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Sala en casa de DON INOCENCIO. La estancia y los muebles revelan un bienestar modesto y sin pretensiones, aseo y buen gobierno de casa. Estampas religiosas, y algún estante con libros.
Puertas al foro y laterales. La de la izquierda conduce al cuarto del alojado, teniente coronel VARGAS. La de la derecha al interior de la casa; por la del foro entran los que vienen de la calle. Mesa y sillas.
Es de día.
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Escena
VI
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DOÑA PERFECTA, MARÍA REMEDIOS, JACINTITO5. |
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DOÑA PERFECTA.- ¡La ley! ¡Buena está la ley, que quiere arrancarme la hija de mis entrañas, la hija que amamanté, -69- a quien nutrí con mi sangre, con mi savia, con mis ideas, arrancármela para entregarla a quien ha de pervertir su alma! No ha de ser. Muerta yo, la tendrías; viva, jamás... (Coge a cada uno de un brazo.) Remedios, Jacinto, necesito de vosotros... Nuestro buen don Inocencio no vendrá. |
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MARÍA REMEDIOS.- Está en el coro... Luego, dará un paseíto... |
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JACINTITO.- Si usted quiere, le avisaré... |
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DOÑA PERFECTA.- (Vivamente.) No, no; si no quiero que venga. Cuento con vosotros, con tu tío no, pues seguramente no consentiría... |
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MARÍA REMEDIOS.- (Confusa.) ¿Qué? |
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DOÑA PERFECTA.- Es muy sencillo. Antolín Pasolargo y Esteban Romero, dos hombres que se dicen valientes... y si no lo son lo han sido, quieren reunirse en mi casa. Me han suplicado que influya con Caballuco para que asista a esta reunión. |
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MARÍA REMEDIOS.- ¡Oh, sí! |
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DOÑA PERFECTA.- Yo creo que debemos dejarles que se junten y charlen y desfoguen la ira... pero no en mi casa. |
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JACINTITO.- ¿Pues dónde? |
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DOÑA PERFECTA.- Aquí. ¿Puede ser? |
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MARÍA REMEDIOS.- Sí, sí. |
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JACINTITO.- Señora, usted manda. |
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DOÑA PERFECTA.- Aprovechemos la ausencia de tu tío, a quien no ha de gustar que... |
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MARÍA REMEDIOS.- Pues pronto, pronto... |
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DOÑA PERFECTA.- ¿Y el militar? |
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JACINTITO.- No suele venir hasta la noche... |
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DOÑA PERFECTA.- (Impaciente; el resto de la escena con mucha viveza.) Bien. Jacinto, ya sabes dónde encontrarás a Pasolargo y a Romero. Con ellos está Licurgo. |
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JACINTITO.- Sí señora; ya sé. |
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DOÑA PERFECTA.- ¿Y Cristóbal? |
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MARÍA REMEDIOS.- En casa de las Troyas. Me consta. |
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DOÑA PERFECTA.- (A JACINTO.) Ve, y dile de mi parte que venga. Dile... fíjate bien... que le mando venir. |
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JACINTITO.- ¡Volando! |
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DOÑA PERFECTA.- Que estén aquí a las cuatro... ¡corre! |
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JACINTITO.- Voy. (Vase por el foro.) |
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Escena
VIII
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Dichas; JACINTITO. |
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JACINTITO.- (Presuroso, por el foro.) Aquí vienen ya. |
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DOÑA PERFECTA.- ¿Y Cristóbal? |
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JACINTITO.- También... Pero no quiere subir. |
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MARÍA REMEDIOS.- Ya sé... Está durillo de pelar. Dicen que ha dado su palabra al Gobernador. |
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DOÑA PERFECTA.- Anda, ve... y me lo traes vivo o muerto. |
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MARÍA REMEDIOS.- Vaya si lo traigo. |
