Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —[40]→     —41→  

ArribaAbajoActo II

 

Habitación humilde, construida sobre las ruinas de un edificio de Templarios. La mitad de la decoración, a la derecha, representa una arquitectura antigua y robusta, de gruesos sillares. La otra mitad, de construcción pobre, de adobes o tapiería ligera. Al fondo, una puerta ancha, que da al campo. A la derecha, escalera de piedra que conduce a las ruinas de una torre. En primer término, a la derecha, un paramento de estilo románico, en el cual un Crucifijo grande, tallado en el muro. Bajo la escalera, un hueco practicable. A la izquierda, una puerta ordinaria, que conduce a las habitaciones interiores. Al fondo, un arcón grande. En el centro, hacia la izquierda, una mesa rústica, algunas sillas o banquetas; en los muros, aperos agrícolas colgados. Madejas de hilo, colgadas de un palo, y una cesta con gruesos ovillos de hilo. Una devanadera. Es de día.

 

Escena I

 

SALOMÉ, devanando; JOSÉ LEÓN, dormido sobre el arcón; luego GINÉS, que entra por el fondo.

 

SALOMÉ.-   (Mirando a JOSÉ LEÓN con ternura.)  ¡Pobrecito mío; le ha rendido el cansancio!... Tejeré hasta concluir las diez varas... ¡Virgen Santísima, que un hombre como éste, con crianza de caballero y estudios de persona fina, se vea obligado a cortar leña, a hacer carbón y a estos   —42→   rudos menesteres...! ¡Oh, no; yo trabajaré para que él descanse!

GINÉS.-   (Entra por el fondo con algunos instrumentos de labranza y herramientas, que deja en un rincón.)  Ea, ya tenemos aquí lo último que quedaba en la casa de Biniés.

SALOMÉ.-  ¿Has traído agua?

GINÉS.-  Sí, señora; y he encendido la lumbre. No falta más que las especies nutritivas, vitalibus alimentis, sin lo cual excusada es la lumbre.

SALOMÉ.-  Aguarda un poco, hombre. Verás cómo el Señor nos manda algo.

GINÉS.-  ¡El Señor! ¡Fíese usted del Señor!...

SALOMÉ.-  Verás cómo sí. Ginés, eres hombre de poca fe.

GINÉS.-  ¡Oh, no, señora; fe no me falta! Yo creo en la misericordia divina; sé que al fin he de salvarme, a pesar de lo mucho que peco. La verdad: he sido malo hasta dejármelo de sobra. ¡Mire usted que abandonar a las santísimas Madres de la Esclavitud de Berdún, que me criaron, enseñándome a sacristán y jardinero... y lanzarme a una vida vagabunda por zancas y barrancas, vericuetos y llanuras sin fin!... ¡Y meterme a cómico trashumante, primero, a mercachifle después, entre hijos de tantas madres...! Pero bien lo pago, bien. Porque estos ayunos mayores, este miedo a la Guardia civil, ¿que son sino el palo que levanta sobre mí Su Divina Majestad?

SALOMÉ.-  Al fin, Ginesillo, nos reconciliaremos con Dios, y seremos felices y buenos.

GINÉS.-  Amén... ¿Quiere que vaya a la huerta de Bellido, ahí, detrás de la torre, y pida patatas, una col... et religua?

SALOMÉ.-   (Vivamente.)  ¿Qué has dicho? ¡Si no te callas...! Antes pediré yo limosna por los caminos que humillarme a Feliciana, la viuda escandalosa...

GINÉS.-  Si está en Ansó... Rara vez viene acá.

SALOMÉ.-  Mejor... Ginés, no, no... Huye del demonio...

GINÉS.-  ¿El demonio?... ¡Si es muy guapa!

SALOMÉ.-   (Enojada.)  Tonto... ¿qué sabes tú?

  —43→  

JOSÉ LEÓN.-   (Que despierta y se incorpora.)  ¡Ginés!

GINÉS.-  ¿Qué?

JOSÉ LEÓN.-  ¿Has concluido la mudanza? ¿Está aquí todo, la herramienta, los aperos, los sacos de hilaza?

SALOMÉ.-  Todo está aquí.

GINÉS.-  Menos la maleta chica, que no he podido encontrar.

JOSÉ LEÓN.-  ¿Se habrá perdido?

GINÉS.-  No lo creo. Se encargó de traerla la tía Blasa, y... no sé.

JOSÉ LEÓN.-  Si se pierde... Pero nada hay en ella que pueda comprometerme... al menos no recuerdo... Bueno: ¿irás pronto a ese recado?

GINÉS.-  Ahora mismo. Y permita San Pascasio bendito, abogado de las respuestas favorables, que la tengamos conforme a nuestros deseos.  (JOSÉ LEÓN indica por señas a GINÉS que no hable de aquel asunto delante de SALOMÉ.)  ¡Ah, sí!

JOSÉ LEÓN.-   (En voz baja.)  ¿Llevas la carta?

GINÉS.-  Aquí la tengo.

JOSÉ LEÓN.-  Pues date prisa... ¡Vivo, Ginés!

GINÉS.-  ¡Volando!  (Vase por el fondo.) 



Escena II

 

JOSÉ LEÓN, SALOMÉ.

 

SALOMÉ.-  ¿Qué recado es ése?

JOSÉ LEÓN.-   (Meditabundo, mirando al suelo.)  Nada... Solicitando el arriendo de esa finquita... ya sabes... Allí estaremos muy bien, y podremos vivir, ¡ay!  (Suspirando fuerte.)  mejor que en estas desdichadas y tristes ruinas.

SALOMÉ.-  ¡Oh, sí; esto es muy triste!... Esa torre, la negrura de esas piedras... Pero nada me agobia el alma como la vecindad de la maldita viuda...  (JOSÉ LEÓN, abstraído, no la oye.)  Feliciana, hombre, ¿no oyes lo que te digo?

JOSÉ LEÓN.-  ¿Feliciana?... ¿Y qué te importa?

SALOMÉ.-  La aborrezco... ¡Dios me lo perdone!... desde que me dijeron que la habías tratado en Sangüesa.

JOSÉ LEÓN.-   (Sentándose a su lado.)  ¡Bah, bah! No te ocupes de eso, vida mía.  (Queriendo mudar de conversación.) 

  —44→  

SALOMÉ.-  ¡Cuánto me gusta que me llames vida mía! Vida mía, vida tuya; es decir, que soy tu propia vida.

JOSÉ LEÓN.-   (Con ternura.)  Y mi esperanza, y mi ser todo. Sin ti, no habría en mi alma más que tinieblas. Yo soy el mal, Salomé; y siendo el mal, he ganado el bien. ¡Qué cosa más rara! te he ganado a ti, te poseo, eres mía. Soy un réprobo que se cuela en el Paraíso. Eso de que Dios castiga a los malos, no es verdad siempre. A mí me ha premiado... ya ves.

SALOMÉ.-  ¡Lisonjero!... Por decirme una flor, no blasfemes.

JOSÉ LEÓN.-  Pues sólo te diré que te adoro, que quisiera tener muchas almas, para con todas ellas, adorarte; para, con todas ellas despreciar por ti los trabajos, las miserias, las persecuciones; para, con todas ellas, fundir mi voluntad en la tuya, y ser al fin a tu imagen y semejanza.

SALOMÉ.-   (Suspirando fuerte.)  León de mi vida, tú no eres bueno.

JOSÉ LEÓN.-  ¿Por qué lo dices?

SALOMÉ.-  Tu conciencia no está tranquila.

JOSÉ LEÓN.-   (Con tristeza.)  No.

SALOMÉ.-   (Parando de devanar, le mira fijamente.)  Mírame, León. No sé qué veo en tus ojos... una sombra de cosa negra que anda por dentro...

JOSÉ LEÓN.-  Puede ser.

SALOMÉ.-  Algún recuerdito malo. Cuéntamelo todo. ¿No dices que mi vida es tu vida? Pues que sean míos tus secretos.

JOSÉ LEÓN.-  ¡Mis secretos! Ya posees algunos.

SALOMÉ.-  Sí; me has confesado una falta grave... la tremenda mentira que soltaste aquella tarde cuando Santiago te interrogó. Falso es también el nombre de don Fernando de Azlor. El verdadero ¡gracias a Dios! me lo has dicho a mí.

JOSÉ LEÓN.-   (Vivamente.)  A ti sola... Cállate.

SALOMÉ.-  Gran pecado es usar un nombre falso. ¡Ah, la mentira! Aún vivimos en ella, León.  (Con profunda pena.)  Seis días hace que salí de casa de mi tío; ¡qué tarde aquella, qué   —45→   vergüenza, qué angustia! salí con la certeza de que nos íbamos a casar en seguida, y todavía...

