. 7, p. 238).

Arcinar. a. Poner en forma de arcina o hacina: hacinar (1.ª acep.).

Arción. f. Usado casi exclusivamente por Ación.

«El toro se había hecho remolón, y en vano le metió tres arciones» (Astucia, tom. I, cap. 12, p. 239).

  —29→  

[Para que se entienda esta cita es necesario advertir que se refiere a un jinete que coleaba, y para ello pasaba la pierna derecha con estribo y ación sobre la cola del toro; quiere decir que repitió por tres veces esa maniobra, sin conseguir derribar la res].

Bogotá. «Las correas de que están asidos los estribos son aciones y no arciones» (CUERVO, § 511, p. 363).

Perú. «Arción. (Arequipa). Por ación, la correa de que pende el estribo. Tampoco en Lima se pronuncia bien esta palabra» (ARONA, p. 35). Ecuador. CEVALLOS, p. 35; Mems. de la Acad. Ecuat., tom. II, p. 70. Venezuela. RIVODÓ, p. 244.

Arequipa. f. Cierto postre de leche.

V. CAJETA.

Arete. m. Zarcillo; pendiente en general; no sólo arillo, como dice el Diccionario.

«La soga de diamantes se la ha regalado un ex-conde: los aretes un rico comerciante» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 4).

V. AMARRAR. CHÁCHARA.

Perú. «La mayor impropiedad del peruanismo aretes consiste en que con él designamos los pendientes, zarcillos, arracadas y caravanas en general, sin perjuicio de usar aquellos vocablos cuando se trata de precisar» (ARONA, p. 38).

Chile. «Aun cuando la Academia se haya decidido á dar en su Diccionario un lugarcito á arete, remitiendo al lector por su significado á la tercera acepción de arillo, no debe olvidarse que esta voz es nativa de Cuba, donde, según el Sr. Salvá, equivale á zarcillo ó pendiente, que es también el sentido preciso que tiene en Chile» (RODRÍGUEZ, p. 36). [Este autor escribió en 1875, y por consiguiente se refiere a la 11.ª edición del Diccionario].

Cuba. «Así se llama el adorno que llevan las mujeres en las orejas» (PICHARDO, p. 22). V. también MACÍAS, p. 90.

ARETILLO, nombre vulgar de las fuchsias.

Arfil. m. Pieza del juego del ajedrez. Así decimos aquí siempre, y no alfil, única forma que registra el Diccionario, y es más conforme a la etimología.

Bogotá. «He aquí ejemplos de esos truecos en nuestra habla popular: l = r en alfil, que el vulgo pronuncia arfil» (CUERVO, § 685).

Este trueco viene de antiguo. Covarrubias (ad verb. y en Axedrez) da ARFIL y también alfir; mas no alfil. El Diccionario de Autoridades dice que aunque muchos escriben y pronuncian ARFIL es impropiamente; sin embargo, dedica artículo especial a ARFIL, con simple remisión a alfil. Terreros es más explícito: «También dicen alfil; pero comunmente los jugadores dicen ARFIL». En el Glossaire de Dozy y Engelmann encuentro: «Au jeu des échecs, alfil, ARFIL, désigne le fou».

El Sr. Cuervo nos proporciona además dos citas de Lope de Vega, que abonan la forma ARFIL. Una es de la comedia Los Locos de Valencia, acto II, esc. 14.

«Hoy me ha venido á buscar
Á aquesta casa un arfil,
Que con un jaque sutil
Un mate me quiere dar».65

(Ed. Rivad., XXIV, 125)                


Y la otra de La Obediencia Laureada, act. I, esc. 22.

«Ea, por Dios, dime aquí
Las parte, de tu galán:
¿Es caballo ó es arfil».

(Ib., LII, p. 171)                


Árganas. f. pl. El Diccionario trae Árgana; mas la definición no corresponde a lo que aquí se entiende por ese nombre. No es tampoco lo mismo que Árguenas o Alforjas. ÁRGANAS son dos bolsas grandes de cuero o tela gruesa que unidas se colocan en la grupa del caballo, aseguradas en la silla. Hoy se llaman más comúnmente cantinas, y se hacen de cuero.

«Dile á tu hermana que habilite las árganas». «Cargó Lorenzo con [...] sus árganas perfectamente abastecidas» (Astucia, tom. I, cap. 3, p. 49). «Nos pusimos á comer las provisiones que llevaban en las árganas» (Id., tomo I, cap. 16, p. 385).

Argolla. f. «Especie de anillo grande, y ordinariamente de hierro», etc., dice el Diccionario. Convendría suprimir el adjetivo grande, porque hay argollas pequeñas.

Aridarse. pr. Por Aridecerse. No le he oído nunca.

«Visitó la célebre Santa Cruz que formada de la grama, llamada en idioma mexicano zacate, que produce la tierra, se mantiene tan fresca y verde, aun en el tiempo de invierno en que se arida y seca todo aquel dilatado valle, que causa admiración á todos los que la   —30→   visitan y veneran» (Gaceta de México, diciembre 1729).

Armas de agua o de pelo. f. pl. Llamábanse así dos piezas grandes de cuero de chivo, con pelo, casi cuadradas, que sujetas en la cabeza de la silla o atadas a la cintura del jinete, le cubrían pierna y pie, y le preservaban del agua. En caso necesario se tendían en el suelo para dormir sobre ellas. Las había ricamente adornadas. Hoy se han sustituido con las chaparreras, que no pueden prestar iguales servicios, porque no cubren el pie ni sirven para dormir.

«Me lo dió [el caballo] sin quitarle la silla, armas de pelo, freno ni cosa alguna» (PENSADOR, Periquillo, tom. IV, cap. 9, p. 123). «Tomando descanso al pie de un jalocote grande, tendieron sus armas de pelo» (Astucia, tom. I, cap. 16, p. 385). «Se fué á acostar al pie de su caballo, en las armas de agua y jorongos que sus criados le habían dispuesto» (PAYNO, Fistol, tom. IV, cap. 5).

Armador, ra. adj. Harón. El caballo o mula que se arma.

Armarse. pr. Plantarse. Dícese de las bestias cuando obstinadamente se niegan a andar, no por cansancio o enfermedad, sino por vicio.

«Al decir esto, quiso volver la grupa de su caballo; pero no pudo porque éste se le armó» (PENSADOR, Periquillo, tom. IV, cap. 10, página 132).

2. Negarse redondamente a hacer algo.

«Se armaron los panaderos á no querer amasar, y no se hallaba una torta en todo México» (Diario de ROBLES, 1691, tom. II, página 67).

3. Hacerse de dinero. Tómase de ordinario en mala parte.

«En fin, se armó, general, se armó [el pagador], y como él dice, se preparó para la de secas» (FACUNDO, Baile y Cochino, cap. 3).

