Fábulas en verso castellano para uso del
Real Seminario Bascongado
Félix María de Samaniego
Edición de Emilio Palacios Fernández
Nota preliminar: El texto de esta
versión de las
Fábulas en verso castellano parte de
la edición
princeps editada en dos
volúmenes independientes: el primero en la Imprenta de Benito Monfort de
Valencia (1781) y el segundo en la de Joaquín Ibarra de Madrid (1784).
He hecho alguna corrección teniendo en cuenta las ediciones aparecidas
en vida de Samaniego, y que por lo tanto fueron susceptibles de haber sido
corregidas por el autor. Se moderniza el texto, aunque se respetan los
arcaísmos que tienen un evidente valor poético o cómico
(mesmo) o que deben ser conservados por razones métricas. En cuanto a la
distribución estrófica seguimos los usos modernos que no
coinciden con los de época (estrofas, estribillos). Las moralejas de las
fábulas quedan unidas al texto narrativo, para respetar las estructuras
métricas; en algunas ediciones, tanto antiguas como modernas, aparecen
separadas. Se señala con un guión el inicio del diálogo
(-) y se cambia de verso en la respuesta. Entre comillas bajas («»)
quedan los rótulos o carteles que se anuncian o lo que los personajes
piensan para sus adentros.
Tomo I
Duplex libelli dos est: quod rissum
movet, Et quod prudentis vitam consilio
monet.
(Fedro,
Fábulas, Prólogo Libro 1)
Prólogo
Muchos son los sabios, de diferentes siglos y naciones, que han
aspirado al renombre de fabulistas; pero muy pocos los que han hecho esta
carrera felizmente. Este conocimiento debiera haberme retraído del arduo
empeño de meterme a contar fábulas en verso castellano.
Así hubiera sido; pero permítame el público protestar con
sinceridad, en mi abono, que en esta empresa no ha tenido parte mi
elección. Es puramente obra de mi pronta obediencia, debida a una
persona en quien respeto unidas las calidades de tío, maestro y jefe.
En efecto, el Director de la Real Sociedad Bascongada, mirando la
educación como a basa en que estriba la felicidad pública, emplea
la mayor parte de su celo patriótico en el cuidado de proporcionar a los
jóvenes alumnos del Real Seminario Bascongado cuanto conduce a su
instrucción; y siendo, por decirlo así, el primer pasto con que
se debe nutrir el espíritu de los niños las máximas
morales, disfrazadas con el agradable artificio de la fábula, me
destinó a poner una colección de ellas en verso castellano, con
el objeto de que recibiesen esta enseñanza, ya que no mamándola
con la leche, según deseó Platón, a lo menos antes de
llegar a estado de poder entender el latín.
Desde luego di principio a mi obrilla. Apenas pillaban los
jóvenes seminaristas alguno de mis primeros ensayos, cuando los
leían y estudiaban a porfía con indecible placer y facilidad;
mostrando en esto el deleite que les causa un cuentecillo adornado con la
dulzura y armonía poética, y libre para ellos de las espinas de
la traducción, que tan desagradablemente les punzan en los principios de
su enseñanza.
Aunque esta primera prueba me asegura en parte de la utilidad de
mi empresa, que es la verdadera recomendación de un escrito, no se
contenta con ella mi amor propio. Siguiendo éste su ambiciosa
condición, desea que respectivamente logren mis fábulas igual
acogida que en los niños, en los mayores, y aun, si es posible, entre
los doctos; pero, a la verdad, esto no es tan fácil. Las espinas que
dejan de encontrar en ellas los niños, las hallarán los que no lo
son en los repetidos defectos de la obra. Quizá no parecerán
éstos tan de marca, dando aquí una breve noticia del
método que he observado en la ejecución de mi asunto, y de las
razones que he tenido para seguirle.
Después de haber repasado los preceptos de la
fábula, formé mi pequeña librería de fabulistas:
Examiné, comparé y elegí para mis modelos entre todos
ellos, después de Esopo, a Fedro y La Fontaine. No tardé en
hallar mi desengaño. El primero, más para admirado que para
seguido, tuve que abandonarlo a los primeros pasos. Si la unión de la
elegancia y laconismo sólo está concedida a este poeta en este
género, ¿cómo podrá aspirar a ella quien escribe en
lengua castellana, y palpa los grados que a ésta le faltan para igualar
a la latina en concisión y energía? Este conocimiento, en que me
aseguró más y más la práctica, me obligó a
separarme de Esopo.
