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Sintaxis y Semántica

Fernando Lázaro Carreter






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A requerimiento de nuestro Presidente, y para cumplir el acuerdo de que, en las jornadas del Simposio, se realicen exposiciones de tipo general, me dispongo a presentar a Vds. un informe lo más sucinto y claro que pueda sobre las relaciones entre Sintaxis y Semántica; tales como se consideran principalmente en el cuerpo doctrinal de la Gramática Generativa, único en que esa cuestión se ha presentado con rigor y sin sobrentendidos. Al intentar ser sucinto y claro, este informe tendrá que prescindir de infinidad de detalles, lo cual constituye una importante dificultad, dado que la discusión se está manteniendo principalmente a través de una casuística, en la esperanza de que emerjan de ella una teoría y una metodología plausibles. Tendré que limitarme a una bibliografía muy reducida, y aun así, me veré obligado a simplificaciones o generalizaciones abusivas. Corro todos estos riesgos con la certidumbre de que Vds. serán conscientes de ellos, y de que se sentirán predispuestos a disculparme. Por lo demás, las deficiencias de mi informe pueden ser ventajosamente suplidas por una obra española reciente, en la cual se ventilan estas cuestiones con una riqueza de información y una agudeza sobresalientes; me refiero al libro de Víctor Sánchez de Zavala, Hacia una epistemología del lenguaje1, publicado este mismo año.




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El problema de las relaciones entre Sintaxis y Semántica presenta muchas facetas, algunas de las cuales pueden formularse en estos términos: en todo acto de comunicación, nos hallamos con un complejo sonoro que el hablante emite con la intención de significar algo, significación que el oyente descifra con adecuación mayor o menor, pero normalmente próxima, a la intención del hablante. El análisis permite descomponer aquel acto de comunicación -supongamos que es una oración- en unidades menores, dotadas a su vez de significación, las cuales contraen entre sí relaciones formales, tradicionalmente estudiadas por la Sintaxis. Se trata de decidir si las relaciones de carácter sintáctico y las de carácter significativo se corresponden estrictamente, o si aquéllas tienen precedencia sobre éstas, o al revés, dentro de una mutua autonomía o una mutua implicación. Se trata también de averiguar si el destino semántico de la oración se juega dentro de sus propios límites físicos, o si intervienen en su suerte -en su cifrado y comprensión- circunstancias exteriores a dichos límites.




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La Gramática que, de modo tan vago, llamamos tradicional, se adhiere, en líneas generales, a la primera suposición. Arranca de la concepción aristotélica, reforzada y matizada por diversos pensadores a lo largo de la historia, según la cual la lengua es un repertorio de elementos que, por un lado, -reflejan miembro a miembro la realidad existencial, y, por otro, reproducen exactamente las articulaciones del pensamiento. Este paralelismo entre tres órdenes diversos de fenómenos, adquiere su expresión más viva en aserciones como esta de Descartes: «La combinación que se hace en el pensamiento no es la de los nombres, sino la de las cosas significadas por los nombres»2. Y, de esta manera, el lenguaje se convierte en un instrumento privilegiado para penetrar simultáneamente en la estructura de la realidad y en la estructura del espíritu3. La Gramática tradicional no cuestiona, fundada en esta convicción, el problema de las relaciones entre la Sintaxis y la Semántica: la secuencia oracional está constituida por unidades fónicas que se reúnen para formar unidades de significación elemental; y éstas, mediante signos y recursos relaciónales, se suman o se multiplican o combinan para producir un significado complejo, que es el significado de la oración. No parece que se conceda en esta larga y extendida tradición aristotélica ninguna suerte de independencia a la Semántica y a la Sintaxis, las cuales se manifiestan en la oración como mutuamente necesarias, y se manejan indistintamente, sin ninguna clase de precaución metodológica. Estas precauciones empiezan a postularse teóricamente -y con escasa eficacia práctica- a partir de Saussure, el cual, por otra parte, habla de la «naturaleza en el fondo idéntica de todos los hechos de sincronía» y, por tanto, de la imposibilidad de trazar límites entre morfología, sintaxis y lexicología4. Una situación semejante hallamos en los lingüistas de Praga, cuyas tesis de 1929 no representan avances sustanciales sobre la concepción que hemos llamado tradicional, salvo la adopción, decisiva a otros respectos, del principio de interrelación estructural entre los vocablos. Por lo demás, aceptan como hecho evidente la existencia autónoma de la palabra, mediante la cual se descompone y analiza la realidad exterior o interior, real o abstracta. Estas unidades se combinan mediante la actividad sintagmática, cuyo acto fundamental es la predicación. La sintaxis funcional se aplicará, según dichas tesis, al estudio de los tipos de predicación, descubriendo las conexiones recíprocas entre las diferentes formas sintagmáticas (por ejemplo, entre el tema o sujeto gramatical y el desarrollo o «transformación» del verbo activo en pasivo), y, por tanto, su solidaridad estructural5. Se debe, tal vez, a esta insuficiente atención a los problemas que plantean las relaciones sintagmáticas y semánticas, la escasa fecundidad del estructuralismo saussureano en los dominios de la Sintaxis, en contraste con sus considerables avances en el análisis de otras zonas del lenguaje en que podía prescindirse, en gran medida, de la significación. De hecho, y en general, los trabajos sintácticos que se presentan fundamentados en supuestos estructurales, suelen diferir no mucho, en planteamiento y soluciones, de los tradicionales, ante los que sólo ofrecen una alternativa más razonable, por cuanto acentúan su base formal, pero fuertemente controlada por los saberes semánticos y lógicos del gramático. Es cierto que muchos estructuralistas rechazan la concepción aristotélica de la lengua como simple nomenclatura, pero a la hora de convertir en algo concreto su repulsa, rebasan en muy poco aquella concepción. Me limitaré a señalar el caso de Martinet, que titula un capitulillo de sus Elementos de lingüística general, «El lenguaje no es un calco de la realidad», que acepta, con ecos claros de Saussure y de Hjelmslev, la organización particular de los datos de la experiencia que realiza cada lengua6, y que sin embargo omite -y es muy grave la omisión en un libro sistemático y casi programático- una exposición medianamente atenta de los problemas de la Sintaxis, esto es, del modo como se organizan en la oración aquellos datos de la experiencia. Falta en el libro el paso necesario entre el monema, tan atentamente estudiado, a la oración, tan desatentamente evitada. Creo que sin pecar de exageración puede afirmarse que la Sintaxis ha constituido el fracaso de la lingüística de orientación saussureana, y ello, repito, por haberle faltado un planteamiento profundo de cómo se implican la secuencia oracional formal y la secuencia significativa, y por haber aceptado, digámoslo así, soluciones «de sentido común»; inexorablemente, tenía que ir a confundirse con la Sintaxis tradicional, y ante el peligro, ha solido abstenerse o lo ha corrido sin temores.