JOSÉ LEÓN.-  Pero ¿qué culpa tengo yo de que la misma tarde de San Pedro hiciera la gracia de morirse el curita de Biniés, que me había prometido casarnos?

SALOMÉ.-  Sí... ya sé que no es culpa tuya...

JOSÉ LEÓN.-  Nos casaremos... y pronto... A todo trance he de conseguir el molino y la huerta... ¡Verás qué hermosura de casita!... ¡Viviremos tan bien, tan bien...! No como ahora, hija mía; que esto no es vivir, pues cuando se carece hasta de lo más preciso para la subsistencia...

SALOMÉ.-  Pero no faltan almas piadosas que nos amparen. Tenemos a esa bendita Santamona, que nos trae víveres de lo que recoge en las casas de los ricos.  (Mirando al fondo.)  Aquí está ya.



Escena III

 

Dichos; SANTAMONA, por el fondo, con una gran cesta colgada del brazo.

 

SANTAMONA.-  Buenas tardes, condenaditos míos. Mirad, mirad lo que os traigo.

SALOMÉ.-   (Suspendiendo el trabajo.)  ¿A ver, a ver?  (Ponen la cesta de SANTAMONA sobre la mesa, y van sacando.) 

SANTAMONA.-  Pan.

JOSÉ LEÓN.-  ¡Cuánta cosa buena!  (Saca un porrón de vino.) 

SALOMÉ.-   (Sacando paquetes.)  ¡Azúcar, chocolate, café!...

JOSÉ LEÓN.-  ¡Pobre Santamona! Tan viejecita y tan incansable. Pero ¿no te fatiga el venir hasta aquí?

SANTAMONA.-  A mí no.

JOSÉ LEÓN.-  ¿Cuántos años tienes?

SANTAMONA.-  ¿Qué sé yo?

SALOMÉ.-  Ésta no tiene años. Es eterna.

JOSÉ LEÓN.-  Jamón.

SALOMÉ.-   (Gozosa.)  Alubias; medio cabrito asado... Me río de la cara que va a poner Ginés cuando vea esto.

  —46→  

JOSÉ LEÓN.-  ¡Pero qué Santita esta tan re-mona! Y dime: ¿no temes que te acusen de proteger a pillos? Porque, francamente, habremos dejado en Ansó una fama horrorosa.

SANTAMONA.-  Oh, sí; medianilla fama dejasteis. Pero eso a mí poco me importa; ni nada tengo yo que ver con la opinión de tejas abajo.

SALOMÉ.-  Voy a preparar la cenita.  (Coge varias cosas y se va por la izquierda.) 

JOSÉ LEÓN.-  A ver, Santamona, con franqueza; ¿qué idea tienes de mí?

SANTAMONA.-  La peor idea que se puede tener.

JOSÉ LEÓN.-   (Con amargura.)  Y con razón, Mónica bendita; yo no soy bueno. En mi vida hay bastantes puntos obscuros.

SANTAMONA.-  Guárdatelos. Nadie te pregunta nada.

JOSÉ LEÓN.-  ¿Por qué lo dices...?  (Alarmado.)  ¿Acaso sabes...?

SANTAMONA.-  No, hijo; yo no sé nada, ni quiero.

JOSÉ LEÓN.-  ¡Puedo asegurarte una cosa: a medida que iba yo tratando a Salomé, sentía en mí unas ganas de... de reconciliarme con Dios y los hombres!

SANTAMONA.-  Buen pájaro estás tú.  (Levántase.) 

JOSÉ LEÓN.-  Y desde que la traje conmigo, parece que la conciencia se me remueve desde lo más hondo, y mi alma se llena de una deslumbradora claridad. Ah, Santomona; yo quiero ser digno de la celestial criatura que me ha deparado mi destino.

SANTAMONA.-  Dios te ha tocado en el corazón. Pues vuélvete a Dios, regenérale, límpiate de tus horrorosos pecado!...

JOSÉ LEÓN.-  ¡Límpiate! ¡límpiate! ¡Qué fácil de decir!

SANTAMONA.-  Más fácil de hacer.  (Recogiéndose la basquiña.)  Fíjate en el ejemplo que te doy. Voy a limpiaros toda la casita, y a dejárosla como un espejo. ¡Luego traeré mis yerbas del campo, y os lo pondré todo tan fresco y hermoso!... Verás.


  —47→  

Escena IV

 

JOSÉ LEÓN, SANTAMONA, GINÉS.

 

GINÉS.-  He sentido fragancia de víveres, y vengo desalado.

JOSÉ LEÓN.-  Ginesillo, hoy estamos en grande.

GINÉS.-   (Buscando algo que comer en la mesa.)  Glorificada sea Santamona bendita.  (Come pan.)  Accípite panem... et manducate.

SANTAMONA.-  Goloso; no comas ahora, que se te quitará la gana.

GINÉS.-  Pues para eso cómo, ¡caramba! para que se me quite.

SANTAMONA.-   (Dándole el porrón.)  Vaya, bebe un poquito, borrachón.

GINÉS.-  Simíliter et calicein.  (Empina y bebe.) 

SANTAMONA.-  ¡Ay qué gandules! Como no se los dé de comer toditos los días del año, ya les tiene usted cayéndose de hambre.

GINÉS.-   (Queriendo abrazarla.)  Glorificamus te.

SANTAMONA.-  Quita, quita, moscón.  (Dirígese a la izquierda y retrocede.)  ¡Ah! se me olvidaba lo mejor.  (Metiendo la mano en una profunda faltriquera de su refajo, saca unos cigarros.)  Tomad...

JOSÉ LEÓN.-   (Gozoso.)  ¡Tabaco!

GINÉS.-  ¡Hosannah!...

SANTAMONA.-  Ahí tenéis, perdularios, para que no os falte ningún vicio...  (Vase por la izquierda, segundo término.) 

JOSÉ LEÓN.-  No se olvida de nada.

GINÉS.-  ¡Beata, beatísima!...



Escena V

 

JOSÉ LEÓN, GINÉS.

 

JOSÉ LEÓN.-   (Cerrando las dos puertas de la izquierda, y cerciorándose de que no le oyen.)  ¿Qué hay? ¿Qué noticias me traes?

GINÉS.-  Medianas... La viuda...

JOSÉ LEÓN.-  Habla bajo... Pero di, ¿cómo has vuelto tan pronto?

GINÉS.-  Si está aquí, en la huerta del Temple. Cuando yo iba para allá, me la encontré en su borriquilla. Hoy viene a pasar el día aquí, con los niños.

  —48→  

JOSÉ LEÓN.-  ¡Ah, maldita! ¿Sabes lo que esto significa? Una persecución en toda regla.

GINÉS.-  Pues volvime con ella. Hízome entrar en la casita...

JOSÉ LEÓN.-  ¿Leyó mi carta?

GINÉS.-  Sí; pero... como si no.

JOSÉ LEÓN.-  ¿Le dijiste de palabra lo que pretendemos?

GINÉS.-  ¡Menudo sermón eché por esta boca!

JOSÉ LEÓN.-   (Impaciente.)  Pero ¿qué respondo?

GINÉS.-  A ver si recuerdo una por una sus palabras: «Dile a ese perdido que si quiere la granjilla y el molino, que se fastidie y venga a verme y a tratar conmigo, y que no me mande acá... pasmarotes.»

JOSÉ LEÓN.-  ¡Bribona! Quiere que yo la visite, le ruegue, le... ¡Oh, la conozco bien!

GINÉS.-  ¡Pues, hijo, vaya un trabajo!... Vas, le dices...

JOSÉ LEÓN.-  No, no iré. Salomé es muy celosa. Podría creer...

GINÉS.-  ¡Ay, Dios mío, qué escrúpulos! No veo yo por qué se ha de enterar Salomé... Pues no tendremos la granjilla si no vas, ea. La señora, bien se le conoce, quiere verte de cerca, hablar contigo... tiene de ti, según parece, recuerdos muy gratos.

JOSÉ LEÓN.-  No lo son tanto para mí.  (Receloso de que le oigan, y bajando la voz.)  A ti, Ginés, que eres mi amigo más leal, puedo contarte... Dos años ha me encontré a esa mujer en Sangüesa. Entonces tenía yo mejor pelaje que ahora.

GINÉS.-  Lo creo.

JOSÉ LEÓN.-  Entonces no era posible que viese yo a una mujer guapa, aldeana o señora, sin que al instante, con una audacia impetuosa y hasta grosera, no la requiriese de amores. ¡Oh, qué tiempos, Ginés!

GINÉS.-  Total, que...

JOSÉ LEÓN.-  Que a mi acometividad, para enamorarla, correspondió ella con su prontitud para prendarse de mí. Le caí tan en gracia, que... En fin, conquista más rápida y feliz, no podrías imaginarla.