Empecé a aprovecharme del segundo (como se deja ver en las
fábulas de «La Cigarra y la Hormiga», «El Cuervo y el
Zorro» y alguna otra); pero reconocí que no podía, sin
ridiculizarme, trasladar a mis versos aquellas delicadas nuevas gracias y sales
que tan fácil y naturalmente derrama este ingenioso fabulista en su
narración.
No obstante, en el estudio que hice de este autor, hallé no
solamente que la mayor parte de sus argumentos son tomados de Locmano, Esopo y
otros de los antiguos, sino que no tuvo reparo en entregarse a seguir su propio
carácter tan francamente, que me atrevo a asegurar que apenas tuvo
presente otro precepto en la narración, que la regla general que
él mismo asienta en el Prólogo de sus fábulas en boca de
Quintiliano: «Por mucho gracejo que se dé a la narración,
nunca será demasiado».
Con las dificultades que toqué al seguir en la
formación de mi obrita a estos dos fabulistas, y con el ejemplo que
hallé en el último, me resolví a escribir tomando en cerro
los argumentos de Esopo, entresacando tal cual de algún moderno, y
entregándome con libertad a mi genio, no sólo en el estilo y
gusto de la narración, sino aun en el variar rara vez algún
tanto, ya del argumento, ya de la aplicación de la moralidad: Quitando,
añadiendo o mudando alguna cosa, que, sin tocar al cuerpo principal del
apólogo, contribuya a darle cierto aire de novedad y gracia.
En verdad que, según mi conciencia, más de cuatro
veces se peca en este método contra los preceptos de la fábula;
pero esta práctica licenciosa es tan corriente entre los fabulistas que,
cualquiera que se ponga a cotejar una misma fábula en diferentes
versiones la hallará tan transformada en cada una de ellas respecto del
original, que, degenerando por grados de una en otra versión,
vendrá a parecerle diferente en cada una de ellas. Pues, si con todas
estas licencias o pecados contra las leyes de la fábula ha habido
fabulistas que han hecho su carrera hasta llegar al templo de la inmortalidad,
¿a qué meterme yo en escrúpulos que ellos no tuvieron?
Si en algo he empleado casi nimiamente mi atención, ha sido
en hacer versos fáciles hasta acomodarlos, según mi entender, a
la comprensión de los muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo, no
sólo humilde, sino aún bajo, malo es; mas ¿no sería
muchísimo peor que, haciéndolo incomprensible a los niños,
ocupasen éstos su memoria con inútiles coplas?
A pesar de mi desvelo en esta parte, desconfío conseguir mi
fin. Un autor moderno, en su
Tratado de educación, dice que en toda
la colección de La Fontaine no conoce sino cinco o seis fábulas
«en que brilla con eminencia la sencillez pueril», y aun haciendo
análisis de alguna de ellas, encuentra pasajes desproporcionados a la
inteligencia de los niños.
Esta crítica ha sido para mí una lección.
Confesaré sinceramente que no he acertado a aprovecharme de ella, si en
mi colección no se halla más de la mitad de fábulas que en
la claridad y sencillez del estilo no pueda apostárselas a la prosa
más trivial. Éste me ha parecido el solo medio de acercarme al
lenguaje en que debemos enseñar a los muchachos; pero
¿quién tendrá bastante filosofía para acertar a
ponerse en el lugar de éstos, y medir así los grados a que llega
la comprensión de un niño?
En cuanto al metro, no guardo uniformidad; no es esencial a la
fábula, como no lo es al epigrama y a la lira, que admiten infinita
variedad de metros. En los apólogos hay tanta inconexión de uno a
otro como en las liras y epigramas. Con la variedad de metros he procurado huir
de aquel monotonismo que adormece los sentidos y se opone a la varia
armonía, que tanto deleita el ánimo y aviva la atención.
Los jóvenes que tomen de memoria estos versos adquirirán, con la
repetición de ellos, alguna facilidad en hacerlos arreglados a las
diversas medidas a que por este medio acostumbren su oído.
Verdad es que se hallará en mis versos gran copia de
endecasílabos pareados con la alternativa de pies quebrados o de siete
sílabas; pero me he acomodado a preferir su frecuente uso al de otros
metros, por la ventaja que no tienen los de estancias más largas, en las
cuales, por acomodar una sola voz que falte para la clara explicación de
la sentencia, o queda confuso y como estrujado el pensamiento, o demasiadamente
holgado y lleno de ripio.