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Ese planteamiento que echamos en falta en nuestra tradición europea, remota o moderna, es, justo, el que permitió a la lingüística norteamericana realizar considerables avances en los dominios de la sintagmática, bajo el magisterio de Bloomfield. En fórmula abreviada -como todo aquí- podría afirmarse que ese avance pudo producirse por la negativa a mezclar los datos de la forma con los de la significación. No por considerar que ésta sea ajena a la lengua, sino por la extremada dificultad que comporta aprehender qué pueda ser el significado. Bloomfield preveía una lingüística ideal, que estaría integrada por dos investigaciones principales: la fonética, destinada al estudio del acto de hablar, sin referencia a su significado; y la semántica, que relacionaría los datos fónicos obtenidos con los rasgos del significado, «a fin de demostrar que un cierto tipo de sonidos del habla fue emitido en un determinado tipo de situaciones, y movió al oyente a realizar determinados tipos de respuesta»7. Pero a este último estudio se opone la imposibilidad de conocer con exactitud científica el significado de cada forma lingüística (aparte las modificaciones perturbadoras que introduce la situación). «La definición de los significados es, por lo tanto -sigue diciendo-, el punto débil en el estudio de la lengua, y seguirá siéndolo hasta que el conocimiento humano supere en mucho su estado presente»8. Constituye materia muy debatida la de precisar hasta qué punto excluyó Bloomfield de la ciencia del lenguaje los datos del significado9, pero lo cierto es que la Sintaxis desarrollada a partir de él suele tratar de desembarazarse de aquellos datos, en busca de un análisis y de una descripción basados en la organización física de la secuencia; para ese análisis, basta con saber si dos formas poseen una significación «parecida» o «diferente», sin mayores precisiones científicas sobre su sentido. Se recurre a este sólo para identificar las unidades fonológicas y sintácticas, pero no se tolera su intromisión en las reglas o en los principios combinatorios. En esta línea, es bien conocido el esfuerzo de Zellig H. Harris para alcanzar una descripción exhaustiva del lenguaje por métodos distribucionales que marginen radicalmente la significación.




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Como tantas veces se ha dicho, leí primer Chomsky, el de Syntactic Structures (1957), se manifiesta heredero de esta exigencia metodológica, y ya en las primeras páginas rechaza la relación entre «gramatical» y «significativo», contraponiendo aquellos repetidos ejemplos:

Colorless green ideas sleep furiously

[Incoloras ideas verdes duermen furiosamente]



Furiously sleep ideas green colorless

[Furiosamente dormir ideas verdes incoloro].



Ambos carecen de significación, pero el primero es perfectamente gramatical, y el segundo no10. El noveno capítulo del libro se titula, precisamente, «Syntax and Semantics», y en él combate algunos argumentos esgrimidos para buscar fundamentos semánticos a la teoría sintáctica; según este su primer punto de vista, «sólo una base puramente formal puede ofrecer sustentos firmes y fecundos para una teoría gramatical»11. El contenido significativo le parece descansar sobre la estructura sintáctica, cuya misión es la de servir de soporte para recibirlo y configurarlo; pero ello sin demasiada convicción: todo el capítulo es dubitante. Y a diferencia de Bloomfield, que aplazaba la incorporación de los problemas del significado a la Lingüística hasta que se poseyera un conocimiento científico y exhaustivo del mismo (esto es, hasta las calendas griegas), Chomsky piensa que su teoría sintáctica, puramente formal, «es perfectamente compatible con el deseo de que se formule de modo que pueda mantener conexiones sugestivas y significativas con una teoría semántica paralela»12. Esta teoría iba a presentarse bien pronto por obra de sus discípulos Fodor, Katz y Postal, que clausuran el divorcio entre Semántica y Sintaxis, si bien de un modo que habrá de parecer tímido pocos años después.




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Expondré muy rápidamente el pensamiento de estos lingüistas que, en lo sustancial, acoge Chomsky en Aspects (1965). La Gramática ha de ser un sistema de reglas que, por repetición, genere un número infinito de estructuras, y debe distribuirse en tres componentes principales: el sintáctico, el fonológico y el semántico. El primero contiene las reglas formales para producir oraciones, y constituye el «input» o entrada para los otros dos; quiere esto decir que, una vez generada una estructura oracional, y realizadas las inserciones léxicas y todas las transformaciones, intervienen los otros dos componentes de la Gramática para asignar a la estructura generada una interpretación fónica (cómo debe pronunciarse) y una interpretación semántica (qué significa). Fodor y Katz13 sobrepasan, por medio del componente semántico, los límites estrictamente sintácticos en que Chomsky había encerrado la Gramática, porque dentro de aquellos no hay solución suficiente para el problema de proyección, es decir, para el problema de formular las reglas correspondientes a la actividad del hablante, que no ha tenido contacto a lo largo de su vida más que con una serie finita de oraciones y, sin embargo, es capaz de construir y entender un número prácticamente infinito de oraciones de su idioma. Ambos lingüistas piensan que el análisis sintáctico no agota la complejidad de la descripción, y que esta deja un residuo cuando ya no pueden actuar los recursos analíticos gramaticales, que es justamente el territorio de la Semántica. La Gramática no termina, pues, como en Syntactic Structures, con las reglas sintácticas formales, pero sigue reservándose a la Sintaxis una precedencia respecto de la Semántica: ésta y la Fonología son componentes «interpretativos», no generativos.