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DOÑA PERFECTA.- (A JACINTO.) Tú, Jacinto, cierras la puerta, y luego te pones de centinela en el mirador. Vigila bien la calle por un lado y por otro, para que avises si viene alguien que nos estorbe. |
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JACINTITO.- Voy. (Aparecen en la puerta PASOLARGO, ROMERO y LICURGO.) Aquí están ya. |
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DOÑA PERFECTA.- Mucho cuidado, hijo. (Vase JACINTO.) |
Escena
IX
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7 | ||||
DOÑA PERFECTA, PASOLARGO, ESTEBAN ROMERO, EL TÍO LICURGO; poco después CABALLUCO y MARÍA REMEDIOS. |
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DOÑA PERFECTA.- Adelante, caballeros. |
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PASOLARGO.- (Desde la puerta.) A la paz de Dios. |
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ESTEBAN ROMERO.- (Ídem.) Salud a la señora. |
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EL TÍO LICURGO.- Aquí está la gente buena. (Avanzan lentamente, cohibidos y recelosos. Visten de paño pardo o pana; calzan borceguíes con espuelas. Su aspecto es rudo, fiero, sin carecer de nobleza y dignidad.) |
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DOÑA PERFECTA.- ¿Qué tal, Pasolargo? ¿Hay mucho miedo por el pueblo? |
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PASOLARGO.- Como miedo, no señora; como temor, alguno hay. |
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ESTEBAN ROMERO.- Temor que tiene uno de sí mesmo, y de que el coraje le salga al rostro. |
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DOÑA PERFECTA.- Licurgo, ¿hay novedad en casa? |
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EL TÍO LICURGO.- (Acercándose a ella.) Nada, señora. Allí quedó Juan. |
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MARÍA REMEDIOS.- (Que trae a CABALLUCO cogido por un brazo, trincados los dedos como tenazas.) Aquí traigo este figurón... |
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CABALLUCO.- (Sintiendo el dolor del brazo y soltándose con brusquedad.) Suéltame, condenada... ¡ay, me has clavado la garra! (Rascándose.) |
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MARÍA REMEDIOS.- ¡So bruto, de lo que te quiero!... Ven acá. (Presentándole a DOÑA PERFECTA.) Mira quién te espera. |
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CABALLUCO.- Mi señora... |
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DOÑA PERFECTA.- (Con lástima.) ¡Pobre hombre!... Pero di, Cristóbal ¿de qué rincón sales? |
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CABALLUCO.- (Hoscamente.) Cuando el sol pica, mejor se está a la sombra. |
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DOÑA PERFECTA.- ¿Por qué no se sientan? |
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PASOLARGO.- Estamos bien... |
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DOÑA PERFECTA.- (Con autoridad.) Siéntense, digo. (Siéntanse PASOLARGO y ROMERO junto a la mesa. CABALLUCO en el centro de la escena. Entre este y DOÑA PERFECTA, que está a la derecha, alguna distancia. LICURGO permanece en pie detrás del sillón que ocupa DOÑA PERFECTA.) |
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MARÍA REMEDIOS.- ¿Querrán tomar alguna cosa? (A una seña de DOÑA PERFECTA se va REMEDIOS, y vuelve al poco rato con botellas, copas y azucarillos.) 8 |
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DOÑA PERFECTA.- Dime, Cristóbal, ¿es cierto que ayer te abofetearon unos soldados...? |
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CABALLUCO.- (Con fiereza, levantándose.) ¡A mí...! |
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DOÑA PERFECTA.- Hombre, yo no lo afirmo; te lo pregunto. |
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PASOLARGO.- Hay envidias, Cristóbal. |
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DOÑA PERFECTA.- Yo no lo he creído; pero tampoco extraño que las malas lenguas, que siempre te respetaron, se atrevan ahora contigo. |
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CABALLUCO.- Señora; salvo el respeto que debo a usted, que es mi madre... más que mi madre... mi reina. |
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DOÑA PERFECTA.- ¡Jesús! |
