Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Ibérica por la libertad

Volumen 4, N.º 2, 15 de febrero de 1956

Portada



IBÉRICA es un boletín de información dedicado a los asuntos españoles y patrocinado por un grupo de americanos que creen que la lucha de España por la libertad es una parte de la lucha universal por la libertad, y que hay que combatir sin descanso en cada frente y contra cada forma que el totalitarismo presente.

IBÉRICA se consagra a la España del futuro, a la España liberal que será una amiga y una aliada de los Estados Unidos en el sentido espiritual y no sólo en sentido material.

IBÉRICA ofrece a todos los españoles que mantienen sus esperanzas en una España libre y democrática, la oportunidad de expresar sus opiniones al pueblo americano y a los países de Hispano-América. Para aquellos que no son españoles, pero que simpatizan con estas aspiraciones, quedan abiertas así mismo las páginas de IBÉRICA.

Directora:

  • VICTORIA KENT

Presidentes de Honor:

  • SALVADOR DE MADARIAGA
  • NORMAN THOMAS

Consejeros:

  • ROBERT J. ALEXANDER
  • CLAUDE G. BOWERS
  • ROGER BALDWIN
  • FRANCES R. GRANT
  • JOHN A. MACKAY
  • VICTOR REUTHER

IBÉRICA se publica el día 15 de cada mes, en español y en inglés por Ibérica Publishing Co., Inc., 112 East 19 th St., New York 3, N. Y. Todo el material contenido en esta publicación es propiedad de Ibérica Publishing Co., Inc. y no puede ser reproducido en su integridad. Copyright 1956, Ibérica Publishing Co.

Suscripción anual: $ 3.






ArribaAbajoAproximación Madrid-Moscú

Salvador de Madariaga


Habíamos quedado en que el mundo árabe ya no miraba a Londres, sino a Madrid. Este cambio sensacional en la orientación del Islam se debía al régimen nunca bastante alabado de que disfruta España. Pese a la tradición española que durante siglos consideró el matar moros como el medio más seguro de ganar el Cielo, los moros hoy y sus correligionarios no-moros miraban a Madrid como la ciudad cuasi-santa donde se escuchaban y apoyaban sus aspiraciones. Las excelentes relaciones entre el Egipto y España eran prueba tangible de este cambio de orientación.

Así las cosas, nos enteramos todos con natural asombro de que el Coronel Nasser se ha vuelto hacia Moscú; recibe armas de Checoeslovaquia y habla de un próximo viaje a Rusia. Coronel al fin y al cabo, aplicar a aquel dicho famoso del sargento: «Media vuelta a la izquierda es lo mismo que media vuelta a la derecha, sólo que todo lo contrario». Al mismo tiempo nos enteramos también de que la Unión Soviética ha nombrado agregados militares en Siria y en el Líbano. Se dibuja pues una entrada soviética por el Mediterráneo que no por ser aparatosa dejaría de ser sensacional.

Claro es que al invadir el Mediterráneo, la Unión Soviética hace lo que en toda época intentaron hacer los zares de Rusia para quienes fue siempre sueño dorado la posesión de Constantinopla. De aquí a atribuir la política soviética en el Mediterráneo a imperialismo puro de tradición rusa no hay más que un paso. Pero es un paso que no conviene dar.

Por eso hay que darse cuenta de que la aproximación que indudablemente se ha producido entre Egipto y la Unión Soviética, y en general todos los síntomas de penetración soviética en el Mediterráneo representa un éxito evidente para los dirigentes de Moscú.

Conviene también considerar con este fondo los esfuerzos que hace la Unión Soviética para conquistarse las simpatías del régimen español. Ya hace años lo profeticé. La oposición entre un régimen comunista y el falangista no me pareció nunca esencial. El comunismo es fascista en política; y el fascismo es comunista en economía. El I.N.I. es muy parecido; sino del todo idéntico a las instituciones esta tales de industria que existen en la Unión Soviética. El partido único, la prensa única, la policía omnipotente, las cortapisas a la circulación interior, la prohibición de vida pública y sindical, presentan caracteres iguales en la Unión Soviética y en España, con diferencias de grado sólo y nunca de índole. En sustancia, pues, no había razón ninguna para que se malograra una aproximación eventual entre los dos regímenes al parecer tan antagónicos.

Quedaba una sola dificultad: el mismo antagonismo, la postura pública que ambos regímenes venían tomando desde los orígenes de la guerra civil española. Postura tan fuerte que, al menos en lo que concierne al falangismo y al glorioso movimiento venía a constituir su razón de ser. El glorioso movimiento se puso en marcha precisamente contra el comunismo, y ha estado apretando tanto contra la puerta para que no entrara su adversario que si de repente el comunismo cesará en su contrapresión, el glorioso movimiento se caería de bruces.

Claro que todo es posible. Hemos visto tantas medias vueltas que una más no nos asustaría. Hace poco enumeraba un periodista norteamericano en el Journal de Genève los indicios de que se inicia un viraje del régimen falangista para aproximarse al comunismo moscovita. Resumiré el interesantísimo trabajo cronológico.

Primavera de 1954. La Unión Soviética libera 285 prisioneros de la División Azul. Añado yo que no libera ni uno de los republicanos españoles ni de sus hijos que se siguen pudriendo en Karaganda.

1954-5. Intercambios comerciales entre España y los países soviéticos. Acuerdo hispano-polaco sobre compra de doscientas mil toneladas de carbón polaco contra trescientas mil toneladas de mineral de hierro español. Intercambios muy favorables para España con Hungría y Checoeslovaquia.

Primavera de 1955. Dos representantes soviéticos llegan a Madrid para un Congreso sobre rodamientos de bolas.

Verano de 1955. La Unión Soviética y Checoeslovaquia no se oponen al voto del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas proponiendo la admisión de España.

Otoño de 1955. El Sr. Molotov declara (con una sonrisa y una palmadita benévola en la espalda) al corresponsal de Arriba en Nueva York que las proposiciones soviéticas sobre un pacto europeo de seguridad incluirán a España si lo desea. Contactos, diplomáticos en París. Sobre estos contactos, revela el periódico comunista de Alemania occidental Deutsche Woche que han conducido a resultados positivos en cuanto a nuevas relaciones comerciales entre la Unión Soviética y España. Añade que estas negociaciones entre las dos embajadas soviética y española en París terminaron el 14 de octubre pero que se reanudarán; y que se cree que se establecerán relaciones diplomáticas directas entre ambos países en la primavera de 1956. Todo el mundo observa además en Europa que los comunistas tienen instrucciones de Moscú de no atacar al régimen que hoy impera en España, y de oponerse en la medida de lo posible a estos ataques siempre que intenten producirse por elementos liberales o independientes.

Parece pues fuera de duda qué los extremos se tocan; que se inicia una aproximación entre el régimen comunista en Moscú y el régimen falangista de Madrid; con lo cual la virivuelta de Egipto y del mundo árabe en general quedaría completada, y cerrado el círculo no digamos vicioso pero sí peligroso. ¿Donde está el peligro? En que el régimen falangista de Madrid no aspira a falangizar el orbe; mientras que el régimen comunista de Moscú, sí. Y como España está en el orbe, es uno de los países que el comunismo aspira a conquistar. Ya lo tiene todo preparado: el partido único, la prensa servil, la policía, en fin, todo el aparato totalitario. No necesita más que cambiar la dirección. Y volvemos a lo de sargento: «media vuelta a la izquierda es lo mismo que media vuelta a la derecha, sólo que todo lo contrario».