En conclusión, puede perdonárseme bastante por haber
sido el primero en la nación que ha abierto el paso a esta carrera, en
que he caminado sin guía, por no haber tenido a bien entrar en ella
nuestros célebres poetas castellanos. Dichoso yo si logro que, con la
ocasión de corregir mis defectos, dediquen ciertos genios
poéticos sus tareas a cultivar éste y otros importantes ramos de
instrucción y provecho. Mientras así no lo hagan, habremos de
contentarnos con leer sus excelentes églogas, y sacar de sus
dulcísimos versos casi tanta melodía como de la mejor
música del divino Haydn, aunque tal vez no mayor enseñanza ni
utilidad.
Libro I
A los caballeros alumnos del Real Seminario
Patriótico Bascongado
¡Oh, Jóvenes amables!,
que en vuestros tiernos años
al templo de Minerva
dirigís vuestros pasos,
seguid, seguid la senda
5
en que marcháis, guiados,
a la luz de las ciencias,
por profesores sabios.
Aunque el camino sea
ya difícil, ya largo,
10
lo allana y facilita
el tiempo y el trabajo.
Rompiendo el duro suelo,
con la esteva agobiado,
el Labrador sus Bueyes
15
guía con paso tardo;
mas al fin llega a verse,
en medio del verano,
de doradas espigas,
como Ceres, rodeado.
20
A mayores tareas,
a más graves cuidados
es mayor y más dulce
el premio y el descanso.
Tras penosas fatigas,
25
la labradora mano
¡con qué gusto recoge
los racimos de Baco!
Ea, Jóvenes, ea,
seguid, seguid marchando
30
al templo de Minerva,
a recibir el lauro.
Mas yo sé, caballeros,
que un Joven entre tantos
responderá a mis voces:
35
« No puedo, que me canso».
Descansa enhorabuena:
¿Digo yo lo contrario?
Tan lejos estoy de eso,
que en estos versos trato
40
de daros un asunto
que instruya deleitando.
Los Perros y los Lobos,
los Ratones y Gatos,
las Zorras y las Monas,
45
los Ciervos y Caballos
os han de hablar en verso;
pero con juicio tanto,
que sus máximas sean
los consejos más sanos.
50
Deleitados en ello,
y con este descanso,
a las serias tareas
volved más alentados.
Ea, Jóvenes, ea,
55
seguid, seguid marchando
al templo de Minerva
a recibir el lauro.
Pero, ¡qué!, ¿os detiene
el ocio y el regalo?
60
Pues escuchad a Esopo,
mis Jóvenes amados.
Fábula I
El Asno y el Cochino
Envidiando la suerte del Cochino,
un Asno maldecía su destino.
-Yo, decía, trabajo y como paja;
él come harina y berza, y no trabaja.
A mí me dan de palos cada día,
5
a él le rascan y halagan a porfía.
Así se lamentaba de su suerte;
pero, luego que advierte
que a la pocilga alguna gente avanza
en guisa de matanza,
10
armada de cuchillo y de caldera,
y que con maña fiera
dan al gordo Cochino fin sangriento,
dijo entre sí el Jumento:
«Si en esto para el ocio y los regalos,
15
al trabajo me atengo y a los palos».
Fábula II
La Cigarra y la Hormiga
Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno.
Los fríos la obligaron
5
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.
Viose desproveída
del preciso sustento:
10
sin mosca, sin gusano,
sin trigo, sin centeno.
Habitaba la Hormiga
allí, tabique en medio,
y con mil expresiones
15
de atención y respeto
la dijo: -Doña Hormiga,
pues que en vuestros graneros
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
20
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste Cigarra,
que, alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
25
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme;
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo.
30
La codiciosa Hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
-¡Yo prestar lo que gano
35
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?
-Yo, dijo la Cigarra,
a todo pasajero
40
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento.
-¡Hola!, ¿conque cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,
45
baila, pese a tu cuerpo.
Fábula III
El Muchacho y la Fortuna
A la orilla de un pozo,
sobre la fresca yerba,
un incauto Mancebo
dormía a pierna suelta.
Gritole la Fortuna:
5
-Insensato, despierta;
¿no ves que ahogarte puedes,
a poco que te muevas?
Por ti y otros canallas
a veces me motejan,
10
los unos de inconstante
y los otros de adversa.