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CABALLUCO.- Salvo el respeto digo... (Premioso.) digo que el que ha dicho eso, miente como un... Es que han dado en hablar de mí, en traerme y llevarme... Saben -74- mi genio... Tiene uno su historia, pues... Nada, que quieren tomarme por monigote para revolver el país... Bien está Pedro en su casa, señora y caballeros. ¡Que ha venido la tropa!... Malo es; pero ¡qué remedio! ¡Que han quitado al alcalde y al secretario y al juez, y viene mañana otro juez...! Malo, malo. Por mí, que se los trague la tierra. Pero di mi palabra, y la palabra de un hombre... (Rascándose.) la palabra dada... es el honor en prenda... y esto no se desempeña con dinero, sino con la... Ea, que soy bruto, no sé expresarme; pero a caballero no me gana ni el que inventó la caballería. |
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DOÑA PERFECTA.- ¡Caballería! ¡Ah! la de Orbajosa, no está ya más que en los libros de mi hermano. En las almas, ya no existe. ¿A dónde han ido a parar el orgullo, la altivez, la vergüenza, que fueron patrimonio de esta tierra? |
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PASOLARGO.- (Levantándose como movido de un resorte.) ¡Viva la señora! Lo que ha dicho es oro molido... No se dirá por mí que no hay vergüenza, pues no estoy con los Aceros, porque... tengo tres hijos pequeñitos... ¡Ea, no importa! La vergüenza es antes que los hijos, porque ¿de qué valen estos si no tenemos un pedazo de honor que dejarles? ¡Fuera melindres! Allá va Pasolargo... Pero tú por delante, Cristóbal. Valiente llama valiente... No canso más. |
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MARÍA REMEDIOS.- (Que está en el foro, vigilando la puerta.) Eso es un hombre... |
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DOÑA PERFECTA.- (Mandándole sentarse y tener calma.) No nos asustes, Pasolargo. Y tú, ¿has dado también tu palabra al Gobernador? |
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PASOLARGO.- ¿Palabricas yo? No señora. |
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ESTEBAN ROMERO.- (Vivamente.) ¡El Gobernador! No hay en toda la tierra tunante que más merezca un tiro. Gobernante y Gobierno, todos son unos. Por esta, (Besándose los dedos.) yo, (Se levanta.) Esteban Romero, a quien llaman las historias el Terror de Villajuán, digo -75- que no iré nunca con los Aceros: soy yo más. Con Cristóbal sí, con Cristóbal al fin del mundo. Que diga este media palabra, y hoy como ayer, aquí está Romero. He dicho. (Se sienta.) |
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DOÑA PERFECTA.- Donde no hay acciones; un buen deseo es muy de alabar... ¿Tampoco tú diste palabra...? |
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CABALLUCO.- (Que ha oído lo anterior, ceñudo y metido en sí, la vista fija en el suelo.) Yo di mi palabra... porque la di... Yo prometí que ni yo ni mis amigos levantaríamos partidas, porque el tal me llamó y me dijo: «Ramos, ya ves, yo... que tal... El gobierno que tal, y yo... porque ya ves, el país y que tal... vamos, tú puedes, y que tal... conformes... el Gobierno... confianza, y que tal...». Esto me dijo. Por lo cual, a todo el que le retoza la guerra en el cuerpo, le digo: «vete con Acero, si no puedes aguantar más, que yo... de esta agua no beberé...». Y por ahí está mi gente, desparramada en tierras, caseríos y montes circunstantes, haciendo de corazón tripas, comiéndose el coraje, y en espera de que Caballuco les diga... |
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DOÑA PERFECTA.- (Interrumpiéndole.) Pero tú no les dirás nada, pobrecito, y haces bien. Tú, en tu casita, hecho un patriarca. Tu puchero, tus gallinas, tu caña de pescar... ¡Ay, hijo, para ti es la vida! ¿De qué te sirve a ti la gloria, que no es más que humo, vanidad? |
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CABALLUCO.- (Nervioso y queriendo contenerse.) No me venga la señora con gramáticas, porque si no salgo es porque no quiero salir; y si quiero que haiga partidas las habrá como espuma, y si no quiero, no... Y lo que vuelvo a decir... (Dándose golpes en el pecho.) ¡Yo soy... yo! A mí con claridades; con gramáticas no. |
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DOÑA PERFECTA.- ¿Claridades quieres? Pues toma. Creo yo que con tantos humos no sirves para nada. |
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CABALLUCO.- (Dolorido del acerbo juicio.) Bien sabe la señora quién es Caballuco, guerrillero muy nombrado... cuando Dios quería. Hablen lenguas y canten papeles. -76- Yo respeto a la señora, y la quiero más que a las niñas de mis ojos. |
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DOÑA PERFECTA.- Gracias. |