GINÉS.-   (Oyéndole gozoso.)  Todo, todito me lo imagino. Sigue.

  —49→  

JOSÉ LEÓN.-  Entonces era yo un perdido.

GINÉS.-  ¿Entonces?

JOSÉ LEÓN.-  Aún tenía algún dinero. No pensaba más que en satisfacer mis locos apetitos. Donde hubiera pendencias, desorden, aventuras, embriaguez, juego, mujeres, allí estaba yo.

GINÉS.-   (Regodeándose.)  ¡Ay, qué vida!

JOSÉ LEÓN.-  Después... la cruel realidad me ha enseñado mucho; he cambiado radicalmente; y por fin, desde que me deparó mi suerte la incomparable mujer que a mi lado tengo, todo aquel pasado escandaloso me inspira vergüenza, repugnancia.

GINÉS.-  Ya... el diablo harto de carne... Sigue contando.

JOSÉ LEÓN.-  Pues si rápida fue la victoria, no tardó más mi cansancio. Mientras yo tenla que disimular con mil artificios corteses mi antipatía, dila me abrumaba con su amorosa constancia. Huí, me siguió, no ciertamente con pretensiones de matrimonio, pues no quiere volver a casarse.

GINÉS.-  Pues mira tú, ese desinterés me gusta.

JOSÉ LEÓN.-  Es, por demás, extraña esa mujer. Su egoísmo tiene un fondo de abnegación que le desconcierta a uno, y... En fin, Ginesillo, a fuerza de astucia y flexibilidad para no dejarme coger, logré poner entre esa mujer y yo, una honesta distancia. Acabó la historia de amor. Pero luego la fatalidad que llevo conmigo, me ha deparado dos o tres encuentros con mi antigua conquista. Y no es eso lo peor, sino que, siempre que con ella me tropiezo, se disponen los pícaros acontecimientos de modo que yo necesito de algún favor o auxilio, y que ella se brinda generosamente a prestármelos. Y aquí me tienes nuevamente amarrado a mi falta por la gratitud, que en este caso, como en otros muchos, mi querido Ginés, es un castigo, un cruelísimo castigo.

GINÉS.-  Pues, amiguito, vete a verla; pero pronto, pronto, y tendremos la granjilla.

JOSÉ LEÓN.-  ¿Lo crees tú?

  —50→  

GINÉS.-  Como si la tuviera en la mano. Y te va a conceder el arrendamiento gratis et amore... ¡Oh, ganga de las gangas! ¡Hombre, corre, no pierdas un minuto! Si no vas, no cuentes conmigo... yo te dejo... Yo no aguanto más esta vida de presidiario... Me vuelvo con mis monjitas.

JOSÉ LEÓN.-   (Meditabundo, mirando al suelo.)  Iré; no hay más remedio que ir y humillarme... Tienes razón; lo primero es buscar medios de subsistencia, salir de este nido de lechuzas...

GINÉS.-  Pero, ¡qué mayor gloria para ti que tener el remedio de tus cuitas tan a la mano, en la voluntad de esa viuda tierna...!

JOSÉ LEÓN.-  Iré, no lo dudes... ¡pero si vieras lo que me cuesta!

GINÉS.-  Pues, chico, yo no tendría inconveniente en ir en tu lugar...

JOSÉ LEÓN.-  No bromees...

GINÉS.-  Y en último caso, ¿qué temes tú, que tu mujer...? Pero si no ha de saberlo.  (Mirando por las rendijas de la puerta de la izquierda.)  Salomé, muy enfrascada en sus pucheros; la santa, fregoteando con jabón y estropajo... ¡José León, ahora o nunca! Media horita, hijo, y mañana tenemos casa, huerta, molino, saltos de agua, y saltamos de la pobreza a la fortuna, y ganaremos dinero, y seremos ricos, digo, honrados, digo, las dos cosas.

JOSÉ LEÓN.-   (Decidiéndose, después de vacilar.)  Tienes razón: el mal camino, andarlo pronto.  (Da unos pasos hacia el fondo. GINÉS le detiene.) 

GINÉS.-  Un momentito... Ya no me acordaba...

JOSÉ LEÓN.-  Qué, ¿hay alguien por ahí? Entonces, no voy. Me desagradaría que me viesen...

GINÉS.-   (Mirando al campo por el fondo.)  Al venir acá, vi a Paternoy a caballo.

JOSÉ LEÓN.-  ¡Paternoy!

GINÉS.-  Parado estaba en las casas de Larraz. Habrá pasado ya... No le veo.

JOSÉ LEÓN.-  No salgo... Te digo que no voy.

  —51→  

GINÉS.-  ¡Ah, sí!... Mírale, más allá del puente, hablando con dos hombres a pie. Aguárdate a que pase.

JOSÉ LEÓN.-  ¿Y si no pasa?

GINÉS.-  ¡Ah!  (Con una idea feliz.)  Vete por ahí, por las ruinas.  (Señalando la escalera de piedra.)  ¡Qué tonto, no haber discurrido!... Mira, pasas por un gran hueco que hay en la parte de allá de la torre... sigues por el muro como unos diez pasos, luego un saltito, ¡pin! y estás en la huerta.

JOSÉ LEÓN.-  Pero de veras, ¿se puede...?

GINÉS.-  ¡Tonto, si por ahí salto yo todos los días para afanar un par de cebollas quandoque lechugam! Por ahí no te ven ni las moscas.

JOSÉ LEÓN.-   (Receloso, mirando a la izquierda.)  Salomé...

GINÉS.-  No hay cuidado...  (Vigilando las puertas de la izquierda.)  Pronto, León... Luego te vuelves por afuera.

JOSÉ LEÓN.-  Allá voy...

GINÉS.-  Buena suerte, hijo.  (Vase JOSÉ LEÓN por la escalera, procurando no hacer ruido.) 



Escena VI

 

GINÉS, PATERNOY.

 

GINÉS.-  Por ahí nadie le ve... Que Dios le inspire, a ver si...  (Aparece PATERNOY en la puerta, con botas de montar y látigo.)  ¡Ah!... Señor don Santiago... Adelante...  (Con desconfianza.)  (¿Visita de santo? Malorum. No me fío.)

PATERNOY.-   (Avanzando despacio y observando la casa.)  ¡Qué aspecto de miseria! ¿No está ese hombre?

GINÉS.-  No señor, ha ido al río, a ver si pescaba unas truchas... ¿Quiere el señor descansar?... ¿Viene de caza?

PATERNOY.-  No.

GINÉS.-  Ya le he visto a caballo... ¿Va el señor hacia la villa?

PATERNOY.-   (Secamente.)  No. Preguntón estás...

GINÉS.-  Dispénseme.

PATERNOY.-  Ahora me toca preguntar a mí... ¿Has visto por aquí   —52→   a Primitivo Barbués y otros amigos, que salieron de Ansó esta mañana?

GINÉS.-  No señor, no los he visto.  (Aparte, receloso.)  (¡Dios me valga, esos brutos aquí!)

PATERNOY.-  ¿Y a Jerónimo Gastón, mi tío, no le has visto tampoco?

GINÉS.-  Puede creerme que no.

PATERNOY.-  Sí te creo. ¿Pero no hay nadie en esta casa?



Escena VII

 

Dichos; SALOMÉ, por la izquierda.

 

SALOMÉ.-  ¡Oh, Santiago!...  (Se asusta al verle.) 

PATERNOY.-  No me esperabas. Descansará un momento.  (Se sienta.) 

GINÉS.-   (Mirando al campo por el fondo.)  Ahora veo al señor Barbués, y a otro, que vienen como de las casas de Larraz.

SALOMÉ.-   (Asustada.)  ¡Barbués!

PATERNOY.-  ¡Luego les veré!  (A GINÉS.)  ¡Ah! antes que se me olvide. He dejado mi caballo atado a un chopo, al otro lado del puente. Harás el favor de cuidármelo... no se suelte...

GINÉS.-  Sí señor... Le daré un pienso... Voy.  (Vase por el fondo.) 



Escena VIII

 

PATERNOY, SALOMÉ.

 

PATERNOY.-  Parece que te has asustado al verme.

SALOMÉ.-  Sí: primo mío; la virtud sin tacha... me asusta un poquitín.

PATERNOY.-  ¿Dónde está... ese hombre?

SALOMÉ.-   (Turbada.)  ¿Mi marido?... no sé... aquí estaba.

PATERNOY.-  Habla con más propiedad.

SALOMÉ.-  Le llamo así porque hemos tenido la intención de casarnos. Pero no sé si sabrás lo que ocurrió.

PATERNOY.-  Sí. ¡Casualidad como ella! ¡Morirse mosén Javierre la misma tarde!... ¡Pobre Salomé! ¡Pobrecita de mi alma!

