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ArribaAbajoDiscurso tercero y último

Que trata de la Astrología que llaman judiciaria



Capítulo

En que se trata algo de los principios antiguos de la Astrología y los autores que la profesaron


Antes de entrar a tratar deste discurso, para mejor inteligencia dél, se debe advertir, demás de lo al principio dicho en el prólogo, que Provecto se hallaba en Madrid, en edad de treinta y seis años, deseoso de ganar la voluntad de una señora noble, lo cual trataba muy a lo contemplativo, y estaba muy receloso de mal suceso. Gustoquio le persuadía que confiase tener en ello próspero suceso.

Lo que aquí está tratado junto en este discurso, no está en el Coloquio sentencioso, de donde no fue sacado, como queda dicho, todo junto, sino repartido en diferentes conversaciones, y así se irá tomando a trozos de diferentes lugares. Es la relación en prosa como ésta, y el Coloquio en verso suelto. Tiene el dicho Coloquio tres libros, en cada uno diversos capítulos, cada capítulo dos descansos.

Y sabido esto, es de saber que en el libro primero, en el capítulo cuarto, en el fin del primer trozo, discurriendo por una conversación amigable, vino a decir Provecto lo que sigue:



  —242→  

ArribaAbajoFragmento Primero



PROVECTO

   Lo que no poco a mí me admira empero
Es de Hernando de Vega94 en el semblante
Ver que tiene el aspecto grave mucho
Y con feas facciones venerable

GUSTOQUIO

   Es esa autoridad de la persona
Y de la calidad y de las canas
Y de su conocida gran prudencia,
Porque es el cortesano más discreto
Que según buena estima, hay en la Corte.

PROVECTO

   Las señales de su fisonomía
Dicen bien su prudencia y gran talento;
Pero la vista turnia no promete
La fortuna que vemos ha alcanzado;
Conservésela Dios hasta la muerte,
Que el fin es el que aprueba más las obras.

GUSTOQUIO

   ¿Qué todavía hacéis de esas señales
Juicios algunos, y aún miráis en ellas?

PROVECTO

   Digoos verdad que nunca por siguros
Los tuve ni los tengo; mas con todo,
Algún tanto discurso en estas cosas,
Si bien puro embeleco me parecen.

GUSTOQUIO

   Por tal muchos muy sabios le ha juzgado,
Mas yo he vivido y vivo con deseo
—243→
De oír a algún perito deso algo,
Para saber si tiene fundamento;
Y que es lícito dello, y lo que debe
Desecharse del todo y no tratarse.
Y pues a solas y de espacio estamos
Suplicoos me cumpláis este deseo.

PROVECTO

   Habiendo vos corrido a Europa toda
Y en ella a Italia, que con más acierto
Es la que deso más alcanzó siempre,
Venís a mendigar de un ignorante
Que ha pasado su vida entre las armas,
En tierra tan sin libros ni consejo
Como en la que yo he estado, todo cuanto
A que tengo razón, de algún discurso;
Bien os podréis quedar tan deseoso
Como llegasteis a tan pobre puerta.

GUSTOQUIO

   Mucho oí en Alemania tratar desto,
Y más en Flandes que en Italia y Francia;
Mas tan diversamente que me tiene
Con mayor duda que si nada oyera,
Porque muchos hallé que atribuían
Tanta certinidad a juicios tales
Que por erróneos claros los repruebo,
O por muy declarados ignorantes;
Y a otros muchos muy doctos y cristianos
Desecharlas oí, con tal extremo
De exageración tanta, que por esto
Deseo saber lo que vos sentís dellas,
En cuyo parecer consigno el mío.

PROVECTO

   Pláceme pues, señor, deciros cuanto
En eso yo alcanzare; ya figuro
Que será mucho menos de lo mucho
—244→
Que vos habréis oído, y también menos
Acertado de lo que ser debría
Para satisfacer a tal pregunta,
Porque, como sabéis, ha muchos años
Que ese estudio dejé, que no ex profeso
Sino como accesorio lo trataba;
Y el destierro tan largo que he tenido
En tan remotas tierras, me ha privado
De adelantar en algo lo adquirido,
No me dando lugar a acrisolarlo
Conmigo mesmo otros cuidados muchos
Que dan obligaciones y pobrezas.
Sólo es verdad que la experiencia adiestra
Sobre cualquier pequeño fundamento;
Y que viviendo siempre, el hombre gana
Nuevo conocimiento de las cosas,
Si es de su natural bien discursivo.
Y así, aunque vos sin duda habréis tratado
Muchos que saben más a ojos cerrados
Que yo despierto, porque acaso aquellos
Los cierran a la luz de la doctrina
Evangélica, santa e imitanda,
Para encumbrarse a peligrosa altura,
Diré yo lo que siento y lo que alcanzo,
Sujeto a corrección de mejor juicio
Como a la de la Santa Iglesia Madre.




ArribaAbajoFragmento segundo


ArribaAbajoDescanso Primero



PROVECTO

   La Astrología o ciencia de los astros,
Es curiosa, muy útil y loable
Para la agricultura y medicina,
Como para otras cosas importantes
Y necesarias a la vida humana,
Porque graves autores la celebran
Diciendo la aprendieron los hebreos
—245→
De Abraham, patriarca justo y santo,
El cual a los egipcios sacerdotes
La enseñó, y a aquel rey Faretates
Cuando de hambre forzado bajó a Egipto;
Habiendo su principio derivado
De Set, nieto de Adam, que es tan antigua.
Los griegos afirmaron que es de Atlante,
Por lo cual fabricaron los poetas
Que sustentaba el cielo con los hombros.
Plinio dice que fue su inventor Belo
Y también la atribuye a los fenicios;
Luciano dice fue de los etiopes
Al principio del mundo celebrada.
El inventor al fin aquel que fuere,
Ella es célebre ciencia, insigne y alta.

GUSTOQUIO

   Así lo juro yo, y por serlo tanto
Pienso es bachillería de los hombres
Querer hacer sus reglas infalibles,
Y el querer della bien señorearse,
Por lo cual dijo el Sabio: si juzgamos
Con gran dificultad de aquellas cosas
Que están sobre la tierra tan patentes,
¿Cómo inquirir podremos con acierto
Las que están en los cielos y su alteza?

PROVECTO

   Por eso mismo es ciencia de hombres tales
Como se ve en la alteza del objeto,
Como por los famosos que la usaron.
Milecio fue el primero que la esfera
Fabricó, y fue notando por sus puntos
Con la vuelta del sol, los equinocios;
Eudoxio, nobilísimo y famoso,
Escribió della en verso un libro entero;
Y el gitano Conón, escribió siete.
Trató Hiparco Niceo de las fijas95,
—246→
Y el casto Endimión96 notó el primero
Los muchos movimientos de la luna,
Causa de que fingiesen los poetas
El haberse ella dél enamorado.
Nicepso, rey de Egipto, a quien llamaron
Emperador justísimo, fue grande
Astrólogo y maestro desta ciencia.
Tales Milesio y Tolomeo egipcio
Ilustraron después los instrumentos
Que en su principio había hallado Hiparco;
Y el gran Albumasar, y fuera destos
Nuestro rey don Alonso, a quien por ella
De sabio le fue dado el gran renombre,
La honró, perficionó, y aclaró mucho.
Después Pedro de Aliaco y Sacro Vosco,
Juan Estodio también y Monte Regio,
Jerardo cremonés, con otros muchos
Que excuso referir por no cansaros
Y fuera destos tantos que por suya
Se preciaron tenerla, también hubo
Otros muchos que la recomandaron.
Y según dijo Juan Baptista Abioso,
Matemático ilustre, más moderno,
Aristóteles muestra que los astros
Tienen entera acción sobre las cosas
Inferiores, sintiendo en otra parte
Ser de todas las virtudes deste suelo
Gobernadas, movidas y regidas
Por configuraciones superiores,
Por acceso y receso de planeta
Mayor, y de su círculo solemne
Que oblicuo comúnmente fue llamado;
Cosa de que algún rastro alcanzar suelen
Los que del mundo son más incipientes,
Si bien con malos términos lo digan.
Porque ¿quién hay que ignore que el invierno
Frío y penoso, y el estío ardiente,
De su acceso y receso son causados?
Y Aristóteles mesmo en los problemas
Atribuye a los cursos de la luna
—247→
La convulsión de los infantes tiernos
En el materno vientre contenidos;
Y es conocida cosa que por ella
De la mar son causadas las crecientes.
Así que la encumbrada Astrología
De natural filosofía es cima.
Averroes la sublima con extremo
Y es uno de los muchos que han tenido
Que las cuatro encontradas calidades
De los cuatro elementos, aún proceden
De virtud de los cuerpos superiores,
Y aún afirma Platón no hacerse cosa
En este inferior mundo que no tenga
Destas causas segundas el origen.
Galeno dice ser toda substancia
Corpórea y animada en lo terrestre,
Conjunta a los planetas y a los signos
Y estrellas del Zodíaco que forman
Della sus virtuosas influencias.
Damacero, y con él otros no pocos,
De la salud y las enfermedades
La causa principal les atribuyen.
Que Dios rige por sí, dice Boecio,
Las cosas todas, más que las menores
Por estas superiores las dispone.
Pero Santo Tomás muy claramente
Dice esto mismo, que las criaturas
Menores rige Dios por las mayores;
Y Jerónimo, docto como santo,
Escribiendo a Paulina, se la loa;
Y el sabio San Dionisio Areopajita
Fue astrólogo muy grande y astronomio,
Por lo cual conoció ser milagroso
El eclipse del sol que el mundo tuvo
En la muerte de Cristo, señor nuestro;
Y viéndole en Atenas, exclamando
Dijo: sin duda el mundo se disuelve
O perece el señor de lo creado.
   Y este juzgar sobre la astrología
Juicio judiciario acá llamamos,
—248→
Y el mismo Cristo, de verdad maestro,
En el décimo sexto de Mateo,
Abona aquesta ciencia claramente,
Donde a los fariseos, saduceos,
Dijo: «soléis vosotros por la tarde
Decir viendo el sol claro y rubicundo,
Serenidad de tiempo hay grande ahora;
Y viendo a la mañana que está triste,
Nublado el cielo, y que relampaguea,
Que tempestad habrá decís por cierto».
Con que quiero excusar otros abonos
Pues al dicho llegar ninguno puede.
Pero pudiera daros infinitos,
Pues casi no hay autor antiguo grave
Ni moderno que no la estime y precie,
Y diga que la ciencia perficiona
Y de tal suerte es esto que Bibaldo,
Gravísimo escritor, en un tratado
Doctísimo que hizo de la iglesia
Santa de Cristo y de sus perfecciones,
Certifica al teólogo y conviene
Saber medianamente astrología,
Por tener la Escritura a cada paso
Lugares que mil cosas de los cielos
Tratan, del claro sol, luna y estrellas;
Por lo cual el tan docto como grave
Famoso cardenal Camerasense,
Hizo una muy curiosa concordancia
De la astronomía con la teología.
Así que aquesta ciencia es aprobada,
Muy útil y importante a muchas cosas,
Y hasta para el hacerse el hombre rico
Es menos vana que la juzga el mundo.

GUSTOQUIO

   Pues probadme vos eso, y veréis como
Al momento la estudio con cuidado,
Y habréis cumplido entera la palabra
Que tiene dada al mundo vuestro nombre.
—249→

PROVECTO

   Yo sin ser docto en ella, os asiguro
Que con sola las reglas generales,
Primeros rudimentos desta ciencia,
Puede alcanzarse a conocer de cuales
Frutos el año estéril ser promete,
Y de cuales promete en abundancia;
Y esto ya conocido, y previniendo
El emplear en los que han de faltarle,
Con mediano caudal y con prudencia,
Puede uno hacerse rico fácilmente,
Como de ve continuo en tierras grandes,
Donde la carestía pone precios
Excesivos e inciertos a las cosas;
Y así cuentan historias que en un año
Sólo que conoció Tales Milesio,
Astrólogo muy grande, faltaría
La cosecha de aceite, quedó rico;
Y ¿quién quita que no pase lo mesmo
Hoy a cuantos supieren desta ciencia
Aprovecharse con cordura y maña?

GUSTOQUIO

   Digo que me ha cuadrado con extremo
Ese consejo, y que he de aprovecharle.
Sólo quisiera que este primer año
Hubiera de tener de vino falta
Para emplear en él y desde agora
Hacer a Fizga97 grandes amenazas.

PROVECTO

   A muchos más fizgárades con eso,
Mas no sois sólo vos el que donaire
Hace de tales cosas en el mundo,
Por lo cual de los menos son sabidas,
—250→
Que nadie busca con trabajo mucho
La ciencia que aprender estima en poco.




ArribaAbajoDescanso Segundo



GUSTOQUIO

   Basta; pasa adelante por mi vida,
Que esa es pura verdad que yo os confieso.

PROVECTO

   Pues digo que con ser aquesta ciencia
Tal y tan estimada como he dicho,
Tiene muchas falacias y defectos,
Repugnancias, encuentros, y opiniones,
Entre sus más peritos, como todas;
Que como sólo Dios perfectamente
La ciencia sabe, vemos que en las menos
Dificultosas siempre el hombre halla
Mil dudas por su corto entendimiento;
Y muchas más en ésta que es notoria
Cosa que no se toca con las manos,
Ni se alcanza a medir con pies ni varas;
Y así contiene cosas esenciales
Que por verificarse están hoy día;
Ni han podido entenderse enteramente,
Que, como dijo el ángel a Agustino,
Caber en hoyo chico un mar entero
Con entereza, es imposible cosa.
Y aunque la bondad suma mucho quiere
Comunicarse al hombre miserable,
Es su capacidad tan corta y chica
Y su caudal tan pobre, que no puede
Comprender en tan angostas sienes
La inmensidad de los celestes orbes,
Ni las menores perfecciones suyas.
Antes es milagrosa maravilla
Ver lo mucho que en poco comprende,
Y admira a los muy sabios la evidencia
Con que el humano entendimiento sabe
—251→
De aquesta ciencia las demostraciones,
Que no es con menos que la con que entiende
Que ser dos y dos cuatro es infalible,
Y con ser cosas que antes de sabidas
Parece disparate el proponerlas,
Que como me ha sucedido a mí diciendo
A quien no sabe el modo como pasa,
Que la luna que ve venir y sale
Por el oriente caminar derecha
A subir a lo alto de la esfera,
No camina hacia allí, sino que lleva
Su movimiento propio hacia el oriente,
Parecerle muy clara bernardina98
Y que burlaba dél sin duda alguna
Siendo tan cierto lo que le decía,
Como quien bien lo nota lo va viendo
En las crecientes y menguantes suyas;
Pues en los quince días de creciente
Desde el poniente a oriente corre el cielo,
Y en toda la menguante el otro medio,
Aunque con el diurno cada día,
Como los demás astros, es llevada
Y da una vuelta al orbe por la fuerza
Del primer móvil que, con curso rapto,
Lleva todos los orbes tras el suyo.
Hace su curso en horas veinticuatro
Con ser el superior y mayor tanto,
Lo cual es tan así que ya sabido
Así cuadra al humano entendimiento
Que otra cosa creer le es imposible,
Aunque ya persuadírsela quisieran.

GUSTOQUIO

   Es tan pura verdad lo que habéis dicho
Que con no haber parado yo en mi vida
En como eso pasaba, ni notarlo,
Y como un ignorante lo entendía,
He ya echado de ver después que os oigo
—252→
Que es eso desa suerte, de manera
Que de otra ser no puede ni es posible.

PROVECTO

   Pues dese mesmo modo fácilmente
Os daré yo a entender en poco rato
Toda la esfera, si guardes dello.
Y es el saberla cosa muy curiosa
De gusto, y que ya ha sido de provecho
En muchas ocasiones, de las cuales
Aunque algo me divierta del intento,
Una os quiero contar sumariamente
Que sucedió a Colón cuando las Indias
En su primer principio descubría,
Tan admirable como muy discreta.
Y fue que estando ya casi perdido
En tierra, con dos naos encallado
En una isla muy grande de enemigos,
De quien es Jamaica el propio nombre,
Esperando un socorro bien dudoso,
Hecho dellas un chico castillete,
Falto de bastimentos y de agua,
Siéndole fuerza para sustentarse
Haber de rescatarlos de los indios
A trueque de las cosas que llevaba,
Como todos los días lo hacía
Dándoles a entender que ya por horas
Aguardaba socorro de los suyos;
Y conociendo al fin los naturales
Su gran necesidad, y que si ellos
Excusaban el darle vituallas,
Presto perecería, y sería suyo
Cuanto en su fuertecillo había quedado,
Se excusaron de dárselas, de suerte
Que casi a perecer llegó su gente,
Porque de ningún modo las hallaban.
Puesto en este conflicto tan terrible,
Y por su matemática alcanzando
Que en la primera luna habría un eclipse
—253→
Grande de luna, y lo que duraría,
Procuró hablar con maña a aquella gente
Que de noche muy cerca de su fuerte
Llegaban con la luna y voceaban,
Significando perecían de hambre
Sin hallar que comer, y que por esto
Buscando caza andaban en la selva.
Y enojado les dijo que entendía
Muy bien sus intenciones, más que presto
Verían bien como el Dios del alto cielo,
Cuyos esclavos él y aquella gente
Eran, como les dijo a los principios,
Enviaba sobre ellos un castigo grande,
Con que su hambre fuese verdadera
Y pereciesen todos brevemente.
Y porque le creyesen, prometía,
Si la noche siguiente se juntasen
En aquel sitio, hacer que desde el cielo
Una grande señal Dios les mostrase,
Con que claro su enojo mostraría;
Así que se juntasen para verla
Y le avisasen en estando juntos,
Y luego la señal se mostraría.
Y admirándose mucho de oír esto,
Otra noche siguiente se juntaron,
Que era en la que él sabía habría el eclipse,
Y tenía de empezar como a las once.
Y juntos en gran número gritaban
Pidiéndole mostrase las señales
Que prometido había, y aguardando
La hora con demandas y respuestas,
Que por un indio preso que hablaba
La lengua desta isla y la española,
(De la cual otros muchos allí había,
Por ser conjuntas con distancia poca
Se entendían ya muy bien) al fin les dijo
Que callando esperasen y notasen
Lo que presto verían en el cielo.
Y llegando la hora del eclipse,
Viendo los naturales que la luna
—254→
Se iba poniendo ascura casi toda,
Y tomando también color de sangre,
Creyeron, y temblando le rogaron
Pidiese a Dios que se desenojase,
Que al momento trairían bastimentos
Al fuerte para un año, sin rescate,
Y que le serían siempre muy leales.
Otorgolo, y mostrando que rogaba
A Dios, puestas las manos, de rodillas,
Que su enojo quitase de sobre ellos,
Llorando de verdad al Dios Supremo,
Porque de tal trabajo le librase,
Fue cesando el eclipse, al mesmo paso
Que cargados los indios ya venían;
Y dejando su fuerte proveído
De cuanto carecía enteramente,
Libró por esta ciencia a sí y los suyos
De una precisa y miserable muerte.

GUSTOQUIO

   ¡Cosa admirable y bien acomodada!
Bien se dice por eso que las ciencias
Son la mayor riqueza de la vida,
Nunca loadas bien cumplidamente.
Mas vamos adelante, que deseo
Que a vuestra judiciaria descendamos
Que de la Astrología solamente
Hasta aquí habéis tratado sin tocarla.