SALVADOR DE MADARIAGA


EL EMBAJADOR DE FRANCO ATACA A IBÉRICA

El embajador de Franco, Sr. Areilza, celebró una interview en los estudios NBC, estación WRCA, programa de «Jinx and Tex», el día 20 del pasado diciembre, en la que hizo inexactas afirmaciones respecto a la situación de España y se permitió injuriar a nuestra revista y al grupo de personas a ella asociado.

En estos programas se pueden formular preguntas por teléfono relacionadas con la emisión. Nosotros en el mismo instante, por teléfono, protestamos cerca del director del programa de las afirmaciones hechas por el Sr. Areilza. Al día siguiente pedimos a la emisora pusiera a nuestra disposición un tiempo igual al concedido al embajador para contestar a sus inexactas, falaces e injuriosas afirmaciones y la grabación completa de la intervención del Sr. Areilza. La emisora atendió nuestra petición y nos fue concedida la emisión para el 16 de enero.

El 22 de diciembre el Sr. Norman Thomas, Presidente de Honor de nuestro Consejo directivo, dirigió el telegrama que traducimos a continuación, a Mr. Dulles, Secretario de Estado:

El embajador de España, José M.ª de Areilza, hizo declaraciones en el programa de radio Jinx Falkenberg-Tex McCrary, NBC estación WRCA, el 20 de diciembre, en el que injurió a la revista Ibérica y al personal a ella asociado, afirmando que «la España libre de Ibérica era en realidad una España esclavizada al servicio de la Rusia soviética» y que «hacia el juego a los comunistas».

Es bien sabido en América y en el extranjero que Ibérica es una revista anticomunista publicada con la patriótica finalidad de proporcionar a los lectores americanos informaciones fidedignas respecto a las verdaderas condiciones de la vida en España. Ibérica tiene la firme convicción de que los intereses americanos estarán mejor servidos en una España libre y democrática.

Creemos que el embajador Areilza ha abusado de su inmunidad diplomática en esa abierta injuria a una publicación americana. Si esa inmunidad protege al embajador, nosotros insistimos en que nuestro Gobierno actúe protegiendo la reputación de Ibérica y de todo el personal a ella asociado que pide que el embajador de España haga una retracción pública.



El 16 de enero el Sr. Norman Thomas ocupó durante una hora la emisora NBC, estación WRCA. En esa emisión nuestro Presidente destruyó con datos precisos las afirmaciones del embajador Sr. Areilza, tanto en lo que se referían a situaciones de España descritas por él, como a nuestra revista.

En los primeros días del presente mes Mr. Norman Thomas ha celebrado una entrevista en el Departamento de Estado para tratar este asunto.

Dada la importancia de esa interview y el interés que nuestros lectores han mostrado por conocerla íntegramente, hemos hecho una tirada especial y restringida de la emisión completa, la que pueden adquirir nuestros suscriptores.




ArribaAbajoEspaña, llamada a ser una república

II: de la «res publica» a la República


José M.ª de Semprún Gurrea


Es sabido que la expresión «res publica» se transforma y convierte de modo inmediato y directo en el término «república», con inicial y perfecta identificación de concepto entre aquella y éste. Así inicialmente identificadas tanto «res publica» cuanto «república» significan por igual la cosa pública, o sea, los intereses, el destino, los problemas generales, los bienes y desenvolvimientos comunes de una considerable agrupación humana que se presenta dotada de una cierta asociación u organización político-social y (en cuanto esto es posible) soberana e independiente con respecto a otras agrupaciones similares.

Yo espero del comprensivo y discreto lector que sabrá excusarme este comenzar el segundo artículo, consagrado al tema ya anunciado e iniciado en el precedente, con un recuerdo tan elemental de nociones no menos elementales. Pero tenerlas presentes de modo explícito, aunque somero y rudimentario, me parece indispensable arranque del camino discursivo que hemos de seguir hasta la prevista meta de unas conclusiones que ojalá sean tan persuasivas como la tesis merece y nosotros deseamos. Por otra parte, elementales o no, esas nociones creo que no estarán de sobra ni siquiera en medios políticos muy activos y muy activamente entregados a polemizar sobre estas cuestiones. Y así lo debió de pensar también Salvador de Madariaga cuando, en forma parecida, las recordó, como lo hizo a otros fines polémicos, en esta misma Revista1. De lo que autorizadamente decía allí, -y de un repaso a otros textos y a otras enseñanzas fundamentales-, se puede sacar, en substancia, ideas o proposiciones como las siguientes: Para empezar, eso que se llama «república» y que primaria e inmediatamente (podríamos también añadir: históricamente) se identifica con «res publica», no va por necesidad ligado, ni ha de aplicarse por fuerza de las cosas (de las cosas públicas) a determinado régimen político, ni a esta o aquella forma de gobierno, sino que es común y subyacente a todas ellas, o a lo menos, a todas las que dedican un razonable y honesto cuidado, un mínimo de sincera atención a los intereses, los problemas, los bienes y necesidades comunes, generales, públicos de una colectividad nacional. Por eso no ha de extrañarnos que, como también recordaba Madariaga en el precitado artículo, nuestros grandes tratadistas de cuestiones jurídico-políticas llamasen con la mayor naturalidad «república» al cuerpo social o al complejo de intereses humanos y relaciones jurídicas del cuerpo social que tenía, sin embargo, como régimen o forma de gobierno una Monarquía o una Realeza, de carácter dinástico y hereditario, poseyendo prácticamente todos los atributos que se consideran como la quintaesencia del principado monárquico, transmisible por herencia. Para aquellos autores esclarecidos República y Monarquía o Realeza dinástica no eran términos antitéticos e incompatibles, sino aspectos de una misma concepción y, si se prefiere, de una misma realidad histórico-política. Un rey, en la línea hereditaria, en la sucesión, de sus ascendientes y descendientes, era, con el cuadro institucional que definía mejor o peor sus poderes, sus limitaciones, sus deberes y sus compromisos, el jefe, el tutor, (el padre, se dirá no precisamente por adulación, en la época clásica), el defensor de la República. Suárez, que le llama «primer Ministro» de aquella, será, no sólo en este pasaje típico y significativo, uno de los más explícitos en lo tocante a esta manera de concebir y de expresar las cosas de la vida política. Pero todo esto era posible y comprensible (aunque hoy se haga un poco chocante para nuestros oídos, y esto es también muy comprensible), gracias a la fundamental identificación entre «res publica» y «república», coincidentes en un sentido como el que ha quedado expuesto.

*  *  *

Sin embargo, también a lo largo de los siglos pero marcadísimamente en los tiempos modernos, «república» no ha significado en sentido lato el complejo humano de una comunidad nacional con sus intereses públicos, sino de manera concretísima, un determinado régimen político, unas instituciones y formas de gobierno que, grosso modo se caracterizan (sobre todo a partir de las revoluciones francesa y norteamericana, dicho sea sin perjuicio de reconocer lo que ya habían implicado las repúblicas griega, romana y de la Edad Media), por los siguientes rasgos suficientes, pero imprescindibles:

a) que el jefe del Estado no es hereditario ni irresponsable, sino temporal, electivo y sujeto a responsabilidad;

b) que el pueblo elige, vigila, y en su caso, juzga y sanciona las tres cosas, en forma más o menos vasta, más o menos directa, a sus regidores o gobernantes, e interviene así (teóricamente, en forma decisiva) en las medidas jurídico-políticas que aquellos adoptan y en la dirección que imprimen al curso de la vida pública.

