Obras propias
Vida retirada
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal rüido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
5
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.
10
No cura si la Fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
15
¿Qué presta a mi contento,
si soy del vano dedo señalado;
si en busca deste viento
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
20
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh, secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
25
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
30
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso, no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
35
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
40
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
45
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
50
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
55
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso rüido,
que del oro y del cetro pone olvido.
60
Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
65
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
70
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste; y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
75
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
con sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
80
A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.
85
A don Pedro Portacarrero
la más ilustre empresa de la vida,
en el escuro suelo
luz tarde conocida,
senda que guía al bien poco seguida;
5
tú dende la hoguera,
al cielo levantaste al fuerte Alcides;
tú en la más alta esfera
con las estrellas mides
al Cid, clara victoria de mil lides.
10
Por ti el paso desvía
de la profunda noche, y resplandece
muy más que el claro día
de Leda el parto y crece
el Córdoba a las nubes y florece.
15
Y por tu senda agora
traspasa luengo espacio con ligero
pie y ala voladora
el gran Portocarrero,
osado de ocupar el bien primero.
20
Del vulgo se descuesta
hollando sobre el oro; firme aspira
a lo alto de la cuesta;
ni violencia de ira,
ni dulce y blando engaño le retira.
25
Ni mueve más ligera,
ni más igual divide por derecha
el aire y fiel carrera,
o la traciana flecha,
o la bola tudesca un fuego hecha.
30
En pueblo inculto y duro
induce poderoso igual costumbre,
y do se muestra escuro
el cielo, enciende lumbre,
valiente a ilustrar más alta cumbre.
35
Dichosos los que baña
el Miño, los que el mar monstruoso cierra
dende la fiel montaña
hasta el fin de la tierra,
los que desprecia de Eume la alta sierra.
40
A Francisco de Salinas
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.
5
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
10
Y como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.
15
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
20
Ve cómo el gran Maestro,
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
25
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.
30
Aquí el alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente,
en él ansí se anega,
que ningún accidente
extraño y peregrino oye o siente.
35
¡Oh desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
40
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo
sobre todo tesoro,
que todo lo visible es triste lloro.
45
¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos!
50
Canción al nacimiento de la hija del Marqués de Alcañices
Calíope, en mi pecho aqueste día,
que de los Borjas canto
y Enríquez la alegría
del rico don que el cielo les envía.
5
Hermoso sol luciente,
que el día das y llevas, rodeado
de luz resplandeciente
más de lo acostumbrado,
sal, y verás nacido tu traslado.
10
O si te place agora
en la región contraria hacer manida,
detente allá en buen hora,
que con la luz nacida
podrá ser nuestra esfera esclarecida.
15
Alma divina, en velo
de femeniles miembros encerrada,
cuando veniste al suelo
robaste de pasada
la celestial riquísima morada.
20
Diéronte bien sin cuento,
con voluntad concorde y amorosa,
quien rige el movimiento
sexto, con la alta dïosa
de la tercera rueda poderosa.
25
De tu belleza rara
el envidioso viejo mal pagado
torció el paso y la cara,
y el fiero Marte airado
el camino dejó desocupado.
30
Y el rojo y crespo Apolo,
que tus pasos guiando descendía
contigo al bajo polo,
la cítara hería
y con divino canto ansí decía:
35
«Desciende en punto bueno,
espíritu real, al cuerpo hermoso,
que en el ilustre seno
te espera deseoso,
por dar a tu valor digno reposo.
40
Él te dará la gloria,
que en el terreno cerco es más tenida,
de agüelos larga historia,
por quien la no sumida
nave, -por quien la España fue regida.
45
Tú dale, en cambio desto,
de los eternos bienes la nobleza,
deseo alto, honesto,
generosa grandeza,
claro saber, fe llena de pureza.
50
En su rostro se vean
de tu beldad sin par vivas señales;
los sus dos ojos sean
dos luces celestiales,
que guíen al bien sumo a los mortales.
55
El cuerpo delicado,
como cristal lucido y transparente,
tu gracia y bien sagrado,
tu luz, tu continente
a sus dichosos siglos represente.
60
La soberana agüela,
dechado de virtud y hermosura,
la tía, de quien vuela
la fama, en quien la dura
muerte mostró lo poco que el bien dura.
65
Con todas cuantas precio
de gracia y de belleza hayan tenido,
serán por ti en desprecio
y puestas en olvido,
cual hace la verdad con lo fingido.