PROVECTO

   Forzoso ha sido hacer el fundamento
En ella, pues que della se deriva.
Pero volviendo al punto, ibaos diciendo
Que no carece de falacias muchas;
Pues cuanto a lo primero, casi todos
Sus autores en mucho diferencian
En sus más radicales fundamentos,
Porque unos ponen orbes ocho solos,
Y estos son comúnmente egipcios, griegos,
—255→
Árabes, y judíos, y latinos:
Platón, Proco, Aristóteles, Averroes,
Y casi todos hasta don Alonso.
Hermes tuvo opinión de que eran nueve,
A quien los babilónicos siguieron.
Tebit, y maestre Isaac, y Alberto Magno,
Y don Alonso, rey y sabio llamado,
Sintió que fuesen nueve, y después ocho
Vino a afirmar haber tan solamente.
Los modernos, que en hombros de gigantes
Para más alcanzar, después subieron,
Afirman que son diez y así lo obtienen.
Y acerca de los cursos de la octava
En que están las estrellas fijas todas,
Tienen otra herrería99 de opiniones,
Porque cuantos ha habido desde Hiparco
Hasta estos tiempos, se resuelven
Diversamente en dos maneras solas.
Pero los más modernos le atribuyen
Triplicadas de movimientos varios;
El uno suyo propio, a quien llamaron
De la trepidación, y aqueste cumple
En años siete mil; y otro segundo
Que de la giración procede dicen
De la novena esfera, y nada menos
De treinta y nueve mil durar afirman.
Y el tercero, el diurno, que es causado
De la décima esfera, a quien llamaron
Primero móvil rapto, o ya diurno,
Porque da vuelta entera cada día
Siendo, como ya dije, mayor mucho
Que todos los demás, pues ciñe a todos.
Mas ¡oh, incomprensible Hacedor Sumo,
Cuánto en todo tu gloria resplandece!
Y estos mesmos modernos, ya afinados
En su ciencia, tampoco se conforman
Antes de cada cosa, diferentes
Opiniones observan y las siguen.
—256→
   Pero antes de pasar más adelante
Por tocar algo ya en la Judiciaria,
Sabed que destos doctos en el arte
Que siempre juzgan las futuras cosas
Por los aspectos, sitios y ocurrencias
De los planetas, en diversos tiempos,
Unos con más acierto, otros con menos,
Y lo más cierto acaso algo acertando,
Tratando desta vuelta tan prolija
Que giración de la novena llaman,
Y tanta multitud de años presumen
Ha de durar, llegando a juzgar della
Que la vida del mundo será piensan,
Haciendo este discurso judiciario,
Si hubiera de durar mucho más tiempo,
El vivir de los hombres no estuviera
En lo poco durado ya tan corto,
Que de mil años ha bajado a ciento,
O por mejor decir a ochenta y menos,
En solos cinco mil que ha que fue hecho
El hombre, o poco más; y en lo restante
Menguando en proporción antes de veinte
Mil, nacer y morir serán juntos.
O por lo menos el vivir más largo
Si en esta proporción se va acortando,
A la edad de engendrar llegar no puede;
Y si no hubiera de durar el mundo
Tanto como aquel círculo en su vuelta,
Dios, que superfluo nada criar supo,
Ni que de algún misterio careciese,
No le pusiera duración tan larga;
Que, antes de la acabar, se le acabara
La vida a este inferior terrestre mundo.
Pero aunque estas razones cuadran mucho
Al ingenio sutil y le recrean,
Ni tienen certidumbre por apoyo,
Ni traen necesidad de cierto efecto.
Y deste modo son ya casi siempre
O las más veces las que los señores
Judiciarios al mundo comunican.
—257→
Y aunque siendo esto así, juzgar se pueden,
Más por de risa que por de importancia,
No dejan de tener algún misterio,
Como después diré, que es de advertirse.
   Pero volviendo a aquellas diferencias
Que tienen entre sí los deste arte,
Todos discuerdan en el movimiento
De aquella o esta esfera, en que las fijas
Estrellas las figuras forman todas,
Que Tolomeo en un grado solamente
En cien años se mueven dejó escrito,
Y en sesenta y seis años el Rey Sabio,
Y que en sesenta y ocho Hiparco dijo,
Y Juan de Monte Regio que en ochenta,
Y muchos otros en diversos tiempos.
Y en el de la novena esfera, menos
Se ajustan, a quien llaman cristalina;
Y en el curso de Marte diferencian.
Y más que todo ha sídoles difícil
Acertar juntamente de la entrada
Del sol el tiempo en puntos equinocios,
Como Leví lo prueba claramente,
El cual y Hiparco siempre variaron,
Y Albateguin y el Rey en la medida
Cierta del curso anal tan importante
De las mesmas imágines del cielo
Formadas de las fijas, también tienen
Diferente sentir; y finalmente
Tienen los más peritos desta ciencia,
Otros dos mil encuentros que no quiero
Referir por no seros más molesto.
Y vengo a resumir que si en aquesta
Ciencia que da raíz y fundamento
A la imaginativa judiciaria,
Hay tanta diferencia de opiniones,
¿Con qué estabilidad, con qué firmeza,
O con qué certidumbre el más perito
Podrá juzgar por ella con acierto?
Con ninguna por cierto a lo que siento,
Demás de que estas causas que sigundas
—258→
Llamamos, aunque inclinan el afecto,
No con necesidad al albedrío
Obligan, ni le fuerzan a seguirlas.
Y es sentir lo contrario erróneo y falso,
Y un conocido absurdo o disparate.

GUSTOQUIO

   Luego bien digo yo que ningún caso
Debe hacerse de cosa tan incierta,
Y así aborrecen mucho los más doctos
Aún de la Judiciaria el nombre sólo.

PROVECTO

   Tampoco tengo yo eso por cordura,
Y si no fuera ya hora de negocios
Ni estuviera de hablar cansado tanto,
Como juzgo estaréis vos de escucharme,
Porque la Judiciaria me lo dice,
Me obligara a poneros de otra tinta.
Mas para otra ocasión esto se quede,
Que no faltará tiempo de tratarlo.

GUSTOQUIO

   Nunca plática vuestra es fastidiosa,
Mas de recreación, a quien no sea
Tan vuestro aficionado, porque tienen
Todas las vuestras de provecho mucho,
Que cierto os cuadra el nombre de Provecto,
Y no quiero decir en esto todo
Lo que siento, por ser tan propia parte.

PROVECTO

   Ea, señor, dejemos fingimientos
Que son ociosidades conocidas;
Habéis de gozar hoy del prado un rato,
Que yo tengo que hacer en casa un poco.
—259→

GUSTOQUIO

   Si tengo de ir, mas tan enajenado
Estoy de mí cuando con vos me hallo,
Que aún de lo más forzoso no me acuerdo,
Según la voluntad se os aficiona;
¿Dónde nos hallaremos a la tarde?

PROVECTO

   Si os place, a la oración en aquel puesto
De la fuente, do anoche razonamos.

 Con esto se despidieron, y por muchas hojas del libro no vuelve a tratar más de la materia, hasta que casi en principio del capítulo sexto, como casualmente vino a decir Provecto a un criado llamado Velasco, que se enojó con poca causa con otro por algunos remoquetes100 que le decía: 


PROVECTO

   En fin, os atufáis de cejijunto
Mostrando en todo poco sufrimiento;
A lo cual replicó Gustoquio y dijo:

GUSTOQUIO

   Menos le tengo yo, pues no mirando
Que hace calor y tan penoso día,
Os quiero ejecutar por la palabra
Que me distes ayer de tratar algo
Más de la Astrología Judiciaria,
Con que hacerme sentir que debe hacerse
Della algún caso, y no menospreciarla
Del todo, o a lo menos las señales
Que son notables en fisiognomía.

PROVECTO

   Direos, señor, en eso lo que siento
De buena voluntad, sin que ley haga
—260→
Mi parecer, que es un testigo sólo,
Y no de tanto abono cual pedía
Cosa que está tan desacreditada.
   De tres maneras sienten en el mundo
Los que he oído hablar de aquestas cosas.
Los dos con dos extremos que viciosos
Son de ordinario en muchas de su suerte,
Que dijo San Crisóstomo por ellos
Divinamente, que los más herejes
Por inmoderación han siempre errado,
Unos por exceder y otros quedando
Defectuosos en lo que debían
Sentir de los artículos divinos.
Y así en esta creencia de esta ciencia
Verán unos por alto, otros por bajo.
Otros en medianía más prudentes
Sienten, y tratan della con cordura,
En que consiste la virtud más cierta.
Los unos la reprueban con extremo,
Y cual nefanda cosa la abominan,
Negando a pie juntilla que los astros
Tengan algún poder sobre nosotros,
Y que con vehemencia, ni sin ella
No pueden inclinarnos ni movernos,
Ni otra alguna menor correspondencia
Tengan con las acciones de los hombres.
Y así mismo que no hay señal alguna
En hombres, de la cual hacer debiese
Caso poco ni mucho el sabio o necio.
Ni aún para agricultura o medicina
Quieren se trate della alguna cosa.
Y he visto muchos en aqueste tiempo
Que dan tal opinión por docta y santa,
Y con tal pertinacia, que ninguna
Palabra escuchar quieren en contrario,
Como si en nuestra ley hubiese cosa
Que tratarse no pueda con disputa,
Como en la ceguedad mahometana,
Que por faltarles tanta a sus errores,
No llegan a razones nunca en ella,
—261→
Y a ciegas a defienden con las armas.
Y hacer esto el cristiano es necio extremo,
Que es doctrina del príncipe sagrado
De la Iglesia, San Pedro, que estaría
La fe bamboleando si el cristiano
A dar della razón no se hallanase,
Aparejado y pronto; y con fe sola
Esto hacerse no puede sin disputa
Y discurso, en razón y fe fundado;
Que son razón y fe, las dos hermanas,
Lía y Raquel; y aunque ésta es más lucida,
No aquella ha de dejar el docto y sabio,
Pues que Jacob la tuvo por esposa,
Que aunque tiene los ojos lagañosos
Para alcanzar a ver de las divinas
Cosas la luz que es tanto inaccesible;
Y de la fe, Raquel, hermosa y bella,
Es menester la vista para esto,
No debe la razón menospreciarse.
Y cuando un mal astrólogo obtuviese
Opinión mal sonante y no conforme
A las divinas leyes sacrosantas,
Caridad sería oírle y corregirle,
O no teniendo enmienda, castigarle.
Pero si oído, se limita y ciñe
En lo que es por la Iglesia permitido,
Es gran curiosidad ver lo que sabe,
Y conoce, o que ignora totalmente;
Que el profesor de la sabiduría
Cristiana, dos personas representa,
Una de racional y discursivo,
Y la otro de teólogo arguyente.
Y so pena de ser estulto claro,
Este de aquel nunca apartarse debe,
Aun cuando se tratare que es más esto
De fe y sabiduría revelada,
Porque el que tal hiciese, la fe misma
Ni defender sabrá, ni si él es hombre.
   Mas no quiero decir por esto empero
Que es necesario la razón apruebe
—262→
Las cosas de la fe, ni Dios tal quiera,
Que bien sé yo que en sí su valor tienen.
   Y dejando esto así, volviendo al punto,
Hay otro extremo deste muy distante
Y peor mucho que él entre otros muchos,
A quien Santo Tomás muncho condena,
Que como estoicos o percilianistas
Declarados herejes sentir quieren,
Como San Agustín también afea,
Que de necesidad obran los cielos
En los hombres, y sin que huirse pueda
Lo que está por la suerte destinado,
Llamando hado esta virtud celeste,
Opinión que Diógenes Laercio
Tuvo, y los dos, Demócrito y Heráclito,
Emperadores libres como graves,
Que esta ser suya Cicerón refiere,
Y otros muchos sin ellos mil dislates
Erróneos y aún heréticos tuvieron.
Pero ¡qué maravilla! Pues es dado
Por premio de la fe el entendimiento
De lo difícil, y ha de precederle,
Según San Agustín nos aconseja.
Así el Santo Profeta, rey sagrado,
«Porque creí, hablé» vemos que dijo,
Y deste mesmo espíritu movido
El Apóstol: «creí y hable por esto»;
Que todo es uno así, que por faltarles
Fe a muchos de los más bien opinados
Del mundo, y celebrados de su fama,
Astrólogos, filósofos y poetas,
Como en todo lo más, en esto erraron.
   Séneca en su tragedia, y Pocidonio,
Frenecio, y Juvenal, Lucano y otros,
Y Ovidio en el De tristibus, diciendo
Que ninguna razón divertir puede
Lo que está por el hado destinado;
Y más los babilónicos caldeos
Ofreciendo costoso sacrificio
A las inteligencias superiores,
—263→
(Como Filón, hebreo, testifica)
Por lo cual amenaza Dios a estos
En el cuarenta y siete de Isaías,
Porque sin a El venir consultan astros,
Pensando es sólo un natural agente,
Siendo su voluntad la causa prima.
Pero, aunque como digo, es peor tanto
Este herético extremo, no carece
De culpa alguna, en que primero dije,
Porque hay muchos de tal entendimiento
Que, aunque bien opinados en escuelas,
Es su censura en esto tan acerba
Que, en oyendo tratar de cosas destas,
Tienen al que las trate por hereje,
Y le infaman por tal o poco menos.
   Y viendo esta opinión de tanta sangre101,
Piensan los temerosos de conciencia
Que sólo imaginar en algo desto,
Es una culpa que merece hoguera,
Y tiene este sentir tan escabroso
Inconvenientes tantos, que se han visto
Por seguirle, mil casos lastimosos.
   Y por acabar ya con los extremos,
Antes que oigáis del medio el sentir mío,
Os contaré un ejemplo vero y raro
Que en Chile sucedió no ha muchos años,
Y ha causado a aquel reino daños grandes,
Y vidas muchas de cristianos muertos,
Y a la hacienda real muchos ducados,
Porque veáis si sale muy barato
Este cerrarse tanto de campiña
Sin dar lugar alguno a la prudencia
Cristiana, en que escaparse salva pueda;
Y pasó, y yo lo vi, de aquesta suerte.





  —264→  

ArribaAbajoFragmento Tercero


ArribaAbajoDescanso Primero



PROVECTO

   El belicoso reino gobernaba
De Chile, con prudencia, un caballero
De orden de Calatraba, vizcaíno,
Discreto, buen cristiano y valeroso,
Cuyo nombre era, cual me habréis oído,
Martín García de Óñez y Loyola,
De la casa del santo Patriarca
Ignacio, que olvidando el propio nombre
El de Jesús le dio a su Compañía;
El cual estando mozo en esta corte
Fue mucho de la casa de Santoyo,
Donde un gran judiciario que allí andaba
Tal amistad le tuvo por sus partes
Que, sin él lo saber, le alzó figura;
La cual vista, y haciendo juicio della
Al modo que él lo usaba, le dio todo
Lo que llegó a juzgar por los aspectos
Y estado circular de los planetas
En la ocurrencia de su nacimiento;
Que le diría acaso conversando,
(Cosa que entonces no era prohibida
Con el aprieto que en aqueste tiempo.)
Y entre otras cosas muchas que lo escrito
Contuvo al cabo dél, pronosticaba
Que el año de quinientos y noventa
Y ocho, sobre los mil la cuenta hecha,
Cerca de Navidad, un gran peligro
Le amenazaba; pero que si deste
Por ventura o cuidado se escapaba,
Que sería felicísima su suerte
En todo lo restante de la vida.
Guardó el papel, notando la creencia,
Más por dar a entender que agradecía
—265→
La voluntad que le mostró en hacerle;
Y pasados después algunos años
Corriendo por su vida mil sucesos,
Halló que concertaban con lo escrito
Tanto que admiración le causó mucha,
Sin que con todo esto él más creencia
En lo futuro diese a lo restante,
Ni hiciese caso dello poco o mucho.
Vino a Chile, y pasando algunos años,
Y llegando al ya dicho señalado,
Y hallándose en frontera de enemigos,
Cerca de navidad, sin acordarse
Bien si aquel era el año del peligro,
Estando paseándose en su casa,
Presente en su criado bien afecto,
Sacó un pequeño libro de memoria
Que una escribanía de papeles
Traía bien guardado, en él puesto
El papel del pronóstico ya dicho,
Más por curiosidad que por creencia.
Y visto en él que aquel el año era
Y mes en que el peligro pronunciaba,
Sin haberlo advertido hasta aquel punto,
Que ya se hallaba para hacer jornada
Por tierra de enemigos peligrosa,
(Es de creer que de pesar sería)
En el fuego arrojó papel y libro.
Y siendo de la causa preguntado
De aquel enojo, dijo la que era,
Y que, porque creía en un Dios sólo,
Creer en abusiones no pensaba;
Que sin duda hizo escrúpulo, pensando
Que pues le daba pena, ya creía
Cosa hasta allí loable y muy cristiana.
Mas lo que se siguió fue un grande extremo
De demasiado escrúpulo causado,
Porque mandó tocar para partirse,
Y siendo del cabildo importunado
Sobre que no saliese, pues la pascua
Estaba tan cercana, y no era justo
—266→
En ella caminar no siendo urgente
La causa que a partir así obligaba,
(Ruego a que con prudencia muy cristiana
Pudo condescender sin nota alguna)
Porfió con grande cólera diciendo
Que por sólo el pronóstico partía,
Porque nadie pensase que creencia
Él daba a cosas tales, ni esperaba
Sino en Dios sólo como buen cristiano,
Como si el serlo y el ser también prudente
Fueran contradictorias conocidas.
   Salió al fin contrastando tantos ruegos,
Y sucedió al salir un caso extraño,
Y fue que un perro suyo, manso mucho,
Se le puso delante del caballo
Ladrando con porfía y estorbando
Que caminar pudiese, de manera
Que a un ladrillo que dio, puesto derecho
Sobre los pies, de un salto con la boca
Sacó al caballo de la suya el freno;
Aunque otros dicen que él se cayó acaso;
Lo cual viendo justicia y regidores
Le volvieron a instar que se quedase,
Que de la misma suerte oír no quiso,
Que como dijo el cordobés prudente:
      Piensa el grande y poderoso
      Que el ser terco es gran blasón;
      Y el condescender, baldón.
Mas dice Lipsio, dijo Marco Antonio:
      Más seguro es el consejo
      Seguir de muchos, si son
      Tales, que no tu opinión.
Partió, que no debiera, y ya alojado
El día siguiente a orillas de un arrollo
Desdichado, que llaman Curalaba,
Estando con cuidado, aún sin saberse
Causa nueva ninguna que le diese,
Si bien era la tierra de enemigos,
Mas tal que con escolta menor mucho
Con gran seguridad solía pasarse,
—267→
Pero Suetonio esta sentencia dice:
      Fortuna más poderosa
      Ser que sola la razón,
      Nos muestra la perdición.
Y es conforme lo que Cornelio afirma:
      Conservan más el estado
      Los consejos atentados,
      Que no los muy arrojados.
Estuvo aquella noche casi toda
Con los más principales de los suyos,
(Que en sesenta soldados que llevaba
De valor, mil había por ser tales)
En el cuerpo de guardia platicando
Sobre el presente estado de su guerra.
Y al rendir de modorra, un franciscano
Y docto provincial que con él iba,
Que Juan de Tobar era su nombre,
Vino a hablarle, y dijo estas razones:
«Juzgo bien pensará Vueseñoría,
Que procede de miedo mi cuidado;
Y nace de experiencia conocida.
Yo tengo un corazón muy verdadero
Que nunca sin gran causa se alborota,
Y esta noche no puedo sosegarle,
De que infiero que estamos en peligro
Muy grande, por lo cual por Jesucristo,
Señor, os pido que mandéis que luego
A caballo se ponga vuestra gente,
O en arma cuidadosa, por lo menos».
A quien él respondió: «Padre, agradezco
El aviso y consejo que es muy sano;
Vuesa paternidad duerma y sosiegue102,
Que yo cuido de hacer lo conveniente»;
Y mandando sacar algo de dulce
Le quiso confortar con convidarle.
Y más de urbanidad él que por gusto,
Obedeció tomando los bocados,
Que fueron los postreros de su vida.
Retirose de allí diciendo a todos
Que iba para morir a aparejarse;
—268→
Con que el gobernador quedó loando
La bondad del modesto religioso,
Y otros riendo del miedo que traía,
Que como dijo Séneca, es muy cierto:
      A sí desprecia y a todos
      El que desprecia su muerte,
      Por mostrar ánimo fuerte.
Presupuesto lo dicho, es muy del caso
Avisaros la causa que a Loyola
Ocasionó abreviase su partida.
Y fue que dos soldados del presidio
De la ciudad de Ongol, mal advertidos,
Se fueron por frutilla a Longotoro,
Regua de indios amigos muy cercana,
Los cuales, como a solos, los mataron,
Y rebelados luego, dieron traza
Con sus cabezas levantar la tierra,
Cual con menores causas acostumbran
Y lo han hecho otras veces infinitas.
   El capitán Vallejo, que a su cargo
Tenía el amparo de aquella frontera,
Despachó luego a la Imperial aviso
De lo que a su reparo convenía;
Y fue Nabalburí con el mensaje,
Un indio de Molchen de gran estima,
Si bien todos traidores con cristianos,
Cual muestra bien la trama deste urdida.
El cual torció el camino a los purenes,
Y contó todo el hecho a Pelantaro,
Cabeza principal de aquellos indios,
Con el cual, su traición bien asentada
Y lo que por ello hacer debían,
Partió con su embajada al buen Loyola,
Al cual significó lo mucho que iba
En el acudir presto a aquel reparo,
El cual con su presencia compondría,
Y faltando ésta y no acudiendo luego,
Sería causa de un gran levantamiento
Que con dificultad se apaciguase103.
Y luego el mismo día que Loyola
—269→
Partió de la Imperial, a Ongol subía
Nabalburí el traidor; dio a Pelantaro
Con Millategua aviso del viaje,
Para que en el camino postas ponga,
Y con su relación lo acuerde todo,
Por lo cual Pelantaro con trescientos
Soldados escogidos de a caballo,
(Que para esta facción tenía ya a punto,
Cual con Nabalburí lo había acordado)
Partió cual rayo, y puso centinelas
Como el que bien previsto había su tierra,
Los cuales le avisaron como estaba
En Curalaba el campo ya alojado;
Y redoblando postas se acercaron
Sobre el alojamiento de los nuestros,
Y en cuanto alerta estuvo nuestra gente,
Aunque era menos que ellos cinco tantos,
Temieron su valor, y no rompieron.
   Amaneció como a las cuatro y media,
Que en aquel polo el estival104 solsticio
Es aquel tiempo mesmo; mas con todo
Se mostró el día negro, encapotado
De una cerrada niebla misteriosa.
Viendo nuestros nocturnos centinelas
Lo poco que con ella divisaban,
En vez de esperar más el claro día,
Se retiraron algo más temprano
De lo que razón fuera, ya entendiendo
Que el día aseguraba el campo todo;
Y ellos y los demás que habían tenido
Con el recelo noche toledana,
Cual si en Valladolid se hallaran todos,
Se recogieron a dormir siguros,
Al tiempo que el velar más importaba.
¡Cosa admirable a fuerza del destino!
Que un tan sólo soldado a aquella hora
Dicen no quedó en pie de todos ellos,
En que olvidar no puedo una sentencia
Célebre del Vega que hoy florece,
Y al cerrar un soneto afirma y dice:
—270→
Que donde tienen fuerzas las estrellas
Pocas veces resiste el albedrío105.
Vemos no le han quemado por decilla,
Antes por sapiente, reputado,
Pues no dice: no puede resistirlas,
Que fuera sentir mal si lo dijera,
Sino que: las más veces no resiste,
Y así viene a cumplirse su destino
En lo más general o casi siempre.
   Volviendo pues al punto, y retiradas,
Según que he referido, nuestras postas,
Dormidas de día en sueño de su muerte,
Y a vista de enemigos que velaban,
Viendo el gran silencio de los nuestros,
Rompieron el gran real tocando alarma.
Y viéndolos salir desnudos todos,
Les dieron mil lanzadas muy a prisa
Sin hallar resistencia alguna en ellos,
Consistiendo en la suya la del reino,
Porque sin agraviar a muchos buenos,
Eran tan valerosos que bastaban
Para rendir a muchos más contrarios,
Si a caballo cual ellos se hallaran.