4. Ganar alguna cantidad los jugadores para seguir jugando.

«ARMAR AL QUE JUEGA es darle dineros» dice Covarrubias, y lo repite el Diccionario de Autoridades.

ARMARSE CON ALGUNA COSA, retenerla injustamente, negándose a devolverla.

Armazón. m. Anaquelería. Se vende un ARMAZÓN.

«Tenía [la tienda] un mal armazón y mostrador de madera amarillenta» (PAYNO, Fistol, tom. II, cap. 8).

Chile. «Armazón decimos en Chile á lo que en castellano se llama anaqueles ó sea anaquelería. Ni faltan, aun entre la gente suficientemente ilustrada, quienes den á armazón el género masculino» (RODRÍGUEZ, p. 37). [Aquí todo el mundo le da ese género].

V. PUCHAS.

* Arpillador. m. El que tiene por oficio arpillar fardos o cajones.

* Arpilladura. f. Acción y efecto de arpillar.

* Arpillar. a. Cubrir fardos y cajones con arpillera.

Arpillera. f. Harpillera: tela tosca hecha comúnmente de las fibras del maguey, y que sirve para abrigar fardos o cajones y defenderlos del agua.

Arqueada. f. Por Arcada, 1.er artículo.

Bogotá. «¡Toma! Conque esas ansias y bascas que los bogotanos llamamos arqueadas son música! buen provecho! No sea Vd. porro: esas ansias y bascas son arcadas, que no arqueadas» (CUERVO, § 434).

Cuba. PICHARDO, p. 30; MACÍAS, p. 92.

* Arquear. n. Nausear. ARQUEAR por nausear se encuentra en el Guzmán de Alfarache: «En este punto arqueaba yo en oyéndola mentar» (Lib. II, capítulo 2. Ed. Rivad., tom. III, p. 291). Bogotá. «Salvá en su Diccionario dice que arquear parece haber significado antiguamente nausear, y en ese sentido lo hemos oído algunas veces» (CUERVO, § 434).

Nausear es totalmente desusado en México, y aun puede decirse que desconocido. Jamás le he oído, y por su parte me asegura lo mismo el Sr. Cuervo, a quien debo también el texto del Guzmán de Alfarache arriba citado.

Arquidiócesis. m. neol. Diócesis regida por un arzobispo. La ARQUIDIÓCESIS de México, de Guadalajara, etc..

Arrabián. m. ant. Arrayán.


«El sagrado laurel ciña tu frente,
La yedra, el arrabián, trébol y oliva».


(«Soneto de D.ª Catalina de Eslava», en GONZÁLEZ DE ESLAVA, Coloquios Espirituales)                


Cuba. Arraiján. PICHARDO, p. 31; Arraigán, MACÍAS, p. 92.

Arrabiatar. a. Rabiatar: atar el ronzal de una bestia a la cola de otra. Algunos dicen arrebiatar.

  —31→  

Bogotá. «Por el ejemplo de Cervantes que antecede nos acordamos de arrebiatar, en lugar de rabiatar, reatar ó poner de reata. No deja de ser donoso el trastrueque» (CUERVO, § 511, p.367).

Ecuador. CEVALLOS, p. 35. Venezuela. RIVODÓ, p. 244.

2. pr. fig. fam. Adherirse a la opinión de otro.

Perú. ARONA, p. 38.

Arracada. f. «Arete con adorno colgante» (Dicc.). Por acá la ARRACADA es una argolla algo grande que entra en la oreja, sin colgante alguno.

«Todas las mujeres del concurso, de alta y moderada esfera, se vieron ataviadas con todas sus arracadas y aderezos» (Diario de CASTRO SANTA-ANNA, 1756, tom. III, p. 60).


«Vendan mis tumbagas de oro
Y de coral la soguilla,
Y mis arracadas grandes
Guarnecidas con perlitas».


(G. PRIETO, Musa Callejera, «La Migajita», pp. 147-8)                



«La banda en tu cinturita
Y de oro tus arracadas».


(ID., ib., «Carta leperócrata», p. 164)                


El nombre que el Diccionario da a nuestra ARRACADA es verdugo.

Arraigar a uno. Notificarle judicialmente que no salga de la población, so cierta pena.

Arraigo. m. Acción y efecto de arraigar judicialmente. Notificósele de ARRAIGO.

Arrancado, da. adj. «Dícese del sujeto que habiendo tenido bienes de fortuna, los pierde todos y queda pobre y desvalido» (Dicc.). Así es en efecto; pero también se llama en general ARRANCADO al que está pobre, haya o no tenido bienes; y aun al que los posee, cuando carece de moneda efectiva. Al proponer un negocio a un propietario rico, suele contestar: «Ahora no, porque estoy ARRANCADO», es decir, «No tengo ahora fondos disponibles».

«Haz que nos traigan de almorzar, pues tú estás de vuelta, y nosotros arrancados» (PENSADOR, Catrín, cap. 6). «Todo, todo, menos pagas de sueldos y dinero á los arrancados» (MORALES, Gallo Pitagórico, p. 17). «Determiné militarizar á todos los arrancados y arrancadas» (ID., ib., p. 134). «Para una inmensa multitud de individuos, aun mayor que la de los arrancados» (ID., ib., p. 139). «Cuando un hombre está arrancado no debe pasar por la casa de Vd.» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 26). «No tengo nada: soy un pobre arrancado» (Astucia, tomo II, cap. 1, p. 40). «Pensaban en la riqueza, ese síntoma de la locura de los arrancados» (MICRÓS, Ocios y Apuntes, p. 174).

Bogotá. «Sería también un triunfo la extirpación de estas otras voces ó locuciones más ó menos vulgares [...] estoy arrancado, por no tengo un cuarto» (CUERVO, § 550). Y en nota: «La Academia da esta acepción de arrancado, que casi se ajusta con nuestro uso: Dícese del sujeto...» [ut supra].

Perú. «Ser un arrancado ó estar arrancado equivale á ser ó estar pobre» (ARONA, p. 38).

Cuba. «Muy pobre, absolutamente sin dinero, que antes tenía ó perdió» (PICHARDO, p. 23).

ARRANCADO se encuentra en escritores españoles contemporáneos.

Arrancar. a. ARRANCAR UN CABALLO, es hacerle partir a escape.

«Se montó Lorenzo en el rosillo, le dió su paseada, lo bulló; lo arrancó» (Astucia, tomo I, cap. 2, p. 23).

2. n. Usadísimo entre la gente vulgar, por salir de prisa o corriendo.

«Arrancó á refugiarse con la madre» (Astucia, tom. I, cap. 10, p. 191). «Y arrancó á enseñarles todo» (Id., tom. I, cap. 11, p. 220). «Pepe arrancó tras ella [la mula] para atajarla» (Id., p. 121). «Violentó la operación, y arrancó para la cocina» (Id., tom. I, capítulo 15, p. 325). «En cuanto te gruñera un cochino arrancabas de miedo» (Id., tom. II, cap. 9, p. 309).

