Escena
I
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DOÑA FLORINDA, sentada,
apoyada la cabeza en la mano;
DOROTEA, mirándola al entrar.
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DOROTEA.-
Duéleme verla. Si esos
inquisidores fuesen hombres, tendrían lástima de ella, pero son
tigres.
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DOÑA FLORINDA.-
Don Juan lo ignora. Eso será
menos desdichado.
(A
DOROTEA.) ¿Y mis letras?
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DOROTEA.-
Partieron: el mensajero galopa a
rienda suelta camino de Yuste.
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DOÑA FLORINDA.-
¿Llegará?
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DOROTEA.-
¿Porqué no?
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DOÑA FLORINDA.-
¿Sabemos por ventura el nombre
que tomó en ese retiro?
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DOROTEA.-
Pero el sobre lleva el suyo.
¿Quién no conoce a Carlos V?
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DOÑA FLORINDA.-
Cedí a tus ruegos, Dorotea;
creíste que, movido de su antigua afición al padre, había
de interesarse en la suerte de la hija ¡huérfana y perseguida..!
Quiero dejarte tus esperanzas.
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DOROTEA.-
A no tenerlas, ¿cuál
fuera mi consuelo? ¿Quién pudiera desarmar a ese tribunal
terrible, que os citó?
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DOÑA FLORINDA.-
Sosiégate, Dorotea. Tengo un
protector que quiere conducirme él propio a los pies de mis jueces, y
asistirme con su favor.
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DOROTEA.-
Sí; ese personaje misterioso
que se presentó aquí de parte de Su Majestad y del conde de Santa
Fiore, y que sólo a vos quiso descubrirse...
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DOÑA FLORINDA.-
Cuando bajaste, aún no
había venido.
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DOROTEA.-
Yo di orden de que le introdujesen en
llegando; mas ningún rumor se oye en la calle. ¿Quién se
creería en Toledo? ¡Qué pesada calma! Ni un soplo de viento
que refresque el ambiente.
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DOÑA FLORINDA.-
Dices bien. Abre, Dorotea, las
celosías.
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DOROTEA.-
¿Las de la calle?
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DOÑA FLORINDA.-
No; las del jardín. ¿No
te acontece a veces, Dorotea, que un rumor vago, un soplo de viento despierte
en ti recuerdos, impresiones pasadas de placer o de pena?
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DOROTEA.-
Va que acierto en quién
pensáis...
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DOÑA FLORINDA.-
¡Grande esfuerzo por cierto!
Nunca pienso sino en él; mas ya jamás le veré.
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DOROTEA.-
¿Por qué? ¿No
prometió ese cortesano en quien fiáis devolveros a mis
brazos?
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DOÑA FLORINDA.-
¡Silencio! ¡Él es!
¡Valor, corazón!
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DOROTEA.-
¿Tembláis?
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DOÑA FLORINDA.-
¡Oh! No. Estoy tranquila.
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DOROTEA.-
Mis recelos se despiertan.
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Escena
VI
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Dichos,
DOROTEA.
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DOROTEA.-
¡Ah! Señor don
Juan...
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DON JUAN.-
¿Qué veo?
¿Volvéis el rostro? ¿Lloráis, Dorotea?
¿Qué pasó en mi ausencia? ¿Qué me
encubrís? doña Florinda...
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DOROTEA.-
Salió...
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DON JUAN.-
Adelante.
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DOROTEA.-
Citada por el tribunal...
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DON JUAN.-
¿Cuál?
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DOROTEA.-
¡El santo oficio!
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DON JUAN.-
¡El santo oficio! ¡Y
judía!
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DON RODRIGO.-
¿Qué decís?
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DON JUAN.-
(Desesperado.) ¡Perdida sin
remedio!
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DON RODRIGO.-
No es eso lo que os pregunto.
¿Hablasteis de una judía? ¡Doña Florinda es
judía!
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DON JUAN.-
¿Yo dije eso? Y bien, don
Rodrigo, pues lo dije... es cierto.