GUSTOQUIO

   Por cierto extraño caso y desastrado
De los más lastimosos que yo he oído.

PROVECTO

   Pues si sabido hubiérades los daños
Que resultaron dél, con mayor pena
Sintiérades el ver su gran destrozo,
Por que os quiero decir sólo un soneto
De muchos que a su muerte le hicieron,
—271→
Que por tener un poco de artificio
Le pude conservar en la memoria,
Que tienen en su medio los cuarteles
Un ál106 que remedando las campanas
Del doble funeral, me cuadró mucho,
Y dice, si me acuerdo, desta suerte:

SONETO

   Es el mejor mortal, prestado estado;
Y esta sentencia tal, Loyola oyola,
Y por un grave mal, pasola sola
Haciendo igual su pronunciado hado.
   El general, desmantelado, helado
Quedó, que el inmortal pidiola, y diola
Al maestre general, que vio la ola
Fatal buscando, a ella llevado, vado.
   El que el ver lo que aquí se adquiere quiere
Y cuanto en el vivir ventura tura107,
Mira aún a quien no dio la tierra, tierra.
   Y si quien clara luz tuviere, viere,
Pondrá a la general locura cura,
Pues siempre mucho el que es de tierra, yerra.

GUSTOQUIO

   Bueno en verdad y digno de su causa,
Que a mí sólo de oírle ha lastimado.

PROVECTO

   Pero volviendo al tanto ¿qué os parece
De pérdida tan grande y tantos daños
Que se excusaran si este caballero
Por sí o por no se hubiera recatado
Del pronóstico dicho, con prudencia,
Y en detenerse solos ocho días,
Y menos, que ya a el año le faltaban?
—272→
¿Qué se hubiera perdido, cuando fuera
Incierto mucho en todo y mal juzgado,
Y cuando por respeto de la pascua
O por condescender con ruegos tantos,
Pusieran en su jornada aquella pausa?

GUSTOQUIO

   Digo que fuera un hecho de cordura,
Y de muy gran cristiano y caballero;
Y que vengo a creer de escrupuloso
Hizo esa resistencia, y me persuado
Que allá en su interior mesmo lo tenía;
Y que el pensar que erraba o que pecaba
En recelarse, le obligó a partirse.




ArribaAbajoDescanso Segundo




Decís muy bien; pero volviendo al punto,
Piensan a cierra ojos los que tienen
Esta opinión escrupulosa tanto,
Que Dios lo rige todo por sí mesmo
Sin dejar nada a las sigundas causas;
Lo cual Santo Tomás reprueba, y dice:
Que Dios en cuanto al hombre, por sí todas
Nuestras causas dispone enteramente;
Más para ejecutar en inferiores,
Por medios superiores cuerpos toma;
Y él, con tanta razón sutil llamado,
Tiene que en nuestros cuerpos las estrellas
Obran naturalmente, ya inclinando
Al bien y al mal indiferentemente.
Y San Juan Damaceno afirma y dice:
Constituir los planetas en nosotros
Diversas complexiones y diversos
Hábitos que los ánimos disponen.
Lo mesmo San Dionisio Areopajita,
Y San Buenaventura con entrambos;
Y Santo Tomás: que casi siempre
Aciertan los astrólogos en cuanto
—273→
Es juzgar las costumbres de los hombres,
Porque los que resisten al sentido,
Ya por nuestros pecados, son muy pocos.
Con que quedará libre ya el de Vega,
Pues que no dice tanto ni con mucho.
Y en otra parte el Santo Doctor dice:
Aunque Dios rija nuestras voluntades,
El ángel las ilustre, el cielo las incline
Al obrar todo bien; con todo eso
Cuando alguno llegare a ser dichoso,
Se dirá: cuanto a Dios, ser bien regido;
Dirase: cuanto al ángel, bien guardado;
Y que fue bien nacido en cuanto al cielo;
Aunque es verdad que no hay tal influencia
Que la necesidad forzosa induzca108,
Pudiéndose impedir la mayor de ellas
Por la divina voluntad precisa,
Y por libre albedrío puramente;
Que el sabio sobre estrellas predomina.
   Y lo que yo sobre esto más añado
Y doy por juicio mío bien previsto,
Es que no habrá fortuna tan dichosa,
Ni hombre tan bien nacido por el cielo,
Que si es gran pecador, no se deshaga,
Y azare, y vuelva en mala por su culpa;
Ni hombre tan desgraciado que si fuere
Buen cristiano y de Dios muy temeroso,
Y de su gran bondad enamorado,
Que no se le entretenga su desgracia,
De modo que, o no llegue a cumplimiento,
O tanta parte della se mitigue,
Que venga a ser o poca o casi nada;
Que por eso el Profeta Rey nos dijo
Que el que en la ley de Dios siempre anduviese,
Firme daría su fruto aventajado
Y sus cosas serían prosperadas;
Y no así las de un malo, que deshechas,
Serían en polvo que se lleva el viento.
Es Dios al fin el sumo omnipotente,
Primera causa de las causas todas
—274→
Y a cuya voluntad todo se rinde;
Y esto me pareció que decir quiso
El divino Agustino cuando dijo:
      Pide a Dios salud y vida,
      Que si él viere que te importa,
      La hará larga aunque sea corta.
Así que en esta regla sola hallo
Yo lo más importante desta ciencia.
Y esto bien asentado, es ignorancia
Pensar que Dios, que puso en animales
Señales muchas en que conocerse
Su bondad o malicia, quite al hombre,
Tanto más noble y rey de todos ellos
Y para cuyo bien fueron criados,
Esta excelencia en él tan importante,
Cuales en caballos son notorias:
Larga espada romana, higas del moro,
Igual blanco en los pies, lista derecha,
Y otras que han observado así los hombres;
Con que el bueno y el malo se conoce,
Su desgracia también y su fortuna,
Y en los bueyes y perros otras muchas.
Y habérselas dados Dios al hombre
Muy verosímil es, y yo sospecho
Así lo sintió Job cuando nos dijo
Que en las manos de todos hombres pone
Señales Dios para que conozcamos
Sus obras mesmas, que éste es el sentido
Literal de la letra en rigor puro,
Si bien tenga otros muchos que confieso.
Y así he visto a curiosos judiciarios
Hacer muy estudiosas concordancias
De señales que vemos en la frente,
Aspectos, entrecejos y semblantes,
Y alegría y tristeza de los ojos,
Ciencia que llaman ya metoposcopia,
Sabida de muy pocos por entero;
De la cual, experiencias observando,
Han venido a leer destas ignotas
Letras, alguna cosa que parece
—275→
Que lleva de entenderlas rastro grande.
Si bien desta cartilla todos somos
Pequeñas criaturas balbucientes;
Y así por ellas lo que se barrunta
Por cierto lo tener es error grande;
Mas tomar algún poco de recelo
Para vivir alerta pienso cierto
No tiene inconveniente, antes lo tengo
Por consejo acertado y provechoso,
Pues de sueños es bien tomar motivo,
Para enmendar la vida y recelarnos.
   Pero así como hay pocos que encerrados
En tal razón y límites estrechos,
Sientan con este límite estas cosas,
Hay muchos charlatanes embusteros
Que sin saber de nada cosa alguna,
Andan como gitanas por un cuarto
Diciendo a todos mal buenaventura;
Lo cual es cosa digna de castigo
Y que no curarán reprehensiones,
Y muy llena de mil inconvenientes.
Digo al fin que de extremos tan distantes
Como los que he contado, la cordura
Tiene la medianía virtuosa,
Que es ni dar a los juicios astrológicos109
Ni otras señales de fisiognomía,
Aunque éstas tengan crédito más grande,
Tanta creencia en todo que se entienda
Que es infalible, y muy precisa cosa
La que prometen o la que amenazan;
Ni despreciarlas tanto que no haga
En algo reparar lo que dijeren.
   Aquel que se entendiere es estudioso,
Y no es en el hablar vicioso nada,
Y mucho, si es prudente, cuerdo y sabio,
Pues dijo Justo Lipsio, y lo fue tanto.
      Si en medio virtud consiste,
      Y éste elige la prudencia,
      No hay virtud sin esta ciencia.
Y esto quiso enseñar Ovidio cuando
—276→
En su fábula dijo a Faetonte:
Segurísimo irás por el camino
De el medio sin torcerte a parte alguna.
   Y para conclusión de lo que he dicho,
La ciencia judiciaria es reprobada
Si afirma lo que dice con certeza,
O si dice que fuerza necesita
O planeta o cualquiera otra influencia,
La libre voluntad y el albedrío.
Mas como esto no sienta, es permitida,
Como dice una glosa del Derecho
Así con sus palabras a la letra:
«No se reprueba aquella astrología
Que no necesitar los superiores
Cuerpos confiesa a la voluntad libre;
Y concede la Iglesia que se diga
Que inclinan, pero no que necesitan».
Y Pico Mirandulano hizo un tratado
Perjudicial contra la astrología
Judiciaria, que siempre se ha vendido
Por de diversos dueños de más cuenta.
Respondiole Belancio doctamente,
Y después fray Miguel de Piedra Santa.
Y aunque se la calumnia, su respuesta
Por no cansaros más, no la refiero.

GUSTOQUIO

   Mientras coméis, que es hora lo confieso,
Y para que Sabino tome puntos
De todo lo ya dicho en la memoria,
Y ponga por escrito lo importante;
Mas por sobrecomida habéis de darnos
Parte desa contienda, que sin duda
Debió de ser curiosa y bien reñida.

PROVECTO

   Digoos, señor, que en todo os obedezco.

 Sentáronse a comer tan regalada como entretenidamente, que amistad, discreción y edad lozana y vivos sentimientos en el alma, siempre   —277→   causan conversación alegre y entretenida. Y habiendo comido, dijo Provecto sobre mesa: 

Empezaba a contar los remoquetes
Que pasaron Belancio y Pietra Santa
Contra el calumniador Mirandulano
Que tanto mal de judiciarios dice,
Que pienso, si atendéis, os darán gusto.
Pero sabed de paso que éste tuvo
Que sólo resplandor y movimiento
Tienen los astros, y con éste mueven
Y con aquel calientan, de tal modo
Cual con elemental calor el fuego;
Y que éste es más vivífico y activo,
Que es contra la común y la corriente
De todos los filósofos más doctos.
Con que se echa de ver Mirandulano
La contradice con pasión notoria,
Y sin bien penetrar sus fundamentos,
Dice más, que esta ciencia es vana toda,
Pues que tantos filósofos insignes
De los antiguos, no escribieron della,
Aristóteles, Séneca, Epicuro,
Demóstenes, Platón, con otros muchos.
A que responden bien sus defensores,
Que tampoco escribió ninguno destos
Música, geometría o perspectiva,
Como ni de otras ciencias una letra,
Que no por eso quedan reprobadas;
Y que otros muchos más esta trataron,
Como ya referí en la Astrología.
Pica después con el lugar sabido
En el cuarenta y siete de Isaías
Que dice: estén contigo, salud dénte
Los agoreros que del cielo tratan;
Lo cual no ofende, pues tan claramente
Se sabe contra estoicos fue tratado;
Cuya opinión con el segundo extremo
Ya mostré que es de buenos reprobada,
—278→
Porque con babilónicos caldeos
Pasaban de la raya, atribuyendo
A los astros mayor poder que tienen.
La tercera calumnia es ser incierta,
Cual muestra su maestro Tolomeo,
Diciendo que esta ciencia más se ocupa
En cosas verisímiles que ciertas
Que puedan con verdad toda afirmarse,
En que no va muy fuera de camino.
A que Belancio dice: que el maestro
Tolomeo da a entender tan solamente
Por ser universal conocimiento,
El de la Astrología es imperfecto,
Y que, aunque alcanza muy menudas cosas
Con acierto total, no en todas puede
Tenerle por ser universales,
Como en las demás ciencias también pasa,
En que al que sabe más de todas ellas
Le queda por saber más de otro tanto;
Y entender de otra suerte el lugar dicho
De Tolomeo, es ignorancia crasa,
Pues en sus aforismos dice el mismo
Que se rastrean con aquesta sola
Muchas cosas humanas y divinas.
   Es la cuarta objeción que se le pone
A la misma, que dicen sus peritos,
Que si a un afortunado se le junta
Un infeliz, le toca a cada uno
Por participación del otro algo,
Con que a adversos casos es sujeto.
Al enfermo del médico, y al hijo
Parte de la desgracia de su padre,
Como la del señor toca al esclavo;
Con que da en confusión el juicio siempre.
A lo cual se responde: que es muy cierto
Haber hombres dichosos con extremo,
Y otros muchos con él muy desgraciados,
Ya que no en todo, en singulares cosas,
Lo cual Santo Tomás también aprueba,
Cuyas palabras son éstas en suma:
—279→
La imán por la virtud de los celestes
Cuerpos, a sí atraer el hierro vemos,
Y piedras y yerbas en sí tienen
Otra virtud y fuerzas escondidas.
Por lo cual no será de inconveniente
Pensar que tenga un hombre por influjo
De los celestes astros eficacia
Mayor que el otro en sus operaciones,
Como en sanar un médico más dicha,
En el plantar ser otro afortunado,
Un soldado en el dar de las batallas
Más que otro que en las mesmas es más diestro;
De que proviene el no sanar a tantos
Médicos muy famosos de ordinario,
Y otros no tanto, hacer divinas curas;
De donde acá decimos comúnmente,
De el uno que con gracia especial cura
Y parece que tiene manos de oro,
Y no las pone en cosa que no acierte,
Y parece que todo lo halla hecho;
Como de otro que tiene mala mano.
   Mas por quinta objeción un argumento
Hacen para descrédito de todas
Las figuras de nuestros nacimientos,
Diciendo que se han visto muchas veces
Nacer de un parto mesmo dos hermanos
En su fortuna mucho diferentes,
Con que se prueba que el nativo punto
Nada añade ni quita de ventura.
Dan por ejemplo a Procles y Cristenes,
Reyes lacedemonios, que la vida
Del primero más breve y más gloriosa
Fue que la del segundo, larga y mala;
Y a Jacob y a Esaú que, también siendo
De un vientre, fueron mucho diferentes
En ánimo y en cuerpo y otras cosas;
De donde infieren que será imposible
Hacer juicio acertado de ninguno.
A lo cual se responde que no pueden
Los nacimientos ni de un parto mesmo,
—280→
Ser en un propio instante y punto breve,
En los cuales pequeña diferencia
Diferencia las suertes con extremo;
Demás de que, aunque fueran en instante,
Pudieran obtener ya diferencias
Tantas en otras cosas necesarias,
En que hay prolijidad para decirlas,
Y lo excuso por esto, que son muchas
Con que diferenciaran totalmente.
   Opónese también por sexto punto
Que vemos en un propio y mismo instante
Un infante nacer y un pobre esclavo,
Cuyas suertes en todo diferencian;
En que se echa de ver que la postura
Circular de los cielos y planetas
Nada quita ni pone al nacimiento.
A lo cual se responde fácilmente
Que la diversidad en horizontes,
Hace los meridianos diferentes.
Los padres y otras cosas, como dije,
Pueden causar extrema diferencia,
Demás de que el astrólogo no siente
Que sólo el cielo sea total causa
De nuestra buena o desdichada suerte;
Mas según en nosotros, la materia,
Con más disposición o ya con menos,
Recibe influencia poderosa.
   Y últimamente dicen con victoria,
Que sólo Dios lo porvenir alcanza;
A que se le responde autorizando
La respuesta con las palabras mesmas
Del gran Santo Tomás que así nos dice:
Sólo Dios sabe con entera ciencia
Las venideras cosas cabalmente,
De que los hombres un conocimiento
Universal no más alcanzar pueden,
Mas no con distinción enteramente;
Y así son los pronósticos del hombre
Cuando más acertada ciencia alcanza.
Traense también lugares de Isaías
—281→
Y muchos de Escritura, que contrarían
El pretender saber lo venidero;
Y respóndese que éstos reprehenden
A aquellos agoreros sortilantes
Que afirmaban saber con artes malas
Lo porvenir con una ciencia cierta,
Y por tal lo anunciaban a la gente,
Error de gran escándalo y perjuicio.
Lo cual vemos en todo es diferente
De lo que hace el sabio judiciario
Que dice cuando más: peligro hallo
En vos en tal o cual acaecimiento.
Lo cual si Julio César advirtiera
Como cuerdo al entrar del Capitolio
Viendo no eran pasados aún los idus
Del mes de mayo, acaso no muriera
De muerte tan atroz y tan temprana.
Y si cuando le dijo un judiciario
A nuestro rey don Pedro el Justiciero
Que moriría en la Torre de la Estrella,
Procurara saber cual ésta era,
Dijéranle sin duda era el castillo
De Montiel, y no entrara dél adentro
Tan sin recelo, y sucediera acaso
Conservar más la vida o tener muerte
Menos atropellada y trabajosa.
Mas hasta que ya estuvo puesto en ella
Y el rótulo leyó que lo decía,
No hizo del aviso caso alguno.
Y al famoso don Álvaro de Luna
Le dijo un judiciario moriría,
Mas sin decir el cuando, en cadahalso;
Y pensando decía en aquel pueblo
De su estado que aqueste nombre tiene,
Sin acordarse que sería posible
Muriese degollado, ni dudarlo;
Sólo puso el cuidado en excusarse
De entrar en él, ni de pasarle cerca;
Y ya pudiera ser se aprovechara
Aquel aviso bien, que retirado
—282→
Se hubiera de la corte en tan buen tiempo
Que muriera en su cama con sosiego,
Y no en el cadahalso por justicia;
Con que quedó su honor en opiniones.






ArribaAbajoFragmento III


ArribaAbajoDescanso Primero



GUSTOQUIO

   Digo cierto que fueron esos casos
Todos notables y de historia dignos.