V. COMISIÓN.

3. pr. ARRANCÁRSELE a uno: acabársele el dinero.

«Vi que se te arrancó luego que entramos al juego» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, cap. 2, p. 37). «Puso [Pascual] una cara de jugador cuando se le arranca el último peso, y no tiene á quien pedirle» (ID., Quijotita, capítulo 15). «Y aunque veía que se me arrancaba por la posta, no me daba cuidado». «En medio de estas alabanzas se me arrancó de cuajo» (ID., Catrín, cap. 5). «Al fin se me arrancó, y no hallaba almena de que colgarme» (ID., ib., cap. 10).


«Mire cómo se tantea
No se le vaya á arrancar».


(G. PRIETO, Musa Callejera, «Décimas glosadas», p. 177)                


Esta frase tiene otra equivalente en castellano, que no quiero escribir aquí. El lector curioso puede verla al principio   —32→   de la col. 1.ª de la p. 321 de la 12.ª edición del Diccionario.

4. fig. Morirse.

«Pero ¿por qué, querido Gallo, te das por muerto, antes de que se te arranque? -Porque ya falta poco para arrancárseme» (MORALES, Gallo Pitagórico, p. 553). «Ya sé que á esa mujer se le arrancó á las dos de la mañana» (Astucia, tom. I, cap. 9, p. 178).

Cuba. «Cuando se usa como recíproco, siempre va unido con el pronombre personal, significando entonces quedar sin dinero, ó perderle todo absolutamente; y así se dice: arrancárseme, arrancársete, arrancársele: algunas veces se refiere á la pérdida súbita ó penosa de la vida: se le arrancó: murió» (PICHARDO, p. 23).

Arrancharse. pr. fam. Acomodarse con alguno para vivir con él: establecerse, alojarse, confabularse, amancebarse.

«Por vengarse de mí [D.ª Rufina] se arranchó con el tinterillo del juzgado para darme picones» (Astucia, tom. I, cap. 9, p. 160).

Arranquera. f. Falta de dinero, habitual o pasajera.

«Porque si es de arranquera, no me digas, que están todos que se sorprende uno» (FACUNDO, Jamonas, tom. I, cap. 10, pág. 137).

Cuba. «Pobreza suma, carencia absoluta del dinero que antes se ha tenido. Familiarmente dicen en tono festivo-médico arranquitis; y si hace tiempo que se padece, arranquitis crónica» (PICHARDO, p. 23). MACÍAS, p. 92.

Canarias. «Arranquera y arranquitis. s. f. Carencia de dinero en el que lo ha tenido. Algunos diccionarios traen estas voces como cubanas» (ZEROLO, p. 57).

También por acá decimos arranquitis y arranqueritis.

Arrastrada. f. Acción y efecto de arrastrar.

V. ZALEA.

Arrastradero. m. Juego de trucos o garito de baja estofa. Desusado ya.

«Otras [noches], que son las más, las paso en los arrastraderos. -¿Y cuáles son los arrastraderos? -Los arrastraderitos son esos truquitos indecentes é inservibles que habrás visto en algunas accesorias» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, cap. 2, p. 35). «En fin, en estos dichos arrastraderos [...] se roba, se bebe, se juega, se jura, se maldice, se reniega». «Si antes estaba yo cuidadoso con la pintura que me hizo de la videta cocorina, después que le dió los claros y las sombras que le faltaban con lo de los arrastraderos, me quedé frío» (ID., ib., p. 36).

Arreada. f. Acción y efecto de arrear. Echar una ARREADA.

Arreado, da. Flojo, tardo, perezoso, que no cumple con su obligación, si no se le reprende a cada rato. Este mozo no me gusta porque es muy ARREADO.

Perú. ARONA, p. 39, verb. Arriado.

Arrear. a. Llevarse violenta y furtivamente ganado ajeno. Úsase también como pronominal: Anoche SE ARREARON del potrero diez bueyes.

Es muy curioso el largo artículo que dedica a este verbo el Vocabulario Rioplatense de Granada.

Arrebatar. a. PARA TODOS HAY, o HABRÁ, COMO NO ARREBATEN, expr. fam. semejante a la de todo se andará, con la cual se da a entender que se tenga paciencia, pues todo se irá haciendo con orden y a su tiempo.

(Astucia, tom. II, cap. 3, p. 91).

Arrebiatado, da. adj. vulg. Que acompaña siempre a otro.

«Como siempre andamos arrebiatados, le dió de codo» (Astucia, tom. II, cap. 4, p. 101).

Arrebiatar. pr. V. ARRABIATAR.

Arredro vaya. ant. Imprecación equivalente a ¡Vaya lejos! ¡Fuera de aquí! (Vade retro!).

«Arredro vayan los vejancones hipócritas, que ya bien los conozco» (PENSADOR, Quijotita, cap. 10).

En mi niñez oía yo a algunas ancianas rezar una especie de rosario que consistía en invocar mil veces el nombre de Jesús, repitiendo a cada cien esta coplilla:


«ARREDRO VAYAS, Satanás,
A mi muerte no asistirás,
Pues el día de la Santa Cruz
Dije mil veces Jesús, Jesús, etc., etc.».


«Arredro vayas está tomado del vade retro» (COVARRUBIAS. V. Arredrar).

«ARREDRO VAYAS. Fr. En arrière. Lat. Vade retro» (TERREROS).

Arrellenarse. pr. Arrellanarse.

Bogotá. «Los que dicen arrellenarse por arrellanarse (formado de llano), lo han confundido con rellenar» (CUERVO, § 670).

Ecuador. CEVALLOS, p. 35. Mems. de la Acad. Ecuat., tom. II, p. 70.

Arremedar. a. No es anticuado entre nosotros, sino más usado que remedar.

Bogotá. (CUERVO, § 677).

  —33→  

Arrempujar. a. No es anticuado aquí por rempujar; pero la gente educada no usa ni de uno ni de otro verbo, sino que siempre dice empujar.

Bogotá. (CUERVO, § 677).

Cuba. PICHARDO, p. 31; MACÍAS, p. 93.

Arrempujón. m. Rempujón. Ni uno ni otro se oye en boca de gente bien educada; sino empujón o empellón. Aquéllos son propios del vulgo.

Arretranca. f. Retranca.

También en Bogotá se usa ARRETRANCA y aun arritranco, que acá no conocemos. Según Cuervo (§ 511), se dijo antiguamente arritranca. Esta última forma se halla en Covarrubias y en Terreros.

Ecuador. CEVALLOS, p. 36. Mems. de la Acad. Ecuat., tom. II, p. 71.

Arrevesado, da. adj. Enrevesado, revesado.