El componente semántico contiene reglas que asignan un significado a cada oración generada por el componente sintáctico. La hipótesis en que los primeros discípulos de Chomsky apoyan su explicación de aquel componente es que «el proceso por el cual interpreta el hablante cada una de las infinitas oraciones [posibles], es un proceso composicional, en el que el significado de cada constituyente compuesto de la oración se obtiene como función de los significados de las partes de aquel constituyente»14. Esto es, en un indicador sintagmático en el que figuren los símbolos terminales -morfemas o palabras-, el componente semántico actúa atribuyendo interpretaciones sucesivas a esos signos elementales, en cuanto constituyentes dominados por un mismo nudo del árbol; después, procediendo igual en los siguientes niveles ascendentes del árbol, se llega al más alto, al símbolo «Oración», cuyo significado se obtendrá por esta combinación de los significados progresivamente complejos de sus constituyentes sintácticos. De esta manera, el análisis en constituyentes del más bajo nivel del árbol coincide con las palabras y los morfemas que entran en la oración realizada, y, por tanto, los «átomos» sintácticos -el término es de Katz15- vienen a identificarse con las unidades semánticas tradicionales. El componente semántico de la Gramática debe contar, pues, con dos subcomponentes: un diccionario que proporcione la representación semántica de cada elemento, y un sistema de reglas de proyección que permitan combinar aquellas representaciones del diccionario en constituyentes oracionales superiores, hasta llegar al símbolo más alto, esto es, a la oración. Esta operación última, resultante de aplicar las reglas de proyección, es lo que se denomina interpretación semántica. No puedo entrar en la explicación, por lo demás muy divulgada, del pormenor de esta doctrina. Señalaré tan sólo que el mérito de esta primera promoción de discípulos de Chomsky consiste en haber formalizado intuiciones que ya se manifestaban operativamente en la lingüística tradicional. El análisis composicional del significado de los vocablos, por ejemplo, está en la base de toda la lexicografía tradicional, y gracias a él han podido compilarse los diccionarios16. Su novedad consiste en la «normal form» de las representaciones o definiciones, en el intento de proporcionar todos y sólo aquellos informes que son requeridos por las reglas de proyección, de modo que estos garanticen un significado aceptable, en la misma medida en que las reglas sintácticas garantizan la plausible gramaticalidad de las oraciones que generan. Por su parte, las reglas de proyección se limitan -y esta palabra no significa escasez de mérito- a formalizar la convicción intuitiva en que se basaba la Sintaxis tradicional, de que el significado de la oración resultaba del cúmulo de significaciones que se producen en los constituyentes del núcleo del sujeto y del núcleo del verbo, rematados por un acto semántico final: el de la predicación que los combina y proporciona el definitivo significado de la oración. En la tradición gramatical, y en el modelo que crean estos lingüistas, la significación corresponde al momento generativo básico o profundo. Se diferencian en que los últimos consideran la fase sintáctica y formal como primigenia, rompiendo artificialmente la conexión entre estructura y finalidad significante, y prescindiendo de las necesidades concretas de la comunicación, que son las que nos impulsan a hablar, para centrar su atención en las supuestas propiedades innatas de la mente humana, que, en último término, serían las responsables de la estructura sintáctica, como recientemente señalaba John Searle17.

Esquematizando de modo radiográfico cuanto acabo de exponer, parece posible percibir tres etapas en la evolución de las relaciones entre Sintaxis y Semántica. En la primera, que grosso modo se corresponde con la Gramática tradicional, no se plantea una distinción metodológica que separe lo que, en la oración, son articulaciones sintagmáticas y significativas. Aunque a este tipo de Gramática se le reconoce una cierta capacidad generativa, puesto que consiste en reglas para «construir» oraciones, en la práctica opera con un corpus realizado, en el cual, las unidades analizadas comparecen con su coherencia sintáctica y semántica ya lograda. Basada en el paralelismo riguroso entre ambas líneas de fenómenos, pasa de una a otra sin ninguna precaución, y suele proporcionar explicaciones de tipo lógico o «mentalístico» para los hechos gramaticales. Al fundamentarse en el sentido, interpreta como tales hechos los que no son sino fenómenos contextúales, y procede a clasificaciones y reclasificaciones, prácticamente sin límite, puesto que no lo tienen las combinaciones posibles en el marco de las estructuras oracionales. Por ello, la Sintaxis tradicional ofrece ese amenazador aspecto de repertorio o inventario inacabado, con una finalidad que se pone en el inventario mismo, en la necesidad de aumentarlo, con la desoladora convicción de que no se logrará terminarlo nunca. Una gramática de esta clase es «mejor» que otra en la medida en que registra mayor número de variedades oracionales, aunque no reconozca muchas veces su interrelación formal, o que su diferencia estriba sólo en los significados ocasionales. No es raro que a esta actividad, en gran parte coleccionista, se le haya negado a menudo la calidad de ciencia.

La corrección necesaria de este método provino del descriptivismo americano, a costa de renunciar al significado en sus métodos analíticos. Partiendo también de un corpus ya emitido, y de la oración como unidad máxima, procedió a descomponerlo en unidades menores, a inventariar esas unidades y a establecer las reglas mecánicas de su combinación y de la correlación entre oraciones. Aunque Bloomfield y sus discípulos fueron conscientes de que, sin tener en cuenta la significación, trabajaban sobre un cuerpo mutilado, entendían que era lo único posible si se deseaba lograr la autonomía de la Lingüística respecto de otras ciencias, a algunas de las cuales -Psicología, Filosofía, Sociología, Antropología- era remitido el estudio del significado. Con este, de momento, sólo contaba el lingüista para establecer similitudes o desemejanzas entre los tipos de estructuras sintácticas descritas, y aun ello con cierta laxitud: una acusación constante contra el descriptivismo es que no resiste la prueba empírica, es decir, que los esquemas averiguados entran en contradicción con la experiencia innata del hablante acerca de su sentido.

