Escena I
|
|
SALOMÉ,
devanando; JOSÉ LEÓN, dormido sobre el arcón;
luego GINÉS, que entra por el fondo.
|
SALOMÉ.-
(Mirando a JOSÉ LEÓN con ternura.) ¡Pobrecito
mío; le ha rendido el cansancio!... Tejeré
hasta concluir las diez varas... ¡Virgen Santísima,
que un hombre como éste, con crianza de caballero
y estudios de persona fina, se vea obligado a cortar leña,
a hacer carbón y a estos
—42→
rudos menesteres...! ¡Oh,
no; yo trabajaré para que él descanse! |
GINÉS.-
(Entra por el fondo con algunos instrumentos de labranza
y herramientas, que deja en un rincón.) Ea, ya tenemos
aquí lo último que quedaba en la casa de Biniés.
|
SALOMÉ.-
¿Has traído agua? |
GINÉS.-
Sí, señora; y he encendido la lumbre. No falta
más que las especies nutritivas, vitalibus alimentis,
sin lo cual excusada es la lumbre. |
SALOMÉ.-
Aguarda
un poco, hombre. Verás cómo el Señor
nos manda algo. |
GINÉS.-
¡El Señor! ¡Fíese
usted del Señor!... |
SALOMÉ.-
Verás
cómo sí. Ginés, eres hombre de poca
fe. |
GINÉS.-
¡Oh, no, señora; fe no me falta!
Yo creo en la misericordia divina; sé que al fin he
de salvarme, a pesar de lo mucho que peco. La verdad: he
sido malo hasta dejármelo de sobra. ¡Mire usted que
abandonar a las santísimas Madres de la Esclavitud
de Berdún, que me criaron, enseñándome
a sacristán y jardinero... y lanzarme a una vida vagabunda
por zancas y barrancas, vericuetos y llanuras sin fin!...
¡Y meterme a cómico trashumante, primero, a mercachifle
después, entre hijos de tantas madres...! Pero bien
lo pago, bien. Porque estos ayunos mayores, este miedo a
la Guardia civil, ¿que son sino el palo que levanta sobre
mí Su Divina Majestad? |
SALOMÉ.-
Al fin, Ginesillo,
nos reconciliaremos con Dios, y seremos felices y buenos.
|
GINÉS.-
Amén... ¿Quiere que vaya a la huerta
de Bellido, ahí, detrás de la torre, y pida
patatas, una col... et religua? |
SALOMÉ.-
(Vivamente.)
¿Qué has dicho? ¡Si no te callas...! Antes pediré
yo limosna por los caminos que humillarme a Feliciana, la
viuda escandalosa... |
GINÉS.-
Si está en Ansó...
Rara vez viene acá. |
SALOMÉ.-
Mejor... Ginés,
no, no... Huye del demonio... |
GINÉS.-
¿El demonio?...
¡Si es muy guapa! |
SALOMÉ.-
(Enojada.) Tonto... ¿qué
sabes tú?
|
—43→
|
JOSÉ LEÓN.-
(Que despierta
y se incorpora.) ¡Ginés! |
GINÉS.-
¿Qué?
|
JOSÉ LEÓN.-
¿Has concluido la mudanza?
¿Está aquí todo, la herramienta, los aperos,
los sacos de hilaza? |
SALOMÉ.-
Todo está aquí.
|
GINÉS.-
Menos la maleta chica, que no he podido encontrar.
|
JOSÉ LEÓN.-
¿Se habrá perdido?
|
GINÉS.-
No lo creo. Se encargó de traerla
la tía Blasa, y... no sé. |
JOSÉ LEÓN.-
Si se pierde... Pero nada hay en ella que pueda comprometerme...
al menos no recuerdo... Bueno: ¿irás pronto a ese
recado? |
GINÉS.-
Ahora mismo. Y permita San Pascasio
bendito, abogado de las respuestas favorables, que la tengamos
conforme a nuestros deseos. (JOSÉ LEÓN indica
por señas a GINÉS que no hable de aquel asunto
delante de SALOMÉ.) ¡Ah, sí! |
JOSÉ LEÓN.-
(En voz baja.) ¿Llevas la carta? |
GINÉS.-
Aquí
la tengo. |
JOSÉ LEÓN.-
Pues date prisa...
¡Vivo, Ginés! |
GINÉS.-
¡Volando! (Vase por
el fondo.) |
Escena II
|
|
JOSÉ LEÓN, SALOMÉ.
|
SALOMÉ.-
¿Qué recado es ése? |
JOSÉ LEÓN.-
(Meditabundo, mirando al suelo.) Nada... Solicitando el arriendo
de esa finquita... ya sabes... Allí estaremos muy
bien, y podremos vivir, ¡ay! (Suspirando fuerte.) mejor que
en estas desdichadas y tristes ruinas. |
SALOMÉ.-
¡Oh,
sí; esto es muy triste!... Esa torre, la negrura de
esas piedras... Pero nada me agobia el alma como la vecindad
de la maldita viuda... (JOSÉ LEÓN, abstraído,
no la oye.) Feliciana, hombre, ¿no oyes lo que te digo?
|
JOSÉ LEÓN.-
¿Feliciana?... ¿Y qué
te importa? |
SALOMÉ.-
La aborrezco... ¡Dios me lo
perdone!... desde que me dijeron que la habías tratado
en Sangüesa. |
JOSÉ LEÓN.-
(Sentándose
a su lado.) ¡Bah, bah! No te ocupes de eso, vida mía.
(Queriendo mudar de conversación.)
|
—44→
|
SALOMÉ.-
¡Cuánto me gusta que me llames vida mía! Vida
mía, vida tuya; es decir, que soy tu propia vida.
|
JOSÉ LEÓN.-
(Con ternura.) Y mi esperanza,
y mi ser todo. Sin ti, no habría en mi alma más
que tinieblas. Yo soy el mal, Salomé; y siendo el
mal, he ganado el bien. ¡Qué cosa más rara!
te he ganado a ti, te poseo, eres mía. Soy un réprobo
que se cuela en el Paraíso. Eso de que Dios castiga
a los malos, no es verdad siempre. A mí me ha premiado...
ya ves. |
SALOMÉ.-
¡Lisonjero!... Por decirme una flor,
no blasfemes. |
JOSÉ LEÓN.-
Pues sólo
te diré que te adoro, que quisiera tener muchas almas,
para con todas ellas, adorarte; para, con todas ellas despreciar
por ti los trabajos, las miserias, las persecuciones; para,
con todas ellas, fundir mi voluntad en la tuya, y ser al
fin a tu imagen y semejanza. |
SALOMÉ.-
(Suspirando
fuerte.) León de mi vida, tú no eres bueno.
|
JOSÉ LEÓN.-
¿Por qué lo dices?
|
SALOMÉ.-
Tu conciencia no está tranquila.
|
JOSÉ LEÓN.-
(Con tristeza.) No. |
SALOMÉ.-
(Parando de devanar, le mira fijamente.) Mírame, León.
No sé qué veo en tus ojos... una sombra de
cosa negra que anda por dentro... |
JOSÉ LEÓN.-
Puede ser. |
SALOMÉ.-
Algún recuerdito malo.
Cuéntamelo todo. ¿No dices que mi vida es tu vida?
Pues que sean míos tus secretos. |
JOSÉ LEÓN.-
¡Mis secretos! Ya posees algunos. |
SALOMÉ.-
Sí;
me has confesado una falta grave... la tremenda mentira que
soltaste aquella tarde cuando Santiago te interrogó.
Falso es también el nombre de don Fernando de Azlor.
El verdadero ¡gracias a Dios! me lo has dicho a mí.
|
JOSÉ LEÓN.-
(Vivamente.) A ti sola...
Cállate. |
SALOMÉ.-
Gran pecado es usar un nombre
falso. ¡Ah, la mentira! Aún vivimos en ella, León.