SALOMÉ.-  No fue culpa nuestra que...

  —53→  

PATERNOY.-  No, si de la rectitud de tu intención no tengo duda. De la suya, no puedo decir lo mismo... ¡Ay, hija mía! yo creí que la enseñanza y la corrección de la realidad serían lentas, aunque al fin eficaces. Me equivoqué en la apreciación del tiempo. La ejemplaridad y tu castigo han venido demasiado pronto, mucho más pronto de lo que yo creía.

SALOMÉ.-   (Asustada.)  ¿Qué me dices, Santiago? Ahora sí que me asusto de veras.

PATERNOY.-  Motivos tienes para ello. Dime, ante todo: ¿quieres a ese hombre... todavía?

SALOMÉ.-  ¿Por qué me lo preguntas?... Le quiero, sí.

PATERNOY.-  ¿Hoy como ayer...?

SALOMÉ.-  Más, más.

PATERNOY.-  Pues disponte para un atroz martirio.

SALOMÉ.-  ¡Santiago!

PATERNOY.-  La justicia le sigue los pasos... Y ahora parece que se ha encontrado un rastro seguro...

SALOMÉ.-  ¡La justicia!... ¿Por qué?...

PATERNOY.-  ¡Ah!...



Escena IX

 

PATERNOY, SALOMÉ; SANTAMONA, por la izquierda, segundo término, secándose las manos con un paño.

 

SANTAMONA.-  Te he puesto la alcobita como los chorros del oro.

PATERNOY.-  ¿Estabas tú aquí, Mónica? Me lo figuraba. Donde hay miserables que socorrer, tristes que consolar, no puedes faltar tú.

SANTAMONA.-  Ni tú.  (Contempla a SANTIAGO con cariño y admiración.)  Aquí le tienes. Mirémonos en este espejo. ¡Un hombre que en la fuerza de la edad abandona el mundo, y desprecia todo, amores, riquezas, opinión, para ponerse al servicio de Dios en austera penitencia!...

SALOMÉ.-  ¡Qué hermosura! ¡Dichoso quien tiene ese valor!

PATERNOY.-  Ningún mérito hay en esa resolución que es hija del   —54→   desaliento y del cansancio de tanta pequeñez y vanidad.

SANTAMONA.-  Aquí donde le ves, ya ha empezado a repartir su caudal entre los pobres.

PATERNOY.-  Calla. ¿Qué sabes tú?

SANTAMONA.-  Sí que lo sé, y lo digo. No te valen tus marrullerías. Verás: a Las Esclavas de Berdún les ha dado una casa magnífica, que fue convento del Císter; al hospital de Hecho...

PATERNOY.-   (Con altanería.)  Basta. Suspende el panegírico. Tengo que hablar a ésta de cosas que le interesan más.

SANTAMONA.-  Ya... has venido a arreglarle el casamiento...

PATERNOY.-  Y para ello, lo primero que necesito saber, es el verdadero nombre y el estado civil de José León.

SALOMÉ.-  (¡Ay, Dios mío!)

PATERNOY.-  Porque aquello de «Soy don Fernando de Azlor», fue una picaresca improvisación, un rasgo teatral para salir del paso, y conjurar la tormenta que se le venía encima... El verdadero nombre es otro.

SALOMÉ.-   (Angustiada.)  (¡La Virgen nos ampare!)

PATERNOY.-   (Clavando en ella una mirada penetrante.)  Y tú lo sabes... Te lo conozco en la cara.

SALOMÉ.-  ¿A mí?

PATERNOY.-   (A SANTAMONA.)  Y tú lo sabes también, viejecilla celestial.

SANTAMONA.-  ¿Yo? Estás fresco.

PATERNOY.-  Y vais a decírmelo...

SALOMÉ.-   (Vivamente, medrosa.)  ¡Ay, yo no sé nada!

SANTAMONA.-  Ni yo...

PATERNOY.-   (Con ternura y generosidad.)  Vamos, Salomé, primita mía, alma de Dios, si tu marido... ya ves... le doy ese nombre para halagarte... si tu marido me declara toda la verdad de sus mentiras, si le veo Yo lealmente arrepentido de sus culpas, de sus tremendas culpas, yo le salvaré de la justicia, y os caso, y os mando a Francia, y en paz...

SANTAMONA.-  Sí, sí, muy bien. Chiquilla, di que sí.

SALOMÉ.-   (Con brío.)  No es criminal: digo y sostengo que no es   —55→   criminal. No creas a esos locos que le acusan y le persiguen... por delitos inventados, que habrán cometido otros, él no.

PATERNOY.-  ¡Él no! ¿Estás segura de lo que dices?

SALOMÉ.-  Segura.

PATERNOY.-  ¡Pobrecilla! ¡Qué pena desvanecer tus ilusiones!

SANTAMONA.-  Pues ni ésta ni yo sabemos nada del nombre, ea... Cada cual que se llamo como quiera. Importan mucho las acciones, los nombres nada.

PATERNOY.-  Algo importan para la justicia.

SANTAMONA.-  La de Dios es la única verdadera.

PATERNOY.-  La humana no puede desatenderse.

SANTAMONA.-  La humana tiene sus Guardias civiles, sus jueces y escribanos... Que averigüen ellos los delitos y los nombres, y cuanto hay que averiguar... Salomé, chiquilla, si algo sabes, cállatelo... Que lo diga él, si quiere.

PATERNOY.-  Pues que venga; ¿dónde está? A todo trance quiero hablarle y entenderme con él.

SALOMÉ.-  Aquí estaba. Habrá ido al monte.

PATERNOY.-   (Recordando.)  Ya sé... Me dijo su compañero que estaba en el río, pescando truchas. Santa incansable y vivaracha, vete a buscarle.

SALOMÉ.-  Sí, Sí.

SANTAMONA.-  Voy. ¡Qué buena ocasión! A la margen del río iba yo ahora para hacer mi recolección de follaje silvestre.

SALOMÉ.-  Allí le encontrarás.

SANTAMONA.-   (A PATERNOY.)  Si le encuentro, le digo que...

PATERNOY.-  Procura no alarmarle. Podría escapársenos.

SANTAMONA.-   (Con gracejo.)  Nada, que él está pescando, y yo voy, y le poseo a él.  (Con decisión.)  ¡Al río!  (Vase.) 

PATERNOY.-   (Viéndola salir.)  Pescadora de almas, ¿quién lo duda?

SALOMÉ.-   (Cavilosa.)  Me da el corazón que no le hallará en el río.

PATERNOY.-  Ya parecerá. Y ahora, ¿te obstinas en no confiarte a mí?  (Cariñosamente, tomándole una mano.) 

SALOMÉ.-   (Afligidísima.)  ¡Oh! Santiago... no sé nada... no sé... Por Dios te pido que no me martirices más.

PATERNOY.-  Yo no te martirizo. Quiero salvarte a ti, y a él también.   —56→   Y he de conseguirlo: soy muy terco, Salomé.  (SALOMÉ llora.)  Bueno, hija mía, ya no te pregunto nada. No quiero saber nada. Tú confías sin duda en que queriendo mucho a tu bandido, y sólo con quererle mucho, le traerás a Dios y a la ley.

SALOMÉ.-  ¡Oh, sí, sí! Con el amor puro y acendrado; con la ayuda de Cristo Nuestro Señor y de la Santísima Virgen, a quien fervorosamente se lo pido un día y otro, yo conseguiré traerle al buen camino.



Escena X

 

PATERNOY, SALOMÉ; BARBUÉS, por el fondo; ha oído las últimas palabras.

 

BARBUÉS.-   (Con violencia y sarcasmo.)  Eso es: al buen camino... ja, ja... Y por cierto, que ahora le tienes en uno de los más extraviados.

SALOMÉ.-  ¿Qué dice este hombre?

PATERNOY.-  Salomé espera convertirlo con el amor, fortificado por la fe.

BARBUÉS.-  Pues empieza tu campaña, ahora que en el mismo infierno le tienes de patitas. A ver si le sacas y te luces, ángel de Dios. Puedes echarle un sermoncico desde aquí y mostrarle el santo escapulario, a ver si consigues que lo suelte el diablo gracioso que le tiene entre sus uñas.

PATERNOY.-  Pero ¿qué dices?  (Con autoridad.)  Habla claro.

BARBUÉS.-  Soy muy aragonés, y a claridad no me gana nadie. Allá voy ¡cógilis! y si duele, que duela.  (A SALOMÉ.)  Pues mientras tú discurres aquí, con éste mi señor apóstol, la manera de pescar con divinas redes a tu hombre, él se deja coger, muy místicamente, en las de la hermosa viuda Feliciana.