Corre asimismo en Bogotá (CUERVO, § 737). Y en el Perú: «ARREVESADO. Revesado, y aun Enrevesado, dicen el Diccionario y el uso general; pero no faltan buenos ejemplos de nuestro provincialismo. Lo advertimos á los timoratos» (ARONA, p. 39). En Chile, RODRÍGUEZ, p. 40. «Arrevesado es forma tan correcta como enrevesado» (RIVODÓ, p. 137).

Arria. «(De arre). f. Recua». Doce ediciones ha tenido que aguardar este pobre vocablo para obtener medio rengloncito en el Diccionario, a pesar de favorecerle su antigüedad y la palabra arriero que de ARRIA se deriva, como de recua, recuero, y no de arre, según imaginó Covarrubias. Y pasó a más su desgracia, porque antes que el Diccionario le acogiese sufrió sentencias condenatorias; una de ellas nada menos que del Sr. Cuervo: «Todavía pasa de aquí el desacuerdo, pues se llama arria lo que siempre ha sido en castellano recua, y se da el nombre de aguja de arria, á la aguja de ensalmar» (§ 285). El Sr. Rodríguez, al informarnos de que se usa en Chile, le condena igualmente: «Ni árrea, ni arria son castellanos, pues lo que por acá llamamos así, en España se ha llamado siempre recua» (pág. 38). En Venezuela dicen igualmente árrea, palabra que nunca he oído; pero ARRIA era corriente en el siglo XVI; veámoslo.

«Y por cada cabeza de ganado mayor, así como yeguas, vacas, novillos, y mulas ó machos de arrias [...] tenga y pague de pena» etc. (Actas del Ayuntamiento de México, 21 de mayo de 1540). «Por cuanto los señores de arrias de bestias que andan el trato de esta cibdad á la cibdad de la Veracruz [...] traen arrieros esclavos [...] mandaron que los tales señores de arrias den fianzas llanas y abonadas [...] é que si no dieren las dichas fianzas, que no usen de las dichas arrias» (ID., 17 de diciembre de 1540). «También en lo de los tamemes han sido agraviados [los españoles] porque se publicó y ejecutó la ley antes que oviese abiertos caminos, ni se proveyesen de arrias». «Pues si este español para llevar todo esto ha de esperar el arria...» (FR. FRANCISCO DE BUSTAMANTE, Carta al Emperador, 1551, apud Cód. Francisc., p. 209, et alibi). «Mula de arria liviana» (GONZÁLEZ DE ESLAVA, col. III, jorn. 5). «Las cosas que se llevan al dicho puerto se llevan en arrias» (Descr. de Tetiquipa, MS.). «Es toda tierra muy llana, que se camina de ordinario en carretas y arrias» (Descr. de Tequaltiche, 1584, MS.). En el Vocabulario de las dos Lenguas Toscana y Castellana, de Cristóbal de las Casas, se halla HARRIA. Carouana.

Fácil sería añadir otras autoridades; mas estas parecen bastantes al intento. Aquellos conquistadores y frailes no inventaron aquí la palabra, ni la tomaron de lengua indígena: de España vino. ARRIA por recua ha caído aquí en total desuso, y sólo se conserva en aguja de ARRIA: la de enjalmar o ensalmar. Tampoco recua se usa mucho: la palabra que domina es hatajo.

En Guatemala se dijo también aguja de arria (FUENTES Y GUZMÁN, citado por Batres, p. 575).

En lo antiguo se escribía harre, harria y harriero.

Cuba. PICHARDO, p. 190; MACÍAS, p. 94, da un ejemplo tomado de las Noticias historiales de Fr. Pedro Simón.

* Arribeño, ña. adj. Así llaman los habitantes de las costas al que procede de las tierras altas. Úsase también como sustantivo.


«Solito lo saqué fuera,
Y gritaban con empeño:
Viva, viva el arribeño,
Su caballo es de primera».


(Chamberín, p. 17)                


Arriero. «Arrieros somos: en el camino, ó y en el camino, nos encontraremos»   —34→   (Dicc.) Acá decimos: ARRIEROS SOMOS, Y EN EL CAMINO ANDAMOS.

ARRIERO QUE VENDE MULA, o TIRA COZ o RECULA, ref. (de construcción anfibológica) con que se da a entender que cuando alguno vende cosa de las necesarias para su ejercicio o profesión, es señal de que algún defecto tiene ella.

Arrimarse. pr. Establecerse en casa ajena para vivir y aun comer de balde. Es muy común entre los pobres, cuando no tienen habitación, ARRIMARSE a otro, acaso tan pobre como él; y asombra la facilidad con que particularmente mujeres pobrísimas y cargadas de hijos dan un rinconcito en su estrecho y miserable cuarto a otra mujer que suele llevar también hijos. No es raro tampoco que les den el bocadito, es decir, que partan con ella el escaso alimento que alcanzan. Y esto lo hacen a veces durante largo tiempo, sin repugnancia, sin vanagloria, como la cosa más natural del mundo. Es un efecto de la admirable caridad de nuestro pueblo bajo, de que tengo antiguo y personal conocimiento, y es tanta que llega a fomentar la vagancia. En las mujeres, ARRIMARSE es casi siempre indicio de gran necesidad; en los hombres lo es más bien de holgazanería.

«Pues maldito, malagradecido, fuera de mi casa, que yo no quiero en ella arrimados que vengan á hablar de mí» (PENSADOR, Periquillo, tom. II, cap. 11, p. 193). «Volví á casa de mi patrón, con quien estuve en clase de arrimado mientras el subdelegado disponía su viaje» (ID., ib., tom. III, cap. 8, página 146). «Y de limosnero ó arrimado en la casa fui reponiéndome» (Astucia, tom. I, capítulo 13, p. 273). «Esta mujer, como casi todas las demás vecinas, tiene sus arrimados» (FACUNDO, Casa de vecindad, p. 102).

V. AMASIA.

Émile Chabrand, De Barcelonette au Mexique (p. 343), describe bien lo que es ARRIMARSE.

Arriscar. a. y pr. Sin duda que por la acepción de «engreirse ó envanecerse», que el Diccionario da a ARRISCARSE, y la de «gallardo, libre en la apostura», etc., a ARRISCADO, todo lo cual despierta la idea de levantar, usamos del verbo en este sentido.

«¡Oh! ahí es donde me arrisco el sombrero, y juro por la laguna Estigia, que nos han de oir los sordos» (MORALES, Gallo Pitagórico, p. 21).

Algo semejante hallamos en Chile: «No debe decirse, por lo tanto: Es una lástima que la niña no sepa reirse sin arriscar la nariz; ni mucho menos de aquellas narices que parecen temerosas de que la boca se las coma, según huyen de ella y se levantan, narices arriscadas» (RODRÍGUEZ, p. 41).

