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Alan Deyermond

Biografía de Alan Deyermond

Alan Deyermond: tradición y renovación en los estudios medievales hispánicos

Alan David Deyermond (El Cairo, 1932 - Londres, 2009) tuvo una larga, pletórica y fecunda trayectoria de cincuenta  y cinco años -si contamos a partir de su entrada en la Universidad y a partir de la publicación de su primer trabajo- como profesional de las letras, de la investigación y de la educación; cincuenta y cinco años de constante quehacer intelectual, rindiendo servicio al medievalismo, al hispanismo y a las humanidades. En el año 1997 celebró su jubilación oficial, pero su tarea continuó incesante, aun desde entonces, sin que apreciáramos quienes le conocíamos un cambio sustancial en su trayectoria. Continuó a partir de esa fecha realizando visitas como profesor invitado a Universidades de Estados Unidos, Europa y, en concreto, diversos centros de España, tal vez, eso sí, sin tantas premuras ya a su regreso -me refiero a las prisas relacionadas con los gozos y las sombras de la docencia- como anteriormente. Pero su buzón -alternando ahora el correo postal con el sistema electrónico, al que se apuntó desde el primer momento‑ le seguiría esperando tras cada viaje igual de rebosante; y le acompañarían, de igual modo, en las esperas de los aeropuertos, sin dejar apenas tiempo al descanso del rápido té, la corrección de pruebas de artículos y capítulos de libros, algunos suyos, muchos de revisión de antiguos alumnos y colegas, para juzgar, iniciar, avanzar o pulir la redacción de cualquier trabajo, a lo mejor de algún volumen para su colección de «Papers» en la que tanto empeño puso; y le seguirían siendo insuficientes las horas...

Esta imagen volandera que nos podemos hacer de los últimos diez años de trabajo académico de Alan Deyermond representaría, en todo caso, en escala de uno a cinco, lo que fueron más de seis lustros -se sumarían ahora los años estudiantiles- entregados al estudio de un pedazo pequeño, pero complejo y fascinante de nuestro mundo antiguo: las literaturas hispánicas medievales. Y es una imagen -me la hago e invito a que se la hagan los lectores‑ que no considero fantasiosa ni exagerada. Yo fui testigo de su actividad aún poco menos que frenética, habida cuenta su edad, y siempre voluntariosa, al menos hasta el año 2007, revisando con él, en su hotel de Valencia y en el paseo del Jardín del Turia, hasta el menor detalle de las traducciones de sus artículos en inglés al castellano para el volumen de Poesía de cancionero que le editó la Universitat de València. Y testigo mucho más triste en Londres, en Queen Mary College, en julio de 2009, cuando lo escuché por última vez impartiendo su última conferencia, luchando con tesón contra su tos enferma y dolorosa ‑aunque articulando un discurso tan lúcido y original como siempre, apoyado en el «jandote» necesario‑, porque ya se adivinaba su cansancio, y en especial su dolor, como me confesó en un breve descanso de cafetería, por la enfermedad de su mujer Anne, que le mantenía abatido.

Me considero un privilegiado al disfrutar de la oportunidad que el profesor Alberto Montaner Frutos me brinda, y poder preparar unas líneas de presentación, por la vía de la semblanza académica, como homenaje tributado a un académico que sobresalió en muchos campos de las ciencias humanas y batalló en muchas lides de la arena universitaria, que concitó como pocos admiración y respeto unánimes, y que, como sólo los grandes maestros pueden hacer, expandió por doquier, con generosidad inagotable, su caudal de saberes y experiencias.

Alan Deyermond nació en El Cairo en 1932, pero su educación primaria tuvo lugar en el Quarry Bank High School de Liverpool, y más tarde, cuando su familia se trasladó a las Channel Islands, en el Victoria College de Jersey. Su afición por la literatura española nació cuando realizaba estudios universitarios en el Pembroke College de Oxford. Aunque sus lecturas fundamentales fueran de literatura francesa, el obligado acercamiento introductorio, ya en el último año de carrera (1952-1953), a textos canónicos hispánicos como el Poema de Mio Cid, el Libro de Buen Amor o la Celestina, produjo en él tal fascinación y despertaba tantos interrogantes sin resolver por la crítica de entonces, que decidió dedicar sus trabajos de postgraduado (nuestro tercer ciclo o doctorado) a la literatura española medieval, bajo la dirección de Peter Russell.

Muy pronto, hacia los 24 años, comenzó a dar clases de historia de la lengua, de poesía de los siglos de oro, de literatura medieval, así como de lengua española, como Ayudante (Assistant Lecturer) en el Westfield College de Londres, cuando era director del Departamento de Hispanic Studies el querido y recordado profesor John Varey. En poco tiempo Alan Deyermond se fue ganando a pulso un merecido reconocimiento como docente, y enseguida como investigador, a partir de la publicación de su primer artículo («The Index to Petrarch’s Latin Works as a Source of La Celestina», Bulletin of Hispanic Studies, 31, 1954, pp. 141-49), como se aprecia retrospectivamente al examinar los distintos puestos que fue obteniendo, dentro del escalafón británico, en la Universidad de Londres (sin equivalencia exacta en el sistema español): los grados de Lecturer en 1958, Reader en 1966, y el Personal Chair o grado de Professor (el equivalente a nuestro Catedrático) en 1969.

Alan Deyermond sería por definición, a partir de esas fechas, ciudadano del mundo, impenitente viajero, homo plus quam viator. Impartió a lo largo de su fecunda trayectoria académica conferencias y seminarios en más de ciento treinta universidades de Europa y América, con contratos de profesor visitante en algunas de ellas. Sus labores docentes, sin embargo, estuvieron siempre sólidamente enraizadas en Londres y ligadas al epicentro del centenario Westfield College, primero en su emplazamiento de Hampstead, y a partir de 1992, fundido con Queen Mary College, en la Mile End Road londinense. Allí fue Director de Departamento, Decano de la Facultad de Artes, Director de Estudios de Doctorado, y desempeñó otros cargos relacionados con la administración y gestión universitaria.

Entre los muchos méritos en su haber, Alan Deyermond contaba con los de Doctor honorario de Literatura en la Universidad de Oxford, Doctor honorario de «Humane Letters» en la Universidad de Georgetown, Miembro de la British Academy y Doctor Honoris Causa en la Universitat de València (2005). Fue Presidente de la International Courtly Literature Society (1983), de la Asociación Internacional de Hispanistas (1992-1995). Miembro de la Society of Antiquaries (1987), Socio de honor de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (desde 1985), Miembro de la Hispanic Society of America (1985), Miembro Correspondiente de la Medieval Academy of America (1979), Miembro Correspondiente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, Miembro de la London Medieval Society (1970-1974) y Miembro de la International Courtly Literature Society (1983-1989). Perteneció al comité científico de una docena larga de revistas internacionales del prestigio del Bulletin of Hispanic Sudies, Bulletin Hispanique, Celestinesca, Medievalia, Romance Philology, Revista de Filología Española, etc. Dirigió la prestigiosa colección de Papers of the Medieval Hispanic Research Seminar (más adelante tendremos ocasión de hablar de la gestación, objetivos y resultados de la colección de PMHRS).

Alan Deyermond publicó más de veinticinco libros -repartidos equitativamente entre libros como autor y libros como editor- y casi doscientos artículos científicos. (Para su bibliografía detallada hasta 1997, véase el volumen de homenaje, citado al final de esta presentación The Medieval Mind, pp. xiii-xxii; hasta 2005, en Poesía de cancionero, citado más adelante, pp. 51-65; y hasta la fecha, la preparada en esta misma página web por Alberto Montaner.) Si ya es complicado enumerar y ordenar cronológicamente sin fallos el catálogo de una obra académica tan magna, resulta francamente difícil, si no imposible, resumir, más allá de la cuantificación, el contenido de las aportaciones principales. Aunque no me atreva -porque sería una imprudente osadía por mi parte‑ a realizar un balance, sí que quisiera cuanto menos apuntar algunas de las líneas principales de su investigación, para tratar de destacar y justificar de qué modo alcanza ésta, a mi juicio, el difícil equilibrio entre la tradición y la innovación crítica en el estudios de las literaturas medievales hispánicas.

