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Poema del cante jondo

Federico García Lorca








ArribaAbajoBaladilla de los tres ríos


A Salvador Quintero




Abajo   El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.

   ¡Ay, amor
que se fue y no vino!

   El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada,
uno llanto y otro sangre.

   ¡Ay, amor
que se fue por el aire!

   Para los barcos de vela
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.

   ¡Ay, amor
que se fue y no vino!

   Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.

   ¡Ay, amor
que se fue por el aire!

   ¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!

   ¡Ay, amor
que se fue y no vino!

   Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.

   ¡Ay, amor
que se fue por el aire!




ArribaAbajoPoema de la siguiriya gitana

A Carlos Morla Vicuña






ArribaAbajoPaisaje


ArribaAbajo   El campo
de olivos
se abre y se cierra
como un abanico.
Sobre el olivar
hay un cielo hundido
y una lluvia oscura
de luceros fríos.
Tiembla junco y penumbra
a la orilla del río.
Se riza el aire gris.
Los olivos,
están cargados
de gritos.
Una bandada
de pájaros cautivos,
que mueven sus larguísimas
colas en lo sombrío.




ArribaAbajoLa guitarra


ArribaAbajo   Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh guitarra!
Corazón malherido
por cinco espadas.




ArribaAbajoEl grito


ArribaAbajo   La elipse de un grito,
va de monte
a monte.

   Desde los olivos
será un arco iris negro
sobre la noche azul.

            ¡Ay!

   Como un arco de viola
el grito ha hecho vibrar
largas cuerdas del viento.

            ¡Ay!

   (Las gentes de las cuevas
asoman sus velones.)

            ¡Ay!




ArribaAbajoEl silencio


ArribaAbajo   Oye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.




ArribaAbajoEl paso de la siguiriya


ArribaAbajo   Entre mariposas negras,
va una muchacha morena
junto a una blanca serpiente
de niebla.

   Tierra de luz,
cielo de tierra.

   Va encadenada al temblor
de un ritmo que nunca llega:
tiene el corazón de plata
y un puñal en la diestra.

   ¿Adónde vas, siguiriya,
con un ritmo sin cabeza?
¿Qué luna recogerá
tu dolor de cal y adelfa?

   Tierra de luz,
cielo de tierra.




ArribaAbajoDespués de pasar


ArribaAbajo   Los niños miran
un punto lejano.

   Los candiles se apagan.
Unas muchachas ciegas
preguntan a la luna,
y por el aire ascienden
espirales de llanto.

   Las montañas miran
un punto lejano.




ArribaAbajoY después


ArribaAbajo   Los laberintos
que crea el tiempo,
se desvanecen.

   (Sólo queda
el desierto.)

   El corazón,
fuente del deseo,
se desvanece.

   (Sólo queda
el desierto.)

   La ilusión de la aurora
y los besos,
se desvanecen.

   Sólo queda
el desierto.
Un ondulado
desierto.




ArribaAbajoPoema de la soleá

A Jorge Zalamea





ArribaAbajo   Tierra seca,
tierra quieta
de noches
inmensas.

   (Viento en el olivar,
viento en la sierra.)

   Tierra
vieja
del candil
y la pena.
Tierra
de las hondas cisternas.
Tierra
de la muerte sin ojos
y las flechas.

   (Viento por los caminos.
Brisa en las alamedas.)




ArribaAbajoPueblo


ArribaAbajo   Sobre el monte pelado
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
¡Oh pueblo perdido,
en la Andalucía del llanto!




ArribaAbajoPuñal


ArribaAbajo    El puñal,
entra en el corazón,
como la reja del arado
en el yermo.

      No.
No me lo claves.
      No.

   El puñal,
como un rayo de sol,
incendia las terribles
hondonadas.

      No.
No me lo claves.
       No.




ArribaAbajoEncrucijada


ArribaAbajo   Viento del Este;
un farol
y el puñal
en el corazón.
La calle
tiene un temblor
de cuerda
en tensión,
un temblor
de enorme moscardón.
Por todas partes
yo
veo el puñal
en el corazón.




ArribaAbajo¡Ay!


ArribaAbajo   El grito deja en el viento
una sombra de ciprés.

   (Dejadme en este campo
llorando.)

   Todo se ha roto en el mundo.
No queda más que el silencio.

   (Dejadme en este campo
llorando.)

   El horizonte sin luz
está mordido de hogueras.