(Con profunda pena.) Seis días hace que salí
de casa de mi tío; ¡qué tarde aquella, qué
—45→
vergüenza, qué angustia! salí con la
certeza de que nos íbamos a casar en seguida, y todavía...
|
JOSÉ LEÓN.-
Pero ¿qué culpa tengo
yo de que la misma tarde de San Pedro hiciera la gracia de
morirse el curita de Biniés, que me había prometido
casarnos? |
SALOMÉ.-
Sí... ya sé que
no es culpa tuya... |
JOSÉ LEÓN.-
Nos casaremos...
y pronto... A todo trance he de conseguir el molino y la
huerta... ¡Verás qué hermosura de casita!...
¡Viviremos tan bien, tan bien...! No como ahora, hija mía;
que esto no es vivir, pues cuando se carece hasta de lo más
preciso para la subsistencia... |
SALOMÉ.-
Pero no
faltan almas piadosas que nos amparen. Tenemos a esa bendita
Santamona, que nos trae víveres de lo que recoge en
las casas de los ricos. (Mirando al fondo.) Aquí está
ya. |
Escena III
|
|
Dichos; SANTAMONA, por el fondo, con
una gran cesta colgada del brazo.
|
SANTAMONA.-
Buenas tardes,
condenaditos míos. Mirad, mirad lo que os traigo.
|
SALOMÉ.-
(Suspendiendo el trabajo.) ¿A ver, a ver?
(Ponen la cesta de SANTAMONA sobre la mesa, y van sacando.)
|
SANTAMONA.-
Pan. |
JOSÉ LEÓN.-
¡Cuánta
cosa buena! (Saca un porrón de vino.) |
SALOMÉ.-
(Sacando paquetes.) ¡Azúcar, chocolate, café!...
|
JOSÉ LEÓN.-
¡Pobre Santamona! Tan viejecita
y tan incansable. Pero ¿no te fatiga el venir hasta aquí?
|
SANTAMONA.-
A mí no. |
JOSÉ LEÓN.-
¿Cuántos años tienes? |
SANTAMONA.-
¿Qué
sé yo? |
SALOMÉ.-
Ésta no tiene años.
Es eterna. |
JOSÉ LEÓN.-
Jamón.
|
SALOMÉ.-
(Gozosa.) Alubias; medio cabrito asado...
Me río de la cara que va a poner Ginés cuando
vea esto.
|
—46→
|
JOSÉ LEÓN.-
¡Pero qué
Santita esta tan re-mona! Y dime: ¿no temes que te acusen
de proteger a pillos? Porque, francamente, habremos dejado
en Ansó una fama horrorosa. |
SANTAMONA.-
Oh, sí;
medianilla fama dejasteis. Pero eso a mí poco me importa;
ni nada tengo yo que ver con la opinión de tejas abajo.
|
SALOMÉ.-
Voy a preparar la cenita. (Coge varias cosas
y se va por la izquierda.) |
JOSÉ LEÓN.-
A ver, Santamona, con franqueza; ¿qué idea tienes
de mí? |
SANTAMONA.-
La peor idea que se puede tener.
|
JOSÉ LEÓN.-
(Con amargura.) Y con razón,
Mónica bendita; yo no soy bueno. En mi vida hay bastantes
puntos obscuros. |
SANTAMONA.-
Guárdatelos. Nadie te
pregunta nada. |
JOSÉ LEÓN.-
¿Por qué
lo dices...? (Alarmado.) ¿Acaso sabes...? |
SANTAMONA.-
No,
hijo; yo no sé nada, ni quiero. |
JOSÉ LEÓN.-
¡Puedo asegurarte una cosa: a medida que iba yo tratando
a Salomé, sentía en mí unas ganas de...
de reconciliarme con Dios y los hombres! |
SANTAMONA.-
Buen
pájaro estás tú. (Levántase.)
|
JOSÉ LEÓN.-
Y desde que la traje conmigo,
parece que la conciencia se me remueve desde lo más
hondo, y mi alma se llena de una deslumbradora claridad.
Ah, Santomona; yo quiero ser digno de la celestial criatura
que me ha deparado mi destino. |
SANTAMONA.-
Dios te ha tocado
en el corazón. Pues vuélvete a Dios, regenérale,
límpiate de tus horrorosos pecado!... |
JOSÉ
LEÓN.-
¡Límpiate! ¡límpiate! ¡Qué
fácil de decir! |
SANTAMONA.-
Más fácil
de hacer. (Recogiéndose la basquiña.) Fíjate
en el ejemplo que te doy. Voy a limpiaros toda la casita,
y a dejárosla como un espejo. ¡Luego traeré
mis yerbas del campo, y os lo pondré todo tan fresco
y hermoso!... Verás.
|
Escena IV
|
|
JOSÉ LEÓN,
SANTAMONA, GINÉS.
|
GINÉS.-
He sentido fragancia
de víveres, y vengo desalado. |
JOSÉ LEÓN.-
Ginesillo, hoy estamos en grande. |
GINÉS.-
(Buscando
algo que comer en la mesa.) Glorificada sea Santamona bendita.
(Come pan.) Accípite panem... et manducate. |
SANTAMONA.-
Goloso; no comas ahora, que se te quitará la gana.
|
GINÉS.-
Pues para eso cómo, ¡caramba! para
que se me quite. |
SANTAMONA.-
(Dándole el porrón.)
Vaya, bebe un poquito, borrachón. |
GINÉS.-
Simíliter et calicein. (Empina y bebe.) |
SANTAMONA.-
¡Ay qué gandules! Como no se los dé de comer
toditos los días del año, ya les tiene usted
cayéndose de hambre. |
GINÉS.-
(Queriendo abrazarla.)
Glorificamus te. |
SANTAMONA.-
Quita, quita, moscón.
(Dirígese a la izquierda y retrocede.) ¡Ah! se me
olvidaba lo mejor. (Metiendo la mano en una profunda faltriquera
de su refajo, saca unos cigarros.) Tomad... |
JOSÉ LEÓN.-
(Gozoso.) ¡Tabaco! |
GINÉS.-
¡Hosannah!... |
SANTAMONA.-
Ahí tenéis, perdularios, para que no os falte
ningún vicio... (Vase por la izquierda, segundo término.)
|
JOSÉ LEÓN.-
No se olvida de nada. |
GINÉS.-
¡Beata, beatísima!... |
Escena V
|
|
JOSÉ LEÓN,
GINÉS.
|
JOSÉ LEÓN.-
(Cerrando
las dos puertas de la izquierda, y cerciorándose de
que no le oyen.) ¿Qué hay? ¿Qué noticias me
traes? |
GINÉS.-
Medianas... La viuda... |
JOSÉ LEÓN.-
Habla bajo... Pero di, ¿cómo has vuelto tan pronto?
|
GINÉS.-
Si está aquí, en la huerta
del Temple. Cuando yo iba para allá, me la encontré
en su borriquilla. Hoy viene a pasar el día aquí,
con los niños.
|
—48→
|
JOSÉ LEÓN.-
¡Ah,
maldita! ¿Sabes lo que esto significa? Una persecución
en toda regla. |
GINÉS.-
Pues volvime con ella. Hízome
entrar en la casita... |
JOSÉ LEÓN.-
¿Leyó
mi carta? |
GINÉS.-
Sí; pero... como si no.
|
JOSÉ LEÓN.-
¿Le dijiste de palabra lo
que pretendemos? |
GINÉS.-
¡Menudo sermón eché
por esta boca! |
JOSÉ LEÓN.-
(Impaciente.)