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DON RODRIGO.-
Lo hubiera jurado. Don Juan, no hay
seguridad aquí ya para nosotros.
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DON JUAN.-
¡Don Rodrigo!
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DON RODRIGO.-
¿Sabéis que la
Inquisición no castiga sólo a los judaizantes, sino
también a sus encubridores? ¿Me entendéis don Juan?
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DON JUAN.-
Sí, os entiendo: a sus
encubridores. ¿Y qué me importa? ¿Qué hemos de
hacer ya?
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DON RODRIGO.-
¿Qué hemos de hacer,
decís? Huir, don Juan.
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DON JUAN.-
¿Salir de aquí?
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DON RODRIGO.-
Y de Castilla. ¡En
vísperas de un auto de fe! Vamos don Juan.
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DON JUAN.-
(Asiéndole de un brazo.)
Vamos en buen hora, si, pero a la Inquisición.
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DON RODRIGO.-
(Desasiéndose.) ¡A
la Inquisición!
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DOROTEA.-
Don Juan, teneos. Discreción,
cautela. Uno de los personajes más importantes del santo oficio ampara a
doña Florinda; él la acompaña, y él ha de volver a
conducirla a casa.
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DON JUAN.-
¿Esta noche misma?
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DOROTEA.-
Y presto. Así lo
prometió.
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DON JUAN.-
¿Qué no hablabais?
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DON RODRIGO.-
¡Oh! No han de hallarnos
aquí.
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DON JUAN.-
Ni yo he de moverme, aunque me cueste
la vida.
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DON RODRIGO.-
¿Queréis volverme loco,
ingrato don Juan? Yo hice cuanto fue humanamente posible para cumplir mi
promesa; pero os burlasteis de los consejos de un anciano, y éste quiso
más bien acompañaros en vuestras locuras que tener razón
abandonándoos a vuestra mala cabeza. Ahora os amaga un riesgo inminente,
y queréis también que os acompañe en él, pudiendo
fácilmente evitarle...
|
DON JUAN.-
¡Oh! Una idea, pero una idea que
todo lo concilia, el tierno afecto que me profesáis, la palabra que
tenéis empeñada, y vuestra propia seguridad...
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DON RODRIGO.-
Hablad presto.
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DON JUAN.-
En cuanto doña Florinda se vea
sola, me dejo ver, y huyo con ella sin esperar segunda cita del tribunal.
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DOROTEA.-
¡Oh, sí, salvadla,
señor!
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DON JUAN.-
Andad, pues; procuradnos caballos y
volved por nosotros. Volved, y desde este punto fiamos nuestra suerte en
vuestras manos. Es el último esfuerzo que de vos exijo.
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DON RODRIGO.-
Y la última concesión
que os hago. Convenido pues. Volveré, y desde el pie de la ventana os
haré señas.
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DON JUAN.-
Sí.
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DON RODRIGO.-
Tres palmadas.
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DON JUAN.-
Tres palmadas.
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DON RODRIGO.-
Si puedo entrar en la casa sin riesgo,
me contestáis. De otra suerte...
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DON JUAN.-
No contestaré.
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DOROTEA.-
(A
DOROTEA.) Guiadme ahora, y con
cautela.
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DOROTEA.-
Nada temáis.
(Salen.)
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Escena
IX
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DOÑA FLORINDA,
DON PEDRO GÓMEZ.
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DOÑA FLORINDA.-
¡Oh! Gracias, don Pedro,
gracias. Habéis cumplido vuestra palabra, mas perdonad...
(Dejándose caer en un
sitial.) No puedo tenerme en pie.
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DON PEDRO.-
El interrogatorio os dejó al
parecer una impresión harto penosa.
|
DOROTEA.-
Dolorosa, don Pedro, como un horrible
ensueño que no pudiese desechar. Aquella sala enlutada, aquellas opacas
luces que hacían más espantosa la oscuridad, aquellos jueces
velados, cuyos ojos se fijan en vuestra frente con una inmovilidad que hiela el
pensamiento... ¡Oh!, ¿no puede la justicia de los hombres
aparecernos sino revestida de esas formas terribles?