El primer libro de Alan Deyermond fue un estudio sobre las fuentes petrarquescas de la Celestina: The Petrarchan Sources of «La Celestina» (Londres, Oxford University Press, 1961, xii + 164 pp.; reed. revisada, 1975). Petrarca es el autor más citado por Fernando de Rojas: en alrededor de cien ocasiones (unas setenta y cinco en la Comedia, otras veinticinco en los nuevos actos e interpolaciones). Quien primero localizó alguna de esas fuentes en la obra de Fernando de Rojas fue un anónimo jurista, que preparó en el siglo XVI una impresionante glosa de la obra, conservada en el ms. 17631 de la Biblioteca Nacional de Madrid (sólo editada críticamente en Salamanca, 2002; y más reciente todavía la atribución de su autoría a Benardino Daza, propuesta Enrique Fernández, uno de los editores, en RFE, 86, 2006, pp. 259-276). Pero los conocimientos y procedimientos filológicos han cambiado bastante, por supuesto, desde aquel siglo de doradas luces. Como ya hemos comentado, antes de doctorarse, en 1954, Alan Deyermond había publicado, su primer artículo, en el número 31 del Bulletin of Hispanic Studies. En él demostraba que el índice temático de las obras latinas de Petrarca, al final de la primera edición incunable, salida en Basilea, en 1496, había sido la principal fuente petrarquesca de Rojas. En The Petrarchan Sources of «La Celestina» desarrolla por extenso las primeras aportaciones de la precoz contribución. El Índice de las Opera de Petrarca había servido de florilegio, y Fernando de Rojas no se tomaba la molestia de averiguar si las sentencias anotadas coincidían con el texto. Lo que no quiere decir que a veces Rojas no consultara directamente determinadas obras del italiano, y desde luego el De remediis utrisque fortunae.

Por supuesto, la Celestina continuó interesando al prof. Deyermond. De la pluralidad de enfoques y del interés de los trabajos dará idea la simple mención de algunos títulos: «Hilado-Cordón-Cadena: Symbolic Equivalence in La Celestina» (Celestinesca, 1-ii, 1977, pp. 6-12), «"¡Muerto soy! ¡Confesión!": Celestina y el arrepentimiento a última hora» (en De los romances-villancico a la poesía de Claudio Rodríguez: 22 ensayos sobre las literaturas española e hispanoamericana en homenaje a Gustav Siebenmann, ed. José Manuel López de Abiada y Augusta López Bernasocchi, Madrid, José Esteban, 1984, 129-40), «Divisiones socio-económicas, nexos sexuales: la sociedad de Celestina» (Celestinesca, 8-ii [In Honor of Stephen Gilman, ed. Dorothy Sherman Severin], 1984, pp. 3-10), «<>: Melibea como artículo de consumo» (en Estudios románicos dedicados al profesor Andrés Soria Ortega en el XXV aniversario de la Cátedra de Literaturas Románicas, ed. Jesús Montoya Martínez y Juan Paredes Núñez, I, Granada, Universidad, 1985, pp. 291-300), «Pleberio’s Lost Investment: The Wordly Perspective of Celestina, Act 21» (Modern Language Notes, 105, 1990, pp. 169-79), «Female Societies in Celestina» (en Fernando de Rojas and «Celestina»: Approaching the Fifth Centenary [Proceedings of an International Conference in Commemoration of the 450th Anniversary of the Death of Fernando de Rojas, Purdue University, West Lafayette, Indiana, 21-24 November 1991], ed. Ivy A. Corfis y Joseph Snow, Madison, HSMS, 1993, pp. 1-31), «Hacia una lectura feminista de la Celestina» (en «La Célestine»: «Comedia o Tragicomedia de Calisto y Melibea» [Actes du Colloque International du 29-30 janvier 1993], ed. Françoise Maurizi, Caen, Universidad, 1995, pp. 59-86), «La Celestina como cancionero» (en Cinco Siglos de «Celestina»: aportaciones interpretativas, ed. Rafael Beltrán y José Luis Canet, Valencia, Universidad, 1997, pp. 91-105), «How Many Sisters Had Celestina? The Functions of the Invisible Characters» (Celestinesca, 21, i-ii [Studies in Honour of Louise Fothergill-Payne], 1997, pp. 15-29), entre otras. El vol. 40 (2008) de la prestigiosa Revista Medievalia, en un monográfico dedicado a Estudios de Alan Deyermond sobre la «Celestina». In memoriam (ed. Axayácatl Campos y Daniel Gutiérrez Trápaga, México, UNAM, IIFL, 2010), recopila los artículos citados más otros, hasta quince trabajos celestinescos, permitiendo un acercamiento completo, en un solo libro, de las múltiples perspectivas con las que Alan Deyermond abordó el texto de Rojas.

Pero retrocedamos un par de siglos ‑o casi tres‑ en el tiempo de emisión literaria y saltemos al mundo de la épica con el segundo libro publicado por Alan Deyermond. En 1969 aparece Epic Poetry and the Clergy: Studies on the «Mocedades de Rodrigo» (Londres, Tamesis, 1969, xv + 313 pp.). Alan Deyermond continúa siendo el estudioso que más luz ha arrojado sobre el segundo poema épico español -en cronología, en extensión, en importancia-, del que se conservan más de mil versos (1170) distribuidos en unas treinta tiradas. El profesor británico situaba la redacción original del texto conservado entre 1350 y 1360, y caracterizaba la obra como producción de un autor culto, posiblemente clérigo, que reelaboraría un cantar de gesta anterior, perdido, de manera similar a la reelaboración que hiciera el anónimo autor del Poema de Fernán González. La posterior edición de estudios críticos, con facsímil y nueva transcripción de la obra, llevada a cabo por Matthew Bailey, le proporcionaría a Alan Deyermond el lugar idóneo y la oportunidad para modificar ligeramente sus opiniones después de treinta años («La autoría de las Mocedades de Rodrigo: un replanteamiento», en Las «Mocedades de Rodrigo»: estudios críticos, manuscrito y edición, ed. M. Bailey, Londres, King’s College London Centre for Late Antique & Medieval Studies, 1999, pp. 1-15). No, desde luego, la principal, referida a que el autor del poema fuera culto, y no juglar. Pero sí que pudo matizar la vinculación del autor con Palencia, la fecha de redacción (que sería -propone, a tenor de las conclusiones de trabajos publicados en el ínterin- anterior, de hacia 1330) y la cuestión de la difusión por escrito de la obra.