Pero ¿qué respondo? |
GINÉS.-
A ver si recuerdo
una por una sus palabras: «Dile a ese perdido que si quiere
la granjilla y el molino, que se fastidie y venga a verme
y a tratar conmigo, y que no me mande acá... pasmarotes.»
|
JOSÉ LEÓN.-
¡Bribona! Quiere que yo la
visite, le ruegue, le... ¡Oh, la conozco bien! |
GINÉS.-
¡Pues, hijo, vaya un trabajo!... Vas, le dices... |
JOSÉ LEÓN.-
No, no iré. Salomé es muy celosa. Podría
creer... |
GINÉS.-
¡Ay, Dios mío, qué
escrúpulos! No veo yo por qué se ha de enterar
Salomé... Pues no tendremos la granjilla si no vas,
ea. La señora, bien se le conoce, quiere verte de
cerca, hablar contigo... tiene de ti, según parece,
recuerdos muy gratos. |
JOSÉ LEÓN.-
No
lo son tanto para mí. (Receloso de que le oigan, y
bajando la voz.) A ti, Ginés, que eres mi amigo más
leal, puedo contarte... Dos años ha me encontré
a esa mujer en Sangüesa. Entonces tenía yo mejor
pelaje que ahora. |
GINÉS.-
Lo creo. |
JOSÉ LEÓN.-
Entonces no era posible que viese yo a una mujer guapa, aldeana
o señora, sin que al instante, con una audacia impetuosa
y hasta grosera, no la requiriese de amores. ¡Oh, qué
tiempos, Ginés! |
GINÉS.-
Total, que... |
JOSÉ LEÓN.-
Que a mi acometividad, para enamorarla, correspondió
ella con su prontitud para prendarse de mí. Le caí
tan en gracia, que... En fin, conquista más rápida
y feliz, no podrías imaginarla. |
GINÉS.-
(Oyéndole
gozoso.) Todo, todito me lo imagino. Sigue.
|
—49→
|
JOSÉ LEÓN.-
Entonces era yo un perdido. |
GINÉS.-
¿Entonces? |
JOSÉ LEÓN.-
Aún tenía algún dinero. No pensaba más
que en satisfacer mis locos apetitos. Donde hubiera pendencias,
desorden, aventuras, embriaguez, juego, mujeres, allí
estaba yo. |
GINÉS.-
(Regodeándose.) ¡Ay, qué
vida! |
JOSÉ LEÓN.-
Después... la
cruel realidad me ha enseñado mucho; he cambiado radicalmente;
y por fin, desde que me deparó mi suerte la incomparable
mujer que a mi lado tengo, todo aquel pasado escandaloso
me inspira vergüenza, repugnancia. |
GINÉS.-
Ya...
el diablo harto de carne... Sigue contando. |
JOSÉ LEÓN.-
Pues si rápida fue la victoria, no tardó más
mi cansancio. Mientras yo tenla que disimular con mil artificios
corteses mi antipatía, dila me abrumaba con su amorosa
constancia. Huí, me siguió, no ciertamente
con pretensiones de matrimonio, pues no quiere volver a casarse.
|
GINÉS.-
Pues mira tú, ese desinterés
me gusta. |
JOSÉ LEÓN.-
Es, por demás,
extraña esa mujer. Su egoísmo tiene un fondo
de abnegación que le desconcierta a uno, y... En fin,
Ginesillo, a fuerza de astucia y flexibilidad para no dejarme
coger, logré poner entre esa mujer y yo, una honesta
distancia. Acabó la historia de amor. Pero luego la
fatalidad que llevo conmigo, me ha deparado dos o tres encuentros
con mi antigua conquista. Y no es eso lo peor, sino que,
siempre que con ella me tropiezo, se disponen los pícaros
acontecimientos de modo que yo necesito de algún favor
o auxilio, y que ella se brinda generosamente a prestármelos.
Y aquí me tienes nuevamente amarrado a mi falta por
la gratitud, que en este caso, como en otros muchos, mi querido
Ginés, es un castigo, un cruelísimo castigo.
|
GINÉS.-
Pues, amiguito, vete a verla; pero pronto,
pronto, y tendremos la granjilla. |
JOSÉ LEÓN.-
¿Lo crees tú?
|
—50→
|
GINÉS.-
Como si la tuviera
en la mano. Y te va a conceder el arrendamiento gratis et
amore... ¡Oh, ganga de las gangas! ¡Hombre, corre, no pierdas
un minuto! Si no vas, no cuentes conmigo... yo te dejo...
Yo no aguanto más esta vida de presidiario... Me vuelvo
con mis monjitas. |
JOSÉ LEÓN.-
(Meditabundo,
mirando al suelo.) Iré; no hay más remedio
que ir y humillarme... Tienes razón; lo primero es
buscar medios de subsistencia, salir de este nido de lechuzas...
|
GINÉS.-
Pero, ¡qué mayor gloria para ti que
tener el remedio de tus cuitas tan a la mano, en la voluntad
de esa viuda tierna...! |
JOSÉ LEÓN.-
Iré,
no lo dudes... ¡pero si vieras lo que me cuesta! |
GINÉS.-
Pues, chico, yo no tendría inconveniente en ir en
tu lugar... |
JOSÉ LEÓN.-
No bromees...
|
GINÉS.-
Y en último caso, ¿qué temes
tú, que tu mujer...? Pero si no ha de saberlo. (Mirando
por las rendijas de la puerta de la izquierda.) Salomé,
muy enfrascada en sus pucheros; la santa, fregoteando con
jabón y estropajo... ¡José León, ahora
o nunca! Media horita, hijo, y mañana tenemos casa,
huerta, molino, saltos de agua, y saltamos de la pobreza
a la fortuna, y ganaremos dinero, y seremos ricos, digo,
honrados, digo, las dos cosas. |
JOSÉ LEÓN.-
(Decidiéndose, después de vacilar.) Tienes
razón: el mal camino, andarlo pronto. (Da unos pasos
hacia el fondo. GINÉS le detiene.) |
GINÉS.-
Un momentito... Ya no me acordaba... |
JOSÉ LEÓN.-
Qué, ¿hay alguien por ahí? Entonces, no voy.
Me desagradaría que me viesen... |
GINÉS.-
(Mirando
al campo por el fondo.) Al venir acá, vi a Paternoy
a caballo. |
JOSÉ LEÓN.-
¡Paternoy! |
GINÉS.-
Parado estaba en las casas de Larraz. Habrá pasado
ya... No le veo. |
JOSÉ LEÓN.-
No salgo...
Te digo que no voy.
|
—51→
|
GINÉS.-
¡Ah, sí!... Mírale,
más allá del puente, hablando con dos hombres
a pie. Aguárdate a que pase. |
JOSÉ LEÓN.-
¿Y si no pasa? |
GINÉS.-
¡Ah! (Con una idea feliz.)
Vete por ahí, por las ruinas. (Señalando la
escalera de piedra.) ¡Qué tonto, no haber discurrido!...
Mira, pasas por un gran hueco que hay en la parte de allá
de la torre... sigues por el muro como unos diez pasos, luego
un saltito, ¡pin! y estás en la huerta. |
JOSÉ LEÓN.-
Pero de veras, ¿se puede...? |
GINÉS.-
¡Tonto, si por
ahí salto yo todos los días para afanar un
par de cebollas quandoque lechugam! Por ahí no te
ven ni las moscas. |
JOSÉ LEÓN.-
(Receloso,
mirando a la izquierda.) Salomé... |
GINÉS.-
No hay cuidado... (Vigilando las puertas de la izquierda.)
Pronto, León... Luego te vuelves por afuera. |
JOSÉ LEÓN.-
Allá voy... |
GINÉS.-
Buena suerte, hijo. (Vase
JOSÉ LEÓN por la escalera, procurando no hacer
ruido.) |
Escena IX
|
|
PATERNOY,
SALOMÉ; SANTAMONA, por la izquierda, segundo término,
secándose las manos con un paño.
|
SANTAMONA.-
Te he puesto la alcobita como los chorros del oro. |
PATERNOY.-
¿Estabas tú aquí, Mónica? Me lo figuraba.