Reveses de Fortuna
llamáis a las miserias:
¿Por qué, si son reveses
15
de la conducta necia?
Fábula IV
La Codorniz
Presa en estrecho lazo,
la Codorniz sencilla
daba quejas al aire,
ya tarde arrepentida.
«¡Ay de mí miserable,
5
infeliz avecilla,
que antes cantaba libre,
y ya lloro cautiva!
Perdí mi nido amado,
perdí en él mis delicias;
10
al fin perdilo todo,
pues que perdí la vida.
¿Por qué desgracia tanta?
¿Por qué tanta desdicha?
¡Por un grano de trigo!
15
¡Oh cara golosina!».
El apetito ciego,
¡a cuántos precipita,
que por lograr un nada,
un todo sacrifican!
20
Fábula V
El Águila y el Escarabajo
-¡Que me matan, favor! Así clamaba
una Liebre infeliz, que se miraba
en las garras de una Águila sangrienta.
A las voces, según Esopo cuenta,
acudió un compasivo Escarabajo;
5
y viendo a la cuitada en tal trabajo,
por libertarla de tan cruda muerte,
lleno de horror, exclama de esta suerte:
-¡Oh reina de las aves escogida!,
¿por qué quitas la vida
10
a este pobre animal, manso y cobarde?
¿No sería mejor hacer alarde
de devorar a dañadoras fieras,
o ya que resistencia hallar no quieras,
cebar tus uñas y tu corvo pico
15
en el frío cadáver de un borrico?
Cuando el Escarabajo así decía,
la Águila con desprecio se reía,
y sin usar de más atenta frase,
mata, trincha, devora, pilla y vase.
20
El pequeño animal así burlado
quiere verse vengado.
En la ocasión primera
vuela al nido del Águila altanera;
halla solos los huevos y, arrastrando,
25
uno por uno fuelos despeñando.
Mas como nada alcanza
a dejar satisfecha una venganza,
cuantos huevos ponía en adelante
se los hizo tortilla en el instante.
30
La reina de las aves sin consuelo,
remontando su vuelo,
a Júpiter excelso humilde llega,
expone su dolor, pídele, ruega
remedie tanto mal. El dios propicio,
35
por un incomparable beneficio,
en su regazo hizo que pusiese
el Águila sus huevos y se fuese;
que a la vuelta, colmada de consuelos,
encontraría hermosos sus polluelos.
40
Supo el Escarabajo el caso todo.
Astuto e ingenioso, hace de modo
que una bola fabrica diestramente
de la materia en que continuamente
trabajando se halla,
45
cuyo nombre se sabe, aunque se calla,
y que, según yo pienso,
para los dioses no es muy buen incienso.
Carga con ella, vuela, y atrevido
pone su bola en el sagrado nido.
50
Júpiter que se vio con tal basura,
al punto sacudió su vestidura,
haciendo, al arrojar la albondiguilla,
con la bola y los huevos su tortilla.
Del trágico suceso noticiosa,
55
arrepentida el Águila y llorosa,
aprendió esta lección a mucho precio:
A nadie se le trate con desprecio,
como al Escarabajo,
porque al más miserable, vil y bajo,
60
para tomar venganza, si se irrita,
¿le faltará siquiera una bolita?
Fábula VI
El León vencido por el Hombre
Cierto artífice pintó
una lucha, en que, valiente,
un Hombre tan solamente
a un horrible León venció.
Otro León, que el cuadro vio,
5
sin preguntar por su autor,
en tono despreciador
dijo: -Bien se deja ver
que es pintar como querer,
y no fue León el pintor.
10
Fábula VII
La Zorra y el Busto
Dijo la Zorra al Busto,
después de olerlo:
-Tu cabeza es hermosa,
pero sin seso.
Como éste hay muchos
5
que, aunque parecen hombres,
sólo son bustos.
Fábula VIII
El Ratón de la corte y el del campo
Un Ratón cortesano
convidó con un modo muy urbano
a un Ratón campesino.
Diole gordo tocino,
queso fresco de Holanda,
5
y una despensa llena de vianda
era su alojamiento,
pues no pudiera haber un aposento
tan magníficamente preparado,
aunque fuese en Ratópolis buscado
10
con el mayor esmero,
para alojar a Roepán Primero.
Sus sentidos allí se recreaban;
las paredes y techos adornaban,
entre mil ratonescas golosinas,
15
salchichones, perniles y cecinas.