SALOMÉ.-   (Aterrada.)  ¡Jesús!... No puede ser... ¡Calumnia infame!

BARBUÉS.-  ¿Mentiroso yo?... ¿Quieres verlo?

SALOMÉ.-   (Con vivísima ansiedad.)  ¿Dónde? ¿cómo?

  —57→  

BARBUÉS.-  Por aquí.  (Por la escalera de la derecha.)  Subimos a las ruinas de la torre: te llevo con cuidadito por el muro, y desde el ventanal grande verás a tu condenado cogiendo cerezas, y a la otra condenada comiéndoselas.

SALOMÉ.-  ¡Oh!

PATERNOY.-  ¡Qué infame! ¿Le has visto tú?

BARBUÉS.-   (A SALOMÉ con sarcasmo.)  Invoca a la Santísima Virgen.

SALOMÉ.-   (Desesperada.)  ¡Quiero verlo!

BARBUÉS.-  Y al Santísimo Padre Eterno, y al Ángel de la Guardia civil de los cielos coronados... ja, ja...

SALOMÉ.-   (Furiosa.)  ¡Qué Dios, ni qué Virgen, ni qué ángeles!... Oh, ya no soy quien soy... No siento a Dios en mí. La rabia me hará blasfemar.

PATERNOY.-   (Queriendo calmarla.)  ¡Desdichada! ¡Y pensabas con tu bondad angelical enmendar a ese perverso!

SALOMÉ.-   (Trastornada.)  ¡Bondad yo! No, no la tengo; nunca la tuve.  (Apretando los puños.)  Soy una mujer mala; soy una serpiente, una bestia feroz... ¿Pero es verdad? Sí, sí... Bien claro lo veo... No me engañó quien me dijo que fue su amante, que quizás lo era todavía...  (Transición.)  ¡Ay, no; no es verdad!... ¡Aquí, casi en mi propia casa, venderme así! Tú me engañas, Barbués; eres el odio, la ruin venganza... Tú, Santiago, que eres el perdón y la generosidad, dime que este hombre me engaña; quiere matarme.

BARBUÉS.-  Pues lo verás.

SALOMÉ.-  Sí, sí; ahora mismo. Aunque de rabia me muera, lo he de ver. Llévame, llévame; te lo pido. ¡Oh! y si es verdad, le ahogaré... mataré a alguien. Me siento criminal, me siento asesina... Llévame.

BARBUÉS.-   (Sin atreverse, consulta a PATERNOY.)  ¿La llevo? ¿Conviene que vea...?

PATERNOY.-  Sí.

SALOMÉ.-  Vamos.

BARBUÉS.-  Por aquí,  (Salen precipitadamente por la escalera de la derecha.) 


  —58→  

Escena XI

 

PATERNOY; SANTAMONA, por el fondo, con un tajo de hierbas aromáticas.

 

PATERNOY.-   (Paseándose inquieto por la escena.)  ¡Fatal complicación!

SANTAMONA.-   (Con tristeza.)  Pues en el río no está.

PATERNOY.-  Se ha ido a pescar a otra parte, a la mar bravía.

SANTAMONA.-  Lejos están los mares de Dios.

PATERNOY.-  Más cerca de lo que tú crees. ¿Qué traes ahí?

SANTAMONA.-  Es mi pasión. Adornar las viviendas con romero y tomillo, y aromatizarlas después de bien limpias.

PATERNOY.-  Si se pudiera hacer lo mismo en las conciencias.

SANTAMONA.-  Algo se pega de las viviendas a las almas.

PATERNOY.-   (Oliendo los ramos.)  Esto refresca el espíritu. Es como tu conciencia, que trasciende a las purezas del campo y a la paz de la Naturaleza. Pero en mala ocasión lo has traído, pobre santica.

SANTAMONA.-  ¿Por qué, hijo?  (Se sienta, y extiende los ramos en la falda.) 

PATERNOY.-  Porque mal dicen estos emblemas de la inocencia en la guarida de un criminal.

SANTAMONA.-  ¿Qué ocurre?  (Alarmada.)  He visto por ahí gente alborotada, rondadores de semblante ceñudo. Antes entró aquí Barbués...

PATERNOY.-  Aguárdale, y verás algún paso doloroso, que desgraciadamente ni tú ni yo podremos evitar.

SANTAMONA.-  Tú, sí; tú puedes evitarlo, porque a ti, malos y buenos, te respetan y te aman. Tu autoridad se impondrá hoy como siempre. No permitas que entre aquí la maldad.

PATERNOY.-  ¡Ay, la maldad no tiene que entrar aquí, porque está dentro!

SANTAMONA.-   (Haciendo ademán de recoger los ramos.)  ¡Dentro!

PATERNOY.-  Sí: recoge, recoge. Llévate el ramaje oloroso para tu casita, que más bien es santuario.

SANTAMONA.-  ¿Pero es criminal? ¿Lo sabes ya?

PATERNOY.-  Casi, casi.

SANTAMONA.-   (Con gravedad, levantándose.)  Santiago, no se puede juzgar   —59→   a nadie sin ver su interior. ¿Has visto tú el de ese desdichado?

PATERNOY.-  No.

SANTAMONA.-  Pues Dios, que lo ve y lo conoce, le dará su merecido.  (Cariñosamente.)  Santiago, angelote mío, maravilla de esta tierra ansotana, no permitas que persigan cruelmente al prójimo, que le acosen, que le cacen como a las fieras del monte.

PATERNOY.-   (Con profunda tristeza, cogiendo maquinalmente un ramo.)  No podré impedirlo.

SANTAMONA.-  Criminal o inocente, ampárale, escúdale tú. Así serás digno de tu nombre cristiano y de los dones que ha derramado el Señor sobre ti. Eres bueno, buenísimo; pues aspira a ser perfecto. ¿Lo harás? ¿Impedirás toda acción inhumana? Entre imitar a Barbués o imitar a ése...  (Señalando al Cristo.)  elige.

PATERNOY.-   (Meditabundo.)  Se elige lo mejor, pero sólo se hace lo posible.

SANTAMONA.-   (Hablando con el Cristo.)  ¿Verdad, Jesús mío, que con tu amparo impediremos la maldad?

PATERNOY.-  Ayúdame tú.

SANTAMONA.-   (Con una idea súbita.)  Pongamos todo esto a los pies de la Santísima imagen.  (Coge los ramos y entrega uno de los mayores a PATERNOY.)  ¿Ves...? el laurel robusto y fragante, tu conciencia; que desprecia las tempestades, siempre mirando al cielo... Ponlo, ponlo tú, que eres más alto. Yo no alcanzo. Soy muy chica.

PATERNOY.-   (Poniendo los ramos a los pies del Cristo, en una repisa, que debe estar preparada, para hacerlo rápidamente.)  Dame acá... Así... ahora, aquí...

SANTAMONA.-   (Contemplando la imagen.)  Bien... ¡Qué precioso!

PATERNOY.-   (Poniendo más ramos, y sin volver la cabeza.)  Pues, sí, viejecilla cándida, yo haré lo que pueda. Por de pronto, urge separar a Salomé de ese hombre.

SANTAMONA.-   (Sorprendida.)  ¡Separarla!

PATERNOY.-   (Volviéndose, concluida la operación.)  Sí: imposible que continúe a su lado.

SANTAMONA.-  ¿Por qué?...


  —60→  

Escena XII

 

PATERNOY, SANTAMONA; SALOMÉ, BARBUÉS, por la escalera de la derecha; GASTÓN, que se detiene en la puerta del foro.

 

PATERNOY.-  ¿Qué has visto?

SALOMÉ.-  ¡Mi muerte!  (Consternada, trémula, el rostro demudado.)  ¡Infame, traidor! ¡Oh, Dios mío, Virgen de la Misericordia, yo quiero morirme!  (PATERNOY acude a ella y la sostiene.) 

BARBUÉS.-   (Acercándose al fondo donde está GASTÓN.)  Ya lo ha visto: puedes pasar.

GASTÓN.-   (Llegándose a SALOMÉ.)  Hija mía, despréciale. Y aquí me tienes dispuesto a sacarte de este infierno.  (SALOMÉ se separa de ellos, como azorada, corriendo hacia SANTAMONA, a quien abraza.) 

PATERNOY.-   (Que forma grupo con BARBUÉS y GASTÓN, a la izquierda del proscenio.)  No esperéis que os revele el secreto del nombre. Es inútil preguntárselo.

SALOMÉ.-   (Con SANTAMONA, a la derecha del proscenio.)  Le he visto, Santamona. Estos ojos lo han visto, estos ojos con que te veo a ti... La abrazaba... No, no; ella le abrazaba a él, así...  (Remedando.)  ¡Cómo se le conocía el contento de verle! Y él, ¡qué cara ponía!... Como la que me pone a mí... Y sin duda le decía cosas muy dulces y muy tiernas, porque ella le miraba... así...  (Remedando.)  riéndose con lágrimas, ¿sabes? con aquella cara hermosa... horrible.