Arrollar. a. Nunca usamos de este verbo, sino de enrollar, por «envolver una cosa en sí misma». En cambio le emplean nodrizas y niñeras en vez de arrullar. Esto, que parece disparate, no es más que un arcaísmo español. ARROLLAR, dice el Diccionario de Autoridades, «es también mecer al niño en la cuna para que no llore y se duerma», y aduce autoridad de Fr. Luis de Granada en comprobación del uso. Terreros considera ambos verbos como equivalentes: «ARROLLAR UN NIÑO. V. Arrullar». Mas esas mismas niñeras que en el verbo usan o por u, hacen a menudo lo contrario al cantar a los niños, porque no dicen a la ro, ro, ro, como quiere el Diccionario, sino a la ru, ru, ru.


«A la ru, ru, niño,
Y duérmete ya,
Que vendrá macaco
Y te comerá».


ARROLLAR por arrullar se usa también en Bogotá, según Cuervo (§ 436), quien cita otros pasajes de Fr. Luis. Lo mismo sucede en algunas partes del Perú, según Arona (p. 40), quien agrega que allí se usa el a la ru, ru, ru. Y lo mismo en Guatemala, según ejemplo de Batres (p. 191).

Arrugarse. pr. fam. Según la primera edición del Diccionario de Autoridades, significaba, en estilo jocoso y familiar, morir. Esta acepción desapareció en la segunda, y no se halla en el Vulgar. Algunas veces hemos oído ese verbo, igualmente en estilo jocoso y familiar, por acobardarse, aturdirse. Se vio muy apurado en aquel encuentro; pero no SE LE ARRUGÓ, y salió con bien.

Arte. fam. QUIÉN SABE EN QUÉ ARTES, no sé cómo, de qué manera: trastornado, indispuesto.

  —35→  

«Me desayuné [...] con café, le eché un poco de catalán, y como no lo acostumbro, estaba mi cabeza quién sabe en qué artes» (Astucia, tom. II, cap. 6, p. 168).

Artículo. m. fam. NO ESTAR POR EL ARTÍCULO, no aprobar una cosa; no aceptar una proposición.


«Porque en esto de forcarnos
No estamos por el artículo».


(MORALES, Gallo Pitagórico, p. 550)                


«Tampoco mi hermana ni Ángel mi cuñado están por el artículo» (Astucia, tom. I, capítulo 6, p. 112). «La verdad, son chanzas muy pesadas: no estoy por el artículo» (ID., ib., cap. 15, p. 345).

Ascensor. m. Aparato, muy usado actualmente, el cual se compone de una caja, a manera de aposento, que sube y baja a voluntad, mediante cierto artificio. Colócanse en ella las personas que desean subir a cualquier piso del edificio o bajar de él, con lo cual evitan la fatiga que causan las escaleras. También se llama Elevador.

Venezuela. RIVODÓ, p. 50; MICHELENA, Ped. lit., p. 7.

Ascética. f. Parte de la teología moral, que enseña el vencimiento de las pasiones y la práctica de las virtudes cristianas en el grado más alto de perfección, mediante las asperezas de la mortificación, el desasimiento de las cosas terrenas, la meditación de las divinas y la frecuencia de sacramentos.

Asco. m. PONER A UNO DE ASCO, o DEL ASCO, decirle muchas injurias; ponerle como chupa de dómine, cual digan dueñas.

«Sólo por verla platicar con su primo la puso del asco delante de las visitas» (MICRÓS, Ocios y Apuntes, p. 82)

Ascua. f. ¿Pues no hemos dado en decir agarrarse de un ASCUA ardiendo, en vez de un clavo o de un hierro ardiendo, como si hubiera ascuas que no ardieran? Mentira parece, pero le oímos a menudo, y allá va un ejemplo.

«Inmediatamente me acordé de aquella terrible máxima que ha hecho progresar muchas revoluciones, indignas aun de haber comenzado, á saber: es preciso agarrarse de una ascua ardiendo» (MORALES, Gallo Pitagórico, página 411).

Asentador. m. Imp. Tamborilete.

Asentar. a. ASENTAR UNA FORMA. Imp. Colocarla en la losa de la prensa, y poner el modelo, punturas, alzas, etc., hasta dejarla lista para el tirado.

2. Imp. Tamboriletear.

Asgar. a. Extraño verbo que hemos sacado de las formas irregulares de asir. Úsase poco, y únicamente en estilo familiar. Su significación es mucho más limitada que la de asir, porque denota asir por sorpresa, ocultamente, y se toma casi siempre en mala parte. Se metió en el negocio por ver si podía ASGAR algo; esto es, sacar algún provecho ilícito. Una de las acepciones que el Diccionario de Autoridades da a CAZAR se acerca mucho a la de nuestro ASGAR: «Adquirir, tomar casualmente ó con destreza alguna cosa que no se pensaba, ú de que no se tenía esperanza [...] VILLALOB. Problem. fol. 26. Mienten para cazar alguna golosina». Aquí diríamos «ASGAR alguna golosina».


«Tuvo por fin la fortuna
De asgar junto del pescuezo
Una pulga...».


(PENSADOR, Fáb. 35)                


Así. adv. m. Palabra muy usada familiarmente para expresar una gran cantidad, una muchedumbre; mas es preciso que vaya acompañada de cierta mímica, como lo expresa el siguiente ejemplo:

«¡Vaya! pues cuándo lo pudimos salvar! y oiga usté, recomendaciones no faltaron: así de personas particulares... -Al decir la palabra así, el Pájaro juntó las puntas de los dedos, moviéndolos. -Así de licenciados, pero siempre lo lastimaron» (FACUNDO, Gentes, tomo I, p. 158).

ASÍ o ASADO. El Diccionario dice Así que asá, así que asado.

«Y de que sea así ó asado, no se sigue ningún reato moral» (PENSADOR, Quijotita, capítulo 9).

Asilado, da. adj. Acogido, da. «Persona pobre ó desvalida que se admite y mantiene en establecimientos de beneficencia» (Dicc.).

* Asistencia. f. Pieza destinada para recibir visitas de confianza, y que comúnmente se encuentra en el piso alto de las casas, cerca de la entrada.

«Abrí la puerta de la asistencia y me senté un momento» (PAYNO, Fistol, tom. II, capítulo   —36→   2). «En la mayor parte de las casas que prestan alguna comodidad y tienen alguna amplitud, hay una pieza que se llama la asistencia: generalmente está hacia un lado de la entrada, y se comunica por una parte con las recámaras y por la otra con el comedor [...]. En la asistencia se recibe á los parientes y á las personas de confianza, se ajustan los criados, se reciben y dan recados, se sientan las personas que esperan al amo ó á la señora, y hasta sirve de taller á la costurera» (FACUNDO, Mariditos, cap. 1).

Asolear. a. Hacer contraer a un caballo, por fatigarle con exceso, la enfermedad llamada asoleo.

«Ábrale el arado á ese pixtle, masque lo asolee» (Astucia, tom. I, cap. 3, p. 50). «El hobero no corría peligro de asolearse» (Id., tom. I, cap. 15, p. 336).