Entonces se nos pone este problema: si la «república» en sentido de «res publica», es compatible lo mismo con la Monarquía que con el régimen republicano tal y como, ateniéndonos a las interpretaciones más extendidas modernamente, acabamos de diseñarle, ¿como podremos establecer una preferencia en favor de este último, partiendo simplemente de la concepción de la «res publica» aunque por estímulo de concepto y comodidades de lenguaje se la haya expresado, lo mismo que al régimen republicano, con el término de república?... Con otras palabras: si la República lato sensu es ambivalente para la Monarquía y para la República stricto sensu, ¿cómo aquella puede servir de rampa de lanzamiento a una preferencia en favor de esta?... ¿No hemos dicho que sirve y se aplica igualmente en los dos y para los dos regímenes, monárquico y republicano?...

No, no lo hemos dicho. No lo han dicho ni implicado las verdades políticas hasta este momento aquí recordadas. Que también la Monarquía hereditaria pueda adaptarse y servir a la «república» en el sentido de «cosa publica», de comunidad nacional, con sus intereses generales, no quiere decir que el régimen republicano, o sea la República en sentido estricto y moderno, que arriba recordábamos, no pueda adaptarse a ella y servirla muchísimo mejor. Y para anticipar ya una convicción netamente favorable a este último bastaría atenerse a la realidad de las cosas mismas. Si en definitiva la «res publica» consiste en el conjunto de derechos, intereses, aspiraciones y finalidades generales de una comunidad política, ¿no estarán mejor interpretadas y servidas todas esas cosas -esas «cosas públicas»-, cuando sea el público mismo, es decir, el conjunto de los ciudadanos a quienes interesan y conciernen, quien se ocupe de ellas, quien las disponga y ordene y vigile y corrija; sea directamente, sea, como sucede con mayor frecuencia, a través de representantes y gobernantes, elegidos, mantenidos, substituidos y hasta sancionados por la propia nación, -la propia «res publica» o «república»-, sin que ni siquiera su Presidente pueda escapar ni a la necesidad constitucional de ser designado por elección, ni a la posibilidad normal de ser substituido y, en su caso, hasta depuesto e incluso juzgado?...

Cuando la «res publica» se confía al régimen de una realeza dinástica y hereditaria, (aunque sea, como suele decirse, templada) corre siempre el peligro, que tantísimas veces ha visto realizarse la historia, de que la dinastía reinante y los grupos a ella íntimamente ligados, interfieran a su modo y según sus miras y conveniencias, en la cosa pública, desentendiéndose de lo que ésta pide y necesita, es decir, de lo que interesa a la colectividad nacional, y ésta demanda. Déjesela hacer por sí misma, republicanamente, (stricto sensu) y ella sabrá, en términos generales, salir por sus fueros y velar por sus conveniencias; hacer, en una palabra, su soberana y legítima voluntad, sin que la superestructura dinástica y sus aledaños vengan a interferir con entorpecimientos y perturbaciones, en lo que con perfecto derecho, necesita y quiere todo el ser colectivo de la Nación. «Allá van leyes do quieren reyes», decía nuestros abuelos medievales, señalando certeramente la disparidad entre las voluntades o caprichos reales y las miras y tradiciones del pueblo. Y ese dicho español, tan expresivo, no sólo ponía de relieve tal disparidad, sino que con implícita amargura la denunciaba como una injusticia. Hasta un niño que haya debido leer un prontuario de Historia conoce el carácter patrimonial que tuvieron durante siglos las monarquías. La «res publica» era para los reinantes y sus familiares «res privata»; la Nación, una especie de finca; los ciudadanos, súbditos, o mejor dicho: servidores; todavía en la Monarquía española de nuestros tiempos vestir el uniforme militar para servir a la Patria se decía «servir al rey»... Y en las mayores monarquías que en estos mismos momentos existen, Academias, más o menos respetables, círculos de recreo, más o menos recreativos, instituciones públicas de todo genero, llevan el título de «reales». (Por lo visto, las otras corresponden al eje de las imaginarias puras...). En esas Monarquías, el Gobierno no es el Gobierno de la Nación, sino «el Gobierno de su Majestad», igual que las naves de guerra, que también son de Su Majestad... Cuando Carlos X de Francia, dirigiéndose al buen pueblo de París, en una noche de fiesta, desde las iluminadas ventanas del palacio, le llamaba «mon peuble», no usaba una frase retórica: en esas palabras un rey de viejo cuño expresaba, cincuenta años después de la Revolución, en los albores de la moderna democracia, el concepto paterno-patrimonial de la realeza hereditaria. ¿Donde queda la «res publica» en todas estas formulas y concepciones y en las realidades que se esconden tras ellas?... No siendo cosa pública, interés y menester de toda la colectividad, sino cosa y patrimonio del rey y de su dinastía ¿por qué no había el príncipe de repartir las tierras y comarcas entre sus hijos al hacer testamento, juntamente con los súbditos radicados en ellas?... ¿Por qué no había de exponerlas a la devastación, y a sus vasallos a la pobreza y a la muerte, si se decidía a emprender una guerra para conquistar o reivindicar (sabemos con cuanta justicia, generalmente), territorios que engrandeciesen su patrimonio?... Se abona a los llamados Reyes Católicos la gran hazaña de haber realizado (no del todo) la unidad de España. Sólo que al enviudar Fernando V, que era uno de los Reyes Católicos, volvió a casarse, e hizo cosas peregrinas para tener sucesión y fundar una dinastía a la que tocase, con la desmembración de España, el reino de Aragón y Cataluña. Exhaustas las que un día fueron próvidas lozanías del viejo monarca, resultaron vanos sus esfuerzos genealógicos; pero como el otro dijo: «la intención bien vista estaba»... Lo que no se podría ver tan claro es el provecho que para la «res publica» de la Nación española reportaban aquellos tejemanejes e intrigas de sus insignes príncipes. No parece que tampoco interesase mucho al pueblo español, ni beneficiase la «cosa publica» del país el irreprimible prurito de Carlos lo por alcanzar la corona imperial. Acabó poniéndola en su cabeza de adolescente; pero las de los Comuneros cayeron segadas por el hacha del verdugo, las tierras de España fueron abundantemente regadas con sangre generosa de españoles honrados y los dineros de la Nación sufrieron un sensible quebranto... ¿Era así como el Rey-Emperador protegía la «res publica»?... ¿O era ésta la sacrificada a los intereses y las ambiciones del Rey-Emperador?...