   (Ya os he dicho que me dejéis
en este campo
llorando.)




ArribaAbajoSorpresa


ArribaAbajo   Muerto se quedó en la calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.
¡Cómo temblaba el farol!
Madre.
¡Cómo temblaba el farolito
de la calle!
Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.
Que muerto se quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie.




ArribaAbajoLa soleá


ArribaAbajo   Vestida con mantos negros
piensa que el mundo es chiquito
y el corazón es inmenso.

   Vestida con mantos negros.

   Piensa que el suspiro tierno
y el grito, desaparecen
en la corriente del viento.

   Vestida con mantos negros.

   Se dejó el balcón abierto
y al alba por el balcón
desembocó todo el cielo.

   ¡Ay yayayayay,
que vestida con mantos negros!




ArribaAbajoCueva


ArribaAbajo   De la cueva salen
largos sollozos.

   (Lo cárdeno
sobre lo rojo.)

   El gitano evoca
países remotos.

   (Torres altas y hombres
misteriosos.)

   En la voz entrecortada
van sus ojos.

   (Lo negro
sobre lo rojo.)

   Y la cueva encalada
tiembla en el oro.

   (Lo blanco
sobre lo rojo.)




ArribaAbajoEncuentro


ArribaAbajo   Ni tú ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.
Tú... por lo que ya sabes.
¡Yo la he querido tanto!
Sigue esa veredita.
En las manos,
tengo los agujeros
de los clavos.
¿No ves cómo me estoy
desangrando?
No mires nunca atrás,
vete despacio
y reza como yo
a San Cayetano,
que ni tú ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.




ArribaAbajoAlba


ArribaAbajo   Campanas de Córdoba
en la madrugada.
Campanas de amanecer
en Granada.
Os sienten todas las muchachas
que lloran a la tierna
soleá enlutada.
Las muchachas,
de Andalucía la alta
y la baja.
Las niñas de España,
de pie menudo
y temblorosas faldas,
que han llenado de luces
las encrucijadas.
¡Oh, campanas de Córdoba
en la madrugada,
y oh, campanas de amanecer
en Granada!




ArribaAbajoPoema de la saeta

A Francisco Iglesias






ArribaAbajoArqueros


ArribaAbajo   Los arqueros oscuros
a Sevilla se acercan.

   Guadalquivir abierto.

   Anchos sombreros grises,
largas capas lentas.

   ¡Ay, Guadalquivir!

   Vienen de los remotos
países de la pena.

   Guadalquivir abierto.

   Y van a un laberinto.
Amor, cristal y piedra.

   ¡Ay, Guadalquivir!




ArribaAbajoNoche


ArribaAbajo   Cirio, candil,
farol y luciérnaga.

   La constelación
de la saeta.

   Ventanitas de oro
tiemblan,
y en la aurora se mecen
cruces superpuestas.

   Cirio, candil,
farol y luciérnaga.




ArribaAbajoSevilla


ArribaAbajo   Sevilla es una torre
llena de arqueros finos.

   Sevilla para herir,
Córdoba para morir.

   Una ciudad que acecha
largos ritmos,
y los enrosca
como laberintos.
Como tallos de parra
encendidos.

   ¡Sevilla para herir!

   Bajo el arco del cielo,
sobre su llano limpio,
dispara la constante
saeta de su río.

   ¡Córdoba para morir!

   Y loca de horizonte,
mezcla en su vino,
lo amargo de Don Juan
y lo perfecto de Dionisio.

   Sevilla para herir.
¡Siempre Sevilla para herir!




ArribaAbajoProcesión


ArribaAbajo   Por la calleja vienen
extraños unicornios.
¿De qué campo,
de qué bosque mitológico?
Más cerca,
ya parecen astrónomos.
Fantásticos Merlines
y el Ecce Homo,
Durandarte encantado,
Orlando furioso.




ArribaAbajoPaso


ArribaAbajo   Virgen con miriñaque,
virgen de la Soledad,
abierta como un inmenso
tulipán.
En tu barco de luces
vas
por la alta marea
de la ciudad,
entre saetas turbias
y estrellas de cristal.
Virgen con miriñaque,
tú vas
por el río de la calle,
¡hasta el mar!




ArribaAbajoSaeta


ArribaAbajo   Cristo moreno
pasa
de lirio de Judea
a clavel de España.

   ¡Miradlo por dónde viene!