Las gramáticas que obedecen al modelo generativo, sustituyen el mero análisis que se proponían como fin los distintos estructuralismos anteriores -prescindo aquí de Hjelmslev-, mediante la búsqueda de un método que permita reconstruir la actividad creadora y productiva del hablante, y que explique a la vez cómo puede realizarse la actividad descifradora del oyente. Tras el inicial desentendimiento de Chomsky por los problemas del significado, lo cual entraba en abierta contradicción con los propósitos generativistas, la Semántica penetra como componente de la Gramática, pero subordinada al dogma de que en el principio del acto comunicativo está la Sintaxis. Numerosos discípulos de Chomsky se han rebelado en los últimos seis años, abriendo un nuevo capítulo en las relaciones que estamos exponiendo, bajo otro signo polarmente distinto y que, probablemente, parece más acorde con nuestro sentimiento lingüístico ingenuo: el de que, en el principio, está la significación; el de que el hablante habla para significar algo, y que para ello es para lo que pone en marcha el artilugio de su competencia sintáctica. Se trata de un giro radical el que se está produciendo estos años en la Gramática, no sin fricciones y polémicas en el seno del chomskismo. Como dice Searle, los viejos estructuralistas se frotan las manos contemplando esta revolución dentro de la revolución; pero, como asegura también, se equivocan al frotárselas, porque el conflicto se produce dentro del sistema conceptual creado por Chomsky. Más aún: éste, como veremos, afirma que no hay conflicto, o que no es legítimo interpretarlo como tal.




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Vamos a pasar revista muy sucintamente a los aspectos principales de esta supuesta subversión, fijándonos sólo en tres de sus principales líderes: Ch. J. Fillmore, G. Lakoff y J. D. McCawley. Uno de los principales trabajos del primero, en que cuestiona el planteamiento «standard» de su maestro, en lo relativo a las relaciones entre Sintaxis y Semántica, se titula «The Case for Case»18, publicado en 1968; pero fue precedido por otro muy importante, titulado «Toward a Modern Theory of Case», publicado sólo un año después de aparecer Aspects, en el que formulaba ya lo esencial de su teoría. Como es sabido, los conceptos gramaticales de «sujeto» y «predicado» son básicos en el modelo gramatical de Chomsky, y poseen un carácter relacional que se corresponde con el categorial de «sintagma nominal» y «sintagma verbal» de la primera bifurcación del árbol. Todo indicador sintagmático se abre, precisamente, con los símbolos SN y SV (o FN y FV, si se prefieren, como Otero y Contreras, los términos «frase nominal» y «frase verbal»). Estas categorías, y sus funciones respectivas, son, como en la Sintaxis antigua, el soporte básico de la oración, y se asientan en su estructura profunda. Las relaciones de caso -nominativo, genitivo, dativo, etc.- no son tenidas en cuenta por los generativistas, que las consideran manifestaciones muy superficiales. Fillmore niega que la relación funcional entre «sujeto» y «predicado» sea básica en la oración, así como tampoco la función «objeto».

Entre otras pruebas, presenta oraciones del tipo de estas:

El museo abrirá

El conserje abrirá el museo



La conexión semántica fundamental que se reconoce en ambas es la que une museo con abrir, la cual es idéntica en las dos oraciones, aunque museo es sujeto de un verbo intransitivo, en la primera, y complemento directo de un transitivo en la segunda. De igual manera, una misma conexión semántica se entabla entre llave y abrir, en las dos oraciones siguientes:

El conserje abrirá la puerta con esta llave

Esta llave abrirá la puerta,



a pesar de que llave es término de un sintagma preposicional en la primera, y sujeto en la segunda. Estas conexiones semánticas no guardan, pues, correspondencia estricta con las relaciones sintácticas, en contradicción con lo postulado por las reglas de proyección: aunque los puestos correspondientes a museo y abrir, en el primer par de ejemplos, o a llave y abrir, en el segundo par, puedan ser muy distintos en el indicador subyacente, mantienen la misma interdependencia semántica. El paralelismo en que se basa el principio de proyección, entre estructura gramatical y estructura semántica, no parece confirmado por esos y por muchísimos ejemplos más. Fillmore niega, por tanto, que la organización básica de la oración conste de dos núcleos, el del sujeto y el del predicado19, y afirma que las relaciones oracionales básicas se establecen entre un verbo y un conjunto de sustantivos en diversos «casos» (entendiendo la noción de caso de modo muy parecido a como lo hacía la gramática tradicional). El centro, pues, de las cuatro oraciones que hemos puesto como ejemplo, sería el significado «abrir» que el hablante desea comunicar; este verbo comparece en la mente necesitado de una serie de conexiones necesarias con varias funciones que habrán de ser desempeñadas por sustantivos. Abrir requiere siempre la existencia de una función Objeto (término que, en Fillmore no posee su significado tradicional, sino el más o menos aproximado de «nominativo») y admite un Instrumental y o un Agente. Si en la mente existe sólo el Objeto, pasa automáticamente a ser sujeto superficial de la oración realizada (El museo abrirá). Si existe además un Instrumental, tanto éste como el Objeto pueden desempeñar la función de Sujeto:

Esta llave abrirá la puerta

La puerta abrirá con esta llave



Al ser casuales todas estas relaciones que se establecen entre el centro verbal y las funciones sustantivas radiales, todas se presentan en la estructura profunda con una preposición, la cual desaparece superficialmente cuando el nombre funciona como sujeto; pero reaparece al nominalizarse el verbo: La apertura de la puerta.

En lugar de los constituyentes oracionales definidos por Chomsky (SN + SV), Fillmore considera como tales la Modalidad, el Auxiliar y la Proposición, y la primera regla de su Gramática es, por tanto:

OMod. + Aux. + Prop.



La proposición incluye el verbo y todos los elementos nominales, uno de los cuales será segregado por las transformaciones para ser sujeto de la oración. En cuanto al constituyente Modalidad, totalmente semántico, contiene «los elementos interrogativo y negativo, los adverbios oracionales, los adverbios de tiempo, y otros diversos elementos adverbiales que se comportan como modalidades de la oración entera, más bien que como subconstituyentes del constituyente que incluye el verbo principal»20. Algunos de estos elementos se insertaban en la oración mediante transformaciones, en la propuesta chomskiana.