Para no abandonar el campo de la épica, encontramos que, a medio camino entre los dos estudios sobre Mocedades de Rodrigo que acabamos de mencionar (el suyo y el conjunto, coordinado por el prof. Bailey), Alan Deyermond publicó un fundamental libro, tan condensado en su contenido y extensión como clarificador respecto al estado de conocimientos sobre la épica española hasta aquella fecha. Lleva por título El «Cantar de Mio Cid» y la épica medieval española (Barcelona, Sirmio, 1987, 124 pp.), y resume con iluminadora labor de síntesis -empeño nada fácil en este caso- las principales teorías formuladas hasta el momento sobre la épica, centradas en el Cantar -como prefiere llamarlo él- o Poema de Mio Cid. No es su único trabajo (en la bibliografía de la edición del CMC elaborada por Alberto Montaner se incluyen catorce entradas suyas, dos de ellas artículos publicados en colaboración con David Hook), pero sí el más abarcador y generalizador. Sus conclusiones sobre la cronología de la epopeya española darán perfecta idea de la posición que adopta Alan Deyermond entre las teorías individualista y neotradicionalista. Sabíamos -introduce- que mientras para Colin Smith la épica española nace en 1207 con el Cantar de Mio Cid, escrito por Per Abbat a imitación de la épica francesa (y los pocos poemas épicos compuestos a continuación habrían seguido el modelo de este Cantar fundador), para Ramón Menéndez Pidal, en cambio, la épica española habría empezado como muy tarde en el siglo VIII, con un poema sobre el rey Rodrigo y la conquista árabe de España (pero probablemente incluso antes, con poemas visigóticos continuadores de la tradición de épica germánica). Alan Deyermond propone -como opinión personal, sin ánimo de que sea la solución definitiva- una cronología «a medio camino entre estos dos extremos» (p. 99). Tras señalar la inexistencia de pruebas de ningún poema épico español anterior al año 1000, sugiere que la épica española comenzaría con Los siete infantes de Lara, el Romanz del infant García, poco posterior, y ya para la segunda mitad del siglo XI o primera del XII, el Cantar de Fernán González y La condesa traidora, así como el primer Cantar de Sancho II. No descarta la composición en esa primera fase de un Cantar de Roldán, basado en un antecesor de la Chanson de Roland que conocemos. La propuesta de fecha para el Cantar de Mio Cid no admite medias tintas y Deyermond se identifica con la posición individualista de Colin Smith (y de otros muchos, que reciben de los neotradicionalistas esa etiqueta, que agruparía a quienes no son como ellos): el poema se compuso hacia 1207, la fecha que lleva el explicit en el códice de Vivar. Vendrían tras este año la segunda versión del Cantar de Sancho II y un Bernardo del Carpio. Ya en la segunda mitad del XIII el Poema de Fernán González, probablemente la perdida Gesta de las mocedades de Rodrigo y el Roncesvalles, del que sólo conservamos dos folios conteniendo 100 versos. Finalmente, de hacia mitad del siglo XIV serían ya el Poema de Alfonso XI, que representa una nueva épica octosilábica, y las Mocedades de Rodrigo. Deyermond respalda, para concluir, la hipótesis de una tradición de refundiciones todavía viva en el siglo XV.

De manera que Alan Deyermond mantiene, en sus ideas sobre la épica española, un perfecto equilibrio entre la tradición y la renovación. Asume plenamente las conclusiones pidalianas, por ejemplo -y es sólo un ejemplo- en la cuestión de la «pervivencia genérica [de la épica española]», que reconoce «magistralmente reseñada por Menéndez Pidal» (p. 102). Pero, en otro sentido, es más dudoso que nuestro admirado Ramón Menéndez Pidal hubiese visto con buenos ojos (¿tal vez con mirada condescendiente?) las interesantísimas conclusiones de Alan Deyermond en torno a la importancia de la sexualidad en la epopeya española. Lo cierto es que en varios trabajos -divulgados algunos, además, a través de sabrosas y polémicas conferencias-, y en especial en «La sexualidad en la épica medieval española» (NRFH, XXXVI, 1988, pp. 768-86), Alan Deyermond ha demostrado con propiedad y hasta con fina ironía lo infundado de la identificación de épica con canto exclusivamente masculino y bélico; ha destacado, al contrario, el papel dominante de las mujeres -mujeres que utilizan su poderosa sexualidad para obtener poder o venganza- en el ciclo de los condes castellanos, y el protagonismo más que relevante en otros poemas, como el mismo Cantar de Mio Cid. Igualmente, ha rebatido y desacreditado con contundencia otra premisa errónea del neotradicionalismo: la repetida hipótesis, tan cara a don Ramón, de una épica juglaresca y laica, despreocupada de lo eclesiástico (de donde vendrían errores flagrantes). El autor del Cantar demuestra tener sobrados saberes jurídicos y, además, conocía bien la Biblia, como ha enseñado con ejemplos de meridiana claridad el académico británico.

El panorama narrativo en verso de los siglos XIII y XIV está dominado por el Mester de Clerecía. Son los siglos de la cuaderna vía. Alan Deyermond editó en un volumen dos versiones castellanas, ambas del siglo XV, de la historia de Apolonio de Tiro, en cuya tradición se inscribe uno de los primeros y principales -también uno de los más bellos- poemas de clerecía españoles, el Libro de Apolonio: el volumen lleva por título Apollonius of Tyre: Two Fifteenth-Century Spanish Prose Romances (Exeter, University, 1973, xxii + 116 pp.). La primera de las versiones es la que trae el incunable español de Pablo Hurus (1488), procedente de la Gesta Romanorum, y la segunda se trata de la versión de Juan de Cuenca, que deriva de la que presenta el Pantheon de Viterbo. Sobre el mismo Libro de Apolonio Alan Deyermond escribió, además, esenciales artículos (yo destacaría -porque representó una llamada de atención sobre el estudio de los motivos no sólo en esta obra, sino en otros géneros literarios- su trabajo sobre «Motivos folklóricos y técnica estructural en el Libro de Apolonio», Filología, 13, 1968-1969 [1970: Homenaje a Ramón Menéndez Pidal], pp. 121-49). Con igual profundidad y agudeza adentraría, abordándolos desde perspectivas críticas que iban a servir de modelo para otras subsiguientes, en otros poemas de cuaderna vía, desde el Libro de AlexandreThe Use of Figura in the Libro de Alexandre», en colaboración con Peter A. Bly, Journal of Medieval and Renaissance Studies, 2, 1972, pp. 151-81), hasta las obras de Gonzalo de Berceo (por ejemplo, con su estudio de «La estructura tipológica del Sacrificio de la Misa», Berceo, 94-95 [= Actas de las II Jornadas de Estudios Berceanos], 1978, pp. 97-104). Por no hablar de su dedicación de siempre, reposada, cautelosa, pero incesante y sagaz, al mayor libro de la cuaderna vía en el siglo XIV y una de las cumbres de la literatura europea medieval: el Libro de Buen Amor. Baste mencionar su fundamental artículo sobre los usos de la parodia en el Libro de Buen AmorSome Aspects of Parody in the Libro de Buen Amor», en «Libro de Buen Amor» Studies, ed. G.B. Monypenny, Londres, Tamesis, 1970, pp. 53-78) y su ponderada síntesis de la actitud o actitudes de Juan Ruiz frente a su propia escritura («Juan Ruiz’s Attitude to Literature», en Medieval Renaissance and Folklore Studies in Honor of John Esten Keller, ed. Joseph R. Jones, Newark, Delaware, Juan de la Cuesta, 1980, pp. 113-25).

Hacia la novela sentimental o, mejor, como él rebautizó con argumentos convincentes, la ficción sentimental, enfocó la mirada de su ojo crítico con atentos y renovadores acechos. Contribuiría, así, como pocos, a que un género que constituía hasta los años setenta del pasado siglo un episodio obligado pero casi críptico, por impenetrable, de nuestra historia literaria, haya pasado en un lapso relativamente breve de tiempo a convertirse en capítulo abierto y rico, por su entronque con la más alta retórica amorosa europea -Boccaccio-, y fascinante por sus innovaciones que, sin miedo a caer en anacronismos, verdaderamente se pueden llamar experimentales (adjetivo que no dudó en emplear). En Tradiciones y puntos de vista en la ficción sentimental (México, UNAM, 1993, 190 pp.) reunió, revisados, cinco de los principales artículos que anteriormente había publicado sobre este género de raíces clásicas, ovidianas (el Ovidio de las Heroidas), que tuvo su precursor principal medieval en la Fiammetta de Giovanni Boccaccio y que contó con varios testimonios europeos (quizás el más conocido la Historia de duobus amantibus de Enea Silvio Piccolomini), pero que como tal género se ha de identificar en exclusiva, como insiste en destacar Alan Deyermond, con la literatura en castellano de los siglos XV y XVI (p. 9). Los artículos, convertidos en capítulos de un libro que tiene perfecta homogeneidad temática y metodológica, versan tres de ellos sobre las tradiciones folklórica, literaria y bíblica subyacentes al género, y los otros dos sobre el punto de vista narrativo. Otros críticos habían venido subrayando -cierto que desde hacía muy poco- las innovaciones técnicas del género, pero nadie insistiría tanto en la radicalidad de éstas, que se dirían parangonables en ocasiones a las de la novela europea del siglo XX. Repetiré la impresión: nada tiene que ver la lectura que hoy podemos hacer de la ficción sentimental con la que se soportaba (y perdónese el desprecio) hará hoy tan sólo unos treinta años, cuando muchos, que la habíamos estudiado mal, o sencillamente la habíamos ignorado (faltaban también las ediciones), desdeñábamos las supuestas bondades de un género, porque nadie nos había sabido explicar su complejidad inventiva, dispositiva y elocutiva, es decir, su densidad y osadías temáticas y retóricas.