Se dirá que todo eso queda corregido con la Monarquía constitucional. Un momento, por favor, para responder brevemente a ese cándido e insidioso sofisma: Si el reino o el rey son una filfa, acabarán ejerciendo o cohonestando poderes arbitrarios y dictatoriales (como en Italia y en España); con el beneficio para la cosa pública del país que no necesitamos ni siquiera ponernos a imaginar, porque nos lo han mostrado hechos de marca mayor. Si como sucede en algunas monarquías modernas (cuyas excelencias no podríamos negar sin descarada injusticia), los soberanos tienen una conducta exquisitamente constitucional, entonces, dicho sea con nuestro sincero respeto, nos hallamos frente a una República vergonzante e incompleta, algo que no es carne ni pescado, sobreviviendo por motivos circunstanciales y, sobre todo, por el arrastre de: supersticiones colectivas y una pervivencia de algo que, seguramente sin mala voluntad de nadie, es un traslado o transposición del totemismo y de la magia.

*  *  *

No. Si la República, en el sentido de «cosa pública», puede sin grave dificultad acomodarse y compaginarse teóricamente con la realeza dinástica, y si, históricamente, eso ha acontecido algunas veces y en alguna medida, la verdad es, (como evidencian los hechos recordados), que el acoplamiento entre la una y la otra es raro y muy difícil: una monarquía hereditaria tiene forzosamente que atender a los intereses de la casa real, y a los intereses dinásticos, y a los de tantos palatinos o parásitos que viven del trono; y todo esto es una carga para la nación y un grave diversivo del interés por la «res publica». Una monarquía hereditaria (cuando no es rigurosamente constitucional y democrática) tiene intereses que no son los del país. Y cuando es rigurosamente constitucional, resulta, como decíamos, una república que se ha quedado a medias, o sea, (dicho con todos los respetos) un esbozo cuando no un feto nacido prematuramente, que debe esperar su ulterior desarrollo. En cambio la República en sentido estricto, el régimen republicano tal y como modernamente se le concibe, identificándole con la democracia liberal, representativa, parlamentaria, con libre discusión política y presidencias electivas, temporales, responsables y revocables, casi automáticamente se identifica con la República en sentido lato y básico, es decir, con la «cosa pública», de la que, como sistema, no es en definitiva, más que la expresión y el instrumento. De la República, en sentido de «res publica», se pasa así directa y lógicamente, al régimen republicano, que ya todo el mundo llama República, olvidando el otro sentido que tenía ésta palabra.

Ilustración

Comparamos, dicho se está, regímenes y sistemas; no hombres. Vituperar a la República porque algunos de sus dirigentes y de sus secuaces han sido inmorales o necios, sería como juzgar una religión por la conducta indigna de alguno de sus ministros y de sus fieles. Diré más: aunque fuera verdad (y pronto patentizaré que no lo es, sino al contrario) que hasta hoy todas las Repúblicas han sido, en manos de los hombres, malas o deficientes, y las Monarquías buenas, la comparación de sistema a sistema, de régimen a régimen, es netamente favorable al régimen republicano, por todos los hechos y consideraciones esbozados en estas páginas, y por los que en ellos van virtualmente comprendidos o se les podría añadir. Para la «res publica», para el bien y el interés generales de la Nación, el régimen republicano es un instrumento óptimo: en todos nosotros está el hacerle funcionar cumplidamente. El automóvil y el avión son artefactos muy superiores a la diligencia y la carreta: culpa o torpeza de los conductores, y no de los mecanismos, será si aquellos van a estrellarse contra un árbol o una montaña...

*  *  *

Convendría por otra parte recordar un principio tomista que para una política inspirada en la «cosa pública» es tan importante y fundamental como el de Arquímedes para la flotación y la hidroestática; principio que podemos enunciar en dos tiempos, como sigue: «Igual que en tantas cosas humanas, es válido y aplicable en lo tocante a los sistemas políticos el principio de que corresponde ordenarse (por sí mismo) a un fin a aquel que tiene (o se le ha asignado) ese fin». Ahora bien, la comunidad política (la nación, el pueblo dotados de un mínimo inicial de organización) tiene (asignado por la naturaleza misma de las cosas, y en última instancia, por Dios, autor de esa naturaleza), tiene, repetimos, el fin de atender a «la cosa pública», al bien común, etc.: luego esa misma comunidad política es quien ha de ordenarse (ella, no una dinastía caída de lo alto, ni una dictadura de «derecho divino», a la consecución de ese fin. Ella es la que ha de regir por sí misma, o por representantes que sean como ella misma, sus propios intereses y destinos. Aquí está, en fecundo germen y en sus lineamientos principales, toda la teoría del «SELF GOVERNMENT»: gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo...

No se excluye que, circunstancialmente, una monarquía nacional, patriótica y democrática pueda ser expresión de estos principios; pero, de manera general y parangonando sistema con sistema, salta a los ojos que una República en que todos los órganos legislativos y gubernativos, incluso la Presidencia, emanan del pueblo, responden, directa o indirectamente, de sus actos ante el mismo y se inspiran en sus intereses y voluntades, es lo que está más cerca de la «cosa pública»; lo que está más cerca del interés público; y, asimismo, del principio tomista de auto-ordenación y del moderno principio anglosajón del «self government». Desde luego, infinitamente más cerca que una realeza dinástica, con la balumba de sus estructuras, postizamente sobrepuestas al cuerpo social, y el atractivo de ingentes intereses que naturalmente son diversos, cuando no dispares de los del pueblo.

Por otra parte, se ha abusado de la identificación de la realeza dinástico-hereditaria con el principio monárquico, en su sentido literal y etimológico de unidad de mando, y se ha querido así hacer beneficiar a la realeza de las ventajas técnicas que esta unidad ofrece indudablemente para ciertas cosas y en ciertos aspectos de la vida pública. Pero esto es una falacia mejor o peor intencionada, porque se olvida que ni la monarquía hereditaria ha garantizado ni asegurado la unidad del poder supremo, en lo que esa unidad tiene de beneficiosa, ni la república demoliberal es incompatible con la existencia (dentro de sus justos límites) de una unidad de mando con el juego del principio monárquico, en sentido propio y etimológico: la República de tipo presidencial lo demostraría de manera palmaria, aunque no única. Y esto es cosa que nadie debiera olvidar; y, menos que nadie, los republicanos: las más apremiantes exigencias de la democracia republicana están muy lejos de imponer la eliminación de un vértice supremo de iniciativas y de convergencias. También la República demoliberal, rechazando el artefacto de la realeza dinástico-hereditaria, sabe acoger el principio monárquico en lo que tiene de más puro y de más conveniente.

JOSÉ M.ª DE SEMPRÚN GURREA




ArribaAbajo¿Es válida jurídicamente la admisión de Franco en la O.N.U.?

Jesús de Galíndez


Jesús de Galíndez

Jesús de Galíndez

La España fascista ha sido admitida en las Naciones Unidas, gracias sobre todo al gesto propiciador de la Rusia comunista. Los dos totalitarismos se han abrazado, tras haber buscado uno en el otro su mutua justificación durante casi veinte años; y el paso no ha sido maniobra improvisada de un momento, sino culminación de negociaciones iniciadas en Suiza hace cosa de un año.

Dos Gobiernos únicamente han tenido la dignidad de demostrar su repulsa al fascismo español absteniéndose en una votación prácticamente unánime; honor sea tributado a México y a Bélgica. En cuanto a nosotros, seguiremos la lucha con el mismo tesón de siempre.

Franco ha penetrado por la puerta falsa en el Organismo Internacional que insultó y decía despreciar hace nueve años y aún menos. Se trata de un hecho cumplido, por razones políticas. Plantear valores legales a esta hora parece tan sólo el clásico derecho del pataleo. Y sin embargo, es valioso poner de relieve la contradicción jurídica en que han incurrido sobre todo los Gobiernos de países demócratas, porque los dictatoriales tan sólo dieron un abrazo más al colega.