   De España.
Cielo limpio y oscuro,
tierra tostada,
y cauces donde corre
muy lenta el agua.
Cristo moreno,
con las guedejas quemadas,
los pómulos salientes
y las pupilas blancas.

   ¡Miradlo por dónde va!




ArribaAbajoBalcón


ArribaAbajo   La Lola
canta saetas.
Los toreritos
la rodean,
y el barberillo
desde su puerta,
sigue los ritmos
con la cabeza.
Entre la albahaca
y la hierbabuena,
la Lola canta
saetas.
La Lola aquella,
que se miraba
tanto en la alberca.




ArribaAbajoMadrugada


ArribaAbajo   Pero como el amor
los saeteros
están ciegos.

   Sobre la noche verde,
las saetas,
dejan rastros de lirio
caliente.

   La quilla de la luna
rompe nubes moradas
y las aljabas
se llenan de rocío.

   ¡Ay, pero como el amor
los saeteros
están ciegos!




ArribaAbajoGráfico de la Petenera

A Eugenio Montes






ArribaAbajoCampana


Bordón


ArribaAbajo   En la torre
amarilla,
dobla una campana.

   Sobre el viento
amarillo,
se abren las campanadas.

   En la torre
amarilla,
cesa la campana.

   El viento con el polvo,
hace proras de plata.




ArribaAbajoCamino


ArribaAbajo   Cien jinetes enlutados,
¿dónde irán,
por el cielo yacente
del naranjal?
Ni a Córdoba ni a Sevilla
llegarán.
Ni a Granada la que suspira
por el mar.
Esos caballos soñolientos
los llevarán,
al laberinto de las cruces
donde tiembla el cantar.
Con siete ayes clavados,
¿dónde irán
los cien jinetes andaluces
del naranjal?




ArribaAbajoLas seis cuerdas


ArribaAbajo   La guitarra,
hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas
perdidas,
se escapa por su boca
redonda.
Y como la tarántula
teje una gran estrella
para cazar suspiros,
que flotan en su negro
aljibe de madera.




ArribaAbajoDanza en el huerto de la Petenera


ArribaAbajo   En la noche del huerto,
seis gitanas,
vestidas de blanco
bailan.

   En la noche del huerto,
coronadas,
con rosas de papel
y biznagas.

   En la noche del huerto,
sus dientes de nácar,
escriben la sombra
quemada.

   Y en la noche del huerto,
sus sombras se alargan,
y llegan hasta el cielo
moradas.




ArribaAbajoMuerte de la Petenera


ArribaAbajo   En la casa blanca muere
la perdición de los hombres.

   Cien jacas caracolean.
Sus jinetes están muertos.

   Bajo las estremecidas
estrellas de los velones,
su falda de moaré tiembla
entre sus muslos de cobre.

   Cien jacas caracolean.
Sus jinetes están muertos.

   Largas sombras afiladas
vienen del turbio horizonte,
y el bordón de una guitarra
se rompe.

   Cien jacas caracolean.
Sus jinetes están muertos.




ArribaAbajoFalseta


ArribaAbajo   ¡Ay, petenera gitana!
¡Yayay petenera!
Tu entierro no tuvo niñas
buenas.
Niñas que le dan a Cristo muerto
sus guedejas,
y llevan blancas mantillas
en las ferias.
Tu entierro fue de gente
siniestra.
Gente con el corazón
en la cabeza,
que te siguió llorando
por las callejas.
¡Ay, petenera gitana!
¡Yayay petenera!




ArribaAbajoDe profundis


ArribaAbajo   Los cien enamorados
duermen para siempre
bajo la tierra seca.
Andalucía tiene
largos caminos rojos.
Córdoba, olivos verdes
donde poner cien cruces,
que los recuerden.
Los cien enamorados
duermen para siempre.




ArribaAbajoClamor


ArribaAbajo   En las torres
amarillas,
doblan las campanas.

   Sobre los vientos
amarillos,
se abren las campanadas.

   Por un camino va
la muerte, coronada,
de azahares marchitos.
Canta y canta
una canción
en su vihuela blanca,
y canta y canta y canta.

   En las torres amarillas,
cesan las campanas.

   El viento con el polvo
hacen proras de plata.




ArribaAbajoDos muchachas

A Máximo Quijano






ArribaAbajoLa Lola


ArribaAbajo   Bajo el naranjo lava
pañales de algodón.
Tiene verdes los ojos
y violeta la voz.

   ¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!

   El agua de la acequia
iba llena de sol,
en el olivarito
cantaba un gorrión.

   ¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!

   Luego, cuando la Lola
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.

   ¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!




ArribaAbajoAmparo


ArribaAbajo   Amparo,
¡qué sola estás en tu casa
vestida de blanco!

   (Ecuador entre el jazmín
y el nardo.)

   Oyes los maravillosos
surtidores de tu patio,
y el débil trino amarillo
del canario.

   Por la tarde ves temblar
los cipreses con los pájaros,
mientras bordas lentamente
letras sobre el cañamazo.

   Amparo,
¡qué sola estás en tu casa,
vestida de blanco!
Amparo,
¡y qué difícil decirte:
yo te amo!




ArribaAbajoViñetas flamencas

A Manuel Torres, «Niño de Jerez»,
que tiene tronco de Faraón






ArribaAbajoRetrato de Silverio Franconetti


ArribaAbajo   Entre italiano
y flamenco,
¿cómo cantaría
aquel Silverio?
La densa miel de Italia
con el limón nuestro,
iba en el hondo llanto
del siguiriyero.
Su grito fue terrible.
Los viejos
dicen que se erizaban
los cabellos,
y se abría el azogue
de los espejos.
Pasaba por los tonos
sin romperlos.
Y fue un creador
y un jardinero.
Un creador de glorietas
para el silencio.

   Ahora su melodía
duerme con los ecos.
Definitiva y pura.
¡Con los últimos ecos!




ArribaAbajoJuan Breva


ArribaAbajo   Juan Breva tenía
cuerpo de gigante
y voz de niña.
Nada como su trino.
Era la misma
pena cantando
detrás de una sonrisa.
Evoca los limonares
de Málaga la dormida,
y hay en su llanto dejos
de sal marina.
Como Homero cantó
ciego. Su voz tenía,
algo de mar sin luz
y naranja exprimida.




ArribaAbajoCafé cantante


ArribaAbajo   Lámparas de cristal
y espejos verdes.

   Sobre el tablado oscuro,
la Parrala sostiene
una conversación
con la muerte.
La llama,
no viene,
y la vuelven a llamar.
Las gentes
aspiran los sollozos.
Y en los espejos verdes,
largas colas de seda
se mueven.




ArribaAbajoLamentación de la muerte


A Miguel Benítez




ArribaAbajo   Sobre el cielo negro,
culebrinas amarillas.

   Vine a este mundo con ojos
y me voy sin ellos.
¡Señor del mayor dolor!
Y luego,
un velón y una manta
en el suelo.

   Quise llegar a donde
llegaron los buenos.
¡Y he llegado, Dios mío!...
Pero luego,
un velón y una manta
en el suelo.

   Limoncito amarillo
limonero.
Echad los limoncitos
al viento.
¡Ya lo sabéis!... Porque luego
luego,
un velón y una manta
en el suelo.

   Sobre el cielo negro,
culebrinas amarillas.




ArribaAbajoConjuro


ArribaAbajo   La mano crispada
como una Medusa
ciega el ojo doliente
del candil.

   As de bastos.
Tijeras en cruz.

   Sobre el humo blanco
del incienso, tiene
algo de topo y
mariposa indecisa.

   As de bastos.
Tijeras en cruz.

   Aprieta un corazón
invisible, ¿la veis?
Un corazón
reflejado en el viento.

   As de bastos.
Tijeras en cruz.




ArribaAbajoMemento


ArribaAbajo   Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.

   Cuando yo me muera
entre los naranjos
y la hierbabuena.

   Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.

   ¡Cuando yo me muera!




ArribaAbajoTres ciudades

A Pilar Zubiaurre






ArribaAbajoMalagueña


ArribaAbajo   La muerte
entra y sale
de la taberna.

   Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.

   Y hay un olor a sal
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.

   La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.




ArribaAbajoBarrio de Córdoba


Tópico nocturno


ArribaAbajo   En la casa se defienden
de las estrellas.
La noche se derrumba.
Dentro, hay una niña muerta
con una rosa encarnada
oculta en la cabellera.
Seis ruiseñores la lloran
en la reja.

   Las gentes van suspirando
con las guitarras abiertas.




ArribaAbajoBaile


ArribaAbajo   La Carmen está bailando
por las calles de Sevilla.
Tiene blancos los cabellos
y brillantes las pupilas.