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DON PEDRO.-
No, cuando ha de vengar a Dios. Pero
espero que vuestros jueces se han de humanar en favor vuestro.
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DOÑA FLORINDA.-
No tenéis certeza...
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DON PEDRO.-
Bien quisiera, señora.
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DOÑA FLORINDA.-
Pero, ¿qué saben de
mí, qué me quieren...? ¿Está escrito que
habré de presentarme de nuevo en su presencia?
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DON PEDRO.-
Lo ignoro, mas es posible.
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DOÑA FLORINDA.-
Querrán someterme a esa prueba
de dolor, cuyos instrumentos esparcidos en derredor mío ofuscaban ya mi
débil razón.
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DON PEDRO.-
Cuéstame el creerlo,
pero...
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DOÑA FLORINDA.-
(Levantándose.)
¡Pero es también posible! ¡Ah! No lo consentiréis.
Tendréis compasión de mí. No ha de faltarme esfuerzo para
morir. ¡Soy tan desdichada! Pero a la vista de tan espantosos dolores,
siento en mí toda la flaqueza de una mujer. El dolor me espanta.
¿Qué hacer, don Pedro, para evitarle? Desde ahora me someto a
cuanto exijan. Cuanto quieran que diga, otro tanto diré, para morir
más pronto, sí, ¡pero una sola vez! ¡Oh, sí,
cuanto quieran diré!
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DON PEDRO.-
(Ya está en el punto en que
anhelaba verla.) Sólo una persona pudiera intervenir entre vos y
vuestros jueces: os lo repito, una sola: el rey.
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DOÑA FLORINDA.-
¿Y lo hará?
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DON PEDRO.-
¿Podéis dudarlo, cuando
se digna venir él mismo a seros fiador de ello?
|
DOÑA FLORINDA.-
¡Oh, que venga, don Pedro, que
venga!
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DON PEDRO.-
Como os dije, señora, yo
contaba hallarle aquí: dentro de poco le veréis llegar:
encubridle todo género de resentimiento. Tened presente que la
Inquisición intimida hasta a los reyes, que un paso dado con ese
tribunal es arriesgado aún para Su Majestad, y que merece algún
agradecimiento.
|
DOÑA FLORINDA.-
¡Ah! ¿Qué puede
prometerse del mío?
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DON PEDRO.-
El rey don Felipe no puede tardar;
vais, señora, a verle: vuestra suerte está en sus manos. Quedaos,
señora, quedaos.
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DOÑA FLORINDA.-
(Dejándose caer en el
sitial.) Mis bendiciones al menos os acompañan.
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DON PEDRO.-
(Al salir.) (Prometa ahora el rey
y el amante va a ser dichoso.)
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Escena
XI
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DOÑA FLORINDA,
DOROTEA.
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DOROTEA.-
(Corriendo hacia ella.) ¡Os
vuelvo a estrechar en mis brazos!
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DOÑA FLORINDA.-
¡Dorotea!
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DOROTEA.-
¿Tembláis?
|
DOÑA FLORINDA.-
¡Ah! No aumentes con la tuya mi
conmoción: es fuerza sosegarme. Espero a alguien.
|
DOROTEA.-
Y yo os anuncio una persona a quien no
esperabais.
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DOÑA FLORINDA.-
¿Qué quieres decir?
|
DOROTEA.-
¡Él, él!
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DOÑA FLORINDA.-
¡Don Juan!
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DOROTEA.-
El mismo, que acaba de llegar.
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DOÑA FLORINDA.-
¡Don Juan libre, don Juan
aquí!
|
DOROTEA.-
Oculto en mi cuarto, me envía a
acechar si estáis sola; decid una palabra, y le tenéis a vuestros
pies.
|
|
DOÑA FLORINDA.-
Al punto, Dorotea, corre, vuela.
(Deteniéndola.) ¿No
oíste?
|
DOROTEA.-
¡No! Nada.