Hace cosa de un año, hablando con un diplomático norteamericano, éste me expresó la seguridad de que Franco no sería admitido en las Naciones Unidas «porque antes habrá que derogar las resoluciones de Londres y San Francisco, y ésta fue constituyente». El subrayado lo agrego por el énfasis que puso ese diplomático al decirlo.

Y así es. Al constituirse las Naciones Unidas como Organismo permanente en 1945, en la Conferencia de San Francisco, se acordó a propuesta del delegado de México Sr. Quintanilla, que el art. 4 de la Carta (relativo a la admisión de miembros) «no podrá aplicarse a los Estados cuyos regímenes han sido instalados con la ayuda de la fuerza armada de países que han luchado contra las Naciones Unidas en tanto esos regímenes sigan en el poder». Esta prohibición afectaba concretamente al entonces existente Mandchukuo y a la España franquista.

La prohibición se repitió en la Primera Parte de la I Asamblea General de las Naciones Unidas, celebrada en Londres a comienzos de 1946, con la importante ampliación de referirse expresamente a la España franquista. La Resolución pertinente fue propuesta por la delegación de Panamá, y fue aprobada por 45 votos a favor y 2 en contra; su primer párrafo aludía como base a la Resolución constituyente de San Francisco.

Vinieron después las jornadas de 1946, sobre todo la investigación del Consejo de Seguridad en la primavera, y la Segunda Parte de la I Asamblea General en el otoño. El Consejo de Seguridad llegó a aprobar una Resolución el 26 de junio recomendando a la Asamblea General que adoptara la ruptura de relaciones diplomáticas con la España franquista; esa Resolución mereció 9 votos a favor y 2 en contra, pero como uno de esos fue el veto de la Rusia comunista no tuvo valor efectivo (no ha sido, pues, en 1955 la primera vez que el comunismo ayuda al fascismo español por sus propios intereses). A su vez la Asamblea General, en su sesión del 11 de diciembre, adoptó la Recomendación de retirar los jefes de Misión de Madrid como símbolo de la condena moral que se expresó entonces contra la España fascista. Merece la pena reproducir hoy siquiera algunos considerandos de esa Recomendación, sobre todo porque la redacción de la condena moral vino directamente del Departamento de Estado en Washington.

Recuerda primero las Resoluciones de San Francisco y Londres. Y hace suyo después el informe del Consejo de Seguridad, repitiendo: «Por su origen, su naturaleza, su estructura, y su conducta en general, el régimen franquista es un régimen fascista calcado sobre la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini, y establecido en gran parte gracias a su ayuda»... «Documentos irrefutables prueban que Franco ha sido culpable, junto con Hitler y Mussolini, de haber fomentado la guerra contra los países que, en el curso de la guerra mundial, se asociaron finalmente bajo el nombre de Naciones Unidas. Se había previsto, en el plan de esta conspiración; que la participación total de Franco en las operaciones de guerra se dilataría hasta un momento a determinar de común acuerdo».

Un par de años después comenzó el contraataque de los amigos de Franco, primero derrotados en 1949 y finalmente triunfantes en 1950. Pero fue un triunfo parcial, tan sólo se derogó la recomendación de retirar los jefes de Misión de Madrid y se permitió expresamente la admisión de la España franquista en los Organismos Internacionales Especializados. La condena moral de 1946 quedó en pie, y nadie se atrevió siquiera a discutirla; la Resolución de Londres quedó en pie; y sobre todo, nadie podía modificar la Resolución constituyente de San Francisco sin esperar una ocasión semejante que aún no se ha presentado.

Nada de esto se ha tenido en cuenta al abrirse las puertas de las Naciones Unidas para que entrase la quincena corrida de países que aguardaban en la antesala; aunque de refilón se colara también la España de Franco. La mejor prueba de que ni su mismo Gobierno se atrevía a solicitarlo, es que el Observador franquista aguardó hasta que el pastel ya estaba bien cocinado.

Daba pena deambular por los salones de las Naciones Unidas los días anteriores a la votación en el Consejo de Seguridad. Las contradicciones surgían por doquiera. Delegaciones «demócratas» defendían la admisión en bloque sin pensar en la calidad de los admitidos; los delegados comunistas rusos sonreían a delegados «anticomunistas»; la delegación de Estados Unidos se batía en un vergonzante silencio; sólo la delegación china de Chiang Kai-shek tenía valor para arrostrar su suicidio político; y los agentes fascistas españoles sondeaban a estos chinos porque eran los únicos que podían echar a perder el pastel.

Nadie se acordaba del preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, donde el año 1945 se proclamaron los principios constitutivos del Organismo Internacional: «Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos... a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y valor de la persona humana,... a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad».

Los defensores de la nueva fórmula de «universalidad» han llevado a cabo una revolución, en la que se han saltado a la torera la Carta Constituyente de las Naciones Unidas. Y en el caso concreto de España han ignorado condenas expresas que siguen vigentes, y se han saltado a la torera otra Resolución constituyente de San Francisco.

Burlar la Constitución que oficialmente sigue vigente es normal en muchos países de la América Latina, es la especialidad de sus dictaduras. Son regímenes ilegales, que se perpetúan mientras tienen fuerza. Y claro está, más pronto o más tarde provocan una verdadera revolución sangrienta.

Franco entró en las Naciones Unidas. Muchos están felices; otros forzosamente tienen que sentirse avergonzados. Sé que nuestra opinión hoy no cuenta en ese Organismo; ni como políticos que lucharon y siguen luchando contra Franco en España, ni como defensores idealistas de los principios por los que se luchó y ganó la II Guerra Mundial, ni menos como recordatorios de una constitucionalidad y legalidad burladas. Pero bueno está recordarlo, para que quede constancia.

La admisión de la España fascista en las Naciones Unidas es contraria a su Carta orgánica, a una Resolución constituyente, y a condenas expresas que siguen en vigor. Jurídicamente es inválida. Y políticamente sólo servirá para que el cinismo de las políticas «realistas» y la hipocresía de algunos gobiernos «demócratas» sigan haciendo el juego de la propaganda comunista, y sigan demostrando que la única aparente salida es la violencia. Allá cada cual con la culpa que le corresponderá en el futuro.

Nosotros seguimos en pie de lucha. No nos ha sorprendido lo más mínimo la doblez comunista. Al contrario, se lo agradecemos, porque ya nadie podrá insultarnos más con el sambenito de «comunistas»; los comunistas dieron el abrazo de bienvenida a los fascistas españoles, como en 1939 Molotov abrazó a Ribentropp mientras nosotros seguíamos la misma lucha iniciada en 1936. Mientras que nuestra patria siga ocupada y sojuzgada seguiremos luchando; mientras no haya libertad en España seguiremos pidiéndola a gritos.

JESÚS DE GALÍNDEZ




ArribaAbajo Enrique Diez-Canedo

Joaquín Arderíus2


Ya dispuesto a escribir este artículo sobre Diez-Canedo pienso algo sorprendido en lo inexplicable que es en mí tratar de un algo que no va con los temas que con mayor o menor fortuna debe abordar un hombre de letras de mis características.