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CABALLUCO.- (Con emoción.) Porque a la señora debo el pan que hoy como, y el que comí cuando niño, y la vida de mi padre viejo... y la caja en que enterraron a mi madre... y todo lo que soy y todo lo que tengo. Y sí la señora me dice: «Cristóbal, rómpete la cabeza», voy a aquel rincón, y contra la pared me la rompo... Bien sabe la señora que sí ahora dice ella que es de noche, yo, aunque vea el sol, creeré que es noche obscura. Bien sabe la señora que ella, y su hacienda y familia, son antes que mi vida. En fin, que la quiero más que cuanto hay en el mundo. A un hombre de tanto corazón, se le dice: «Caballuco, so bestia, hijo mío, haz esto, o haz lo otro...» pero no se le pincha con un mete y saca de retóricas al revés. |
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DOÑA PERFECTA.- Vamos, hombre, sosiégate. |
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PASOLARGO.- Lo que dice la señora... |
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ESTEBAN ROMERO.- Cristóbal, no te sofoques... |
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EL TÍO LICURGO.- ¡Vaya un temple de hombre! |
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MARÍA REMEDIOS.- (Pasa al centro.) Toma agua. |
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DOÑA PERFECTA.- No, dales vino. (REMEDIOS les sirve, y beben.) Yo no puedo, en asunto tan grave, decir a ustedes que salgan ni que no salgan. A ti, Cristóbal, te concedo que tienes un gran corazón. Consulta a ese juez, y haz lo que te diga. |
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ESTEBAN ROMERO.- Los de Naharilla baja nos contamos ayer. Somos treinta, propios para cualquier cosa mayor. Pero temíamos que la señora se enfadara. Es tiempo de la trasquila. |
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DOÑA PERFECTA.- Hay que trasquilar por otro lado. |
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EL TÍO LICURGO.- Pues mis hijos están con hormiguilla. El demonio que los ataje. Si Caballuco se sacude las pulgas y sale, ellos detrás como unos ángeles muy brutos. |
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PASOLARGO.- ¡Lástima que los Burguillos, a quienes, por lo -77- valientes, el mesmo Cid podría descalzar el zapato, se hayan ido a labrar las tierras de Lugarnoble. |
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DOÑA PERFECTA.- Las labraremos en otoño. Decidles que vengan. |
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EL TÍO LICURGO.- Bien fácil es. Monto en la jaca, y antes de media noche estoy allá. |
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ESTEBAN ROMERO.- Yo, a quien primero avisaría es a Robustiano Guerra, que rabia de ganas... |
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DOÑA PERFECTA.- Robustiano no se atreve a venir acá, porque me debe un piquillo... Si le ves tú, puedes decirle que se lo perdono. |
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CABALLUCO.- (Poniendo el vaso en la mesa con fuerte golpe.) En fin, que se nos manda que salgamos. Las cosas claras... |
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DOÑA PERFECTA.- Yo no puedo ni debo mandártelo. (Se levanta. Todos en pie.) Sólo os diré una cosa, hijos míos. Creo que nos aguardan días terribles, si no se corta el paso a la invasión. (Con acento solemne.) Presenciaremos, ¡ay! escenas vergonzosas y sacrílegas, atropellos, deshonras, muertes, fieros males... Al que defienda la justicia, los buenos le bendecirán. Si vive, gloriosísima será su vida. Si muere, muerte feliz y redentora será la suya. Su nombre será guardado por las generaciones como santa memoria... |
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PASOLARGO.- (Frenético.) ¡Viva Orbajosa y muera la nación! |
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ESTEBAN ROMERO.- ¡Viva! |
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DOÑA PERFECTA.- (Asustada.) ¡Silencio... por Dios...! Pueden oír de fuera. |
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MARÍA REMEDIOS.- Callarse. Hablen bajito. |
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CABALLUCO.- (Pausa. Todos se fijan en él y esperan con ansiedad lo que va a decir.) Señora, amigos: Cristóbal Ramos no consentirá que nadie le eche el pie adelante en la defensa de lo bueno. Oyendo a la señora, paréceme que corre fuego, que no sangre, por estas venas mías; que mi pensamiento es un rayo, y que el golpetazo del corazón se ha de oír al otro lado del mundo... ¿Hay desafueros? ¿Hay tropelías? ¿Nos pisan, nos deshonran, nos saquean? -78- Pues las demasías del contrario desempeñan mi palabra, y soy libre, esclavo no más que del deber y de mi conciencia guerrera. Al campo, al combate. Es mi sino correr y trotar por la querida tierra de Orbajosa. ¡Oh, tierra mía bendita, llena de huesos de valientes! En ti, peleando sin tregua, quiero dejar también los míos. |