En 1994 la Universidad de Salamanca concedió a Alan Deyermond el prestigioso Premio Internacional Elio Antonio de Nebrija, por su contribución al mejor conocimiento del mundo y culturas hispanas en todo el mundo. La concesión del galardón trajo consigo la propuesta de publicación de una obra para el siguiente año. Alan Deyermond llevaba muchos dedicado al rastreo de la literatura medieval perdida de la Península Ibérica, y había ido publicando suplementos (cuatro en 1977; un quinto, en 1979) a su primera versión dactilografiada -separata solicitadísima- de The Lost Literature of Medieval Spain: notes for a tentative catalogue. Además, había publicado también artículos sobre textos perdidos de cancionero castellano y portugués, sobre historiografía perdida de la época de los reyes Trastámara, sobre textos hagiográficos o textos portugueses igualmente perdidos, etc. No extrañó, por tanto, sino alegró sobremanera a quienes seguíamos esa línea suya de trabajo sobre los «agujeros negros» de la galaxia literaria medieval, que se decidiera a publicar La literatura perdida de la Edad Media castellana: catálogo y estudio, I: Épica y romances (Salamanca, Universidad, 1995, 256 pp.). La obra comienza con la casuística de pérdida de esas obras: incendios, guerras, censura, deterioro material, desinterés cultural, negligencias varias, ocultación obligada o clandestinidad... Habla de las fuentes de información que permiten deducir la existencia efectiva de esas obras, algunas reaparecidas sólo muy recientemente, como el debate de Elena y María, las jarchas, la Fazienda de Ultramar o el fragmento de Roncesvalles. El catálogo de obras perdidas de épica tradicional es -subraya- especialmente difícil, teniendo en cuenta el desacuerdo de los críticos en torno a la existencia o no de poemas épicos perdidos y al número de versiones de cada uno (p. 139). No sólo se realiza, por tanto, el catálogo de veintinueve obras de épica tradicional, sino un esmeradísimo estado de la cuestión, que supone la revisión más completa y actualizada sobre el tema con la que contamos todavía hoy los medievalistas. En cuanto a la sección de romances, Deyermond aduce los casos -presentados todos ellos de manera sólida y rigurosa- de nada menos que treinta y ocho romances que debieron existir y que hoy no conservamos. Finalmente, señalemos que la nobleza del científico agradecido -pero también una insobornable sinceridad- le lleva a dedicar el libro «a Samuel G. Armistead». Y, después, en el Prefacio, a justificar esa dedicatoria:

Este tomo va dedicado a Samuel G. Armistead, conocedor como nadie de la épica y el romancero hispánicos. Es el Menéndez Pidal de nuestros días. No siempre estoy de acuerdo con él, pero me apoyo siempre en sus investigaciones y aprecio siempre la generosa ayuda que proporciona a otros investigadores (p. 15).

Siguiendo el mismo sendero de la narrativa versificada, entramos en los campos acotados ahora ya exclusivamente para el romancero, y hemos de mencionar su obra Point of View in the Ballad: «The Prisoner», «The Lady and the Shepherd» and Others (Londres, Depart. of Hispanic Studies, Queen Mary and Westfield College, 1996, 98 pp.). Apareció como número 7 de la colección The Kate Elder Lecture, que editó el Departamento londinense. Al inicio del prefacio, el autor plantea, con saludable humor, un problema serio y crucial del estudio del Romancero. Traducir lo más literalmente posible, intentando mantener el registro de fino humor inglés:

Las baladas tradicionales son textos sólo secundariamente. Puesto que mi oficio es el de profesor, y no el de cantante de baladas, y puesto que di una conferencia, y no un recital, esta Conferencia Kate Elder, ofrecida el 21 de noviembre de 1995, quedó inevitablemente desplazada del vivo y siempre cambiante mundo de los cantantes de baladas tradicionales y de sus audiencias. Para tender un puente con ese mundo más vasto, acompañé la conferencia con la audición de romances grabados en el siglo XX, y con diapositivas. De manera que sólo ha de ser considerada parcialmente como broma la propuesta de un colega de que la conferencia había de ser publicada en disco compacto, en CD (mejor que en libro).

Fruto de una conferencia, por tanto, pero envuelta ésta en formato de monografía, como la define el autor, el libro parte de dos romances, El prisionero y La dama y el pastor, pero estudia en al menos otros ocho el problema del punto de vista -en el sentido de Wayne Booth: la carga de ironía y la ambigüedad-, relacionándolo con un tema que nos retrotrae al ya mencionado de la sexualidad en la épica: el de la mujer fatal (el romance de La bastarda y el segador, citado en las pp. 59-60, es, como se sabe, absolutamente explícito en ese sentido).

Un apartado especial merecerían su bibliografía crítica de Lazarillo de Tormes: «Lazarillo de Tormes»: A Critical Guide, Londres, Grant & Cutler, 1975, 102 pp. -su único trabajo, que conozca, sobre un texto no medieval-, y su edición, en colaboración con Reinaldo Ayerbe-Chaux, de Don Juan Manuel, El conde Lucanor, Madrid, Alhambra, 1984, 227 pp.

Aunque me había comprometido, al principio de esa presentación, a que el límite del comentario de la obra crítica de Alan Deyermond incluiría casi exclusivamente las áreas del trabajo que ha desarrollado en torno a determinados libros, querría dar al menos un breve testimonio también, como si de libros se tratara -pues guardan entre sí coherencia y sentido como libros-, en primer lugar, de sus principales estudios sobre teatro medieval, y en segundo término, de sus principales estudios sobre poesía de cancionero.

El más temprano artículo de Alan Deyermond sobre teatro medieval versa sobre «El ambiente social e intelectual de la Danza de la muerte» (en Actas del III Congreso Internacional de Hispanistas, ed. Carlos H. Magis, México, Colegio de México, 1970, pp. 267-76). Seguirían «Enrique de Villena, como poeta y dramaturgo: bosquejo de una polémica frustrada (en colaboración con John Walsh, Nueva Revista de Filología Hispánica, 28, 1979, pp. 57-85),«La matanza de los Inocentes en el Libre dels tres reys d’Orient» (en colaboración con Jane E. Connolly, Anuario de Filología Española, 1, 1984, pp. 733-38), «El problema de la terminación del Auto de los Reyes Magos» (en colaboración con David Hook, Anuario de Estudios Medievales, 13, 1983 [1985], pp. 269-78)«El Auto de los Reyes Magos y el renacimiento del siglo XII» (Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, ed. Sebastián Neumeister, Franckfurt, 1989, vol. I, pp. 187-94), «Historia sagrada y técnica dramática en la Representación del Nacimiento de Nuestro Señor de Gómez Manrique» (en Historias y ficciones: Coloquio sobre la Literatura del Siglo XV, ed. Rafael Beltrán, José Luis Canet y Josep Lluís Sirera, Valencia, Universidad, 1990, pp. 291-305), «Teatro, dramatismo, literatura: criterios y casos discutibles» (en Cultura y representación en la Edad Media: Actas del seminario celebrado con motivo del II Festival de Teatre i Música Medieval d’Elx, octubre-noviembre de 1992, ed. Evangelina Rodríguez Cuadros, Valencia, Generalitat Valenciana-Ayuntamiento de Elx-Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», 1994, pp. 39-56). No es de extrañar, habida cuenta de esa dedicación, que en el Festival de Teatre i Música Medieval d’Elx, celebrado el año 2000, se homenajeara a Alan Deyermond como figura relevante en los estudios de historia del teatro medieval hispánico. (Allí los organizadores me brindaron la preciosa oportunidad de presentar una laudatio de Alan, con un texto que luego sería publicado en el volumen La Mort com a personatge, l’assumpció com a tema (Actes del Seminari celebrat amb motiu del VI Festival de Teatre i Música Medieval d’Elx), ed. J. Ll. Sirera, Elx, Ajuntament d’Elx, 2002, pp. 33-49, y que -escrito hace diez años- significaría un primer esbozo de esta presentación.)