Diez-Canedo fue un crítico y un poeta en el mundo de la literatura; y un diplomático en las actividades de la política.

Crítico, poeta y diplomático, este ilustre republicano español: en un grado de esencia de lo que se ha dado en llamar «intelectual puro», lo fue en las letras; y en las múltiples formas que toma el ciudadano en la selva de la política (selva con sus horrores y bellezas, con sus abismos y cumbres, con sus perfidias y noblezas) un hombre que en las cancillerías, con su caballerosidad y su aguda y poderosa: inteligencia, alargaba su limpia mano para ofrecer el mensaje de la comprensión por la comprensión, de la amistad por la amistad, a los pueblos del orbe; y sobre, todo a los pueblos de habla castellana.

Enrique Diez-Canedo

Enrique Diez-Canedo

¿Qué puedo yo hablar de un «intelectual puro», ya sea en la crítica o de su obra de creación poética?

¿Qué puedo yo decir de un diplomático en su trato con los gobiernos o con los embajadores, para estrechar relaciones culturales, políticas y comerciales?

¡Me he pasado la vida tan lejos de los unos y de los otros!

Alejado de ellos, porque las retinas de mis ojos han estado deslumbrados por la luz de otros horizontes; pero sin dejar de sentir respeto para todo cuanto el hombre hace en bien del hombre, y hacia cuanto pueda ayudar a la vida a ser más bella, más digna y más libre por los únicos cauces naturales (lo natural es la verdad) para que la paz en la Tierra sea tan segura como la fatalidad de morir en todo Ser. Mas Diez-Canedo fue un crítico insigne y un poeta creador, de talento diáfano y sereno, y de fina sensibilidad: un auténtico artista; y un auténtico artista que aunque en distintas manifestaciones literarias a las mías no ha dejado de llevar a mi espíritu las esencias de su virtud.

Si yo dijese que no he leído versos de Canedo, críticas y sus artículos en El Sol, sería faltar a la verdad. Los he leído y he recibido con ellos el caudal de su cultura, la finura de su sensibilidad, el equilibrio casi perfecto (¿en donde está la perfección?) de su razón, el amor a la libertad, y su camaradería con el pueblo, y sobre todo con el de Madrid, que tan sencilla y bellamente lo cantó.

Pero como las manifestaciones que cultivó en la literatura y en la política no fueron nunca mi vocación, de ahí mi sorpresa al ver que sin una meditación previa, como si obedeciera al mandato de una mano invisible que tirase de mí, me he puesto ante el papel con la idea fija de escribir un artículo con este título «Enrique Diez-Canedo».

Y así como ante un panorama marino, por ejemplo, ya esté en calma o en tempestad (en este caso en inverosímil serenidad) el desierto azul del océano nos da a los ojos su visión, al espíritu su emoción y al pensamiento el meditar sobre las cosas que sabemos y que no sabemos que existen en su misterioso mundo, así, también la obra literaria y política de Canedo está en nuestra imaginación, presente, pero sin poderla analizar por la dignidad que yo le he impuesto a mi pluma; como tampoco en presencia del Mediterráneo alguien que lo contemplara, sin caer en muchas cosas, le es dable hablar científicamente de cuanto hay bajo su piel, sin ser un oceanógrafo o por lo menos un devoto de las ciencias naturales.

Pero yo he acudido a Diez-Canedo y mi sorpresa se apaga al darme cuenta que no ha sido su obra la que me ha llevado a pensar en él, sino la aparición de su persona, para hacerla desfilar por Ibérica en su Galería de Escritores Libres.

Son ellos, los hombres libres de nuestra España, en el campo que hayan sudado, empuñando la esteva del arado, en uno u otro cultivo de la ciencia, la política o el arte, en sus varias manifestaciones, que salieron de la Patria tras el cerrojazo que le dio Franco a las puertas de todas sus fronteras para pregonar la esclavitud y darle garrote vil a la Inteligencia desde Galicia a Murcia y desde Huelva a Cataluña, y que van muriendo en el exilio para ejemplo y fe de sus hermanos en la causa, y que estamos sembrados en todo el mundo, y también como razonamiento convincente de la justicia de la República, a todo aquel ciudadano del orbe que sienta a la democracia como al corazón de los pueblos.

Es Canedo de estos hombres que salieron de España y que tras unos años de destierro en México, el 1944, es sepultado en tierra de la que en un tiempo fuera Nueva España, quizá musitando este epigrama que dijera al pisar suelo azteca:


Un día Nueva España se hizo México.
¿Entraña cambio el nombre de las cosas?
jamás muda se esencia. Hombre, ya estás
aquí. Con tu sola presencia para ti, vuelve
a ser México Nueva España.



Un epigrama que retrata al hombre: en él da la imagen de un español de cepa y de un republicano hasta el tuétano, que en México halla a su Patria, al dejarse a su España muerta, porque en México se escribe en el idioma de su arte, y su pueblo habla la misma lengua que su pueblo, y también, en los dos, en aquel y en éste, corre la misma sangre...

¡Ah!: y siente la hospitalidad de los brazos fraternos de la República mexicana.

Uno de los aspectos que más distinguen a Canedo como intelectual durante toda su vida en España fue su sincera amistad con las personas que se dedicaban a las letras en los países hispanoamericanos.

Yo tuve ocasión de darme cuenta de esta relación que acabamos de señalar, porque aunque sus actividades literarias estaban muy lejos de las mías, por estas cosas raras del destino, desde que fui presentado a él, el último año de la primera guerra europea, hasta pocos días antes de morir, con frecuencia nos encontrábamos y nos estrechábamos la mano y hacíamos algún comentario: mi presentación a él fue en la Puerta del Sol, ante una librería y, la despedida para siempre en la puerta de otra librería, en la avenida de Hidalgo, aquí en la capital de México.

Después, durante más de veinte años, quitando los tres que yo fui huésped de la brumosa y humeante ciudad de Lyon, que es a donde di a parar cuando salí de España, el 27 de enero de 1939 (¡que bien lo recuerdo!) lo mismo en nuestra Patria que aquí en este hospitalario México, era raro la semana que por casualidad no nos encontrábamos. ¡Aquí en México que se pasan años y años, sin echarles la vista encima, no ya a las personas algo conocidas, ni a los íntimos amigos!

Durante la dictadura de Primo de Rivera, en el escenario que más lo recuerdo, es en el patio de la «Granja del Henar», que entraba todas las noches cruzándolo hasta llegar a sentarse entre la tertulia de su íntimos amigos, en un rincón al fondo, a la izquierda de la escalera que daba ascenso al piso alto. Digo «que daba», porque según creo aquel edificio fue derrumbado para levantar un banco. Y por lo tanto habiendo quedado destruido aquel zaguán de mesón castellano, que fue crisol del pensamiento libre de España durante una época: la época en la que con el ideal de justicia de un pueblo se hizo una Revolución única...

Sí, Canedo entraba todas las noches para acudir a su tertulia de críticos, literatos y artistas de renombre. Al otro lado de la escalera otro grupo de colegas de ellos, pero no de renombre, sino con algún nombre nada más, teníamos la nuestra.

Vamos a hacer la aparación con él únicamente a dos de los que ya también han muerto: Azaña y Valle Inclán.