Donde hay miserables que socorrer, tristes que consolar,
no puedes faltar tú. |
SANTAMONA.-
Ni tú. (Contempla
a SANTIAGO con cariño y admiración.) Aquí
le tienes. Mirémonos en este espejo. ¡Un hombre que
en la fuerza de la edad abandona el mundo, y desprecia todo,
amores, riquezas, opinión, para ponerse al servicio
de Dios en austera penitencia!... |
SALOMÉ.-
¡Qué
hermosura! ¡Dichoso quien tiene ese valor! |
PATERNOY.-
Ningún
mérito hay en esa resolución que es hija del
—54→
desaliento y del cansancio de tanta pequeñez y vanidad.
|
SANTAMONA.-
Aquí donde le ves, ya ha empezado a repartir
su caudal entre los pobres. |
PATERNOY.-
Calla. ¿Qué
sabes tú? |
SANTAMONA.-
Sí que lo sé,
y lo digo. No te valen tus marrullerías. Verás:
a Las Esclavas de Berdún les ha dado una casa magnífica,
que fue convento del Císter; al hospital de Hecho...
|
PATERNOY.-
(Con altanería.) Basta. Suspende el panegírico.
Tengo que hablar a ésta de cosas que le interesan
más. |
SANTAMONA.-
Ya... has venido a arreglarle el
casamiento... |
PATERNOY.-
Y para ello, lo primero que necesito
saber, es el verdadero nombre y el estado civil de José
León. |
SALOMÉ.-
(¡Ay, Dios mío!) |
PATERNOY.-
Porque aquello de «Soy don Fernando de Azlor», fue una picaresca
improvisación, un rasgo teatral para salir del paso,
y conjurar la tormenta que se le venía encima... El
verdadero nombre es otro. |
SALOMÉ.-
(Angustiada.)
(¡La Virgen nos ampare!) |
PATERNOY.-
(Clavando en ella una
mirada penetrante.) Y tú lo sabes... Te lo conozco
en la cara. |
SALOMÉ.-
¿A mí? |
PATERNOY.-
(A
SANTAMONA.) Y tú lo sabes también, viejecilla
celestial. |
SANTAMONA.-
¿Yo? Estás fresco. |
PATERNOY.-
Y vais a decírmelo... |
SALOMÉ.-
(Vivamente,
medrosa.) ¡Ay, yo no sé nada! |
SANTAMONA.-
Ni yo...
|
PATERNOY.-
(Con ternura y generosidad.) Vamos, Salomé,
primita mía, alma de Dios, si tu marido... ya ves...
le doy ese nombre para halagarte... si tu marido me declara
toda la verdad de sus mentiras, si le veo Yo lealmente arrepentido
de sus culpas, de sus tremendas culpas, yo le salvaré
de la justicia, y os caso, y os mando a Francia, y en paz...
|
SANTAMONA.-
Sí, sí, muy bien. Chiquilla, di
que sí. |
SALOMÉ.-
(Con brío.) No es
criminal: digo y sostengo que no es
—55→
criminal. No creas a
esos locos que le acusan y le persiguen... por delitos inventados,
que habrán cometido otros, él no. |
PATERNOY.-
¡Él no! ¿Estás segura de lo que dices? |
SALOMÉ.-
Segura. |
PATERNOY.-
¡Pobrecilla! ¡Qué pena desvanecer
tus ilusiones! |
SANTAMONA.-
Pues ni ésta ni yo sabemos
nada del nombre, ea... Cada cual que se llamo como quiera.
Importan mucho las acciones, los nombres nada. |
PATERNOY.-
Algo importan para la justicia. |
SANTAMONA.-
La de Dios es
la única verdadera. |
PATERNOY.-
La humana no puede
desatenderse. |
SANTAMONA.-
La humana tiene sus Guardias civiles,
sus jueces y escribanos... Que averigüen ellos los delitos
y los nombres, y cuanto hay que averiguar... Salomé,
chiquilla, si algo sabes, cállatelo... Que lo diga
él, si quiere. |
PATERNOY.-
Pues que venga; ¿dónde
está? A todo trance quiero hablarle y entenderme con
él. |
SALOMÉ.-
Aquí estaba. Habrá
ido al monte. |
PATERNOY.-
(Recordando.) Ya sé... Me
dijo su compañero que estaba en el río, pescando
truchas. Santa incansable y vivaracha, vete a buscarle.
|
SALOMÉ.-
Sí, Sí. |
SANTAMONA.-
Voy. ¡Qué
buena ocasión! A la margen del río iba yo ahora
para hacer mi recolección de follaje silvestre. |
SALOMÉ.-
Allí le encontrarás. |
SANTAMONA.-
(A PATERNOY.)
Si le encuentro, le digo que... |
PATERNOY.-
Procura no alarmarle.
Podría escapársenos. |
SANTAMONA.-
(Con gracejo.)
Nada, que él está pescando, y yo voy, y le
poseo a él. (Con decisión.) ¡Al río!
(Vase.) |
PATERNOY.-
(Viéndola salir.) Pescadora de
almas, ¿quién lo duda? |
SALOMÉ.-
(Cavilosa.)
Me da el corazón que no le hallará en el río.
|
PATERNOY.-
Ya parecerá. Y ahora, ¿te obstinas en
no confiarte a mí? (Cariñosamente, tomándole
una mano.) |
SALOMÉ.-
(Afligidísima.) ¡Oh! Santiago...
no sé nada... no sé... Por Dios te pido que
no me martirices más. |
PATERNOY.-
Yo no te martirizo.
Quiero salvarte a ti, y a él también.
—56→
Y he
de conseguirlo: soy muy terco, Salomé. (SALOMÉ
llora.) Bueno, hija mía, ya no te pregunto nada. No
quiero saber nada. Tú confías sin duda en que
queriendo mucho a tu bandido, y sólo con quererle
mucho, le traerás a Dios y a la ley. |
SALOMÉ.-
¡Oh, sí, sí! Con el amor puro y acendrado;
con la ayuda de Cristo Nuestro Señor y de la Santísima
Virgen, a quien fervorosamente se lo pido un día y
otro, yo conseguiré traerle al buen camino. |
Escena
X
|
|
PATERNOY, SALOMÉ; BARBUÉS, por el fondo;
ha oído las últimas palabras.
|
BARBUÉS.-
(Con violencia y sarcasmo.) Eso es: al buen camino... ja,
ja... Y por cierto, que ahora le tienes en uno de los más
extraviados. |
SALOMÉ.-
¿Qué dice este hombre?
|
PATERNOY.-
Salomé espera convertirlo con el amor,
fortificado por la fe. |
BARBUÉS.-
Pues empieza tu
campaña, ahora que en el mismo infierno le tienes
de patitas. A ver si le sacas y te luces, ángel de
Dios. Puedes echarle un sermoncico desde aquí y mostrarle
el santo escapulario, a ver si consigues que lo suelte el
diablo gracioso que le tiene entre sus uñas. |
PATERNOY.-
Pero ¿qué dices? (Con autoridad.) Habla claro. |
BARBUÉS.-
Soy muy aragonés, y a claridad no me gana nadie. Allá
voy ¡cógilis! y si duele, que duela. (A SALOMÉ.)
Pues mientras tú discurres aquí, con éste
mi señor apóstol, la manera de pescar con divinas
redes a tu hombre, él se deja coger, muy místicamente,
en las de la hermosa viuda Feliciana. |
SALOMÉ.-
(Aterrada.)
¡Jesús!... No puede ser... ¡Calumnia infame! |
BARBUÉS.-
¿Mentiroso yo?... ¿Quieres verlo? |
SALOMÉ.-
(Con vivísima
ansiedad.) ¿Dónde? ¿cómo?
|
—57→
|
BARBUÉS.-
Por aquí. (Por la escalera de la derecha.) Subimos
a las ruinas de la torre: te llevo con cuidadito por el muro,
y desde el ventanal grande verás a tu condenado cogiendo
cerezas, y a la otra condenada comiéndoselas. |
SALOMÉ.-
¡Oh! |
PATERNOY.-
¡Qué infame! ¿Le has visto tú?
|
BARBUÉS.-
(A SALOMÉ con sarcasmo.) Invoca
a la Santísima Virgen. |
SALOMÉ.-
(Desesperada.)
¡Quiero verlo! |
BARBUÉS.-
Y al Santísimo Padre
Eterno, y al Ángel de la Guardia civil de los cielos
coronados... ja, ja... |
SALOMÉ.-
(Furiosa.) ¡Qué
Dios, ni qué Virgen, ni qué ángeles!...