SANTAMONA.-  Hija mía, sosiégate, y no hagas caso de los que te inciten a la venganza.

SALOMÉ.-  ¡Oh, no le defiendas! Santamona, déjame...  (Se aparta de ella. SANTAMONA la persigue y trata de alcanzarla.) 

SANTAMONA.-  Pero mujer, aguarda.

BARBUÉS.-   (A GASTÓN y PATERNOY.)  Yo la cojo en esta trampa que traigo aquí.  (Saca una cartulina envuelta en un papel.)  En las revueltas de La Foz, nos encontramos una maleta. Dentro libros, alguna herramienta inservible, ropa hechas jirones... y entre las hojas de un libro... este retrato.

  —61→  

PATERNOY.-   (Mirándolo.)  Es Feliciana.

BARBUÉS.-  Salomé, Oye...

PATERNOY.-  Basta. Dejadla en paz ya.

GASTÓN.-  Hay que auxiliar a la justicia.

BARBUÉS.-  Y aquí la justicia, a falta de otra mejor, somos nosotros.  (Cogiendo a SALOMÉ de una mano.)  Chica, ven. Mira: aquí tengo un retrato... ¿La conoces?  (Se lo muestra, sin entregárselo.) 

SALOMÉ.-  ¡Ah!... ¡Ella es!... ¡Dámelo, dámelo! ¡Quiero escupirlo, pisotearlo!

PATERNOY.-  ¡Dámelo a mí!  (Recogiendo el retrato de manos de BARBUÉS.)  ¿Pero sabéis fijamente a quién perteneció esto y lo demás que encontrasteis en la maleta?

GASTÓN.-  Aún no. Quizás lo sepamos pronto.

BARBUÉS.-  Dale una vuelta.

PATERNOY.-  ¡Ya!...  (Mirando la cartulina por el reverso.)  ¡Una dedicatoria!

BARBUÉS.-  ¡Que la oigamos todos!

PATERNOY.-  Es un nombre desconocido.

GASTÓN.-  Quizás no lo sea tanto. ¡Lee!

PATERNOY.-   (Leyendo.)  «Recuerdo de Sangüesa. A mi adorado y fiel... Martín Bravo.»

SALOMÉ.-  ¡Él es!...  (Vivamente.)  ¡Él mismo! ¡Ése es su nombre!... ¡Adorado y fiel! ¡Ah! ¡Perverso, desleal!... ¡Denme el retrato, dénmelo!, porque al retrato y al nombre, quiero hacerlos pedacitos así.

PATERNOY.-  ¡Martín Bravo!...

BARBUÉS.-   (Satisfecho.)  ¡Si no podía ser otro!

GASTÓN.-  ¡Martín Bravo! Sí, contra quien dictó hace tiempo el juez mandamiento de prisión.

BARBUÉS.-  Procesado por diferentes delitos, ha sabido burlar a la justicia... Pero, ahora... ¡Zapa! Yo lo juro que las paga todas juntas.

SALOMÉ.-   (Que oye espantada lo que dicen BARBUÉS y GASTÓN.)  ¡Dios mío!... ¡Qué he hecho!  (Con fiereza.)  ¡Pero bien hecho está! ¡Venganza, justicia! ¡No le tengo lástima!  (Transición brusca.)  ¡Sí le tengo lástima, sí, sí!... ¡Le vendí!... ¡Ay, ay, qué horrible amargura! ¡Y lo llevarán a la cárcel, al patíbulo!... ¡Moriremos los dos!

  —62→  

GASTÓN.-  Tú, no, pobre mujer ultrajada.  (La abraza.)  Ahora, apártate sin tardanza de tan infamo compañía.

PATERNOY.-  No puede continuar aquí.

GASTÓN.-  Mi opinión es que la llevemos a casa. Ahora, tú dirás.

PATERNOY.-  Propongo que la llevéis a La Esclavitud de Berdún.

GASTÓN.-  ¿Y a mi casa no? Bueno. Lo que tú creas mejor, eso se hará.

PATERNOY.-  ¡A La Esclavitud, a La Esclavitud! ¡Aprovechad estos momentos!

BARBUÉS.-  Ahora mismo, sí.

GASTÓN.-  Traeremos un coche. De grado o por fuerza irá.

SALOMÉ.-   (Angustiada.)  Llévenme, sí, llévenme... antes que vuelva. ¡Le he vendido! ¡Qué dirá de mí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Tengo miedo!... ¡Malditas mil veces esas ruinas; maldita esta casa en que creí encontrar la felicidad!... ¡Al convento!... Quiero rezar... aquí no puedo... quiero salvar mi alma. ¡Llévenme con Dios!... Santiago, ya ves, hago lo que tú, te imito... ¡No más amores de esto mundo... no más! ¿Verdad, santa mía, que debo irme?

SANTAMONA.-  Sí, sí.

SALOMÉ.-  Pero antes... Quiero pedirle perdón...  (BARBUÉS sube por la escalerilla, volviendo a las ruinas.) 

GASTÓN.-  ¡Perdón tú!

SALOMÉ.-  Sí, que me perdone... ¿Verdad Santiago, que debo decirle...?

PATERNOY.-  ¡Oh, no!

SALOMÉ.-  Porque yo también he sido mala... ¡Le he vendido!... Le pediré perdón, y después le echaré al rostro todo el veneno que tengo en mi alma. ¡Oh, cuánto padezco!  (Déjase llevar SALOMÉ; pero al ver a BARBUÉS, hace de nuevo resistencia.) 

BARBUÉS.-  Ahora pasean los dos por la huerta y se sientan debajo del ventanal. Los niños van con ellos. El infame les acaricia, les besa; lleva en brazos al chiquitín...

SALOMÉ.-   (Furiosa, crispando las manos.)  ¡Ah, traidor, verdugo, que me has agotado el alma...!  (Trata de subir a las ruinas, pero   —63→   la detienen.)  Quiero verlo otra vez... Acaricia a los niños... ¡bandido! También quiero yo coger a esos niños y hacerlos pedacitos así.

GASTÓN.-   (Deteniéndola.)  Vamos.

BARBUÉS.-  Pronto...

PATERNOY.-  Llevadla... No os detengáis...

SALOMÉ.-   (Resistiéndose llorosa.)  ¡No quiero, no quiero!  (Cógela BARBUÉS en brazos y se la lleva por el fondo.)  ¡Ay!

GASTÓN.-   (A PATERNOY, precipitadamente.)  La dejaremos ahora bien segura en las casas de Larraz, hasta que venga el coche, y luego volveremos.

PATERNOY.-  No, aquí no tenéis que volver.

GASTÓN.-  ¿Cómo es eso?

PATERNOY.-   (Con altanería.)  Digo que no volváis, ni tú, ni Barbués, ni nadie... Y no es que lo suplique: lo mando.

GASTÓN.-   (Resignándose.)  Bien. ¿Y quién atrapa al infame?

PATERNOY.-  Eso corre de mi cuenta.  (Empujándole.)  ¡Vete, vete!



Escena XIII

 

PATERNOY, SANTAMONA, GINÉS.

 

PATERNOY.-   (Muy inquieto.)  Pero ese hombre... No, no me voy de aquí sin hablarle.

SANTAMONA.-  ¡Justicia rencorosa del pueblo! No eres quien eres, Santiago, si consientes...

PATERNOY.-  Vete a buscarle. No, iré yo. Tú, recoges la ropa de Salomé y la llevas a las casas de Larraz, de donde saldrá esta tarde para el convento.

SANTAMONA.-  A la Esclavitud iré yo con ella. No puedo abandonarla.

GINÉS.-   (Presuroso, por el fondo.)  Señor, ¿le traigo el caballo?

PATERNOY.-  Todavía no... Vienes a tiempo. Busca a ese hombre... Que venga al instante. Le espero aquí. Dile que su vida está en peligro.

GINÉS.-  Ay, Jesús! ¿pues qué ocurre? He visto que se llevan a Salomé...

SANTAMONA.-   (Mirando desde el fondo, con PATERNOY.)  Allá van, si, ¡Infeliz criatura!

  —64→  

GINÉS.-   (En el proscenio.)  (¡Dios mío de mi alma, qué olor a chamusquina! ¡Pobre Ginés! ¡qué va a ser de ti!... ¡Ponte en salvo, hijo mío! ¡Ay, madrecitas de Berdún, quién se viera en vuestra dulce Esclavitud.)

PATERNOY.-   (Impaciente, desde el fondo.)  Llámale pronto... Oye, que no venga por el camino. Por ahí es mejor. Ve volando.