Valle Inclán: alto, gris y afilado, magnífico como él era; como la hoja de un alfanje hecho de platino y diamantes, despidiendo genio; Azaña, corpulento y macizo, dando la idea de un bloque formado por los ideales que en aquellos años trabajaban por esculpir la laboriosidad, la cultura, la dignidad, la inteligencia y la libertad de nuestro pueblo...; mas este espectro del Verbo de la República no resiste nuestro recuerdo, en aquel escenario del patio de la «Granja del Henar», durante la dictadura de Primo de Rivera, y desaparece como la luz de un meteoro para transformarse en un fantasma de tragedia en el foro que es hoy España bajo la dictadura de Franco: es como la aparición del padre de Hamlet a éste.

Estas frases, de unas personas que viven del favor revelándole la verdad de su crimen al tiempo que le pedía justicia; como aquel fantasma, el de Azaña, entre las sombras de la reacción que envuelven hoy a España, acusa y pide, al mundo, justicia para ella. A Enrique Diez-Canedo lo veíamos en su típica manera de andar; nunca supimos si su paso era largo o corto, porque daba la idea de algo tan equilibrado y nervioso al mismo tiempo que creo que con lo único que se le puede comparar es con su propia obra intelectual y su proceder humano ante la vida: como poeta, como crítico, como político, como catedrático de la escuela de Idiomas de Madrid, y demás actividades del pensamiento que fructificaron en él con singular diafanidad y equilibrio, sin aceleramientos ni frenazos, con esa serenidad de los hombres que guardan tras la frente un cerebro de razonador puro, que ya por naturaleza son fiel de la balanza en su justo medio de las ideas y de las luchas sociales, pero que lo había refinado más con una vasta cultura metódica y escogida; tenía su corazón, ¡quien sabe si apasionado!, pero su cerebro lo regulaba para que marchase rítmico en sus sentimientos, como a un cronómetro de entraña; y su manera de obrar como hombre, era el exacto reflejo de su Yo intelectual.

Desde los remotos tiempos ha entristecido a nuestra Patria el dominio de una España Negra. Desde el año 1931, en que hasta la misma Naturaleza, con sus montañas y sus ríos, se hicieron republicanos, se ha inventado una España Roja: la verdad de la España Negra es la propia vida de España durante siglos, y la fortalece este retoño de oscurantismo, de esclavitud y pobreza que, tras unos años de salud democrática, la atormenta y la denigra hoy; y la mentira de la España Roja...; ¿sería justo aducir ni un razonamiento para señalar la visión fantasmal de ese «Coco» con alma de calumnia, fines siniestros, y visibilidad para los que fueron y siguen siendo sus cómplices?: la justicia se ofendería, porque se razona para aclarar la verdad, cuando para algunos pueda estar turbia: la España del 31 al 36 no fue Roja sino un hermoso campo de mies de trigo, y la del 36 al 39, si se manchó de púrpura, no fue ni por su contenido social ni político, ni por los hombres que la gobernaban, sino porque la España Negra le asestó una puñalada y brotó la sangre del pueblo, y de ésta, el fatídico pilar de negro bierro, que como los amarradores de los muelles a los barcos tiene encadenadas la libertad y la vida de la Patria; ese retoño de tiranía y hambre que la atormenta; pero que no la matará porque en el pecho de cada ciudadano vive latente; germinando, el grano de trigo que les dejo la República.

La obra de Diez-Canedo está impresa en libros, revistas y periódicos; su conducta humana fue el remanso de agua clara, cuyo nítido y transparente lienzo es el espejo en el que se miraba el álamo blanco que es el trabajo de su inteligencia. Lo planto aquí para presentarlo como una muestra de la clase de hombres que salieron de España al exilio: las palomas mensajeras no cruzan los caminos del espacio en bandadas con los buitres, ni las dulces ovejas van en manada por los llanos y los montes con los lobos.

Mal nos calificó la voz de aquel personaje de la Europa, ciega por aquellos días, en que le regalaron nuestra España a Franco, y salimos al exilio, cuando dijo: «republicanos españoles a extinguirse»; algo así como: perros sarnosos, con el virus de la rabia, a morirse, dando alaridos por los caminos del mundo.

¿Se cumplirá la profecía del personaje, que tan justa y generosamente nos hizo la «buenaventura» sobre nuestra frente de idealistas, y sobre nuestros pechos de patriotas, al salir al exilio?

No, porque somos la razón y la justicia del porvenir de España, y siempre quedarán «refugiados» españoles (los primeros y los últimos) que con los espíritus de nuestros muertos, de los que hayan quedado bajo la tierra de los distintos países del mundo que nos dan hospitalidad, volverán a la Patria.

Con los espíritus de nuestros muertos en el destierro, espíritus de los que es un ejemplo y una razón de nuestra causa, Enrique Diez-Canedo.

JOAQUÍN ARDERÍUS




ArribaAbajoSin permiso de la censura

Información de nuestro corresponsal en España


Después de dieciséis años

Nuestro gobierno trata por todos los medios de desviar la atención de los ciudadanos hacia asuntos tan baladíes como las campañas de precios, viviendas protegidas, congresos, discursos, etc.

Después de 16 años en el poder ellos saben tan bien como nosotros su rotundo fracaso en todos los ámbitos de la vida de la nación, mas a pesar de todo quieren continuar aferrados a un sistema caduco y sin ninguna estabilidad para el futuro. Copiaron del fascismo y del nazismo, porque eran las doctrinas políticas más afines a ellos, pero no han sido capaces, ni siquiera de mantenerse en la línea ideológica nazifascista.

Su incapacidad no les ha permitido crear un partido propio con una ideología política determinada. El franquismo no ha llegado a tener ninguna doctrina social característica, a no ser que el «modus vivendi» de los sectarios de Franco, se considere como tal.

Siempre ha bailado en la cuerda floja, del mejor postor a sus ambiciones; ayer era seguidor del nazifascismo, y hoy, aunque parezca paradójico, trata de ser amigo de la democracia.

Hoy «se trata de aparentar» que somos una democracia, y en nuestra prensa dirigida, aparecen de vez en cuando pequeñas críticas sobre nuestra vida social o municipal, pero se continúa en el interior suprimiendo toda clase de libertades.

Han sido capaces de engañar a todo el mundo, excepto al pueblo español, y ¡he aquí su dolor! El dolor que diariamente se observa en declaraciones y discursos de los dirigentes que, por fin, se dan cuenta de su fracaso.

Desde hace varios meses nuestra prensa, aunque parezca mentira, ha confesado débilmente parte del fracaso que tanto les duele.

El Ministro de Educación Nacional decía hace unos días que «la culpa de que la juventud se interese por Unamuno, Ortega y Gasset, Pío Baroja, García Lorca, Hernández, etc., no es de los profesores ni de la Universidad, sino de los padres de los alumnos, que poseían obras de dichos autores». Lo que es tanto como confesar que los padres de los alumnos, son más o menos liberales y que a su vez los alumnos siguen a sus padres, oponiéndose a las restricciones intelectuales del régimen.

La juventud española a pesar de que se ha tratado de ocultarle los verdaderos valores de la intelectualidad española, no se ha dedicado a estudiar las obras completas de José Antonio (que es lo único que puede exhibir la tiranía, aunque como todo libro que se publica en España, no sean completas debido a la intervención de la censura) si no que ha buscado en las bibliotecas de sus padres o en las librerías de lance, aquellos libros que el régimen colocó fuera de la Ley.