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DOÑA FLORINDA.-
¡Espera! El gozo me hace
olvidar... dile a don Juan que parta, ¡que huya!
|
DOROTEA.-
Con vos, esta noche misma. Solo,
jamás.
|
DOÑA FLORINDA.-
¿Qué haré, Dios
mío? Ha de encontrarlo
|
DOROTEA.-
¿A quién?
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DOÑA FLORINDA.-
Al conde, que no puede tardar, que
sube tal vez ahora, mientras que te estoy hablando... ¡Dios mío!
¡Si volviesen a encontrarse uno enfrente de otro!
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DOROTEA.-
¡Oh! ¡Don Juan le
mataría!
|
DOÑA FLORINDA.-
¡Le mataría! Pero
ignoras... ¡Sería el crimen más espantoso...!! ¡Y yo
pude solicitar su presencia! Escucha, Dorotea. Don Juan está en tu
habitación; ¡es fuerza tenerle en ella! Mas sin hablarle del
conde.
|
DOROTEA.-
¿Consentirá?
|
DOÑA FLORINDA.-
¡Oh! Dile que se lo ruego, que
lo exijo; que va en ello su vida... no... la mía, ¡y lo
hará!
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DOROTEA.-
¿No hay riesgo para vos en
quedaros sola?
|
DOÑA FLORINDA.-
Ninguno, Dorotea. No ha un momento
temblaba todavía; pero he vuelto a mi ser; ya no pienso sino en
él, no temo sino por él; a todo me expondría por salvarle.
¿Ignoras, Dorotea, que el amor es el valor de las mujeres?
|
DOROTEA.-
Pero don Juan no tomará consejo
sino de su espada si llega a sospechar que os negáis a verle para
recibir a su enemigo.
|
DOÑA FLORINDA.-
Tu aposento está distante. No
podrá oírnos.
|
DOROTEA.-
¡Ah, señora, si hubieseis
podido hablarle!
|
DOÑA FLORINDA.-
Dices bien: todavía puedo; ven;
voy contigo; voy delante de ti; al menos le habré vuelto a ver.
(Deteniéndose de repente.)
Esta vez no me engañé.
|
DOROTEA.-
Alguien sube. Ya llegan.
|
DOÑA FLORINDA.-
¡El conde! Ya es tarde. Dorotea,
sálvanos a entrambos. Corre, Vuela. ¡He de cerrar esta puerta!
(Echando la llave.) Todos los
obstáculos son pocos entre el conde y don Juan.
(Adelantándose hacia el medio de
la escena.) Disimulemos.
|
Escena
XII
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DOÑA FLORINDA,
FELIPE II.
|
FELIPE II.-
(En el fondo.) (El miedo que me
la entrega la hace más hermosa. O esta noche o jamás.)
|
DOÑA FLORINDA.-
(¿Cómo abreviar esta
entrevista?)
|
FELIPE II.-
Me habéis de disculpar,
señora, si vengo a turbar vuestra meditación.
|
DOÑA FLORINDA.-
Tan melancólica era,
señor, que aun he de estaros agradecida.
|
FELIPE II.-
Esta vez, pues, mi presencia no os es
molesta.
|
DOÑA FLORINDA.-
¿Pudiera serlo, señor,
cuando venís a ampararme? Venero, bendigo vuestra justicia.
|
FELIPE II.-
De buena gana aceptaría la
lisonja si un afecto, más dulce que la necesidad de ser justo, no me
trajese a vuestra presencia.
|
DOÑA FLORINDA.-
¡La compasión!
|
FELIPE II.-
Sí, una compasión
acompañada de recelos mil; el afecto de un amigo que desconocisteis
cuando le pudisteis creer insensible.
|
DOÑA FLORINDA.-
Vuestras palabras me vuelven la
esperanza; si así me las hubieran referido, hubieran bastado a calmar
mis recelos, y os hubieran ahorrado, señor, una entrevista en que abuso
tal vez...
|
FELIPE II.-
Al privarme del placer de
tranquilizaros yo mismo, no me le envidiéis, bella Florinda.
|
DOÑA FLORINDA.-
(¡Se queda!)
|
FELIPE II.-
Me es tan dulce consagraros estos
instantes que robo a mis afanes...
|
DOÑA FLORINDA.-
Y a vuestro descanso tal vez...