   ¡Niñas,
corred las cortinas!

   En su cabeza se enrosca
una serpiente amarilla,
y va soñando en el baile
con galanes de otros días.

   ¡Niñas,
corred las cortinas!

   Las calles están desiertas
y en los fondos se adivinan,
corazones andaluces
buscando viejas espinas.

   ¡Niñas,
corred las cortinas!




ArribaAbajoSeis caprichos

A Regino Sainz de la Maza






ArribaAbajoAdivinanza de la guitarra


ArribaAbajo   En la redonda
encrucijada,
seis doncellas
bailan.
Tres de carne
y tres de plata.
Los sueños de ayer las buscan,
pero las tiene abrazadas
un Polifemo de oro.
¡La guitarra!




ArribaAbajoCandil


ArribaAbajo   ¡Oh, qué grave medita
la llama del candil!

   Como un faquir indio
mira su entraña de oro
y se eclipsa soñando
atmósferas sin viento.

   Cigüeña incandescente
pica desde su nido
a las sombras macizas,
y se asoma temblando
a los ojos redondos
del gitanillo muerto.




ArribaAbajoCrótalo


ArribaAbajo   Crótalo.
Crótalo.
Crótalo.
Escarabajo sonoro.

   En la araña
de la mano
rizas el aire
cálido,
y te ahogas en tu trino
de palo.

   Crótalo.
Crótalo.
Crótalo.
Escarabajo sonoro.




ArribaAbajoChumbera


ArribaAbajo   Laoconte salvaje.

   ¡Qué bien estás
bajo la media luna!

   Múltiple pelotari.

   ¡Qué bien estás
amenazando al viento!

   Dafne y Atis,
saben de tu dolor.
Inexplicable.




ArribaAbajoPita


ArribaAbajo   Pulpo petrificado.

   Pones cinchas cenicientas
al vientre de los montes,
y muelas formidables
a los desfiladeros.

   Pulpo petrificado.




ArribaAbajoCruz


ArribaAbajo   La cruz.
(Punto final
del camino.)

   Se mira en la acequia.
(Puntos suspensivos.)




ArribaAbajoEscena del teniente coronel de la Guardia Civil

Cuarto de banderas


TENIENTE CORONEL.-  Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil.

SARGENTO.-  Sí.

TENIENTE CORONEL.-  Y no hay quien me desmienta.

SARGENTO.-  No.

TENIENTE CORONEL.-  Tengo tres estrellas y veinte cruces.

SARGENTO.-  Sí.

TENIENTE CORONEL.-  Me ha saludado el cardenal arzobispo con sus veinticuatro borlas moradas.

SARGENTO.-  Sí.

TENIENTE CORONEL.-  Yo soy el teniente. Yo soy el teniente. Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil.

 

(Romeo y Julieta, celeste, blanco y oro, se abrazan sobre el jardín de tabaco de la caja de puros. El militar acaricia el cañón de un fusil lleno de sombra submarina. Una voz fuera.)

 
   Luna, luna, luna, luna,
del tiempo de la aceituna.
Cazorla enseña su torre
y Benamejí la oculta.


   Luna, luna, luna, luna.
Un gallo canta en la luna.
Señor alcalde, sus niñas
están mirando a la luna.

TENIENTE CORONEL.-  ¿Qué pasa?

SARGENTO.-  ¡Un gitano!

 

(La mirada de mulo joven del gitanillo ensombrece y agiganta los ojirris del TENIENTE CORONEL de la Guardia Civil.)

 

TENIENTE CORONEL.-  Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil.

GITANO.-  Sí.

TENIENTE CORONEL.-  ¿Tú quién eres?

GITANO.-  Un gitano.

TENIENTE CORONEL.-  ¿Y qué es un gitano?

GITANO.-  Cualquier cosa.

TENIENTE CORONEL.-  ¿Cómo te llamas?

GITANO.-  Eso.

TENIENTE CORONEL.-  ¿Qué dices?

GITANO.-  Gitano.

SARGENTO.-  Me lo encontré y lo he traído.

TENIENTE CORONEL.-  ¿Dónde estabas?

GITANO.-  En el puente de los ríos.

TENIENTE CORONEL.-  Pero ¿de qué ríos?

GITANO.-  De todos los ríos.

TENIENTE CORONEL.-  ¿Y qué hacías allí?

GITANO.-  Una torre de canela.