GINÉS.-  Sí, señor, volaré; verá usted qué modo de volar.  (Vase por el foro.) 

SANTAMONA.-   (Mirando por el fondo.)  Ya suben la cuesta de San Roque. Van a las casas de Larraz. Luego todos esos locos volverán aquí...

PATERNOY.-  A la cacería de la fiera...

SANTAMONA.-  Pero tú...

PATERNOY.-  Les he mandado no volver. Dudo que me obedezcan.

SANTAMONA.-   (Viendo venir a JOSÉ LEÓN por las ruinas.)  Ya está aquí.

PATERNOY.-  Déjame solo con él.  (Vase SANTAMONA por la izquierda.) 



Escena XIV

 

PATERNOY, JOSÉ LEÓN.

 

JOSÉ LEÓN.-   (En lo alto de la escalera, sorprendido y receloso.)  ¡Paternoy!

PATERNOY.-  Baja sin miedo. Te esperaba. Tengo que hablar contigo. Creí que no te soltaba en todo el día la viudita...

JOSÉ LEÓN.-  ¿Quién te ha dicho...

PATERNOY.-  ¿Lo niegas?

JOSÉ LEÓN.-   (Descendiendo rápidamente hasta la mitad de la escalera.)  ¿Está Salomé?

PATERNOY.-  Creo que ha salido.

JOSÉ LEÓN.-   (Bajando al proscenio.)  ¡Ha salido!...  (Con asombro e inquietud.)  ¡Que ha salido? ¿Quién ha estado aquí?

PATERNOY.-  Varias personas. Algunas volverán con móviles, más que de justicia, de venganza, que es la justicia en bruto, a estilo de los pueblos primitivos.

JOSÉ LEÓN.-  ¡Justicia, venganza! De una y otra me defenderé como pueda.

PATERNOY.-  ¿Con qué nombre te defenderás, con el de José León,   —65→   con el de don Fernando de Azlor, o con el de Martín Bravo?

JOSÉ LEÓN.-   (Herido por el último nombre, se inmuta; pero al instante, dominándose, disimula su turbación.)  ¿Qué?...

PATERNOY.-  Martín Bravo he dicho. ¿Te sorprende ese nombre?

JOSÉ LEÓN.-   (Afectando gran serenidad.)  Lo desconozco.

PATERNOY.-  Desdichado, no finjas ya. Arroja la máscara, que a pedazos se te cae del rostro, y entrégate a mí, sin acordarte de que me has agraviado.

JOSÉ LEÓN.-   (Con altanería.)  ¿Y quién es usted para pedirme la verdad? ¡la verdad! joya tan hermosa, que no puede entregarse al primero que llega. ¿Es usted juez?

PATERNOY.-  No.

JOSÉ LEÓN.-  ¿Es usted sacerdote?

PATERNOY.-  Sí y no. Hazte cuenta que lo soy, y mírame como a tal. Martín Bravo, confíate a mí sin miedo.

JOSÉ LEÓN.-  No.

PATERNOY.-  Por ciego que estés, no dejarás de ver que empleo contigo la conmiseración y la piedad, el rencor nunca... ¿No comprendes mi leal y cristiano proceder contigo?

JOSÉ LEÓN.-   (Secamente.)  No.

PATERNOY.-  ¿Ves en mi un vengador?

JOSÉ LEÓN.-  Sí.

PATERNOY.-  ¿Y si te demostrara lo contrario?  (Pausa. JOSÉ LEÓN suspira fuertemente, e inclina la cabeza sobre el pecho en actitud humilde.)  ¡Oh! ¿Por qué suspiras así? ¡Infeliz, sobre tu conciencia gravita un peso enorme!

JOSÉ LEÓN.-   (Abrumado.)  Sí.

PATERNOY.-  Descárgate de él.

JOSÉ LEÓN.-  No puedo.

PATERNOY.-  Ten valor... No te importe que tus revelaciones me hieran. El mal que a mi me has hecho, en mi persona, en mi hacienda, ténlo de antemano por perdonado...  (JOSÉ LEÓN calla.)  ¡Habla... por Dios!...

JOSÉ LEÓN.-   (Rehaciéndose.)  No, no.

PATERNOY.-  Yo sólo veo en ti un igual mío, un prójimo desvalido que necesita consuelo.

  —66→  

JOSÉ LEÓN.-  Dulce palabra... si fuese sincera.

PATERNOY.-  ¿Aún lo dudas?

JOSÉ LEÓN.-  Casi no... Casi creo que usted... me habla con el corazón. Es el caso que ahora... y no es esto nuevo en mí... digo que siento como un prurito de abrir inconciencia... unas ganas horribles de sumergirme en la verdad, aunque en ella me ahogue.

PATERNOY.-  Sí, sí... Muy bien.

JOSÉ LEÓN.-  Más para esto... para esto... Tenga usted calma... Necesito hacer acopio de valor espiritual. Ya ve usted que no es fácil.

PATERNOY.-  Seguramente no.

JOSÉ LEÓN.-  Necesito una representación dulce y bella... ¡Que venga Salomé, mi mujer querida, que aunque pecadora, es para mí lo más divino que existe en la tierra!

PATERNOY.-  Pues, hijo, lo siento mucho; pero tu mujer no puede venir...

JOSÉ LEÓN.-  ¿Por qué?... ¡Salomé!  (Llamando.) 

PATERNOY.-  Estuvo aquí nuestro tío, Jerónimo Gastón. Creyó prudente llevársela... y se la llevó.

JOSÉ LEÓN.-  ¡Condenación!... ¡Me la roban!... ¡Es mía!... ¡Salomé!... ¡Qué iniquidad! ¡No, no!... ¿Qué es esto?  (Furioso recorre la escena.) 

PATERNOY.-  ¡Detente! No puedes evitarlo. Muy lejos está ya. Tu larga permanencia en compañía de la viuda, les dio tiempo para llevársela. La infeliz se va con la evidencia de tu deslealtad. Te ha visto...

JOSÉ LEÓN.-   (Aterrado.)  ¡Me ha visto!... ¡Me ha visto... a mí... allá!...

PATERNOY.-  No puedes negarlo.

JOSÉ LEÓN.-  No niego, no. ¡Si digo que fui... que fui!

PATERNOY.-  Y que platicaste de amor con ella.

JOSÉ LEÓN.-  Sí.

PATERNOY.-  ¿Has sido su amante?

JOSÉ LEÓN.-  Sí.

PATERNOY.-  ¿Fuiste a verla porque te llamó?

JOSÉ LEÓN.-  Sí... Las razones que tuve para visitar a Feliciana...

PATERNOY.-  Inventa, hombre, inventa algo con que disculparte.

  —67→  

JOSÉ LEÓN.-  No invento nada... ¡Rayo de Dios!  (Estallando furioso.)  Ea, no doy explicaciones. A ella tan sólo las daré. ¿Pero quién, quién me ha robado el único bien de mi vida, mi luz, mi esperanza? Usted quizás, porque es usted la autoridad moral de Ansó, y nada se hace aquí sin su consentimiento.

PATERNOY.-   (Con calma desdeñosa.)  Sostuve y sostengo que esa infeliz no puede estar al lado tuyo.

JOSÉ LEÓN.-  Usted...  (Desbordándose en ira.)  ¡Ah, hipócrita, obra tuya es esto! Tú, por despecho de amante o por fanática soberbia, has discurrido esta solapada venganza... Me quitas mi consuelo, mi salvación. ¡Si no he de ser bueno, ni puedo serlo sin ella! No esperes de mí más que maldades. ¡Soy una fiera! ¡No hay freno para mí! Paternoy, defiéndete, sino quieres que te mate como a un perro... ¡Defiéndete, digo!

PATERNOY.-   (Con la mayor serenidad.)  No quiero.

JOSÉ LEÓN.-   (Delirante.)  ¡Mira que te mato!

PATERNOY.-  No puedo,  (Desdeñoso.)  ni quiero reñir contigo.

JOSÉ LEÓN.-  ¿Es virtud o temor?

PATERNOY.-  Será... lo que tú quieras.

JOSÉ LEÓN.-  Santiago maldito, ¿qué casta de hombre eres? ¿Será verdad que eres la perfección humana? Pues si es así, y creyéndolo voy, devuélveme a mi esposa querida, o llévame a donde está y ayúdame a recobrarla.

PATERNOY.-  No puedo.

JOSÉ LEÓN.-  Devuélvemela, Santiago. ¿Quieres que te lo suplique, que te lo pida de rodillas?

PATERNOY.-  Te he suplicado a ti que me abras tu conciencia, y no has querido.

JOSÉ LEÓN.-  Es que si no recobro a la que es mi única esperanza, he de ser peor de lo que fui, y para nada quiero tus consuelos ni la paz del alma con que me brindas, porque para mí no puede haber paz, ni bien alguno sin ella.