Una Gramática, pues, radicalmente nueva sale de este modelo apuntado -ya que no definido aún plenamente- por el lingüista de Ohio. El predicado se convierte en núcleo de la oración, pero no ya mediante una vinculación necesaria con el sujeto, sino con una serie de «argumentos» nominales que están con él en relación casual. Cuáles sean estos «argumentos», depende estrictamente de la significación del verbo, pero no son muchos. Mientras Chomsky estatuía el supuesto de que las relaciones sintácticas eran universales, Fillmore traslada la universalidad a «argumentos» o «casos» tales como «agente», «paciente», «instrumento», «tiempo» y pocos más, pertenecientes a un inventario genéricamente humano de categorías semánticas. De igual manera que se anulan las funciones sintácticas de Sujeto y Objeto, para subordinarlas a las semánticas de «agente» y «paciente», las categorías léxicas Nombre y Verbo, que figuran en los indicadores subyacentes de la Gramática «standard», pasan a ser nociones puramente superficiales. Así, el Predicado es normalmente un verbo, pero no necesariamente; dos oraciones como

Él concursa

Él es concursante



tiene para Fillmore (1968) la misma estructura subyacente: ambos realizan idéntica aserción sobre él, con una mera diferencia de énfasis. Su representación semántica subyacente es PREDICADO (agente), o sea, «concursar» (él), en el que el predicado puede manifestarse como verbo (concursa) o adjetivo sustantivado (concursante), mediante transformaciones sintácticas diversas. Ello significa que el predicado «concursar» es bastante neutral ante su realización como parte del discurso, y que Verbo y Adjetivo son simples manifestaciones de superficie.

Frente a la Gramática Generativa, ha surgido, pues, la Semántica Generativa. El meollo significativo, lo que el hablante quiere decir se presenta en su espíritu como dato primordial, y después, con un «después», claro, que podemos suponer tan próximo cronológicamente como deseemos, lo articula mediante reglas sintácticas y fonológicas para convertirlo en mensaje realizado. Repetimos que, para los semantistas generativos, los universales sintácticos en que cree el fundador de la nueva Gramática son escasos en comparación con los universales semánticos, en los cuales se manifiestan categorías generales del conocimiento, que son atributos del mundo compartidos por todos los hombres. En otro trabajo, también de 1968, coincidente en lo esencial con los anteriores, Fillmore ha escrito que las lenguas ofrecen muy escaso número de relaciones entre «argumentos» y predicados; y que sus tipos posibles «pueden ser identificados con ciertos juicios bastante elementales acerca de las cosas que nos rodean: juicios sobre quién hace algo, quién experimenta algo, dónde sucede algo, qué es lo que cambia, qué es lo que se mueve, dónde empieza y dónde acaba. Ya que juicios como estos son las clases de cosas que los gramáticos han asociado durante siglos con el uso de los "casos" gramaticales, me refiero a esos papeles [o funciones] como relaciones de caso o, simplemente, como casos»21




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En la concepción «standard», la preeminencia de lo sintáctico sobre lo semántico es total; veámoslo un poco más de cerca. La base, en la Gramática chomskiana, consiste en un aparato de reglas de reescritura, que manipulan símbolos de dos clases: los auxiliares y los terminales. Los primeros denotan, aproximadamente, las categorías gramaticales, y así, la misión esencial de las reglas de reescritura de la base consiste en especificar relaciones y funciones gramaticales (por ejemplo, el hecho de que el artículo con el nombre constituyen un sintagma nominal; que este, precedido de una preposición forma con ella un sintagma preposicional, etc.). No se maneja léxico en las operaciones sintácticas de la base que conducen a la sarta preterminal, sino que, cuando un símbolo no puede ser ya desarrollado, aquel punto en el árbol se ocupa con un símbolo ficticio, el comodín Δ; la sarta preterminal de una derivación y de un indicador sintagmático o árbol, consiste, pues, en símbolos ficticios y morfemas. Esta sarta así constituida, está preparada para la inserción léxica, por el cual entra en la oración el segundo componente de la base, esto es, el léxico. Cada uno de los vocablos que puede introducirse allí, en el lugar ocupado por el comodín, debe reunir ciertas condiciones de naturaleza gramatical, ajenas a su significado específico, que ya están determinadas por el indicador sintagmático. Tales condiciones se refieren a varios de sus rasgos; así, a los inherentes: un verbo, como meditar podrá introducirse en el lugar del comodín dominado por el símbolo V sólo si posee el rasgo [+ humano]; a los de subcategorízación: un verbo como acotar podrá insertarse, si, además de estar dominado por V el símbolo ficticio, este deriva de un nudo SV desarrollado como V + SN, esto es, sí el verbo es transitivo; y a los selectivos: un verbo como admirar podrá entrar, por ejemplo, en un contexto formado por dos sustantivos, siempre que el primero posea el rasgo [+ humano] y el segundo el rasgo [+ abstracto]: Carlos admira la sinceridad; pero no al revés: *La sinceridad admira a Carlos. La primera inserción corresponde a palabras pertenecientes a la categoría del nombre, como cabeza de la oración, y después a verbos, adjetivos, etc.

Estas operaciones, cuya descripción simplifico abusivamente y sólo como recordatorio, dan lugar a la estructura profunda de la oración, destinada, mediante transformaciones a adquirir una estructura superficial, la cual, gracias al componente fonológico será interpretada en secuencias sonoras; y mediante el componente semántico, actuando por las reglas de proyección que vimos, recibirá una interpretación semántica. En Aspects se supone que la estructura superficial no aporta ya elementos que afecten a la significación. Lakoff y Ross (1968) han sintetizado o definido así la estructura profunda: esta es

  1. La base más simple sobre la cual operan todas las transformaciones.
  2. El lugar en que se definen las restricciones selectivas y de coaparición.
  3. El lugar en que se definen las relaciones gramaticales fundamentales.
  4. El lugar en que se produce la inserción de los elementos léxicos, provenientes del Diccionario22

Pues bien, varios lingüistas, entre ellos los citados Lakoff y Ross, y McCawley, se niegan a reconocer últimamente el concepto de estructura profunda, lo cual es tanto como atacar el sistema chomskiano en su principal supuesto. Veremos algunos de los puntos en que basan su discrepancia, comenzando por los principales que ha expuesto McCawley23.