Sé cuán preciosos son; no temáis, señor, que abuse
de ellos.
|
FELIPE II.-
(Adelantando un sitial para
DOÑA FLORINDA.) Desechad,
señora, ese temor.
|
DOÑA FLORINDA.-
(Sentándose.) ¡Es
forzoso!
|
FELIPE II.-
(¿La habré por ventura
tranquilizado demasiado pronto?) Han debido deciros, señora, que la
voluntad soberana puede estrellarse en una sentencia del santo oficio. Este
tribunal representa a Dios mismo, ¿y delante de Dios qué son los
reyes de la tierra? He resuelto, con todo, cualquiera que sea el riesgo,
interponerme entre vos y vuestros jueces; ¿y en galardón de ese
servicio qué debo de esperar?¡Odio tal vez!
|
DOÑA FLORINDA.-
(Levantándose.)
¿Odio yo cuando me salváis? Eso fuera, señor, ingratitud
de que...
|
FELIPE II.-
De que sois incapaz, hermosa Florinda.
Os creo.
(Convidándola a sentarse.)
Por piedad.
|
DOÑA FLORINDA.-
(Sentándose en tanto que el
REY va a tomar otro sitial.)
(¡Qué tormento!)
|
FELIPE II.-
(Apoyado en el respaldo de su
sitial.) No seréis ingrata; pero permanecéis indiferente.
(Sentándose.) La estrella
de un rey es no granjear sino respeto cuando no inspira aborrecimiento u
envidia; y con todo, sensible a todo género de afecto que se le
rehúsa, abrasado, sin esperanza, de encontradas pasiones,
¡cuán dolorosamente siente un rey la necesidad de ser amado!
|
DOÑA FLORINDA.-
Lo sois, señor, de un pueblo
entero que os venera, que os admira, y que en vos ve el manantial de todo
bien.
|
FELIPE II.-
Sí, lo soy por interés;
soy querido con aquel amor con que se ama al poder, no al hombre, sino al
soberano. ¿Qué a mí, señora, esos homenajes, esas
aclamaciones cansadas? ¡Con cuánto gozo las trocaría por la
dicha de estrechar en mis manos una mano amiga; por un suspiro de la querida
que me he creado en mi fantasía, que veo en mis sueños, cuya
imagen persigue en fin al monarca en medio de sus afanes, y al cristiano hasta
en el fervor de sus oraciones!
|
DOÑA FLORINDA.-
Esa querida, señor, Dios y la
Francia os la envían; una joven esposa os espera, aclamada por sus
virtudes, y hermosa entre todas las princesas.
|
FELIPE II.-
Mas no entre todas las mujeres.
¿Hay lugar para ella en este corazón que otra imagen
acertó antes a llenar y a poseer? No lo creáis, bella Florinda;
esa boda política es una triste viudez con todos los recelos y las
trabas todas del matrimonio.
(Acercando su sitial al de
FLORINDA.) ¡Oh, cuánto
más reina que esa reina adornada de un título vano sería
una esposa por mí secretamente preferida, de amor toda escogida por
mí, y adorada en las tinieblas del misterio! A sus plantas
depondría mi cetro; ella ejercería en mi nombre ese derecho de
hacer gracia, el más hermoso de los derechos de un rey; sus manos no
serían sino un canal por donde pasasen mis tesoros a las de los
desdichados. Y ese inmenso poder de consolar el infortunio, esa diadema real
encubierta en el misterio, pero más absoluta que la mía,
sólo una mujer la merece, una sola en el mundo, y esa mujer sois vos,
bella Florinda.
|
DOÑA FLORINDA.-
(Levantándose.) ¡Yo!