TENIENTE CORONEL.-  ¡Sargento!

SARGENTO.-  A la orden, mi teniente coronel de la Guardia Civil.

GITANO.-  He inventado unas alas para volar, y vuelo. Azufre y rosa en mis labios.

TENIENTE CORONEL.-  ¡Ay!

GITANO.-  Aunque no necesito alas, porque vuelo sin ellas. Nubes y anillos en mi sangre.

TENIENTE CORONEL.-  ¡Ayy!

GITANO.-  En enero tengo azahar.

TENIENTE CORONEL.-   (Retorciéndose.) ¡Ayyyyy!

GITANO.-  Y naranjas en la nieve.

TENIENTE CORONEL.-  ¡Ayyyyy!, pum, pim, pam.  (Cae muerto.) 

 

(El alma de tabaco y café con leche del TENIENTE CORONEL de la Guardia Civil sale por la ventana.)

 

SARGENTO.-  ¡Socorro!

*  *  *

 

(En el patio del cuartel, cuatro guardias civiles apalean al gitanillo.)

 



ArribaAbajoCanción del gitano apaleado


ArribaAbajo   Veinticuatro bofetadas.
Veinticinco bofetadas;
después, mi madre, a la noche,
me pondrá en papel de plata.

   Guardia civil caminera,
dadme unos sorbitos de agua.
Agua con peces y barcos.
Agua, agua, agua, agua.

   ¡Ay, mandor de los civiles
que estás arriba en tu sala!
¡No habrá pañuelos de seda
para limpiarme la cara!



ArribaAbajoDiálogo del Amargo


ArribaAbajoCampo

UNA VOZ
   Amargo.
Las adelfas de mi patio.
Corazón de almendra amarga.
Amargo.

 

(Llegan tres jóvenes con anchos sombreros.)

 

JOVEN 1.º.-  Vamos a llegar tarde.

JOVEN 2.º.-  La noche se nos echa encima.

JOVEN 1.º.-  ¿Y ése?

JOVEN 2.º.-  Viene detrás.

JOVEN 1.º.-   (En alta voz.) ¡Amargo!

AMARGO.-   (Lejos.) Ya voy.

JOVEN 2.º.-   (A voces.) ¡Amargo!

AMARGO.-   (Con calma.) ¡Ya voy!

JOVEN 1.º.-  ¡Qué hermosos olivares!

JOVEN 2.º.-  Sí.

 

(Largo silencio.)

 

JOVEN 1.º.-  No me gusta andar de noche.

JOVEN 2.º.-  Ni a mí tampoco.

JOVEN 1.º.-  La noche se hizo para dormir.

JOVEN 2.º.-  Es verdad.

 

(Ranas y grillos hacen la glorieta del estío andaluz. El AMARGO camina con las manos en la cintura.)

 
AMARGO
Ay yayayay.
Yo le pregunté a la muerte.
Ay yayayay.

 

(El grito de su canto pone un acento circunflejo sobre el corazón de los que lo han oído.)

 

JOVEN 1.º.-   (Desde muy lejos.)  ¡Amargo!

JOVEN 2.º.-   (Casi perdido.) ¡Amargooo!

 

(Silencio.)

   

(El AMARGO está solo en medio de la carretera. Entorna sus grandes ojos verdes y se ciñe la chaqueta de pana alrededor del talle. Altas montañas le rodean. Su gran reloj de plata le suena oscuramente en el bolsillo a cada paso.)

   

(Un JINETE viene galopando por la carretera.)

 

JINETE.-   (Parando el caballo.) ¡Buenas noches!

AMARGO.-  A la paz de Dios.

JINETE.-  ¿Va usted a Granada?

AMARGO.-  A Granada voy.

JINETE.-  Pues vamos juntos.

AMARGO.-  Eso parece.

JINETE.-  ¿Por qué no monta en la grupa?

AMARGO.-  Porque no me duelen los pies.

JINETE.-  Yo vengo de Málaga.

AMARGO.-  Bueno.

JINETE.-  Allí están mis hermanos.

AMARGO.-   (Displicente.) ¿Cuántos?

JINETE.-  Son tres. Venden cuchillos. Ése es el negocio.

AMARGO.-  De salud les sirva.

JINETE.-  De plata y oro.

AMARGO.-  Un cuchillo no tiene que ser más que un cuchillo.

JINETE.-  Se equivoca.

AMARGO.-  Gracias.