PROVECTO

   Pues uno os contaré que es más moderno
Entre muchos que a mí me han sucedido,
Y que estando en Chile, tierra corta,
Donde unas mismas caras vía siempre,
Acaso sin pensar, noté en un hombre
Ciertas señales de que mal juzgando,
Según lo que de aspectos he entendido,
Me parecieron ser muy desgraciadas,
Su vida breve y el fin della acerbo,
Y en la mar su fortuna peor mucho
Y hecho en mi pecho ya de aquesta suerte
Discurso judiciario, en mí esperaba
Si en poco o mucho cierto me saldría;
Mas sin comunicarlo a criatura,
Como en lo más de lo que siento hago.
Sucedió pues que en este tiempo mesmo
Trataron de casarle muy aprisa
Con una hija de un honrado viejo,
Procurador de causas que en un pleito
De mucha cantidad me había ayudado,
Y yo le estaba grato del suceso.
Y estándome en la plaza paseando
Con un amigo mío confidente,
Y por allí pasando este piloto,
Que lo era de un navío que allí estaba,
El amigo me dijo que a la tarde
—283→
Se había de desposar, y hube disgusto.
Y dando del pesar alguna muestra,
Me apuró le dijese por qué causa
Mostraba de aquel caso sentimiento,
Pues era amigo de Francisco Gómez
(Que del procurador éste era el nombre)
A que le respondí: por eso mesmo
Siento mucho que a este hombre dé su hija;
Con lo cual apretome de manera
Que le hube de decir la causa toda
Con un conjuro empero encarecido
De que me guardaría gran secreto.
Mas hízolo tan bien que el mesmo día
Lo contó a una señora que a su suegro
Le advirtió, pero a tiempo que lo era,
De lo que yo había dicho de su yerno;
El cual dijo: sin duda que a saberlo
Antes de efectuarse el desposorio,
La hija no le diera; que experiencia
Tenía de algunos juicios míos tales,
Aunque yo tanto en esto me estrechaba
Por los inconvenientes que en sí tiene
De trocar ignorantes las palabras,
Que ya de decir algo me abstenía.
Díjolo el suegro al yerno desde a poco
Y le pidió me lo comunicase,
El cual así lo hizo, y preguntome
Si era cierto que yo lo hubiese dicho.
Yo le dije que sí, y que me pesaba,
Que lo que yo en secreto había pasado
Con un amigo a solas, estuviese
Público y en noticia de la parte;
Pero que tales cosas no tenían
Tanta certinidad que darle pena
Debiese aquel mi dicho judiciario;
Que Dios sólo era el todo omnipotente,
A quien lo encomendase, procurando
Con cuidado su gracia, que ella todo
Lo azaroso del hombre desviaba.
Díjome: así, señor, yo lo confieso,
—284→
Mas no deja de darme algún cuidado,
Por lo cual, si gustásedes, querría
Saber qué podría hacer para apartarme
De peligro que tanto me amenaza.
Yo le dije: señor, con una cosa
Sola que hagáis, habréis mucho acabado,
Y es que en la mar por tres o cuatro años
Vuestros pies no pongáis, si os es posible,
Que si bien yo no os temo de ahogado,
Según el juicio que de vos he hecho,
Son en la mar mayores los peligros.
Y dicho esto, pensó sin duda alguna,
O fue malicia mía, que quería
De la mar por mi fin yo divertirle;
Y el motivo que tuvo para esto
Fue pensamiento suyo, pero errado.
Al fin me pareció que menos pena
Del pronóstico tuvo por lo dicho,
Y diciendo que no le era posible
Dejar la mar por ser su oficio en ella,
Le aconsejé que hiciese decir misas
Pidiendo a Dios salud y buen suceso
En todos los viajes que intentase.
Y así lo proponiendo, nos partimos
De esta conversación; y divulgado
Por aquel corto pueblo ya mi dicho
Con mucho pesar mío y mucho empeño,
Dentro de pocos meses aportando
De vuelta de viaje a aquella costa,
Estando en aquel puerto que se llama
Valparaíso, tuvo una pendencia
Y en ella una estocada por un ojo
Le dieron tan mortal, que cayó luego,
Y sin decir Jesús, en la resaca
Del mar, al batidero de las olas.
Dios le haya perdonado, que yo creo
Que si hubiera tomado mi consejo,
Hasta hoy pudiera ser que vivo fuera
Gonzalo López pienso se llamaba,
Hombre de bien, muy hábil de su arte.
—285→

GUSTOQUIO

   Raro caso por cierto; yo os prometo
Que si algo me decís, que he de guardarme.

PROVECTO

   Pues falta de contaros hasta ahora
Todo lo más gustoso del suceso,
Que como fue tan público el anuncio,
Y se cumplió el pronóstico tan breve,
Se levantó en el Reino tal ruido
Y de mi judiciaria tal figura,
Que ya unos me llamaban adivino,
Otros decían que con el diablo hablaba.
Y cosas hubo tantas a este modo,
Que cierto recelé que me llamasen
Del grave tribunal del Santo Oficio.
Y aún era lo peor que en aquel Reino
No hay más de comisarios, y era fuerza
El ir a Lima a dar estrecha cuenta
Del límite con que estas cosas trato;
Y mientras que la daba, cada uno
Juzgara de mi honor lo que quisiera,
Viéndome allá llamar una por una.
Y así quedé por esto escarmentado
Para más no decir, en todo o parte,
Nada que ser pudiese tan notorio,
Aunque otras cosas muchas se cumplieron
De las que recelar significaba;
Que si yo no pusiera en deshacerlas
El cuidado que muchos en contarlas,
Pienso que hubiera habido pelotero,
Porque gente ignorante trueca tanto
El modo de tratar aquestas cosas,
Que pudieran hacerme sospechoso
Si, a Dios gracia, no fuera conocido.
Ved según esto ya si vais cobrando
Otro color de aquel que ayer tuvisteis.
—286→

GUSTOQUIO

   Es de manera que os prometo y juro
Que cuando me miráis, ya me recelo.
Decidme, ¿veis alguna señal mala?
Y Sabino aún se ríe de lo mismo.

PROVECTO

   Quiero pues concluir con el discurso
Un poco que me falta, porque quede
Sabino con lición del todo entera.

GUSTOQUIO

   Recibiré yo en ello merced mucha.




ArribaAbajoDescanso Segundo




Concluyo con decir que nadie puede
Saber con certidumbre cosa alguna
De lo que por venir está, pues vemos
Que tampoco el Demonio no lo sabe
Con ser en todas ciencias tan perito
Y un conjeturador tan vivo y presto;
Que esto es de sólo Dios y su potencia,
Aunque hubo ya ignorantes que dijeron
Que como el alma entiende lo presente,
Y para se acordar de lo pasado
Tiene reminiscencia tan cumplida,
Le era dada virtud por un barrunto
Altivo y casi cierto y verdadero,
Con que lo porvenir anunciar pueda.
Y aunque éste es un dislate conocido,
Por la fisiognomía y metoposcopia
Vemos que muchas veces se conoce
Condiciones de hombres muy notorias,
—287→
Y lo que se asimilan y contrahacen
Los otros animales que las tienen,
Siendo sabido cuales son feroces,
Cuales son atrevidos o cobardes.
Con ésta tuvo cuenta el Sabio cuando
Dijo: reluce la sabiduría
Del hombre en el semblante de su rostro;
Y en otra parte: el corazón alegre
Regocija del hombre el rostro luego;
Y en otra: resplandece del prudente
En el rostro la gran sabiduría.
Y de aquí es, según San Antonino,
Que habiendo visto el gran San Isidoro
A Mahoma, en España, en su figura
Y mal aspecto, dijo que sería
De la Iglesia una peste perniciosa.
Que aunque esta ciencia no tener se debe
En tanto como algunos la acreditan,
No es todo empero vana. Así lo sienten
Aristóteles que hizo un libro della,
Y Hipócrates que mucho la celebra,
A quien siguió el doctísimo Galeno.
Y muy en su favor hace el Derecho,
En el cual nada vemos se estatuye
Que no lleve muy grave fundamento,
Y manda que si dos hay indiciados
En un delito mismo, a aquel primero
Se dé tormento que peor semblante
Y más feo tuviere, presumiendo
Contra el tal el delito en primer grado;
Que dijo el Sabio que era el rostro bueno
Del corazón vestigio muy patente,
Y así, aunque estas señales no infalibles
Son en el hombre tanto como en brutos,
Por la gran fuerza del libre albedrío
Y la de la razón y la crianza,
No han de dejar con todo de estimarse
Para buenos efectos, y tenerlas
Por contingentes, procurando obviarlas
Si pronostican mal, con oraciones,
—288→
Como apelando ante el Juez Supremo,
Cuya sentencia es la definitiva,
Procurando alegar en tal instancia
La enmienda de la vida y otras cosas
Bien devotas y pías, y probarlas
Para que en la revista se modere
Lo que amenaza el cielo; que se muestra
Juez a quo sanguíneo y riguroso
Por el ad quem que es el Omnipotente.
   Y aunque alzando figura al nacimiento
A otro punto notable de la vida
Los astrólogos vemos pronostican,
Tiene aquel modo mil falencias claras
Por lo que dicho queda, y causas otras
Como lo más juzgado por estrellas.
Pero por los portentos muchas veces
Y por meteorológicas figuras
Con prudencial discurso y conjetura,
Mucho se vaticina lo futuro,
Porque éstas significan de ordinario
Cosas cercanas de importancia grande
Que con certinidad nos amenazan,
Como se ven ejemplos de Escritura
Muchos, que por notorios los excuso.
Pero por los semblantes y señales
De la fisiognomía, es lo más todo
De lo que hoy bien se juzga de peligros
O prósperas fortunas de los hombres
Y de su condición principalmente,
Lo cual parece quiso demostrarnos
Aquel lugar de Sabio, donde expresa
Que se conoce el hombre en el semblante,
Que verdaderamente mucho dice
El semblante del hombre, malo o bueno.
Porque ¿quién verá un rostro cejijunto
Y de torcidas rayas en la frente,
El blanco de los ojos deslavados,
De un mirar como a hurto muy ceñudo,
Que, sin que sepa nada desta ciencia,
No reciba disgusto de mirarle?
—289→
Y ¿quién, por el contrario, un rostro mira
De cejas bien compuestas, frente clara,
Y en ellas rayas pocas y derechas,
Y unos ojos alegres y risueños,
Que no reciba gusto en sólo verle,
Y antes de conversar con tal figura
Que con la otra que pinté primero?
Pues el ABC es éste más moderno
Hoy de la más curiosa judiciaria,
Y que con mejor rastro pronostica
Los más sucesos de la vida humana.
Porque, aunque Salomón en otra parte
Nos dice que del hombre no juzguemos
Muy bien por la hermosura solamente,
Ni le menospreciemos por la vista,
Pues puede haber virtud en todas cosas,
Y el consejo es tan santo como sabio;
No hay duda que en el hombre más nos muestran
Las señales que en animales otros.
Y en este mismo lugar parece siente
Que para ni lo uno ni lo otro
Hay mérito ni culpa en el semblante,
Pues el bueno por serlo no merece
Premio, pues fue esta gracia gratis data;
Ni así el que no la alcanza, vituperio,
Pues es muy de entender que la quisiera.
Y como el refrán dice muchas veces:
Las virtudes se ve vencer señales,
Prueba del gran poder del albedrío,
Y así la estimación no ha de hacerse
Sino de las virtudes conocidas.
Pero en otro lugar él mismo dice
Que en el asiento sólo de su rostro
A prima vista se conoce el sabio,
O el necio natural y el incipiente.
Así que los semblantes muestran mucho,
Y mucho trae el hombre bien escrito
En la frente si hay quien leerlo sepa.
Verdad es que esta altiva conjetura
Es al modo que vemos que la tiene
—290→
El médico en juzgar por accidentes,
El buen agricultor por las señales
Del tempero110, los aires y la tierra;
El experto piloto por la luna
Y a la puesta del sol por horizontes;
Y el diestro general al dar batalla
Por las mismas facciones del contrario;
Y el prudente senado en su gobierno
Por los humores de sus ciudadanos,
Sin que cosa de aquestas sea infalible
Aunque salgan muy ciertas de ordinario.
Y así no porque siempre no suceda
Lo que fue el parecer pronosticante,
Se ha de entender que es embustero el docto;
Que por auto del cielo allá Exequías
Vimos, después de ya notificado,
El haber de mirar de su dolencia
Dentro de un breve y señalado tiempo;
Que vuelto a la pared y arrepentido
Y pidiendo perdón de sus pecados,
Quince años alcanzó de vida nueva,
Sin que la profecía de Isaías
Que se lo denunció, quedase incierta,
Bien que su certidumbre era infalible.
Y la comparación no corre en todo,
Y es mucho de notar que el primer jueves
De cuaresma, la iglesia representa
Este caso en la epístola poniendo
Del centurión el evangelio raro,
En que extremo de fe tener mostrando,
Alcanzó la salud para su hijo,
Cuya muerte sin duda entonces fuera
A no haberle otorgado nueva vida
El autor della todopoderoso.
Y así acontecer puede que la suya
De un desdichado digan las señales
Ha de ser en agraz cortada presto,
Según juicio fundado en esta ciencia,
Siendo ésta la sentencia como dije
Del primer juez a quo como severo;
—291→
Y que apelando el reo ante el Supremo
Y haciendo mejor prueba en tal instancia,
Alcance remisión en todo o parte
Sin que haya dicho mal el judiciario,
Que sabe Dios, cual dijo San Gregorio,
Enmendar la sentencia de tu muerte
Si tu supieras enmendar tu vida.
Y aunque el consejo eterno de Dios era
Invariable y permanente siempre,
Como dijo el Profeta Rey sagrado,
Es lo111 en las cosas de eternal consejo,
De que trata San Pablo cuando habla
De aquellos que eligió, y predestinados
Tiene ab eterno en su divina mente.
Pero otras sus sentencias que no fueron
Definitivamente pronunciadas,
Mudarse pueden cuando nos mudamos
Del bien al mal, o deste al bien volvemos;
Y así debe entenderse aquel difícil
Lugar en que del Génisis leemos,
Que tuvo Dios pesar de haber criado
Al hombre, ya su grave culpa vista;
Y aquel de Jeremías: «si esta gente
Hiciera penitencia del pecado,
Yo la haré del castigo que tenía
Propuesto acá en mi pecho de hacerles».
Mas si estando esperando la sentencia,
Añidiendo pecados a pecados,
Irritaste al Juez de cielo y tierra
Con nuevos inormísimos delitos,
¿Qué mucho si tu muerte apresurare,
Aunque hubiese juzgado el judiciario
Que tan mala o tan presto no sería?
Pues si consiente Dios, no es para siempre.
Mas como este Juez, aunque tan recto,
Es otro tanto misericordioso,
Lo que se experimenta comúnmente,
Es que esperando al hombre a penitencia
Antes se le retardan sus azares,
Que nunca vemos que se le anticipen.
—292→
   Mas cuando en conjunción de dos planetas
Tiene su crisis, de ordinario en ellas
Siempre suceden, o pasadas pasan,
Como pudiera verse en un ejemplo
Raro, admirable de un virrey indiano
Que prometo contaros otro día,
Que ahora no hay lugar, porque lo excuso.
   Así que aunque en los hombres se conocen
Muchas señales malas que amenazan
Sucesos malos en muy corta vida,
Como yo juzgo en muchos muchas veces,
Y si los pronunciara errara mucho,
Porque más en la vida se detienen,
Que parece rehúsa se ejecuten
El piadoso señor de todo dueño,
Lo cual he yo notado en juicios muchos
Que si os los refiriera os admiraran.
Y así debe llevar esta advertencia
Para acertar mejor el judiciario,
Y cierto juzgo fuera provechoso,
A no tener más grande inconveniente,
Ponerse por escrito estas señales
Para que cada cual las conociera,
Por lo que dijo Séneca, si es cierto:
      Los futuros infortunios
      La industria puede apartarlos,
      Y la prudencia evitarlos;
En que se ve con claridad que siente
Poderse algo alcanzar de lo futuro,
Sino con especial conocimiento,
Con generalidad que muestra mucho;
Y don Íñigo López de Mendoza,
El cual, siendo marqués de Santillana,
Fue su comentador, así lo explica,
Aunque atribuye más a la prudencia
Que puede, y menos mucho a ciencias tales,
Que aunque, es cierta verdad puede el prudente
Por accidentes bien conjeturando
Y por causas forzosas de las cosas
Vaticinar de lo futuro mucho,
—293→
Porque adivina a la prudencia llaman,
No siempre su barrunto sale cierto;
Y más si la malicia se adelanta,
Como muy de ordinario hacerlo suele.
Con lo cual baste ya de judiciaria.

GUSTOQUIO

   Baste por cierto y muy perfectamente
Para que me halle yo muy enterado
Del modo que tenerse debe en ella,
Para no andar con miedo impertinente
Como lo tienen muchos que más saben.
Pero querría saber ¿qué mal se sigue
De poner por escrito esas señales?

PROVECTO

   Sería muy grande y de perjuicio mucho
Porque son practicadas aún a escuras
Y especulación piden muy atenta,
Y más que un muy mediano entendimiento
Para comprehender sus diferencias,
Que, como fabularon los poetas
Que Tirecias cegó por haber visto
A Minerva bañándose desnuda;
El que sin la prudencia que requieren,
Trata de ciencias tales, ciega luego.
Y así si en escritura se pusiesen,
Llenarían el mundo de embusteros,
Que fingiendo saberlas, errarían
Mil juicios, dando miedo impertinente
A muchos con que hacerlos religiosos
Sin aptitud, y luego arrepentidos,
Con otros infinitos muy mayores,
Que ni aún aquí decirlos se permite.

GUSTOQUIO

   Digo que decís bien, y es cierta cosa
Que tuviera otros mil inconvenientes.





  —293→  

ArribaAbajoFragmento IV

De como un docto judiciario, criado de un virrey de Indias, le predijo su muerte



ArribaAbajoDescanso Primero

 

Aquí dijo un criado, que se llamaba Sabino, que había asistido con atención a todo este coloquio, y era curioso destas cosas:

 

SABINO

   Yo, si me dais licencia, tomo a cargo
De acordaros, señor, en otra siesta
El exquisito caso prometido
De aquel virrey indiano que dijiste
Haber de referir, en que se prueba
Que en la ocurrencia de las conjunciones,
Do diversos planetas hacen curso
Muchas veces la suerte de los hombres112
Que son los que habéis dicho tan notables,
Que ese que exageraste más lo era,
Debe de ser de admiración más digno.

PROVECTO

   Prometoos que lo es, y he de contarle
Cuando en tiempo oportuno lo acordades,
Que ahora hay estación que es muy forzosa
Y toca alarma la hora a vuestro amo.

 Aquí se dio fin a este capítulo séptimo, y adelante en el capítulo tercero del libro segundo, después de haber hecho el primer descanso, estando otra siesta los mismos capitanes juntos, en presencia de sus criados, después de otras muchas razones, vino a decir: 


GUSTOQUIO

¡Oh! ¡Qué gran calor hace todavía,
No se puede en una hora salir fuera!
—295→
Y así en ésta podréis con desenfado
Sacar a luz de las curiosidades
Que traéis de las Indias, algo bueno
Con que os entretengáis y lo gocemos.

PROVECTO

   Echad la muestra vos a vuestro gusto,
Y a vista de los triunfos, trataremos
Según caído hubieren a las manos.

GUSTOQUIO

   Diga Velasco a ver qué gusto tiene.

VELASCO

   Si va a decir verdad, señor, ahora
Con muy poco me tiene mi fortuna.

GUSTOQUIO

   Así se echa de ver, pero el tenerle
Malo, de ruin humor proceder suele.
Diga Sabino ¿a ver qué viento corre?

SABINO

   Por si vuestra merced saberlo suele;
Mas si he de obedecer, pienso sería
Hora muy bien lograda para todos,
Si el señor capitán tuviese gusto
De referir el caso prometido
De aquel virrey indiano, que barrunto,
Según le encareció cuando trataba
Sucesos de la ciencia judiciaria,
Ha de ser cosa rara y exquisita.

GUSTOQUIO

   Habéis dicho muy bien si no le estorba
El accidente mesmo de Velasco.
—296→

PROVECTO

   Es la palabra un muy forzoso empeño,
Y si me la pedís, he de cumplilla;
Y al buen Sabino y su memoria grata,
Con que muestra estimar mis cosas algo,
Se debe cualquiera buena diligencia;
Así que si gustar des113 de escucharme
Os lo referiré de buena gana.

GUSTOQUIO

   Eso, señor, estase muy sabido,
Y veis como ya ninguno pestañea,
Y todos esperamos para oírle
Con mucho gusto y atención muy grata.