¡Cielos! ¿Quién? ¿Yo?
|
FELIPE II.-
Vos, señora, a quien de
rodillas la ofrezco, a quien temblando pido esa compasión misma que yo
no supe negaros.
|
DOÑA FLORINDA.-
Pero que intentáis venderme al
precio de mi honor... ¡Oh! No, no tuvisteis semejante idea. Yo me
engañé, yo ultrajé Vuestra Majestad. Perdón,
señor, perdón para mi error.
|
FELIPE II.-
No finjáis, bella Florinda, no
apeláis a virtudes de que Dios me hace libre desde el punto que me las
hace impracticables. Lo he resuelto: crimen o no, de bueno o de mal grado,
Florinda, seréis mía.
|
DOÑA FLORINDA.-
¡Y yo propia me entregué!
¿Y estoy sola?
|
FELIPE II.-
Sola, y nadie os venderá; pero
nadie tampoco es poderoso a salvaros.
|
DOÑA FLORINDA.-
Mi desesperación y mis
gritos.
|
FELIPE II.-
Vuestros gritos no serán
oídos.
|
DOÑA FLORINDA.-
Os engañáis,
señor; vendrán; os juro que vendrán.
|
FELIPE II.-
¿Quién, pues?
|
DOÑA FLORINDA.-
Nadie. ¡Oh! decís bien,
nadie. Estoy sola, sin amparo, sin defensa; o más bien una sola me
queda, y ésa sois vos; vos, a quien fío ese honor que
veníais a robarme. Vos, señor, que seréis mi defensor
contra vos mismo.
(Llegándose a él con
exaltación.) Don Felipe, la acción que intentáis
es horrible,
(cayendo de rodillas) , ¡y
de ella pido justicia al rey de España!
|
FELIPE II.-
(Contemplándola con
entusiasmo.) ¡Hermosa de orgullo y de terror! Ese es, Florinda,
el único de tus deseos a que no daré cumplimiento. El rey de
España ha de ser hoy tu señor, y don Felipe tu esclavo toda su
vida.
|
DOÑA FLORINDA.-
(Levantándose y
despidiéndole de sí al
REY.) Escuchadme, hombre cruel, cristiano
sin compasión; no diré más que una palabra, pues que me
obligáis...
|
FELIPE II.-
No cambiará tu suerte.
|
DOÑA FLORINDA.-
Una sola palabra que ha de perderme,
pero que os ha de hacer retroceder de espanto.
|
FELIPE II.-
(Arrojándose hacia ella.)
Ya habéis resistido demasiado.
|
DOÑA FLORINDA.-
(Huyendo.) Piedad, señor,
piedad, o la pronunciaré. Soy, señor...
|
FELIPE II.-
(Cogiéndola en sus
brazos.) ¿Qué me importa?
|
DOÑA FLORINDA.-
¡Soy judía!
|
FELIPE II.-
(Retrocediendo horrorizado.)
¡Tú! ¿Qué escucho? ¡Desdichada! ¡Plegue
al cielo, para tu salvación en este mundo y en el otro, que la virtud te
haya inspirado una mentira!
|
DOÑA FLORINDA.-
Sí, una mentira pesa sobre mi
conciencia, mentira que por necesidad me humilló hasta fingir una
creencia aparente; ese es mi crimen, y espero mi castigo. Pero si dais un paso
hacia mí, repetiré al pie del tribunal, diré a voces ante
mis jueces que un castellano fue bastante vil para intentar triunfar de la
inocencia con la fuerza; que un caballero ha ultrajado a una mujer, que el rey
más santo de la cristiandad, que tú, don Felipe, tú, rey
católico, te has manchado con una pasión infame por una
judía.