Saltaban de placer, ¡oh qué embeleso!,
de pernil en pernil, de queso en queso.
En esta situación tan lisonjera
llega la despensera.
20
Oyen el ruido, corren, se agazapan,
pierden el tino, mas al fin se escapan
atropelladamente
por cierto pasadizo abierto a diente.
-¡Esto tenemos!, dijo el campesino,
25
reniego yo del queso, del tocino,
y de quien busca gustos
entre los sobresaltos y los sustos.
Volviose a su campaña en el instante
y estimó mucho más de allí adelante,
30
sin zozobra, temor ni pesadumbres,
su casita de tierra y sus legumbres.
Fábula IX
El Herrero y el Perro
Un Herrero tenía
un Perro que no hacía
sino comer, dormir y estarse echado;
de la casa jamás tuvo cuidado.
Levantábase sólo a mesa puesta;
5
entonces con gran fiesta
al dueño se acercaba,
con perrunas caricias lo halagaba,
mostrando de cariño mil excesos
por pillar las piltrafas y los huesos.
10
-He llegado a notar, le dijo el Amo,
que, aunque nunca te llamo
a la mesa, te llegas prontamente;
en la fragua jamás te vi presente,
y yo me maravillo
15
de que, no dispertándote el martillo,
te desveles al ruido de mis dientes.
Anda, anda, poltrón; no es bien que cuentes
que el Amo, hecho un gañán y sin reposo,
te mantiene a lo conde muy ocioso.
20
El Perro le responde:
-¿Qué más tiene que yo cualquiera
conde?
Para no trabajar debo al destino
haber nacido Perro y no pollino.
-Pues, señor conde, fuera de mi casa;
25
verás en las demás lo que te pasa.
En efecto, salió a probar fortuna
y las casas anduvo de una en una.
Allí le hacen servir de centinela
y que pase la noche toda en vela,
30
acá de lazarillo y de danzante,
allá, dentro de un torno, a cada instante
asa la carne que comer no espera.
Al cabo conoció de esta manera
que el destino, y no es cuento,
35
a todos nos cargó como al jumento.
Fábula X
La Zorra y la Cigüeña
Una Zorra se empeña
en dar una comida a la Cigüeña.
La convidó con tales expresiones,
que anunciaban sin duda provisiones
de lo más excelente y exquisito.
5
Acepta alegre, va con apetito;
pero encontró en la mesa solamente
jigote claro sobre chata fuente.
En vano a la comida picoteaba,
pues era, para el guiso que miraba,
10
inútil tenedor su largo pico.
La Zorra con la lengua y el hocico
limpió tan bien su fuente, que pudiera
servir de fregatriz si a Holanda fuera.
Mas de allí a poco tiempo, convidada
15
de la Cigüeña, halla preparada
una redoma de jigote llena:
Allí fue su aflicción, allí su pena.
El hocico goloso al punto asoma
al cuello de la hidrópica redoma,
20
mas en vano, pues era tan estrecho,
cual si por la Cigüeña fuese hecho.
Envidiosa de ver que a conveniencia
chupaba la del pico a su presencia,
vuelve, tienta, discurre,
25
huele, se desatina, en fin se aburre.
Marchó rabo entre piernas, tan corrida,
que ni aun tuvo siquiera la salida
de decir: «Están verdes», como
antaño.
También hay para pícaros engaño.
30
Fábula XI
Las Moscas
A un panal de rica miel
dos mil Moscas acudieron,
que por golosas murieron,
presas de patas en él.
Otra, dentro de un pastel,
5
enterró su golosina.
Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.
10
Fábula XII
El Leopardo y las Monas
No a pares, a docenas encontraba
las Monas en Tetuán, cuando cazaba,
un Leopardo. Apenas lo veían,
a los árboles todas se subían,
quedando del contrario tan seguras,
5
que pudiera decir: «No están maduras».
El cazador, astuto, se hace el muerto
tan vivamente, que parece cierto.
Hasta las viejas Monas,
alegres en el caso y juguetonas,
10
empiezan a saltar. La más osada
baja, arrímase al muerto de callada,
mira, huele y aun tienta,
y grita muy contenta:
-Llegad, que muerto está de todo punto,
15
tanto, que empieza a oler el tal difunto.
Bajan todas con bulla y algazara:
Ya le tocan la cara,
ya le saltan encima,
aquélla se le arrima,
20
y, haciendo mimos, a su lado queda,
otra se finge muerta y lo remeda.