PROVECTO

   Pues la historia pasó de aquesta suerte,
Según me contó en Chile un muy honrado
Hombre, a quien conocí por fidedigno,
Que si mal no me acuerdo, Diego Sánchez
Mirabal se llamaba, y era hermano
De un médico del mesmo sobrenombre
Que mucho tuvo y escribió en si ciencia114,
Natural de Carmona a lo que él dijo.
Y contome que al tiempo del suceso
Hizo la Audiencia información de todo,
Y él fue del secretario el escribiente,
Lo cual su pluma bien certificaba;
Y que se trajo a España lo allí escrito.
En fin, yo cuento lo que me contaron,
Y daré la licencia por escrito,
Si fuere menester, para que crea
Cada uno del suceso a su albedrío.
   En los primeros años que las Indias
Fueron por españoles conquistadas,
Un título115 pasó por virrey suyo,
—297→
De grave autoridad y gran prudencia,
El cual siendo mancebo, había tenido
Por su maestro de curiosidades
Un caballero que alcanzaba tantas
Que fue por ellas estimado mucho
De los señores y de sabios hombres,
Con quien tuvo amistad estrecha y llana.
Por lo cual, y promesas apretadas,
Se le llevó consigo allá a las Indias;
Era hombre de caudal y muy lustroso
Paso, y en su recámara llevaba
Muchas galas, sus libros y instrumentos,
Con que en diversas ciencias practicaba
Con el mismo virrey que sabía dellas,
Si no con perfección, medianamente.
Aportaron al fin con buen suceso,
De que todos se hallaban muy gozosos,
Que estaba el reino en grosedad116 extrema.
   Pero como las cosas desta vida
Tan continuas mudanzas siempre tienen,
Presto este gozo se trocó en tristeza,
Y fue la causa que este caballero
En llegando a la corte de aquel reino,
El mismo día que el virrey entraba
En ella y fue con pompa recebido,
Le alzó una curiosísima figura
Por su bien ya sabido nacimiento,
Y por los accidentes del estado
En que estaban sus cosas a aquel punto,
Porque alcanzaba mucho desta ciencia
Astrología mera y judiciaria,
Cosa que en aquel tiempo permitida
Era, por mil curiosos practicada;
Y hecha esta diligencia de secreto,
El fruto que sacó fue quedar triste
Con tanto extremo, que era muy notado
De todos, pero más principalmente
Del virrey mesmo, y gran sospecha tuvo
—298→
Que era la causa indubitable y cierta
El verse en Indias, y que no le hacía
Merced equivalente a su esperanza;
Y deseoso de satisfacelle,
Llamándole a una fiesta como acaso,
Se entró con él en un retrete a solas,
Donde con una arenga muy humana,
Más que como virrey, como su amigo
Le asiguró cuidaba de sus cosas,
Y que no haberle dado oficio luego
Era por pretender dársele grande.
A lo cual aquel noble caballero,
Que bien lo mostró ser en este hecho,
Se enterneció de suerte que no pudo
Palabra responder en grande rato,
Cosa que en el virrey nuevo cuidado
Causó, y dándole tiempo, al fin le dijo:
Excelente señor, que mostráis serlo
En hacerme merced que no merezco,
Lo cual ha acrecentado más mi pena,
¡Ojalá que ella toda se fundara
En causa tan pequeña como ésa!
Que aunque valor me falta, a vuestra sombra
Esas y otras mayores tolerara;
Mas es tan grande la que me atormenta
Por tocaros a vos, que ya me faltan
Fuerzas para poder disimularla;
Y aunque nunca pensé dar parte della
A criatura viva, ya me obliga
Tanto tan gran merced que he de decirla;
A que el virrey abrió mayor la puerta.
Pasaron una plática amigable
Cual entre dos iguales ser pudiera.
Declarole la causa por extenso,
Y cómo por su ciencia había hallado
Sería su vida breve y desdichada,
El fin muy repentino y lastimoso.
Bien se deja entender si sentiría
El virrey el oír tales razones
—299→
A un hombre que por sabio reputaba;
Pero con grande pecho platicaron
Sobre la explicación de la figura
Que consigo traía el caballero,
Y el virrey, como dije algo alcanzaba.
Y vino a resolverse en que sería
El fin de su pronóstico concluso
Para el tiempo señaladamente
En que, me acuerdo mal o que fue, dijo,
De dos años y meses y seis días,
En cierta conjunción de dos planetas.
Díjole que era cierto y confesaba
Que aquella ciencia tiene mil falencias,
Porque ninguna cosa que ella apunta
Era para tener por infalible,
Antes por muy dudosa y muy incierta;
Mas que con todo eso, por tenerle
Tan verdadero amor, él no podía
Alegrarse en temor de tal suceso;
Que su excelencia en parte lo olvidase
Y en parte no, y que hiciese encomendarlo
A Dios, que es el señor de todo en todo,
Como causa primera de las causas.
Lo cual habiendo oído muy atento
El discreto virrey, y bien notado
El tiempo por los años, meses, días,
Y aún hasta por horas y minutos,
Que porque en conjunción de dos planetas
Juzgaba había de ser aquel peligro,
Pudo con cierto punto señalarle,
Disimulando el caso que hacía
De lo dicho, que es una ciencia grande
El bien disimular lo que se siente,
Según el sentir bueno de los sabios,
Porque Tácito dice es cosa cierta:
      Tiberio estimaba en mucho
      La gran disimulación
      Que aprobaba Cicerón.
Y porque vemos dijo el mismo Tulio:
—300→
      Los que república rigen,
      No la pueden bien regir
      Si no saben encubrir.
Dijo con un semblante valeroso
Y alegre: ahora, señor, bien habréis visto
Siempre he tenido en mucho vuestra ciencia,
Y sabéis aprendí en mis mocedades
Los cursos de la esfera y otras cosas;
Yo encomendaré a Dios este suceso,
Mas si él se sirve que forzoso sea,
No podremos los hombres divertirle.
Ya podréis ver el grande inconveniente
Que eso puede tener si se pudiese;
Y siendo así, debéis hacer dos cosas,
La primera guardarme este secreto
Muy apretada e inolvidablemente;
Y la segunda, en toda vuestra vida
No tratarme más dél ni una palabra;
Ya yo quedo advertido lo que basta,
Y con esto olvidado enteramente,
Que esto juzgo que a entrambos nos conviene
Y al servicio de Dios principalmente.
A lo que él respondió: por inviolables
Tened, señor, las dos cosas primeras;
La tercera, que en mí sería milagro,
Yo le pediré a Dios me lo conceda,
Porque deseo en extremo obedeceros.
   Con que se despidió el coloquio grave,
Y el virrey al momento a su escritorio
Fue, y apuntó en escrito el tiempo dicho,
Quedando con cuidado más que poco,
Aunque en pedir a Dios mejor ventura
No sé si tuvo alguno, y esto fuera
Lo que tuviera yo por necesario.
Echole de la corte proveído
De un oficio grande brevemente,
En que le dio por término dos años117,
—301→
En los cuales ganó muy gran riqueza,
Que era la grosedad entonces mucha.
Al cabo del cual tiempo el cuidadoso
Virrey, que aún sagaz disimulaba
Y en el alma traía aguda espina,
Le envió sucesor, y de secreto
Le mandó que al tomarle residencia,
De la sentencia que tuviese en ella,
Como hacerse solía, le otorgase
La apelación para la misma corte
En que el virrey reside de ordinario.
Lo cual obedecido, vino a tiempo
Que para el del pronóstico faltaban
Un mes y pocos días bien contados
Así por el virrey como del mismo.
Besó sus manos luego, pero triste;
Recibiole el virrey, fingido alegre
Diole muy larga audiencia y preguntole
Mil cosas; mas del caso ni palabra.
En que él tampoco desplegó su boca.
Mandó que le hospedasen en palacio,
Oíale cada día y le trataba
Mil cosas de su ciencia y de las muchas
En que él le conocía por perito,
Por ver si le tocaba alguna tecla
De lo pasado, pero obedeciendo
Calló como tan cuerdo, y nada dijo,
Aunque con su tristeza mucho hablaba.
Y el virrey ya olvidado se mostrando,
Siempre le conversaba muy risueño,
Que como Tulio a Léntulo decía:
      Encubrir el sentimiento
      Con gran disimulación,
      Engaños prudentes son.
Murmuraban del cuerdo caballero
Muchos que atribuían su tristeza
A descontento de su propio estado,
Diciendo: todo el reino éste codicia
Pues que aún no le contenta lo que tiene;
Y aunque de tales cosas él oía
—302→
Muchas, con discreción disimulaba
Considerando como un sabio dijo:
      Que nuestra vida engañosa
      Trae siempre los sentidos
      En malicia entretenidos.




ArribaAbajoDescanso Segundo




Llegose el tiempo, que el que a grandes males
Se encamina, veloz caminar suele;
Y al pronóstico sólo le faltaban
Tres días naturales, y no enteros;
Y el virrey, que olvidarle no podía,
Y vía al judiciario andar tan triste,
Pasaba en su interior gran pesadumbre.
Pero tomando, bien si le durara,
Resolución cristiana, poner hizo
La carroza, y algunos caballeros
Apercebir, demás de sus criados,
Mandó, para que cierto entre ellos fuese
El que tanto cuidado le causaba.
Salió de la ciudad a un monasterio
De Franciscos descalzos, a una legua,
Dando a entender que para divertirse
Del cansancio continuo de negocios
Esta recreación tomaba acaso.
Confesó y comulgó el siguiente día
Allí con gran quietud, y dando parte
Al médico del alma deste caso,
Dél fue con gran rigor reprehendido
Porque daba creencia a tales cosas,
Según después se supo haberlo él dicho
A una persona muy su confidente.
Era aquel día segundo ya postrero
Del plazo que el pronóstico asignaba
Y en medio de la siesta y calor grande,
Con gran melancolía se hallando
Aquel tan sublimado personaje,
(Que el corazón a veces adivina
Del venidero mal alguna parte)
Dejó el cuarto en que estaba aposentado,
—303→
Y saliose a la huerta a una arboleda
Sombría, alegre, fresca y deleitosa,
Donde, andándose un rato paseando,
Contó que no se hartaba del aliento
Y que una gran tristeza le afligía
Al guardián que vino a acompañarle;
A quien pidió que a solas le dejase
(Efecto propio de melancolía)
Y mandando llamar al caballero
Astrólogo, que allí ya dije vino,
Paseose con él entretenido
Tratando de otras cosas, y esperando
Si acaso algo de aquello él le trataba;
Pero viendo que no, ya más no pudo
Disimular, y dijo sonriendo:
Acordaos, señor, que me dijisteis
Tal y tal cosa en los primeros días
De mi gobierno, y aún mostrasteis de ella
Pesadumbre muy grande, recelando
De mi vida un suceso receloso.
A que él respondió luego, sí me acuerdo;
Pluguiera a Dios pudiera yo olvidarlo.
Y el virrey prosiguió: pues ya habréis visto
Como ha pasado el tiempo que dijisteis
Y nada ha sucedido, porque bueno
Fue preveniros que secreto fuese
Lo que si publicárades acaso
Dado os hubiera mucha pesadumbre.
Ojalá, dijo él, eso así fuera,
Que muy de buena gana la trocara
Por la cruel que el corazón me aflige.
Pues ¿de qué la tenéis? El virrey dijo.
Y él respondió: de ver que no ha pasado
El tiempo y conjunción en que ese riesgo
Os amenaza tanto como siento.
¿Qué tanto faltará? Replicó luego
El virrey, y el astrólogo le dijo:
Suplico a Vuecelencia me perdone,
Y un poco aquí me aguarde, que ya vuelvo,
Y a su aposento fue, y en breve rato
—304→
Volvió y trujo en la mano unos anteojos
De lunas grandes, claros, cristalinos,
Y al virrey suplicó se los pusiese
Y con ellos mirase hacia tal parte
Del cielo, a que él atento le apuntaba.
Hízolo así el virrey; y dijo luego:
¿ No ve vuestra excelencia dos estrellas
Grandes, que claramente se descubren,
Y aunque distancia alguna las divide,
Para llegar a un propio paralelo
Les falta ya muy poco o casi nada?
A que respondió luego: bien las veo.
Pues esos son, señor, los dos planetas,
Dijo, y la conjunción en que he temido
De vuestra vida lo pronosticado;
Y aquí tengo en escrito la figura
Que años ha que os mostré; si queréis verla
Echaréis bien de ver que en este día
Se cumple el tiempo dicho y no ha pasado.
No quiero verla; pero ¿qué os parece,
-Dijo el virrey-, que ya del tiempo falta?
A que respondió él: diez horas solas.
Lo cual oyendo, airado y con enojo
Arrojó los anteojos y le dijo:
Quitad de ahí, que son embustes esos
Que de boca de un ángel los dudara.
Y sin más aguardar réplica alguna,
A su cuarto se entró, y llamó criados,
Y mandó que pusiesen la carroza
Para volverse a la ciudad apriesa.
   Sus anteojos alzó el buen caballero,
Y sentido y corrido retirose,
Y sin hablar palabra su caballo
Hizo ensillar, y a la ciudad se vino
Con los demás del acompañamiento;
Que dijo bien Dión, sabio profundo:
      No te aclares con el grande
      Que si no te trae a sí,
      Mucho se ofende de ti.
   Pero el virrey llegando, aquella tarde
—305→
Estuvo dando audiencia muy alegre,
      Que es error común de gente
      Pensar llegar su poder
      A hacer justo su querer118.
Y así no paró en esto su desprecio
Del aviso importante del amigo,
Mas a las once dadas de la noche,
Se salió a pasear con un criado;
Pero antes de las doce estaba en casa
De vuelta al cuerpo, con el alma menos,
Puesto en un repostero y en la sala,
Sin saberse la causa de su muerte,
De que hubo algunos cuentos fabulosos.
Lo cierto debió ser lo de su historia,
Y el caso raro y muy considerable
Para alguna opinión de judiciarios119.

GUSTOQUIO

   Tal es por cierto, y digno de memoria;
Mas decidnos, Velasco ¿qué os parece?

VELASCO

   Que si yo fuera él, en el convento
Recogido, y con guardas y recato
A guardar, las horas se pasaran
Y algunos días más; pero asiguro
Que si lo hiciera así, y aquel peligro
Pasara, y nada dél le sucediera,
Quedara el judiciario bautizado
Por embustero, hasta en el pecho mesmo
Del que hubiera gozado del provecho;
Porque ¿quién no pensara errado había?
—306→

PROVECTO

   Por eso excusan muchos los avisos
Que dar pudieran de otras cosas graves,
Porque cuando suceden a la letra,
Tiene, a los que los dan, por adivinos
El necio vulgo; y dicen ignorantes
Que hablan con el demonio muy sin duda,
Y si los aprovechan recatados
Los que los oyen, y les tocan algo,
Y acuden al remedio a Dios rogando
Les divierta y aparte los azares,
Y porque los oyó, no les suceden,
Y el que lo puede todo así lo ordena;
Entonces por mayores embaidores
Tienen a los que anuncian cosas tales
Viendo que de ellas nada se ha cumplido.
Y de una suerte y otra es lo siguro
Callar lo que de cosas semejantes
Se alcanza, pues que no son ciertas tanto
Que se puedan bien dar avisos de ellas.
Dice San Agustín, doctor santo,
Que muchas veces Dios por sus secretos
Juicios, con interior instinto mueve
Los ánimos de algunos judiciarios
Para que, sin saber con cierta ciencia,
Pronuncien con verdad aquellas cosas
Que le conviene oír a los que tratan
Con ellos, y reciben sus consejos,
Ya por mérito sea o por castigo.
Y así digo de mí que si yo fuera
El virrey, más de veras procurara
Ajustarme con Dios y mi conciencia,
Y que no paseara aquella noche,
Aunque hiciera apacible luna clara,
Y lo tuviera por mayor prudencia,
Sin escrúpulo hacer de haberlo hecho.

GUSTOQUIO

   Pues verdaderamente, si ese hombre
Tanto alcanzó a saber, fue peregrino;
—307→
Y aún hacerse debiera desa ciencia
Mayor estima si tan claras cosas
Por ella se alcanzasen desa suerte;
Pero yo creo en Dios, aunque confieso
Que la sabiduría es estimable.

PROVECTO

   Es la de suerte que a Salomón vemos
En más de cien lugares la sublima,
Con alabanzas infinitas casi.

GUSTOQUIO

   En esos pienso yo debe entenderse
La judiciaria no, sino otra ciencia.

PROVECTO

   También lo siento yo desa manera,
Y que la que él allí sabiduría
Llama principalmente, es la que sabe
Temer y amar a Dios perfectamente;
Y yo soy poco sabio según esto,
Y vos no lo sois mucho, y más ahora
Que sólo en el bolsico120 estáis pensando.
Pero aunque esto es así, no hay quien ignore
Que toda buena ciencia es muy loable,
Y la debe estimar todo viviente,
Pues dijo y con razón Pio Segundo:
Que el bajo hombre la estima como plata,
Los nobles como el oro del Arabia,
Y los supremos príncipes y reyes
Como un tesoro de preciosas piedras.
Y si supiese el hombre lo que vale,
Claramente entendiera, que es más mucho
Que la mayor riqueza de la tierra,
Pues puede más que las mayores fuerzas;
Y a su puerta Pitágoras tenía
—308→
Escrito en una piedra, de su mano:
Quien lo que ha de saber no sabe, es bruto,
Aunque vemos conversa entre los hombres.
Y el que no sabe más, entre los brutos
Hombre puede llamarse enteramente;
Y el que lo necesario sabe todo,
Éste será hombre entero entre los dioses.

GUSTOQUIO

   Buen epitafio y digno de su dueño.

PROVECTO

   Preguntando Apolonio que ¿quién era
En el mundo el más rico de los hombres?
Respondió que el más sabio, y verdad dijo.
El sabio llama bienaventurado
Más al que sabio es que al que ha hallado
Las mayores riquezas de la tierra.

GUSTOQUIO

   Cicerón dijo en eso gran sentencia
Para ser un gentil desalumbrado,
Y fue que a la fortuna prosperada
Da la sabiduría entera honra;
Y que la adversa mucho sobrelleva,
Que son las ciencias verdaderamente
De los ricos un lustre muy lucido,
Y de pobres socorro muy copioso;
Para los viejos son contentamiento,
Y finalmente a todos provechosas.

PROVECTO

   Acerca del saber me admira mucho
Una rara sentencia de Plutarco,
Porque encarecimiento me parece
Que dice que es más culpa en el que sabe
No querer enseñar, o con tibieza,
Que en el que es ignorante hacer desprecio
—309→
De él aprender las cosas que no entiende;
Porque es naturaleza de todo hombre
Desear aprender, y virtud clara;
Y esto del enseñar en sí contiene
Un no sé qué de propia estimativa
En que humildad parece el encogerse.

GUSTOQUIO

   Yo digo dice bien, y es cosa clara
Porque el sabio conoce el valor grande
De la sabiduría, y ser avaro
En la comunicar, es grave culpa
Contra la propiedad del bien; y falta
A la caridad mesma en excusarse
De hacer comunicable el que en sí encierra,
Y ha de dar cuenta a Dios de su talento.
El ignorante como no conoce
La gran riqueza de aquel bien que pierde,
No es mucho se descuide en procurarle,
Que, aunque del natural impulsos tenga,
Mayores los tendrá de otros afectos;
Y la naturaleza depravada
Con más facilidad sigue al sentido.

PROVECTO

   Respondereos con Sócrates a eso,
Que sólo sé no sé, de sí decía;
Y si es muy de los sabios desta suerte
Pensar de sí, ¿cómo será maestro
De buena gana el que no piensa sabe,
Y más para enseñar al que no llega
Humilde a procurar ser enseñado?
Si no es que, como sienten otros muchos,
Sócrates en aquello decir quiso
Que no sabía sentir enteramente
La vanidad de nuestra breve vida,
La grandeza del mundo y de sus partes,
De los secretos de naturaleza,
Del corto vaso del entendimiento,
Respecto de lo cual el que más sabe
—310→
Puede decir muy bien que ignora mucho?
Pero dejadas cosas como éstas,
Muchos hay que conocen una cosa,
Saben también que pueden enseñarla,
Como vos escribir cartas discretas,
Que pues no rehusáis enseñar esto
Lo mesmo hacer podrían sin melindre.

GUSTOQUIO

   Bueno en verdad; parece que ya un poco
Os habéis calentado con el curso
De mi actividad grande en esta escuela;
Pues heos de decir que es malaventurado
El que sabe de muchas cosas mucho,
Y de el amar a Dios muy poco sabe;
Que también yo mi salmo encajar quiero
Alguna vez, pues vos predicáis tantas.

PROVECTO

   Decís tan bien que en un verano entero
No teníades de hablar otra palabra
Sino pensar en este dicho bueno,
Y así quédese aquí nuestro coloquio,
Pues que supisteis darle fin tan alto
Cual ojalá le tengan nuestras vidas.

GUSTOQUIO

   Parece que el sermón ahí acabasteis
Diciendo aquí: por gracia; y después: gloria.

Aunque pasé algo adelante del fin de la materia de la Judiciaria, quise acabar el capítulo en que esto último della está inserto, por parecerme seria poco más penoso leer una hoja más para que por ella se descubra algo del intento del libro de la Historia de Chile, que es mezclar algo provechoso con lo entretenido, etc.







  —311→  

ArribaAbajoTabla

De los gobernadores que desde el descubrimiento de Chile han gobernado su guerra


El adelantado don Diego de Almagro. Aunque fue el primero descubridor de la Provincia de Chile, como parece de lo referido en el capítulo I del Compendio historial de aquella guerra, no se le da el nombre de Gobernador, por causa de haberse vuelto luego al Pirú para gobernar la parte dél de que el Emperador, N.S., le había hecho merced.

D. Pedro de Valdivia, fue el primer de los Gobernadores, conquistadores y pobladores de Chile.

Francisco de Villagra, fue el Gobernador segundo.

D. García Hurtado de Mendoza, tercero Gobernador.

Francisco de Villagra, segundo gobierno, cuarto Gobernador.

Pedro de Villagra, quinto Gobernador.

Rodrigo de Quiroga, primero gobierno, sexto Gobernador.

La nueva primera Real Audiencia de Chile, séptimo Gobierno.

Presidente doctor Melchor Bravo de Saravia, octavo Gobernador.

Rodrigo de Quiroga, segundo gobierno, nono Gobernador.

Martín Ruiz de Gamboa, décimo Gobernador.

D. Alonso de Sotomayor, undécimo Gobernador.

Martín García de Loyola, duodécimo Gobernador.

Licenciado Pedro de Vizcarra, décimo tercio Gobernador.

D. Francisco de Quiñones, décimo cuarto Gobernador.

  —312→  

Alonso García Ramón, primero gobierno, décimo quinto Gobernador.

Alonso de Ribera, primero gobierno, décimo sexto Gobernador.

Alonso García Ramón, segundo gobierno, décimo séptimo Gobernador.

Oidor doctor Luis Merlo de la Fuente, décimo octavo Gobernador.