Asoleo. m. Nombre vulgar con que se designan las enfermedades de los solípedos caracterizadas por la sofocación, golpeo de los ijares, con palpitaciones, sensibles aun sobre la cruz, particularmente por la interrupción del movimiento de inspiración, de manera que ésta se haga en dos tiempos. El ASOLEO es considerado por los veterinarios mexicanos como sintomático de una neurosis de la respiración, asimilada a la asma del hombre; de enfisema del pulmón; de espasmos del diafragma; de afección orgánica del corazón; de una bronquitis crónica y antigua.

Astabandera. f. El asta o palo que se fija verticalmente en la parte más elevada de los edificios para izar la bandera cuando corresponde.

* Astillero. m. Lugar del monte en que se hace corte de leña.

Atacador. m. Correa que en los guarneses de coche parte del freno, y pasando por una argolla que pende de los extremos del frontal, viene a dar vuelta por un gancho de la lomera y sigue igual camino hasta el otro lado donde termina asimismo en el freno. Sirve para hacer que el caballo lleve levantada la cabeza. Hoy suele dársele diversa disposición.

Atacar. a. Enganchar el atacador en la lomera para que haga su efecto.

V. DESATACAR.

Atadero. m. Cenojil, liga (1.ª acepción). El Diccionario trae ataderas, ligas para atar las medias.

«¡Ay, qué ataderos tan preciosos!» (FACUNDO, Ensalada de Pollos, tom. I, cap. 6).

En lo antiguo ATADERO no significaba únicamente liga para atar la media, sino también la cinta que servía para sujetar la bota de campana. Los había de lujo, tejidos de seda e hilos de oro o plata, con borlas primorosas.

«Sabe coser, lavar y tejer unos ataderos y ceñidores, que es un primor» (PENSADOR, Quijotita, cap. 13). «Me regaló botas, zapatos y ataderos» (ID., Periquillo, tom. IV, capítulo 9, p. 123).

V. BOTA.

* Atajador. m. Arriero que tiene por oficio preparar la comida para los demás, guiar la recua y buscar sitio en que se recojan las mulas al fin de la jornada.

«De la mejor buena fe mandaron al atajador tomar el camino indicado» (Astucia, tomo II, cap. 7 bis, p. 197).

Atarantapayos. m. fam. Espantavillanos. «Alhaja ó cosa de poco valor y mucho brillo, que á los rústicos y no inteligentes parece de mucho precio» (Dicc.).

Atarjea. f. Conducto subterráneo de desagüe que hay en las calles, al cual van a desembocar los albañales de las casas.

2. También todo caño abierto formado de mampostería, al nivel del suelo o sobre arcos, que sirve para conducir agua. La ATARJEA del molino.

Atarragarse. pr. fam. Atarugarse, atracarse, comer con exceso. Atarugarse no se usa aquí en esa acepción, sino en la de atontarse, no discurrir ni tomar disposición alguna. Se acerca mucho a la 3.ª del Diccionario.

Atarria. f. Ataharre. No se usa más que para la albarda, y no también para la silla como dice el Diccionario.

«¿La qué... mi vida? Pedazo de atarria, le contestó Pepe, soltando una carcajada» (Astucia, tom. I, cap. 11, p. 218).

Atarugarse. pr. V. ATARRAGARSE.

Atecorralar. a. Cercar con tecorral, o sea albarrada de piedra seca.

Atender. n. Imp. Leer para sí el   —37→   original de un escrito con el fin de ver si está conforme con la prueba que va leyendo en voz alta el corrector.

* Atepocate. (Del mex. atepocatl). m. Renacuajo.

En Guatemala tepocate (BATRES, p. 520).

Aterrar. a. Llenar de tierra; arrimarla a algún objeto. Los surcos de ese campo están ATERRADOS (llenos de tierra).

Atierre. m. Acción y efecto de aterrar (en la acepción expresada).

Atingencia. f. Tino, acierto.

«Me hallo destituido de la atingencia necesaria para no romperme en ellos [los escollos] la cabeza» (PENSADOR, Fábulas, pról.). «Tuve la maldita atingencia de escoger para mis amigos á los peores» (ID., Periquillo, tom. I, cap. 4, p. 47). «Tenía yo tal atingencia para echarlo todo á perder, que...» (Astucia, tom. II, cap. 1, p. 11). «Habéis tenido tal atingencia en adivinar mis pensamientos, que si no me decís quién sois, os veré con desconfianza» (PAYNO, Fistol, tom. I, cap. 1). «Elena conoció que hacía efecto: observación que Elena había hecho repetidas veces, y siempre con una atingencia extraordinaria» (FACUNDO, Chucho, tom. I, cap. 12). «Tenéis atingencias y previsiones llenas de esprit» (ID., Jamonas, tom. I, cap. 1).

2. Relación, conexión.

«Este homófono no aparece á primera vista tener atingencia con la palabra que aquí estudiamos» (OROZCO Y BERRA, Hist. Ant., tom. I, p. 524). «Sin atingencia alguna con el significado» (ID., ib., p. 529). «Esas piedras cilíndricas enhiestas tienen atingencia con...» (ID., ib., tom. II, p. 417).

Perú. «Vocablos enteramente españoles en apariencia, y hasta latinos, y que aun no aparecen en ningún diccionario ni libro español, ni se puede decir cómo los hemos formado ó de dónde los hemos sacado: atingir, acápite, atingencia, etc.» (ARONA, p. XXXIV).

«Mientras tanto, la tal atingencia no se encuentra en ningún diccionario de la lengua. Se me figura que ha de venir este sustantivo del verbo latino attingere, que es atañer, incumbir, concernir, tocar, ó cosa parecida» (ID., p. 43).

* Atizar. a. Limpiar con tiza.

Atmósfera. f.. HACER ATMÓSFERA, soltar alguna especie o proyecto, a fin de que, pasando la noticia de unos a otros, pierda su extrañeza, y estén preparados los ánimos para cuando convenga tratar de la ejecución.

Atole. (Del mex. atolli). m. Bebida, a manera de gachas, hecha de harina de maíz disuelta en agua, y hervida. Hácese también con otras harinas, y con leche en vez de agua; éste se llama ATOLE de leche y el otro ATOLE blanco. Es alimento muy usado en México.

«El atole de un mismo modo se usa en todas las más naciones, porque licuado el maíz molido, lo cuelan, de suerte que queda con sólo el cuerpo de la leche, y en ollas lo ponen á cocer hasta que coge más cuerpo, y este es común alimento y tan sano, que á todos los enfermos se ministra, de donde se tiene por común adagio, cuando se quiere asegurar una cosa por infalible, decirse: que primero faltará el atole de San Juan de Dios, que deje de suceder lo que se asegura» (MOTA PADILLA, Hist. de la N. Galicia, cap. XXXII, n. 3).