Oh, ya no soy quien soy... No siento a Dios en mí.
La rabia me hará blasfemar. |
PATERNOY.-
(Queriendo
calmarla.) ¡Desdichada! ¡Y pensabas con tu bondad angelical
enmendar a ese perverso! |
SALOMÉ.-
(Trastornada.)
¡Bondad yo! No, no la tengo; nunca la tuve. (Apretando los
puños.) Soy una mujer mala; soy una serpiente, una
bestia feroz... ¿Pero es verdad? Sí, sí...
Bien claro lo veo... No me engañó quien me
dijo que fue su amante, que quizás lo era todavía...
(Transición.) ¡Ay, no; no es verdad!... ¡Aquí,
casi en mi propia casa, venderme así! Tú me
engañas, Barbués; eres el odio, la ruin venganza...
Tú, Santiago, que eres el perdón y la generosidad,
dime que este hombre me engaña; quiere matarme. |
BARBUÉS.-
Pues lo verás. |
SALOMÉ.-
Sí, sí;
ahora mismo. Aunque de rabia me muera, lo he de ver. Llévame,
llévame; te lo pido. ¡Oh! y si es verdad, le ahogaré...
mataré a alguien. Me siento criminal, me siento asesina...
Llévame. |
BARBUÉS.-
(Sin atreverse, consulta
a PATERNOY.) ¿La llevo? ¿Conviene que vea...? |
PATERNOY.-
Sí. |
SALOMÉ.-
Vamos. |
BARBUÉS.-
Por
aquí, (Salen precipitadamente por la escalera de la
derecha.)
|
Escena XI
|
|
PATERNOY; SANTAMONA, por el fondo,
con un tajo de hierbas aromáticas.
|
PATERNOY.-
(Paseándose
inquieto por la escena.) ¡Fatal complicación! |
SANTAMONA.-
(Con tristeza.) Pues en el río no está. |
PATERNOY.-
Se ha ido a pescar a otra parte, a la mar bravía.
|
SANTAMONA.-
Lejos están los mares de Dios. |
PATERNOY.-
Más cerca de lo que tú crees. ¿Qué traes
ahí? |
SANTAMONA.-
Es mi pasión. Adornar las
viviendas con romero y tomillo, y aromatizarlas después
de bien limpias. |
PATERNOY.-
Si se pudiera hacer lo mismo
en las conciencias. |
SANTAMONA.-
Algo se pega de las viviendas
a las almas. |
PATERNOY.-
(Oliendo los ramos.) Esto refresca
el espíritu. Es como tu conciencia, que trasciende
a las purezas del campo y a la paz de la Naturaleza. Pero
en mala ocasión lo has traído, pobre santica.
|
SANTAMONA.-
¿Por qué, hijo? (Se sienta, y extiende
los ramos en la falda.) |
PATERNOY.-
Porque mal dicen estos
emblemas de la inocencia en la guarida de un criminal. |
SANTAMONA.-
¿Qué ocurre? (Alarmada.) He visto por ahí gente
alborotada, rondadores de semblante ceñudo. Antes
entró aquí Barbués... |
PATERNOY.-
Aguárdale,
y verás algún paso doloroso, que desgraciadamente
ni tú ni yo podremos evitar. |
SANTAMONA.-
Tú,
sí; tú puedes evitarlo, porque a ti, malos
y buenos, te respetan y te aman. Tu autoridad se impondrá
hoy como siempre. No permitas que entre aquí la maldad.
|
PATERNOY.-
¡Ay, la maldad no tiene que entrar aquí,
porque está dentro! |
SANTAMONA.-
(Haciendo ademán
de recoger los ramos.) ¡Dentro! |
PATERNOY.-
Sí: recoge,
recoge. Llévate el ramaje oloroso para tu casita,
que más bien es santuario. |
SANTAMONA.-
¿Pero es criminal?
¿Lo sabes ya? |
PATERNOY.-
Casi, casi. |
SANTAMONA.-
(Con gravedad,
levantándose.) Santiago, no se puede juzgar
—59→
a nadie
sin ver su interior. ¿Has visto tú el de ese desdichado?
|
PATERNOY.-
No. |
SANTAMONA.-
Pues Dios, que lo ve y lo conoce,
le dará su merecido. (Cariñosamente.) Santiago,
angelote mío, maravilla de esta tierra ansotana, no
permitas que persigan cruelmente al prójimo, que le
acosen, que le cacen como a las fieras del monte. |
PATERNOY.-
(Con profunda tristeza, cogiendo maquinalmente un ramo.)
No podré impedirlo. |
SANTAMONA.-
Criminal o inocente,
ampárale, escúdale tú. Así serás
digno de tu nombre cristiano y de los dones que ha derramado
el Señor sobre ti. Eres bueno, buenísimo; pues
aspira a ser perfecto. ¿Lo harás? ¿Impedirás
toda acción inhumana? Entre imitar a Barbués
o imitar a ése... (Señalando al Cristo.) elige.
|
PATERNOY.-
(Meditabundo.) Se elige lo mejor, pero sólo
se hace lo posible. |
SANTAMONA.-
(Hablando con el Cristo.)
¿Verdad, Jesús mío, que con tu amparo impediremos
la maldad? |
PATERNOY.-
Ayúdame tú. |
SANTAMONA.-
(Con una idea súbita.) Pongamos todo esto a los pies
de la Santísima imagen. (Coge los ramos y entrega
uno de los mayores a PATERNOY.) ¿Ves...? el laurel robusto
y fragante, tu conciencia; que desprecia las tempestades,
siempre mirando al cielo... Ponlo, ponlo tú, que eres
más alto. Yo no alcanzo. Soy muy chica. |
PATERNOY.-
(Poniendo los ramos a los pies del Cristo, en una repisa,
que debe estar preparada, para hacerlo rápidamente.)
Dame acá... Así... ahora, aquí... |
SANTAMONA.-
(Contemplando la imagen.) Bien... ¡Qué precioso!
|
PATERNOY.-
(Poniendo más ramos, y sin volver la cabeza.)
Pues, sí, viejecilla cándida, yo haré
lo que pueda. Por de pronto, urge separar a Salomé
de ese hombre. |
SANTAMONA.-
(Sorprendida.) ¡Separarla! |
PATERNOY.-
(Volviéndose, concluida la operación.) Sí:
imposible que continúe a su lado. |
SANTAMONA.-
¿Por
qué?...
|
Escena XII
|
|
PATERNOY, SANTAMONA; SALOMÉ,
BARBUÉS, por la escalera de la derecha; GASTÓN,
que se detiene en la puerta del foro.
|
PATERNOY.-
¿Qué
has visto? |
SALOMÉ.-
¡Mi muerte! (Consternada, trémula,
el rostro demudado.) ¡Infame, traidor! ¡Oh, Dios mío,
Virgen de la Misericordia, yo quiero morirme! (PATERNOY acude
a ella y la sostiene.) |
BARBUÉS.-
(Acercándose
al fondo donde está GASTÓN.) Ya lo ha visto:
puedes pasar. |
GASTÓN.-
(Llegándose a SALOMÉ.)
Hija mía, despréciale. Y aquí me tienes
dispuesto a sacarte de este infierno. (SALOMÉ se separa
de ellos, como azorada, corriendo hacia SANTAMONA, a quien
abraza.) |
PATERNOY.-
(Que forma grupo con BARBUÉS
y GASTÓN, a la izquierda del proscenio.) No esperéis
que os revele el secreto del nombre. Es inútil preguntárselo.
|
SALOMÉ.-
(Con SANTAMONA, a la derecha del proscenio.)
Le he visto, Santamona. Estos ojos lo han visto, estos ojos
con que te veo a ti... La abrazaba... No, no; ella le abrazaba
a él, así... (Remedando.) ¡Cómo se le
conocía el contento de verle! Y él, ¡qué
cara ponía!... Como la que me pone a mí...