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Como acabamos de decir, las restricciones selectivas, por las cuales podemos construir una oración como Carlos admira la sinceridad, pero no *La sinceridad admira a Carlos se producen en la base de la gramática, en la estructura de la oración, según la teoría «standard». El profesor de Chicago lo niega, y afirma que la naturaleza de dichas restricciones es semántica y no sintáctica; a la vez, asegura, hay rasgos no semánticos -esto es gramaticales-, que no desempeñan ningún papel en la selección, por ejemplo, el género y número gramaticales. Un verbo como contar, según las restricciones selectivas de tipo «standard», parece exigir un complemento plural:

Conté los platos

* Conté el plato



Sin embargo, puede formar oraciones con complemento singular:

Conté el público



La restricción selectiva de contar no consiste en que el complemento sea plural, sino en que denote una serie de objetos. Este y otros casos que omito, conducen a McCawley a afirmar que «las restricciones selectivas pueden definirse sólo en términos de propiedades de las representaciones semánticas, y que para determinar si un constituyente cumple o viola una restricción selectiva, es necesario examinar su representación semántica, y nada más»24. Por ello, la cuestión relativa a tales restricciones no pertenece, en contra de la opinión de Chomsky, a la base, ya que la base genera estructuras profundas sin poder decidir si las palabras que se inserten van a violar las restricciones selectivas.

En apoyo de estas aserciones centrales, que afectan gravemente a la noción de estructura profunda, McCawley propone otros argumentos, de los cuales me fijo sólo en los de más fácil exposición. He aquí este. La naturaleza lingüística del nombre propio está fuera de toda duda, y, sin embargo, la información que proporciona es un «índice», esto es, algo no lingüístico. Cuando yo aprendo que tal persona se llama Manuel, este aprendizaje es de naturaleza no lingüística: se añade a otros conocimientos u opiniones que poseo de esa persona. Pues bien, algunos nombres propios pueden ser aplicados indistintamente a hombres y mujeres (Sol, Adoración, y muchísimos hipocorísticos), y también a animales, embarcaciones, etc. Saber que una oración como A Sol, no lo he visto está bien construida, implica saber que Sol designa a un varón, es decir, implica conocer un «índice» de naturaleza extralingüística, que ninguna gramática podrá decidir sobre el hecho del nombre propio Sol. Y de esta manera, los «índices», necesarios para la comprensión de tales nombres intervienen a la hora de seleccionar los pronombres. Esta selección no se produce, por tanto, en la estructura profunda, sino por presuposiciones referidas a un ser muy concreto, fuera de los mecanismos gramaticales, que quedan indecisos ante un nombre propio como Sol.

Expongamos un último ejemplo, que se refiere a la unión de sintagmas nominales mediante conjunciones. Chomsky estableció25 que una oración como Juan y Pedro son eruditos se deriva, por transformación «conjuncional» de las oraciones Juan es erudito y Pedro es erudito; en Aspects, se confirma esta explicación, la cual, según McCawley no es admisible para oraciones como Juan y Pedro son similares, ya que no subyacen Juan es similar y Pedro es similar. Esta dificultad podría resolverse, en un plano gramatical, formulando

una restricción, según la cual, el adjetivo similar requiere un sujeto plural o múltiple; pero tampoco sería correcta, porque los pluralia tantum, que son gramaticalmente plurales, pueden combinarse con similar:

Estas tijeras son similares



sólo cuando son parafraseables por estos pares de tijeras, y no por este par de tijeras. Está claro que la restricción auténtica estriba en que el sustantivo debe tener el «índice» de serie; y este índice corresponde a la representación semántica de similar, y su «anomalía» no es previsible en los términos sintácticos del modelo «standard», que sólo permitiría prever qué similares debe combinarse con [+ plural].

Los argumentos de McCawley son muy abundantes y mucho más complejos de lo que puede dar a entender este breve resumen. En realidad, su primera formulación se limitaba a presentar casos que no veía bien resueltos por Chomsky, pero sin cuestionar la hipótesis de que la Gramática de una lengua incluye un componente de base que consigna la estructura profunda de la oración, un componente semántico que establece la correlación entre la estructura profunda y sus representaciones semánticas, y un componente transformacional, que establece las correlaciones entre las estructuras profundas y sus representaciones superficiales. Pero después de su trabajo crítico, aplicado como he dicho, a casos concretos, rechaza la exclusiva fuerza generadora atribuida a la sintaxis, para adherirse resueltamente a la idea central de Lakoff y Ross (1967), según la cual, la Sintaxis y la Semántica no pueden ser separadas, y que el papel de las transformaciones no consiste en relacionar las estructuras sintácticas profundas con las superficiales, sino en relacionar las representaciones semánticas con las estructuras superficiales. Éste es un punto en que coinciden todos los semantistas generativos, que encuentran poco revolucionaria la revolución chomskiana, y resulta irónico que su jefe de línea se encuentre «en minoría dentro del movimiento que ha creado» (Searle). La coincidencia entre los lingüistas que le atacan se limita muchas veces a aquel supuesto, ya que, aunque sus razonamientos tiendan a destruir la noción de estructura profunda, los modelos de Gramática que proponen, divergen considerablemente entre sí. George Lakoff26, por ejemplo, sigue un camino distinto al de McCawley; como sabemos, según el modelo gramatical de Chomsky, la inserción del léxico acontece en la base, y con ella terminan las operaciones que configuran la estructura profunda de la oración. Actúan a continuación las reglas transformacionales, que ya no aportan léxico, y conducen a las estructuras superficiales. Pues bien, Lakoff demuestra, irrefutablemente, me parece, que, a veces, tienen que insertarse palabras después de haber actuado las transformaciones, en virtud de exigencias que no podían prever estas. Él y otros lingüistas han notado, por ejemplo, que la selección de sintagmas nominales como el primero y el último sólo puede realizarse después de haber tenido lugar todas las transformaciones que colocan a los sintagmas nominales en la estructura superficial. Otro tanto acontece cuando, al sustituir sintagmas nominales por pronombres, en una transformación pronominalizadora, obtenemos un resultado como

*Él y él viven en Boston y Chicago respectivamente;



esta estructura superficial obliga a seleccionar otro pronombre, que permita la aceptabilidad de la oración:

lo cual no Ellos viven en Boston y Chicago respectivamente27,



acontece necesariamente, si antes hemos obtenido

Él y ella viven en Boston y Chicago respectivamente.