En cuanto a Poesía de cancionero del siglo XV, es obligado destacar la dedicación de Alan Deyermond, por una parte, a la poesía en castellano y gallego-portugués, y por otra a la poesía catalana medieval. Partiré de la selección de artículos que realizamos José Luis Canet, Marta Haro y yo mismo, como editores, con su aquiescencia y consejo, para el volumen que preparamos a raíz de su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universitat de València, Alan Deyermond, Poesía de cancionero del siglo XV (eds. R. Beltrán, J. L. Canet y M. Haro, Valencia, PUV, 2007). Citaré por los títulos traducidos al castellano, tal como aparecieron en el libro, previa revisión del autor y editores, pues una de las ventajas del volumen fue la de presentar esas traducciones de textos publicados originalmente en inglés. Por lo que respecta a la primera faceta, la de poesía en castellano y gallego-portugués, destacábamos los trabajos: «Baena, Santillana, Resende y el siglo silencioso de la poesía cortesana portuguesa» (traducción de «Baena, Santillana, Resende and the Silent Century of Portuguese Court Poetry», Bulletin of Hispanic Studies, 59, 1982, pp. 198-210), «Alegorías amorosas de Santillana: estructura, relación y mensaje» (traducción de «Santillana's Love Allegories: Structure, Relation, and Message», en Studies in Honor of Bruce W. Wardropper, Newark, DE, Juan de la Cuesta, 1989, pp. 75-90), «Las sirenas, el unicornio y el áspid: sonetos 21, 23 y 26 de Santillana» (traducción de «The Sirens, the Unicorn, and the Asp: Sonnets 21, 23, and 26», en Cancionero Studies in Honour of Ian Macpherson, London, Department of  Hispanic Studies-Queen Mary and Westfield College, 1998, pp. 81-111), «Estructura y estilo como instrumentos de propaganda en Laberinto de fortuna de Juan de Mena» (traducción de «Structure and Style as Instruments of Propaganda in Juan de Menas Laberinto de Fortuna», Proceedings of the Patristic, Medieval and Renaissance Con­ference, Villanova, PA, 5 1980 [1983], pp. 159-67), «La Defunzión del noble cavallero Garci Laso de la Vega, de Gómez Manrique» (publicado previamente en Dicenda, 6, 1987 [= 1991: Homenaje a Francisco López Estrada), pp. 93-112), «Las mujeres y Gómez Manrique» (traducción de «Women and Gómez Manrique», en «Cancionero» Studies in Honour of Ian Macpherson, PMHRS, 11, London, Department of Hispanic Studies, Queen Mary and Westfield College, 1998, pp. 69-87), «El gusano y la perdiz: reflexiones sobre la poesía de Florencia Pinar» (traducción de «The Worm and the Partridge: Reflections on the Poetry of Florencia Pinar», Mester, 7, 1978, pp. 3-8), «La micropoética de las invenciones» (publicado previamente en Iberia cantat. Estudios sobre poesía hispánica medieval, ed. Juan Casas Rigall - Eva M.ª Díaz Martínez, Lalia. Series Maior 15, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago, 2002, pp. 403-24) y «La Celestina como cancionero» (publicado previamente en Cinco siglos de 'Celestina': aportaciones interpretativas, ed. Rafael Beltrán y José Luis Canet, Valencia, Universitat, 1997, pp. 91-105).

Por lo que respecta a la segunda faceta, la de poesía del XV escrita en catalán, destacaría la dedicación a los tres mejores poetas valencianos medievales: Ausiàs March, Joan Roís de Corella y Jordi de Sant Jordi. Es detallado y profundo su análisis del poema «Pren-m’ enaixí com al patró qu’ en platga», del Cancionero de Ausiàs March, en «De “gran nau” a “aspra costa”: imaginería, semántica y argumentación en el poema 2 de Ausiàs March» (traducción de «From “gran nau” to “aspra costa”: Imagery, Semantics and Argument in Ausias March’s Poem 2», en Homenaje a Hans Flasche: Festschrift zum 80. Geburstag am 25. November 1991, Stuttgart, Franz Steiner, 1991, pp. 485-98). Y notables sus estudios sobre «Religión como retórica amatoria en Dança e scondit de Jordi de Sant Jordi» (traducción de «Religion and Amatory Rhetoric in Jordi de Sant Jordi’s Dança e scondit», publicado previamente en «Busquemos otros montes y otros ríos». Estudios de Literatura Española del Siglo de Oro dedicados a Elias L. Rivers, ed. Brian Dutton y Victoriano Roncero, Madrid, Castalia, 1992, pp. 105-11), «Ausiàs March en inglés» (publicado previamente en Traducir la Edad Media. La traducción de la literatura medieval románica, eds. Juan Paredes - Eva Muñoz Raya, Granada, Universidad de Granada, 1999, pp. 267-94), «Las imágenes del bestiario en la poesía de Joan Roís de Corella» (publicado previamente en Ex libris: homenaje al Profesor José Fradejas Lebrero, Madrid, UNED, 1993, vol. I, pp. 95-106) y, finalmente, «El bestiario poético en la Valencia bajomedieval», lectio de Alan Deyermond en el mencionado homenaje de 2005, publicada como texto en el libro citado (pp. 25-39).

Alan Deyermond, como otros grandes filólogos europeos (pienso en Peter Dronke) fue pionero en su interés por las autoras medievales. Antes de que él incluyera una elocuente mención de apenas unas cuantas líneas -suficientes para llamar la atención de muchos sobre un texto totalmente desconocido- en su Historia de la literatura. Edad Media, en 1971, prácticamente nadie había oído hablar de las Memorias de doña Leonor López de Córdoba. Hoy, ese primer testimonio femenino autobiográfico de la literatura española escrita en castellano ya ha sido objeto de tesis y artículos, y hasta forma parte del canon de la literatura española medieval por méritos propios. Sus trabajos sobre religiosas como Teresa de Cartagena («El convento de dolençias: The Works of Teresa de Cartagena», Journal of Hispanic Philology, 1, 1976-77, pp. 19-29), o sobre voces femeninas en el cancionero («Sexual Initiation in the Woman’s-Voice Court Lyric», en Courtly Literature: Culture and Context. Proceedings of the 5th Triennial Congress of the International Courtly Literature Society, ed. Keith Busby y Erik Kooper, Amsterdam, John Benjamins, 1990, pp. 125-58), singularmente la de Florencia Pinar (el ya citado artículo, «The Worm and the Partridge: Reflections on the Poetry of Florencia Pinar», Mester, 7, 1978, pp. 3-8), o en la novela sentimental («The Female Narrator in Sentimental Fiction: Menina e moça and Clareo y Florisea», Portuguese Studies, 1, 1985, pp. 47-57) son iluminadores. E imprescindibles los panoramas sobre el tema, como el de «Las autoras medievales castellanas a la luz de las investigaciones recientes» (Medievo y Literatura. Actas del V Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, ed. Juan Paredes, Granada, Universidad, 1995, vol. I, pp. 31-47).