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TODOS.- ¡Morir no! |
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DOÑA PERFECTA.- Di vivir y triunfar. (Levántase y le pone la mano en el hombro.) Cristóbal, eres grande. |
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CABALLUCO.- Grandísimo por el corazón, por el desprecio de la vida, por... |
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MARÍA REMEDIOS.- ¡Viva Orbajosa y muera la nación! (Todos en pie vociferan.) |
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DOÑA PERFECTA.- Silencio, calma, no alborotar. Retírense, pues ya saben que pueden contar con este. (Por CABALLUCO.) La reunión debe darse por terminada. (A LICURGO.) Ya sabes, vas en busca de los Burguillos. |
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EL TÍO LICURGO.- Sí señora. |
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CABALLUCO.- (Dando órdenes como un general en jefe.) Que estén en Mundogrande a la madrugada. Al que me falte... ¡rayo!... (A LICURGO.) Oye... Y llévate a tu hijo contigo. |
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EL TÍO LICURGO.- ¿Juanico? |
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CABALLUCO.- Sí: y le mandas a avisar a los de Villajuán. |
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EL TÍO LICURGO.- Señora, ¿oye? |
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DOÑA PERFECTA.- Sí, sí, llévatelo: no me hace falta. |
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ESTEBAN ROMERO.- Y yo voy en busca de Robustiano. |
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CABALLUCO.- Sí; en Mundogrande todo Dios. Que me esperen allí. |
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PASOLARGO.- ¿Cuándo irás? |
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CABALLUCO.- Cuando arregle a mi gente de aquí. Mañana. (Siguen hablando.) |
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MARÍA REMEDIOS.- (A DOÑA PERFECTA.) Señora, que se llevan también a Juanico. |
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DOÑA PERFECTA.- Él lo manda. |
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MARÍA REMEDIOS.- (Alarmada.) La casa sola. |
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DOÑA PERFECTA.- ¿Qué importa? Ya no temo nada. Se acabó el miedo. |
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MARÍA REMEDIOS.- Ay, el mío no. |
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CABALLUCO.- Yo estaré aquí esta noche. Si algo ocurre... cuenta conmigo. Con que... pocas palabras ya... ¡hala! |
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EL TÍO LICURGO.- ¡A Lugarnoble! |
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PASOLARGO.- ¡A Mundogrande! |
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ESTEBAN ROMERO.- Mañana arde Troya. |
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PASOLARGO.- ¡Que nos echen soldados! ¡Que traigan, que traigan!... |
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CABALLUCO.- Callar, callar. No olvidéis las virtudes del guerrillero, el valor y el silencio. |
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PASOLARGO.- (A media voz, pero con gran esfuerzo de pulmones.) ¡Viva la señora! |
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DOÑA PERFECTA.- No, no... (Mandando callar y denegando con el brazo.) |
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ESTEBAN ROMERO.- ¡Que viva! (No pudiendo gritar, agitan los brazos y se retiran lentamente.) |
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DOÑA PERFECTA.- No me aclaméis a mí, que nada soy, ni nada valgo. |
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MARÍA REMEDIOS.- Que vivan ellos, ¿verdad? (Quiere gritar.) |
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DOÑA PERFECTA.- (Tapándole la boca.) No grites... Nuestra única misión es... rezar por todos. |
FIN DEL ACTO TERCERO
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Sala en el piso bajo de la casa de DOÑA PERFECTA. Al fondo una gran puerta que da a la huerta y jardín.
Puertas laterales, y a la izquierda una reja pequeña, que da a la calle. En el foro derecha, reclinatorio delante de un altarito con la imagen de la Virgen, alumbrada por una lamparita.
Sofá grande hacia la izquierda, de frente al público.
Es de noche. La escena está alumbrada únicamente por la lámpara colocada ante la Virgen.
FIN DEL DRAMA