Y sin duda le decía cosas muy dulces y muy tiernas,
porque ella le miraba... así... (Remedando.) riéndose
con lágrimas, ¿sabes? con aquella cara hermosa...
horrible. |
SANTAMONA.-
Hija mía, sosiégate,
y no hagas caso de los que te inciten a la venganza. |
SALOMÉ.-
¡Oh, no le defiendas! Santamona, déjame... (Se aparta
de ella. SANTAMONA la persigue y trata de alcanzarla.) |
SANTAMONA.-
Pero mujer, aguarda. |
BARBUÉS.-
(A GASTÓN y
PATERNOY.) Yo la cojo en esta trampa que traigo aquí.
(Saca una cartulina envuelta en un papel.) En las revueltas
de La Foz, nos encontramos una maleta. Dentro libros, alguna
herramienta inservible, ropa hechas jirones... y entre las
hojas de un libro... este retrato.
|
—61→
|
PATERNOY.-
(Mirándolo.)
Es Feliciana. |
BARBUÉS.-
Salomé, Oye... |
PATERNOY.-
Basta. Dejadla en paz ya. |
GASTÓN.-
Hay que auxiliar
a la justicia. |
BARBUÉS.-
Y aquí la justicia,
a falta de otra mejor, somos nosotros. (Cogiendo a SALOMÉ
de una mano.) Chica, ven. Mira: aquí tengo un retrato...
¿La conoces? (Se lo muestra, sin entregárselo.) |
SALOMÉ.-
¡Ah!... ¡Ella es!... ¡Dámelo, dámelo! ¡Quiero
escupirlo, pisotearlo! |
PATERNOY.-
¡Dámelo a mí!
(Recogiendo el retrato de manos de BARBUÉS.) ¿Pero
sabéis fijamente a quién perteneció
esto y lo demás que encontrasteis en la maleta? |
GASTÓN.-
Aún no. Quizás lo sepamos pronto. |
BARBUÉS.-
Dale una vuelta. |
PATERNOY.-
¡Ya!... (Mirando la cartulina
por el reverso.) ¡Una dedicatoria! |
BARBUÉS.-
¡Que
la oigamos todos! |
PATERNOY.-
Es un nombre desconocido.
|
GASTÓN.-
Quizás no lo sea tanto. ¡Lee! |
PATERNOY.-
(Leyendo.) «Recuerdo de Sangüesa. A mi adorado y fiel...
Martín Bravo.» |
SALOMÉ.-
¡Él es!...
(Vivamente.) ¡Él mismo! ¡Ése es su nombre!...
¡Adorado y fiel! ¡Ah! ¡Perverso, desleal!... ¡Denme el retrato,
dénmelo!, porque al retrato y al nombre, quiero hacerlos
pedacitos así. |
PATERNOY.-
¡Martín Bravo!...
|
BARBUÉS.-
(Satisfecho.) ¡Si no podía ser otro!
|
GASTÓN.-
¡Martín Bravo! Sí, contra
quien dictó hace tiempo el juez mandamiento de prisión.
|
BARBUÉS.-
Procesado por diferentes delitos, ha sabido
burlar a la justicia... Pero, ahora... ¡Zapa! Yo lo juro
que las paga todas juntas. |
SALOMÉ.-
(Que oye espantada
lo que dicen BARBUÉS y GASTÓN.) ¡Dios mío!...
¡Qué he hecho! (Con fiereza.) ¡Pero bien hecho está!
¡Venganza, justicia! ¡No le tengo lástima! (Transición
brusca.) ¡Sí le tengo lástima, sí, sí!...
¡Le vendí!... ¡Ay, ay, qué horrible amargura!
¡Y lo llevarán a la cárcel, al patíbulo!...
¡Moriremos los dos!
|
—62→
|
GASTÓN.-
Tú, no, pobre
mujer ultrajada. (La abraza.) Ahora, apártate sin
tardanza de tan infamo compañía. |
PATERNOY.-
No puede continuar aquí. |
GASTÓN.-
Mi opinión
es que la llevemos a casa. Ahora, tú dirás.
|
PATERNOY.-
Propongo que la llevéis a La Esclavitud
de Berdún. |
GASTÓN.-
¿Y a mi casa no? Bueno.
Lo que tú creas mejor, eso se hará. |
PATERNOY.-
¡A La Esclavitud, a La Esclavitud! ¡Aprovechad estos momentos!
|
BARBUÉS.-
Ahora mismo, sí. |
GASTÓN.-
Traeremos un coche. De grado o por fuerza irá. |
SALOMÉ.-
(Angustiada.) Llévenme, sí, llévenme...
antes que vuelva. ¡Le he vendido! ¡Qué dirá
de mí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Tengo miedo!...
¡Malditas mil veces esas ruinas; maldita esta casa en que
creí encontrar la felicidad!... ¡Al convento!... Quiero
rezar... aquí no puedo... quiero salvar mi alma. ¡Llévenme
con Dios!... Santiago, ya ves, hago lo que tú, te
imito... ¡No más amores de esto mundo... no más!
¿Verdad, santa mía, que debo irme? |
SANTAMONA.-
Sí,
sí. |
SALOMÉ.-
Pero antes... Quiero pedirle
perdón... (BARBUÉS sube por la escalerilla,
volviendo a las ruinas.) |
GASTÓN.-
¡Perdón
tú! |
SALOMÉ.-
Sí, que me perdone...
¿Verdad Santiago, que debo decirle...? |
PATERNOY.-
¡Oh, no!
|
SALOMÉ.-
Porque yo también he sido mala...
¡Le he vendido!... Le pediré perdón, y después
le echaré al rostro todo el veneno que tengo en mi
alma. ¡Oh, cuánto padezco! (Déjase llevar SALOMÉ;
pero al ver a BARBUÉS, hace de nuevo resistencia.)
|
BARBUÉS.-
Ahora pasean los dos por la huerta y se
sientan debajo del ventanal. Los niños van con ellos.
El infame les acaricia, les besa; lleva en brazos al chiquitín...
|
SALOMÉ.-
(Furiosa, crispando las manos.) ¡Ah, traidor,
verdugo, que me has agotado el alma...! (Trata de subir a
las ruinas, pero
—63→
la detienen.) Quiero verlo otra vez...
Acaricia a los niños... ¡bandido! También quiero
yo coger a esos niños y hacerlos pedacitos así.
|
GASTÓN.-
(Deteniéndola.) Vamos. |
BARBUÉS.-
Pronto... |
PATERNOY.-
Llevadla... No os detengáis...
|
SALOMÉ.-
(Resistiéndose llorosa.) ¡No quiero,
no quiero! (Cógela BARBUÉS en brazos y se la
lleva por el fondo.) ¡Ay! |
GASTÓN.-
(A PATERNOY, precipitadamente.)
La dejaremos ahora bien segura en las casas de Larraz, hasta
que venga el coche, y luego volveremos. |
PATERNOY.-
No, aquí
no tenéis que volver. |
GASTÓN.-
¿Cómo
es eso? |
PATERNOY.-
(Con altanería.) Digo que no volváis,
ni tú, ni Barbués, ni nadie... Y no es que
lo suplique: lo mando. |
GASTÓN.-
(Resignándose.)
Bien. ¿Y quién atrapa al infame? |
PATERNOY.-
Eso corre
de mi cuenta. (Empujándole.) ¡Vete, vete! |
Escena
XIII
|
|
PATERNOY, SANTAMONA, GINÉS.
|
PATERNOY.-
(Muy
inquieto.) Pero ese hombre... No, no me voy de aquí
sin hablarle. |
SANTAMONA.-
¡Justicia rencorosa del pueblo!
No eres quien eres, Santiago, si consientes... |
PATERNOY.-
Vete a buscarle. No, iré yo. Tú, recoges la
ropa de Salomé y la llevas a las casas de Larraz,
de donde saldrá esta tarde para el convento. |
SANTAMONA.-
A la Esclavitud iré yo con ella. No puedo abandonarla.
|
GINÉS.-
(Presuroso, por el fondo.) Señor,
¿le traigo el caballo? |
PATERNOY.-
Todavía no... Vienes
a tiempo. Busca a ese hombre... Que venga al instante. Le
espero aquí. Dile que su vida está en peligro.
|
GINÉS.-
Ay, Jesús! ¿pues qué ocurre?