Dejo, por no abusar de la enumeración, otros bloques temáticos que persiguió Alan Deyermond a través de varias publicaciones: la historiografía («La historiografía Trastámara: ¿una cuarentena de obras perdidas?», en Estudios en homenaje a Don Claudio Sánchez Albornoz en sus 90 años, vol. 4, Buenos Aires, Instituto de Historia de España, 1986, pp. 161-93), el bilingüismo y la diglosia literaria («Notas sobre diglosia literaria y autotraducción en el siglo XV hispánico», en Miscellanea antverpiensia: homenaje al vigésimo aniversario del Instituto de Estudios Hispánicos de la Universidad de Amberes, ed. Nelson Cartagena y Christian Schmitt, Tubinga, Max Niemeyer, 1992, pp. 21-28) o la literatura comparada, entre otros. Y no detallo ni siquiera publicaciones básicas relacionadas con problemas de género, autoría, titulación, literatura de minorías (de judíos y conversos), oralidad, estructura, temas (desde el hombre salvaje a la iniciación sexual), imágenes literarias (las imágenes literarias de animales, por ejemplo), alegorías, motivos (motivos folklóricos), puntos de vista, innovaciones narrativas, retórica, problemas de edición, etc. Y me detengo sólo -y apenas- en un campo imprescindible, en el que sus aproximaciones parecen orientadas hacia el cuerpo de un libro: los usos de la Biblia. Sus trabajos sobre usos concretos de la Biblia en la épica («Uses of the Bible in the Poema de Fernán González», en Cultures in Contact in Medieval Spain Historical and Literary Essays Presented to L. P. Harvey, Londres, King’s College, 1990, pp. 47-70), en las cantigas de amigoOld Testament Elements in Two Cantigas de amigo», en Studies in Portuguese Literature and History in Honour of Luís de Sousa Rebelo, Londres, Tamesis, 1992, pp. 21-28), en poetas concretos («La Biblia en la poesía de Juan del Encina», en Humanismo y literatura en tiempos de Juan del Encina, ed. Javier Guijarro Ceballos, Salamanca, Universidad, 1998, pp. 55-68) y otros de corte más general, relacionados con la Biblia como elemento unificador y cohesionador, hablan perfectamente de un interés con vector que apunta hacia la todavía escasamente estudiada influencia del llamado -por Northrop Frye- Gran Código en la literatura medieval hispánica.

Las áreas tan sumariamente descritas para nada agotan los ámbitos de alcance de la producción científica de Alan Deyermond. Espero, con todo, que puedan servir al menos de brújula rudimentaria para la orientación en el abigarrado mapa que dibuja ésta. A través de este breve sumario enumerativo, se podrá intuir -esa al menos era mi pretensión- la ambición y profundidad de sus investigaciones, y certificar que abarcan los principales aspectos de la cultura y la escritura medieval hispánica.

Las ediciones de volúmenes, misceláneas, monográficos u homenajes, suponen costosos esfuerzos previos de preparación, selección y discriminación, así como posteriores de corrección y regularización; exigen, en fin, grandes dosis de iniciativa y mayores todavía de perseverancia. Son de obligada referencia las ediciones que llevó a cabo Alan Deyermond de volúmenes dedicados al Cantar de Mio Cid («Mio Cid» Studies, Londres, Tamesis, 1997), los homenajes a Rita Hamilton (Medieval Hispanic Studies Presented to Rita Hamilton, Londres, Tamesis, 1976), a Keith Whinnom (en colaboración con Ian Macpherson, The Age of the Catholic Monarchs 1474-1516: Literary Studies in Memory of Keith Whinnom, Liverpool, University Press, 1989), a John Walsh (en colaboración con Jane E. Connolly y Brian Dutton, Saints and their Authors: Studies in Medieval Hispanic Hagiography in Honor of John K. Walsh, Madison, HSMS, 1990), a John Varey (en colaboración con Charles Davies, Golden Age Spanish Literature: Studies in Honour of John Varey by his Colleagues and Pupils, Londres, Westfield College, 1991), a Peter Russell (en colaboración con Jeremy Lawrance, Letters and Society in Fifteenth-Century Spain: Studies presented to P.E. Russell on his Eightieth Birthday, Llangrannog, Dolphin, 1993), a Charles Fraker (en colaboración con Mercedes Vaquero, Hispanic Medieval Studies in Honor of Charles F. Fraker, Madison, HSMS, 1995), a Ian Macpherson («Cancionero» Studies in Honour of Ian Macpherson, PMHRS, 11, Londres, Queen Mary y Wesfield College, 1998) y a Stephen Reckert (One Man’s Canon: Five Essays on Medieval Poetry for Stephen Reckert, PMHRS, 16, Londres, Queen Mary y Wesfield College, 1998). Sé que me dejo sobre el tapete otras ediciones, como la de las investigaciones de Félix Lecoy sobre el Libro de Buen Amor (que Alan Deyermond reedita con introducción, bibliografía e índice, en Farnborough, Gregg, 1974), o la selección, a título póstumo, de trabajos de Keith Whinnom (en colaboración con W.F. Hunter y J. Snow, Medieval and Renaissance Spanish Literature: Selected Essays, Exeter, University Press y Journal of Hispanic Philology, 1994), pero lo hago para dar espacio para mencionar con brevedad dos empresas suyas esenciales.

Un sólo libro habría ilustrado perfectamente, aun sin mencionar los muchos anteriores, no sólo las cualidades de Alan Deyermond como generalista, sino -y es algo que está en manos de muy pocos compaginar con el rigor y con la especialización- su capacidad didáctica para trasladar, con claridad expositiva, los logros científicos a la formación del estudiante, a través de un panorama literario o un manual. El original inglés de A Literary History of Spain: The Middle Ages, publicado originalmente en inglés, en 1971 (Londres, Ernest Benn; Nueva York, Barnes y Noble, 1971, xix + 244 pp.), refundido y traducido dos años más tarde, fue publicado como primer volumen de una Historia de la literatura española que ha marcado su sello -y continúa haciéndolo- en las aulas universitarias de los años setenta, ochenta y noventa del pasado siglo (Barcelona, Ariel, 1973, 419 pp.). En 1997 iba ya por su décimo cuarta impresión este manual, «el Deyermond», que es como lo llamábamos cariñosamente quienes lo manejábamos hace treinta años (y entonces todavía sostenía su pulso -que yo creo que ganó- con el primer volumen de la completa, enciclopédica y maciza Historia de la literatura española de Juan Luis Alborg), y como lo siguen llamando los estudiantes hoy.

El manual ganó por méritos propios la prioridad en unas aulas universitarias, las de los años 70 y 80, totalmente masificadas en España, y entre unos alumnos que exigíamos que los cambios sociales y políticos que se estaban experimentando con el final de la dictadura se vieran reflejados también en cambios de enfoque radicales (que ya habría tiempo, después de las necesarias y urgentes rupturas e irrupciones de aires nuevos, para el respeto a la tradición...). Miles de estudiantes aprendimos y nos orientamos entre la selva de claroscuros de la literatura medieval gracias a este manual. De nuevo Alan Deyermond aceptaba con resignada flema esa responsabilidad. Cito sus palabras en un artículo de la revista diablotexto:

Mi historia de la literatura medieval castellana, publicada en inglés en 1971 y refundida en castellano en 1973, pretendió renovar el mapa de la literatura. Creo que lo logré hasta cierto punto (al menos, parece indicarlo la indignación manifestada en un par de reseñas). Pero [...] han pasado muchos años desde 1973, y [...] las investigaciones llevadas a cabo en estos años han efectuado cambios radicales en el mapa que yo había trazado. [...] Tengo que empezar de nuevo a escribir la historia de la literatura medieval castellana. («Ejemplaridad e historia: unas palabras finales», diablotexto, 3, 1996, pp. 245-58 [p. 255])

Esa revisión necesaria de la Historia era, en efecto, tarea titánica («empezar de nuevo»), y de hecho nunca pudo llevarla a cabo. Sin embargo, Alan Deyermond dejó realmente nunca de reescribir esa historia, como demuestra su responsabilidad en los volúmenes de Historia y crítica de la literatura española: Edad Media (Barcelona, Crítica, 1980, xxii + 570 pp.) y Edad Media, Suplemento 1 (Barcelona, Crítica, 1991, xvi + 451 pp.). Francisco Rico proponía desde un primer momento la idea de una nueva historia «no compuesta de resúmenes, catálogos y ristras de datos, sino formada por las mejores páginas que la investigación y crítica más sagaces, desde las perspectivas más originales e innovadoras, han dedicado a los aspectos más fundamentales de cerca de mil años de expresión artística en castellano» (1980: p. xvii). El propósito se logró sobradamente, y todos sabemos que tanto los volúmenes de los años 80, como los suplementos de los 90 tuvieron una gran influencia en las aulas y mayor si cabe entre los estudiosos.