Juan Jara Quemada, décimo nono Gobernador.

Alonso de Ribera, segundo gobierno, vigésimo Gobernador.

Oidor licenciado Hernando Talaverano, vigésimo primo Gobernador.

D. Lope de Ulloa, vigésimo segundo Gobernador.

Oidor D. Cristóbal de la Cerda, vigésimo tercio Gobernador.

D. Pedro Osores de Ulloa, vigésimo cuarto Gobernador.

D, Francisco de Álava y Norueña, vigésimo quinto Gobernador.

D. Luis Fernández de Córdoba y Arce, vigésimo sexto Gobernador.



  —313→  

ArribaAbajoTabla

De los autores vistos y citados en los tres discursos que contiene este libro


  • A
  • Actas de los Apóstoles
  • Abicio (Juan Bautista)
  • Agustín (San)
  • Albateguin
  • Alberto Magno
  • Albumasar
  • Alciato (Pedro)
  • Alonso el sabio
  • Ambrosio (San)
  • Anselmo (San)
  • Antístenes
  • Antonino (San)
  • Apiano
  • Arcila (Alonso)
  • Aristóteles
  • Artasades
  • Averroes
  • Ávila
  • B
  • Baldo
  • Basilio (San)
  • Beda (el Venerable)
  • Belancio
  • Belorofonte (?)
  • Bernardo (San)
  • Bión
  • Boecio
  • Buenaventura (San)
  • C
  • Cardenal Cameracense
  • Casiano
  • Casiodoro
  • Catón
  • Cicerón
  • Claudiano
  • Cleóbulo
  • Conón
  • Crisóstomo (San)
  • D
  • Damaceno (San)
  • David, rey profeta
  • Diógenes
  • Dión
  • Dionisio Areopajita
  • E
  • Erasmo
  • Escoto
  • —314→
  • Estadio (Juan)
  • Eudocio
  • Eurípides
  • F
  • Febrecio
  • Filón
  • G
  • Galeno
  • Gregorio (San)
  • H
  • Heliodoro
  • Herrera (Antonio)
  • Hernio
  • Hiparco (Nicéforo)
  • Homero
  • I
  • Isaac, maestre
  • Isaías, profeta
  • Isidoro (San)
  • J
  • Jenofonte
  • Jerardo
  • Jeremías, profeta
  • Jerónimo (San)
  • Job, profeta
  • Josefo
  • Julio César
  • Jurisconsulto
  • Justino
  • Justo Lipsio
  • Juvena
  • L
  • Lactancio
  • Laercio
  • Lampridio
  • López de Mendoza (Íñigo)
  • Lope de Vega
  • Lucano
  • Luciano
  • M
  • Marco Aurelio
  • Mariana
  • Mateo (San)
  • Medina (Fr. Miguel de)
  • Milesio
  • Moisés, profeta
  • Monteregio
  • Mucenas
  • Muciano
  • O
  • Ovidio
  • P
  • Pablo (San)
  • Periandro
  • Petronio
  • Pico de Mirándola
  • Pietra Santa (Fr. Miguel de)
  • Píndaro
  • Platón
  • Plauto
  • Plinio
  • Plutarco
  • Polidoro
  • Posidonio
  • Propercio
  • Q
  • Quintiliano
  • R
  • Rufino
  • —315→
  • S
  • Sacro Bosco
  • Salomón, rey sabio
  • Salustio
  • Séneca
  • Silo
  • Solón Solonino
  • Stobeo
  • Suetonio Tranquilo
  • Suidas
  • T
  • Tácito
  • Tales Milesio
  • Teopompo
  • Terencio
  • Thevit
  • Tolomeo
  • Tomás (Santo)
  • Tucídides
  • V
  • Valerio Máximo
  • Vejecio
  • Virgilio
  • Vivaldo (Ludovico)
  • Volucio


  —316→  

ArribaAbajoApéndice


ArribaAbajoI

Partida del primer matrimonio de don Melchor Jufré del Águila


(Parroquia del Sagrario. Libro 3º de Bautismos y Matrimonios; hoja 158 v., part19)

En primero de mayo de 1590, habiendo precedido lo dispuesto por el Concilio de Trento, y no habiendo impedimento ninguno, con licencia de Juan Varas, Provisor; y con licencia de mí, Francisco de Ochandiano, veló el matrimonio el Licenciado don Melchor Calderón, (habiéndolos desposado el susodicho, un mes ha), de don Melchor Jufré del Águila con doña Beatriz de Guzmán. Fueron sus padrinos: Ramiro Yáñez de Saravia y doña Isabel de Cáceres, su mujer. Fueron testigos: Francisco Núñez, sacristán, y Francisco de Tapia. -Francisco de Ochandiano.




ArribaAbajoII

Representación para que no se suba el precio del remate de los oficios de Corregidor y de Alférez Real, hecha a la Real Audiencia a nombre del Cabildo y Vecindario de Santiago, por el alcalde don Melchor Jufré del Águila, en 15 de Enero de 1612.121


(Vol. 479 del fondo Real Audiencia de la Biblioteca Nacional)

Muy poderoso señor:

El capitán don Melchor Jufré del Águila, vuestro alcalde ordinario desta ciudad, cabeza deste Reino, en nombre della y dél,   —318→   y en aquella vía y forma que de derecho mejor lugar haya, parezco ante V.A., y digo que:

Habiéndose mandado por V.A. vender los oficios del regimiento y alferazgo real desta ciudad, apercibiendo en que se rematarían en los mayores ponedores, los más de los vecinos y moradores desta ciudad lo sentimos con extremo, hallándonos imposibilitados de poder comprarlos (mayormente en competencia de hombres ricos della) por haber gastado nuestras haciendas en vuestro real servicio, siguiéndole muchos años a nuestra costa, unos treinta, otros veinte, y los que menos, ocho o diez años; y por haber servido a vuestra real corona con empréstitos de mucha hacienda para el dicho ministerio, de lo cual tenemos libranzas y testimonios de vuestros gobernadores, que nos están por pagar en mucha cantidad; la cual, si se nos pagara, pudiéramos con ella poner y pujar los dichos oficios en mucha más cantidad de la que los mayores ponedores los han puesto.

Y visto que a las posturas de los dichos oficios, por la dicha necesidad, no salían personas de las que por elección bien mirada suelen andar en ellos, acordamos que el capitán don Francisco Rodríguez de Ovalle, nuestro procurador, pareciese ante V.A., suplicando se sirviese de no admitir a las dichas posturas, personas que no fuesen muy cabalmente idóneas para el dicho ministerio, así en calidades como en suficiencia; el cual lo hizo. Y demás desta suplicación, ofreció siete vecinos feudatarios que pusieron los dichos siete oficios en tres mil patacones, que es lo más que según lo referido, se pudieron alargar a dar por ellos.

Y porque a la dicha petición y postura V.A. no se ha dignado de responder, pareciéndonos que pudo parecer inconveniente que todos los propuestos fuesen feudatarios, yo ofrezco otros siete en nombre de los ciudadanos, que son: el capitán don Bernardino de Quiroga, el capitán don Juan Ruiz de León, el capitán Diego de Ulloa, el capitán Salas, actual regidor, Bartolomé de Escobar, Pedro del Castillo, y yo, que en nombre de todos, y obligándome al cumplimiento por todos, ofrezco la misma postura que hizo nuestro procurador general, en la misma cantidad, para que V.A., por elección o por suertes, de todos catorce, elija siete.

  —319→  

Y así mismo ofrezco con que V.A. mande que no se admita postura de quien no haya sido regidor, que daré de los catorce nombrados o de otros que hayan sido del dicho regimiento, personas siete que den por los dichos regimientos a seiscientos patacones; y por el alferazgo mil, con que se servirá a S.M. con poco menos que lo que al presente están puestos.

Y supuesto, como se debe suponer, que la principal intención de S.M. en mandar vender los dichos oficios, es que las repúblicas con los regidores perpetuos sean más bien gobernadas; y en esta tierra (por cuyo aumento gasta de su real hacienda cada un año más de trescientos mil patacones), no se puede ni debe entender que quiera por dos o tres mil patacones, que son tan poco aumento de hacienda, entristecer y afligir tantos y tan leales vasallos, como, a causa de no poder entrar en los dichos oficios, quedarán privados de ellos para siempre, y puestos en ser gobernados por personas de menos servicios que ellos; principalmente habiendo procedido la dicha imposibilidad del dicho vuestro real servicio y empréstitos fechos para él; la cual razón, en esta sola república, es y corre singularmente, sin que en otra alguna, donde los dichos oficios se han vendido, se haya alegado o podido alegar; por lo cual y por lo demás del derecho que es o puede ser en nuestro favor en manera alguna que he aquí por alegado y expreso,

A V.A. suplico se sirva admitir la dicha postura; o mandar que no se rematen los dichos oficios, sino en personas de las que otra vez han entrado en el tal regimiento por elección; o cuando esto lugar no haya, sobreseer el dicho remate hasta que S.M. sea informado del estado de esta causa, o por lo menos vuestro visorrey del Pirú; y pido justicia y merced.


Don Melchor Jufré del Águila.                




  —320→  

ArribaAbajoIII

Testamento de don Melchor Jufré del Águila


(Vol. 129 del fondo Registros de Escribanos de la Biblioteca Nacional)

Diligencias para abrir el testamento

En la ciudad de Santiago de Chile, en doce días del mes de enero de mil y seiscientos y treinta y siete años, ante el general don Fernando Bravo de Naveda, Corregidor y justicia mayor de esta ciudad, y lugarteniente de capitán general en ella, pareció el padre fray Pedro de Salvatierra, de Santo Domingo, vecino morador en esta dicha ciudad, y dijo que, por cuanto el capitán Melchor Jufré del Águila es muerto y pasado de esta presente vida, y dejó su testamento cerrado, y entiende que en él le deja por su albacea; y para que se cumpla su voluntad pidió a Su Md. mande que con las solemnidades del derecho, constando por fe de su muerte, se abra, lea y publique, y se le den los testimonios y traslados que pidiere en manera que hagan fe. Y pidió justicia.

Vista por su Md., mandó que se reciba información con los testigos instrumentales de este testamento, los que pudieren ser habidos, de cómo hizo y otorgó el dicho capitán don Melchor Jufré del Águila su testamento, que es el que presenta, debajo del cual murió, y que yo, el presente, escribano, ponga por fe de la muerte; y esto fecho proveerá justicia. -Fernando Bravo de Naveda.- Ante mí, Pedro Díaz de Zuazola, Escribano público y real.

En la ciudad de Santiago, luego incontinenti, en el dicho mes, día y año dichos, el dicho padre maestro fray Pedro de Salvatierra, de la orden de Santo Domingo, presentó por testigo al alférez Domingo Juárez, del cual fue recibido juramento por Dios y la cruz, en forma de derecho, y prometió de decir verdad de lo que supiere y le fuere preguntado. Y siéndole mostrado un testamento cerrado que parece haber otorgado el capitán don Melchor Jufré del Águila, dijo que este testigo sabe que el capitán don Melchor Jufré del Águila es muerto y pasado de   —321→   esta presente vida, porque lo ha visto muerto en la cuadra de su casa; y que hizo y otorgó este testamento que le ha sido mostrado, porque este testigo lo vido otorgar y firmar, y fue uno de los testigos instrumentales al otorgamiento de dicho testamento, y es suya la firma que le ha sido mostrada; el cual dicho testamento pasó ante Miguel de Miranda Escobar, escribano público que fue desta ciudad, el cual sabe que fue fiel, legal y de confianza, y que a los autos y escrituras que ante el susodicho han pasado, se les ha dado entera fe y crédito en juicio y fuera de él; y que esto es la verdad socargo de su juramento, en que se afirmó y ratificó. Y declaró ser de edad de setenta y siete años, y lo firmó con Su Md. -Don Fernando Bravo de Naveda.-Domingo Juárez.- Ante mí, Pedro Díaz de Zuazola, Escribano público y real.

En Santiago, luego incontinenti, en el dicho día, mes y año dicho, el dicho fray Pedro de Salvatierra presentó por testigo a Gregorio Páez, morador en esta dicha ciudad, del cual fue recibido juramento por Dios y la cruz en forma de derecho, socargo del cual prometió decir verdad. Y siéndole mostrado un testamento cerrado, dijo que este testigo sabe que el capitán don Melchor Jufré del Águila es pasado de esta presente vida porque le ha visto muerto y amortajado en la cuadra de su casa; Y que vido que hizo y otorgó su testamento cerrado, que es el que le ha sido, que pasó ante Miguel de Miranda, Escribano público que fue de esta ciudad; y este testigo se halló al otorgamiento del dicho testamento; y el dicho escribano ante quien pasó el dicho testamento, fue legal y de confianza, y a los autos y demás escrituras que ante el susodicho han pasado, se les ha dado entera fe y crédito en juicio y fuera; y que esto que ha dicho y declarado es la verdad, socargo de su juramento, en que se afirmó y ratificó. Que es de edad de treinta y siete años, poco más o menos, y lo firmó juntamente con Su Md. -Don Fernando Bravo de Naveda.-Gregorio Páez.- Ante mí, Pedro Díaz de Zuazola, Escribano público y real.

Luego incontinenti, yo Pedro Díaz de Zuazola, escribano público del número de esta ciudad de Santiago de Chile, sus términos   —322→   y jurisdicción por el Rey N.S., en cumplimiento de lo proveído por Su Md. del dicho señor Corregidor, entré en la cuadra del capitán don Melchor Jufré del Águila, al cual vide muerto, al parecer, y amortajado con el hábito del glorioso Santo Domingo, en un ataúd encima de una mesa; y para que de ello conste, dí el presente en la ciudad de Santiago de Chile en doce días del mes de enero de mil seiscientos treinta y siete años. Testigos: el capitán Francisco Rodríguez de Ovalle, y el capitán don Agustín Briceño, y el alférez Domingo Juárez, presentes; y en fe de ello lo signé y firmé en testimonio de verdad. -Pedro Díaz de Zuazola, Escribano público y real.

Y luego incontinenti, en el dicho día, mes y año dichos, Su Md. del dicho señor Corregidor, de pedimento del muy reverendo padre maestro fray Pedro de Salvatierra, de la orden del señor Santo Domingo, mandó que se abra y que se publique el dicho testamento, el cual yo, el dicho escribano, vide que estaba cerrado, cosido y con dieciséis sellos sobre lacre sellado, sin sospecha alguna; y con un cuchillo corté los hilos, y le abrí, y publiqué, que dice así:




ArribaAbajoTestamento

In Dei Nomine. Amen.

Sepan cuantos esta carta de testamento y mi última voluntad vieren, como yo, el capitán don Melchor Jufré del Águila, vecino morador desta ciudad de Santiago del Reino de Chile, hijo legítimo de Cristóbal del Águila, caballero del hábito de Santiago y fiscal de los caballeros por el Rey, N.S., en su real Consejo de las Órdenes, que reside en su corte, y tesorero general de las medias annatas de las dichas órdenes, actuales hoy de la real casa; y de doña Juana Jufré, su legítima mujer;

Hallándome en todo mi entero juicio, cual plugo al Divino Señor dármele; y en entera salud del cuerpo; y en edad de sesenta y tres años, menos setenta y un días; estando de partida para ir a mis estancias de los Promocaes, en ocho de diciembre del año de 1631, temiéndome de la muerte, que es cosa natural y forzosa, y más contingente en los de la dicha edad; confesando,   —323→   como ante todas cosas confieso, que creo y tengo y confieso como católico y fiel cristiano todo lo que contienen todos los catorce artículos de la fe; y todo lo que tiene y cree la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, en cuya fe y creencia protesto querer vivir y morir; y protestando, como protesto, que si antes de mi muerte o estando cercano a ella o no, yo dijiere algunas palabras por deliración de calentura, o por otro accidente, que se puedan tomar en mal sentido contra esta dicha protestación, se entienda estoy fuera de mi juicio, y no ser dicho con entero entendimiento.

Y debajo de la dicha protestación, en que me afirmo y ratifico ahora y para siempre jamás, otorgo éste mi testamento en forma, escrito de mi mano, y que irá firmado de mi nombre, y suscrito de escribano real, público y del número de esta ciudad de Santiago, donde le escribo y otorgo.

En el cual primeramente mando mi alma a Dios, N.S., Padre, Hijo y Espíritu Santo, un sólo Dios verdadero, que la creó, y el dicho Hijo y Verbo Divino, Jesucristo N.S., la redimió por su sangre y pasión, cuya misericordia imploro para su salvación.

Y mando el cuerpo a la tierra, de que fue formado; y señalo por su sepultura la capilla que tengo en el convento del señor Santo Domingo de esta ciudad; y mando que si mi muerte fuere, lo que Dios no quiera, adelante de mi estancia de la Angostura; luego que muera, sea traído a la dicha mi estancia, en cuya capilla, en un ataúd de las mejores tablas que se pudiere hacer, sea depositado en la iglesia de la dicha capilla, donde el padre Francisco Gómez de Ruiseñada, cura de aquel distrito, o el que lo fuere, diga la misa de cuerpo presente, y el dicho día los más sacerdotes que ser pudiere; despachando a esta ciudad a la ligera para que se abra y vea este mi testamento; y los señores mis albaceas hagan decir en el día del entierro las más misas que ser puedan por mi ánima, repartidas en todos los conventos, y en los días del novenario y en el de las honras, hasta en cantidad de doscientas; dando la cuarta, que son cincuenta, a que las reparta el señor Obispo; las ciento, a todos los conventos de frailes; y las otras cincuenta, a los más pobres sacerdotes que se hallaren en la ciudad, repartiendo éstas al arbitrio de mis albaceas conformes de acuerdo, de manera que se digan, pudiendo   —324→   ser en los días desde la muerte hasta las honras del novenario.

Y si mi muerte, como a Dios lo suplico, fuere en esta ciudad, desde luego sea mi entierro en la dicha mi capilla, y se digan las dichas doscientas misas en el entierro y novenario y primeras honras, contándose en este número la de cuerpo presente y todas las de aquellos días.

Y pido y suplico a mis albaceas que en el fausto funeral se tenga la mayor moderación que ser puede, atento a que tengo deudas y censos e hijos que remediar, y no dejo dinero adinerado, y Dios admitirá mi voluntad por ofrenda; y así ni se convide el cabildo eclesiástico, ni de cada convento más de dos sacerdotes y clérigos. Los que se convidaren sean los más pobres, a quienes se les dé luego su limosna de sus misas y acompañamiento, como es uso y costumbre; y lo mismo se haga y no otra cosa en el cabo de año.

Ítem. Mando que dentro del año después de mi muerte, mis albaceas pongan una capellanía en la dicha mi capilla, de cantidad de cuatrocientos patacones de principal, por la renta de los cuales consientan se diga cada año, día del señor San José (cuya advocación tiene la dicha capilla) una misa cantada, que ofrendará siempre el patrón della; que se señalará perpetua en la dicha escritura de la capellanía de la manera que ha de suceder a mi hijo don Melchor del Águila Sarmiento, que es el que ahora lo ha de ser, y siempre sucederle quien por línea recta heredare y sucediere, faltando los demás sucesores de mis hijos, como en la dicha escritura se especificará. Y encargo a doña Mariana de Vega Sarmiento, mi legítima mujer y a todos mis hijos e hijas que, según el posible con que se hallaren en sus testamentos, siempre vayan aumentando esta capellanía, que yo, por las causas referidas, no la pongo ahora mayor.

Ítem. Mando a los padres de la Compañía de Jesús, de quienes he recibido siempre grandes y paternales beneficios espirituales, y sé y confío me dirán muchas misas (que en vida me las decían siempre) doscientos patacones en dos años pagados, y les pido perdón de tan corta manda, que me limitan las causas dichas tanto por ser tales.