He visto que se llevan a Salomé... |
SANTAMONA.-
(Mirando
desde el fondo, con PATERNOY.) Allá van, si, ¡Infeliz
criatura!
|
—64→
|
GINÉS.-
(En el proscenio.) (¡Dios mío
de mi alma, qué olor a chamusquina! ¡Pobre Ginés!
¡qué va a ser de ti!... ¡Ponte en salvo, hijo mío!
¡Ay, madrecitas de Berdún, quién se viera en
vuestra dulce Esclavitud.) |
PATERNOY.-
(Impaciente, desde
el fondo.) Llámale pronto... Oye, que no venga por
el camino. Por ahí es mejor. Ve volando. |
GINÉS.-
Sí, señor, volaré; verá usted
qué modo de volar. (Vase por el foro.) |
SANTAMONA.-
(Mirando por el fondo.) Ya suben la cuesta de San Roque.
Van a las casas de Larraz. Luego todos esos locos volverán
aquí... |
PATERNOY.-
A la cacería de la fiera...
|
SANTAMONA.-
Pero tú... |
PATERNOY.-
Les he mandado
no volver. Dudo que me obedezcan. |
SANTAMONA.-
(Viendo venir
a JOSÉ LEÓN por las ruinas.) Ya está
aquí. |
PATERNOY.-
Déjame solo con él.
(Vase SANTAMONA por la izquierda.) |
Escena XIV
|
|
PATERNOY,
JOSÉ LEÓN.
|
JOSÉ LEÓN.-
(En lo alto de la escalera, sorprendido y receloso.) ¡Paternoy!
|
PATERNOY.-
Baja sin miedo. Te esperaba. Tengo que hablar
contigo. Creí que no te soltaba en todo el día
la viudita... |
JOSÉ LEÓN.-
¿Quién
te ha dicho... |
PATERNOY.-
¿Lo niegas? |
JOSÉ LEÓN.-
(Descendiendo rápidamente hasta la mitad de la escalera.)
¿Está Salomé? |
PATERNOY.-
Creo que ha salido.
|
JOSÉ LEÓN.-
(Bajando al proscenio.) ¡Ha
salido!... (Con asombro e inquietud.) ¡Que ha salido? ¿Quién
ha estado aquí? |
PATERNOY.-
Varias personas. Algunas
volverán con móviles, más que de justicia,
de venganza, que es la justicia en bruto, a estilo de los
pueblos primitivos. |
JOSÉ LEÓN.-
¡Justicia,
venganza! De una y otra me defenderé como pueda.
|
PATERNOY.-
¿Con qué nombre te defenderás, con
el de José León,
—65→
con el de don Fernando de
Azlor, o con el de Martín Bravo? |
JOSÉ LEÓN.-
(Herido por el último nombre, se inmuta; pero al instante,
dominándose, disimula su turbación.) ¿Qué?...
|
PATERNOY.-
Martín Bravo he dicho. ¿Te sorprende ese
nombre? |
JOSÉ LEÓN.-
(Afectando gran serenidad.)
Lo desconozco. |
PATERNOY.-
Desdichado, no finjas ya. Arroja
la máscara, que a pedazos se te cae del rostro, y
entrégate a mí, sin acordarte de que me has
agraviado. |
JOSÉ LEÓN.-
(Con altanería.)
¿Y quién es usted para pedirme la verdad? ¡la verdad!
joya tan hermosa, que no puede entregarse al primero que
llega. ¿Es usted juez? |
PATERNOY.-
No. |
JOSÉ LEÓN.-
¿Es usted sacerdote? |
PATERNOY.-
Sí y no. Hazte cuenta
que lo soy, y mírame como a tal. Martín Bravo,
confíate a mí sin miedo. |
JOSÉ LEÓN.-
No. |
PATERNOY.-
Por ciego que estés, no dejarás
de ver que empleo contigo la conmiseración y la piedad,
el rencor nunca... ¿No comprendes mi leal y cristiano proceder
contigo? |
JOSÉ LEÓN.-
(Secamente.) No.
|
PATERNOY.-
¿Ves en mi un vengador? |
JOSÉ LEÓN.-
Sí. |
PATERNOY.-
¿Y si te demostrara lo contrario?
(Pausa. JOSÉ LEÓN suspira fuertemente, e inclina
la cabeza sobre el pecho en actitud humilde.) ¡Oh! ¿Por qué
suspiras así? ¡Infeliz, sobre tu conciencia gravita
un peso enorme! |
JOSÉ LEÓN.-
(Abrumado.)
Sí. |
PATERNOY.-
Descárgate de él. |
JOSÉ LEÓN.-
No puedo. |
PATERNOY.-
Ten valor... No te importe que tus
revelaciones me hieran. El mal que a mi me has hecho, en
mi persona, en mi hacienda, ténlo de antemano por
perdonado... (JOSÉ LEÓN calla.) ¡Habla... por
Dios!... |
JOSÉ LEÓN.-
(Rehaciéndose.)
No, no. |
PATERNOY.-
Yo sólo veo en ti un igual mío,
un prójimo desvalido que necesita consuelo.
|
—66→
|
JOSÉ LEÓN.-
Dulce palabra... si fuese sincera. |
PATERNOY.-
¿Aún
lo dudas? |
JOSÉ LEÓN.-
Casi no... Casi
creo que usted... me habla con el corazón. Es el caso
que ahora... y no es esto nuevo en mí... digo que
siento como un prurito de abrir inconciencia... unas ganas
horribles de sumergirme en la verdad, aunque en ella me ahogue.
|
PATERNOY.-
Sí, sí... Muy bien. |
JOSÉ LEÓN.-
Más para esto... para esto... Tenga usted calma...
Necesito hacer acopio de valor espiritual. Ya ve usted que
no es fácil. |
PATERNOY.-
Seguramente no. |
JOSÉ LEÓN.-
Necesito una representación dulce y bella... ¡Que
venga Salomé, mi mujer querida, que aunque pecadora,
es para mí lo más divino que existe en la tierra!
|
PATERNOY.-
Pues, hijo, lo siento mucho; pero tu mujer no
puede venir... |
JOSÉ LEÓN.-
¿Por qué?...
¡Salomé! (Llamando.) |
PATERNOY.-
Estuvo aquí
nuestro tío, Jerónimo Gastón. Creyó
prudente llevársela... y se la llevó. |
JOSÉ LEÓN.-
¡Condenación!... ¡Me la roban!... ¡Es mía!...
¡Salomé!... ¡Qué iniquidad! ¡No, no!... ¿Qué
es esto? (Furioso recorre la escena.) |
PATERNOY.-
¡Detente!
No puedes evitarlo. Muy lejos está ya. Tu larga permanencia
en compañía de la viuda, les dio tiempo para
llevársela. La infeliz se va con la evidencia de tu
deslealtad. Te ha visto... |
JOSÉ LEÓN.-
(Aterrado.) ¡Me ha visto!... ¡Me ha visto... a mí...
allá!... |
PATERNOY.-
No puedes negarlo. |
JOSÉ LEÓN.-
No niego, no. ¡Si digo que fui... que fui! |
PATERNOY.-
Y
que platicaste de amor con ella. |
JOSÉ LEÓN.-
Sí. |
PATERNOY.-
¿Has sido su amante? |
JOSÉ LEÓN.-
Sí. |
PATERNOY.-
¿Fuiste a verla porque te llamó?
|
JOSÉ LEÓN.-
Sí... Las razones
que tuve para visitar a Feliciana... |
PATERNOY.-
Inventa,
hombre, inventa algo con que disculparte.
|
—67→
|
JOSÉ LEÓN.-
No invento nada... ¡Rayo de Dios! (Estallando furioso.) Ea,
no doy explicaciones. A ella tan sólo las daré.