Antes nos hemos referido a que Alan Deyermond fue mensajero y viajero portavoz del hispano-medievalismo por todo el mundo. Pero fue en Londres donde siempre se ubicó -permítaseme la expresión que sigue, empleada en el sentido táctico más que bélico- su centro de operaciones estratégicas. Me refiero al Medieval Hispanic Research Seminar, que empezó a funcionar en 1968 en Westfield College, que continuó luego en pleno rendimiento y por el que pasaron desde los más prestigiosos especialistas de todo el mundo hasta jóvenes investigadores. Unos y otros, aprovechando cualquier visita -de consulta en la British Library o en alguna otra biblioteca londinense o británica, por ejemplo- eran invitados a asistir o a participar, presentando sus aportaciones. El para muchos legendario Seminario, el MHRS, seguía un calendario y horario escrupulosos, clave de su éxito: viernes, a las 3 p.m., presentación de la profesora o profesor invitado (a veces, dos), una comunicación (o dos), seguida del té (a las 5 p.m.), más discusión, más cena, hacia las 7 p.m. (era la remuneración del invitado). Incluso el Restaurante, que solía ser hindú, fue al parecer medievalizado a lo largo de esa tradición. El nombre del restaurante tandoori en el barrio de Hampstead era SIMA, 'aura' o 'tesoro' en hindú, pero para Alan Deyermond era clarísimo acrónimo de «Seminario de Investigaciones Medievales Avanzadas» (también seguramente por lo «avanzado» de la hora -hacia las 10 p.m.- en que terminaban los ágapes). Se cerraba así lo que algún colega llamaba «the Friday experience». Corrobora muchos de los datos expuestos sobre el MHRS mi experiencia personal, que coincide con la de buenos colegas y amigos. Lo cierto es que la fama del Seminario y de su director atrajo, desde su fundación, a más de cien investigadores de al menos veinte países. Los que pudimos participar en él recordaremos siempre el impresionante ambiente, mezcla de rigor académico, apertura de ideas y respeto por todas las opiniones, incluso las más ingenuas. En ningún otro lugar mejor que en el MHRS se concentró y aplicó una de las ideas motrices de Alan Deyermond, la de que el conocimiento había de ser compartido de manera gratuita, en una cesión generosa del erudito maduro al joven inquieto o sensible, en un proceso de transmisión que no debe esperar respuesta inmediata, ni siquiera a medio plazo.

Complementariamente a estas labores necesariamente «sociales», Alan Deyermond ejerció otro tipo de comunicación individualizada, a través de la asenderada práctica de la relación epistolar -más recientemente, por mensajería electrónica-, un noble ejercicio que robó sin duda innumerables horas de su preciosísimo tiempo, restándole energías que podía perfectamente haber canalizado en nuevas lecturas y trabajos propios. Me refiero a cartas y notas para atender al colega especialista, al profesor interesado en materias nuevas, pero sobre todo para acoger y responder cabalmente todo tipo de consultas, vacilaciones, para ofrecer datos o corregir originales y bibliografías de jóvenes investigadores. Ser consecuente con el credo de la cesión gratuita del conocimiento le condujo a más de un disgusto, y probablemente a bastantes desilusiones, pero no creo que le cupiera duda de que muchos de sus interlocutores reconocieron luego siempre -tácita o públicamente- que habían encontrado en sus consejos, en sus sugerencias, en la contundencia rigurosa de sus tachados en rojo (los menos vergonzantes en verde), un estímulo crítico que les animó a emprender un camino difícil (el del medievalismo) o les dio energías para continuar en él. Y ciertamente todos hallamos en él, en ese sentido, un modelo humano y académico difícilmente repetible.

Del Seminario surgió en 1988 el Fifteenth-Century Colloquium, jornadas anualmente celebradas en el College londinense, hacia finales de junio, que atraen a los mismos investigadores británicos que acuden al Seminario, y a muchos profesores, ayudantes o becarios de fuera de Gran Bretaña, especialmente españoles. (Tras el fallecimiento de Alan, la organización del Colloquium, que había contado en los últimos años con la ayuda inapreciable de Jane Whetnall, ha seguido bajo la dirección activa y competente de Rosa Vidal.) Fruto y consecuencia, en gran parte, de Seminario y Coloquio fue la empresa de edición más ambiciosa que ha llevado a cabo Alan Deyermond en los últimos años. Los Papers of the Hispanic Medieval Research Seminar nacieron en 1995, como monografías de menos de cien páginas, que presentan estudios caracterizados por alguna -o todas, si es posible- de las virtudes que principalmente alababa, sustentaba y exigía su editor general (es decir, el propio Deyermond): la aproximación literaria rigurosa y documentada, la presentación clara de objetivos y resultados, la edición del texto, cuando se da, escrupulosa, la libertad de perspectiva crítica, y -santo y seña de la colección- la esmerada bibliografía y el índice temático. Los Papers, aunque cuentan con colaboraciones de prestigiosos especialistas, incluso ya jubilados, pretendían en un principio recoger mayoritariamente trabajos de jóvenes investigadores, incluso anteriores a sus tesis doctorales. Cada libro se ve sometido a una triple revisión -la de dos supervisores y, hasta 2009, también la del director-, donde con total libertad se proponen cambios, a veces sustanciales. Los PMHRS habían publicado en el año 2000 32 títulos, y en el año 2010 65 títulos, es decir una media de casi cuatro títulos por año desde el inicio de la colección. Veteranos especialistas, como Stephen Reckert, Dorothy Severin, Arthur Terry, Louise O. Vasvári han publicado sus monografías, al lado de estudiosos consolidados, como José Manuel Fradejas, Leonardo Funes, Juan Paredes, Roger Wright, y junto a jóvenes investigadores, como César Domínguez, Louise Haywood, Isabel Hernández, por mencionar sólo algunos. Los PMHRS han publicado, además de los monográficos sobre historiografía, ficción sentimental, la Celestina, romancero, lírica tradicional, poesía de cancionero, etc., homenajes -a Ian Macpherson, a Stephen Reckert y a Jane Whetnall-, así como los Proceedings de varios los Coloquios del Hispanic Medieval Research Seminar.

El hispano-medievalismo británico había dado, desde los años 50, críticos de la talla de Peter Russell, Brian Tate, Ian Macpherson, Keith Whinnom, Colin Smith, Arthur Terry, Stephen Reckert, G. M. Gybbon-Monypenny, Ian Michael, Dorothy Severin, David Hook..., entre otros. En ese grupo que estudió y trabajó en las universidades británicas de los años 40 a los 60, claramente definido frente al historicismo de la filología francesa, o frente a la preferencia por la ecdótica de la italiana, se integró Alan Deyermond. Hay mucho de común, y mucho de admirable en todos ellos. Baste recordar las grandes ediciones de las mejores obras medievales que les debemos: Poema de Mio Cid, Mocedades de Rodrigo, Libro de Buen Amor, obras de don Juan Manuel, la Celestina, ficción sentimental... Durante muchos años fueron éstas las únicas a través de las que se leyeron algunos clásicos con plenas garantías filológicas, y las únicas que, supliendo las carencias notorias desde la diáspora o el forzoso silencio cultural tras la guerra civil, permitieron un acceso mucho más digno de los jóvenes estudiantes a la mejor literatura española. Nunca podremos agradecer bastante a la escuela británica -también a la hispanoamericana, a la francesa, a la italiana, a la alemana y a la norteamericana- que cubriera esas deficiencias culturales y que contribuyera a da base, solidez y bríos al conjunto de filólogos que renovaron las Universidades españolas desde los años 70.