Ítem. Declaro que yo fui casado, en haz y en faz de la Santa   —325→   Madre Iglesia, con doña Beatriz Galindo de Guzmán, mi primera mujer, hija legítima de don Diego Galindo de Guzmán y de doña María Jufré, hija primogénita del general Juan Jufré y de doña Constanza de Meneses, su legítima mujer. De cuyo matrimonio tuve una hija llamada doña Ana Jufré, que murió niña, y un hijo llamado don Cristóbal del Águila, que envié a España a herencias, así mías como de la dicha doña Beatriz de Guzmán, su madre. Y aunque a la partida le hicimos contratos que constan por las escrituras de sus convenios, y nos dimos poderes generales, he tenido cartas suyas en que se queja de no haber entrado en la posesión del vínculo de Arévalo, que me dejó mi señora doña María Jufré, mi tía, por una cláusula que la susodicha hizo por vía de codicilo, en que mandó que, mientras yo fuese o mis hijos, gozasen el dicho vínculo los hijos de mi hermano don Juan; y aunque me dice que de la demás hacienda que me dejó la dicha mi tía en poder de mi tía doña Beatriz Jufré, que en carta suya (que se hallará en mis papeles) confiesa le dejó la dicha mi tía doña Beatriz en Ávila, estando casada con un caballero llamado Vela Núñez, que todas aquellas peseas y alhajas eran mías, y dice que después no se las dejó; digo que se debe saber como esto fue, y por qué no las sacó por pleito; y si se perdieron por su omisión y culpa. Y asimismo mi sobrino don Alonso me escribió que el vínculo le ofreció que mientras yo vivía, le partiesen; y no vino en ello, de que resultó no gozarle hasta que yo me muera, según dice que podría pasar de otra manera. Y aunque las casas de mi abuelo y otra herencia que le renuncié, de mi tío Alonso Blazques, que tenía en la villa de Fontiveros, dice que no fue nada, no sé lo que en esto hay, y se debe saber para que en conciencia haya cada uno lo que fuere suyo, Y demás de esto, cuando se partió, llevó a lo que me quiero acordar, de mi hacienda, que entonces era bien poca, como mil pesos de oro, salvo error de cuenta, que se puede averiguar por papeles antiguos; y más un mil patacones que mi señora doña Catalina de Vega y Salazar, mi suegra y suya, le dio para el camino, remitiéndole lo que le había dado del dote que le prometió, además de todo lo cual yo le envié seiscientos ducados de libranza por poder de don Alonso del Pozo y Silva, que se los debía al doctor Bernardo del Pozo, el mayorazgo   —326→   de los Gálvez, y eran de capellanía, y se los trasgredió122 a su hermano el canciller; y aunque yo no ofrecí de pagar más de los doscientos adelantados, y que los demás, si él no me enviase algo de lo procedido, como no lo envió, los pagase el dicho mi hijo, porque me significa pobreza, y porque no le molesten con esta cobranza, yo se los he ido pagando a él todos, y tengo ya pagado más de la mitad, como se verá en mi libro; y sin eso tomó otros no sé si cuatrocientos ducados del padre fray Martín de Pérez. Hago testigo a Dios que no supe ni entendí ni di para ello consentimiento, aunque él dio a entender que sí y de ello me resultó harto daño, por lo cual no los he querido a él pagar. Y aunque de la cobranza que me dejó, para que cobrase del pleito grande de los bienes del general Juan Jufré y doña Constanza de Meneses, no he podido cobrar un real, ni acabarle, por haber tomado, contra justicia, razón y derecho y cargo de su conciencia, el señor Fiscal el proceso más ha de dos años, y no habérselo podido yo sacar, aunque se le ha mandado por la Audiencia diversas veces, que no ha querido obedecer; y así tengo gastado en este pleito más de trescientos o cuatrocientos patacones, a lo que pienso, en letrado, procurador, costas, etc., y no he sacado cosa de él; con todo eso, por descargo de mi conciencia, digo que le dejo su derecho a salvo para que, por justicia, se vea si de mi hacienda se le debe algo, que dudo por todo lo referido; y que si entendiera eran cien pesos, le mandará dar doblados, o de la cantidad que fuera. Pero por haberme yo casado segunda vez tan pobre y con tan poca hacienda, y lo que tenía haber sido el dicho valor de los indios y estancias o poco más, y estos todos ser bienes castrenses, y de ellos haber llevado la parte que he dicho llevó y hallo ha gozado, no juzgo que de lo de acá le toca parte alguna; y así por no quitarlo a los hijos del segundo matrimonio, no lo declaro. Sólo digo y mando que, acabado el dicho pleito, de lo que se cobrare de él, se quiten y paguen las costas que se debieren al secretario Bartolomé Maldonado, descontando lo que se hallará en un libro de cuentas mío le he dado, y dando más al capitán Pedro Sigura, cincuenta patacones; y a Andrés de Barahona, treinta; siguiendo la dicha causa como han quedado conmigo hasta la cobranza; y de lo demás, quitando seiscientos patacones de lo que yo he gastado,   —327→   y a contar lo que pagué a Alonso del Pozo, lo demás se le remita a su cuenta y riesgo, con persona segura; que entiendo que serán cerca de dos mil patacones.

Y asimismo le dejo heredero absoluto de lo que resultase de los libros que le he enviado y de su impresión, siempre encargándole, como le encargo, que siempre envíe acá algunos cuerpos, para la honra mía y gloria de Dios principalmente, y honor de sus hermanos, a quienes favorecen, y a sus sucesores. Será obra de cristiano y caballero.

Y advierto que éste mi testamento se saque luego que yo muera y se le envíe por duplicado, para que goce del vínculo luego desde el día de mi muerte, de la cual ha de llevar testimonio.

Y deben estar advertidos los demás mis herederos de guardar este mi testamento, y procurar saber ahora y en años adelante de si vive o muere su hermano, y qué hijos deja, porque si bien el vínculo de los Guzmanes, que heredó de su madre, correrá por sus deudos si faltasen sus sucesores; este vínculo mío, si muriese sin ellos, o sus hijos sin tenerlos, siempre le heredarán Melchorico y los suyos; Catalinica y los suyos, o Mariquita y los suyos, o Anita y los suyos. Y en esto de vínculos, como es cosa tan durable, se pierden muchas herencias por descuidarse de ellas, para lo cual convendrá siempre guardar este mi testamento que tanto lo aclara todo; con que descargo mi conciencia.

Ítem. Declaro que después de haber estado como doce años poco más o menos viudo, después de muerta doña Mariana Jufré123 mi primera mujer, madre del dicho don Cristóbal, se publicaron por hijas mías y de Isabel Quijada, mujer soltera, dos muchachas, la una llamada doña Jerónima, que nació en vida de la dicha doña Beatriz de Guzmán, y así a ésta no la he dado nada por no ser natural; y aunque la dí para su compañía a la señora doña María de Aguirre, que me prometió remediarla, no lo ha hecho; ni yo, aunque lo he deseado y deseo, he podido. Declárola por mi hija, y encargo a todos mis albaceas, principalmente   —328→   a doña Mariana de Vega Sarmiento, mi mujer, procuren su remedio, y a sus hermanos la ayuden voluntariamente con lo que pudieren y para este efecto la favorezcan como a hermana. La otra se llama doña Juana Jufré de la Palma; casela con Juan González Moreno, mercader; dila lo que parece por la carta de dote que está en mis papeles. Declarola por mi hija natural. Encargo a sus hermanos ayudarla en lo que pudieren. Otra moza se publicó por mi hija, y habiéndose casado con un sargento Pardo, enviudó, y trata de casarse con Juan de Amaro, sastre; y por haberse criado en mi casa, le dí trescientos patacones que heredó de sus bienes un niño que le quedó de Pardo, que vive; halos malbaratado el dicho Juan de Amaro. Declaro que no era mi hija. Otro muchacho mestizo llamado Lázaro, que llevó a España don Cristóbal, mi hijo, declarolo por mi hijo. Otro, que hoy vive y está en Chile, llamado Francisco del Águila, se ha tenido siempre por hijo mío, y por las malas obras que me ha hecho, he sospechado no lo es. Déjole en su buena fama. Otra moza, dicen, anda en el ejército, que publica es hija mía, no lo es, ni es posible, a lo que en todo mi saber y entender abarco.

Ítem. Declaro que habrá veintitrés años, poco más o menos, casé en la ciudad de la Concepción con doña Mariana de Vega Sarmiento, de segundo matrimonio, hija legítima del capitán Román de Vega, vecino de aquella ciudad, difunto, y de doña Catalina de Zalazar, que entonces vivía y ahora es muerta; con la cual se me dio en dote lo que aparecerá por su carta por mi otorgada entonces; en que por descargo de mi conciencia, y para no perjudicar derecho alguno, que no es mi voluntad sino seguir justicia, declaro que algunas cosas de las del dicho dote, se las había yo llevado y dado, como un capotillo de terciopelo negro de Castilla, bordado de canutillo de oro y vueltas de tela de oro; y un escritorio, y algunas otras cosas que valían más de seiscientos patacones; y sobre esto la prometí dos mil patacones de arras, que no cabían en la parte jurídica de mi hacienda, ni con la mitad menos; y más, una chacra que allí se dice me dieron en Talcahuano, no la recibí, ni bastan los papeles de ella; y está tasada en más de mil patacones. Así que para hacer las particiones, así del dote como de los gananciales, se ha de   —329→   quitar esto del dote, según cristiandad y buena cuenta, para acertar.

Ítem. Declaro que en el tiempo que me casé, fuera de los yanaconas, que eran mi principal caudal, y la estancia de la Angostura, en que no había viña, ni casa, ni tenería, ni nada edificado; en negros, ganado, alhajas, plata y otras cosas, valdría mi hacienda, a mi parecer, como seis mil patacones poco más o menos; y esto es, valame a lo que me puedo acordar, que no puede ser puntual. Y lo más había resultado de la cobranza que hice del general don Luis, de la escritura que sus padres debían de dote a su madre de don Cristóbal, que es de lo que hizo donación y dejación a la partida por la de España, si es bien verdad que existía ésta en pie respecto de los yanaconas que lo beneficiaban, que eran míos como hasta hoy son, y de la estancia que es buena, y todo el aumento hasta hoy ha procedido por bienes gananciales de lo mismo.

Y viniendo a hacer balance hoy y numeración de lo que dejo por mis bienes, lo siguiente:

Primeramente. Estas casas de mi morada que, según el aprecio común de las posesiones, me parece que valdrán hoy siete mil patacones, porque tienen en poco sitio mucho edificado, y muy costoso lo más de ello, como las puertas de la calle y el cuarto principal, reja, y entablado todo, que ha costado mucho. ........................ 7000
Ítem. La estancia de la Angostura con la viña, molino, tenería, casa, y todo lo plantado, con una legua y más de largo que, según sienten muchos, y a mí me parece por otras ventas que he visto, vale más de ocho mil patacones, otros dicen diez. ........................ 8000
Ítem. Otra estancia que tengo allí cerca, que tuve vendida a doña Bernardina de Castañeda, que aunque es poca tierra, había ya quien diese seiscientos pesos por ella. ........................ 600
Ítem. La estancia de Fontiveros con la casa de teja e iglesia, con todos sus adherentes, capilla, ornamentos, dos carretas, bueyes seis, reja, azadones, hachas y otras herramientas suyas, y lo plantado, que vale   —330→   más de tres mil patacones, desde la punta de Román y Fontiveros, el viejo, y la raya adentro de un cerco. ........................ 3000
Ítem. Otras tierras que tengo y estancia de más de legua y media de largo, aunque de poco ancho, pero toda buena tierra de engorda en el Hato Grande de las Vacas, desde él hasta la punta de Nancagua; vale mil y quinientos patacones sólo el suelo, es lo más de regadío, aunque no está sacada acequia ........................ 1500
Ítem. Tengo otros muchos pedazos de tierras de demasías entre el río de Tinguiririca y el río Claro de Malloa: así en el contorno de Reguelemo; como en la Isla que está junto a la estancia vieja de don Juan de Zúñiga, como en otras partes hacia Taguatagua y Malloa; y abajo hacia las Puntas; como otro pedazo junto a la estancia de los Toledos, junto al estero de Codegua; como hacía el Parral; como junto a la estancia que vendí junto a Teno a Juan Martín; como junto a Lontué, entre los dos esteros; y la antigua de don Diego de Guzmán, como se ve por mis papeles y títulos que dejo; y aunque pueden valer mucho más, las avalo124 en sólo novecientos patacones por estar en confuso y proindiviso, con que son ........................ 900
Mas. Dejo por mis bienes dieciséis esclavos que son los siguientes: primeramente un negro ladino llamado Jacinto, casado con una india de casa, libre, que tiene dos mulatillas, una de diez y otra de ocho años, que por esta circunstancia, y ser de razón, que puede ser mayordomo de una hacienda, vale seiscientos patacones y más ........................ 600
Ítem. Otro negro, Sebastián, que es albañil y carretero, que acabado de comprar sin saber estos oficios, me daba el capitán don Francisco Venegas por él, seiscientos; vale setecientos patacones ........................ 700
Ítem. Otro negro ladino, zapatero y carretero, mozo, casado con una muy buena negra, ladina, llamada María, muy buen servicio; valen entre ambos muy bien mil y doscientos patacones ........................ 1200
Ítem. Otro negro carretero, ladino, casado con una   —331→   negra, moza, cocinera, y paridera, que tienen un hijo de casi dos años, y ella está preñada; valen muy bien un mil y doscientos patacones las tres piezas ........................ 1200
Ítem. Otro mozo, negro, carretero, medio ladino, fuerte, soltero, vale muy bien quinientos patacones ........................ 500
Ítem. Otro negro, Frasquillo, que compré en almoneda de un mercader, es ladino, de casta de los Ríos; costome como en ello se ve, de contado, cuatrocientos y cuarenta, póngolo en cuatrocientos y cincuenta patacones ........................ 450
Ítem. Otro negro, muchacho de dieciocho años, paje mío, llamado Jorjillo, ladino, en otro tanto ........................ 450
Ítem. Una negra ladina, el servicio de toda la casa, llamada Mariquilla Ladina, despensera, la cual tiene un mulatillo de como cinco años, llamado Juanillo, el cual dejo y quiero que desde hoy sea libre, por causas que me mueven, con que sea obligado a servir a doña Mariana de Vega Sarmiento, mi legítima mujer, hasta que tenga edad de veinticinco años, y después goce de libertad entera, pudiéndose ir donde quisiere; y encargo a la susodicha le haga enseñar a leer y escribir para que sea mayordomo de las carretas que van a la mar125; o si tuviese más capacidad, de una estancia; y a su madre y éste su servicio, taso en quinientos patacones ........................ 500
Ítem. Otra negra, llamada Polonia, ladina, y tiene un mulatillo también llamado Juanillo, medio tuerto de un ojo, vale con su hijo quinientos y cincuenta patacones ........................ 550
Ítem. Otra negra, Analora, ladina y costurera, y labrandera, que vale muy bien seiscientos patacones ........................ 600
Ítem. Otra negra que ahora está en la estancia sirviendo la casa, que costó y vale cuatrocientos y cincuenta ........................ 450
Hay en la dicha estancia otro negro muy viejo llamado   —332→   Antonagor; doile libertad desde hoy porque muera contento, y se lo diré así en yendo a la estancia; y si se quiere venir, le daré libertad, y así no saco aquí nada por su valor; y si allí estuviere, mandaré le den de comer y vestir toda su vida.
Ítem. Dejo por mis bienes un mil vacas, antes más que menos, que tengo en los dos hatos de Tinguiririca, que están mansas y corraleras, chicas y grandes, machos y hembras, que valen, a 20 reales, dos mil y quinientos patacones ........................ 2500
Y declaro por mis bienes como un mil y quinientas cabezas de cabrío que tengo hoy, sin las compradas en las deudas que me deben diferentes personas; es chico, poco, y macho como el tercio, y las demás de vientre; valdrán un mil y seiscientos patacones ........................ 1600
Ítem. Declaro por mis bienes como tres mil cabezas de ovejuno que tengo, en la Angostura como mil doscientas, y en Fontiveros como mil ochocientas; de las cuales tengo dadas este agosto que viene, cuatrocientas a Francisco de Toledo Arbildo, con más trescientas crías de marzo adelante, que las tengo suyas en arrendamiento, y se cumple entonces. De manera que hoy son mías dos mil seiscientas, poco más o menos, en que entran en este número las crías de este año, que serán como setecientas, a macho y hembra; y hago valdrá este ganado como un mil y cien patacones ........................ 1100
Ítem. Declaro por mis bienes como cincuenta bueyes que he de tener entre ambas estancias, aunque faltan cuatro o cinco que a veces parecen, a veces no; tásolos en cuatrocientos ........................ 400
Ítem. Tengo esta noche rodaderas y aderezadas once carretas, en que hay nuevas cuatro; valdrán como cuatrocientos patacones con sus yugos ........................ 400
Ítem. Declaro hay en la Angostura unas yeguas que andan medio perdidas y con poco cuidado vienen al corral; que éstas y una mula de doña Mariana, buena,   —333→   y unos caballos de poco valor que tengo, todo hago valdrá ciento y cincuenta patacones ........................ 150
Ítem. Declaro que tengo en la Angostura un fondo que vale ciento cincuenta patacones, y en azadones, hachas, herramientas y otros muebles de herramientas (que la vasija entra toda en la bodega) hago valdrá esto todo trescientos pesos, con las herramientas de tenería y cosas olvidadas ........................ 300
Ítem. Tengo en la Angostura, y declaro por mis bienes, un ornamento, y frontal de la iglesia, imágenes; que todo entero vale más de ciento y cincuenta patacones ........................ 150
Ítem. Tengo allí como cincuenta pataguas y alguna madera poca, y aquí en casa otra poca; con lo que ahora traen, valdré en todo ciento y cincuenta patacones ........................ 150
Ítem. Tengo y declaro por mis bienes como ciento cincuenta botijas de vino que hay en ser en la bodega de la Angostura, que valen trescientos patacones ........................ 300
Ítem. Tengo y declaro por mis bienes más de seiscientos patacones que me deben buenas ditas en el campo, a pagar ahora ........................ 600
Ítem. Declaro por mis bienes como un mil patacones de ropa de Castilla que tengo aquí y en los Promocaes, en una tienda que allí tengo, y dejé en ellas encerradas algunas cosas ........................ 1000
Ítem. Declaro por mis bienes la dicha tienda, que vale doscientos pesos; pongo ........................ 100
Ítem. Declaro por mis bienes dos pares de tapiales, uno aquí en poder del alguacil mayor, a quien lo presté; y otro bueno en Fontiveros, con sus recaudos, que valdrán cincuenta patacones ........................ 50
Ítem. Declaro por mis bienes cien botijas y más para grasa, que ahora llevo; y más de sesenta de vino que hay aquí y hay en Fontiveros; y como setenta badanas, y unos cueros de zuelas (pienso son doce) enteros, que tiene míos Pedro Vázquez en el Puerto126 y otros   —334→   en la estancia; que todo esto valdrá ciento y cincuenta patacones poco más o menos ........................ 150
Ítem. Declaro por mis bienes como ciento y treinta marcos de plata dorada y llana que tendré en casa, poco más o menos en toda la que hay, que porque no pude ahora verla en particular, podría ser mucho más; y me parece valdrán un mil patacones ........................ 1000
Ítem. Declaro en joyas de oro, en una cadena que tiene doscientos y ocho pesos de oro, y en un rosario engastado en oro, y otras joyas de oro de doña Mariana y las niñas, fuera de sortijas, más de un mil patacones ........................ 1000
Ítem. Declaro tengo una sortija que vale a la tasa de un buen platero, más de trescientos patacones; y otra de un diamante y un rubí, empeñada de doña Florencia, en doce patacones; y otras tiene doña Mariana, como seis o siete, valdrán todas las dichas ........................ 300
Ítem. Declaro por mis bienes como doscientos patacones en plata, con que al presente me hallo, poco más; con cincuenta que tiene el mayordomo de la Angostura, que ha hecho allí del vino ........................ 200
Declaro por mis bienes una tapicería medio vieja que está de ordinario colgada en mi cuadra, y tres paños más, que me costaron todos doscientos patacones, pongo ciento y cincuenta ........................ 150
Ítem. Declaro por mis bienes una cuja y cama de bronce neto, con goteras de terciopelo, que costó doscientos cincuenta patacones; pongo valdrá hoy con su sobrecama y otra colcha de seda que compré, ciento cincuenta ........................ 150
Ítem. Declaro por mis bienes cinco láminas y un Cristo de bronce, y otra de San Juan, de bronce, sin otra del padre Villoldo, guarnecida de plata; y declaro que el dicho padre don Felipe, tiene empeñadas en mi poder tres prendas y esta lámina, en   —335→   patacones; un platoncillo en diecinueve, una sortija en ocho. Mando que si yo muriere sin que las saque, se le den por otras tantas misas las sortija y lámina, que son diecinueve; y desempeñe la fuentecilla en los otros diecinueve; y las mías dichas y Cristo, taso en setenta patacones ........................ 70
Ítem. Declaro por mis bienes los aderezos de cocina, cuatro peroles, sartenes, y ollas de cobre, y bacías grandes, y muchas bateas redondas y artesas de Chiloé, y demás. Aquesto valdrá más de ciento y cincuenta patacones largos ........................ 150
Ítem. Declaro por mis bienes unos morillos de bronce que me costaron ciento doce patacones; valen más de ciento cincuenta; pongo cien ........................ 100
Ítem. Declaro por mis bienes algunas deudas que me deben en esta ciudad: como el Cabildo, de las varas, noventa y cinco patacones; doña Aldonza, cuarenta y tres, sus bienes, don Francisco de Gaete, sobre prendas dos, una basquiña y un cojín de terciopelo, cincuenta; y otras menores; Alonso del Pozo, treinta; que todas se hallarán en mi libro de fojas coloradas mediano, a fojas de él 26; que todas montarán más de doscientos patacones ........................ 200
Ítem. Declaro por mis bienes una alfombra de estrado nueva, que costó trescientos patacones; y cuatro cojines que costaron setenta. Pongo por esto quinientos patacones ........................ 500
Ítem. Otra alfombra fina, mediana, de iglesia; y otros cojines, dos razonables; alfombras de casa, hechas; sobrecamas dos, hechas en casa; y otras cosas de este género; que valen más de doscientos pesos ........................ 200
Ítem. Declaro por bienes de esta hacienda todos los vestidos de doña Mariana, que valen más de mil y doscientos patacones, sacando el que usa, fino; los demás todos pongo en mil; valen mucho más ........................ 1000
Ítem. Todos los vestidos antiguos y modernos de las cajas, así de las niñas como míos, aunque en los míos no hay cosa de consideración; todo, cuando se   —336→   inventaríe, se verá vale más de ochocientos patacones ........................ 800
Ítem. Declaro por mis bienes todos los cuadros e imágenes y lienzos de los Apóstoles y cuadros se Santos, que inventariados y avaluados se hallará valen más de trescientos patacones ........................ 300
Ítem. Declaro por mis bienes todas las sillas, mesas y bufetes, bancos y escaños de aquí y de la estancia, y mesa de trucos, y otras cuatro cujas, que valen más de doscientos patacones largos ........................ 200
Ítem. Declaro por mis bienes una silla de camino mía, jerónima; otra de montar borrenés; otra jineta con tres jaeces, uno negro, otro carmesí, otro de monte; que avaluado todo valdrá doscientos patacones, con frenos, espuelas y todos sus adherentes ........................ 200
Ítem. Declaro por mis bienes dos escritorios buenos, uno mío y otro de doña Mariana, sin otro escritorillo mío de camino, y todas las cajas y cofres y baúles de casa; que inventariado esto y tasado vale más de trescientos patacones largos ........................ 300
Ítem. Declaro por mis bienes una lanza y adarga, una estoquera buena de macho y hembra, y cuatro arcabuces, en que entra una escopeta larga buena, y otra corta de rastrillo; que todo vale más de trescientos patacones ........................ 300
Ítem. Declaro por mis bienes dos romanas, y otras hachas y azadones siete que aquí hay, y dos rejas de cubo, sin las de las estancias, que con herramientas del albañil y menudencias de casa, como prisiones de negros, valdrá esto más de cien patacones ........................ 100
Ítem. Declaro por mis bienes dos toldos, uno de jerga, nuevo, y otro de algodón, viejo; un pabellón de algodón, bueno; uno de seda, razonable; otro de lana, razonable; y otro viejo; que todos valdrán ciento y cincuenta patacones ........................ 150
Ítem. Declaro por mis bienes cinco o seis tinajas breadas, de vino, vacías, que hay en casa; y como diez piedras de sal que hay en las despensa, y menudencias   —337→   que se olvidan, que inventariadas valdrán más de doscientos patacones ........................ 200
Ítem. Declaro por mis bienes como ochenta cuerpos de libros que tengo en la alacena y prestados y en la estancia de Bedoya en la tienda; y tres más de los míos que tengo en casa de Andrés de Góngora; paréceme valdrán todos como ciento y cincuenta patacones ........................ 150
Ítem. Declaro por mis bienes lo que me debe el pleito grande don Cristóbal, y, como he declarado, he de cobrar de lo que se sacare, seiscientos patacones ........................ 600
Ítem. Declaro por mis bienes dos molinos de pangue, uno en la Angostura, bueno; otro en Tinguiririca, ruin; valen ciento y cincuenta patacones y más ........................ 150
Ítem. Me ha costado la capilla de Santo Domingo, suelo, edificio, retablo, cuadros y lámparas, más de dos mil patacones, y tengo pagado al que para los artesones. Mando se haga y se renueve el enlucido y encalado ahora lo más presto que ser pueda ........................ 2000
46020