Les da miedo que la juventud compare y analice quien tiene la razón, si los que rastreramente apuñalaron a la República, o aquellos que tuvieron la visión de una España libre y democrática, y que murieron en su empeño o permanecen aun en el destierro.

Con motivo de uno de los tantos congresos y consejos que se organizan aquí con miras al exhibicionismo para el exterior, la Srta. Pilar Primo de Rivera, Delegada Nacional de Sección Femenina y hermana del fundador de la Falange, en un discurso en la reunión que se ha celebrado en Málaga para inaugurar las «tareas» del XVIII Consejo Nacional de la S.F., decía: «Hemos intentado hacer una España más limpia, más bella, y más justa (?) nacida de aquello tan hermoso como fue la guerra, y la mediocridad nos va pudiendo. No conseguimos romper con la vulgaridad y el estancamiento...». «... La juventud actual es más sana, mejor qué las generaciones pasadas. Lo que está es desilusionada o desinteresada de la política, por falta de panoramas sugestivos».

A continuación el Sr. Juan José Pradera, vicesecretario del Movimiento, dijo: «No podemos dejar el poder al disfrute exclusivo y probablemente abusivo de las fuerzas conservadoras que se unieron a la victoria. Debemos ser los paladines inasequibles al desaliento»... «Estar dentro o fuera del Movimiento. Pero nunca dedicar nuestros esfuerzos a una mezquina labor de crítica o entorpecimiento»... «Lo que no es lícito es pretender la palestra política sin hacer nada. O lo que es peor, corroyendo el edificio trabajosamente alcanzado, con la murmuración, la indisciplina o la falta de fe». (Aparecido en YA el 22 de enero de 1956).

[...] del régimen, patentiza claramente el total fracaso del franquismo, después de 16 años de dominio de la vida nacional.

Se dan cuenta de que no pueden durar mucho en el poder y de que ya han abusado excesivamente de la paciencia del sufrido pueblo español.

Cuando por fin el régimen caiga por su propia incapacidad, de todo el tinglado de Franco no quedará nada, después de una larga tiranía que no ha sido capaz de resolver los más acuciantes problemas del país.

Para nosotros será como el despertar de una larga pesadilla, pero la historia juzga a las tiranías inexorablemente.




Los estudiantes contra el régimen

Los estudiantes de la Universidad de Madrid han dirigido una carta abierta «al gobierno de la nación, al ministro de Educación Nacional y al secretario del Movimiento», de la que copiamos los párrafos más salientes:

La inmensa mayoría de los estudiantes españoles tienen la convicción de que es imposible mantener durante más tiempo la actual situación en nuestra Universidad, situación de inercia humillante en la que cuanto hay de mejor en la juventud se pierde fatalmente, año tras año.

Nosotros, estudiantes españoles, deseamos afrontar esta situación de una manera clara y precisa.

Nuestra situación material es miserable; su aspecto intelectual es mediocre -¡cuántos profesores y maestros eminentes han sido apartados por razones ideológicas y personales!- y su porvenir profesional es de lo más incierto.

El Sindicato de Estudiantes Universitarios tiene una estructura artificial que prohíbe o deforma la verdadera representación del estudiante. Existe un profundo foso entre la Universidad teórica y la verdadera Universidad de los estudiantes. Este foso explica los fracasos que nos humillan en todos los contactos universitarios con estudiantes de otros países.

La carta continúa pidiendo la convocatoria de un congreso nacional de estudiantes, al que habrían de asistir delegados de más de 100000, bajo la garantía de los profesores de cada universidad.

Piden que el congreso se celebre en los días 9 al 15 del próximo mes de abril. El objeto del mismo es encontrar una solución a la grave situación actual y constituir una nueva organización que sustituya la actual de Falange.








Arriba Editorial

Triunfos malogrados


Muchos norteamericanos, sinceramente interesados en una evolución del régimen político actual de España, habían cifrado sus esperanzas en la entrada de ese país en dos organizaciones internacionales: UNESCO y NACIONES UNIDAS, por eso las propugnaban. Es de suponer que a estas horas esas esperanzas estarán bien enterradas y que el optimismo respecto a los cambios que la España oficial se viera obligada a adoptar por las obligaciones que contraía, habrá cedido ante la implacable realidad de los hechos.

Durante diez años ha luchado España, empleando distintos procedimientos, por forzar la puerta de las Naciones Unidas. Lo ha conseguido. Ese triunfo internacional, esa batalla ganada con tanto esfuerzo como poco brillo, ¿qué beneficiosas consecuencias le ha reportado? Aquellas inquietudes de los trabajadores, aquellas protestas de los estudiantes, aquel descontento de los intelectuales manifestados en distintas ocasiones a partir del año 1951, no han tenido el cauce adecuado a sus necesidades. Las grietas del régimen se agrandan. El mensaje del general Franco, las destituciones de los puestos de mando del Frente de Juventudes, el discurso del ministro Fernández Cuesta al dar posesión al nuevo jefe de Juventudes, el «ultimatum» del rector de la Universidad Sr. Laín Entralgo, la petición de aumento de salarios por los trabajadores, las frecuentes «cenas de los intelectuales» para tratar de la situación. En fin, las manifestaciones de la juventud universitaria en estas últimas semanas y sus apremiantes peticiones a las autoridades, muestran hasta la evidencia que la entrada de España en las Naciones Unidas no ha apaciguado el estado de inquietud política y social de los españoles.

La admisión de España en la UNESCO dividió a los intelectuales de todos los países: unos levantaron su voz de protesta por considerar que la España amordazada de Franco no podía pertenecer a una organización internacional que tenía por principio «la difusión de la ciencia y la cultura». Claro que otros países con las mismas taras eran ya miembros de la UNESCO, pero esos ejemplos eran los que justamente servían pata reforzar el pensamiento de esos intelectuales, que se formulaba así: «Nada ganará la UNESCO con la entrada de España, nada ganará España con la entrada en la UNESCO».

Otros, por el contrario, creyeron que España tendría que cumplir los compromisos que su entrada en esa organización le imponía y que como consecuencia las autoridades españolas se verían obligadas a modificar el régimen de silencio y a tolerar, más o menos, la circulación de los vehículos de las ideas. Lejos de estos cálculos optimistas hemos visto multiplicarse en España en estos últimos tiempos las medidas represivas contra las actividades culturales, no sólo en el rigor de la censura de prensa y producción literaria, medidas que pueden quedar por algún tiempo silenciadas, sino que se nos ha brindado el espectáculo de la supresión de dos revistas literarias de publicación mensual, Índice e Ínsula. Estas dos revistas circulaban desde el año 1947; vieron la luz en pleno régimen franquista y jamás trataron temas políticos.

He ahí dos triunfos internacionales que España no ha podido aprovechar. ¿Por qué? Porque esos triunfos no han aportado nada, no podían aportar nada a un gobierno que es incapaz de resolver los vitales problemas interiores. Los intentos de paliar defectos de un régimen monstruoso para darle una apariencia normal, fracasan. Las dictaduras no pueden salir de sus procedimientos propios, que son los que las sostienen y los que les hacen caer, y ninguna ayuda le dará la apariencia de una democracia. La técnica no ha llegado aún a realizar con éxito tales injertos.

Anuncio



Indice