Buscando antecedentes críticos señeros, maestros que pudieran haber influido en la trayectoria investigadora de Alan Deyermond de manera singular, dentro de los parámetros comunes a los integrantes de esa escuela, encontramos algunas claves en la larga pero justísima dedicatoria suya que aparece en el anteriormente mencionado volumen de Historia y crítica (1980), que coordinó:

El presente volumen se publica en memoria de Marcel Bataillon, Américo Castro, Ernst Robert Curtius, H. J. Chaytor, Étienne Gilson, Otis H. Green, María Rosa Lida de Malkiel, Ramón Menéndez Pidal, Tomás Navarro Tomás, Pedro Salinas, Leo Spitzer y Samuel M. Stern.

Lista plural de maestros franceses, alemanes, ingleses, argentinos, españoles. Y no sólo crítica literaria: están la lingüística, la historia, la filosofía... El mismo Alan Deyermond insistiría en una fecha clave, aunque hoy parezca remota, para los estudios medievales hispánicos: 1946. Sobre la negritud del aislamiento, el inmovilismo y el retraso económico y cultural, aparecen los trabajos de Américo Castro reinterpretando la historia y la cultura de España, de Ernst Curtius sobre el fondo latino común a las literaturas en lengua vulgar, de Leo Spitzer plantando cara a las teorías pidalianas sobre la historicidad de la épica, y de Samuel Stern descubriendo, con las jarchas, la antigüedad y riqueza de la lírica peninsular. Pero esos trabajos, pese a ser de los años 40, no se asimilarían en España hasta finales de los años 60. El yermo intelectual sería en buena parte compensado -insisto en esa idea, porque pienso que nunca se agradecerá bastante la presencia de estos «brigadistas» intelectuales- desde el extranjero, en intercambio, eso sí, muchas veces, con lo más granado del forzado exilio intelectual español.

Esos trabajos serán asumidos por una tradición anglosajona, que permitirá que la más rica herencia oxoniana de los estudios de filología clásica se vea renovada, para las filologías vernáculas, por, primero, lo mejor de la crítica estilística (Vossler, y el mismo Spitzer; Dámaso Alonso en España, con discípulos señeros, como, por ejemplo, Francisco López Estrada), comprometida con las implicaciones de las corrientes sociológicas -en ocasiones ligadas al marxismo, pero mucho más a la escuela de Frankfurt (Adorno, Benjamin)- y, sobre todo, fortalecida por el vigor y coherencia de los formalismos y postformalismos, soviético y francés (desde Propp y Bajtin), a cuyos excesos y radicalismos posteriores impondrá un severo freno.

Dice Northrop Frye -uno de los autores más influyentes para la crítica literaria del siglo XX, y no sólo para la escuela anglosajona- que la obra de arte es una obra «muda», porque el mismo escritor no es capaz de decir todo aquello que pone en juego en su creación. La obra requiere, además de -por descontado- lectores, un discurso crítico que se ocupe de ella, un «camino crítico» que la pueda situar y entender en el espacio referencial en que se inscribe. El crítico llena ese vacío, ese silencio, abriendo el mundo de significados de que esa creación es portadora. Pienso que ese «camino crítico», de subordinación al sentido de la palabra antigua, de apreciación abierta de los significados de ésta, es el que mantuvo Alan Deyermond de una manera personal, a partir de una serie de premisas o axiomas metodológicos, que obligaban, por este orden, a la descripción morfológica del cuerpo textual, al análisis de sus funciones, y a la deducción de los fenómenos más relevantes de la experiencia literaria, la del pasado y la actual (como quiere también la teoría de la recepción). Crítica positivista que expande -y no encierra en palabrería autosuficiente e ininteligible- el significado del discurso literario, poniendo de relieve su influencia en la red de signos que constituye una cultura. A ese «camino crítico», Alan Deyermond le incorporó, como itinerario personal, su concepción humanística de lo que ha de ser un «legado crítico»: una correa de transmisión incesante, en la que la labor educativa discreta y constante resulta absolutamente vital, porque hace que el conocimiento se potencie en el intercambio enseñanza-aprendizaje, y cobre, a lo largo de ese proceso de enriquecimiento recíproco, su más pleno sentido.

Pido, finalmente, disculpas, porque esta presentación habrá sido injusta, por insuficiente e incompleta, aunque era un riesgo que creo que asumíamos el coordinador de la página, Alberto Montaner, al proponerla, y yo mismo al aceptarla. Cuando falleció Alan Deyermond, dejándonos a muchos vacíos y sin capacidad de reacción, una discípula suya y colega mía, en la Universitat de València, Rosanna Cantavella, tuvo la feliz idea de rendirle un homenaje abierto, como si se tratara de un túmulo espontáneo en Internet, creando una página web, «Alan Deyermond, in memoriam», a la que se puede acceder fácilmente:

http://alandeyermondinmemoriam.wordpress.com/

Los sesenta y cinco entrañables comentarios en esa página -expresiones de duelo, recuerdos, memorias vivas, agradables unas, emotivos otras, agradecidos todas- dan idea del sentir de tantos ante ese «legado crítico» al que me he referido en las últimas líneas. En la misma página se hallarán enlaces a varios sentidos homenajes, obituarios en periódicos, notas diversas, etc. Quedémonos, para cerrar esta presentación, con la cita inicial -imposible concentrar de manera más precisa, preciosa y justa el valor del legado de Alan Deyermond- que eligió la prof. Cantavella para encabezar el contenido de la página:

«An excellent master. The kindest of men»

Nota final:

Me he permitido tomar parte de los datos expuestos, en especial los referidos al Medieval Hispanic Research Seminar londinense, de la completa presentación que dos de los mejores amigos de Deyermond, Ian Macpherson y Ralph Penny, hicieron en el libro que le rindió al prof. Deyermond el merecido homenaje de colegas y amigos cuando alcanzó ese momento culminante en su carrera: The Medieval Mind. Hispanic Studies in Honour of Alan Deyermond (ed. Ian Macpherson y Ralph Penny, Londres, Tamesis, 1997). El libro cuenta con treinta y cinco trabajos sobre literatura medieval y literatura en la Península Ibérica; además, con una semblanza biográfica de los editores (que hemos seguido en algunos momentos, repito, para completar datos en la nuestra), así como con una completa Bibliografía de su obra hasta la fecha de edición. Alan Deyermond ya había recibido previamente un homenaje norteamericano: Hispanic Studies in Honor of Alan D. Deyermond: A North American Tribute, ed. John S. Miletich, Madison, HSMS, 1986. Y recibiría, además, casi simultáneamente al homenaje de seniors de 1997 un entrañable homenaje de jóvenes investigadores: «Quien hubiese tal ventura»: Medieval Hispanic Studies in Honour of Alan Deyermond, ed. Andrew M. Beresford, Londres, Depart. of Hispanic Studies, Queen Mary and Westfield College, 1997, que incluye nada menos que treinta y siete densos artículos, precedidos por un Prefacio y un curioso documento que permanecía «inédito», exhumado con esmero por Luis González: las «Coplas a don Alan e un su perru, Tomás de Santalbán». La mención de otros homenajes y laudes se encontrará en la mencionada página web, Alan Deyermond, in memoriam.

Rafael Beltrán (Universitat de València)

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