En Cuba, Guatemala y Venezuela dicen atol.

TENER SANGRE DE ATOLE, ser muy pachorrudo y flemático: no alterarse por nada.

«Al fin es como todos, de carne y hueso: también tiene alma, y no le corre atole por las venas» (DELGADO, La Calandria, VIII).

Guatemala. BATRES, p. 113.

DAR ATOLE CON EL DEDO, engañar a alguno; embaucarle con palabritas melosas. Frase tomada de la costumbre que tienen las nodrizas de mojar un dedo en el ATOLE y ponerle en la boca del niño para entretenerle y acallarle mientras que llega la hora de darle el pecho.

«¡Bonito yo para que me den atole con el dedo (PENSADOR, Periquillo, tom. II, capítulo 10, p. 177). «No nos dejamos dar atole con el dedo» (Astucia, tom. II, cap. 1, p. 22). «Ya no estoy para que me den atole con el dedo» (FACUNDO, Fuereños, XVIII).

DAR ATOLE EN CALAVERA, sorber el seso a uno, dominarle enteramente.

ÉSTE ES EL POSTRER ATOLE QUE EN TU CASA BEBERÉ, versillo popular que suele usarse para significar que se hace por última vez una cosa. (PENSADOR, Periquillo, tomo II, cap. 4, p. 64).

¿A QUÉ ATOLE? ¿Por qué? ¿Por cuál razón? Equivale a la frase: «¿Por qué carga de agua?».

V. CEMITA.

Atolería. f. Lugar donde se hace atole, y lugar donde se vende.

«Adiós, pobre fabricante: ve á vender tus palos á las atolerías para que hagan leña, y   —38→   quédate á pedir limosna» (MORALES, Gallo Pitagórico, p. 82).

Atolero, ra. Persona que hace atole o que le vende. Hoy son oficios propios de mujeres.


«Jamás fué fija amistad
La de ningún atolero».


(GONZÁLEZ DE ESLAVA, col. X)                


«Era un cuarto de casa de atoleras» (PENSADOR, Periquillo, tom. III, cap. 8, p. 132).

Atopile. (Del mex. atl, agua, y topilli, criado, alguacil). m. Aguador mayor que en las haciendas de caña tiene por oficio hacer diariamente la distribución general de las aguas para los riegos. Es voz usada en el Estado de Morelos.

Atornillar a uno. fr. vulg. Apretarle las clavijas, tratarle con todo rigor, prevaliéndose de alguna ventaja.


«Cuán cierto es que á quien la suerte humilla
No le deja tranquilo aunque sucumba,
Porque después de muerto le atornilla,
Y le da con su látigo en la tumba».


(PLAZA, «Palos póstumos»)                


Atrabancado, da. adj. Atronado; que hace las cosas, o se arroja a los peligros, sin premeditación.

«Tanto uno como otro eran incansables, livianos y atrabancados» (Astucia, tom. I, capítulo 7, p. 127).

Atracada. f. fam. Atracón.

Cuba. PICHARDO, p. 26; MACÍAS, p. 104, art. ATRACARSE.

Atrancarse. pr. fam. Echar la cerradera; obstinarse en la propia opinión, negándose a escuchar razones contra ella. Suele decirse ATRANCARSE por dentro.

Atravesado. m. Piedra pequeña de cantería: media piedra que se coloca atravesada.

* Atrojarse. pr. Aturdirse. No hallar salida en ningún empeño o dificultad.

«Nos vamos á atrojar» (Astucia, tom. I, cap. 4, p. 83). «Sin atrojarnos echamos cargas á tierra» (Id., tom. II, cap. 7 bis, p. 214).

V. REAL. PELO.

2. Fatigarse con exceso el caballo: encalmarse.

Atrompillar. a. Atropellar? Afianzar?

«Fué tal la vocería de los nuestros, que le obligaron á Michel á empeñarse en atrompillar al indio» (MOTA PADILLA, Hist. de la N. Galicia, cap. IV, n. 3).

Aumento. m. Palabra que muchos, no muy cursados en correspondencia, emplean en vez de posdata.

Aunque fuera ya, o allá. Frase vulgar de detestación.

«¡Virgen! ¿Hasta eso? dijo Eufrosina... ¡aunque fuera ya!» (PENSADOR, Quijotita, cap. 6). «¡Jesús, hombre! ¡Qué pesado eres! ¡Aunque fuera ya!...» (ID., ib., capítulo 8).

Autor DE LA HERENCIA. for. El testador.

Autoritarismo. m. neol. Sistema fundado exclusivamente en la sumisión incondicional a la autoridad.

Autoritativamente. adv. mod. neol. De un modo autoritativo.

Autoritativo, va. adj. neol. Que se hace o se dice de propia autoridad.

«Autoritativo, se entiende comumnente aquel que se toma la autoridad que no tiene, ó lo manifiesta en su modo y trato. V. Arrogante, altivo» (TERREROS).

Avenida. f. Una de las acepciones que da el Diccionario a esta palabra es la de «Camino ó paso para ir á un pueblo ó paraje»; lo cual, en verdad, es demasiado vago. El de Autoridades, en su primera edición, trae el nombre en plural, y dice: «Los caminos que van y se dirigen á alguna parte. Úsase más regularmente de esta voz en lo militar y en la caza, para dar á entender los caminos que van á dar en las plazas ó ejércitos, ó por donde suele venir la caza». En la segunda edición se abrevió el artículo en estos términos: «Los caminos que vienen á parar á un paraje determinado». Según eso AVENIDAS son el conjunto de caminos que vienen a terminar en un punto, y el nombre en singular no puede aplicarse sino a uno de esos caminos, cuando hay varios, pero no si es uno solo. Los franceses entienden además por avenue un trecho de camino algo largo, una calzada con arboleda que da entrada a un palacio, a una quinta suntuosa, y aun dan ese nombre a las calles largas, anchas y rectos   —39→   de las grandes ciudades. Los norteamericanos llaman avenues a calles principales y de gran concurso, como la famosa Quinta Avenida de Nueva York. Nosotros hemos ido mucho más allá. Cuando hace algunos años se le ocurrió a nuestro Ayuntamiento cambiar por completo la nomenclatura de las calles de la capital, declaró, por razones todavía ignoradas, que las calles que corren de norte a sur se quedarían calles como antes, y las de oriente a poniente se convertirían a todo trance en AVENIDAS, fuéranlo o no. De donde resulta que la definición de AVENIDA viene a ser en la ciudad de México la siguiente: Toda calle que corre de oriente a poniente, sea larga o corta, ancha o angosta, abierta o cerrada, limpia o sucia, y aun con lodazales o basureros en lugar de empedrado.

Aventado. m. fam. Estudiante o profesor que ha aprovechado poco en sus estudios.

Aventar. a. vulg. Arrojar lejos de sí.