70
¡Ay tristes, ay, dichosos
los ojos que te vieren! Huyan luego,
si fueren poderosos,
antes que prenda el fuego,
contra quien no valdrá ni oro ni ruego.
75
Ilustre y tierna planta,
gozo del claro tronco y generoso,
creciendo te levanta
a estado el más dichoso,
de cuantos dio ya el cielo venturoso».
80
A Felipe Ruiz
De la Avaricia
la vela portuguesa, que ni el seno
de Persia, ni la amiga
Maluca da árbol bueno,
que pueda hacer un ánimo sereno.
5
No da reposo al pecho,
Felipe, ni la India, ni la rara
esmeralda provecho;
que más tuerce la cara
cuanto posee más el alma avara.
10
Al capitán romano
la vida, y no la sed, quitó el bebido
tesoro persïano;
y Tántalo, metido
en medio de las aguas, afligido
15
de sed está; y más dura
la suerte es del mezquino, que sin tasa
se cansa ansí, y endura
el oro, y la mar pasa
osado, y no osa abrir la mano escasa,
20
¿Qué vale el no tocado
tesoro, si corrompe el dulce sueño,
si estrecha el ñudo dado,
si más enturbia el ceño,
y deja en la riqueza pobre al dueño?
25
De la Magdalena
cabello, que del oro escarnio hacía,
la nieve ha demudado:
¡Ay! ¿Yo no te decía:
«Recoge, Elisa, el pie, que vuela el día»?
5
Ya los que prometían
durar en tu servicio eternamente,
ingratos se desvían
por no mirar la frente
con rugas afeada, el negro diente.
10
¿Qué tienes del pasado
tiempo sino dolor? ¿Cuál es el fruto
que tu labor te ha dado,
si no es tristeza y luto,
y el alma hecha sierva al vicio bruto?
15
¿Qué fe te guarda el vano,
por quien tú no guardaste la debida
a tu bien soberano,
por quien mal proveída
perdiste de tu seno la querida
20
prenda; por quien velaste;
por quien ardiste en celos; por quien uno
el cielo fatigaste
con gemido importuno;
por quien nunca tuviste acuerdo alguno
25
de ti misma? Y agora
rico de tus despojos, más ligero,
que el ave huye, y adora
a Lida el lisonjero;
tú quedas entregada al dolor fiero.
30
¡Oh, cuánto mejor fuera
el don de hermosura que del cielo
te vino, a cuyo era
habello dado en velo
santo, guardado bien del polvo y suelo!
35
Mas hora no hay tardía;
tanto nos es el cielo piadoso,
mientras que dura el día;
el pecho hervoroso
en breve del dolor saca reposo.
40
Que la gentil señora
de Mágdalo, bien que perdidamente
dañada, en breve hora
con el amor ferviente
las llamas apagó del fuego ardiente.
45
Las llamas del malvado
amor con otro amor más encendido;
y consiguió el estado,
que no fue concedido
al huésped arrogante, en bien fingido.
50
De amor guiada y pena,
penetra el techo extraño, y atrevida
ofrécese a la ajena
presencia, y sabia olvida
el ojo mofador, busca la vida.
55
Y toda derrocada
a los divinos pies que la traían,
lo que la en sí fiada
gente olvidado habían,
sus manos, boca y ojos lo hacían.
60
Lavaba, larga en lloro
al que su torpe mal lavando estaba;
limpiaba con el oro,
que la cabeza ornaba
a su limpieza, y paz a su paz daba.
65
Decía: «Sólo amparo
de la miseria extrema, medicina
de mi salud, reparo
de tanto mal, inclina
a aqueste cieno tu piedad divina.
70
¡Ay!, ¿Qué podrá ofrecerte
quien todo lo perdió? Aquestas manos
osadas de ofenderte,
aquestos ojos vanos
te ofrezco, y estos labios tan profanos.
75
La que sudó en tu ofensa
trabaje en tu servicio, y de mis males
proceda mi defensa;
mis ojos, dos mortales
fraguas, dos fuentes sean manantiales.
80
Bañen tus pies mis ojos;
límpienlos mis cabellos; de tormento
mi boca, y red de enojos
les dé besos sin cuento:
y lo que me condena te presento.
85
Preséntote un sujeto
tan mortalmente herido, cual conviene,
do un médico perfeto
de cuanto saber tiene
dé muestra, que por siglos mil resuene».