Si este hecho y otros parecidos atenían contra la noción de estructura profunda, no menos la afecta otro descubrimiento importante, a saber, que la estructura superficial está en relación estrecha con el significado de la oración. Como dice Lakoff, «desde 1965, ha surgido una evidencia empírica, que parece demostrar esto de modo concluyente»28; pero a ello se ha llegado dentro del sistema de ideas generativo, esto es, por influjo directísimo del propio Chomsky, cuyos discípulos -los citados y otros más, como Postal, Bach, etc.- han llegado a la Semántica Generativa, gracias a un fecundo desacuerdo con él.




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En 1968, Chomsky respondió a algunos de estos semantistas con un importante trabajo29. En sustancia, entiende que los ataques que se han dirigido contra la noción de estructura profunda descansan sobre errores terminológicos o en incorrecciones al analizarla en muchas de las oraciones propuestas como ejemplos. Así, Lakoff considera que las dos oraciones siguientes cuentan con las mismas relaciones gramaticales y selectivas:

Pedro cortó el salchichón con un cuchillo

Pedro empleó un cuchillo para cortar el salchichón;



la segunda, que no posee complemento preposicional instrumental, le parece más próxima a la estructura profunda, que, por otra parte, ha de ser la misma que la de la primera; por tanto, los complementos preposicionales instrumentales no aparecen en la estructura profunda, en contra de lo que postula la teoría «standard», y hay que suprimir que aquella estructura no existe, o está mal planteada; en este caso, siempre según Lakoff, la estructura profunda constaría de una matriz, aproximadamente como

Pedro empleó un cuchillo,



y una proposición incrustada, como

Pedro cortó el salchichón.



Pero esta estructura subyacente resulta muy abstracta, si se postula para

Pedro cortó el salchichón con un cuchillo,



ya que esta oración contiene un solo verbo, y aquélla dos. Prefiere por eso rechazar la teoría de la estructura profunda. Chomsky argumenta que la estructura subyacente de

Pedro empleó un cuchillo para cortar el salchichón



es muy distinta y que consta de una matriz

Pedro empleó un cuchillo,



y de una incrustada

Pedro cortó el salchichón con un cuchillo,



en cuya estructura profunda figura el sintagma preposicional. Lakoff estaría equivocado al basar en tales datos empíricos su negación del nivel subyacente de la oración.

Por lo demás, Chomsky está dispuesto a reconocer que el orden de desarrollo del proceso sintáctico y semántico de su Gramática no es fijo. Si él estableció que primero se construye la estructura sintáctica de la oración, sobre el cual actúa la interpretación semántica y que, después, se realizan las transformaciones, para producir la estructura superficial, sobre la cual actúa la interpretación fonológica, ello no debe tomarse stricto sensu. Entre estos cuatro elementos generados por la Gramática (significado, estructura profunda, estructura superficial, representación fonética), carece de sentido -dice ahora, lo que constituye importante corrección- preguntar cuál es el que se selecciona primero, y cuál es la dirección de las relaciones entre esos elementos. Por ello, no le resulta difícil reconocer que la estructura superficial desempeña algún papel en la determinación del sentido. En efecto, las reglas de interpretación fonológica asignan, como es sabido, una entonación a las oraciones realizadas; suponiendo que esta entonación sea la normal -es decir, sin acentos expresivos o contrastivos- el sintagma que ocupa el centro o ápice de la línea tonal es el «foco» de la oración. Así, una oración como ¿Es Juan quien escribe poesías?, puede tener dos focos posibles:

¿Es JUAN quien escribe poesías?

¿Es Juan quien escribe POESÍAS?



En el primer caso, se presupone que hay alguien que escribe poesías; en el segundo, que Juan escribe algo. El foco, pues, y la presuposición dependen de la entonación, y esta corresponde al estrato más superficial de la oración. Y sus efectos sintácticos son notables, puesto que de esa distribución de funciones dependen las respuestas:

¿Es JUAN quien escribe poesías? -No, es PABLO quien escribe poesías.

¿Es Juan quien escribe POESÍAS? -No, Juan escribe CUENTOS.



Chomsky acepta que ejemplos como estos parecen proporcionar evidencias contra la teoría «standard», la cual estipula que la interpretación semántica debe estar enteramente determinada por la estructura profunda. Tal vez para dar cuenta de tales casos, bastaría con formular una regla, según la cual si O contiene F y P, O´, es decir, una oración generativamente dependiente de O, para estar bien formada, debe contener los mismos F y P; pero Chomsky se da cuenta de que esto sería una mera variante notacional de la teoría que determina el foco y la presuposición partiendo de la estructura superficial. Sin embargo, no cree que estas consideraciones -y otras formuladas por Jackendoff, las cuales se refieren a la acción semántica que, desde la superficie, ejercen la negación y los cuantificadores, y por otros lingüistas- afecten a su hipótesis central de que son las relaciones gramaticales definidas en la estructura profunda, las que determinan la interpretación semántica; pero es preciso añadir ahora que también la estructura superficial contribuye al significado. Por tanto, se decide a proponer una corrección o reconstrucción de su teoría gramatical, del siguiente modo, que expongo «traduciendo» en términos sencillos su notación simbólica; una vez que se ha realizado la inserción léxica, y se ha constituido la estructura profunda de la oración, operan las transformaciones, que dan lugar a la estructura superficial. Actúa entonces el componente fonológico, que proporciona a la oración su representación oral, y, el componente semántico, que atribuye representación semántica a las relaciones gramaticales que se establecen en las estructuras profunda y superficial. Chomsky advierte que no revisa la Gramática para fortalecer su supuesta prioridad sintáctica, en el sentido de que, al generar una oración, se forma «primero» el árbol de los componentes categoriales, «después» se procede a la inserción léxica, «después» a las transformaciones, «después» a la interpretación sintáctica y semántica. Su revisión no asigna orden de aplicación a estás operaciones, sino que define ciertas relaciones entre conceptos como estructura profunda y superficial, representación fonética y sintáctica, relaciones que poseen propiedades determinadas por las reglas de base, transformaciones, reglas de interpretación fonológica, y reglas de interpretación semántica.