Mas luego que las siente fatigadas
de correr, de saltar y hacer monadas,
levántase ligero
25
y, más que nunca fiero,
pilla, mata, devora, de manera
que parecía la sangrienta fiera,
cubriendo con los muertos la campaña,
al Cid matando moros en España.
30
Es el peor enemigo el que aparenta
no poder causar daño; porque intenta,
inspirando confianza,
asegurar su golpe de venganza.
Fábula XIII
El Ciervo en la fuente
Un Ciervo se miraba
en una hermosa cristalina Fuente;
placentero admiraba
los enramados cuernos de su frente.
Pero al ver sus delgadas, largas piernas,
5
al alto cielo daba quejas tiernas:
-¡Oh dioses!, ¿a qué
intento,
a esta fábrica hermosa de cabeza
construís su cimiento
sin guardar proporción en la belleza?
10
¡Oh, qué pesar! ¡Oh, qué dolor
profundo!
¡No haber gloria cumplida en este mundo!
Hablando de esta suerte
el Ciervo, vio venir a un lebrel fiero.
Por evitar su muerte,
15
parte al espeso bosque muy ligero;
pero el cuerno retarda su salida,
con una y otra rama entretejida.
Mas libre del apuro
a duras penas, dijo con espanto:
20
-Si me veo seguro,
pese a mis cuernos, fue por correr tanto.
Lleve el diablo lo hermoso de mis cuernos,
haga mis feos pies el cielo eternos.
Así, frecuentemente,
25
el hombre se deslumbra con lo hermoso;
elige lo aparente,
abrazando tal vez lo más dañoso.
Pero escarmiente ahora en tal cabeza:
El útil bien es la mejor belleza.
30
Fábula XIV
El león y la Zorra
Un León en otro tiempo poderoso,
ya viejo y achacoso,
en vano perseguía, hambriento y fiero,
al mamón becerrillo y al cordero,
que, trepando por la áspera montaña,
5
huían libremente de su saña.
Afligido de la hambre a par de muerte,
discurrió su remedio de esta suerte:
Hace correr la voz de que se hallaba
enfermo en su palacio, y deseaba
10
ser de los animales visitado.
Acudieron algunos de contado;
mas como el grave mal que lo postraba
era una hambre voraz, tan sólo usaba
la receta exquisita
15
de engullirse al
monsieur de la visita.
Acércase la Zorra de callada
y, a la puerta asomada,
atisba muy de espacio
la entrada de aquel cóncavo palacio.
20
El León la divisó, y en el momento
la dice: -Ven acá; pues que me siento
en el último instante de mi vida,
visítame como otros, mi querida.
-¿Cómo otros? ¡Ah, señor!, he
conocido
25
que entraron, sí, pero que no han salido.
Mirad, mirad la huella,
bien claro lo dice ella;
y no es bien el entrar do no se sale.
La prudente cautela mucho vale.
30
Fábula XV
La Cierva y el Cervato
A una Cierva decía
su tierno Cervatillo: -¡Madre mía,
es posible que un perro solamente
al bosque te haga huir cobardemente,
siendo él mucho menor, menos pujante!
5
¿Por qué no has de ser tú más
arrogante?
-Todo es cierto, hijo mío;
y cuando así lo pienso, desafío
a mis solas a veinte perros juntos.
Figúrome luchando, y que difuntos
10
dejo a los unos; que otros, falleciendo,
pisándose las tripas, van huyendo
en vano de la muerte,
y a todos venzo de gallarda suerte.
Mas si, embebida en este pensamiento,
15
a un perro ladrar siento,
escapo más ligera que un venablo,
y mi victoria se la lleva el diablo.
A quien no sea de ánimo esforzado
no armarlo de soldado;
20
pues por más que, al mirarse la armadura,
piense en tiempo de paz que su bravura
herirá, matará cuanto acometa,
en oyendo en campaña la trompeta,
hará lo que la Corza de la historia,
25
mas que el diablo se lleve la victoria.
Fábula XVI
El Labrador y la Cigüeña
Un Labrador miraba
con duelo su sembrado,
porque gansos y grullas
de su trigo solían hacer pasto.
Armó sin más tardanza
5
diestramente sus lazos,
y cayeron en ellos
la Cigüeña, las grullas y los gansos.