De manera que esto es lo que se me acuerda, y si algo se me ha olvidado, encargo a los señores mis albaceas que lo inventaríen también.

Esto hasta aquí suma y monta como se ve en la plana pasada, cuarenta y seis mil y veinte patacones, que dejo por mis bienes.

Y aunque esto había declarado antes, y va aquí por haberse olvidado en su lugar, declaro que de este segundo matrimonio, hemos tenido y procreado muchos hijos e hijas, la dicha doña Mariana de Vega Sarmiento y yo, en veintitrés años que hasta hoy hemos sido casados; los cuales, aunque han muértose dos, los declaro por nuestros hijos legítimos; y principalmente a los que son vivos, que son: el varón don Melchor del Águila Sarmiento, de edad de diecisiete años, poco más o menos, a quien   —338→   declaro por mi hijo legítimo, y primer heredero sucesor del feudo de los indios yanaconas que tengo127.

Y a doña Catalina del Águila y Salazar, mi hija mayor, que es de edad de dieciocho años, poco más, a quien dejo mejorada en tercio y quinto; digo en el tercio de mi parte, y en el remanente del quinto si muriere yo sin casarla; pero si la casare antes de morirme, se entienda haber cumplido con su mejora en el dote que la diere y con toda su porción y legítima. Y esta mejora la hago porque Melchorico queda con lo mejor, pues le quedan los indios. A Mariquita la muestran más amor sus tíos; y ésta (doña Catalina) por ser la mayor, y de tanta virtud, ha menester ser ayudada por no ser tan hermosa, y así la declaro por mi hija legítima, y como a tal, por mi heredera en la parte de su legítima, y más en el tercio de mejora de mi parte y toda mi hacienda, y en el remanente del quinto de mi alma.

Y a doña María Jufré, mi hija, declaro por tal mi heredera en su parte.

Y a doña Ana de Vega Sarmiento declaro por mi hija legítima y última heredera en su parte.

Y porque no hay herencia hasta pagar todas las deudas y censos que están impuestos sobre estas haciendas;

Primeramente declaro que los indios tienen sobre estas casas mil pesos de oro a censo, de los cuales han corrido desde que se impuso, novecientos poco más, y yo he pagado, como se ve en las cartas de pago de ello, más de ochocientos y sesenta, de   —339→   suerte que hasta este septiembre pasado, sólo debo de corridos cuarenta y cuatro patacones y medio.

Al Convento de Nuestra Señora de las Mercedes debo de censo principal un mil y doscientos patacones y de corridos sólo de este octubre pasado acá de este año, porque pago cada año día dado.

Ítem. Debo a los frailes de San Francisco como cuatrocientos y cuarenta o treinta patacones; y de corridos me ajusté por noviembre de este año y pagué en casa de Andrés de Garai, como se verá en su libro.

Al Convento de las señoras monjas de San Agustín, debo de principal de censo cuatrocientos patacones que cumplen año de los corridos ahora por Navidad, y monta veinte patacones que les pagaré en dos aras que me piden, de cuatro que tengo sobradas, consagradas, y las dejo en poder del alférez Juárez para vender y para esto.

De manera que todos los principales de censos que tengo sobre mis haciendas son tres mil y ochocientos y cuarenta, y debo de corridos como noventa, que hacen ........................ $3900
Al señor Obispo de préstamo que me hizo en plata, debo más ha de un año un mil patacones; si yo no se los pagare antes que muera, mando se paguen de lo mejor y más bien parado de mis bienes ........................ 1000
Después de ésta, la mayor deuda que tengo es al capitán Andrés de Garai, de ropa que ogaño he sacado de su tienda, con contrato que me ha de tomar toda mi matanza de sebo y cordobanes, a como valiere todo; y pagándose de lo que le debiere, me ha de dar lo demás en plata para hacer otros pagos, como la dita del señor Obispo; paréceme le deberé hasta esta mi partida como novecientos patacones poco más o menos, en que entran setenta y tantos en que me alcanzó de la cuenta del año pasado. En todo me remito a su libro y quiero sea creído por él, que vendrá in duda con éste ........................ 900
Más. Debo al alférez Andrés de Góngora como doscientos patacones, poco más, que da la cuenta firmada de mí, cerca de la postrer partida, que después   —340→   sólo está una resma de papel y un candadillo; y él tiene tres libros de los míos a vender y uno que llevó el comisario, que le ha de pagar si es justo; y me debe cuatro varas costaneras que valían un peso ........................ 200
Ítem. Debo al capitán Zavala de un cintillo, cien patacones, que le compré para Melchorico, y de ciento treinta que libré por su crédito al Provisor en la tienda que vendió, y de otras partidillas; todo como doscientos y sesenta, poco más o menos ........................ 260
Ítem. Debo a Blas Pinto de Escobar como ciento cincuenta patacones o poco más, como parecerá por su cuenta, a que me remito, en que trató el Canciller se me había de dar ruán a diez reales ........................ 150
Ítem. Debo al capitán Gonzalo Ferreira en el resumen de la cuenta de Quezada, ciento y treinta y dos patacones ........................ 132
Ítem. Debo al capitán Miguel de Oñate de resto como cuarenta; tengo dos o tres recibos suyos para el descuento de setenta que le debía ........................ 40
6582

Así es que suman estas deudas y censos, como se ve en la plana pasada, seis mil y quinientos y ochenta y dos patacones; pero porque en los bienes que declaro se me han olvidado muchas cosas; que iré añadiendo aquí, vuelvo a poner aquí que montarán cuarenta y seis mil y veinte patacones.

Ítem. Declaro por mis bienes todas las cosas y curiosidades que tiene hechas doña Catalina, mi hija, para su dote y ajuar, que las he yo costeado de lienzo ruán de cofre y otro ruán e hilo, y valen con la hechura más de trescientos patacones ........................ 300
Ítem. Declaro por mis bienes toda la ropa blanca de mi casa, mía y de mis hijos, y ropa de camas y de mesa, que valen más de doscientos patacones, como se verá inventariada ........................ 200
Ítem. Declaro por mis bienes tres o cuatro cintillos de oro que tiene Melchorico, que uno sólo costó cien patacones; y sus vestidos y preseguelas; que todo vale como trescientos patacones ........................ 300
Ítem. Declaro por mis bienes dos sillones de mujer y unos guadamecíes, que se olvidaron en la despensa; valen ........................ 100
Ítem. Declaro el dicho capotillo bordado del dote, en ........................ 150
Ítem. Declaro por mis bienes dos espejos dorados y una silla de mano, que se olvidaron, y sobremesas; valen cien patacones ........................ 100
Ítem. Declaro por mis bienes dos espadas, una dorada, buena, y otra negra, de mi cinto, cuya hoja es buenísima; y pongo y taso por ellas ciento cincuenta patacones, que la dorada costó cien ........................ 150
47320

Que todo esto junto con lo demás, suma y monta cuarenta y siete mil y trescientos y veinte patacones.

Y porque quiero acabar este testamento, y se deben de haber olvidado otras muchas cosillas que después se pueden acordar, digo: que las que se me acordaren después de cerrado, iré poniendo por cuenta aparte en el dicho libro mío, mediano, de fojas coloradas, de cuentas, a fojas de él 23, donde vistas, se añadirán al inventario si fueren cosas de valor.

Y para cumplir este mi testamento como en él se contiene, declaro y nombro por mis albaceas a doña Mariana de Vega Sarmiento, mi legítima mujer; y al muy reverendo padre maestro fray Pedro de Salvatierra; y al señor doctor Jerónimo de Salvatierra, provisor y vicario general de este Obispado; y al señor arcediano don Francisco de Vega Sarmiento, mi cuñado; y al señor capitán don Miguel de Quiroz, asimismo mi hermano, a quienes suplico lo acepten y encaminen el mejor acierto en todo su efecto, como más convenga al descargo de mi conciencia. Y me parece que no se haga almoneda, salvo de algunas cosas que les parecieren no necesarias, y serlo para hacer algún dinero para las pagas y funeral; que es mi voluntad que juntos tres   —342→   de sus mercedes, entrando siempre en los tres la dicha doña Mariana, amplíen este mi testamento en lo que pareciere haberse olvidado y convenir, y cumplan las mandas que aquí irán declaradas del quinto.

Primeramente. Mando que a cada indio de los que me han servido, se le dé y pague una pieza de ropa de la tierra; y a las mujeres, una manta de mujer; y a las chinas de seis años arriba, una chiquita; y a los güeñecillos de seis años arriba, una camiseta; y a cada indio una fanega de trigo; y que a los cuatro oficiales, Juan Gueolú, y Juan Colí, y Poconar, y Julián, se les den a dos fanegas; y se les pida por amor de Dios me perdonen lo más que les debiere, que no me atrevo a juzgar lo que es.

Ítem. A mis cuatro hijos, por regalo y memoria mía, les mando: a Melchorico, el anillo anular que yo traía del jacinto; y a Catalinica, el retrato del Santo Solano que yo traía conmigo, con sus reliquias y bolsa; y a Mariquita, el relicario de ébano que yo traía conmigo; y a Anita, un niño Jesús, que asimismo yo traía; y a doña Mariana de Vega, mi mujer, mando el rosario en que yo rezaba, que es la presea de más estima que dejo, porque sé cierto que fue bendito en manos del Santo Pio V., por su mesma santidad, quien concedía a todas sus cuentas, excepto los paternostes, que no son de este rosario, todas las indulgencias concedidas a las cuentas de la Emperatriz, que son infinitas; y los paternostes están en el rosario de oro que traerá por mi memoria la dicha doña Mariana, mi mujer, mientras viviere, siendo servida, al cuello.

Ítem. Mando a Bartola, moza de casa, por lo que ha servido, de más de lo que se le ha dado, un vestido al arbitrio de doña Mariana, mi mujer.

Ítem. Declaro que dejo en poder de mi hijo don Melchor, tres libros de mano, encuadernados en pergamino dorado, que son los que hacen enteramente todo el libro que compuse del Coloquio sentencioso de provecho y gusto. Mándole que de ninguna manera los preste a nadie sin licencia y mandato de su madre, y ese sea uno, y cobrado aquel, otro; y no dos diferentes ni juntos a una ni a diferentes personas.

Y que otro cuerpo entero que dejo del mesmo, de letra de Barahona, se envíe a España a mi hijo don Cristóbal del Águila   —343→   Guzmán, en sabiendo por carta suya si recibió uno, el que llevó el padre fray Juan de Aranjuez; y aunque diga le recibió, se le envíe éste encuadernado en un tomo; o si dijere o se supiere se perdió.

Y si habiéndolo enviado el que yo envié y éste, se supiere se perdieron, o que han pasado seis años sin haberse impreso, le queda postrero a mi hijo don Melchor, y la facultad y poder de poderle imprimir, revocando, como revoco, la dada al dicho don Cristóbal del Águila, mi hijo, por su omisión. Y lo mesmo digo del libro que de él saqué, e imprimí en Lima. Y lo mesmo digo del libro pequeño que ahora compuse e intitulé: Cotejo Racional, que envío ahora con el secretario Sebastián de Silva al dicho mi hijo don Cristóbal, que si se perdiere, se le envíe otro traslado; pero que si primero le quisiere imprimir en Lima mi hijo don Melchor, el que primero lo imprimiere sea señor de él para siempre. Y de todos mis papeles de curiosidades, hago manda al dicho don Melchor, mi hijo.

Ítem. Revoco todos los otros testamentos hasta aquí hechos antes de éste, y quiero que éste sólo valga y los demás no.

Ítem. Declaro que yo ha cuatro años y casi ocho meses que he sido tutor de los menores de Baltasar Calderón, difunto, de que tengo librada cuenta y razón, debe y ha de haber, en mi escritorio, por el cual como en él se ve hoy día, alcanzo en dinero a los dichos menores, por haber pagado al capellán, que es el señor doctor Jerónimo de Salvatierra, más de seiscientos patacones de su capellanía, y a otras personas lo que allí se ve; y esto es no habiendo cobrado, como no he cobrado, un real ni más de la estancia de Peucudame, que aunque se ha publicado haberme pagado el capitán Fuenzalida, hasta ahora no me ha hecho dicho la dicha paga el (roto); ni tampoco les he hecho cargo de la décima de casi dos mil patacones que le he beneficiado. Mando que de toda la dicha cantidad, si yo muriere sin dar estas cuentas, no se les haga cargo, sino de la media décima, que es la veintiuna parte, que es bien merecida, por lo que he trabajado en su administración más que en mis cosas, por si acaso por omisiones o descuidos se les ha deteriorado algo, con que me parece saneo mi conciencia. Y declaro que al canónigo Camargo tengo dadas en confianza doce varas de ruán, sin estar   —344→   puestas en la escritura, a cuenta de lo que se debe de censo a la escritura de la iglesia.

Con que no me acordando de otra cosa al presente, cierro este mi testamento en nueve días de diciembre de mil y seiscientos y treinta y un años, remitiendo todos los olvidos a la dicha memoria que de ellos haré en el libro dicho mío de cuentas, pequeño, de fojas coloradas, a fojas 23 y de allí adelante, donde despacio declararé todos los olvidos; estando firmadas de mi nombre y escritas de mi letra, quiero que valgan como si aquí estuvieran, con que le cierro y firmo de mi nombre este día, mes y año dicho arriba.

DON MELCHOR JUFRÉ DEL ÁGUILA

Y leído y publicado el dicho testamento, Su Md. del dicho señor Corregidor, mandó que se guarde y cumpla como en él se contiene, y que se les dé a los albaceas y herederos los traslados que de él pidieren, en los cuales en este Registro desde luego interpone su autoridad y decreto judicial en forma para su más validación. Y lo firmó siendo testigos el capitán don Francisco Rodríguez de Ovalle, y el capitán don Agustín Briceño, y Domingo Juárez, y otras muchas personas presentes. -Don Fernando Bravo de Naveda.- Ante mí: Pedro Díaz de Zuazola, Escribano público y real.




ArribaCorrecciones y adiciones

Página 50, línea 16; guiadores. -léase guiadores

Página 52, línea 33; traya -léase traía

Página 53, línea 14; sonlo -léase sonlo

Página 53, línea 29; Más, que -léaseMas que

Página 54, línea 11; imputarles -léase imputarles,

Página 55, línea 4; A su modo de lanas de colores, -léase A su modo, de lanas de colores

  —346→  

Página 55, línea 8; Del temple y su alegría. Como tanto, -léase Del temple y su alegría; como tanto

Página 58, línea 6; Sustentada con sólo unos chanales......................

El uso común dice chañar, y así escriben Molina y Philippi. A este benéfico árbol, que es el más alto de la escasa flora de las áridas provincias del norte, ha consagrado la señora Orrego de Uribe en su poesía A Copiapó, un afectuoso recuerdo, que contrasta singularmente con el insípido y desagradecido verso de Melchor Jufré:


No pisaré ya más esos lugares
   Do crecen los chañares,
Ese árbol de la fruta bendecida,
Desnudo y secular cual la palmera,
Que así como ella en el desierto impera
Dando al viajero con su miel la vida.

El chañar (gourliea chilensis) se cría en las partes altas, desde 1500 a 5000 pies de elevación, en las provincias de Atacama y de Coquimbo. Florece en octubre, y su fruta, que es una drupa agridulce y bastante agradable de comer, madura en los meses de enero y febrero, es decir, en el rigor del verano. Suele hacerse de ella una especie de melaza, que llaman miel de chañar.

Página 69, línea 9; y ropa -léase y ropa,

Página 70, línea 14; Qué necio -léase ¡Qué necio

Página 70, línea 16; opulento -léase opulento!

  —347→  

Página 78, línea 14; pudieron. -léase pudieron,

Página 79, línea 3; mesos -léase meses

Página 84, línea 24; De gente principal muy guarnecida, -léase De gente principal, muy guarnecida

Página 86, línea 20; tiempo) -léase tiempo);

Página 92, línea 27; pretendían -léase pretendían,

Página 105, línea 18; De orden de Santiago, -léase Del orden de Santiago,

Página 23, línea 120; Y en la Pontificial y otras historias......................

Lazo de la Vega fue indudablemente el militar de más prestigio a quien en el siglo XVII confió la Corte de Madrid el gobierno de esta lejana colonia. Además de la obra a que alude Melchor Jufré, y cuya colación damos en la nota de la pág. 123, refieren sus campañas en los Países Bajos y en Francia, el cronista de Felipe II, Luis Córdoba de Cabrera (Madrid, 1876 -77. 4vols.); y su compañero de armas, el capitán Domingo de Toral y Valdés, en la Relación de su Vida, que se halla inserta en el tomo LXXI de la Colección de documentos inéditos para la Historia de España, que dan a luz Fuensanta del Valle y Sancho Rayon.

Página 138, línea 37; todo -léase todo,

Página 145, línea 19; en lo otro -léase en lo otro;

  —348→  

Página 213, línea última; mal sujeto -léase mal sujeto:

Página 245, línea 28; Milecio -léase Milesio

Página 246, línea 18; no caasaros -léase no cansaros128;

Página 248, línea 16; la ciencia perficiona -léase la ciencia perficiona.

Página 248, línea 21; Certifica al teólogo y conviene -léase Certifica al teólogo conviene

Página 259, línea 19; Que me distes -léase Que me disteis

Página 262, línea 32; erraron, -léase erraron:

Página 262, línea 33; Podidonio -léase Posidonio

Página 266, línea 18; ladrillo -léase ladrido

Página 267, línea 17; Que Juan de Tobar -léase Que fray Juan de Tobar

Página 275, línea 36; y lo fue tanto. -léase y lo fue tanto:

Página 282, línea 5; FRAGMENTO III -léase FRAGMENTO CUARTO