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Esta propuesta no ha satisfecho, en general a los nuevos semantistas, que la combaten; Lakoff30 tras revisarla, no encuentra en ella nada nuevo que pueda apoyar la creencia en la estructura profunda, definida al modo chomskiano (sí en otro aún más abstracto), ni refutar la necesidad de una nueva teoría gramatical que defina las correlaciones entre la información semántica, como base de partida, y la forma fonológica. Esta es la nueva Gramática que se vislumbra, con algunas reglas formuladas -ya hemos visto la de Fillmore- y con una tarea ante sí que puede dejar tan operativamente inútil la enorme masa de trabajos gramaticales publicados bajo la égida de Chomsky, como inútiles quedaron, en gran medida, los trabajos que se elaboraron bajo el magisterio de Bloomfield. ¿Tarea vana, pues? Evidentemente, no; gracias a aquella esforzada actividad, fue posible conducir la Gramática a un punto de partida nuevo, el generativista, que la ponía en camino de erigirse en ciencia de la creación lingüística, por la cual se supera el simple descriptivismo, bastante inocuo a efectos epistemológicos y hasta científicos. Esta nueva corrección no la restituye a aquel punto, sino que constituye su desarrollo natural; si se ha dicho que la escuela de Praga fue más saussureana que el propio Saussure -el del Cours de 1916-, los semantistas generativos parecen asumir con más decisión que Chomsky las intuiciones centrales que este formuló.

¿Quiérese decir que estamos en el camino definitivo de la Gramática? Nadie osaría vaticinar esto de ninguna ciencia. La revolución bloomfieldana se realizó con el «handicap» de dejar fuera de su acción el inmenso continente del significado. Katz, Fodor, Postal y Chomsky realizaron un intento para introducirlo en el mecanismo de la Gramática, pero por el camino indirecto de querer dominar su evanescencia, su complicación, sus dificultades, por medio de las reglas concretas y seguras de la Sintaxis, los actuales semantistas denuncian lo artificioso de este procedimiento, y desean situarse sin recursos intermediarios, en el centro de la significación, como única energía generativa. Sin embargo, esta nueva revolución tal vez vaya a hacerse con otro «handicap»: el de seguir operando sin tomar en consideración -o hacerlo muy tímidamente- otras fuentes de sentido que aportan su caudal a la oración, y que están situadas fuera de la oración misma, en el hablante-oyente y en la situación. La Gramática chomskyana dejaba fuera de su interés estas cuestiones, con aquella explicación que daban Fodor y Katz31: «La justificación que permite al gramático estudiar oraciones haciendo abstracción de los engastes [contextuales o situacionales] en que se han producido o pueden producirse, es, simplemente, que el hablante puede componer y reconocer oraciones bien formadas sintácticamente, sin recurrir a información alguna acerca de dichos engastes, y es esta capacidad la que trata de reconstruir. Cada faceta de la capacidad lingüística del hablante que un gramático reconstruye, puede ejercitarse independientemente de toda información acerca de sus engastes: esto es verdad, no sólo referido a su capacidad para producir y reconocer oraciones, sino también a su capacidad para determinar relaciones sintácticas entre grupos de oraciones, para analizar implícitamente la estructura sintáctica de las oraciones, y para detectar las ambigüedades gramaticales. Así -siguen diciendo Katz y Fodor-, puesto que el conocimiento que un hablante tiene de su lengua lo capacita para determinar la estructura gramatical de cada oración, sin necesidad de referirse a informaciones acerca de su engaste, la Gramática, en perfecta correspondencia, constituye una teoría independiente sobre este conocimiento independiente».

Sin embargo, ¿es suficiente una teoría que, por ejemplo, explica muy bien que una oración es ambigua y por qué lo es, y se desentiende de cómo y por qué se destruye la ambigüedad, precisamente en función de causas extraoracionales? Muchos nuevos semantistas empiezan a dudarlo; parece como si apuntara una época neofirthiana, dispuesta a hacer operativas las intuiciones del maestro británico; pero esto, de momento, parece más bien un deseo o una aspiración, que un objetivo a plazo corto. La Gramática parece condenada aún a decenios de tanteos. Víctor Sánchez de Zavala realiza en su libro un inventario de las necesidades que debe cubrir; allí podrán encontrarlas Vds.32: hoy por hoy, son un repertorio de carencias, y habrá de serlo por mucho tiempo. La prueba pragmática de la mutilación que experimenta el análisis sintáctico y semántico del lenguaje, cuando se coloca en la aséptica posición en que lo situaban Chomsky y sus discípulos, nos la ha proporcionado el fracaso de las experiencias de traducción automática33.

Concluiré con unas palabras de Sánchez de Zavala, que comparto enteramente: «El rasgo más esencial de estos intentos [los de Semántica Generativa] es [...] el de no aceptar el papel generativo de la sintaxis, sino transferido redondamente a la semántica; mas, hasta el momento, estos lingüistas apenas han hecho otra cosa que proponer esta mutación radical, sin que se advierta aún [...] de qué modo piensan remplazar la ingente obra de análisis y descripción llevada a cabo por la lingüística generativa usual»34.





 
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