PATERNOY.-  Confiésame tus delitos, y yo te salvaré de la justicia humana.

JOSÉ LEÓN.-  Dame lo que es mío, lo que nadie me puede quitar.

  —68→  

PATERNOY.-  No.

JOSÉ LEÓN.-  Pues no.



Escena XV

 

JOSÉ LEÓN, PATERNOY; SANTAMONA, presurosa por el fondo.

 

SANTAMONA.-  ¡Santiago, Santiago!...

PATERNOY.-  ¿Qué?

SANTAMONA.-  Mira, mira. Ginés se escapa en tu caballo.

JOSÉ LEÓN.-   (Mirando.)  ¡Oh! sí... va como una exhalación.  (Aterrado.)  ¿Y quién viene por allá?

SANTAMONA.-  Barbués, y con él mucha gente...

PATERNOY.-  Estás perdido. No quisiste fiarte de mí.

JOSÉ LEÓN.-  Que hagan de mí lo que quieran. Me defenderé.

PATERNOY.-  Imposible. Son muchos.

SANTAMONA.-  ¡Pobrecillo! De esta no escapas.  (Señalando el hueco bajo la escalera.)  Escóndete aquí.

JOSÉ LEÓN.-   (Ocultándose.)  Sea de mí lo que Dios quiera.



Escena XVI

 

SANTAMONA, PATERNOY, BARBUÉS; dos MOZOS, y otros hombres, con palos y escopetas.

 

BARBUÉS.-   (Con brutalidad.)  A ver... ¿dónde está ese perdido... Martín Bravo, conocido por José León?

PATERNOY.-  Aquí no está.

SANTAMONA.-  No está.

PATERNOY.-  Huyó. ¿Oís el galopar de un caballo?

MOZO 1º.-   (Mirando.)  ¡Maldito, escapó!

MOZO 2º.-  Ya como el viento.

BARBUÉS.-  ¡Demonio... contra-zapa! ¿Le diste tú el caballo?

PATERNOY.-  Lo tomó él.

MOZO 1º.-   (Oyendo y mirando por el foro.)  Ya traspone el cerro de las Ánimas.

BARBUÉS.-  Aquí hay engaño.

MOZO 2º.-  El que huye no es José León.

  —69→  

PATERNOY.-  ¿Quién es el insolente que se atreve a dudar de mi palabra?

BARBUÉS.-  Yo dudo, ea. Tu santidad, que reconocemos, no te estorba para amparar a los criminales.

MOZO 1º.-   Al matador de Alonso Barbués.

MOZO 2º.-  Al incendiario de las casas de Paternoy.

BARBUÉS.-  Al burlador de la infeliz Salomé Gastón.

PATERNOY.-   (Indignado.)  Fuera de aquí, gente rencorosa, corazones sedientos de venganza.

MOZO 1º.-  No nos vamos; no.

PATERNOY.-  El que perseguís, aquí no está.

BARBUÉS.-  Pues sí que está... Juraría que...  (Mirando a la escalera que conduce a las ruinas.) 

MOZO 2º.-  Allí.  (Dan algunos pasos hacia la puerta.) 

MOZO 1º.-  Lo veremos.

PATERNOY.-   (Interponiéndose con gran decisión y energía.)  ¡Atrás!

BARBUÉS.-  ¿Qué nos detiene?

PATERNOY.-  Mi voz, que debe ser sagrada para vosotros.

BARBUÉS.-  Lo es... sí, en cosas de religión y de autoridad... pues...

MOZO 1º.-  Nos engaña.

PATERNOY.-  Que no está aquí, digo.

BARBUÉS.-  Sospecho, creo más bien que por fanatismo piadoso le ocultas. Sostienes que no. Para que tu palabra sea creída, confírmala y autorízala con tu misma santidad.

PATERNOY.-  ¿Cómo?

BARBUÉS.-  Jurándolo. Si lo juras por Dios, como a santo que eres, te creeremos.

PATERNOY.-  ¡Jurar yo! Basta que lo afirme.

BARBUÉS.-  No basta. Sea testigo esa imagen sagrada.  (El Cristo de piedra que hay a la derecha.) 

SANTAMONA.-  ¡Jesús mío, confúndeles!

PATERNOY.-   (Colérico.)  ¡Fuera de aquí, digo!

BARBUÉS.-   (Dirigiéndose a SANTAMONA.)  Ésta es más santa que tú, y en jamás de los jamases ha dicho una mentira... Santamona nos va a sacar de dudas.

SANTAMONA.-   (Con energía.)  ¡Marchaos de aquí! ¡El que llamabais José León, no está.

  —70→  

BARBUÉS.-  Júralo, santa.

SANTAMONA.-   (Ligeramente turbada.)  ¡Que jure... yo!  (Después de corta vacilación se decide valerosamente.)  Sea... juro que cuanto ha dicho Santiago es verdad.

MOZO 1º.-  No basta. Que haga la señal de la cruz.

BARBUÉS.-  No basta.  (A PATERNOY.)  No basta: has de jurar tú también para que lo creamos y nos retiremos.

PATERNOY.-  ¿Yo, yo también? Pues sea.  (Con toda solemnidad se descubre y hace la señal de la cruz, y la besa en el momento de decir juro.)  Por esta cruz, y ante la imagen bendita de Nuestro Redentor, a quien ofendéis con vuestros impíos rencores... juro que el delincuente que buscáis huyó de esta casa.  (SANTAMONA hace también la señal de la cruz, y la besa, y jura, pronunciando entre dientes palabras semejantes a las de PATERNOY, de modo que se oiga tan sólo la voz de éste. Los movimientos y la actitud, a compás, en ambos personajes.) 

BARBUÉS.-  Ahora lo creemos.

MOZOS.-  Ahora sí.

PATERNOY.-   (Con la misma solemnidad.)  Y juro también, por Dios y por mi fe, que si no os retiráis pronto, con todos y cada uno, sueltos o en cuadrilla, me atrevo.  (Enardeciéndose gradualmente.)  Y al que ponga en duda lo que digo, yo, con muchísima santidad, ¡vive Cristo! estoy dispuesto a enseñarlo a creer en mí, ahora y siempre.  (Se cubre y enarbola el látigo.) 

BARBUÉS.-  Basta. Nos convenció tu juramento. Creemos en tu santidad, no en tu fiereza.

PATERNOY.-   (Con arrogancia y acento amenazador.)  Me alegro de que os haya convencido el santo. Si no, ¡ira de Dios! el hombre ha de convenceros en menos que se dice.  (Con despotismo fiero.)  ¡Largo de aquí pronto!

BARBUÉS.-  Nos vamos, sí.

MOZO 1º.-  A escape tras él.

MOZO 2º.-  Con buenos caballos le podremos alcanzar. Hacia Berdún ha ido.

BARBUÉS.-  En marcha,  (Vanse por el fondo.) 

SANTAMONA.-  ¡Hemos jurado en falso!  (PATERNOY cierra violentamente la puerta.) 


  —71→  

Escena XVII

 

SANTAMONA, PATERNOY, JOSÉ LEÓN.

 

PATERNOY.-  Sal...  (Sale JOSÉ LEÓN.)  ¿Y ahora, crees en mí?

JOSÉ LEÓN.-  Sí. Y a entrambos les tengo por sublimes.

PATERNOY.-  Entréganos tu conciencia.

SANTAMONA.-  Eres nuestro.

JOSÉ LEÓN.-  Mi conciencia no está conmigo. Mi conciencia es mi esposa.

PATERNOY.-  Está en manos de Dios.

JOSÉ LEÓN.-  Devolvédmela vosotros, que sois como Dios.

PATERNOY.-  Imposible.

SANTAMONA.-  Imposible.

JOSÉ LEÓN.-   (Angustiado.)  Pues no quiero la vida: tampoco la salvación.

PATERNOY.-  Desgraciado impenitente, pon tu alma en nuestras manos.

JOSÉ LEÓN.-   (Con desesperación.)  Santos del cielo, de la tierra o de donde quiera que seáis, no podéis salvarme.

SANTAMONA.-  Hijo mío, vuelve en ti. Te redimiremos.

JOSÉ LEÓN.-  ¡No quiero!  (Abrumado, cae en los primeros peldaños de la escalera, e inclinando la cabeza, se clava en ella ambas manos, con rabia y dolor vivísimos.) 

PATERNOY.-   (Cogiendo de una mano a SANTAMONA para llevársela.)  Déjale. Condenémosle a la soledad.  (Cruzando las manos ante él con piedad y efusión.)  ¡Pobre alma torturada y sin consuelo!... ¡Adiós!...



 
 
FIN DEL ACTO SEGUNDO