90
Profecía del Tajo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el pecho sacó fuera
el río, y le habló desta manera:
5
«En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo ya, y las voces,
las armas, el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.
10
¡Ay, esa tu alegría
qué llantos acarrea! ¡Y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España, ay, cuán llorosa,
y al cetro de los Godos, cuán costosa!
15
Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales.
20
A los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitana,
a toda la espaciosa y triste España.
25
Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.
30
Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera,
que al aire desplegada va ligera.
35
La lanza ya blandea
el árabe cruel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.
40
Cubre la gente el suelo;
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece,
el polvo roba el día y le escurece.
45
¡Ay, que ya presurosos
suben las largas naves! ¡Ay, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden!
50
El Eolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.
55
¡Ay, triste! ¿Y aún te tiene
el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene
no acorres? ¿Ocupado
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?
60
Acude, acorre, vuela,
traspasa el alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.
65
¡Ay, cuánto de fatiga!
¡Ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!
70
¡Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!
75
El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta ¡ay! te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena».
80
Noche serena
A Diego Oloarte
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado;
5
el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente,
despiden larga vena
los ojos, hechos fuente,
Oloarte, y digo al fin con voz doliente:
10
«Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?
15
¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que de tu bien divino
olvidado, perdido,
sigue la vana sombra, el bien fingido?
20
El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando,
y con paso callado
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.
25
¡Ay, despertad, mortales,
mirad con atención en vuestro daño!
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y solo engaño?
30
¡Ay, levantad los ojos
a aquesta celestial eterna esfera!;
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera.
35
¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?
40
Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto,
sus pasos desiguales,
y en proporción concorde tan iguales:
45
la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos della
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de Amor le sigue reluciente y bella;
50
y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado.
55
Rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro.
60
¿Quién es el que esto mira
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira,
y rompe lo que encierra
el alma, y destos bienes la destierra?
65
Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el amor sagrado
de glorias y deleites rodeado.
70
Inmensa hermosura
aquí se muestra toda y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece.
75
¡Oh campos verdaderos!
¡Oh prados con verdad frescos y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles de mil bienes llenos!
80
Las serenas
A Querinto
vaso, ni de la puesta al bebedero
sabrosa miel cebado,
dentro al pecho, ligero,
Querinto, no traspases el postrero
5
asensio. Ten dudosa
la mano liberal, que esa azucena,
esa purpúrea rosa
que el sentido enajena,
tocada, pasa al alma y la envenena.
10
Retira el pie, que asconde
sierpe mortal el prado, aunque florido,
los ojos roba; adonde
aplace más, metido
el engañoso lazo está, ascondido.
15
Pasó tu primavera;
ya la madura edad te pide el fruto
de gloria verdadera.
¡Ay, pon del cieno bruto
los pasos en lugar firme y enjuto!
20
Antes que la engañosa
Circe, del corazón apoderada,
con copa ponzoñosa
el alma transformada,
te junte, nueva fiera, a su manada.
25
No es dado al que allí asienta,
si ya el cielo dichoso no le mira,
huir la torpe afrenta;
o arde oso en ira,
o hecho jabalí gime y suspira.
30
No fíes en viveza,
atiende al sabio rey solimitano;
no vale fortaleza,
que al vencedor gazano
condujo a triste fin femenil mano.
35
Imita al alto griego
que, sabio, no aplicó la noble entena
al enemigo ruego
de la blanda Serena,
por do por siglos mil su fama suena.
40
Decía conmoviendo
el aire en dulce son: «La vela inclina,
que del viento huyendo
por los mares camina,
Ulises, de los griegos luz divina.
45
Allega, y da reposo
al inmortal cuidado, y entretanto
conocerás curioso
mil historias que canto;
que todo navegante hace otro tanto.
50
Todos de su camino
tuercen a nuestra voz y, satisfecho
con el cantar divino
el deseoso pecho,
a sus tierras se van con más provecho.
55
Que todo lo sabemos
cuanto contiene el suelo, y la reñida
guerra te cantaremos
de Troya y su caída,
por Grecia y por los dioses destruida».
60
Ansí falsa cantaba
ardiendo en crueldad; mas él, prudente,
el camino atajaba
a la voz en su gente
con la aplicada cera suavemente.
65
Si a ti se presentare,
los ojos, sabio, cierra; firme atapa
la oreja, si llamare;
si prendiere la capa,
huye; que sólo aquel que huye escapa.
70