-Señor Rústico, dijo
la Cigüeña temblando,
10
quíteme las prisiones,
pues no merezco pena de culpados;
la diosa Ceres sabe
que, lejos de hacer daño,
limpio de sabandijas,
15
de culebras y víboras los campos.
-Nada me satisface,
respondió el hombre airado.
Te hallé con delincuentes,
con ellos morirás entre mis manos.
20
La inocente Cigüeña
tuvo el fin desgraciado
que pueden prometerse
los buenos que se juntan con los malos.
Fábula XVII
La Serpiente y la Lima
En casa de un cerrajero
entró la Serpiente un día,
y la insensata mordía
en una Lima de acero.
Díjole la Lima: -El mal,
5
necia, será para ti.
¿Cómo has de hacer mella en mí,
que hago polvos el metal?
Quien pretende sin razón
al más fuerte derribar,
10
no consigue sino dar
coces contra el aguijón.
Fábula XVIII
El Calvo y la Mosca
Picaba impertinente
en la espaciosa calva de un Anciano
una Mosca insolente.
Quiso matarla, levantó la mano,
tiró un cachete, pero fuese salva,
5
hiriendo el golpe la redonda calva.
Con risa desmedida
la Mosca prorrumpió: -Calvo maldito,
si quitarme la vida
intentaste por un leve delito,
10
¿a qué pena condenas a tu brazo,
bárbaro ejecutor de tal porrazo?
-Al que obra con malicia,
le respondió el varón prudentemente,
rigurosa justicia
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debe dar el castigo conveniente,
y es bien ejercitarse la clemencia
en el que peca por inadvertencia.
Sabe, Mosca villana,
que coteja el agravio recibido
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la condición humana,
según la mano de donde ha venido.
Que el grado de la ofensa tanto asciende,
cuanto sea más vil aquel que ofende.
Fábula XIX
Los dos Amigos y el Oso
A dos Amigos se aparece un Oso:
El uno, muy medroso,
en las ramas de un árbol se asegura;
el otro, abandonado a la ventura,
se finge muerto repentinamente.
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El Oso se le acerca lentamente:
Mas como este animal, según se cuenta,
de cadáveres nunca se alimenta,
sin ofenderlo lo registra y toca,
huélele las narices y la boca;
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no le siente el aliento,
ni el menor movimiento;
y así, se fue diciendo sin recelo:
-Éste tan muerto está como mi abuelo.
Entonces el cobarde,
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de su grande amistad haciendo alarde,
del árbol se desprende muy ligero.
Corre, llega y abraza al compañero;
pondera la fortuna
de haberlo hallado sin lesión alguna,
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y al fin le dice: -Sepas que he notado
que el Oso te decía algún recado.
¿Qué pudo ser?
-Direte lo que ha sido,
estas dos palabritas al oído:
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Aparta tu amistad de la persona
que si te ve en el riesgo, te abandona.
Fábula XX
La Águila, la Gata y la Jabalina
Una Águila anidó sobre una
encina.
Al pie criaba cierta Jabalina,
y era un hueco del tronco corpulento
de una Gata y sus crías aposento.
Esta gran marrullera
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sube al nido del Águila altanera,
y con fingidas lágrimas la dice:
-¡Ay mísera de mí!, ¡ay infelice!
Éste sí que es trabajo;
la vecina que habita el cuarto bajo,
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como tú misma ves, el día pasa
hozando los cimientos de la casa.
La arruinará; y, en viendo la traidora
por tierra a nuestros hijos, los devora.
Después que dejó al Águila asustada,
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a la cueva se baja de callada,
y dice a la Cerdosa: -Buena amiga,
has de saber que el Águila enemiga,
cuando saques tus crías hacia el monte,
las ha de devorar; así disponte.
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La Gata, aparentando que temía,
se retiró a su cuarto, y no salía
sino de noche, que con maña astuta
abastecía su pequeña gruta.
La Jabalina, con tan triste nueva,
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no salió de su cueva.
La Águila, en el ramaje temerosa
haciendo centinela, no reposa.
En fin, a ambas familias la hambre mata
y de ellas hizo víveres la Gata.
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Jóvenes, ojo alerta, gran cuidado:
Que un chismoso en amigo disfrazado,
con capa de amistad cubre sus trazas,
y así causan el mal sus añagazas.
Libro II
A don Javier María de Munibe e
Idiáquez, conde de Peñaflorida,
Director perpetuo de la Real Sociedad Bascongada
de los Amigos del País