(Con calma.) ¡Y bien!
señor, ahora os detenéis. Yo estoy tranquila ahora, y vos sois
quien tiembla.
|
FELIPE II.-
Por ti, infeliz. ¿Sabes por
ventura que si, para eterna vergüenza mía, hubiesen llegado tus
palabras a otros oídos, sabes que no habría esperanza ya para ti
en esta vida?
|
DOÑA FLORINDA.-
Pero saldría pura de ella.
|
FELIPE II.-
¿Qué todo mi poder no
sería bastante para salvarte del tormento y de las llamas?
|
DOÑA FLORINDA.-
Pero volaría mártir el
seno de ese Dios, que así es mi Dios como el vuestro, y que ha de juzgar
a mis jueces; pero muriera digna todavía de aquél que tanto me
amó.
|
FELIPE II.-
¡Oh! ¿Por qué, por
qué renovaste ese recuerdo que ahoga en mi toda compasión? Es tu
sentencia, Florinda, y tu sentencia de muerte.
(Oyendo golpes repetidos en la puerta del
corredor inmediato.) ¿Qué rumor es ese?
|
DOÑA FLORINDA.-
(En el mayor espanto.)
¿Cuál? nada; no oigo nada. No sé... Dorotea tal vez.
|
DON JUAN.-
(Desde adentro.) Abridme esa
puerta, o he de hacerla pedazos.
|
FELIPE II.-
¡Un hombre aquí!
|
DOÑA FLORINDA.-
(Se arroja hacia la puerta, y quiere
detener al
REY.) Os lo ruego, señor...
¡Ah! Por lo que más amáis en este mundo.
|
FELIPE II.-
(Desviándola para abrir la
puerta.) ¡Un testigo de mi afrenta! He de saber quién
es.
|
Escena
XIII
|
|
DON JUAN,
FELIPE II,
DOÑA FLORINDA.
|
FELIPE II.-
¡Don Juan!
|
DON JUAN.-
¡El conde!
|
FELIPE II.-
¿Me habéis
oído?
|
DON JUAN.-
Demasiado tarde. Si no ya estuvieras
castigado.
|
DOÑA FLORINDA.-
(Precipitándose entre los
dos.) Ni tenéis ese derecho, ni pudierais, don Juan; no
conocéis al que afrentáis.
|
DON JUAN.-
Le conozco por sus hechos; darame
razón de ellos.
|
FELIPE II.-
Y yo os juzgaré por los
vuestros, y de ellos habréis de responderme.
|
DOÑA FLORINDA.-
(A
DON JUAN.) Le debéis respeto;
respeto, si, ¡a la sangre más noble de Castilla!
|
DON JUAN.-
Ni es noble ni castellano quien teme a
un hombre y amenaza a una mujer.
|
FELIPE II.-
Compadezco a la mujer; en cuanto al
hombre, le veo de bastante altura para despreciar sus injurias.
|
DON JUAN.-
Merced al miedo que tenéis de
vengaros de ellas.
|
FELIPE II.-
Si os queda un resto de razón,
don Juan, ni una palabra más. Salid.
|
DON JUAN.-
Si os queda una gota de sangre en el
corazón, venid conmigo o defendeos.
|
DOÑA FLORINDA.-
¡Aquí!... ¡a mi
vista! No os atreveréis.
(Asiéndole.) -No
podréis...
|
FELIPE II.-
Por última vez, obedeced.
|
DON JUAN.-
Por última vez también,
defiéndete. Cruza tu espada... o...
(Haciendo demostración de pegarle
de llano con la suya.)
|
DOÑA FLORINDA.-
(Dando un grito.) ¡Es el
rey!
|
DON JUAN.-
(Dejando caer la espada.)
¡El rey!
|
DOÑA FLORINDA.-
(Una rodilla en tierra.)
¡Perdón, señor, perdón! No para mí; ya estoy
condenada; pero para él, cuyo único delito fue amarme sin saber
quién fueseis y defenderme sin conoceros.
|
FELIPE II.-
(A
FLORINDA.) Me habéis vendido.
|
DOÑA FLORINDA.-
¡Por salvaros, señor!
|
FELIPE II.-
O más bien a él,
¿Quién os dice que no tengo yo medios para protegerme a mí
mismo contra un loco a quien despreciaba demasiado para nombrarme?
(Llamando.) ¡Don Pedro!
|