«Aventó la carabina, y con su espada empuñada en la mano zurda, comenzó á defenderse de la multitud que lo asediaba» (Astucia, tom. II, cap. 7 bis, p. 203).

Hay quien dice Le AVENTÓ un tiro.

Aventón. m. vulg. Rempujón.

«Me dió una puñalada en el pecho, á la vez que un fuerte aventón» (Astucia, tom. I, capítulo 16, p. 386).

Aventurero. adj. m. Aplícase al trigo que se siembra de secano. Otros dicen venturero.

Cuba. «El maíz, arroz, fruta, etc., que se produce fuera de estación ó de su tiempo común» (PICHARDO, p. 27; MACÍAS, p. 107).

2. m. Mozo que los tratantes en bestias brutas, particularmente mulas, alquilan para que los ayuden a conducirlas, y una vez vendidas los despiden.

«El encargado [de la mulada] me preguntó si no sabía yo de algún aventurero que quisiera acompañarlo á expender su partida» (Astucia, tom. I, cap. 13, p. 272). «Con los aventureros que nos servían de criados en cada viaje marchábamos para México, tierra caliente, Puebla...» (Id., tom. II, cap. 6, p. 145).

Averiguar. n. vulg. Andar en disputas o rencillas.


«Esto le dijo por postre
De que estaba averiguando
D. Rufino el de la plaza
Á su dulce dueño amado».


(G. PRIETO, Musa Callejera, «Romance», p. 136)                


Aviar. a. Dar dinero o efectos al dueño de una mina para que la trabaje; y en general, prestar algún capital a otra persona para que negocie con él y tenga parte en las utilidades. V. HABILITAR, en el Dicc.

Avío. m. Acción y efecto de aviar.

2. El conjunto de carruajes, y bestias de tiro y silla, con los mozos correspondientes, que algunas personas, y en particular los hacendados, previenen para sus viajes. Pedir el AVÍO. Ya llevó el AVÍO. Las diligencias y los ferrocarriles han hecho ya casi innecesario el AVÍO.

«Quiso la casualidad que se encontrara con el patrón de la hacienda [...] que con sus criados, avío, caballos de mano, etc., iba de camino para Zinapécuaro» (Astucia, tom. I, cap. 4, p. 66). «Se agregó al avío otra mula con colchones» Id., tom. I, cap. 15, p. 372).

V. CUERUDO.

Axcan (pronunciado ashcan). (Del mex. axcan, agora. Adverbio. MOL.). adv. m. vulg. Ahora está bien; así es.

«Axcan, ansina, eso es, reponía Pascual» (PENSADOR, Quijotita, cap. 1). «Axcan, dijo el payo, una cosa ansí me llamo» (ID., Periquillo, tom. II, cap. 9, p. 155).

* Ayate. (Del mex. ayatl) m. Tela rala de hilo de maguey, que fabrican los indios.

«Comercian todos los más pueblos de la provincia de Ávalos, siendo el principal trato aperos de recuas, y costalería de ayate» (MOTA PADILLA, Hist. de la N. Galicia, capítulo XIX, n.º 8). «¿Qué diría Arturo... al ver á Celeste... moliendo camote, colando piña en un ayate, llenando cajetas, y picando con las tijeras papel de colores para adornar frutillas de pasta y jamoncillos?» (PAYNO, Fistol, tom. III, cap. 15).


«Mas que en saliendo á la calle
Al volver á verlo lo halle
Casi como ayate ralo;
      Malo».


(OCHOA, letrilla X)                


Ayecote o Ayocote. (Del mex. ayecotli). m. Frijol mucho más grueso que el común.

«[Se cogen] frisoles de muchas maneras:   —40→   hay otros grandes como habas, que llaman ayecotli» (Desc. de Epazoyuca, 1580, MS.). «Nos acordamos de esos frijoles gordos que llaman ayecotes» (PENSADOR, Quijotita, capítulo 10).

Azafranado, da. adj. Se dice especialmente de quien tiene el cabello de color bermejo, y aun suele usarse como sustantivo.

Azolve. m. El lodo o basura que obstruye los conductos de agua.

Azteca. adj. (De Aztlan, lugar donde comenzó la peregrinación de esta gente). m. y f. Nombre con que se designa una tribu de la familia nahoa, que vino a establecerse en el actual sitio de la ciudad de México, y conquistó después muchas tierras; en especial a oriente y sur, hasta formar el poderoso imperio mexicano.

2. m. El idioma de los aztecas, llamado también nahuatl o mexicano.

Azúcar. En México no es ambiguo, sino siempre femenino, en singular y plural. Las denominaciones de «flor, de pilón, de lustre, de quebrados, moreno ó negro, piedra y terciado» no se usan. Aquí casi toda la azúcar se fabrica en panes, y por sus clases se llama, blanca, entreverada, corriente y prieta, según que el pan está más o menos purgado. Por su estado es entera toda la que está en panes o pilones; pedacería la que está en pedazos; migaja o polvo la que está en pedazos muy pequeños o en polvo. El nombre de mascabado (como sustantivo) se ha introducido hace poco para designar la azúcar en polvo destinada generalmente a la exportación.

«Esta palabra es invariablemente femenina en el Perú» (ARONA, p. 49).

Azucararse. pr. Cristalizarse el almíbar de las conservas.

Azucarera. f. Azucarero: vaso para poner el azúcar en la mesa. Siempre le damos el género femenino.

«Consistía en una charola, dos vasos, una azucarera, una jarra chica y una más grande» (FACUNDO, Gentes, tom. IV, cap. 6).

AZUCARERA por azucarero parece ser general en América. Perú. ARONA, pp. XV, 50. Ecuador. CEVALLOS, p. 38. Venezuela. RIVODÓ, p. 137. Río de la Plata. GRANADA, p. 96. Cuba. PICHARDO, p. 28; MACÍAS, p. 112. Guatemala. BATRES, p. 121. Bogotá. «Nuestro azucarera es de formación tan legítima como lechera, tetera, cafetera, etc.» (CUERVO, § 182).

Azucarería. f. Tienda donde se vende azúcar por menor.

Cuba. PICHARDO, p. 29.

Azul. EL QUE QUIERA AZUL CELESTE, QUE LE CUESTE. fr. fig. con que se da a entender que quien quiera obtener lo que desea, no debe quejarse si por eso se le origina costo o molestia.

«¿No se quiso casar contigo? Pues el que quiera azul celeste, que le cueste» (MORALES, Gallo Pitagórico, pp. 500-1). «Muy bien hecho: al que quiera azul celeste, que le cueste» (SANCHO POLO, La Bola, cap. 6).

AZUL MARINO, azul de mar.

Azulejo, ja. adj. Aplícase al caballo o yegua de color blanco azulado: Tordillo AZULEJO.

Río de la Plata. GRANADA, p. 96.



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