¿Pero quién, quién me ha robado el único
bien de mi vida, mi luz, mi esperanza? Usted quizás,
porque es usted la autoridad moral de Ansó, y nada
se hace aquí sin su consentimiento. |
PATERNOY.-
(Con
calma desdeñosa.) Sostuve y sostengo que esa infeliz
no puede estar al lado tuyo. |
JOSÉ LEÓN.-
Usted... (Desbordándose en ira.) ¡Ah, hipócrita,
obra tuya es esto! Tú, por despecho de amante o por
fanática soberbia, has discurrido esta solapada venganza...
Me quitas mi consuelo, mi salvación. ¡Si no he de
ser bueno, ni puedo serlo sin ella! No esperes de mí
más que maldades. ¡Soy una fiera! ¡No hay freno para
mí! Paternoy, defiéndete, sino quieres que
te mate como a un perro... ¡Defiéndete, digo! |
PATERNOY.-
(Con la mayor serenidad.) No quiero. |
JOSÉ LEÓN.-
(Delirante.) ¡Mira que te mato! |
PATERNOY.-
No puedo, (Desdeñoso.)
ni quiero reñir contigo. |
JOSÉ LEÓN.-
¿Es virtud o temor? |
PATERNOY.-
Será... lo que tú
quieras. |
JOSÉ LEÓN.-
Santiago maldito,
¿qué casta de hombre eres? ¿Será verdad que
eres la perfección humana? Pues si es así,
y creyéndolo voy, devuélveme a mi esposa querida,
o llévame a donde está y ayúdame a recobrarla.
|
PATERNOY.-
No puedo. |
JOSÉ LEÓN.-
Devuélvemela,
Santiago. ¿Quieres que te lo suplique, que te lo pida de
rodillas? |
PATERNOY.-
Te he suplicado a ti que me abras tu
conciencia, y no has querido. |
JOSÉ LEÓN.-
Es que si no recobro a la que es mi única esperanza,
he de ser peor de lo que fui, y para nada quiero tus consuelos
ni la paz del alma con que me brindas, porque para mí
no puede haber paz, ni bien alguno sin ella. |
PATERNOY.-
Confiésame tus delitos, y yo te salvaré de
la justicia humana. |
JOSÉ LEÓN.-
Dame
lo que es mío, lo que nadie me puede quitar.
|
—68→
|
PATERNOY.-
No. |
JOSÉ LEÓN.-
Pues no. |
Escena XVI
|
|
SANTAMONA, PATERNOY, BARBUÉS; dos
MOZOS, y otros hombres, con palos y escopetas.
|
BARBUÉS.-
(Con brutalidad.) A ver... ¿dónde está ese
perdido... Martín Bravo, conocido por José
León? |
PATERNOY.-
Aquí no está. |
SANTAMONA.-
No está. |
PATERNOY.-
Huyó. ¿Oís el galopar
de un caballo? |
MOZO 1º.-
(Mirando.) ¡Maldito, escapó!
|
MOZO 2º.-
Ya como el viento. |
BARBUÉS.-
¡Demonio...
contra-zapa! ¿Le diste tú el caballo? |
PATERNOY.-
Lo tomó él. |
MOZO 1º.-
(Oyendo y mirando
por el foro.) Ya traspone el cerro de las Ánimas.
|
BARBUÉS.-
Aquí hay engaño. |
MOZO 2º.-
El que huye no es José León.
|
—69→
|
PATERNOY.-
¿Quién
es el insolente que se atreve a dudar de mi palabra? |
BARBUÉS.-
Yo dudo, ea. Tu santidad, que reconocemos, no te estorba
para amparar a los criminales. |
MOZO 1º.-
Al matador
de Alonso Barbués. |
MOZO 2º.-
Al incendiario
de las casas de Paternoy. |
BARBUÉS.-
Al burlador de
la infeliz Salomé Gastón. |
PATERNOY.-
(Indignado.)
Fuera de aquí, gente rencorosa, corazones sedientos
de venganza. |
MOZO 1º.-
No nos vamos; no. |
PATERNOY.-
El que perseguís, aquí no está. |
BARBUÉS.-
Pues sí que está... Juraría que... (Mirando
a la escalera que conduce a las ruinas.) |
MOZO 2º.-
Allí. (Dan algunos pasos hacia la puerta.) |
MOZO 1º.-
Lo veremos. |
PATERNOY.-
(Interponiéndose con gran
decisión y energía.) ¡Atrás! |
BARBUÉS.-
¿Qué nos detiene? |
PATERNOY.-
Mi voz, que debe ser
sagrada para vosotros. |
BARBUÉS.-
Lo es... sí,
en cosas de religión y de autoridad... pues... |
MOZO 1º.-
Nos engaña. |
PATERNOY.-
Que no está aquí,
digo. |
BARBUÉS.-
Sospecho, creo más bien que
por fanatismo piadoso le ocultas. Sostienes que no. Para
que tu palabra sea creída, confírmala y autorízala
con tu misma santidad. |
PATERNOY.-
¿Cómo? |
BARBUÉS.-
Jurándolo. Si lo juras por Dios, como a santo que
eres, te creeremos. |
PATERNOY.-
¡Jurar yo! Basta que lo afirme.
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BARBUÉS.-
No basta. Sea testigo esa imagen sagrada.
(El Cristo de piedra que hay a la derecha.) |
SANTAMONA.-
¡Jesús mío, confúndeles! |
PATERNOY.-
(Colérico.) ¡Fuera de aquí, digo! |
BARBUÉS.-
(Dirigiéndose a SANTAMONA.) Ésta es más
santa que tú, y en jamás de los jamases ha
dicho una mentira... Santamona nos va a sacar de dudas.
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SANTAMONA.-
(Con energía.) ¡Marchaos de aquí!
¡El que llamabais José León, no está.
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—70→
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BARBUÉS.-
Júralo, santa. |
SANTAMONA.-
(Ligeramente
turbada.) ¡Que jure... yo! (Después de corta vacilación
se decide valerosamente.) Sea... juro que cuanto ha dicho
Santiago es verdad. |
MOZO 1º.-
No basta. Que haga la
señal de la cruz. |
BARBUÉS.-
No basta. (A PATERNOY.)
No basta: has de jurar tú también para que
lo creamos y nos retiremos. |
PATERNOY.-
¿Yo, yo también?
Pues sea. (Con toda solemnidad se descubre y hace la señal
de la cruz, y la besa en el momento de decir juro.) Por esta
cruz, y ante la imagen bendita de Nuestro Redentor, a quien
ofendéis con vuestros impíos rencores... juro
que el delincuente que buscáis huyó de esta
casa. (SANTAMONA hace también la señal de la
cruz, y la besa, y jura, pronunciando entre dientes palabras
semejantes a las de PATERNOY, de modo que se oiga tan sólo
la voz de éste. Los movimientos y la actitud, a compás,
en ambos personajes.) |
BARBUÉS.-
Ahora lo creemos.
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MOZOS.-
Ahora sí. |
PATERNOY.-
(Con la misma solemnidad.)
Y juro también, por Dios y por mi fe, que si no os
retiráis pronto, con todos y cada uno, sueltos o en
cuadrilla, me atrevo. (Enardeciéndose gradualmente.)
Y al que ponga en duda lo que digo, yo, con muchísima
santidad, ¡vive Cristo! estoy dispuesto a enseñarlo
a creer en mí, ahora y siempre. (Se cubre y enarbola
el látigo.) |
BARBUÉS.-
Basta. Nos convenció
tu juramento. Creemos en tu santidad, no en tu fiereza.
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PATERNOY.-
(Con arrogancia y acento amenazador.) Me alegro
de que os haya convencido el santo. Si no, ¡ira de Dios!
el hombre ha de convenceros en menos que se dice. (Con despotismo
fiero.) ¡Largo de aquí pronto! |
BARBUÉS.-
Nos
vamos, sí. |
MOZO 1º.-
A escape tras él.
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MOZO 2º.-
Con buenos caballos le podremos alcanzar.
Hacia Berdún ha ido. |
BARBUÉS.-
En marcha,
(Vanse por el fondo.) |
SANTAMONA.-
¡Hemos jurado en falso!
(PATERNOY cierra violentamente la puerta.)
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