JINETE.-  Los cuchillos de oro van solos al corazón. Los de plata cortan el cuello como una brizna de hierba.

AMARGO.-  ¿No sirven para partir el pan?

JINETE.-  Los hombres parten el pan con las manos.

AMARGO.-  ¡Es verdad!

 

(El caballo se inquieta.)

 

JINETE.-  ¡Caballo!

AMARGO.-  Es la noche.

 

(El camino ondulante salomoniza la sombra del animal.)

 

JINETE.-  ¿Quieres un cuchillo?

AMARGO.-  No.

JINETE.-  Mira que te lo regalo.

AMARGO.-  Pero yo no lo acepto.

JINETE.-  No tendrás otra ocasión.

AMARGO.-  ¿Quién sabe?

JINETE.-  Los otros cuchillos no sirven. Los otros cuchillos son blandos y se asustan de la sangre. Los que nosotros vendemos son fríos. ¿Entiendes? Entran buscando el sitio de más calor y allí se paran.

 

(El AMARGO se calla. Su mano derecha se le enfría como si agarrase un pedazo de oro.)

 

JINETE.-  ¡Qué hermoso cuchillo!

AMARGO.-  ¿Vale mucho?

JINETE.-  Pero ¿no quieres éste? (Saca un cuchillo de oro. La punta brilla como una llama de candil.) 

AMARGO.-  He dicho que no.

JINETE.-  ¡Muchacho, súbete conmigo!

AMARGO.-  Todavía no estoy cansado.

 

(El caballo se vuelve a espantar.)

 

JINETE.-   (Tirando de las bridas.) Pero ¡qué caballo éste!

AMARGO.-  Es lo oscuro.

 

(Pausa.)

 

JINETE.-  Como te iba diciendo, en Málaga están mis tres hermanos. ¡Qué manera de vender cuchillos! En la catedral compraron dos mil para adornar todos los altares y poner una corona a la torre. Muchos barcos escribieron en ellos sus nombres; los pescadores más humildes de la orilla del mar se alumbran de noche con el brillo que despiden sus hojas afiladas.

AMARGO.-  Es una hermosura.

JINETE.-  ¿Quién lo puede negar?

 

(La noche es espesa como un vino de cien años. La serpiente gorda del Sur abre sus ojos en la madrugada, y hay en los durmientes un deseo infinito de arrojarse por el balcón a la magia perversa del perfume y la lejanía.)

 

AMARGO.-  Me parece que hemos perdido el camino.

JINETE.-   (Parando el caballo.) ¿Sí?

AMARGO.-  Con la conversación.

JINETE.-  ¿No son aquéllas las luces de Granada?

AMARGO.-  No sé.

JINETE.-  El mundo es muy grande.

AMARGO.-  Como que está deshabitado.

JINETE.-  Tú lo estás diciendo.

AMARGO.-  ¡Me da una desesperanza! ¡Ay yayayay!

JINETE.-  Porque llegas allí. ¿Qué haces?

AMARGO.-  ¿Qué hago?

JINETE.-  Y si te estás en tu sitio, ¿para qué quieres estar?

AMARGO.-  ¿Para qué?

JINETE.-  Yo monto este caballo y vendo cuchillos, pero si no lo hiciera, ¿qué pasaría?

AMARGO.-  ¿Qué pasaría?

 

(Pausa.)

 

JINETE.-  Estamos llegando a Granada.

AMARGO.-  ¿Es posible?

JINETE.-  Mira cómo relumbran los miradores.

AMARGO.-  Sí, ciertamente.

JINETE.-  Ahora no te negarás a montar conmigo.

AMARGO.-  Espera un poco.

JINETE.-  ¡Vamos, sube! Sube de prisa. Es necesario llegar antes de que amanezca... Y toma este cuchillo. ¡Te lo regalo!

AMARGO.-  ¡Ay yayayay!

 

(El JINETE ayuda al AMARGO. Los dos emprenden el camino de Granada. La sierra del fondo se cubre de cicutas y de ortigas.)

 




ArribaCanción de la madre del Amargo


Arriba   Lo llevan puesto en mi sábana
mis adelfas y mi palma.

   Día veintisiete de agosto
con un cuchillito de oro.

   La cruz. ¡Y vamos andando!
Era moreno y amargo.

   Vecinas, dadme una jarra
de azófar con limonada.

   La cruz. No llorad ninguna.
El Amargo está en la luna.







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